viernes, 29 de marzo de 2019

8 DE MARZO




8 DE MARZO


 He vuelto a mi casa montado en el autobús. A mitad de camino nos interpela el vozarrón del conductor: ¿alguien va a parar en la plaza de toros? “¡Sí!”, dicen algunos. “Es porque hay atasco en la carretera por causa de la manifestación. La manifestación de las mujeres, pensé; ¿cómo no se me ocurrió?
Media humanidad está atacando a la otra media; donde más se nota esa agresión es en el mundo islámico, pero no, no se trata de creyentes contra infieles, se trata del hombre contra la mujer. La mujer no puede ir por la calle sola, no puede conducir un coche, se le limita la entrada a la escuela, apenas puede ir a la universidad; su cuerpo debe taparse hasta para el médico, tampoco puede tener un rostro, ni pelo, el pañuelo está pensado para anular su identidad; hay lugares donde la mujer se muere de hambre si no tiene hombres en casa que la alimenten, los hijos o el marido, y si ellos han muerto en la guerra ella no tiene derecho a trabajar; su máscara, más que pañuelo, es una cárcel ambulante, fueron cosas que ocurrieron en Afganistán. No se trata de creyentes contra infieles, es una guerra del hombre contra la mujer.
Algo de eso tenemos en España, aunque en menor escala; y en Turquía, en Alemania, y en Brasil. Y ocurre en Francia y en Italia y en Gran Bretaña y en Portugal. Y en tantos lugares del mundo…  Celos. Menosprecio. Maltrato. Vigilancia. Asesinatos. Anulación de la personalidad. La ministra de la familia reclama que la mujer no salga de la casa, que su casa se convierta en una prisión. Hay voces que se levantan en España contra la ley que protege a las mujeres de la violencia de género. Voces que impusieron en las escuelas que se prohibiera la educación sexual; si no es por acción, por omisión, pero que no se hable de estas cosas, que hablar es inducir, según la lógica de estas mentes, a hacer todo aquello de lo que se habla, como si hablar de la delincuencia fuese animar a los jóvenes a delinquir.
Y viene esta marea humana: nadie se la esperaba, nadie la vio venir. Miles de mujeres saliendo a la calle reclamando sus derechos, decenas de miles clamando por lo que parece obvio (un lugar en la sociedad), centenares de miles gritando ya basta, millones pidiéndole al mundo que nadie dé marcha atrás. El chófer del autobús no tiene por qué ser hombre, en las cajas del mercado no tiene por qué haber mujeres, las enfermeras también son enfermeros, el médico ya puede ser una mujer. Las mujeres ya pueden firmar contratos, ahora pueden salir solas a la calle, también pueden ir al fútbol, pueden, si quieren, ir solas al bar. Se acabó el preso número trece, donde Méjico le cantaba al asesinato de las mujeres si era para lavar el honor, se acabó el “por qué los domingos por el fútbol me abandona”, la mujer ya no tiene que esperar, como Penélope, y al fútbol ya pueden ir ellos y ellas. El policía del barrio ahora puede ser una mujer, y la jueza y la arquitecta, y el ingeniero, el maestro, el diputado, el director: todos pueden ser mujeres y ahora esas palabras se pueden poner en femenino, aunque haya gente que no le guste el diccionario cuando habla en femenino. ¡Tantas cosas han cambiado! Y ahora en Alemania, en España, en Italia, no solamente en el mundo islámico, en todas partes se oyen voces que anuncian que el hombre está en guerra contra la mujer. 


