MÁS ALLÁ DEL ARTE DE
CONSUMO:
LAS BELLAS ARTES
El
arte es una creación artificial. Toda creación es artificial pero no
necesariamente artificio, que lo artificioso no es arte; a lo que es
artificioso lo llamamos engendro, no creación, y un engendro es el producto de
una técnica más o menos sofisticada para producir objetos. No es lo mismo lo
ingenioso, que es producto del ingenio, del ingeniero, que lo artístico, que es
producto de la inspiración, del artista.
Creamos
cuando producimos algo nuevo, cuando engendramos cosas insólitas y novedosas a
partir de viejos materiales; cuando ordenamos cosas conocidas para dar a luz
cosas que desconocíamos. En la creación hay un saber hacer y unas destrezas (la
técnica), y un saber qué hacer (la meta, la intención, el objetivo); saber qué
hacer y cómo hacerlo; o descubrir el cómo (la técnica aplicada a los materiales,
el diseño) para realizar (o materializar) una idea que tenemos. Muchas veces
esa idea puede ser vaga; sabemos qué problema queremos resolver pero no sabemos
qué invento necesitamos para resolverlo. Inventar algo quizá no sea sólo
ingeniarnos para realizar una idea, sino sobre todo buscar también cuál es la
idea que queremos realizar; tal vez lo hallemos por un toque de inspiración,
por un destello de ingenio o tal vez, por qué no, simplemente por azar.
Cuando
las creaciones son fruto del ingenio pertenecen a la industria. Cuando son
fruto de un destello lo llamamos arte. El inventor puede ser un ingeniero si
encuentra lo que busca guiado claramente por el problema que quiere resolver;
pero si no sabe lo que busca pero sí qué quiere hacer, porque el problema que
pide solución no tiene en sí mismo las claves de su solución, entonces el
inventor es un artista. El inventor se ve guiado por la necesidad, y por la
utilidad, y puede ser ingeniero (si lo guía su ingenio) o artista (si lo guía
el genio, el latido, el destello, la inspiración); un ingeniero puede ser
ingenioso o genial.
Pero
cuando hablamos del arte como ideal no nos estamos refiriendo a satisfacer
necesidades, ni a buscar objetos que nos pueden resultar útiles, sino a crear
cosas que nos dejen satisfechos de haberlas creado, a encontrar emoción en la
tarea, a dejarse llevar por un impulso apasionado y, a fin de cuentas, por la
felicidad. El artista puede ser ingenioso para resolver problemas que le
plantea la técnica, pero esa misma técnica está al servicio del genio, del
latido, del impulso creador, del objeto que trasciende por encima de la
realidad. Un artista no nos hace más fácil la existencia sino que nos lleva más
adentro en el ser de las cosas; no busca una existencia más fácil sino la misteriosa
esencia de la realidad.
El
pintor tiene un sueño en la mente y para llevarlo al lienzo se enfrenta con
problemas técnicos que debe resolver; y cuando inventa el instrumento que le
resuelve esas dificultades (por ejemplo la técnica del claroscuro, el descubrimiento
de la perspectiva, la mezcla de colores para producir un nuevo color que aún no
conoce nadie y que no le han enseñado en el taller); cuando resuelve, pues,
esos escollos, esa técnica que acaba de inventar no es más que un instrumento
para desarrollar la idea que tiene en la cabeza; el sueño nebuloso, la
intuición más o menos vaga, la forma que pugna por salir. Y lo mismo le pasa al
músico, al poeta, al escritor de relatos, al escultor, al arquitecto, al actor,
al director de teatro o de cine, a quien tiene que diseñar el curso de una
danza o a quien tiene que escribir un guión.

La
palabra “arte” (“ars” en latín) significa lo mismo que en griego “techné”. Pero
el arte es la entrega a la
inspiración mientras que la ingeniería es
la inspiración puesta al servicio de la utilidad; que viene de la necesidad.
Cuando se pone al servicio del entretenimiento, del placer y del espíritu que
se satisface lo llamamos juego. Y lo
llamamos deporte si tanto el genio
como el ingenio los ponemos al servicio del espíritu de superación.
En
griego, “poiesis” significa “producir”. Tanto el arte, como la ingeniería, como
el juego como el deporte producen cosas. Sin embargo, no siempre podemos
distinguir estas actividades productivas. El juego busca placer y el deporte
superación, pero solemos disfrutar cuando nos superamos y nos solemos superar
cuando sólo queremos disfrutar; como en una partida de ajedrez, un partido de rugby
o saltando a la comba. Podemos plantear una hipótesis: si hay más superación
que goce lo llamamos deporte, en caso contrario lo llamaríamos juego. Así,
aunque la superación y el placer siempre estén mezclados, sabremos que el parchís
y la oca son juegos mientras que el fútbol y el atletismo son deportes; y una
misma actividad, como la comba, puede ser juego si nos esforzamos por ganar
pasándolo bien o deporte si la utilizamos sólo para entretener.
