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viernes, 20 de mayo de 2022

LA MATERIA

 

 

MATERIA  

 


            Este artículo está dirigido a los especialistas; pido perdón a quienes me leen habitualmente; después de este paréntesis volveremos con la filosofía literaria la semana próxima.

 

            En física se llama materia lo que, siendo fuente de fuerza, se mueve y ocupa un lugar en el espacio. A la característica de ocupar un lugar en el espacio Descartes la llamó inercia; la materia era, para él, extensión, es decir lo que está ahí y no se mueve si no es empujado por nada. Es inerte todo lo que tiende a quedarse como está, a menos que venga algo a cambiarlo. Una piedra es inerte porque no se mueve sola.

            A los tipos o clases de materia los llamamos sustancias. El vino, el agua, el cloro son sustancias distintas. También el uranio lo es. Ahora bien, el uranio es una sustancia radiactiva; es activa, y por tanto no podemos decir que sea inerte. Pero es que todas las demás sustancias son activas: tienen actividad eléctrica que las empuja a ser estables hasta convertirse en sustancias inertes, como los gases nobles.

            Si todas las sustancias se mueven (unas, por radiactividad, otras, por electricidad), eso quiere decir que, en tanto que materia, no son inertes; son extensión, sí, porque están en el espacio, pero se mueven por sí solas; no necesitan que nada choque contra ellas para entrar en movimiento; el movimiento y la actividad son, junto con la extensión, dos características de la materia. Extensión: están en un lugar. Movimiento: cambian de lugar. Acción: la causa del cambio es una fuerza que está dentro de ella. Fuerza: principio activo que contiene la materia. Cuando queremos definir la fuerza resulta imposible, puesto que entramos en un círculo vicioso: la fuerza es principio de acción y la acción es el efecto de una fuerza.

            Si definimos el movimiento como un cambio de lugar, sólo la materia se mueve. Pero si lo definimos como un cambio de estado podemos decir que las cosas inmateriales (como el espíritu) también se mueven.

            Un lugar es una porción del espacio, un trozo de vacío. Llamamos espacio al vacío que es apto para ser ocupado por la materia; al vacío que no pude serlo lo llamamos nada. El vacío, pues, no es la nada, puesto que la nada es inercia sin forma y sin energía, sin fuerza.

            Entonces tendremos que definir la materia como lo que está lleno, no como lo que es inactivo o inerte. Habría que suponer que el principio universal sería energía, fuente de fuerza, y eso es lo que llamaríamos ser. Es ser lo que contiene energía activa y a lo que contiene energía pasiva lo llamamos la nada (si es energía destructiva) y el espacio (si es energía conservadora). A lo que es coordinación, encaje o concordancia entre el ser y el espacio lo llamamos materia, pero hay un tipo de ser que existe fuera del espacio: lo llamamos alma; el alma viene a ser, entonces, la energía de la que están hechos el ser y el espacio; la nada es un ser desalmado, sin capacidad, sin fuerza, sin energía. 



            En el principio era la acción: el ser. La acción es el alma del mundo (alma afirmada) y la muerte del alma es la nada (alma negada). Si el alma cósmica, que en principio está llena de energía, llega a vaciarse, se convertiría en nada. El alma es un ser dentro de un espacio inmaterial, que la contiene. Cuando este espacio anula la capacidad de acción del ser lo convierte en materia, y entonces es extensión; la materia es extensión, si no inerte, sí al menos extensión que tiende a la inercia, como el uranio tiende a perder radiactividad al término de su periodo de radiación; o como cualquier sustancia tiende a perder actividad eléctrica adquiriendo la estructura de los gases nobles.

            El ser se fragmenta en el espacio: esos trozos son las partículas (partes pequeñas) que se dividen  hasta el infinito. Las partículas forman corpúsculos (cuerpos pequeños), a algunos de los cuales los llamamos átomos (que no se pueden dividir sin dejar de serlo).

            Energía. Energía que se afirma: el ser. Energía que se niega: la nada. Conjunción de ser y nada, afirmación y negación yuxtapuestas, sin mezclarse, sin combinarse: materia y espacio. El ser sin la nada: el alma (que, por lo tanto, no está rodeada por el espacio aunque dentro de ella sí haya espacios: espacios de ser, no trozos de vacío inerte; lo propio del ser, incluso en sus espacios, es la energía que contiene).

            Afirmar algo sería algo así como admitir que ese algo está despierto, tiene conciencia; negarlo sería suponer que está dormido o inconsciente. El inconsciente será la nada del ser. Pero el alma, que es un ser sin espacio material, contiene reflejos del sueño y es el inconsciente no material que podemos concebir como la sombra de la nada, que es el inconsciente absoluto. La nada es el inconsciente que no conoce. Los fantasmas son los inconscientes del alma cuando piensa de modo nebuloso, si consideramos la niebla como el vuelo de la nada reflejado en la conciencia del ser; así, el ser se piensa a sí mismo (y es pensamiento claro: pensamiento de luz) o piensa en la nada que no es (y es pensamiento nebuloso).

            En otras palabras: la falta de conciencia no debería llamarse, en rigor, inconsciencia sino falta de conciencia: la inconsciencia (más valdría llamarlo subconsciente) sería una conciencia dentro de la conciencia, una conciencia velada: in(dentro)–consciencia; o conciencia debajo (sub) de la conciencia. La nada no conoce, y no-conciencia sería más bien aconciencia (“a” es la partícula negativa).

 


 

viernes, 25 de marzo de 2022

EL DESTINO DE EUROPA

 

EL DESTINO DE EUROPA 


            Políticamente hoy es Europa una potencia débil. Pero está hecha de esa debilidad que da la fuerza, porque, por respeto a la libertad de todos los Estados que la integran, tiene que pagar el precio de no hablar con una sola voz. Otras potencias hablan con una voz única pero tienen por dentro maniatadas sus voces; la fuerza que ejercen en la escena internacional es aparente, porque en el fondo son inmensamente débiles.

            Europa adolece también de una debilidad militar: sólo Francia es una potencia atómica; Europa tiene ejércitos menos poderosos que Rusia y China, y éstos los tienen aún menos que los Estados Unidos.

