viernes, 31 de diciembre de 2021

DE LA EDUCACIÓN INTEGRAL DE LA PERSONA

 

DE LA EDUCACIÓN INTEGRAL DE LA PERSONA   

 


            Mi hijo ha sacado un sobresaliente. Pero no en educación física ni en plástica ni en música, no… ¡En matemáticas! ¡En física, en biología, en lengua! En las cosas que importan de verdad. Mi hijo es un genio.

            Estos padres no saben lo que dicen. Querrían que su hijo fuera un cerebro sin cuerpo, sin alma, sin sentimientos. Su hijo podría ser –pero ellos no se dan cuenta- un cerebro conectado a una pila que sólo vale para calcular. El niño que saca sobresaliente sólo en las cosas del pensar no es más que una computadora conectada a la luz; que nos digan esos padres qué les parecería que su hijo les hablara con la cara convertida en teclado, un circuito donde tiene la cabeza y una memoria electrónica donde tiene los recuerdos.

 


            Mi hijo ha sacado sobresaliente en educación física. Tiene un cuerpo de Hércules, una fuerza impresionante, nadie puede con él y gana todos los partidos. Eso sí, suspenso en matemáticas, en física, en biología, en música, en plástica, en historia, en literatura, no sabe nada de nada pero… mira qué cuerpo tiene.

            Estos padres no se dan cuenta de que su hijo es un cuerpo sin cerebro, sin mundo y sin corazón, que no sabe disfrutar con nada que no sea el cuerpo ni le interesa el arte, la música, la literatura, la historia y la ciencia; ese chico podría ser un cuerpo sin cabeza. ¿Qué pensarían esos padres si vieran así a su hijo?

 


            Mi hijo ha aprendido un buen oficio. Va a ganar salarios estupendos y lo van a llamar de todas partes y no vivirá más que para el trabajo; cuando uno vive para trabajar no sabe trabajar para vivir.

            Ese chico no sabría pensar, con los demás haría el ridículo, no sabría qué hacer en las fiestas y sería un alfeñique; ni sabría hacer ejercicio físico, ni sabría bailar ni relacionarse con las chicas, sus padres lo tendrían metido en casa y sería un inadaptado; eso sí, ganaría un buen sueldo.

 


            Mi hijo tiene un montón de amigos, lo llaman a todas partes y todos le quieren; qué pena que no sepa nada de nada, ni siquiera sepa pensar y no tenga oficio ni beneficio; ni tampoco conozca las historias de su país, ni las mejores obras de arte, ni tenga maña para pintar ni tampoco sepa sentir la música.

            Ese chico será una máquina de hacer amigos. Sin cuerpo y sin cabeza, sin corazón y, si me apuras, sin cuerpo; sabrá posar allí donde vaya, será un hombre de éxito y siempre será un figurín.

 


            Mi hijo es inteligente, tiene cuerpo de atleta, sabe un montón de cosas, tiene un buen oficio y no le faltan amigos; ay, pero no tiene corazón.

            Ese chico será un pensador cruel con un cuerpo bruto, tendrá una cultura apabullante y dominará el oficio; ay, pero será frio, maquiavélico y calculador, ese chico tal vez sea un asesino.

 


            A los chicos no puede faltarles ni cabeza ni cuerpo ni cultura ni amigos, ni puede faltarles corazón ni oficio. No tener más que cabeza es quedar convertido en máquina. No tener más que cuerpo es vivir esclavo del gimnasio, del abuso de sustancias vigorizantes, de la vigorexia; el cuerpo debe desarrollarse en contacto con la cabeza porque ya lo dice el refrán: mens sana corpore sano. No tener más que oficio es condenarse a ser un engranaje de la sociedad, sin libertad ni vida propia. No tener más que amigos es olvidarse de que la vida social no puede darse si no tenemos nada en el corazón, el cuerpo, el trabajo o la cabeza.