Millones están gritando hoy en las calles. En Madrid, en Segovia, en Sevilla, en Barcelona, en todas partes se oyen voces clamando por la igualdad. Las mujeres piden que se las valore, que los hombres no les peguen y maltraten, que no las toquen por la calle como si ellas fueran objetos y la calle un escaparate, como si los hombres fueran clientes de la tienda que quieren probar la mercancía; gritan al mundo que son dueñas de su cuerpo, y que si su homosexualidad se adueña de ellas tienen derecho, como los hombres, a la homosexualidad. Millones de voces quieren cambiar las conciencias, incluir el respeto en la vida como una parte inalienable de la dignidad.
Piden que se persiga la violencia, que no se criminalice la homosexualidad, que no se obligue a los niños a jugar con camiones y a las niñas con muñecas, que las niñas no tengan que ir de rosa y los niños de azul (como quería en Brasil la nueva ministra de Bolsonaro), y que se ayude a las mujeres dependientes, pero también a los hombres. Piden que en los colegios se siga luchando contra los abusos, contra el acoso, que se deje de usar el lenguaje como un arma contra ellas, que no desaparezca ni se diluya en los libros, y menos en los libros de las escuelas, lo mucho que ha hecho por la cultura la mujer. Piden, en fin, que haya por fin una verdadera educación sexual, que la información no se confunda con el adoctrinamiento, que el silencio no se convierta en doctrina que enseña sin hablar; y que, en fin, se mantenga la vigilancia contra los estereotipos, y que se supere la falacia naturalista para que no se confunda nunca la naturaleza con lo que pide la sociedad.
Pero, ay, también se pide (por lo menos en algunos pasquines) que se erradiquen el clasismo, la homofobia, la transfobia, el racismo, el desprecio a las mujeres migrantes y el racismo institucional; y la destrucción ambiental y la economía depredadora, y el patriarcado y el capitalismo, a ver, ¿quién da más? Entendámonos: nadie tiene por qué abogar por el clasismo, el capitalismo y la destrucción ambiental, pero ésta era una huelga de las mujeres y no de los ecologistas ni del anticapitalismo, esas ideas se pueden defender en otros foros, pero mezclarlos con la huelga de las mujeres es como echarle chocolate al cocido, es como diluir la importancia de las mujeres entre otras cosas que también son importantes, pero si mezclamos las churras con las merinas acabaremos olvidando que esto va por los derechos de las mujeres, y que eso, ni las otras cosas, era hoy el objetivo principal.  
También hay quien grita contra el racismo institucional, y ahí sí que no podemos estar de acuerdo; bien está combatir en la sociedad las tendencias racistas, pero decir que las promueve el propio Estado les quita a quienes lo dicen el menor atisbo de seriedad; por lo menos en España. Hoy.
Tampoco se entiende que se pidan garantías para la sanidad, la educación, los servicios sociales, la ayuda a la dependencia y el acceso a la vivienda social; lo primero porque ya lo tenemos en España y sería como pedirle a tu padre que te comprara el cuche que ya tienes, y lo segundo porque no son problemas de las mujeres, sino de ambos sexos; y habíamos quedado en que esto era una manifestación de las mujeres, y la mejor forma de ocultar a las mujeres es mezclarlas otra vez con otros asuntos, diluirlas con el resto de los problemas de la sociedad. 


También es contradictorio declarar una huelga general y excluir de ella a todos los antimachistas que defienden el capitalismo; porque es como dar una bofetada a quienes están contigo pero no comparten tus ideas, a quienes se baten por los derechos de las mujeres pero defienden el liberalismo; en tales casos a mí siempre me han dicho que hay que hablar de lo que nos une, no de lo que nos separa; el tema de este día era la mujer, no el capitalismo; si se mezclan las dos cosas la mujer se nos diluye, irremediablemente, entre otros temas que valoramos más que a ella, y parece que al hacerlo queremos que la mujer siga siendo invisible y nadie le haga caso.
Y por último yo lo llamaría una huelga de las mujeres, no una huelga feminista; no se trata de luchar por las organizaciones que dicen luchar por la mujer, sino por la mujer en sí misma; llamarla feminista es volverla sectaria y partidista y pretender que sólo saben hacerlo quienes guardan las esencias de los derechos de la mujer. Hay muchas personas (hombres y mujeres, ojo, que también las mujeres son machistas) que no se identifican como feministas y se sientan, sin embargo, motivadas por el combate contra las diferencias de género, sobre todo cuando son armas con que nos oprime la sociedad. Además, no hay un feminismo sino varios, y hablar del feminismo en singular sería violentar el lenguaje más allá de lo tolerable. Así que jergas y anatemas como patriarcado y hembrismo, y otros semejantes, que queden para la ortodoxia de quienes defiendan sus propias escolásticas, y no se pretendan imponer a quienes utilizan otras palabras para designar esa misma realidad.
Pero hoy ha habido una marea humana en toda España, en toda Europa, en todo el mundo. La mujer avanza imparable hacia la consolidación de los derechos que ha conquistado, y hacia la conquista de los derechos que aún le quedan por conquistar; y las tentaciones disgregadoras no pueden nada contra ese espíritu de inclusión, de unidad contra la injusticia, que ha conquistado con gran sorpresa para todos este 8 de marzo. A partir de hoy sentimos, aunque haya diferencias, que hay un nuevo protagonista llamando a las puertas de la historia; si no lo paramos nadie lo parará; bienvenida sea, con todos sus derechos, la presencia nueva de esta vieja protagonista: ojalá acabe de una vez por todas esta guerra de hace miles de años que ha emprendido el hombre contra la mujer.
  



