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viernes, 3 de junio de 2022

CREAR

 

 

CREAR      

 


            Crear es sacar algo de la nada, forjar cosas que no existen a partir de conocimientos, inconscientes o no, que tenemos, y utilizando los materiales adecuados. Hay varios tipos de creación: el arte, la técnica y la estrategia.

 

            1. El arte. Crear una obra de arte es ver un diseño atractivo con la imaginación. Puede ser una atracción tranquila, o una pasión violenta; y por violenta no entiendo homicida ni suicida, sino vital: pero arrebatada. Imaginar es crear por analogía. Una vez que la intuición creadora la ha traído a nuestra mente, la razón lógica le da forma recortando sus perfiles, definiendo su interior. Es el trabajo del artista.

El motor de la creación es la pasión, y por pasión entiendo la fuerza del corazón atraída por la belleza. Ese impulso abre la puerta de la imaginación, que crea la idea; y ésta, a su vez, empuja las puertas de la lógica, que se abren para que trabajen al unísono la lógica, la analogía y el corazón. Así es como se pinta un cuadro, se esculpe una piedra o se compone una sinfonía; un edificio, una danza, una historia: la cabeza orquestada por el corazón.

 

2. La técnica (como construir un edificio o inventar un aparato). Se trata de crear algo útil. El motor también es la pasión, igual que todo lo que viene después: la intuición creadora y la razón lógica; sólo que aquí el corazón no se mueve atraído por la belleza sino por la utilidad; el arquitecto que, cuando era  artista, diseñaba edificios bellos, ahora diseña edificios funcionales: que salen de su cerebro más que de su corazón. Es el trabajo del ingeniero, que es artesano porque conoce el edificio pero, en vez de dejarse llevar por el impulso o por la teoría, tiene que resolver un problema técnico; y lo hace  aplicando la teoría para satisfacer una necesidad.

 

3. La estrategia (como forjar un imperio). Es a la vez el trabajo de un artista y de un ingeniero pero utilizando, como materia prima, seres humanos: eso es ser estratega. Si la técnica consiste en ordenar objetos con vistas a un fin y el arte es concebir el fin para el que tenemos que ordenar objetos, estrategia es ordenar personas para conseguir el fin que queremos: el cual requiere imaginación, corazón y lógica, sí, pero también anestesia ética, insensibilidad moral. El estratega no tiene escrúpulos en hacer que muera gente para ganar una batalla. En el arte y la técnica los sentimientos éticos están dormidos, en el sentido de que no tienen nada que decir; pero si están amordazados se ponen al servicio de la estrategia, como cuando el arquitecto construye la ciudad de Tirana dándole la forma de un fascio o cuando el científico y el ingeniero construyen una bomba para matar gente. Podríamos distinguir dos formas de utilizar la estrategia:

a) La política. Es cuando la estrategia se subordina a los sentimientos éticos, solidarios del razonamiento moral.

b) La guerra. Es cuando la estrategia se separa de la moral.

 

            Podemos concluir diciendo que se puede crear haciendo ficción, inventando herramientas, esculpiendo tu cuerpo o utilizando a los demás. En el primer caso es arte, sea literatura o bellas artes. En el segundo es técnica. En el tercero moda, dietética y deporte. Y en el cuarto estrategia, ya sea para hacer política o para guerrear.

 


viernes, 31 de diciembre de 2021

DE LA EDUCACIÓN INTEGRAL DE LA PERSONA

 

DE LA EDUCACIÓN INTEGRAL DE LA PERSONA   

 


            Mi hijo ha sacado un sobresaliente. Pero no en educación física ni en plástica ni en música, no… ¡En matemáticas! ¡En física, en biología, en lengua! En las cosas que importan de verdad. Mi hijo es un genio.

            Estos padres no saben lo que dicen. Querrían que su hijo fuera un cerebro sin cuerpo, sin alma, sin sentimientos. Su hijo podría ser –pero ellos no se dan cuenta- un cerebro conectado a una pila que sólo vale para calcular. El niño que saca sobresaliente sólo en las cosas del pensar no es más que una computadora conectada a la luz; que nos digan esos padres qué les parecería que su hijo les hablara con la cara convertida en teclado, un circuito donde tiene la cabeza y una memoria electrónica donde tiene los recuerdos.

 


            Mi hijo ha sacado sobresaliente en educación física. Tiene un cuerpo de Hércules, una fuerza impresionante, nadie puede con él y gana todos los partidos. Eso sí, suspenso en matemáticas, en física, en biología, en música, en plástica, en historia, en literatura, no sabe nada de nada pero… mira qué cuerpo tiene.

            Estos padres no se dan cuenta de que su hijo es un cuerpo sin cerebro, sin mundo y sin corazón, que no sabe disfrutar con nada que no sea el cuerpo ni le interesa el arte, la música, la literatura, la historia y la ciencia; ese chico podría ser un cuerpo sin cabeza. ¿Qué pensarían esos padres si vieran así a su hijo?