            Europa es una enorme potencia cultural. La fuerza de su cultura es descomunal. Los Estados Unidos son un país joven y ni de lejos pueden compararse con la enorme riqueza europea. Rusia tiene una cultura exquisita y la de China es de una riqueza milenaria. Ante mi ignorancia a la hora de compararlas me atrevería a decir que Europa, China y Rusia es posible que tengan sendas culturas de una fuerza equivalente.

            Pero Europa tiene una riqueza moral: eso no lo pueden decir ni Rusia ni China. China tiene filosofías que han marcado hitos en el pensamiento moral del mundo, pero Europa disfruta de un respeto a los derechos humanos como no lo tiene ningún país del planeta; y esto no tiene que ver con el hecho de que, coyunturalmente, promueva la violación de esos derechos un buen número de europeos. Es como el mar, cuyo oleaje puede desbaratarlo todo pero en sus fondos abisales, que son la identidad inconsciente de Europa, hay un sentimiento arraigado de respeto que es su tarjeta de presentación verdadera; que perdura mucho más que las efímeras tarjetas de atropellos que identifican por momentos a muchos europeos. En oposición a ellos, Estados Unidos parecen tener una doble identidad paradójica: en su medalla brillan, por un lado, los nobles ideales de Europa, y por el otro, la sombra de los fanatismos medievales, restos de un pasado que se niega a desaparecer.

            El primer tercio del siglo XXI es el del declive de Europa: militarmente va a ser arrinconada por Estados Unidos, Rusia y China y políticamente tiene escasa trascendencia (aunque la tiene). Pero hay un auge de Europa que viene de su esencia, de aquello que permanece, una riquísima cultura donde convive lo despótico con lo humano y una dimensión ética envidiable para cualquier país de la tierra. Por eso podemos decir que el declive de Europa puede ser una realidad coyuntural a lo largo de décadas, esperemos que no durante siglos; pero Europa es, en la cultura, uno de los grandes faros de la humanidad y en la moral, el único. Puede que las mareas bajas eclipsen los valores de Europa y sus realidades; pero su presencia será permanente en el enorme empuje que siempre tienen sus mareas vivas.

 


 

sábado, 5 de marzo de 2022

 

 

 

CUERPOS SIN CABEZA   

 


            Hércules de feria. Músculos hinchados, tensos hasta el dolor. Venas esculpiendo músculos a punto de estallar. Cuerpo enorme, cabeza pequeña. Como esos herbívoros gigantescos (estegosaurios, seismosaurios, diplodocus) que tienen, en comparación con el cuerpo, el cerebro del tamaño de una cabeza de alfiler. Cuerpos enormes con dos milímetros de cerebro, cuerpos sin cabeza que tenga capacidad de pesar. Sacos de proteínas, carne de gimnasio. Pasión sin control, obsesión por la fuerza, cultivo del músculo, enfermos de vigorexia. Es capaz uno de esos hércules de sobrecargar su hígado, su corazón, su vida, y no darse cuenta más que cuando casi está muerto. Adicción al músculo, a la presencia, a la apariencia, a la fuerza; no creer que en el mundo pueda haber cosas más admirables que estar fuerte.

            Mitos de pasarela. Cuerpos raquíticos, gestos ingrávidos, rostros infantiles, caras de ángel. Ojos que irradian belleza selectiva. Rostros divinos, manos adorables, brazos esbeltos en su hermosa desnudez. Piernas de sílfide, manos de garza. De una belleza esculpida en la cocina de la dieta. De una delicadeza cuajada en la mesa del hambre. Piel tersa, casi sin carne, hermosa y frágil con la textura de un flan. Esos cuerpos de leyenda son bellos, sí, pero hay muchos cuerpos bellos y para ser elegidos deben pagar el peaje del sexo. No viven por exhibirse, se desviven por ajustar sus carnes (o la falta de ellas) al molde ideal. Algunas mueren de hambre, o de la falta de hambre, cuando tienen un cuerpo hambriento que está gritando por comer. Víctima tiranizada de la moda, cuerpo del deseo. Belleza esculpida sin cabeza, cerebro que sólo piensa a través de una obsesión, no es humana, sino objeto. Anorexia.

            Flor de perdición. Cuerpos que sólo valen para ser regados por dentro. Puedes ver a los jóvenes un viernes por la tarde en la tienda del barrio. Cuando hacen cola en la caja se les distingue muy bien porque en el carro sólo llevan botellas; botellas de whisky, de ron, de vino del barato, de gaseosas con sabores para mezclar con el alcohol; y vasos de plástico, litronas de cerveza. Los ves por la calle y llevan bolsas de plástico en la mano cargadas con botellas. Por comida bolsas de patatas, rara vez cacahuetes, patatas grasientas que se inyectan en la sangre, listas para sembrar en los jóvenes las enfermedades que solo tienen los viejos. Su único objetivo es emborracharse, reunirse en ese espacio donde se reúnen todos los viernes los mismos jóvenes con las mismas botellas. Morrear en una esquina o detrás de un árbol, jóvenes que casi no quedan para salir entre ellos, salen para servir al rito. El rito del alcohol, y como ellos mismos dicen: 

            -Antes quedabas para comer y follabas luego.

            -Ahora follas y quedas después.

            Aires de botellón, tardes de cabeza vacía, tiempos de borrachera. Empezaron diciendo que los bares eran caros. Que les salía más a cuenta comprar un botellón y bebérselo en la calle. Ahora salen de botellón y luego van a los bares. Y el dinero se multiplica. Dicen que botellón es beberse cualquier cosa, incluso zumo; en realidad el botellón es beber alcohol y el zumo sólo está para bañar el whisky; o si no, beben cerveza; o calimocho, que tiene que ser con vino malo, vino de caja, el de los pordioseros. No les gusta el vino y es porque no lo saben degustar, ni tampoco quieren. Ir de botellón es concertarse para hastiar lo más bajo y primitivo que tiene la naturaleza: el estómago; la botella sin control, cuando el vómito es el único dispositivo que hace parar a la botella; soltar el asco, dormir la mona, tumbado en la acera; de vez en cuando un coma etílico, la ambulancia para el hospital, y de vez en cuando, también, sobrevivir después de un susto. Es la hez de la sociedad, degenerar la juventud, intransigencia para quien no bebe, esto es putrefacción, es la decadencia. 



