viernes, 31 de diciembre de 2021

DE LA EDUCACIÓN INTEGRAL DE LA PERSONA

 

DE LA EDUCACIÓN INTEGRAL DE LA PERSONA   

 


            Mi hijo ha sacado un sobresaliente. Pero no en educación física ni en plástica ni en música, no… ¡En matemáticas! ¡En física, en biología, en lengua! En las cosas que importan de verdad. Mi hijo es un genio.

            Estos padres no saben lo que dicen. Querrían que su hijo fuera un cerebro sin cuerpo, sin alma, sin sentimientos. Su hijo podría ser –pero ellos no se dan cuenta- un cerebro conectado a una pila que sólo vale para calcular. El niño que saca sobresaliente sólo en las cosas del pensar no es más que una computadora conectada a la luz; que nos digan esos padres qué les parecería que su hijo les hablara con la cara convertida en teclado, un circuito donde tiene la cabeza y una memoria electrónica donde tiene los recuerdos.

 


            Mi hijo ha sacado sobresaliente en educación física. Tiene un cuerpo de Hércules, una fuerza impresionante, nadie puede con él y gana todos los partidos. Eso sí, suspenso en matemáticas, en física, en biología, en música, en plástica, en historia, en literatura, no sabe nada de nada pero… mira qué cuerpo tiene.

            Estos padres no se dan cuenta de que su hijo es un cuerpo sin cerebro, sin mundo y sin corazón, que no sabe disfrutar con nada que no sea el cuerpo ni le interesa el arte, la música, la literatura, la historia y la ciencia; ese chico podría ser un cuerpo sin cabeza. ¿Qué pensarían esos padres si vieran así a su hijo?

 


            Mi hijo ha aprendido un buen oficio. Va a ganar salarios estupendos y lo van a llamar de todas partes y no vivirá más que para el trabajo; cuando uno vive para trabajar no sabe trabajar para vivir.

            Ese chico no sabría pensar, con los demás haría el ridículo, no sabría qué hacer en las fiestas y sería un alfeñique; ni sabría hacer ejercicio físico, ni sabría bailar ni relacionarse con las chicas, sus padres lo tendrían metido en casa y sería un inadaptado; eso sí, ganaría un buen sueldo.

 


            Mi hijo tiene un montón de amigos, lo llaman a todas partes y todos le quieren; qué pena que no sepa nada de nada, ni siquiera sepa pensar y no tenga oficio ni beneficio; ni tampoco conozca las historias de su país, ni las mejores obras de arte, ni tenga maña para pintar ni tampoco sepa sentir la música.

            Ese chico será una máquina de hacer amigos. Sin cuerpo y sin cabeza, sin corazón y, si me apuras, sin cuerpo; sabrá posar allí donde vaya, será un hombre de éxito y siempre será un figurín.

 


            Mi hijo es inteligente, tiene cuerpo de atleta, sabe un montón de cosas, tiene un buen oficio y no le faltan amigos; ay, pero no tiene corazón.

            Ese chico será un pensador cruel con un cuerpo bruto, tendrá una cultura apabullante y dominará el oficio; ay, pero será frio, maquiavélico y calculador, ese chico tal vez sea un asesino.

 


            A los chicos no puede faltarles ni cabeza ni cuerpo ni cultura ni amigos, ni puede faltarles corazón ni oficio. No tener más que cabeza es quedar convertido en máquina. No tener más que cuerpo es vivir esclavo del gimnasio, del abuso de sustancias vigorizantes, de la vigorexia; el cuerpo debe desarrollarse en contacto con la cabeza porque ya lo dice el refrán: mens sana corpore sano. No tener más que oficio es condenarse a ser un engranaje de la sociedad, sin libertad ni vida propia. No tener más que amigos es olvidarse de que la vida social no puede darse si no tenemos nada en el corazón, el cuerpo, el trabajo o la cabeza.

            Nuestros hijos no pueden ser como Mister Spock: pensamiento que no siente. Ni como Pinocho: sentimiento que no piensa. Ni tampoco como Hitler: el pensamiento de un corazón enfermo. Ni como Fausto: una mente brillante que vive aislada en su soledad, sin atreverse a salir a la calle. Una persona es un corazón, una cabeza, un cuerpo, un ser social y un oficio, esas cinco cosas juntas conforman el desarrollo integro de la persona. La educación del cuerpo está al servicio de la persona, lo mismo que la del corazón y la cabeza, y si falta alguna de esas cosas el equilibro estará cojo. La sexualidad sin amistad es violación; el ejercicio físico sin cabeza da siempre en el exceso; en el deporte que quiere ganar a toda costa aunque en el camino nos dejemos el corazón, porque nos falle; quien sólo tiene amigos y está vacío por dentro no es más que un presuntuoso, un figurín, un escaparate. Y para no ser ni violador ni imprudente ni estafador, ni maquiavélico ni ignorante ni un figurín en el escaparate: para no ser ninguna de esas cosas, ha de ser completa la educación; no hay que dejar pasar unas para favorecer a otras porque las consideremos de mayor trascendencia: todos los aspectos de la persona son igualmente importantes; y aunque faltara uno solo ya estaría roto el equilibrio, porque tendríamos al discípulo abandonando la fortaleza, convertida ya en una persona frágil. He aquí las cosas en las que debe pensar un buen maestro.

 


viernes, 24 de diciembre de 2021

NAVIDAD

 

 

 

NAVIDAD    

 


            Es el solsticio de invierno. Según donde estemos, puede ser donde el sol se hunde o donde se eleva a su máximo esplendor. Se hunde en el Mediterráneo, donde Proserpina fue condenada a bajar a los infiernos seis meses al año; cuando esto sucede la naturaleza se agosta, la vegetación se seca, se caen las hojas, y las flores, hechas fruto, hace tiempo que se marchitaron en el estómago de los animales. Y se eleva junto al Pacífico, donde el Sol es nuestro dios y nosotros somos los hijos del Sol; allí, en el Cuzco, la naturaleza vive al revés; y hace calor cuando nieva en el Mediterráneo y los indios, vestidos de colores, suben a Sacsahuamán al son de las quenas y celebran la fuerza de la vida encarnada en el sol.