viernes, 22 de marzo de 2019

LA RAZÓN ATADA AL MITO





1.
APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA (3):
LA RAZÓN ATADA AL MITO  


1.1. La historia de la humanidad.

La esencia es lo que somos y la existencia dónde estamos. Hace 40 000 años los sapiens convivían con los neandertales y no cabe duda de que, como seres capaces de pensar lingüísticamente, forjaron ideas críticas; pero esas ideas, como instrumento al servicio de la supervivencia, perdieron su poder de crítica y se fueron convirtiendo en creencias intocables: en mentalidades y ritos que instituyeron un tiempo detenido, un tiempo que no pasa; eso sucedió cuando el pensamiento simbólico fue lenguaje que transmitía imágenes, y con las imágenes, historias, y con las historias, metáforas; fue el aparecer de los mitos y las leyendas.
Seguramente los neandertales conocían esos mitos. Hasta qué punto las mitologías formaron un todo coherente, no lo sabemos. Lo cierto es que esos mitos convivieron sin duda con ritos cuyos guardianes eran los sacerdotes; y con costumbres congeladas en el tiempo como procedimientos de supervivencia ligados a la vida cotidiana. Todo ello debió formar un poso cultural, un fondo latente sobre el que se deslizaba la existencia cotidiana; una existencia que necesitaba adaptarse al entorno para poder subsistir (era, frente a la presión ambiental y a los retos de la naturaleza, lucha para dar respuesta a las necesidades y revestirlas de placer). Instinto, necesidad y placer constituyeron la fuerza vital; la voluntad, como ápice supremo de la vitalidad, tendió a materializarse en las clases dirigentes en la historia que afecta a un gran número de personas y persigue objetivos de largo alcance; y el instinto se plasmaba en las clases subordinadas, protagonistas de la historia de todos los días.  
La lucha por la existencia, característica de la vida agobiada, puede adoptar tres formas: agresión (que es el contacto entre dos seres con necesidades incompatibles y uno le arrebata al otro lo que busca); competición (cuando dos seres se disputan el mismo objeto sin que uno pille descuidado al otro, y sólo uno lo puede poseer); y negociación (cuando ambos lo pueden compartir a través de un acuerdo).
La lucha por el desarrollo impulsa a cada individuo a desplegar sus facultades sobre la naturaleza, pero esto no puede hacerse si  no ha habido antes adaptación; es como si la vida subiera por dos peldaños, primero la adaptación y luego del desarrollo (desarrollarse es desarrollarse en el mundo tal y como es el mundo y tal y como uno es). Lo propio del desarrollo no es la competitividad, sino la competencia, y hay dos formas de competencia: la crítica (que es lucha de razones donde siempre vence la más fuerte) y la plenitud (que es afán de superación y mejora: pues eleva el nivel de calidad que le damos a nuestra existencia).
La agresión, la competición y la negociación necesitan un pensamiento concreto; la plenitud y la crítica se alimentan de un pensamiento abstracto; el poder utiliza ideologías y mentalidades (mitológicas o no) en las que coexiste un pensamiento crítico con un núcleo sagrado o intocable al que llamamos dogma; y utiliza teorías donde la crítica no puede admitir ninguna verdad sagrada; las primeras sirven para dominar; las segundas, para mantenerse; así, el mando requiere una doctrina que aterrorice y doblegue a las clases bajas, y una teoría que enseñe a los poderosos cuáles son sus puntos débiles a la hora de mandar (con el propósito de reforzarlos).


            El motor de la historia es el poder, pero su brújula es la necesidad. Si yo necesito comer no soy dueño de mi destino; quien manda en mí es quien puede darme de comer. La necesidad nunca ha movido a las masas más que para rebeliones ciegas incapaces de prosperar; lo que mueve a los pueblos es el poder, pero no el poder ciego, porque para triunfar hay que ser capaz de satisfacer las necesidades de la gente.
            Al ajuste entre la necesidad y el poder lo llamamos valencia social. Una valencia es una complementariedad que permite unir grupos humanos; por ejemplo, el mito incaico de los dioses que iban a venir de fuera coincidió con la llegada de los españoles, y eso ayudó a que los conquistadores fueran recibidos con mayor facilidad por su encaje con el mito; Bartolomé Herrera veía en el espíritu social del imperio incaico una preparación para la caridad cristiana (por eso el mundo andino estaba listo para recibir a Colón).