            El hombre vende fuerza. La mujer, belleza. El joven vende decadencia. Pero ni los hércules de feria ni los mitos de pasarela ni las flores de perdición quieren usar la cabeza. No quieren, no es que no sepan. En la escuela les enseñan a pensar, pero no quieren, les enseñan a valorar las cosas, pero les resbala, les enseñan a no fumar, pero fuman y se drogan cuando beben a pesar de que saben que eso no es bueno ni para el vientre, ni para los pulmones, ni para la cabeza.

            La cabeza sabe equilibrar los alimentos, en la escuela pueden aprender, pero no quieren: el atleta busca proteínas sin grasa, si me apuntas también sin vitaminas, porque el músculo tiene prisa por crecer a costa del cuerpo; la modelo busca delgadez a costa de la salud y come frutas y verdura y agua, mucha agua (de proteínas no le hables; mucho menos de grasa); y el esclavo del botellón bebe azúcar metido en alcohol y come grasa empaquetada en patatas fritas y le sube la tensión, porque sufre el corazón y sus venas se llenan de grasa. La cabeza sirve para controlar al músculo, a la degeneración y a la belleza; la escuela sirve para amueblar la cabeza; pero ni la escuela se toma en serio ni ellos toman en serio a la escuela.

            Culto al cuerpo. Para ser fuerte, para ser bello o para disfrutar a costa de la belleza y de la fuerza. El gimnasio, la pasarela y el botellón son los grandes dioses de nuestro cuerpo; los tres tiranos que lo esclavizan. Del gimnasio saldrán soldados, de las pasarelas prostitutas y de los botellones borregos; cuando debieran salir deportistas, hermosura culta y hedonismo bueno. El deporte sirve para medir nuestras fuerzas retándonos unos a otros peso sin aplastar al adversario, mucho menos matarlo. De las pasarelas debieran salir actores, danzarines y lectores, en un mundo de arte donde la belleza del cuerpo irradia con el alma y el alma luce con los libros, el cine, la danza y la delicadeza. Y del botellón debiera salir esa visión del mundo que busca placer en el cuerpo respetando sus límites, regándolo con la riqueza del alma y el alma con la riqueza del cuerpo.

            El cultivo del cuerpo y su cultura son el antídoto contra el culto al cuerpo, desarrollar nuestras carnes y no destruirlas: para eso sirve la Educación Física. Pero no para organizar torneos y llenar vitrinas cargadas de copas, convirtiendo al alumno en una máquina de ganar copas aun a costa de su cuerpo: forzándolo y sacándolo de quicio cuando lo que hay que hacer es desarrollar sus fuerzas sin someterlo a excesos. La Educación Física sólo es buena cuando está al servicio del desarrollo de la personalidad, cuando el cuerpo se convierte en compañero del espíritu, del corazón y del pensamiento.

            La Educación Física no es sólo deporte. También es danza, relajación, expresión corporal, equilibrio y acrobacia. Suelen los chicos decir que esas cosas son para chicas, que ellos son machos y varoniles: y lo dicen porque no tienen cultura del cuerpo, porque para ellos el cuerpo es fuerza y no delicadeza, mucho menos sensibilidad; pero de las vivencias del cuerpo surge la vida del corazón, de la amistad, del sentimiento; y también la salud de la cabeza, que oxigenando el cuerpo se crea un clima propicio para que puedan brotar la razón y el pensamiento.

            Si fuéramos cabezas sin cuerpo seríamos robots esquemáticos y fríos. Si fuéramos cuerpos sin cabeza seríamos brutos, y no nos distinguiríamos mucho de las amebas. El ser humano es un cuerpo que merece ser gobernado por la cabeza; y reclamar su derecho a mandar en la cabeza a su vez, cuando la cabeza se desborda creyendo que lo único que vale es el pensamiento. Que el jugador piensa las jugadas mientras las hace pero el público, más que el árbitro, las ve desde lejos y por eso las ve mejor: la cabeza es el público que le dice al cuerpo cómo debe avanzar, mientras que el cuerpo corrige a la cabeza, que se olvida de las cosas elementales, porque muchas veces, cuando piensa, puede estar demasiado lejos.

 


           

 

viernes, 19 de noviembre de 2021

EL MUNDO DE HOMERO

 

 

EL MUNDO DE HOMERO

VIRTUDES…

 


            No sirve entonces ser astuto en el valor. En el valor hay que ser prudente, como Telémaco[1]. La prudencia (valor templado en la cabeza o cabeza templada en el corazón) no la tuvo Ulises. Ulises se creyó que bastaba con tener razón para ser justo, y la razón fue mala cuando quedó sembrada entre las tripas. Mientras tanto ¿qué hacia Penélope? Esperar: discreta Penélope[2]. Penélope, belleza y juicio[3]; el buen juicio, que al de Ulises lo perdió la vehemencia, y perdió el sentimiento a fuerza de sentir tanto. Penélope, virtuosísima[4], intachable esposa. Conservó la memoria de Ulises y ella perdurará constantemente en nuestra memoria. Lo bueno, lo que vale la pena recordar; la gente buena, será recordada por los siglos de los siglos.

            En el pecho nos gobierna el ánimo; bueno o malo, el ánimo agita el sentimiento en nuestro pecho[5]; y las cosas que resultan feas para los otros pueden ser gratas para mí, por haberme dado la naturaleza esa inclinación; “que no todos hallamos deleite en las mismas acciones”[6]. A unos les gusta el campo, a otros los remos; a unos la casa, a otros la pluma: cada cual tiene sus vocaciones, cada cual tiene sus fuerzas. Pero hay quienes tienen el ánimo excitado y aturdido el entendimiento y no todo es bueno en esos gustos; puede ocurrir que el ánimo esté deformado, y tenemos mal gusto. El vino, el vino vuelve loco nuestro ánimo[7]; el vino puede perturbar el entendimiento[8].