 


            Mi hijo ha aprendido un buen oficio. Va a ganar salarios estupendos y lo van a llamar de todas partes y no vivirá más que para el trabajo; cuando uno vive para trabajar no sabe trabajar para vivir.

            Ese chico no sabría pensar, con los demás haría el ridículo, no sabría qué hacer en las fiestas y sería un alfeñique; ni sabría hacer ejercicio físico, ni sabría bailar ni relacionarse con las chicas, sus padres lo tendrían metido en casa y sería un inadaptado; eso sí, ganaría un buen sueldo.

 


            Mi hijo tiene un montón de amigos, lo llaman a todas partes y todos le quieren; qué pena que no sepa nada de nada, ni siquiera sepa pensar y no tenga oficio ni beneficio; ni tampoco conozca las historias de su país, ni las mejores obras de arte, ni tenga maña para pintar ni tampoco sepa sentir la música.

            Ese chico será una máquina de hacer amigos. Sin cuerpo y sin cabeza, sin corazón y, si me apuras, sin cuerpo; sabrá posar allí donde vaya, será un hombre de éxito y siempre será un figurín.

 


            Mi hijo es inteligente, tiene cuerpo de atleta, sabe un montón de cosas, tiene un buen oficio y no le faltan amigos; ay, pero no tiene corazón.

            Ese chico será un pensador cruel con un cuerpo bruto, tendrá una cultura apabullante y dominará el oficio; ay, pero será frio, maquiavélico y calculador, ese chico tal vez sea un asesino.

 


            A los chicos no puede faltarles ni cabeza ni cuerpo ni cultura ni amigos, ni puede faltarles corazón ni oficio. No tener más que cabeza es quedar convertido en máquina. No tener más que cuerpo es vivir esclavo del gimnasio, del abuso de sustancias vigorizantes, de la vigorexia; el cuerpo debe desarrollarse en contacto con la cabeza porque ya lo dice el refrán: mens sana corpore sano. No tener más que oficio es condenarse a ser un engranaje de la sociedad, sin libertad ni vida propia. No tener más que amigos es olvidarse de que la vida social no puede darse si no tenemos nada en el corazón, el cuerpo, el trabajo o la cabeza.

            Nuestros hijos no pueden ser como Mister Spock: pensamiento que no siente. Ni como Pinocho: sentimiento que no piensa. Ni tampoco como Hitler: el pensamiento de un corazón enfermo. Ni como Fausto: una mente brillante que vive aislada en su soledad, sin atreverse a salir a la calle. Una persona es un corazón, una cabeza, un cuerpo, un ser social y un oficio, esas cinco cosas juntas conforman el desarrollo integro de la persona. La educación del cuerpo está al servicio de la persona, lo mismo que la del corazón y la cabeza, y si falta alguna de esas cosas el equilibro estará cojo. La sexualidad sin amistad es violación; el ejercicio físico sin cabeza da siempre en el exceso; en el deporte que quiere ganar a toda costa aunque en el camino nos dejemos el corazón, porque nos falle; quien sólo tiene amigos y está vacío por dentro no es más que un presuntuoso, un figurín, un escaparate. Y para no ser ni violador ni imprudente ni estafador, ni maquiavélico ni ignorante ni un figurín en el escaparate: para no ser ninguna de esas cosas, ha de ser completa la educación; no hay que dejar pasar unas para favorecer a otras porque las consideremos de mayor trascendencia: todos los aspectos de la persona son igualmente importantes; y aunque faltara uno solo ya estaría roto el equilibrio, porque tendríamos al discípulo abandonando la fortaleza, convertida ya en una persona frágil. He aquí las cosas en las que debe pensar un buen maestro.

 


viernes, 26 de marzo de 2021

TÉCNICA

 

 

TÉCNICA

 


             La filosofía, la ciencia, el saber vulgar, el mito y las matemáticas son formas de conocimiento. Pero cada una tiene sus propias formas de acción. Si conocer es descubrir cómo es el mundo, actuar sobre él es cambiarlo en beneficio nuestro. Saber cómo funcionan las cosas, o más bien como las podemos aprovechar, es estar al tanto de cómo podemos aplicar nuestros conocimientos para conseguir los fines que nos proponemos. Empecemos por la ciencia. Si llamamos ciencia al pensamiento que surge de la realidad y vuelve a ella, sólo pueden tener ese nombre las ciencias empíricas; las matemáticas, por mucho que sean exactas, serán conocimiento riguroso, pero no ciencia, por mucho que nos empeñemos en llamarlas ciencias formales; las matemáticas no pasan de ser un conocimiento formal de los fundamentos de la realidad, que son anteriores a la experiencia.