En
las llamadas bellas artes siempre hay un esfuerzo creador. Lo hace el autor
cuando escribe, esculpe o compone, pero también el espectador cuando lee,
observa o escucha; leer una novela o un poema es recrearlo, volverlo a crear; y
escuchar música es interpretar (y muchas veces interpretamos cosas distintas de
las que buscaba el autor), dando sentido a lo que estamos escuchando, leyendo…
contemplando. Pero cuando nos entregamos al goce de la obra de arte de manera
pasiva somos espectadores inertes, consumimos arte sin poner esfuerzo en
disfrutar; la calidad se mide por el esfuerzo en el goce y disfrutar leyendo
folletines no puede tener la misma calidad que disfrutar leyendo a Dostoievski,
Cervantes o Calderón. A mayor esfuerzo en la contemplación de la obra de arte,
más creación y menos consumo; y más intensidad en el placer; y más bienestar
cuanto más delicada, más alegría y más satisfacción.
Hemos
visto que el alma inspirada busca vivir la existencia si pone la inspiración al
servicio del placer; o busca vivir en el fondo de las cosas, empeñada en sentir
la esencia como cuando olemos en el aroma la esencia del café; desnudando la
realidad de todos sus ropajes; disfrutándola en cueros, pura, como la poesía de
Juan Ramón. Los culebrones de la televisión nos gustan y nos hacen disfrutar
siguiendo las peripecias de sus personajes como si viviéramos con ellos, día tras
día, y hasta nos hacen compañía si nos encontramos solos. Vivir con los
personajes. Sentir con ellos, pensar con ellos y hasta aconsejarles lo que
tienen que hacer. Integrarlos en nuestra existencia, quererlos como se quiere a
los familiares y a los amigos, es más: convirtiéndolos en nuestros amigos y
familiares. Por eso mucha gente disfruta con el culebrón. El culebrón le da
amigos y vecinos, seres queridos y gente malvada para poder odiar; y se
desahoga matando en la pantalla porque en el mundo real no se puede matar; o
queriendo a ese personaje del que te has enamorado porque en el mundo real no
te has podido enamorar; o te has enamorado con menos intensidad que en esa pantalla
donde miras lo que en el mundo muchas veces no has podido ver.
Ese
es el arte para la existencia. El que nos crea una vida nueva para vivir en
ella y, metiéndonos dentro de la novela, abandonamos por un tiempo ese mundo
real donde no vivíamos con tanta intensidad.
Y
luego está el arte para la esencia. La obra de arte, no ya el arte como
entretenimiento. El arte de consumo nos ayuda a pasar el tiempo cuando en la
vida real no nos pasaba nada interesante y el tiempo, vacío, pasaba lánguido,
monótono; para matar ese aburrimiento necesitábamos matar el tiempo que pasa
sin sustancia y se alarga, desesperadamente, en el hastío de un vacío que
parece eterno. Para matar el tiempo vacío ha nacido el arte de consumo. El que
no te hace pensar mucho pero te divierte, el arte para el gran público.
Pero el arte
de calidad (y por qué no decirlo: el de verdad) hace justamente lo contrario:
llena de sentido el vacío que hay en nuestras vidas y lo eleva por encima de
ellas; o quién sabe, tal vez penetra en ellas por debajo, hasta adentro, hasta
trascender; nos proyecta hacia espacios de plenitud, nosotros que no
necesitamos buscar amigos porque ya los tenemos o porque no nos hacen falta; y
buscamos el éxtasis que nos endulza la vida más que la miel; vivimos, entonces,
más allá de nuestra existencia, buscando el fondo que tiene dentro (su esencia),
igual que el aroma del café nos lleva a éxtasis más profundos que si
estuviéramos aspirando un sorbo de café; o como cuando unas formas insinuadas a
través de la ropa nos embriagan más que los cuerpos sin ropa: porque en ellos
se esconde el hastío, el vacío de consumir, sin ese estar ebrio que nos quita
el sentido, borrachos de erotismo; cuando lo erótico se ha ido porque hemos quitado
la ropa que cubría los cuerpos y, cubriéndolos, mostraba su desnudez.
Si: el arte es
un salto dentro de la esencia. En la esencia de las cosas nos emborrachamos de
belleza, de lo hondo, de lo más íntimo, lo que nos arranca de la existencia y
nos lleva más allá: al ser; donde la vida se hunde dentro de sí misma perdiendo
la conciencia, en el abismo, en el arrebato, en el vuelo que nos lleva, lejos
de la monotonía y el aburrimiento; donde por un momento somos capaces de vislumbrar
misterios que permanecen ocultos al común de los mortales.
Ése es el arte.
No el entretenimiento, el arte, el arte de verdad. Escuchad la novena sinfonía
de Beethoven. La patética de Tchaikovsky, buscad en las Pasiones de Bach, en
las tragedias de Shakespeare, los libros de Luis Landero, algunas de las cosas
de Calderón. En el Partenón de Atenas. La Sagrada Familia, la catedral de
Chartres, la capilla Sixtina, la piedad de Miguel Ángel, buscad en Turner,
Velázquez, Delacroix… Buscad en el arte. En el arte que ha nacido para darle
intensidad a la vida. No para entretenerla. Para gozar contemplando el sentido
y no el sinsentido con que gozan quienes no han aprendido a entrar en él. El
arte: el que nos abre las puertas de la esencia, el que pone esencia en nuestra
vida para que siempre sea esencial nuestro vivir. El arte. La vida plena, la puerta
que nos salva… La única llave capaz de abrirla es el esfuerzo. El esfuerzo:
motor que eleva el placer a la máxima potencia, no la droga ni el vino ni el
dinero fácil, ni las promesas falsas, el arte; el que, con la ética, se ha convertido
en viento que sopla y ya es el eje fundamental de nuestro existir.