            Nuestros hijos no pueden ser como Mister Spock: pensamiento que no siente. Ni como Pinocho: sentimiento que no piensa. Ni tampoco como Hitler: el pensamiento de un corazón enfermo. Ni como Fausto: una mente brillante que vive aislada en su soledad, sin atreverse a salir a la calle. Una persona es un corazón, una cabeza, un cuerpo, un ser social y un oficio, esas cinco cosas juntas conforman el desarrollo integro de la persona. La educación del cuerpo está al servicio de la persona, lo mismo que la del corazón y la cabeza, y si falta alguna de esas cosas el equilibro estará cojo. La sexualidad sin amistad es violación; el ejercicio físico sin cabeza da siempre en el exceso; en el deporte que quiere ganar a toda costa aunque en el camino nos dejemos el corazón, porque nos falle; quien sólo tiene amigos y está vacío por dentro no es más que un presuntuoso, un figurín, un escaparate. Y para no ser ni violador ni imprudente ni estafador, ni maquiavélico ni ignorante ni un figurín en el escaparate: para no ser ninguna de esas cosas, ha de ser completa la educación; no hay que dejar pasar unas para favorecer a otras porque las consideremos de mayor trascendencia: todos los aspectos de la persona son igualmente importantes; y aunque faltara uno solo ya estaría roto el equilibrio, porque tendríamos al discípulo abandonando la fortaleza, convertida ya en una persona frágil. He aquí las cosas en las que debe pensar un buen maestro.

 


viernes, 24 de diciembre de 2021

NAVIDAD

 

 

 

NAVIDAD    

 


            Es el solsticio de invierno. Según donde estemos, puede ser donde el sol se hunde o donde se eleva a su máximo esplendor. Se hunde en el Mediterráneo, donde Proserpina fue condenada a bajar a los infiernos seis meses al año; cuando esto sucede la naturaleza se agosta, la vegetación se seca, se caen las hojas, y las flores, hechas fruto, hace tiempo que se marchitaron en el estómago de los animales. Y se eleva junto al Pacífico, donde el Sol es nuestro dios y nosotros somos los hijos del Sol; allí, en el Cuzco, la naturaleza vive al revés; y hace calor cuando nieva en el Mediterráneo y los indios, vestidos de colores, suben a Sacsahuamán al son de las quenas y celebran la fuerza de la vida encarnada en el sol.

            La navidad es ante todo natividad: nacimiento; cuando muere la naturaleza nace el espíritu, libre de oropeles, en el cuerpo del más inocente y desvalido de los niños. Pareciera que cuando la naturaleza pierde fuerza se desnuda por fuera, mientras que por dentro vuelve a crecer. Ese niño, metáfora del espíritu, sólo podía ser inocente, vulnerable, desprotegido, pobre; tan débil por fuera como fuerte en su interior. Por eso le temen los poderosos. Asustados, como Herodes, por su fuerza, mandan matarlo pero Jesús ha nacido en Belén; en un pesebre donde no hay más lujo que la paja, donde sólo nacen los animales sin oropeles, donde se manifiesta la naturaleza en estado puro, en toda su desnudez. Y como Herodes no lo encuentra, manda matar a todos los niños en la seguridad de que, entre ellos, estará el niño cuya fuerza siente como una amenaza. La navidad también es la matanza de los inocentes porque hay quien se ofende si uno comete el pecado de mostrarse desnudo, de mostrarse como es. 



            Y es la huida a Egipto. Dejar tu casa para huir de la muerte, para abandonar los lugares que han sido hollados por las masacres, buscando refugio en un país desconocido donde a veces no hay una casa donde puedas, no digo ya crecer como persona, sino simplemente dormir y comer. Hay muchos refugiados en el mundo. Y Jesús es el patrón de los refugiados, de los perseguidos, de los desamparados, de los hambrientos, de los desvalidos, de aquellos cuya casa estaba en medio de una guerra y tú has tenido que quitarte de en medio para que no te cayeran los proyectiles de ninguno de los dos bandos. En esos casos huir no es propio de cobardes. La huida es la única arma que tienen quienes velan por su familia y no quieren matar y morir; sobre todo porque están en poder de las armas y los únicos desarmados son los inocentes y los pacíficos.

            La navidad es, en fin, un árbol: símbolo de la naturaleza en las tierras de Europa central. Nosotros lo vestimos con regalos, con guirnaldas, con luces, con papeles de colores, y en la copa de ese árbol brilla, oh dios, la estrella de navidad. Vestimos a un árbol para celebrar al niño que representa a la vida en toda su desnudez. Y panderetas y zambombas, cantamos villancicos, pedimos el aguinaldo, celebramos la familia unida y comemos el turrón; como aquella otra familia que se fue a Egipto para escapar de la masacre de los inocentes; que en la adversidad crecen el abrazo y el cariño, los arranques tiernos que sólo se pueden saciar apretando al otro entre tus brazos, apretándolo bien fuerte, y el sentimiento se dispara en un corazón transido que ha volado por un instante para luego volver; en ese instante ha sentido la pérdida de la razón y es ese arranque indescriptible que sólo se puede sentir por unos padres, por unos hermanos, por el amor de los esposos, por un niño como aquel ser vulnerable, tan lleno de fuerza, que dicen que un día nació en Belén.