            La ciencia, en tanto que saber empírico, se ocupa de la naturaleza y del ser humano. La acción en las ciencias naturales recibe el nombre de técnica, y los técnicos han llegado a recibir el nombre de ingenieros. Si la física teórica se ocupa de cómo es la materia y la fuerza, la física aplicada se interesa por el rendimiento que podemos sacar de la naturaleza. Los griegos distinguían entre techné y poiesis; la primera se ocupa de cómo hacer las cosas, la segunda se ocupa de hacerlas: es la diferencia que hay entre la técnica y el trabajo.

            Pero la técnica no sólo se refiere al saber hacer, sino al manejo de los aparatos que hemos construido: aparatos como las alas de Ícaro, el tornillo sin fin de Arquímedes, el espato de Islandia que usaban los vikingos para orientarse en el mar, el arado romano, el arado normando, la sartén, la yesca y el pedernal, la bicicleta, el barco de vapor, el automóvil o el microscopio. Llamamos técnica al manejo de nuestros conocimientos para conseguir beneficio de la naturaleza; a la construcción de máquinas; y al manejo útil y eficaz de las máquinas. Desde la palanca hasta el automóvil ha habido un progreso enorme. Cuando las máquinas son muy complicadas y dependen enteramente de la ciencia ya no son simplemente técnica, sino tecnología; pero como llamamos tecnología lítica al arte de sacar lascas de las piedras (ya desde el homo habilis), nos hemos inventado el nombre de tecnociencia.

            Técnica, en el sentido de saber hacer, es lo mismo que arte. Podemos decir indistintamente técnica que arte de tallar piedras; y así hablamos del arte de amar para el conjunto de técnicas amatorias que arte de la guerra para las técnicas de lucha.

            El amor y la guerra ya no salen de las ciencias naturales, sino de las ciencias humanas (término, este, mucho más amplio que el de ciencias sociales). Llamamos estrategia al arte de manejar seres humanos; al arte de manejar objetos lo llamamos, simplemente, técnica; así, cuando un futbolista controla bien el balón decimos que domina la técnica del fútbol, pero cuando busca los espacios para llegar a la portería contraria lo que domina es la voluntad del adversario y su capacidad para frenar el ataque: entonces ya no se trata de cuestiones técnicas, sino de cuestiones tácticas; la estrategia es el arte de ganar guerras, pero la táctica es el arte de ganar batallas. Una estrategia es una campaña ofensiva que puede contener muchas batallas; y una batalla es un enfrentamiento entre dos colectivos que persiguen el mismo objetivo. Cuando se trata de matar al adversario lo llamamos guerra; cuando se lo quiere derrotar sin matarlo lo llamamos deporte; y cuando lo que se busca es que los demás nos obedezcan lo llamamos campaña publicitaria; si, por el contrario, pretendemos vencer las inercias que impiden nuestro desarrollo como personas lo llamamos educación; aunque muchas veces confundimos la educación con el proselitismo, o el adoctrinamiento, que es cuando el objetivo del maestro no es desarrollar al discípulo sino adaptarlo a la sociedad (enseñándole a obedecer y a respetar los valores imperantes). 



            La poiesis, en el sentido griego de hacer cosas, podría traducirse como “trabajo”. Cada oficio necesita dominar unas técnicas: son las técnicas de producción, que se prolongan en las habilidades productivas; uno puede conocer bien las técnicas pero no dominarlas; así, no basta con aprendernos la técnica de la escritura, que incluye caligrafía y ortografía, para escribir bien; tenemos mala caligrafía porque, aunque sabemos cómo se hacen las letras, no nos salen; y tenemos mala ortografía porque, aunque conocemos bien las reglas, no las hemos automatizado. Una forma de aprender a hacer bien las cosas (es decir, de transformar las técnicas en habilidades) es el ejercicio, el ensayo, la repetición, el entrenamiento; pero por mucho que ensayemos no pasamos de hacer las cosas bien, sin llegar a ser geniales, si no poseemos esa habilidad natural que llamamos don: el don de hacer bien las letras, el don de no torcerse aunque escribamos sin renglones, el don de manejar el torno del alfarero, el donde tener buenos reflejos y conducir bien un coche.

            Lo que llamamos humanidades es el conjunto de la filosofía y las ciencias humanas. Y aquí la poiesis se transforma en una forma especial de arte: que no busca la utilidad sino la belleza. El perfecto ladrón es el que es capaz de robar sin que le pillen. Y el perfecto músico es el que maneja perfectamente el instrumento aunando el ejercicio y sus dones naturales (virtuosismo), pero también tiene una sensibilidad especial, que lo mueve a buscar sentimiento y delicadeza y comunión con lo trascendente; a la atracción de las profundidades en el manejo de las formas lo llamamos belleza; pero quedarse en la atracción de la superficie no nos da cosas bellas, sino bonitas; la belleza es, por el contrario, hacer de las superficies de las cosas espejos de su esencia profunda; y hasta podemos encontrar profundidad sin belleza, refiriéndola siempre al sentir, no al conocimiento, y entonces no la llamamos ciencia, sino arte. Para distinguir el arte entendido como técnica de ese otro al que podemos llamar técnica inspirada hablamos más bien de bellas artes: expresión que solemos reservar para las artes visuales (pintura, escultura y arquitectura), pero que también valdría para la música y la danza, artes del oído y del movimiento, artes del tiempo. También hay artes mixtas como el teatro y la opera que incorporan, además, la palabra.