            La navidad es ante todo natividad: nacimiento; cuando muere la naturaleza nace el espíritu, libre de oropeles, en el cuerpo del más inocente y desvalido de los niños. Pareciera que cuando la naturaleza pierde fuerza se desnuda por fuera, mientras que por dentro vuelve a crecer. Ese niño, metáfora del espíritu, sólo podía ser inocente, vulnerable, desprotegido, pobre; tan débil por fuera como fuerte en su interior. Por eso le temen los poderosos. Asustados, como Herodes, por su fuerza, mandan matarlo pero Jesús ha nacido en Belén; en un pesebre donde no hay más lujo que la paja, donde sólo nacen los animales sin oropeles, donde se manifiesta la naturaleza en estado puro, en toda su desnudez. Y como Herodes no lo encuentra, manda matar a todos los niños en la seguridad de que, entre ellos, estará el niño cuya fuerza siente como una amenaza. La navidad también es la matanza de los inocentes porque hay quien se ofende si uno comete el pecado de mostrarse desnudo, de mostrarse como es. 



            Y es la huida a Egipto. Dejar tu casa para huir de la muerte, para abandonar los lugares que han sido hollados por las masacres, buscando refugio en un país desconocido donde a veces no hay una casa donde puedas, no digo ya crecer como persona, sino simplemente dormir y comer. Hay muchos refugiados en el mundo. Y Jesús es el patrón de los refugiados, de los perseguidos, de los desamparados, de los hambrientos, de los desvalidos, de aquellos cuya casa estaba en medio de una guerra y tú has tenido que quitarte de en medio para que no te cayeran los proyectiles de ninguno de los dos bandos. En esos casos huir no es propio de cobardes. La huida es la única arma que tienen quienes velan por su familia y no quieren matar y morir; sobre todo porque están en poder de las armas y los únicos desarmados son los inocentes y los pacíficos.

            La navidad es, en fin, un árbol: símbolo de la naturaleza en las tierras de Europa central. Nosotros lo vestimos con regalos, con guirnaldas, con luces, con papeles de colores, y en la copa de ese árbol brilla, oh dios, la estrella de navidad. Vestimos a un árbol para celebrar al niño que representa a la vida en toda su desnudez. Y panderetas y zambombas, cantamos villancicos, pedimos el aguinaldo, celebramos la familia unida y comemos el turrón; como aquella otra familia que se fue a Egipto para escapar de la masacre de los inocentes; que en la adversidad crecen el abrazo y el cariño, los arranques tiernos que sólo se pueden saciar apretando al otro entre tus brazos, apretándolo bien fuerte, y el sentimiento se dispara en un corazón transido que ha volado por un instante para luego volver; en ese instante ha sentido la pérdida de la razón y es ese arranque indescriptible que sólo se puede sentir por unos padres, por unos hermanos, por el amor de los esposos, por un niño como aquel ser vulnerable, tan lleno de fuerza, que dicen que un día nació en Belén.

 


viernes, 17 de diciembre de 2021

LA VENTANA DE CRISTAL

 

LA VENTANA DE CRISTAL

13. LOS MISERABLES.    

 


            Hoy me ha pedido dinero un hombre en la calle. Por reflejo le he dicho que no, acostumbrado a ver a tanto sinvergüenza vivir del cuento. Luego lo he visto otra vez. En sus ojos había una soledad terrible, algo se ha movido dentro de mí, y el corazón me ha dado un vuelco. He buscado unas monedas en el bolsillo y no las tenía. Le he mirado de frente y me he preguntado si tendría dónde comer esta noche y dónde dormiría; en esta noche de invierno. Que me apena que a los pobres los confundan con los pícaros traviesos, gamberros y frescos.

            Ayer vi a tres mujeres vestidas como en la España de hace tiempo. Que dónde estaba ese comercio. Se lo he explicado con gestos y ellas se han ido a buscarlo, riendo en pleno jolgorio. Entonces he comprendido: eran trabajadoras de las mafias; iban a pedir limosna; así se ganan el sueldo; el que les dejan los jefes que las explotan.

            Luego he ido a la estación y me he encontrado a Óscar. Tiene cincuenta años y hace algunos que lo echaron de su casa; no le dejan visitar a sus padres; porque un día les pegó una paliza y mandó a su padre al hospital; por violento; porque la droga le ha comido el cerebro y hoy se ha convertido en un desecho humano. Hace tiempo que duerme en la calle. En verano y en invierno. Hace frío, hoy es un día de invierno. Óscar estaba contento. “Ayer un negro me llevó a su casa”, me ha dicho, “y me ha dejado dormir allí, ¡figúrate, en una cama!” Mi corazón se ha hundido dentro de mi pecho. ¿Desde cuándo no duerme en una cama este hombre? Ésta es la pobre gente que no está pobre en el bolsillo, sino en el cerebro. Pero el hombre que vi en la calle no estaba mal del cerebro, pasaba hambre. Ésta es la gente de Víctor Hugo. Los que viven olvidados, los que tienen hambre, los que no pueden pensar, los que no tienen futuro, la sal de la tierra. Los miserables. Que a veces te suele dar más quien tiene el bolsillo menos lleno.

 


viernes, 10 de diciembre de 2021

LA ACHIRANA DEL INCA

 

LA ACHIRANA DEL INCA 

 


            Quienes se creen superiores quieren ser diferentes; o al menos conseguir que los demás se lo crean. Se inventan una naturaleza especial, la meten en un pasado mítico y meten esas creencias en la gente a fuerza de mazo y violencia; al final ellos mismos acaban creyéndoselas; se acaban creyendo sus propias mentiras.

            Hubo un tiempo en que el Perú era el Tahuantinsuyo. El Tahuantinsuyo era el reino de los cuatro suyos,  las cuatro regiones del espacio, las cuatro esquinas de la tierra; que no era toda la tierra, sino solamente el vasto territorio que crece en los alrededores de los Andes. Y como su ignorancia les hace creerse el centro del mundo, la ciudad que fundan pasa por ser para todos el ombligo universal; y se lo tienen que creer todos; eso no es nada raro, pues también esas cosas les pasaban a los griegos.