            De entre las cosas que ocurren, unas se recuerdan en nuestro mundo, otras se recuerdan en todos los mundos. Unas se transmiten a través de nuestro pueblo; otras atraviesan el alma de todos los pueblos. Unas son el alma de mi tierra, otras son el alma de la humanidad entera: sólo estas últimas son las virtudes; los vicios yacen escondidos entre ellas en las primeras. La virtud es un esfuerzo por hacernos mejores; pero algunos prefieren más que ser buenas personas, ser buenos guerreros. No se lo podemos reprochar a Ulises: ésa fue su época, y Ulises fue un sarmiento crecido entre las uvas de su tiempo.

            Hospitalidad. Amor. Inteligencia. Astucia. Mando. Fuerza. El ideal de la paz. Tales fueron las virtudes de los tiempos de Homero; que no sabemos si fueron también las virtudes de Ulises. El tiempo es una casa donde vivimos. Podemos mirar el mundo desde nuestra casa, y entonces lo que sucede como ha sucedido siempre es razonable. Pero también podemos mirar las cosas desde fuera de nuestra casa; y desde fuera de las otras casas que se levantan fuera de la mía. Estén cerca o estén lejos; podemos contemplar el mundo desde fuera de todas las épocas y de todos los lugares; es decir, desde ninguna parte; entonces nos parecerá razonable lo que sucede siempre, aunque no sea lo que siempre sucede en nuestra casa. Vivir es estar a caballo entre dos tiempos: el nuestro y el de la eternidad; el nuestro nos da las razones donde hemos crecido; el otro nos da las razones que lo eran antes de nacer. Por eso la vida es un viaje. Vivir es vagar y vagar es estar perdido; unas veces buscamos sin rumbo, otras veces erramos sin rumbo. Y cuando salimos de casa nos sentimos perdidos. Aunque a veces sentirse perdido es la primera señal de que estamos en el camino. La vida es una cuerda perdida entre la soledad y la pereza. 



            Pues las virtudes son las virtudes del mundo que hay fuera de las casas: algunas veces las rodea; otras las penetra. Virtudes de los tiempos homéricos. La hospitalidad. “Tan mal procede con el huésped quien le incita a que se vaya cuando no quiere irse, como el que lo detiene si le cumple partir”[9]. Palabras de Menelao. Antínoo. Los pretendientes quisieron quedarse pero Ulises los estaba echando. ¿Era Ulises poco hospitalario? Hospitalarios eran los feacios. Que, cuando Ulises quiso marcharse, lo acompañaron en uno de sus barcos.

            No. La hospitalidad era una costumbre de la casa de Ulises. Pero se levanta sobre una costumbre que comparten todas las casas. Que el huésped respete a su anfitrión; que si no están esos cimientos universales no podremos construir el edificio; que las virtudes de una época se construyen sobre las que atraviesan todas las épocas, sobre las virtudes de la humanidad.

            Inteligencia: “viendo la paja conoceréis la mies”[10]; veréis en las apariencias lo que late escondido en lo profundo; la inteligencia, unas veces, sirve para convencer; otras es el cemento del engaño. Y ahí se convierte en astucia. Ulises, astuto, engañó al cíclope que los avasallaba; y salió del antro donde los daban por muertos[11]. Pero también mató a inocentes engañándolos con su astucia: niños murieron en Troya junto a los combatientes; y también murieron mujeres y ancianos: atrapados en el caballo de Ulises, pérfido, injusto, desolador, y malvado. Sin embargo el saqueo estaba bien visto. Era una costumbre de su tiempo, y Ulises, al abrir una orgía de sangre, sólo pudo ser un héroe de su tiempo. Y se perdió la ocasión de ser el héroe de todos los tiempos.

            Mandar. Esclavizar. El jefe no es el guía de su pueblo, sino el que lo alimenta para esclavizarlo. “No toleraré que permanezca ocioso quien coma de lo mío”[12]: así vive Telémaco; y en sus palabras late el espíritu de la época y el de todos los tiempos. Como habla desde su época, dice: si quieres comer, obedece; y si hablara fuera de ella diría: si quieres vivir, trabaja: ése es el espíritu de todos los tiempos. Está en la fábula de Esopo. Un labrador dijo a sus hijos en su lecho de muerte: buscad debajo de la tierra, en ella hay un tesoro; los hijos cavaron todo el campo y no lo encontraron, pero aquel año la tierra dio sus mejores frutos; la fábula enseñaba que el trabajo es un tesoro; pero el trabajo es libre, y no se condena a la esclavitud dando la libertad en precio, a cambio de comida, para que obedezcas a quien no sabe mandar.

            Fuerza. La fuerza mana de la inteligencia, nunca contra ella; de lo contrario será violencia, furia, crueldad. La verdadera fuerza no se deja atrapar por la ira (Ulises cayó prisionero de ella). Fuerza del ánimo: los bríos. Fuerza del brazo: el vigor. Así lo dice Telémaco cuando habla con su padre: pues que “dicen que tu consejo es en todas cosas el mas excelente”, nosotros seguiremos tu consejo; “y no han de faltarnos bríos en cuanto lo permitan nuestras fuerzas”[13]. Así lo decía también don Quijote: “sus fueros, sus bríos; sus premáticas, su voluntad”; no hay leyes que no procedan de la fuerza, y no hay fuerza sana si no procede de la voluntad. De la voluntad, no del capricho, ni de la ira; ni de la mediocridad. Penélope nos recuerda que somos de vida corta; y mientras al cruel lo insultan después de muerto, al intachable le dan una fama que alarga su vida después de morir[14]; y si nuestra vida se ha de acabar un día, sólo la del bueno perdurará siempre en nuestra memoria; y hasta traspasará la barrera de nuestro tiempo; y seguirá vivo más allá de nuestro mundo, en los tiempos de los tiempos. Porque no será el héroe de la guerra, sino de la paz. “Ámense los unos a los otros”[15], dice Zeus; y que se olviden todas las matanzas; pero Zeus presupone que algunas matanzas son necesarias; Ulises era necesario en la sociedad de Homero. Nosotros no lo necesitamos hoy. Ulises se convirtió en un magnífico héroe para los griegos, pero perdió la oportunidad de convertirse en el mejor héroe de todos los tiempos.