            Pero junto a la poiesis y la techné los griegos utilizaron la palabra “praxis”. Si la poiesis es la actividad que desemboca en la construcción de objetos, la praxis es esa actividad que no produce nada pero que desarrollamos para mejorar como personas: como podrían ser la ética, la política y el deporte. La técnica que transforma la naturaleza buscando utilidad en beneficio nuestro daría lugar a las artes aplicadas; la que persigue la recreación de la sensibilidad sería el territorio de las bellas artes o del arte, sin más (así, en plural y sin adjetivos; no el arte de… sino el arte, a secas); las artes aplicadas son esa producción que llamamos trabajo; la producción artística llena nuestro tiempo de ocio y sería a la vez un trabajo placentero (un hobby) y una pasión que nos hace flotar por encima del mundo; lo que hace el arte es mucho más que producir: es crear; la aplicación es crear nuevos objetos repitiendo, copiando, recreando un mismo modelo, pero la creación es producir modelos nuevos; crear es hacer camino al andar y aplicar es andar por los caminos trillados.

            Solemos llamar práctica (o entrenamiento) al ejercicio técnico (y así, el aprendizaje de un oficio se suele cerrar con un tiempo de prácticas). Al ejercicio artístico lo llamamos ensayo, y todo ensayo contiene una parte de entrenamiento (cuyo objetivo es el virtuosismo) y otra parte de inspiración (cuya meta es al mismo tiempo su motor: el escalofrío, el éxtasis). Pero al ejercicio práctico lo llamamos praxis. La praxis requiere entrenamiento y sensibilidad, aunque una sensibilidad que no se aleja de este mundo, como el éxtasis, sino que echa sus raíces en él y nos hace sentirnos en comunión con los demás, sufriendo con ellos y alegrándonos con sus cosas, reflejándonos en sus pensamientos y en sus emociones como si fueran nuestros: es la empatía, espejo de humanidad, reflejo de nosotros mismos en lo que son los otros, identificación de nuestra esencia humana desde nuestras diferencias históricas, desde nuestra existencia (cada uno tiene la suya). 



            Técnica, tecnología y tecnociencia en las ciencias empíricas de la naturaleza; táctica y estrategia en las ciencias humanas; todo ello constituye el mundo del trabajo. Pero la filosofía se aplica en la praxis. Y el arte se despierta en las humanidades. Aplicación, arte y praxis son estas tres formas de actividad. Aplicación en la ciencia. Praxis en la filosofía. Arte en las humanidades. No olvidemos que las humanidades incluyen a la filosofía y a las ciencias humanas.

            ¿Y en el mito? ¿Qué técnica podemos encontrar en él? La técnica mítica es la magia. Magia es el conjunto de técnicas que usamos para cambiar las cosas del mundo sin contrastarlas (igual que la filosofía)  Pero sin cuestionarlas (a diferencia de ella). Quien hace magia es el mago, la maga; el hechicero, el sacerdote, el chamán; el brujo; en los tiempos míticos en que no se ha inventado la medicina el mago es al mismo tiempo el curandero; también lo es quien conoce las hierbas medicinales (en muchos pueblos primitivos esa labor corresponde más bien a las mujeres). Hay magia blanca para vivir y magia negra para matar.

            En algunos lugares el mago toma hongos alucinógenos para entrar en trance, fundirse con el espíritu bueno y alejar los malos espíritus de las enfermedades: así cura a los enfermos. En otras partes exorciza al diablo para que salga del cuerpo del endemoniado. La magia vudú construye un muñeco y lo que le hacemos al muñeco (clavarle alfileres, arrancarle los ojos, retorcerle un brazo) también se lo estamos haciendo a la persona a la que hemos identificado con él. Hay sacerdotes que convierten bastones en serpientes para demostrar que su dios es el verdadero. Otros hacen pases mágicos para deshacer un conjuro. Hay técnicas para quitar el mal de ojo. Y trucos para crear falsas magias con ilusiones ópticas (doblar cucharas con el pensamiento, adivinar el futuro, hablar con los muertos, hacer aparecer conejos en una chistera). Los trucos mágicos son eso: técnicas: Pero no se contrastan con la realidad y sin embargo la gente crédula las da por buenas. Unas veces porque se formulan de una forma tan ambigua que son imposibles de contrastar. Como cuando se le atribuyó a Nostradamus la profecía de que el papa sería asesinado en Lyon y, después de visitar Lyon, no lo mató nadie; entonces los esotéricos se escudaron en que lo que Nostradamus dijo fue que el papa sería asesinado en una ciudad bañada por dos ríos, pero esa ciudad no tenía por qué ser Lyon: también podrían ser muchas otras; y así los adivinos nunca se equivocan. Otras veces predijeron el fin del mundo y no sucedió, pero el adivino vendió un millón de libros. Tal santo sacado en procesión se para ante la casa de una niña enferma: nadie sabe que la niña ya se estaba curando pero como tenía fiebre, no lo parecía; al día siguiente desaparece la fiebre y todos lo atribuyen a la visita del santo. El pensamiento mágico te hace creer que es el médico el que te ha puesto malo porque antes de ir a su consulta tú estabas bueno; y lo que no dices es que si has ido al médico, tú, que presumes de no creer en él, es porque ya te sentías mal de una enfermedad que aún no se te había declarado.