            Las cuatro regiones de las que estaba hecho el mundo eran los cuatro puntos cardinales. Si nos ponemos farrucos, mi casa puede ser el Tahuantinsuyo pues sus cuatro lados dan, respectivamente, al norte, al sur, al este y al oeste. Pero eso no vale: pues para los antiguos habitantes del Perú los cuatro suyos eran los cuatro puntos cardinales de la tierra y como ellos no conocían ni Europa ni Asia ni áfrica, ni conocían Oceanía hasta que llegó Túpac Yupanqui, las cuatro partes del mundo eran las cuatro partes de los Andes; que eran montaña al norte y al sur y por el este eran selva; por el oeste, el suelo marino.

            El Tahuantinsuyo fue al término de la Edad Media un gran imperio. Los emperadores, que se creían superiores, hicieron creer que pertenecían a una raza diferente; los demás eran runas, es decir simples hombres, pero ellos eran incas u hombres superiores; las mujeres estaban de adorno. Los runas nacieron de pequeñas pacarinas, ríos, lagos, fuentes y cuevas superiores. Pero los incas nacieron en la gran pacarina de Tiahuanaco, que era el lago Titicaca; pretendieron emparentarse con los antiguos señores como los romanos pretendían venir de los antiguos griegos, los que invadieron Troya. Los hermanos Ayar salieron de sus aguas. Hubo un camino subterráneo entre Puno y el Cuzco y dice la creencia popular que hubo de aparecer la tierra con sus tres grutas o ventanas. De los hermanos Ayar, que venían de un pueblo de Tiahuanaco, hubo uno, que se llamaba Ayar Manco o Manco Cápac, que capitanearía, como un auténtico caudillo, el renacimiento y la regeneración del antiguo imperio.

            Pero para eso había que ocultar que venían de aquel pueblo. Quisieron creer y sobre todo que creyeran que venían del centro de la tierra y salieron de sus grutas interiores por el lago Titicaca; que su único padre era el sol; y que Ayar Manco murió convirtiéndose en altar, pues su cuerpo se volvió piedra. Sus hijos y descendientes reinaron sobre los runas pero ellos mismos no eran runas, sino incas. Y para no mezclarse con los runas los incas se casaban con sus hermanas. Los runas no eran nadie para ellos, pero ellos lo eran todo porque eran los hijos del Sol.

            El inca Pachacútec fue en Cuzco, como Octavio lo había sido en Roma, el gran ordenador del imperio. Pero Roma vivió después cientos de años y al Tahuantinsuyo sólo le quedaba un siglo. Cuando Pachacútec unificó el imperio España todavía no existía; existía Castilla, y Aragón, y Granada, y la suma de naciones no había hecho una gran nación todavía. El León fiero y libre y las cadenas de Navarra. Pachacútec aniquiló a los chancas, conquistó Chinchaysuyo y sofocó la rebelión de los collas; se afanó en volver a construir el Cuzco sin destruir el viejo, como Nerón, y levantó palacios y templos y fue el impulsor der la escuela y dotó al mundo de leyes y eso le hizo parecerse, en suma, a Carlomagno; impulsó una reforma agraria y separó las tierras del Sol, del Inca y de los runas, que conformaban el pueblo; y mandó cobrar impuestos porque si los sacerdotes necesitaban tributos para las tierras del Sol, y si los necesitaba el inca para alimentar sus palacios, también los necesitaba, para alimentarse, el pueblo; porque nunca olvidó que sólo se pueden cosechar bendiciones cuando se han sembrado beneficios; y si su hijo Túpac Yupanqui había de ser el gran explorador, sólo él, Pachacútec, había sido el gran legislador de Cuzco. 



            ¿Para qué cuentas las estrellas si no sabes contar los nudos de los quipus, que están atados a las cuerdas?

            Cuando los súbditos obedecen, deben los reyes ser clementes.

            ¿Dónde se encuentra la paciencia, dónde el ánimo? No, desde luego, en la ira, porque la impaciencia es señal de ánimo vil y la ira camina entre la embriaguez y la locura, aunque a veces también hunde sus raíces en la envidia (que es una forma de locura).

            La envidia es una carcoma que roe y consume las entrañas.

            No mientas. No robes. No holgazanees.

            El inca Pachacútec había conquistado el valle de Ica. Podía Ica ser un pueblo guerrero pero aceptó someterse de buen grado, hurtándoles a las armas la inevitable fusión entre los dos pueblos; el avance era imparable porque sabían que la voluntad del  inca, que presumía de sabio pero lo guiaba la ambición, sólo les iba a llevar a la hecatombe; y, puestos a depender de otros, buscaron en la paz que la libertad perdida no les llevara la ruina que habría supuesto resistir inútilmente con violencia y guerra.

            El inca era más señor; Ica era menos libre. Ica mantenía su esplendor; el inca, paternalmente, se aumentaría su brillo. El inca fomentaría su desarrollo; Ica, perdida la libertad, buscaba en la paciencia fragmentos de libertades que aún podrían disfrutar bajo el yugo de los incas.

            Pachacútec visitaba sus nuevas tierras. El ayllu es, más que una aldea, una tierra (marka) protegida por un dios (huaca) y gobernada por un rey (curaca). En uno de los ayllus había una joven hermosa; Pachacútec, en cuanto la vio, quedó prendado de ella. Y ella, poniendo en sus labios las palabras más dulces, le dijo al inca que con gusto se habría rendido como se rindió, abriéndole los brazos, el valle de Ica; mas su corazón tenía dueño y por eso no pudo ceder a la conquista del inca; amaba a un joven que había corrido, de niño, por las tierras del ayllu donde brillaba el sol, y el día, los cerros y la tierra.

            Pachacútec comprendió. En otro tiempo habría cedido a la ira impulsado por el ardor guerrero, mas donde no hay ira deben los corazones hacer gala de paciencia.

            ¿Podría entregarse a la bebida? ¿Podría ahogar su pena haciéndose esclavo del alcohol, sucumbiendo a los vapores de la chicha? No, que la embriaguez nos quita la libertad y un corazón que no es libre transforma la embriaguez en locura y la locura es puerta que conduce a la impaciencia: y ya sabía Pachacútec que la impaciencia es señal de ánimo vil y él no era villano sino noble, él no era runa: sino inca.