1.2. Los albores del pensamiento lingüístico.

            Estamos en el paleolítico. Neandertales y sapiens viven reunidos en grupos preocupados por la subsistencia, desafiando al medio, agobiados por las dificultades, sin tiempo para crecer. Los cazadores y los recolectores se mueven por instinto espoleados por la necesidad, y sus jefes imponen su voluntad tejiendo sobre ellos la maraña del poder. Todos piensan por imágenes, pero los sacerdotes, como guardianes de los mitos, dominan el arte de la metáfora. Todo es agresión y unas veces se compite y otras se negocia, pero sólo a los jefes les es dado criticar; el resto, aunque esté capacitado para la crítica, no la ejerce: sólo cree.
            Son pocos los que, en ese entorno hostil, sienten el ansia de plenitud; son unos locos a los ojos de los demás, viven marginados porque los marginan, aunque a veces ellos se aparten también del mundo. Todos piensan con palabras pero sólo los jefes ejercen la crítica social; los demás emplean la lógica en sus oficios (artesanos, cazadores, curanderos), y en las cuestiones comunes viven de la fe: es la lucha por la existencia; se conforman con comer, beber, dormir, calentarse, buscar abrigo. Manejan conceptos empíricos, pero en las grandes construcciones teóricas no sienten soltura en el manejo de los conceptos abstractos; por eso prefieren las metáforas. La evolución social pasa por estos dos momentos:
1. Todos quieren sobrevivir. Los retos del medio no les dejan pensar en desarrollarse como personas, y quienes lo hacen viven al margen de la sociedad sin encontrar su sitio. En esta vida agobiada el reparto de tareas corresponde a dos formas de pensar: el pensamiento prelingüístico y de imágenes para la gente llana; y el de metáfóras para los jefes, guardianes de las creencias y sostén de la mentalidad.
2. Después, el instinto de supervivencia se convierte en un telón de fondo sobre el que se yergue la casta dirigente: la cual maneja conceptos junto a las metáforas y emplea la lógica de modo más sistemático; se interesa por la trascendencia y no sólo por aplacar a los dioses para subsistir. Los que obedecen están agobiados y luchan por la existencia; y quienes mandan se han liberado del mundo hostil y pueden aspirar a la plenitud.


Lo más fácil de dominar con el pensamiento es el número y la extensión; contar las estrellas del cielo y situarlas formando figuras, más o menços caprichosas, que serán las constelaciones. Al pensamiento de las matemáticas lo llamamos pensamiento extensional, porque se ocupa de la extensión de los objetos en el espacio y en el tiempo, y suele ser riguroso; se utiliza la imaginación para dar sentido mítico a los cuerpos celestes, pero la descripción de ese mundo es rigurosa y precisa; y el pensamiento que habla de los animales y el tiempo meteorológico lo vamos a llamar pensamiento intensional, pues el interés no está ahora en saber cuántos objetos hay y dónde, sino qué son y cómo son: es, pues, un pensamiento por esencias; es más fácil contar y situar objetos que interpretarlos y saber en qué consisten.