            Dos rasgos de la magia son, pues, el rechazo de la contrastación y la falsa causa. Falsa causa: hacer que se sucedan dos hechos (el paso de un gato negro y una alcantarilla rota) para que el primero parezca la causa del segundo (que hemos provocado nosotros). Rechazo de la contrastación: también lo podemos llamar ambigüedad; decir las cosas de tal manera que siempre va a ser verdad lo que decimos, tanto si sucede lo que vaticinamos como si no sucede. 



            El saber vulgar también tiene sus trucos, sus picardías, sus estratagemas, sus técnicas. Y tiene técnicas de verdad como el toque de la cocinera para que la comida salga buena, o cómo pegar dos tablas sin que se note, cómo hacer para quitar una mancha en la ropa, cómo empalmar un cable roto, cómo barrer por los rincones, cómo cuidar las macetas, cómo ahuyentar los mosquitos, cómo poner un ladrillo. Las tareas del hogar son, en su mayoría, tecnología aplicada a la vida cotidiana: a no ser que de la vida cotidiana salgan esas tecnologías que luego le sirven a la ciencia. El saber vulgar es un popurrí donde se mezclan conocimientos científicos, creaciones artísticas y trucos de magia; las recetas de cocina son experimentos repetidos ancestralmente y mejorados a través de las generaciones; las cocinas son auténticos laboratorios donde se juntan reactivos y se recogen productos; pero como no decimos cloruro sódico sino sal, ni ácido clorhídrico sino jugos gástricos, no tenemos la sensación de que las cocinas sean laboratorios. Lo que caracteriza al saber vulgar es que lo adopta todo, junta técnicas y métodos basados en procedimientos contradictorios y no se da cuenta; otras veces, por el contrario, hace gala de una precisión milimétrica y un realismo absoluto, y no lo valora. Si la ciencia forma teorías con leyes y técnicas precisas, coherentes y eficaces, las técnicas vulgares ponen contradicción en la coherencia, aproximaciones en la precisión, y se conforman con que algo funcione a veces sin probarlo siempre para llamarlo eficacia; aunque lo más curioso es que junto a esas generalizaciones fáciles el vulgo ha sabido construir, con un saber milenario, técnicas utilísimas de una eficacia abrumadora. El saber vulgar es un batiburrillo de conjeturas dadas por buenas, leyes exactas, técnicas eficaces y trucos baratos; de creencias y de pruebas; en el saber vulgar se confunde la cultura popular con los cultos y tradiciones, el arte y el mal gusto, la tecnología y la magia.

            Ya sólo nos quedan las matemáticas. El estudio de las formas innatas, intuitivo y lógico a la vez, tiene sus técnicas de cálculo progresivamente más eficaces; por ejemplo con los números romanos el cálculo tenía sus limitaciones, pero con las cifras arábigas se desarrolló mucho y cuando se inventó el cero su potencia dio un salto de gigante y la aritmética se convirtió en álgebra. El cálculo infinitesimal permitió operaciones de mayor alcance y con los números complejos se pudo manipular, en electricidad, la corriente alterna. La teoría de la relatividad necesitó técnicas que no había en Euclides, pero que se encontraban en Riemann. Por no hablar de las máquinas matemáticas que ideó Raimundo Lulio, exploró Pascal, desarrollaron los microprocesadores, avanzaron hacia la robótica y empezaron a moverse hacia la creación de sistemas que pueden aprender solos; sistemas expertos.