            Podría privar de libertad al amado y eso liberaría a la hermosa joven: mas no su corazón, que seguiría estando cautivo del joven preso. Además, él se convertiría en ladrón y ningún inca roba lo que no le pertenece, si no lo conquista.

            Entonces tendría envidia de aquel joven; y del aire que respiraba la joven bella, del vestido que acariciaba su cuerpo, de la luz que se metía en su mirada, y de las voces que sosegaban sus oídos; y de la música. Pero la envidia es una carcoma y él no deseaba que se le consumieran las entrañas como si estuvieran en fuego. 



            Y tuvo que aceptar la realidad el inca Pachacútec. Aceptó que él, que era señor del mundo, no podía ser señor de la doncella; que ella tenía otro señor, aunque también su señor fuera el inca, pero lo era del ayllu donde vivía, no del corazón de ella. Todas estas cosas no las habría comprendido si hubiera conquistado el valle a sangre y fuego, si en Ica hubiera retumbado la guerra; entonces la ira se habría desbocado, su corazón, ebrio de amor, habría estado loco de furia, loco en la violencia; y la envidia le habría roído las entrañas y se habría consumido y habría perdido su nobleza, su majestad, mostrándose como salvaje y no habría sido el inca. La paz, sin embargo, despertó la concordia y silenció las voces salvajes que a veces nos arrebatan porque todos las tenemos dentro.

            Y aceptó la realidad y pudo, por un día, alimentar la majestad del ser magnánimo y no despertar al salvaje que dormía en su altivo altar mayestático, despreciativo, orgulloso y ciego. Quien siembra vientos recoge tempestades. Él había preferido, por una vez, sembrar abono para tener buena cosecha. Se resignó. Pero antes de marcharse quiso dejar huella de su amor. Quiso que se recordara siempre lo que ella le había inspirado, un palacio, un Taj Mahal que dijera al mundo que el corazón del inca había amado; que había vibrado intensamente por aquellas tierras.

            -No, señor, no quiero palacios que me hagan creer que soy más que las otras gentes que pueblan la tierra. Nada te pido porque quien dones recibe obligada queda, y yo no puedo entregarte el corazón que me pides: pues los corazones son del cielo y la obligación del inca doblega sólo las fuerzas de la tierra. Sólo te pido un don por el que llegarás a ser recordado por mi pueblo. Y por mí, porque sembrarás mi gratitud, te lo aseguro: muchas tierras están sin agua en el valle de Ica y la necesitan, ¿por qué no se la das, señor, y salvas con ella la vida de muchos runas?

            El inca alzó la mirada, altivo, y se perdió en sus ojos la humildad de la tierra. Altivo para mandar en la tierra hostil cuando el inca es su dueño; humilde para obedecer al corazón, que manda en el inca. Quien siembra dones tendrá cosecha.

            -No pasarán diez días y todos los campos tendrán su acequia.

            Cuarenta mil hombres se pusieron a abrir la tierra. Los cuarenta mil soldados del inca. Y antes de que pasaran diez días el agua del río regaba el valle. Y el inca, trabajando para el corazón de la joven, trabajó para su pueblo; y trabajando para su pueblo trabajó, también, para sí mismo, pues los pueblos que producen mies también pueden pagar tributo. Así fue como, por causa del amor, Pachacútec construyó una achirana; que en quechua quiere decir “lo que corre limpiamente hacia lo que es hermoso”. Y fue la huella de su amor plantada en aquellas tierras, ayudándolas a vivir pues que la memoria sólo recuerda lo que día tras día les recuerda que viven. Ya fue para siempre la achirana del inca. El regalo del amor, el palacio del valle, que por una vez no sucedió que quien siembra vientos recoge tempestades. Esto lo debía recordar el inca Pachacútec. Lo tendría que recordar también Túpac Yupanqui. Que lo podría haber tomado del ejemplo de su padre.

 


viernes, 3 de diciembre de 2021

EUMES

 

 

EUMES

 


            Dicen los antiguos que “planeta” quiere decir “errante”: Ulises era un planeta y buscaba el sol de Ítaca, sin encontrarlo. Más de veinte años tardó en llegar a ella. Anduvo errante sin poder librarse del infortunio, con el corazón roto de dolor[1], pareciera que su hado fuera sólo andar errante[2]: y nada hay tan malo como vagar sin rumbo, o, teniendo un rumbo en la nave, vagar con otro en el corazón. En medio de las fatigas[3] “halla placer en el recuerdo de los trabajos sufridos quien padeció muchísimo y anduvo errante largo tiempo”[4].

            Vivir perdido es vivir en el espacio, pero sin tiempo; o surcar espacios vacíos que no son tuyos; en tiempos que no has vivido y no son tu mundo. Eso nos arrebata el vigor, nos arranca la fuerza la vida errante, la carencia de cuidado[5]; y es también la fuerza del alma, pues “padeciendo la soledad de Ulises se me consume el ánimo”[6], que decía Penélope. A veces el dolor construye, como afirmaba Ulises (“mi ánimo es sufrido por lo mucho que hube de padecer”)[7]; y otras veces nos destruye, “pues los que van errantes y necesitan socorro mienten sin reparo”[8]. Parece que el viaje tiene valor pedagógico, terapéutico, es una forma de educación: pero hay que tener en el pecho bien marcado nuestro destino; sin el amor que da clarividencia el viaje no sería más que soledad, vagancia, degradación y pérdida de dignidad, y de nosotros mismos.

            Ulises vagó porque Poseidón se empeñó en perderlo, en extraviar su rumbo; pero este extravío no fue locura porque Ulises no se olvidó nunca de su destino, y vivió pensando en Ítaca: su tierra, su casa, su isla que emergía en el océano, su ideal. Ítaca era áspera, pero fértil; y aunque pequeña, abundante en trigo y vino; “nunca le faltan la lluvia ni el rocío”[9], Ítaca estaba llena de cabras, de bueyes, de bosques, de abrevaderos. Ítaca era la casa, la esposa, el hijo, era el padre, el ama (porque la madre había muerto); era el perro, el porquero, eran el boyero y la criada, ¡ay!, pero también era el cabrero. Y también, por desgracia, eran los pretendientes. Que se habían instalado allí aunque aquél no era su suelo.