1.3. Las etapas en la historia del pensamiento.

            La historia del pensamiento se despliega cronológicamente en tres fases y un paréntesis: la razón atada, la razón naciente y la razón nacida, que pueden toparse con el paréntesis de la razón dormida; veámoslas una por una.
            1. Razón atada. Corresponde a las épocas donde el pensador está sujeto al político (y producen, por lo tanto, pensamientos cautivos). Hablaremos aquí de pensamiento extensional imaginativo; extensional porque es capaz de calcular sobre extensiones (puntos, figuras y cantidades) de manera precisa y exacta, y los errores que se producen se deben a fallos en la observación, no en el cálculo (astronomía y matemáticas); e imaginativo porque, a la hora de afinar en las observaciones, se entrega a la fantasía (por ejemplo piensa y cree que el arco iris es el puente Bifrost, y que los truenos son el martillo de Thor). En el cálculo la lógica se despliega con mucho rigor, pero en la visión del mundo esa lógica, igualmente rigurosa, no trabaja sobre abstracciones, sino sobre imágenes y metáforas; y si la astronomía y la matemática son inductivas y deductivas, los conocimientos empíricos son sobre todo analógicos.
            2. Razón naciente. Conoce una liberación progresiva del saber frente al poder, y a pesar de que, por falta de aparatos, las observaciones siguen siendo defectuosas, ya se empiezan a vencer algunos obstáculos (la razón, que es la facultad del análisis y la síntesis, puede suplir las lagunas empíricas deduciendo y generalizando a partir de unos pocos datos). Las extensiones (matemáticas y astronomía) siguen perfeccionándose como en la etapa anterior, pero los significados que les damos a las cosas ya no dependen casi exclusivamente de la imaginación; ahora se empieza a llegar a ellas mediante reflexiones (o sea el pensamiento lógico), y eso constituye, en la historia, los primeros impulsos liberadores del pensamiento; quien ve un león por primera vez en su vida quizá no sepa lo que es, pero puede sospechar que, como tiene pelo, quizá se trate de un mamífero; y seguramente vertebrado.
            3. Razón nacida. El pensador ha avanzado mucho en su liberación frente al poder político y religioso (es decir, frente a la tiranía de las mentalidades); el nacimiento de la razón (que antes, aunque existía, estaba gestándose en el vientre de la historia) ya genera pensamientos libres. La fantasía deja de ser un territorio sagrado y la razón ya puede atacar esos núcleos intocables del pensamiento; recordemos que una mentalidad es una construcción teórica donde la crítica puede tocar todo lo que no sea el núcleo sagrado de la doctrina; al acceder al corazón mismo del sistema, la técnica empieza a arrinconar a la magia, y el mito deja paso a la filosofía; son proyectos liberadores de la razón.
            Y, como una cuña que se introduce en cualquiera de esas tres etapas, la razón puede aletargarse y olvidarse de sí misma: es lo que llamaremos razón dormida. Sucedió en Grecia durante los tiempos oscuros, en que las invasiones borraron prácticamente casi todos los rostros de la cultura del pasado (lo que se precipitó con la desaparición de la escritura). Y sucedió también en Europa cuando se produjo la caída del imperio romano. Todas las facultades racionales permanecieron intactas en todos los seres humanos, pero desaparecieron los productos del pensamiento que durante tantos siglos se habían acumulado. En América, el imperio Huari arrasa con lo anterior por efecto de la conquista de unos fanáticos que habían impuesto, por las armas, un nuevo credo intolerante con el pasado.


1.4. La razón atada: el pensamiento cautivo.

            Según las investigaciones actuales, el origen de la humanidad se encuentra en África, en la zona sudoriental que va desde Sudáfrica a Etiopía. Desde allí se extienden varias oleadas que colonizarán, por la península del Sinaí, el sur de Asia hasta Java, y por Gibraltar, inexistente hace un millón de años, hasta el valle del Rhin; una migración posterior lleva a los sapiens hacia el norte de Asia, desde donde llegan a América cruzando el estrecho de Bering (que era por aquel entonces agua helada y, por lo tanto, suelo firme entre bajas temperaturas y terribles ventiscas); esto tiene lugar hace aproximadamente 20 000 años. La última glaciación, comenzada hace 40 000 años, se retira aproximadamente hacia el año -10 000, y sólo entonces se separaron Asia y América por un mar que dejaba de ser transitable a pie.
            Desaparecen, entonces, los grandes mamíferos en Europa (mamuts, rinocerontes, mastodontes), y los grandes equipos de caza se quedan sin materias primas; entonces las mujeres, que se habían especializado desde siempre en el manejo de las hierbas medicinales, conocían muy bien el mundo de las plantas desde tiempos ancestrales; los cazadores, que habían sido hasta entonces los grandes protagonistas, quedan  relegados a un segundo plano y son las mujeres, con sus conocimientos, las impulsoras de una transformación radical en los medios de subsistencia: estamos asistiendo a la revolución agrícola, uno de los grandes hitos de la humanidad; se trata de una revolución de las mujeres.
            Es el fin del paleolítico. En Jericó, hace 8 000 años, encontramos restos de las primitivas ciudades: porque el ser humano, que antes era libre, ahora estará atado a la tierra; ser nómada era llevar una vida aventurera, y con el sedentarismo desaparece la aventura pero se gana en seguridad. Las ciudades se extienden a lo largo del creciente fértil que abarca Mesopotamia y Egipto. Pronto surge la necesidad de hacer grandes obras de irrigación, y el hombre, por su mayor fuerza física, vuelve a tener preponderancia frente a la mujer.
En el Don y el Volga, al norte de los mares Negro y Caspio, se extiende una zona poblada por los indoeuropeos: así llamados porque, hacia el año -1700, emigraron por el norte y el oeste hacia la actual Europa, y por el sur hacia lo que hoy es la India; los persas los llamaban arios. Su lengua está en el origen de las lenguas que se hablan en Europa, sus mitos son coincidentes, y hay una gran similitud en la estructura de sus sociedades, plasmada en sus panteones religiosos: pues los tres dioses más importantes corresponden a la sabiduría (Zeus, Odín), a la guerra (Ares, Thor) y a la alimentación (Démeter, Freya). Cornford señalará cómo en el origen de la filosofía jugarán un papel importante mitos griegos tomados de Mesopotamia que se parecen extrañamente a los que manejan los druidas de la Galia. Hacia el año -2200, por razones que habrá que esclarecer, una parte de los indoeuropeos se interna en la península griega: asistimos a la llegada de los aqueos; los aqueos saquean Troya movidos, quizá, por la metalurgia del hierro, que dominan los troyanos mientras que los griegos deben conformarse con herramientas de bronce (recordemos que Homero habla de las “broncíneas espadas” y las grebas de bronce de los griegos). Esto sucede en torno al año -1250. Después, otra oleada de indoeuropeos, esta vez integrada por los dorios, invade Grecia. El mundo antiguo es devastado y nadie se acordará, durante mucho tiempo, de los jonios y los aqueos y la brillante civilización cretense que les precedió.