            Y podemos cerrar este capítulo planteando una pregunta: ¿habría que incluir a la técnica, entendida como aplicación del saber para mejorar la vida, dentro del método hipotético-racional? En ese caso constaría de cinco pasos: problema, hipótesis, predicción, contrastación y aplicación. Pero también podríamos pensar que nuestra acción sobre el mundo tendría dos caras: el saber y la transformación; el saber se abriría en abanico con la ciencia, la filosofía, el mito, el saber vulgar y las matemáticas; y la transformación de la naturaleza sería tecnología y estrategia, arte, praxis, magia, trucos y cálculo; los dos bloques, tanto el del saber como el de las transformaciones, utilizarían, con sus cojeras, los cuatro pasos del método hipotético-racional (y por ejemplo las predicciones de la ciencia se convertirían en profecías en el mito); y la técnica no sería el resultado de la ciencia sino que sería necesaria, desde el principio, para su desarrollo. No es, pues, que la técnica tenga que esperar a la ciencia para aplicar sus descubrimientos (como sí sucedería con la tecnología); sino que la acción del ser humano tiene esas dos caras, cognoscitiva y transformadora, que se simultanean desde el principio, se acompañan y se completan: aunque haya momentos en que haga falta ciencia para hacer técnica y momentos en que haga falta técnica para hacer ciencia. Lo mismo que es imposible distinguir la sensación del movimiento, lo mismo también conocer el mundo es, aunque no lo queramos, cambiarlo.

 


 

 

 

sábado, 27 de diciembre de 2014

Rugby.






            Salir fuera para entrar en ti.


RUGBY

 
            Estaba aterido. El aire se clavaba como agujas. Y el granizo, como púas, le pinchaba toda la piel con su peso helado. Estaba en el campo y tenía el pantalón corto, las mangas cortas, la ropa escasa. Su camiseta de rugby era un fino velo apenas tupido por la acolchada coraza, y en las piernas le protegía la armadura de una espinillera. Sus botas, desnudas, abrazaban el pie sobre la piel de lana de unas medias, y sus suelas resbalaban a pesar de los tacos que horadaban la tierra como estacas.
            El campo estaba encharcado. La tierra era un lodazal. En el termómetro del coche vería después que estaban a cuatro bajo cero. Y había tramos donde el agua les cubría los tobillos. El granizo no paraba de golpear, y era una pedrea de cuerpos redondos que se clavaban como cuchillos. El aire azotaba las mejillas. Su piel aterida, roja de proyectiles, era un campo de batalla donde dirimían sus asuntos los elementos. Luego se le quedaría un pómulo marcado, como un golpe que sólo dolía en frío, seguramente de los muchos codazos que le habían dado durante el partido.
            El partido duró dos horas. Desde el principio, por el aire de los polos, su mano estaba tan entumecida que apenas la podía girar. Los movimientos del frío eran congelados, brazos y manos inmovilizados por el aire, los movimientos del frío eran falta de movimiento. No podía mover los dedos, apenas podía cerrar la palma y el puño cortado se clavaba en el aire porque en el tiempo de juego  no paraban de correr.
            Al correr, el aire se convertía en viento que quemaba la piel. Era una helada cuajada de granizo, y el hielo, como piedras, era un jardín sembrado de proyectiles. Si estaba parado, era el frío de estar vestido sin mangas y con pantalones cortos. Si corría, la propia carrera era una fábrica de viento, y el viento corría por sus brazos, por su cara, por sus piernas; por su frente, sus rodillas, sus orejas. El suelo empapado y la lluvia que sucedió al granizo fueron castigo que azotaba el cuerpo como un diluvio. Duró dos horas. Descontando el tiempo del descanso, que no llegó a ser en los vestuarios un tiempo demasiado cálido.
            Llovió toda la tarde. Por la noche nevó. El tercer tiempo fue, en el bar, una lluvia de cervezas calentadas en la boca con chorizo; fue el chorizo frito, los macarrones con tomate, los callos; aquella tosca calefacción reanimó los vericuetos interiores sembrando los húmedos terrones del estómago. Y fueron tapas, cortezas y cacahuetes. Después fue salir de nuevo al frío para llegar al autobús, pero al autobús no le funcionaba la batería. Así estuvieron parados durante más de media hora.
            Luego llegaron a Segovia. En casa era calor de verdad, adosado a la pared de los radiadores. Allí terminó de cenar y en el hambre supo lo mucho que había corrido. Ignoraba cuánto les habían hecho adelgazar aquellos rigores. Ya en la cama, le animó un extraño resplandor que había en la calle y se levantó a mirar. Cuando corrió el visillo era todo lágrimas blancas que llenaban el cielo y el suelo, una cortina que se extendía mientras bajaban, peinando el espacio, hasta engrosar el algodón que crecía sobre el suelo. En pocos minutos la carretera se había cubierto de nieve. Y los techos de los coches, el tejado de las casas, las chimeneas y los árboles se llenaban de terciopelo blanco. Era todo algodón de contornos dulces, lentos, como una legión de copos que anunciaba la navidad. Lejos, sobre las casas, las paredes se llenaban del frío que no helaba. Por algunos balcones, subiendo por las cuerdas, se divisaba el manto rojo de papá Noel. Gateando por los ladrillos y buscando en las barandas, enfilando entre chimeneas el espacio de juguetes donde los niños soñaban. Unos zapatitos asomarían por las ventanas. Un paisaje de invierno, unas sábanas blancas, unas casas sin frío, huellas de trineo; hilo de humo entre las nubes, humo de chimenea, los tejados blancos; entre las tejas, un cálido paisaje; y miles de chimeneas sembradas en el espacio donde crecían los sueños. Estaba llegando la navidad.