            Y lo más bello estaba en lo más feo, lo más limpio en lo más sucio, lo más grande en lo más pequeño. Eumes, el porquero; la estremecedora fidelidad del perro Argos; el ama, Euriclea. Reflejos en miniatura del sol que alumbraba Ítaca (Penélope, Telémaco, el amor conyugal y el amor filial, el amor del padre, el viejo Laertes, vagando en la isla como una sombra del hades, como Argos lleno de garrapatas, como un perro): Ulises volvió y  no fue reconocido por nadie. Porque la diosa Atenea quiso hacerlo irreconocible.

 


 



[1] Homero, La Odisea, p. 173.

[2] Ibídem, p. 197.

[3] Ibídem, p. 198.

[4] Ibídem, p. 200.

[5] Ibídem, p. 275.

[6] Ibídem, p. 275.

[7] Ibídem, p. 222.

[8] Ibídem, p. 179.

[9] Ibídem, p. 171.

viernes, 26 de noviembre de 2021

MÁS ALLÁ DEL ARTE DE CONSUMO: LAS BELLAS ARTES

 

 

MÁS ALLÁ DEL ARTE DE CONSUMO:

LAS BELLAS ARTES

 


            El arte es una creación artificial. Toda creación es artificial pero no necesariamente artificio, que lo artificioso no es arte; a lo que es artificioso lo llamamos engendro, no creación, y un engendro es el producto de una técnica más o menos sofisticada para producir objetos. No es lo mismo lo ingenioso, que es producto del ingenio, del ingeniero, que lo artístico, que es producto de la inspiración, del artista.

            Creamos cuando producimos algo nuevo, cuando engendramos cosas insólitas y novedosas a partir de viejos materiales; cuando ordenamos cosas conocidas para dar a luz cosas que desconocíamos. En la creación hay un saber hacer y unas destrezas (la técnica), y un saber qué hacer (la meta, la intención, el objetivo); saber qué hacer y cómo hacerlo; o descubrir el cómo (la técnica aplicada a los materiales, el diseño) para realizar (o materializar) una idea que tenemos. Muchas veces esa idea puede ser vaga; sabemos qué problema queremos resolver pero no sabemos qué invento necesitamos para resolverlo. Inventar algo quizá no sea sólo ingeniarnos para realizar una idea, sino sobre todo buscar también cuál es la idea que queremos realizar; tal vez lo hallemos por un toque de inspiración, por un destello de ingenio o tal vez, por qué no, simplemente por azar.

            Cuando las creaciones son fruto del ingenio pertenecen a la industria. Cuando son fruto de un destello lo llamamos arte. El inventor puede ser un ingeniero si encuentra lo que busca guiado claramente por el problema que quiere resolver; pero si no sabe lo que busca pero sí qué quiere hacer, porque el problema que pide solución no tiene en sí mismo las claves de su solución, entonces el inventor es un artista. El inventor se ve guiado por la necesidad, y por la utilidad, y puede ser ingeniero (si lo guía su ingenio) o artista (si lo guía el genio, el latido, el destello, la inspiración); un ingeniero puede ser ingenioso o genial.

            Pero cuando hablamos del arte como ideal no nos estamos refiriendo a satisfacer necesidades, ni a buscar objetos que nos pueden resultar útiles, sino a crear cosas que nos dejen satisfechos de haberlas creado, a encontrar emoción en la tarea, a dejarse llevar por un impulso apasionado y, a fin de cuentas, por la felicidad. El artista puede ser ingenioso para resolver problemas que le plantea la técnica, pero esa misma técnica está al servicio del genio, del latido, del impulso creador, del objeto que trasciende por encima de la realidad. Un artista no nos hace más fácil la existencia sino que nos lleva más adentro en el ser de las cosas; no busca una existencia más fácil sino la misteriosa esencia de la realidad.

            El pintor tiene un sueño en la mente y para llevarlo al lienzo se enfrenta con problemas técnicos que debe resolver; y cuando inventa el instrumento que le resuelve esas dificultades (por ejemplo la técnica del claroscuro, el descubrimiento de la perspectiva, la mezcla de colores para producir un nuevo color que aún no conoce nadie y que no le han enseñado en el taller); cuando resuelve, pues, esos escollos, esa técnica que acaba de inventar no es más que un instrumento para desarrollar la idea que tiene en la cabeza; el sueño nebuloso, la intuición más o menos vaga, la forma que pugna por salir. Y lo mismo le pasa al músico, al poeta, al escritor de relatos, al escultor, al arquitecto, al actor, al director de teatro o de cine, a quien tiene que diseñar el curso de una danza o a quien tiene que escribir un guión. 



            La palabra “arte” (“ars” en latín) significa lo mismo que en griego “techné”. Pero el arte es la entrega a la inspiración mientras que la ingeniería es la inspiración puesta al servicio de la utilidad; que viene de la necesidad. Cuando se pone al servicio del entretenimiento, del placer y del espíritu que se satisface lo llamamos juego. Y lo llamamos deporte si tanto el genio como el ingenio los ponemos al servicio del espíritu de superación.

            En griego, “poiesis” significa “producir”. Tanto el arte, como la ingeniería, como el juego como el deporte producen cosas. Sin embargo, no siempre podemos distinguir estas actividades productivas. El juego busca placer y el deporte superación, pero solemos disfrutar cuando nos superamos y nos solemos superar cuando sólo queremos disfrutar; como en una partida de ajedrez, un partido de rugby o saltando a la comba. Podemos plantear una hipótesis: si hay más superación que goce lo llamamos deporte, en caso contrario lo llamaríamos juego. Así, aunque la superación y el placer siempre estén mezclados, sabremos que el parchís y la oca son juegos mientras que el fútbol y el atletismo son deportes; y una misma actividad, como la comba, puede ser juego si nos esforzamos por ganar pasándolo bien o deporte si la utilizamos sólo para entretener.