 


…Y VICIOS

 

            La inteligencia nos sirve para despertar el ánimo, para inervar la fuerza, para cimentar el amor; no para dirigir la astucia en contra de nosotros. En Ítaca los pretendientes, soberbios, pronunciaban buenas palabras “revolviendo en su espíritu cosas malas”[16]; cuando el espíritu no es el reflejo de las palabras: dos caras, una distinta de la otra; hipocresía; para maquinar contra Telémaco “la muerte y el destino”[17]: lo mismo que contra los otros hacía su padre. ¡Oh, Ulises, fecundo en ardides! Cuando tu astucia maquina contra los otros eres sabio, pero cuando te lo hacen los otros a ti son crueles: y vas a jugar siempre con un doble rasero; bueno lo que te favorece, aunque a otros perjudique; malo lo que te perjudica, aunque beneficie a todos.

            Lo contrario de la soberbia es la timidez. Pero “al que está necesitado”, dice Homero, “no le conviene ser vergonzoso”[18]; y hay quien, “obligado por la necesidad”, cantaba ante los pretendientes: como el aedo Femio[19]; el mismo que, defendiéndose ante Ulises, decía:

            -No he entrado yo en esta casa de propio impulso, ni obligado por la penuria; me han forzado a que venga[20].

            Timidez, dignidad, soberbia: la fuerza o la penuria nos arrancan la timidez, el impulso nos lleva entre la dignidad y la soberbia; la pérdida de la dignidad nos lleva a la soberbia, y la ira es el vestíbulo por donde se va; de ahí que Homero nos recomiende paciencia. Hay que contener la cólera en el corazón[21], conservar la fuerza, pero sin perder la inteligencia: la única que puede convencer al ánimo[22]; evitar que el ánimo sea cruel, “más duro que una piedra”[23].

            Ser duro es no sentir, sentir es ablandar el ánimo. La envidia. La envidia es una sensibilidad ciega para lo que no sea nuestro. Arneo. Iro. El mendigo que intentó echar a Ulises de su propia casa, sin saberlo.

            -En este umbral hay sitio para los dos –dijo Ulises- y no hay por qué envidiar las cosas del otro[24].

            Y sin embargo las envidiaba. Quería todo el sitio para sí y no compartirlo con ningún mendigo. Pensar en sí, sin importarle el mundo; pensar en hoy, sin importar mañana; aquel mendigo era verdaderamente pobre; miserable; pobre de comida, y de espacio y tiempo. “¡Rústicos necios que no pensáis más que en lo del día!”[25] Sólo os preocupa lo inmediato, lo importante os deja fríos; no tenéis ideales, ilusiones, ni futuro; sólo os importa el momento, la comida; matáis de hambre vuestro espíritu preocupados sólo de alimentar vuestro cuerpo; os habéis vendido por un plato de lentejas. 



            Ahora se han caído las máscaras, estamos presenciando el ocaso de los ídolos. Penélope era injusta, Ulises cruel. No eran nobles en la fortuna, sino en el infortunio. Ulises era colérico, Penélope despreciativa. Ulises se desnudó de sus andrajos. Tensó el arco, disparó la flecha. La flecha pasó por el ojo de las segures. Y Penélope musitaba:

            -No voy a casarme contigo. No sería razonable.

            Momentos antes se había comprometido a casarse con quien lo hiciera. Y al ver que uno de ellos no era un príncipe, al punto precisó: contigo no. Porque no importaba que fuera bueno, lo importante era que, aunque malvado, fuera hijo de un rey, un príncipe. Penélope no miraba desde lejos para ver el bosque. Miraba desde dentro y sólo veía árboles. Y si lo razonable necesariamente era lo justo, allí, ante todo, tenía que ser la tradición y la costumbre; aunque no fuera lo justo; aunque valiera más un plebeyo que un noble. En la óptica de la nobleza era Penélope un espíritu mediocre: que prefería las cosas de su tiempo, hasta tal punto su tiempo la impregnaba; y su amor por la humanidad palidecía un poco, porque nos cuesta más mirar desde la óptica de todos los tiempos; la tradición es, para el espíritu, el mundo de las preocupaciones del día; la preocupación que vale está en el mundo de la humanidad entera; de las ilusiones puras; de los ideales.

            Todo es fruto de la dedicación. Del esfuerzo. Quien es “ducho en malas obras no querrá aplicarse al trabajo, antes irá mendigando”[26] ; mendigando para su vientre; su vientre insaciable.

 


 



[1] Homero, La Odisea, p. 196.

[2] Ibídem, p. 214.

[3] Ibídem, p. 237.

[4] Ibídem, p. 308.

[5] Ibídem, p. 227.

[6] Ibídem, p. 182.

[7] Ibídem, p. 241.

[8] Ibídem, p. 246.

[9] Ibídem, p. 191.

[10] Ibídem, p. 181.

[11] Ibídem, p. 259.

[12] Ibídem, p. 243.

[13] Ibídem, p. 296.

[14] Ibídem, p. 251.

[15] Ibídem, p. 315.

[16] Ibídem, p. 217.

[17] Ibídem, p. 264.

[18] Ibídem, p. 224.

[19] Idídem, p. 288.

[20] Ibídem, p. 289.

[21] Ibídem, p. 221.

[22] Ibídem, . 298.

[23] Ibídem, p. 295.

[24] Ibídem, pp. 231-232.

[25] Ibídem, p. 271.

[26] Ibídem, p. 221.

viernes, 11 de diciembre de 2020

 

 

EL MUNDO DE ULISES  

            Para comprender bien estas líneas será necesario conocer ante algunas leyendas. He aquí algunos de los motivos legendarios que podemos encontrar en lo viajes de Ulises:

            Circe era una hechicera que vivía en una isla maravillosa; a los que atrapaba en ella les hacía olvidar su hogar dándoles a beber una pócima; luego los transformaba en cerdos.