            Ahora te vas. Al país del rugby, al país de plata, a la Argentina. En tus años de formación no puede faltar salirte fuera para entrar en ti. Granará en tus venas la espiga dorada (el tesón te mueve, la ilusión te anima); crecerá la savia, la libertad necesaria, la pasión de vida: tu entrega será esfuerzo, mirarán tus ojos y verás con el corazón, y entonces te convertirás en el que eres; volverás vestido de rugby y serás tu sueño, transformado en ti mismo.
            Que la fuerza te acompañe. Y que los aires te sean propicios. 





sábado, 9 de agosto de 2014

Nicófagos y Agoniatras








NICÓFAGOS Y AGONIATRAS


 1.

         El mundo estaba lleno de nicófagos y agoniatras. Nicófagos: gentes que se alimentan de victorias. Niké es la victoria en griego. No saben vivir si no ganan, si no vencen no se alegran. Y luego estaban los agoniatras, que buscan la salud en la experiencia de la lucha. Agón: lucha. Médico: iatra. Para ellos, el combate es la mejor medicina. Hay quien vuelve contento de haber jugado bien al fútbol, y quien no puede alegrarse si no gana; para éstos, la victoria es la única medicina.
         Claro, el triunfo tiene un poder estimulante. Uno se deprime cuando el fracaso corona los esfuerzos. Eso es verdad. Pero si lo estimulante es buscar la victoria, no lo es tanto obsesionarse con ella. No es lo mismo ser nicófago que nicópata. El nicópata sólo ve la eclosión del huevo, pero el nicófago es capaz de ver, además, su lenta maduración. En eso estaba cuando se quedó sumido en un sueño profundo y se le cerraron los ojos.


2.

         Los nicófagos quieren ganar los partidos; los agoniatras prefieren jugarlos. Los nicófagos quieren ver ganar a su equipo; los agoniatras prefieren ganar ellos mismos. Los nicófagos quieren que les toque la lotería; los agoniatras eligen el trabajo en serio. Los nicófagos estudian para aprobar; los agoniatras estudian para aprender. Los nicófagos trabajan para cobrar; los agoniatras cobran por trabajar. Los nicófagos pasan el rato; los agoniatras viven y el tiempo pasa. Los nicófagos matan el tiempo; los agoniatras lo llenan de sustancia. Los nicófagos se aburren; los agoniatras se divierten. Los nicófagos copian; los agoniatras estudian. Para los nicófagos es el trabajo inútil; para los agoniatras el trabajo que rinde. Los agoniatras se animan solos; a los nicófagos tienen que los animarlos. Los nicófagos se rinden antes de tiempo; a los agoniatras no los vence ni el destino. El nicófago odia el trabajo; el agoniatra disfruta hasta el trabajo bíblico. El nicófago se queja siempre; el agoniatra saca de lo malo lo bueno. Para el nicófago la vida es un valle de lágrimas; el agoniatra encara la vida con esperanza. El nicófago, porque fracasa, destruye al que triunfa; el agoniatra, aunque fracase, se alegra del triunfo ajeno. El nicófago necesita de un equipo que gane; el agoniatra es su propio equipo. El nicófago no sabe compartir; el agoniatra comparte su trabajo. El agoniatra tira del carro; el nicófago necesita que lo animen. El nicófago sólo tiene ganas; el agoniatra, además de tenerlas, quiere. Los nicófagos necesitan cadenas; los agoniatras quieren ser libres. Los nicófagos necesitan de la técnica; los agoniatras la usan y, si no les vale, también viven. Los nicófagos quieren que los vean guapos; los agoniatras necesitan sentirse guapos aunque nadie mire. Los nicófagos quieren estar buenos; los agoniatras necesitan serlo. Para ser tú mismo hace falta entrar en el mundo; pero estar en él sin ser tú es vivir de vacío. Los nicófagos no se sienten bien aunque estén buenos; los agoniatras, que son buenos, se sienten bien (plenos y realizados). El nicófago se consume en el placer; el agoniatra lo vive sin consumirse. El nicófago vive el terror del más allá; el agoniatra saca, de su miedo, motivos de lucha. Hay perdidos en el mundo muchos nicófagos; ya es hora de que lo pueblen los agoniatras.



3.

         En un mundial de fútbol no ganan siempre los mejores. Ni son los peores siempre los que pierden. Por ejemplo, cuando Nadal perdió la final contra Wawrinka.