            En las llamadas bellas artes siempre hay un esfuerzo creador. Lo hace el autor cuando escribe, esculpe o compone, pero también el espectador cuando lee, observa o escucha; leer una novela o un poema es recrearlo, volverlo a crear; y escuchar música es interpretar (y muchas veces interpretamos cosas distintas de las que buscaba el autor), dando sentido a lo que estamos escuchando, leyendo… contemplando. Pero cuando nos entregamos al goce de la obra de arte de manera pasiva somos espectadores inertes, consumimos arte sin poner esfuerzo en disfrutar; la calidad se mide por el esfuerzo en el goce y disfrutar leyendo folletines no puede tener la misma calidad que disfrutar leyendo a Dostoievski, Cervantes o Calderón. A mayor esfuerzo en la contemplación de la obra de arte, más creación y menos consumo; y más intensidad en el placer; y más bienestar cuanto más delicada, más alegría y más satisfacción.

            Hemos visto que el alma inspirada busca vivir la existencia si pone la inspiración al servicio del placer; o busca vivir en el fondo de las cosas, empeñada en sentir la esencia como cuando olemos en el aroma la esencia del café; desnudando la realidad de todos sus ropajes; disfrutándola en cueros, pura, como la poesía de Juan Ramón. Los culebrones de la televisión nos gustan y nos hacen disfrutar siguiendo las peripecias de sus personajes como si viviéramos con ellos, día tras día, y hasta nos hacen compañía si nos encontramos solos. Vivir con los personajes. Sentir con ellos, pensar con ellos y hasta aconsejarles lo que tienen que hacer. Integrarlos en nuestra existencia, quererlos como se quiere a los familiares y a los amigos, es más: convirtiéndolos en nuestros amigos y familiares. Por eso mucha gente disfruta con el culebrón. El culebrón le da amigos y vecinos, seres queridos y gente malvada para poder odiar; y se desahoga matando en la pantalla porque en el mundo real no se puede matar; o queriendo a ese personaje del que te has enamorado porque en el mundo real no te has podido enamorar; o te has enamorado con menos intensidad que en esa pantalla donde miras lo que en el mundo muchas veces no has podido ver.

            Ese es el arte para la existencia. El que nos crea una vida nueva para vivir en ella y, metiéndonos dentro de la novela, abandonamos por un tiempo ese mundo real donde no vivíamos con tanta intensidad. 



            Y luego está el arte para la esencia. La obra de arte, no ya el arte como entretenimiento. El arte de consumo nos ayuda a pasar el tiempo cuando en la vida real no nos pasaba nada interesante y el tiempo, vacío, pasaba lánguido, monótono; para matar ese aburrimiento necesitábamos matar el tiempo que pasa sin sustancia y se alarga, desesperadamente, en el hastío de un vacío que parece eterno. Para matar el tiempo vacío ha nacido el arte de consumo. El que no te hace pensar mucho pero te divierte, el arte para el gran público.  

Pero el arte de calidad (y por qué no decirlo: el de verdad) hace justamente lo contrario: llena de sentido el vacío que hay en nuestras vidas y lo eleva por encima de ellas; o quién sabe, tal vez penetra en ellas por debajo, hasta adentro, hasta trascender; nos proyecta hacia espacios de plenitud, nosotros que no necesitamos buscar amigos porque ya los tenemos o porque no nos hacen falta; y buscamos el éxtasis que nos endulza la vida más que la miel; vivimos, entonces, más allá de nuestra existencia, buscando el fondo que tiene dentro (su esencia), igual que el aroma del café nos lleva a éxtasis más profundos que si estuviéramos aspirando un sorbo de café; o como cuando unas formas insinuadas a través de la ropa nos embriagan más que los cuerpos sin ropa: porque en ellos se esconde el hastío, el vacío de consumir, sin ese estar ebrio que nos quita el sentido, borrachos de erotismo; cuando lo erótico se ha ido porque hemos quitado la ropa que cubría los cuerpos y, cubriéndolos, mostraba su desnudez.

Si: el arte es un salto dentro de la esencia. En la esencia de las cosas nos emborrachamos de belleza, de lo hondo, de lo más íntimo, lo que nos arranca de la existencia y nos lleva más allá: al ser; donde la vida se hunde dentro de sí misma perdiendo la conciencia, en el abismo, en el arrebato, en el vuelo que nos lleva, lejos de la monotonía y el aburrimiento; donde por un momento somos capaces de vislumbrar misterios que permanecen ocultos al común de los mortales.

Ése es el arte. No el entretenimiento, el arte, el arte de verdad. Escuchad la novena sinfonía de Beethoven. La patética de Tchaikovsky, buscad en las Pasiones de Bach, en las tragedias de Shakespeare, los libros de Luis Landero, algunas de las cosas de Calderón. En el Partenón de Atenas. La Sagrada Familia, la catedral de Chartres, la capilla Sixtina, la piedad de Miguel Ángel, buscad en Turner, Velázquez, Delacroix… Buscad en el arte. En el arte que ha nacido para darle intensidad a la vida. No para entretenerla. Para gozar contemplando el sentido y no el sinsentido con que gozan quienes no han aprendido a entrar en él. El arte: el que nos abre las puertas de la esencia, el que pone esencia en nuestra vida para que siempre sea esencial nuestro vivir. El arte. La vida plena, la puerta que nos salva… La única llave capaz de abrirla es el esfuerzo. El esfuerzo: motor que eleva el placer a la máxima potencia, no la droga ni el vino ni el dinero fácil, ni las promesas falsas, el arte; el que, con la ética, se ha convertido en viento que sopla y ya es el eje fundamental de nuestro existir.

 


 

viernes, 19 de noviembre de 2021

EL MUNDO DE HOMERO

 

 

EL MUNDO DE HOMERO

VIRTUDES…

 


            No sirve entonces ser astuto en el valor. En el valor hay que ser prudente, como Telémaco[1]. La prudencia (valor templado en la cabeza o cabeza templada en el corazón) no la tuvo Ulises. Ulises se creyó que bastaba con tener razón para ser justo, y la razón fue mala cuando quedó sembrada entre las tripas. Mientras tanto ¿qué hacia Penélope? Esperar: discreta Penélope[2]. Penélope, belleza y juicio[3]; el buen juicio, que al de Ulises lo perdió la vehemencia, y perdió el sentimiento a fuerza de sentir tanto. Penélope, virtuosísima[4], intachable esposa. Conservó la memoria de Ulises y ella perdurará constantemente en nuestra memoria. Lo bueno, lo que vale la pena recordar; la gente buena, será recordada por los siglos de los siglos.