Después de sucesivas invasiones de los pueblos indoeuropeos, hacia el año -1100, se produce, con los dorios, el declive del mundo griego; desaparece la escritura, y la ausencia de documentos hace que Grecia sea para nosotros desde entonces una gran desconocida: son los tiempos oscuros; tres siglos de empobrecimiento, de ignorancia, de quiebra demográfica. Nos podemos imaginar los campos desiertos, los caminos llenos de salteadores, y un territorio sin ley; morir era un destino posible al salir de casa; reinaban la arbitrariedad, el terror y la superstición; seguramente había cantos épicos memorizados por los rapsodas y gentes dispersas en los pueblos dispuestas a escucharlos; esto lo sabemos porque, si Homero recompone en la Ilíada la guerra de Troya, es porque existieron relatos que no pararon de circular, como fragmentarios cantares de gesta, por todo el mundo griego; Homero los utilizará para hacer sus magníficas síntesis.
La gente pensaba por imágenes; una lengua sin escritura obligaba a pasar, memorizando textos, el tiempo que se podría emplear en otras cosas (por ejemplo en componer textos nuevos); imágenes, relatos, metáforas y una lógica menos deductiva que analógica, analizando las cosas al tiempo que se construían, siglo tras siglo, las grandes síntesis; sobre todo las religiosas.
Desde el año -2200 grandes oleadas de indoeuropeos habían penetrado por el norte trayendo a Grecia a los primeros griegos: los dorios, que se establecieron en el norte, los aqueos, en el centro, y los jonios al sur. Una sociedad violenta, agraria y guerrera sucedió a la civilización urbana que, desde el año -2500, se había establecido en Creta. Uno puede imaginar que donde hay ciudades hay cultura, mientras que en el campo florecen culturas dispersas y poco sistematizadas. Los indoeuropeos traen el bronce y la doma del caballo, y una forma de pensar, apegada a la lucha por la subsistencia, a la vez prelingüística y concreta: es esa forma de agobio donde el miedo arroja a la gente en brazos de religiones temibles y sacerdotes despóticos.
Desde el siglo –XII los dorios vuelven a presionar por el norte, empujando a los jonios y aqueos hacia la península anatolia; allí construyen ciudades que luego serán prósperas, como Mileto y Éfeso: en ellas surgirá, siglos después, la filosofía.