 


viernes, 17 de diciembre de 2021

LA VENTANA DE CRISTAL

 

LA VENTANA DE CRISTAL

13. LOS MISERABLES.    

 


            Hoy me ha pedido dinero un hombre en la calle. Por reflejo le he dicho que no, acostumbrado a ver a tanto sinvergüenza vivir del cuento. Luego lo he visto otra vez. En sus ojos había una soledad terrible, algo se ha movido dentro de mí, y el corazón me ha dado un vuelco. He buscado unas monedas en el bolsillo y no las tenía. Le he mirado de frente y me he preguntado si tendría dónde comer esta noche y dónde dormiría; en esta noche de invierno. Que me apena que a los pobres los confundan con los pícaros traviesos, gamberros y frescos.

            Ayer vi a tres mujeres vestidas como en la España de hace tiempo. Que dónde estaba ese comercio. Se lo he explicado con gestos y ellas se han ido a buscarlo, riendo en pleno jolgorio. Entonces he comprendido: eran trabajadoras de las mafias; iban a pedir limosna; así se ganan el sueldo; el que les dejan los jefes que las explotan.

            Luego he ido a la estación y me he encontrado a Óscar. Tiene cincuenta años y hace algunos que lo echaron de su casa; no le dejan visitar a sus padres; porque un día les pegó una paliza y mandó a su padre al hospital; por violento; porque la droga le ha comido el cerebro y hoy se ha convertido en un desecho humano. Hace tiempo que duerme en la calle. En verano y en invierno. Hace frío, hoy es un día de invierno. Óscar estaba contento. “Ayer un negro me llevó a su casa”, me ha dicho, “y me ha dejado dormir allí, ¡figúrate, en una cama!” Mi corazón se ha hundido dentro de mi pecho. ¿Desde cuándo no duerme en una cama este hombre? Ésta es la pobre gente que no está pobre en el bolsillo, sino en el cerebro. Pero el hombre que vi en la calle no estaba mal del cerebro, pasaba hambre. Ésta es la gente de Víctor Hugo. Los que viven olvidados, los que tienen hambre, los que no pueden pensar, los que no tienen futuro, la sal de la tierra. Los miserables. Que a veces te suele dar más quien tiene el bolsillo menos lleno.

 


viernes, 10 de diciembre de 2021

LA ACHIRANA DEL INCA

 

LA ACHIRANA DEL INCA 

 


            Quienes se creen superiores quieren ser diferentes; o al menos conseguir que los demás se lo crean. Se inventan una naturaleza especial, la meten en un pasado mítico y meten esas creencias en la gente a fuerza de mazo y violencia; al final ellos mismos acaban creyéndoselas; se acaban creyendo sus propias mentiras.

            Hubo un tiempo en que el Perú era el Tahuantinsuyo. El Tahuantinsuyo era el reino de los cuatro suyos,  las cuatro regiones del espacio, las cuatro esquinas de la tierra; que no era toda la tierra, sino solamente el vasto territorio que crece en los alrededores de los Andes. Y como su ignorancia les hace creerse el centro del mundo, la ciudad que fundan pasa por ser para todos el ombligo universal; y se lo tienen que creer todos; eso no es nada raro, pues también esas cosas les pasaban a los griegos.

            Las cuatro regiones de las que estaba hecho el mundo eran los cuatro puntos cardinales. Si nos ponemos farrucos, mi casa puede ser el Tahuantinsuyo pues sus cuatro lados dan, respectivamente, al norte, al sur, al este y al oeste. Pero eso no vale: pues para los antiguos habitantes del Perú los cuatro suyos eran los cuatro puntos cardinales de la tierra y como ellos no conocían ni Europa ni Asia ni áfrica, ni conocían Oceanía hasta que llegó Túpac Yupanqui, las cuatro partes del mundo eran las cuatro partes de los Andes; que eran montaña al norte y al sur y por el este eran selva; por el oeste, el suelo marino.