            En el pecho nos gobierna el ánimo; bueno o malo, el ánimo agita el sentimiento en nuestro pecho[5]; y las cosas que resultan feas para los otros pueden ser gratas para mí, por haberme dado la naturaleza esa inclinación; “que no todos hallamos deleite en las mismas acciones”[6]. A unos les gusta el campo, a otros los remos; a unos la casa, a otros la pluma: cada cual tiene sus vocaciones, cada cual tiene sus fuerzas. Pero hay quienes tienen el ánimo excitado y aturdido el entendimiento y no todo es bueno en esos gustos; puede ocurrir que el ánimo esté deformado, y tenemos mal gusto. El vino, el vino vuelve loco nuestro ánimo[7]; el vino puede perturbar el entendimiento[8].

            De entre las cosas que ocurren, unas se recuerdan en nuestro mundo, otras se recuerdan en todos los mundos. Unas se transmiten a través de nuestro pueblo; otras atraviesan el alma de todos los pueblos. Unas son el alma de mi tierra, otras son el alma de la humanidad entera: sólo estas últimas son las virtudes; los vicios yacen escondidos entre ellas en las primeras. La virtud es un esfuerzo por hacernos mejores; pero algunos prefieren más que ser buenas personas, ser buenos guerreros. No se lo podemos reprochar a Ulises: ésa fue su época, y Ulises fue un sarmiento crecido entre las uvas de su tiempo.

            Hospitalidad. Amor. Inteligencia. Astucia. Mando. Fuerza. El ideal de la paz. Tales fueron las virtudes de los tiempos de Homero; que no sabemos si fueron también las virtudes de Ulises. El tiempo es una casa donde vivimos. Podemos mirar el mundo desde nuestra casa, y entonces lo que sucede como ha sucedido siempre es razonable. Pero también podemos mirar las cosas desde fuera de nuestra casa; y desde fuera de las otras casas que se levantan fuera de la mía. Estén cerca o estén lejos; podemos contemplar el mundo desde fuera de todas las épocas y de todos los lugares; es decir, desde ninguna parte; entonces nos parecerá razonable lo que sucede siempre, aunque no sea lo que siempre sucede en nuestra casa. Vivir es estar a caballo entre dos tiempos: el nuestro y el de la eternidad; el nuestro nos da las razones donde hemos crecido; el otro nos da las razones que lo eran antes de nacer. Por eso la vida es un viaje. Vivir es vagar y vagar es estar perdido; unas veces buscamos sin rumbo, otras veces erramos sin rumbo. Y cuando salimos de casa nos sentimos perdidos. Aunque a veces sentirse perdido es la primera señal de que estamos en el camino. La vida es una cuerda perdida entre la soledad y la pereza. 



            Pues las virtudes son las virtudes del mundo que hay fuera de las casas: algunas veces las rodea; otras las penetra. Virtudes de los tiempos homéricos. La hospitalidad. “Tan mal procede con el huésped quien le incita a que se vaya cuando no quiere irse, como el que lo detiene si le cumple partir”[9]. Palabras de Menelao. Antínoo. Los pretendientes quisieron quedarse pero Ulises los estaba echando. ¿Era Ulises poco hospitalario? Hospitalarios eran los feacios. Que, cuando Ulises quiso marcharse, lo acompañaron en uno de sus barcos.

            No. La hospitalidad era una costumbre de la casa de Ulises. Pero se levanta sobre una costumbre que comparten todas las casas. Que el huésped respete a su anfitrión; que si no están esos cimientos universales no podremos construir el edificio; que las virtudes de una época se construyen sobre las que atraviesan todas las épocas, sobre las virtudes de la humanidad.

            Inteligencia: “viendo la paja conoceréis la mies”[10]; veréis en las apariencias lo que late escondido en lo profundo; la inteligencia, unas veces, sirve para convencer; otras es el cemento del engaño. Y ahí se convierte en astucia. Ulises, astuto, engañó al cíclope que los avasallaba; y salió del antro donde los daban por muertos[11]. Pero también mató a inocentes engañándolos con su astucia: niños murieron en Troya junto a los combatientes; y también murieron mujeres y ancianos: atrapados en el caballo de Ulises, pérfido, injusto, desolador, y malvado. Sin embargo el saqueo estaba bien visto. Era una costumbre de su tiempo, y Ulises, al abrir una orgía de sangre, sólo pudo ser un héroe de su tiempo. Y se perdió la ocasión de ser el héroe de todos los tiempos.

            Mandar. Esclavizar. El jefe no es el guía de su pueblo, sino el que lo alimenta para esclavizarlo. “No toleraré que permanezca ocioso quien coma de lo mío”[12]: así vive Telémaco; y en sus palabras late el espíritu de la época y el de todos los tiempos. Como habla desde su época, dice: si quieres comer, obedece; y si hablara fuera de ella diría: si quieres vivir, trabaja: ése es el espíritu de todos los tiempos. Está en la fábula de Esopo. Un labrador dijo a sus hijos en su lecho de muerte: buscad debajo de la tierra, en ella hay un tesoro; los hijos cavaron todo el campo y no lo encontraron, pero aquel año la tierra dio sus mejores frutos; la fábula enseñaba que el trabajo es un tesoro; pero el trabajo es libre, y no se condena a la esclavitud dando la libertad en precio, a cambio de comida, para que obedezcas a quien no sabe mandar.

            Fuerza. La fuerza mana de la inteligencia, nunca contra ella; de lo contrario será violencia, furia, crueldad. La verdadera fuerza no se deja atrapar por la ira (Ulises cayó prisionero de ella). Fuerza del ánimo: los bríos. Fuerza del brazo: el vigor. Así lo dice Telémaco cuando habla con su padre: pues que “dicen que tu consejo es en todas cosas el mas excelente”, nosotros seguiremos tu consejo; “y no han de faltarnos bríos en cuanto lo permitan nuestras fuerzas”[13]. Así lo decía también don Quijote: “sus fueros, sus bríos; sus premáticas, su voluntad”; no hay leyes que no procedan de la fuerza, y no hay fuerza sana si no procede de la voluntad. De la voluntad, no del capricho, ni de la ira; ni de la mediocridad. Penélope nos recuerda que somos de vida corta; y mientras al cruel lo insultan después de muerto, al intachable le dan una fama que alarga su vida después de morir[14]; y si nuestra vida se ha de acabar un día, sólo la del bueno perdurará siempre en nuestra memoria; y hasta traspasará la barrera de nuestro tiempo; y seguirá vivo más allá de nuestro mundo, en los tiempos de los tiempos. Porque no será el héroe de la guerra, sino de la paz. “Ámense los unos a los otros”[15], dice Zeus; y que se olviden todas las matanzas; pero Zeus presupone que algunas matanzas son necesarias; Ulises era necesario en la sociedad de Homero. Nosotros no lo necesitamos hoy. Ulises se convirtió en un magnífico héroe para los griegos, pero perdió la oportunidad de convertirse en el mejor héroe de todos los tiempos.