Podemos suponer que la estructura de las ciudades arroja luz sobre el tipo de sociedad que vive en ellas. Las sociedades agrarias se extienden horizontalmente para alojar grandes cantidades de personas; así pues, el plano horizontal contiene la demografía, agrupada en ciudades y campos; puede ocurrir que existan grandes masas de personas reunidas en un lugar que, sin embargo, no es todavía una ciudad (así lo entendía Aristóteles: muchas aldeas reunidas no hacen una polis, la reunión de muchos pueblos no basta para hacer una ciudad).
Luego está el plano vertical, que contiene a la divinidad y la aristocracia, es de decir la axiología: y también sirve para la defensa; porque los edificios ganan en altura en proporción al interés (religioso, político, artístico, funcional o militar) que los mueve. Un núcleo de población con grandes edificios y monumentos tampoco es una ciudad. Puede ser un mundo rural sometido al poder de los sacerdotes, los soldados y los terratenientes; un pueblo así puede construir templos descomunales o tumbas hiperbólicas, como sucedió en Egipto. También en el templo de Chavín, en la sierra peruana, se congregaban miles de personas para rendir culto al dios jaguar, que las aterrorizaba y estremecía.
Para que podamos hablar de ciudades hace falta porosidad. Llamo porosidad a los huecos de población donde se concentran los espacios públicos que permiten la reunión y el diálogo: barrios y zonas de participación, bibliotecas, ágoras y teatro, en un entorno que facilita los accesos entre caminos y puertas (a diferencia del entorno militar, que los dificulta). Así pues, si volvemos a Aristóteles, una ciudad es un núcleo de población que se extiende en verticalidad y en horizontalidad, y está perforado, como una esponja, por poros entre las casas: espacios públicos bien comunicados; ágoras donde se puede desarrollar el debate político, teatros donde se puede cultivar una dimensión ética de la vida; un núcleo enorme de población sin espacios públicos no es una ciudad; la ciudad, sobre todo, es esa porosidad que determina la forma de gobierno, permitiendo el acceso de la gente a la toma de decisiones que afectan a todos. Por eso, en opinión de Aristóteles, esos grandes núcleos de población que tienen los persas serán, si se quiere, pueblos enormes, pero nunca serán ciudades. Y por eso también, cuando los griegos se enfrentan a los persas en las guerras médicas, serán dos modos diferentes de afrontar la vida: civilización contra barbarie; despotismo contra democracia; nosotros, si queremos prescindir del vocabulario etnocéntrico de Aristóteles, diremos simplemente que se enfrentó la razón libre con la razón atada; porque la razón también tiene sus mitos.


Y es que la razón no ha surgido luchando contra el mito como si el mito fuera irracional; al contrario, ha salido del vientre del mito como un árbol sale de su semilla. Y no surgió bruscamente, sino a través de una lenta maduración. Si consideramos que el mito se caracteriza por el dominio del poder sobre el saber, y el logos por una rebelión del saber contra el poder, quizá encontraríamos épocas donde conviven un logos investigador y un poder político propio del mito: como ocurrió en el siglo XVII, donde el Renacimiento fue contemporáneo de la inquisición. Y no habría épocas monolíticas donde o todo fuera logos o todo mito, como nos empeñamos muchas veces en simplificar.
Intentemos precisar lo que se entiende por mito. Podemos postular que contiene sobre todo impulsos racionales, aunque lleguen a ser sistemáticos; sistemáticos, porque son relatos de poderes y dioses agrupados en un todo coherente; racionales, porque no se puede contar una historia sin dotarla de una lógica interna; no se puede hacer sonar el cuerno en Roncesvalles y que lo oigan en París; y si se trata de relatos fantásticos, lo inverosímil aparece en el plano de la fantasía que lo vuelve verosímil; lo que no se puede tolerar, ni siquiera en una mentalidad mítica, es que en el mundo de la experiencia sucedan cosas inverosímiles; pero sí se pueden admitir vías de contacto entre lo empírico y lo fantástico donde lo fantástico incursione sobre lo empírico: siempre, claro está, que ambos mundos vivan apartados cada uno con sus características propias. El mundo mítico, por lo tanto, contiene a la razón; pero la razón se manifiesta a través de imágenes y metáforas, no de abstracciones y conceptos; si algo (cosas tales como espíritus intangibles y fuerzas misteriosas) pueden parecer abstractas, se trata casi siempre de abstracciones de la afectividad, no del conocimiento.
El mito, además, no es un pensamiento de cultura, sino de culto; es decir que contiene dogmas que funcionan como núcleos emotivos intangibles. También es un pensamiento sintético; o sea que percibe las cosas en su conjunto como si el mundo fuera un plano general: incapaz de analizarlo en planos más cercanos y detallados.
El mito, por último, surge en núcleos rurales que tienen horizontalidad y verticalidad, pero no porosidad. Pero no aparece en bloque y de un plumazo: el mito aparece por oleadas sucesivas y lo que acabamos de definir aquí corresponde más bien a su primera fase, que caracterizaremos históricamente como mito I; es lo que encontramos, por ejemplo, en Kotosh y en Chavín (desde el año -700 hasta el año +100), en lo que es actualmente el Perú: propio de una experiencia sin analizar. Si los frutos que mueren entierran sus semillas y nacen nuevas plantas, también los muertos que enterramos tienen semillas de las que nacerán seres nuevos; o emprenderán un largo viaje y por ello conviene dejar provisiones en su tumba para que puedan llegar. En este ejemplo vemos que se comparan dos tipos de muerte, la de los seres humanos y la de las plantas (pensamiento por analogía) y sacamos conclusiones que no sacaríamos de haber analizado más detenidamente las realidades animales y vegetales. El mito, de todas formas, es un punto de llegada en la reflexión, culminación de las razones que hemos desarrollado: no analogía que pueda servir de punto de partida para pensar.
  