            El Tahuantinsuyo fue al término de la Edad Media un gran imperio. Los emperadores, que se creían superiores, hicieron creer que pertenecían a una raza diferente; los demás eran runas, es decir simples hombres, pero ellos eran incas u hombres superiores; las mujeres estaban de adorno. Los runas nacieron de pequeñas pacarinas, ríos, lagos, fuentes y cuevas superiores. Pero los incas nacieron en la gran pacarina de Tiahuanaco, que era el lago Titicaca; pretendieron emparentarse con los antiguos señores como los romanos pretendían venir de los antiguos griegos, los que invadieron Troya. Los hermanos Ayar salieron de sus aguas. Hubo un camino subterráneo entre Puno y el Cuzco y dice la creencia popular que hubo de aparecer la tierra con sus tres grutas o ventanas. De los hermanos Ayar, que venían de un pueblo de Tiahuanaco, hubo uno, que se llamaba Ayar Manco o Manco Cápac, que capitanearía, como un auténtico caudillo, el renacimiento y la regeneración del antiguo imperio.

            Pero para eso había que ocultar que venían de aquel pueblo. Quisieron creer y sobre todo que creyeran que venían del centro de la tierra y salieron de sus grutas interiores por el lago Titicaca; que su único padre era el sol; y que Ayar Manco murió convirtiéndose en altar, pues su cuerpo se volvió piedra. Sus hijos y descendientes reinaron sobre los runas pero ellos mismos no eran runas, sino incas. Y para no mezclarse con los runas los incas se casaban con sus hermanas. Los runas no eran nadie para ellos, pero ellos lo eran todo porque eran los hijos del Sol.

            El inca Pachacútec fue en Cuzco, como Octavio lo había sido en Roma, el gran ordenador del imperio. Pero Roma vivió después cientos de años y al Tahuantinsuyo sólo le quedaba un siglo. Cuando Pachacútec unificó el imperio España todavía no existía; existía Castilla, y Aragón, y Granada, y la suma de naciones no había hecho una gran nación todavía. El León fiero y libre y las cadenas de Navarra. Pachacútec aniquiló a los chancas, conquistó Chinchaysuyo y sofocó la rebelión de los collas; se afanó en volver a construir el Cuzco sin destruir el viejo, como Nerón, y levantó palacios y templos y fue el impulsor der la escuela y dotó al mundo de leyes y eso le hizo parecerse, en suma, a Carlomagno; impulsó una reforma agraria y separó las tierras del Sol, del Inca y de los runas, que conformaban el pueblo; y mandó cobrar impuestos porque si los sacerdotes necesitaban tributos para las tierras del Sol, y si los necesitaba el inca para alimentar sus palacios, también los necesitaba, para alimentarse, el pueblo; porque nunca olvidó que sólo se pueden cosechar bendiciones cuando se han sembrado beneficios; y si su hijo Túpac Yupanqui había de ser el gran explorador, sólo él, Pachacútec, había sido el gran legislador de Cuzco. 



            ¿Para qué cuentas las estrellas si no sabes contar los nudos de los quipus, que están atados a las cuerdas?

            Cuando los súbditos obedecen, deben los reyes ser clementes.

            ¿Dónde se encuentra la paciencia, dónde el ánimo? No, desde luego, en la ira, porque la impaciencia es señal de ánimo vil y la ira camina entre la embriaguez y la locura, aunque a veces también hunde sus raíces en la envidia (que es una forma de locura).

            La envidia es una carcoma que roe y consume las entrañas.

            No mientas. No robes. No holgazanees.

            El inca Pachacútec había conquistado el valle de Ica. Podía Ica ser un pueblo guerrero pero aceptó someterse de buen grado, hurtándoles a las armas la inevitable fusión entre los dos pueblos; el avance era imparable porque sabían que la voluntad del  inca, que presumía de sabio pero lo guiaba la ambición, sólo les iba a llevar a la hecatombe; y, puestos a depender de otros, buscaron en la paz que la libertad perdida no les llevara la ruina que habría supuesto resistir inútilmente con violencia y guerra.