 


…Y VICIOS

 

            La inteligencia nos sirve para despertar el ánimo, para inervar la fuerza, para cimentar el amor; no para dirigir la astucia en contra de nosotros. En Ítaca los pretendientes, soberbios, pronunciaban buenas palabras “revolviendo en su espíritu cosas malas”[16]; cuando el espíritu no es el reflejo de las palabras: dos caras, una distinta de la otra; hipocresía; para maquinar contra Telémaco “la muerte y el destino”[17]: lo mismo que contra los otros hacía su padre. ¡Oh, Ulises, fecundo en ardides! Cuando tu astucia maquina contra los otros eres sabio, pero cuando te lo hacen los otros a ti son crueles: y vas a jugar siempre con un doble rasero; bueno lo que te favorece, aunque a otros perjudique; malo lo que te perjudica, aunque beneficie a todos.

            Lo contrario de la soberbia es la timidez. Pero “al que está necesitado”, dice Homero, “no le conviene ser vergonzoso”[18]; y hay quien, “obligado por la necesidad”, cantaba ante los pretendientes: como el aedo Femio[19]; el mismo que, defendiéndose ante Ulises, decía:

            -No he entrado yo en esta casa de propio impulso, ni obligado por la penuria; me han forzado a que venga[20].

            Timidez, dignidad, soberbia: la fuerza o la penuria nos arrancan la timidez, el impulso nos lleva entre la dignidad y la soberbia; la pérdida de la dignidad nos lleva a la soberbia, y la ira es el vestíbulo por donde se va; de ahí que Homero nos recomiende paciencia. Hay que contener la cólera en el corazón[21], conservar la fuerza, pero sin perder la inteligencia: la única que puede convencer al ánimo[22]; evitar que el ánimo sea cruel, “más duro que una piedra”[23].

            Ser duro es no sentir, sentir es ablandar el ánimo. La envidia. La envidia es una sensibilidad ciega para lo que no sea nuestro. Arneo. Iro. El mendigo que intentó echar a Ulises de su propia casa, sin saberlo.

            -En este umbral hay sitio para los dos –dijo Ulises- y no hay por qué envidiar las cosas del otro[24].

            Y sin embargo las envidiaba. Quería todo el sitio para sí y no compartirlo con ningún mendigo. Pensar en sí, sin importarle el mundo; pensar en hoy, sin importar mañana; aquel mendigo era verdaderamente pobre; miserable; pobre de comida, y de espacio y tiempo. “¡Rústicos necios que no pensáis más que en lo del día!”[25] Sólo os preocupa lo inmediato, lo importante os deja fríos; no tenéis ideales, ilusiones, ni futuro; sólo os importa el momento, la comida; matáis de hambre vuestro espíritu preocupados sólo de alimentar vuestro cuerpo; os habéis vendido por un plato de lentejas. 



            Ahora se han caído las máscaras, estamos presenciando el ocaso de los ídolos. Penélope era injusta, Ulises cruel. No eran nobles en la fortuna, sino en el infortunio. Ulises era colérico, Penélope despreciativa. Ulises se desnudó de sus andrajos. Tensó el arco, disparó la flecha. La flecha pasó por el ojo de las segures. Y Penélope musitaba:

            -No voy a casarme contigo. No sería razonable.

            Momentos antes se había comprometido a casarse con quien lo hiciera. Y al ver que uno de ellos no era un príncipe, al punto precisó: contigo no. Porque no importaba que fuera bueno, lo importante era que, aunque malvado, fuera hijo de un rey, un príncipe. Penélope no miraba desde lejos para ver el bosque. Miraba desde dentro y sólo veía árboles. Y si lo razonable necesariamente era lo justo, allí, ante todo, tenía que ser la tradición y la costumbre; aunque no fuera lo justo; aunque valiera más un plebeyo que un noble. En la óptica de la nobleza era Penélope un espíritu mediocre: que prefería las cosas de su tiempo, hasta tal punto su tiempo la impregnaba; y su amor por la humanidad palidecía un poco, porque nos cuesta más mirar desde la óptica de todos los tiempos; la tradición es, para el espíritu, el mundo de las preocupaciones del día; la preocupación que vale está en el mundo de la humanidad entera; de las ilusiones puras; de los ideales.

            Todo es fruto de la dedicación. Del esfuerzo. Quien es “ducho en malas obras no querrá aplicarse al trabajo, antes irá mendigando”[26] ; mendigando para su vientre; su vientre insaciable.

 


 



[1] Homero, La Odisea, p. 196.

[2] Ibídem, p. 214.

[3] Ibídem, p. 237.

[4] Ibídem, p. 308.

[5] Ibídem, p. 227.

[6] Ibídem, p. 182.

[7] Ibídem, p. 241.

[8] Ibídem, p. 246.

[9] Ibídem, p. 191.

[10] Ibídem, p. 181.

[11] Ibídem, p. 259.

[12] Ibídem, p. 243.

[13] Ibídem, p. 296.

[14] Ibídem, p. 251.

[15] Ibídem, p. 315.

[16] Ibídem, p. 217.

[17] Ibídem, p. 264.

[18] Ibídem, p. 224.

[19] Idídem, p. 288.

[20] Ibídem, p. 289.

[21] Ibídem, p. 221.

[22] Ibídem, . 298.

[23] Ibídem, p. 295.

[24] Ibídem, pp. 231-232.

[25] Ibídem, p. 271.

[26] Ibídem, p. 221.