            Calipso era una diosa que atrajo a Ulises a su isla. Allí le ofreció las mejores delicias, los placeres más exquisitos (bebida, magníficos manjares y yacer en su propio lecho). Pero Ulises, cansado de tantos agasajos, quiso salir de la isla y volver a su casa, la isla de Ítaca. 

            Las sirenas eran seres mitológicos que embrujaban a los navegantes con su canto irresistible; atraídos por él se acercaban a la costa y allí encontraban la muerte.  

            Escila y Caribdis eran dos seres monstruosos. Cada uno estaba a un lado del canal por donde debía pasar Ulises. Escila tenía torso de mujer, cola de pez y seis cuellos serpeantes con cabeza de perro. Caribdis era un remolino que succionaba los barcos y los arrastraba hasta el fondo. Escila estaba a tiro de flecha de Caribdis, por lo que los barcos que querían alejarse de ella tenían que acercarse de Caribdis, y viceversa; estar entre Escila y Caribdis es lo mismo que estar entre la espada y la pared.

            Los lestrigones eran unos gigantes antropófagos que persiguieron a los marinos de Ulises; a los que consiguieron escapar los arponearon como a peces y destrozaron su barco tirando rocas enormes desde el acantilado.

            Polifemo tenía un solo ojo, colmillos de sable y orejas puntiagudas. Encerró en su cueva a los amigos de Ulises y empezó a comérselos hasta que, utilizando su astucia, Ulises consiguió vencerlo.

            Ulises era la personificación de la astucia. A él se debe la invención del caballo de Troya, para vencer a los troyanos mediante el engaño (ya que no les habían podido vencer en la guerra).

            Tiresias era un adivino ciego al que consultó Ulises para saber cómo sería su regreso a Ítaca; los dioses lo compensaron de su ceguera dándole el don de ver el futuro; para hablar con él, Ulises tuvo que bajar a los infiernos.

            Las vacas del sol eran un ganado prohibido porque quien se atreviera a comérselas tendría que soportar una terrible maldición. Los amigos de Ulises las cazaron y, como castigo, tuvieron que navegar bajo la tempestad y en ella encontraron la muerte.

            Los cícones fueron atacados por Ulises, que mandó quemar sus ciudades y raptar a sus mujeres; pero los amigos de Ulises se entretuvieron disfrutando del botín de guerra y fueron atacados, a su vez, por los refuerzos, que mataron a muchos de ellos; los que sobrevivieron los tuvieron que huir bajo un enorme temporal.

            Los lotófagos eran un pueblo que se drogaba comiendo flor de loto; los amigos de Ulises se aficionaron a esa droga y se olvidaron de su patria, hasta que Ulises los obligó a regresar a las naves para volver a ella.

            El saco de los vientos fue un regalo de Eolo. Eolo encerró los vientos y los ató para que no molestaran a los barcos de Ulises. Pero sus amigos creyeron que era un regalo que Ulises se guardaba para él solo, y por eso lo abrieron con intención de repartírselo; en cuanto quedaron sueltos, los vientos azotaron las naves y provocaron terribles tempestades que les hicieron naufragar.

            Los feacios eran un pueblo pacífico donde Ulises naufraga; allí lo encuentra la hija del rey, que consigue, después de oír el relato de sus aventuras, que pongan un barco a disposición de Ulises para que por fin pueda regresar a Ítaca. 


1.

 

            -Si os fijáis bien –dijo Juan-, el mundo de la Odisea se acerca bastante a lo que decía Ortega y Gasset: yo soy yo y mi circunstancia; yo soy Ulises, y el mundo son las aventuras por las que voy pasando.

            -¿Y cómo es ese mundo? –se atrevió a  preguntar Baiba.

            -Es un mundo de peligros, pero no de oportunidades. Está lleno de amenazas (acordaos de Escila, de Caribdis, de los lestrigones); de tentaciones (las sirenas, Circe, Calipso); pero no tiene posibilidades; no hay ocasiones para construir, sólo la necesidad de escapar a la destrucción.

            -¡Caramba! –exclamó Maia.

            -Y fijaos –prosiguió Juan-, Ulises también tiene sus propias posibilidades, como las tiene el mundo en el que está. Se puede ser inteligente de dos maneras: o siendo astuto (como Ulises) o siendo sabio (como Tiresias); pero de ningún modo se plantea la posibilidad de ser cuerdo sin ser un iluminado ni un aprovechado; la cordura de la calle es la picaresca, la de Ulises; la que utiliza la inteligencia para sacar tajada; pero esa inteligencia generosa, que observa la realidad sin aprovecharse de ella, no está en la Odisea.

            Cristal, sorprendida, se sumió en una profunda meditación; no había caído en ello.

            -Ser sabio –prosiguió Juan- no es razonar desinteresadamente haciendo uso de la inteligencia; es dejarse llevar por la intuición, que no siempre es acertada; nuestras corazonadas nos engañan a veces; la lógica, no.

            Cristal buscaba un orden en sus ideas. Desde luego, ella se sentía una persona racional, hipercrítica, un tanto escéptica, no dada a fiarse tan fácilmente de las intuiciones; ella necesitaba pruebas, razonamiento, argumentación, y descubría que en la Odisea sólo cabían el pillo y el iluminado; el científico, no.

            -Y si la naturaleza, concediéndonos la astucia, y a veces la clarividencia de las intuiciones, nos ha dado buenas armas, también nos ha dado un talón de Aquiles; unas limitaciones que actúan en nosotros, como un virus que nos destruye: un caballo de Troya; que unas veces nos hace ser así por naturaleza y otras nos las inocula la sociedad.

            Cristal no salía de su perplejidad. Jaime, que era astuto como Ulises, se sentía identificado; y también Baiba, a la que a veces ayudaban las corazonadas; pero Cristal, que sólo se guiaba por la razón científica, no tenía cabida en la Odisea.