            El inca era más señor; Ica era menos libre. Ica mantenía su esplendor; el inca, paternalmente, se aumentaría su brillo. El inca fomentaría su desarrollo; Ica, perdida la libertad, buscaba en la paciencia fragmentos de libertades que aún podrían disfrutar bajo el yugo de los incas.

            Pachacútec visitaba sus nuevas tierras. El ayllu es, más que una aldea, una tierra (marka) protegida por un dios (huaca) y gobernada por un rey (curaca). En uno de los ayllus había una joven hermosa; Pachacútec, en cuanto la vio, quedó prendado de ella. Y ella, poniendo en sus labios las palabras más dulces, le dijo al inca que con gusto se habría rendido como se rindió, abriéndole los brazos, el valle de Ica; mas su corazón tenía dueño y por eso no pudo ceder a la conquista del inca; amaba a un joven que había corrido, de niño, por las tierras del ayllu donde brillaba el sol, y el día, los cerros y la tierra.

            Pachacútec comprendió. En otro tiempo habría cedido a la ira impulsado por el ardor guerrero, mas donde no hay ira deben los corazones hacer gala de paciencia.

            ¿Podría entregarse a la bebida? ¿Podría ahogar su pena haciéndose esclavo del alcohol, sucumbiendo a los vapores de la chicha? No, que la embriaguez nos quita la libertad y un corazón que no es libre transforma la embriaguez en locura y la locura es puerta que conduce a la impaciencia: y ya sabía Pachacútec que la impaciencia es señal de ánimo vil y él no era villano sino noble, él no era runa: sino inca.

            Podría privar de libertad al amado y eso liberaría a la hermosa joven: mas no su corazón, que seguiría estando cautivo del joven preso. Además, él se convertiría en ladrón y ningún inca roba lo que no le pertenece, si no lo conquista.

            Entonces tendría envidia de aquel joven; y del aire que respiraba la joven bella, del vestido que acariciaba su cuerpo, de la luz que se metía en su mirada, y de las voces que sosegaban sus oídos; y de la música. Pero la envidia es una carcoma y él no deseaba que se le consumieran las entrañas como si estuvieran en fuego. 



            Y tuvo que aceptar la realidad el inca Pachacútec. Aceptó que él, que era señor del mundo, no podía ser señor de la doncella; que ella tenía otro señor, aunque también su señor fuera el inca, pero lo era del ayllu donde vivía, no del corazón de ella. Todas estas cosas no las habría comprendido si hubiera conquistado el valle a sangre y fuego, si en Ica hubiera retumbado la guerra; entonces la ira se habría desbocado, su corazón, ebrio de amor, habría estado loco de furia, loco en la violencia; y la envidia le habría roído las entrañas y se habría consumido y habría perdido su nobleza, su majestad, mostrándose como salvaje y no habría sido el inca. La paz, sin embargo, despertó la concordia y silenció las voces salvajes que a veces nos arrebatan porque todos las tenemos dentro.

            Y aceptó la realidad y pudo, por un día, alimentar la majestad del ser magnánimo y no despertar al salvaje que dormía en su altivo altar mayestático, despreciativo, orgulloso y ciego. Quien siembra vientos recoge tempestades. Él había preferido, por una vez, sembrar abono para tener buena cosecha. Se resignó. Pero antes de marcharse quiso dejar huella de su amor. Quiso que se recordara siempre lo que ella le había inspirado, un palacio, un Taj Mahal que dijera al mundo que el corazón del inca había amado; que había vibrado intensamente por aquellas tierras.

            -No, señor, no quiero palacios que me hagan creer que soy más que las otras gentes que pueblan la tierra. Nada te pido porque quien dones recibe obligada queda, y yo no puedo entregarte el corazón que me pides: pues los corazones son del cielo y la obligación del inca doblega sólo las fuerzas de la tierra. Sólo te pido un don por el que llegarás a ser recordado por mi pueblo. Y por mí, porque sembrarás mi gratitud, te lo aseguro: muchas tierras están sin agua en el valle de Ica y la necesitan, ¿por qué no se la das, señor, y salvas con ella la vida de muchos runas?

            El inca alzó la mirada, altivo, y se perdió en sus ojos la humildad de la tierra. Altivo para mandar en la tierra hostil cuando el inca es su dueño; humilde para obedecer al corazón, que manda en el inca. Quien siembra dones tendrá cosecha.

            -No pasarán diez días y todos los campos tendrán su acequia.