         Sin una mota de optimismo, Kant afirma que en esta vida no triunfan los mejores. Los virtuosos no son felices, sino los sinvergüenzas. Los que no son buenos se las apañan para conseguir el éxito, que es el reconocimiento.
         El éxito de una acción es la certeza de haberla hecho bien, pero la mayoría lo identifica con el reconocimiento de ser los mejores.
          

         El mejor triunfo es la convicción de haber sido el mejor, aunque ni te lo reconozcan.
            Pero quien juega bien necesita la satisfacción de su juego, el reconocimiento de su valía: ese reconocimiento que es el triunfo.
         No es malo anhelar el triunfo. Lo que es malo es obsesionarse con él. A costa de no mejorarse.
         El goce de la victoria es un placer del que no nos alimentamos, sino que nos alimenta; no lo tragamos sin digerir, y nos aprovecha.      
         No es lo mismo estudiar por soberbia que por instinto. Los profesores harán bien exponiendo en los torneos los méritos de los alumnos, pero no deben usarlos como fábricas de éxito; haciendo de ellos nicófagos que repriman desde dentro sus impulsos agoniatras.
        

4.

         Ser es desarrollar tus posibilidades; sacar fuera lo que tienes dentro. Estar es desarrollar las posibilidades del mundo: meter dentro lo que tienes fuera. Ganar es una sabia dosificación de ser y estar.


         Esto lo aplicamos al campeonato mundial de fútbol. Año 2014.
         España no mereció ganar, porque ya no era; ni estaba.
         Costa Rica no lo mereció porque todavía no era del todo.
         Ni Argentina: porque estuvo donde hacía falta, pero no acababa de encontrarse en su ser.
         Y Chile era mucho pero aún no lo suficiente. Y estaba donde había que estar.
         Lo hubiera merecido Holanda, porque era; pero se olvidó de estar.
         Alemania mereció la victoria: porque era y estaba.


         La tradición platónica es preformacionista: explica el desarrollo a partir del ser; cada ser tiene su forma, y la vida es el crecimiento de lo que tiene dentro.
         La tradición aristotélica es epigenética: explica el desarrollo a partir del estar; cada ser se desarrolla según el mundo que lo rodea, y es el mundo, que tenemos fuera, el que nos hace nacer o no, según las circunstancias. Las circunstancias mandan en nosotros. Y a veces nos convierten en gusanos o en ranas.
         La copa del nicófago celebra lo que su existencia tiene.
         La copa del agoniatra celebra lo que su existencia vale.
         Sólo vale lo que hay en ti, no lo que te regalan. Tus tesoros sólo pueden salir con el trabajo.
         El triunfo epigenético es nicófago: su éxito consiste en aparecer, nacer, que te reconozcan. El triunfo preformacionista es agoniatra: consiste en desarrollar lo que tienes dentro aunque no te lo reconozca nadie. No importa que te entreguen copas y medallas: la verdadera copa del mundo es la que mide de la calidad de tu existencia.


         Hay quien se entrena para ganar y pierde: Holanda.
         Hay quien entrena para ganarse y pierde, pero se gana: Sócrates.
         Quien se entrena para ganar y gana: el Real Madrid.
         Y quien se entrena para ser y también gana: Alemania.
         El mundo está entre Holanda, Sócrates, Real Madrid y Alemania. A veces nos perdemos para ganarlo todo.
         Porque ganar sin ganarse es perderse al fin y al cabo. ¡Cuánta gente se pierde queriendo ganar!


5.

         El nicófago es una criatura skinneriana, porque no hace nada que no tenga premio; o que no sea bajo amenaza.
         Maslow nos enseña que podemos ser agoniatras llevándonos por el deseo de ser; lo que nos hace humanos. La lucha se vuelve cooperación.


6.

         Están los que fracasan porque no han querido estudiar, ni trabajar, coronando el éxito con el esfuerzo. ¡Qué importa que sus amigos les jaleen las gracias!
         Están quienes fracasan porque han preferido el impulso fácil a la dificultad de las cuestas; y presumen como energúmenos elevando la fuerza bruta a categoría máxima.
         Están los que triunfan estudiando como becerros y cifran su majestad en saber más que los demás, y el saber se queda en repetición erudita de frases huecas. Los escaparates de la virtud se lo celebran.
         Y luego están los que triunfan de verdad, estudiando para saber y no para pasar por sabios; trabajan para ser mejores, no para aparentarlo, y forjan el impulso en vez de dejar que el impulso los arrastre. Los que no sacrifican la vida en aras de los libros, como ratas de biblioteca: ésos son los verdaderos sabios. Pero los nicófagos los desprecian porque huelen a agoniatras.



7.
         Se puede triunfar de tres formas: consiguiendo lo que buscas, consiguiendo que te aplaudan o haciendo bien las cosas; el aplauso es el reconocimiento de que lo que has hecho es bueno.