            -Estamos en el mundo con nuestras armas y nuestro talón de Aquiles; por ejemplo, el de Polifemo es que era bruto. Esas posibilidades, junto con esas limitaciones, son nuestro destino de partida; el bagaje con el que nacemos, que incluye también nuestra libertad. Al hacer uso de él vamos construyendo nuestro destino, pero no el de partida: el de llegada; en parte depende de los dioses, que nos mueven a su antojo, pero cada cual sortea el capricho de los dioses con sus propias armas; por ejemplo, sus hombres responden a la tentación de Circe cediendo al deseo, y son convertidos en cerdos; pero Ulises responde con la libertad, y se libra de la desgracia. Lo mismo pasa con las vacas del sol: Ulises obedece a los dioses, porque le conviene; sus amigos, ciegos para ver lo que les conviene, desobedecen: y se pierden. Lo mismo pasa cuando se enfrenta a los cícones; se descuidan y se duermen en los laureles, y eso les cuesta la vida; o se dejan llevar por el placer de la droga, con los lotófagos; o caen en la indiscreción y los arrastra el saco de los vientos; o, como Ulises, resisten a la vida fácil (con los feacios) y prefieren viajar a Ítaca, donde no encuentran más que dificultades: pero les espera la felicidad.

            Sí. El mundo de Ulises no estaba hecho a escala humana. Se podía vivir en él si eras astuto y obediente, pero no si eras libre y no usabas la razón para dañar; que la razón es, a la postre, la más peligrosa de nuestras armas.

 


2.

 

            -Así pues, en la vida no hay más que peligros. No siempre hay que ser valientes, porque a veces no hay más remedio que huir; y aun así, no siempre es posible escapar; a veces sí, como en el país de los lestrigones; otras, aunque se pueda evitar el peligro, las amenazas, como Escila, nos ponen en situaciones límite. Y cuando nos acecha Caribdis no queda más que la resignación, porque con ella no hay escapatoria.

            Se quedó mirándolos, expectante. Carraspeó un poco.

            -El mundo ejerce sobre nosotros una poderosa atracción. Es como un conjunto de fuerzas que actúan sobre nosotros succionándonos hacia el centro. Cada peligro es un campo de fuerza que nos atrae. Y hay por el mundo muchos peligros. Otros son campos repelentes, y nos acercamos a ellos sin estar advertidos.

            -¿Como en Newton? –preguntó Cristal.

            -¿Perdón?

            -En física nos han hablado de Newton. Todo el universo se rige por la poderosa fuerza de gravitación universal.

            Juan respiró profundamente. Sí, podía valer.

            -Claro. Cada peligro es una fuerza que nos atrae. Pero no todas las fuerzas nos atraen de igual manera: unas nos llaman desde lejos, para que vayamos cuando no las habíamos visto; otras, en cambio, no las vemos; si caemos en ellas nos aspiran, nos devoran; pero si no caemos en su radio de acción nos dejan tranquilos.

            -Ya comprendo. –Cristal conocía bien la Odisea; se la había currado-. Los lestrigones no nos llaman; pero si nos acercamos a ellos los tenemos detrás de nosotros, para matarnos.

            -Eso es. O las cabezas de Escila; sus cuellos se estiran para buscarnos, pero Circe nos llama y somos nosotros quienes la buscamos.

            Cristal se hinchó, levantando los hombros con los brazos apoyados en la mesa. Su forma de respirar era una manera de pensar.

            -En cierto modo las tentaciones son atracciones libres. Son cabezas que nos buscan con sus cuellos larguísimos, mucho más largos que los de Escila; pero no están hechas de carne, sino de pensamientos; de imaginaciones, de encantos, de deseos. Las cabezas inmateriales son hechizos. Vapores mágicos que nos envuelven con su pegamento, como las telarañas.

            -Son las que nos explicaste el otro día, ¿verdad?

            -Las mismas. Calipso, la degradación; Circe, la degeneración; las sirenas, la muerte. Pero hemos conocido otra: la huida desertora, la de los lotófagos; la búsqueda de la inconsciencia, la vida fácil, los finales felices; huyen así quienes renuncian a sus obligaciones porque renuncian a su destino.

            -Eso –preguntó Cristal -¿es una degradación o un vivir degenerado?

            -Es una vida degradada –contestó Luis-. Se parece mucho a Calipso. Y algunos caen en ella porque su naturaleza los inclina como un trampolín, como el pervertido que se deja arrastrar por el juego porque tiene una inclinación natural hacia él; en el vicioso se conjugan la tentación y la tendencia: hay muchos que son tentados y resisten; pero otros sucumben porque tienden naturalmente a ella; la tentación funciona como una potentia; la tendencia, como possibilitas. Nuestras tendencias naturales son el abanico de posibilidades que tenemos en el mundo; pero algunas de ellas, volviéndose contra nosotros, funcionan como un caballo de Troya; como los leucocitos que matan a sus propios glóbulos rojos; como los soldados que, en vez de atacar a sus enemigos, atacan a sus protegidos.

            -¿Podría decirse que, si las tentaciones son atracciones libres, nuestras tendencias (las inclinaciones) son atracciones programadas? 

            -Sí. Unas veces por la naturaleza, como la ludopatía. Otras por la sociedad, como el apego a las modas.

            Cristal sopesó aquellas consideraciones.

            -Claro. Según eso, las enfermedades se producen cuando los virus invaden un organismo con predisposición genética; si el cuerpo no es receptivo, los virus no podrían hacer mella en él.

            Juan continuó con sus explicaciones.

            -La atracción, libre o programada, despierta dos pasiones en nosotros: la curiosidad y la búsqueda de la felicidad; la curiosidad es la pasión del conocimiento; la felicidad es la del corazón, y se escinde en los caminos de la cordialidad (que obra por nosotros) y de la visceralidad (que actúa contra nosotros). La felicidad regalada sigue un camino fácil, como cuando encontramos a los feacios; pero la felicidad conquistada es esforzada y valiente, como cuando llegamos a Ítaca.

            Juan aguzó la vista interior, concentrando los ojos de la inteligencia. Su inteligencia penetraba en las cosas con la agudeza de un águila.