            Cuarenta mil hombres se pusieron a abrir la tierra. Los cuarenta mil soldados del inca. Y antes de que pasaran diez días el agua del río regaba el valle. Y el inca, trabajando para el corazón de la joven, trabajó para su pueblo; y trabajando para su pueblo trabajó, también, para sí mismo, pues los pueblos que producen mies también pueden pagar tributo. Así fue como, por causa del amor, Pachacútec construyó una achirana; que en quechua quiere decir “lo que corre limpiamente hacia lo que es hermoso”. Y fue la huella de su amor plantada en aquellas tierras, ayudándolas a vivir pues que la memoria sólo recuerda lo que día tras día les recuerda que viven. Ya fue para siempre la achirana del inca. El regalo del amor, el palacio del valle, que por una vez no sucedió que quien siembra vientos recoge tempestades. Esto lo debía recordar el inca Pachacútec. Lo tendría que recordar también Túpac Yupanqui. Que lo podría haber tomado del ejemplo de su padre.

 


viernes, 3 de diciembre de 2021

EUMES

 

 

EUMES

 


            Dicen los antiguos que “planeta” quiere decir “errante”: Ulises era un planeta y buscaba el sol de Ítaca, sin encontrarlo. Más de veinte años tardó en llegar a ella. Anduvo errante sin poder librarse del infortunio, con el corazón roto de dolor[1], pareciera que su hado fuera sólo andar errante[2]: y nada hay tan malo como vagar sin rumbo, o, teniendo un rumbo en la nave, vagar con otro en el corazón. En medio de las fatigas[3] “halla placer en el recuerdo de los trabajos sufridos quien padeció muchísimo y anduvo errante largo tiempo”[4].

            Vivir perdido es vivir en el espacio, pero sin tiempo; o surcar espacios vacíos que no son tuyos; en tiempos que no has vivido y no son tu mundo. Eso nos arrebata el vigor, nos arranca la fuerza la vida errante, la carencia de cuidado[5]; y es también la fuerza del alma, pues “padeciendo la soledad de Ulises se me consume el ánimo”[6], que decía Penélope. A veces el dolor construye, como afirmaba Ulises (“mi ánimo es sufrido por lo mucho que hube de padecer”)[7]; y otras veces nos destruye, “pues los que van errantes y necesitan socorro mienten sin reparo”[8]. Parece que el viaje tiene valor pedagógico, terapéutico, es una forma de educación: pero hay que tener en el pecho bien marcado nuestro destino; sin el amor que da clarividencia el viaje no sería más que soledad, vagancia, degradación y pérdida de dignidad, y de nosotros mismos.

            Ulises vagó porque Poseidón se empeñó en perderlo, en extraviar su rumbo; pero este extravío no fue locura porque Ulises no se olvidó nunca de su destino, y vivió pensando en Ítaca: su tierra, su casa, su isla que emergía en el océano, su ideal. Ítaca era áspera, pero fértil; y aunque pequeña, abundante en trigo y vino; “nunca le faltan la lluvia ni el rocío”[9], Ítaca estaba llena de cabras, de bueyes, de bosques, de abrevaderos. Ítaca era la casa, la esposa, el hijo, era el padre, el ama (porque la madre había muerto); era el perro, el porquero, eran el boyero y la criada, ¡ay!, pero también era el cabrero. Y también, por desgracia, eran los pretendientes. Que se habían instalado allí aunque aquél no era su suelo.

            Y lo más bello estaba en lo más feo, lo más limpio en lo más sucio, lo más grande en lo más pequeño. Eumes, el porquero; la estremecedora fidelidad del perro Argos; el ama, Euriclea. Reflejos en miniatura del sol que alumbraba Ítaca (Penélope, Telémaco, el amor conyugal y el amor filial, el amor del padre, el viejo Laertes, vagando en la isla como una sombra del hades, como Argos lleno de garrapatas, como un perro): Ulises volvió y  no fue reconocido por nadie. Porque la diosa Atenea quiso hacerlo irreconocible.

 


 



[1] Homero, La Odisea, p. 173.

[2] Ibídem, p. 197.

[3] Ibídem, p. 198.

[4] Ibídem, p. 200.

[5] Ibídem, p. 275.

[6] Ibídem, p. 275.

[7] Ibídem, p. 222.

[8] Ibídem, p. 179.

[9] Ibídem, p. 171.