            -La curiosidad es investigación o indiscreción; pero sólo la indiscreción aparece en la Odisea, como vemos en el episodio del saco de los vientos; la investigación, como curiosidad sana, nos enriquece con sus tesoros porque la ciencia pulsa en nosotros las cuerdas sensibles al saber; y el conocimiento tiene caminos que son toda una aventura: noodisea. Pero Ulises no valora la noodisea; para él la vida solamente es una odisea.

            -Ya –se quejó Cristal, ensimismada-. En el mundo homérico no se valora el saber; sólo si nos sirve para la supervivencia.

-Exacto. El saber práctico es astucia, táctica, estratagema. Ser listo es ser pícaro, no inteligente; y la picardía no es toda la inteligencia, sino solamente una de sus formas.

            -Por lo tanto la curiosidad sirve al conocimiento.

            -Sí. En Ulises es un conocimiento práctico, pero existe también el conocimiento teórico.

            -El conocimiento práctico es la técnica.

            -Sí. Y cuando se utiliza para combatir a otra voluntad que se enfrenta a la nuestra, lo llamamos estrategia.

            Cristal movió la cabeza, profundamente concentrada. Juan prosiguió exponiendo su punto de vista.

            -Según lo que acabamos de ver, el conocimiento es saber o sabiduría; lo contrario es brutalidad, y la encontramos en Polifemo. En Polifemo la brutalidad tiene dos vertientes: por un lado la ignorancia, por otro la crueldad; crueldad, torpeza, salvajismo, ésos son los dos significados de la palabra “bruto”.

            Cristal continuaba ensimismada.

            -¿Qué diferencia hay entre saber y sabiduría?

            -El saber puede entenderse como astucia o como cordura; en ambos casos es inteligencia moviéndose entre palabras; pero la sabiduría es intuición que alimenta la inteligencia.

            -¿En qué se diferencia la inteligencia de la intuición?

            -La intuición sería una lógica inconsciente; la inteligencia, una lógica mirando por las ventanas de la conciencia.

            Cristal había comprendido.

            -¿Y la conciencia? -preguntó.

            -Conciencia es darse cuenta de las cosas. No la hay que confundir con la conciencia moral, que es darse cuenta de lo que está bien y lo que está mal.

            Cristal sopesó aquellas respuestas. Le parecieron sensatas.

            -El saber –prosiguió Juan- es el conocimiento; en su grado máximo es sabiduría y en su grado mínimo, brutalidad.

            Luego calló, por un instante, antes de proseguir. 



            -El conocimiento bebe de tres fuentes: la razón, la experiencia y la conciencia. Empecemos por la razón; es la facultad de conectar unos conocimientos con otros; cuando se fija en la forma (llamémosla también estructura), es la lógica; cuando se fija en la figura, analogía; la lógica es, pues, el arte de conectar conocimientos desde su estructura; la analogía lo hace desde su figura o apariencia. Seguramente se pensó en algún momento que los parecidos no eran relaciones lógicas; por eso se les llamaría seguramente “alogías” (“a” es la negación griega); posiblemente se pensó después que sí que lo eran, y se negó la negación (“an” es la negación cuando la palabra negada empieza por vocal). Hay tanta razón en las estructuras como en las figuras; en los conceptos como en las percepciones.

Carraspeó un poco para marcar una pausa didáctica.

            -Hablemos ahora de la experiencia. La experiencia, o conjunto de cosas vividas, puede ser externa (mis relaciones con el mundo), interna (mis percepciones del mundo) o íntima (mis percepciones de mí mismo).

            Cogió una tiza y dibujó un rectángulo horizontal muy alargado. Lo dividió horizontalmente en dos mitades y en una puso a la razón y en otra a la experiencia. El rectángulo de la razón lo dividió horizontalmente en  otros dos, la lógica y la analogía, y el de la experiencia en otros tres: interna, externa e íntima. Cerró todos aquellos rectángulos con una línea horizontal y en ella escribió: “conciencia”. Lo dividió verticalmente en otros dos: inteligencia e intuición. Y la inteligencia la dividió a su vez en tres bandas verticales: instintiva, motriz y discursiva.

            -La conciencia –explicó- es darse cuenta o no de lo que uno está pensando. Al pensamiento inconsciente lo llamaremos intuición; al consciente, inteligencia. Ambos funcionan con lógica o analogía –y mostró, mientras hablaba, cómo se cruzaban los rectángulos verticales con los horizontales-. La inteligencia instintiva es una inteligencia bruta: la que tiene Polifemo. La inteligencia motriz se pone en juego en el deporte, la caza, la conducción, y cuando es analógica, en el juego; sobre todo en el juego simbólico, que es aprendizaje por imitación; aunque el juego simbólico, el de imitar roles, contiene también diferentes dosis de inteligencia discursiva.

            Luego utilizó la tiza como un puntero.

-La ciencia es la experiencia interna de la inteligencia discursiva auxiliada por la intuición; no se trata de que sólo estudie lo que nos pasa, no; estudia las percepciones que tenemos de lo que pasa en el mundo; si son percepciones de nuestros estados mentales, sería psicología.

Luego señaló una línea más bajo.

-La técnica es intuición e inteligencia (tanto discursiva, motriz como instintiva) de la experiencia externa; es decir, del mundo que se nos presenta como un reto, como una posibilidad, o como una amenaza.

Y señaló finalmente la última de las líneas.

-Esto es la comprensión: instinto e inteligencia aplicadas a nuestras experiencias íntimas; los afectos que adquieren un grado tan grande de profundidad, que resulta imposible expresarlos con palabras.

-La espiritualidad es la intuición de Tiresias.

            Juan abrió unos ojos grandes como platos: ¡qué grande era la inteligencia de Cristal!

-La razón, aplicada a la experiencia interna o externa, es el saber; pero aplicada a la experiencia íntima, que es donde predominan las intuiciones, es la sabiduría: tienes toda la razón, Cristal; el estudio del conocimiento ya no tiene secretos para ti.

            Y cerró la conversación con una sonrisa. Alguna fibra se debió estremecer en el corazón de la chica, porque se le escapó una sonrisa nerviosa; y sus ojos, cantarines, no sabían adónde mirar.