viernes, 15 de marzo de 2019

LA OTRA CARA DE LA LUNA




LA OTRA CARA DE LA LUNA


 Por mi lado pasa un marciano. Más allá un romano, y una familia de trogloditas, y una muchacha con tutú; al lado están los vácceos, luego los egipcios, un futbolista sin balón, un político en desgracia: Goya embozado, Cristóbal Colón, un desfile de máscaras. Es carnaval. La calle se llena de formas, de luces, de colores, la noche nos envuelve con sus sombras, y brillan, sobre ella, las luces de la ciudad: como estrellas que no vienen del cielo, sino de la tierra.
Es el tiempo de la risa, del vino, del baile, del impulso que viene del cuerpo sin ganas de pensar. Es el tiempo de la broma, del tiempo que discurre fuera del tiempo, la máscara, la chirigota, el disfraz; tiempo de vivir la vida de otros, de ser egipcio, pirata, político o marciano, pero sin creérselo: es un ser sin ser, no tener esencia y sólo aparentarla. Vivir como si no viviéramos, mimando la vida, fingiendo existencias, viviendo sin riesgo, todo es lo que queremos y nada lo que parece, el mundo convertido en una ficción.
Mañana quemarán la fiesta y nos volveremos de pronto serios; arderá la risa, la burla, volverá la cuaresma, y será todo serio y triste, sin canciones, a fe de aburrido, mortificado, envuelto en los rigores de la vida, y será también la vida de otros, seguiremos viviendo en una ficción: serán las privaciones, el ayuno, la rigidez cadavérica con cara de estreñimiento, y hasta tendremos, en viernes santo, que abstenernos de reír y de cantar. Será la ficción del asceta, del espíritu sin cuerpo y el ánimo mortificado, la vida convertida en valle de lágrimas, será el momento de penar, toser y sufrir. Y entonces nos vestiremos con otros ropajes, seremos romanos, cristos o nazarenos, seremos dolorosas y máscaras sufrientes, tendremos los hábitos con las caras tapadas, agujeros en los ojos para ver: y seremos azotes y clavos y coronas de espinas, letreros sangrantes y todos los inris, seremos flagelos penitentes de los pies descalzos, brazos abiertos sosteniendo rosarios, cruces que nos sangran en las espaldas, seremos sufrimiento bendito, adorado, dolor elevado a la oración en los altares, seremos renuncia a la vida, nos sentiremos esclavos, seremos el margen del río de la vida; y la calle, con los cirios y carrozas que nos vuelven estatuas, será, con el flujo de seres travestidos y enmascarados, la corriente que nos lleva hasta el océano, serán la vida unos disfraces que nos llevan la ficción. 


Encajonados entre dos carnavales. La orilla de la fiesta, la orilla del dolor. Ninguna de las dos orillas es auténtica, cada una tiene sus máscaras, la única orilla desenmascarada es la vida que pasa entre ellas, la corriente que fluye corriendo hacia el mar, y que no es ni triste ni alegre, ni luces de colores ni sotanas sombrías, carne de máscara y espíritu enmascarado, la vida es carne y espíritu y ropas que nos cubren para abrigarnos, no para fingir, imaginar y figurar.
La vida no es figura, sino flujo; no es figura sin flujo en todo caso. No está en los márgenes, sino en el río. No es risa ni mueca pero es risa y mueca en un mismo pasar. La vida no es estampa, la estampa de un tiempo pasado, estampa antigua, de los sirios, de los vácceos, los piratas, los egipcios, no son estatuas de marcianos, son olas de agua que pasan sin mirar. La vida no es contemplación sino movimiento; no es un cuadro, una orquesta, un teatro, la vida no es música que se glosa a sí misma, no es ropa donde fluyen las apariencias, sino agua que no finge ser lo que aparenta, sino imagen que emana como el agua que empapa el suelo convirtiéndose en niebla, autentica apariencia de lo que es en realidad.
Polvo eres. Ceniza pobre y seca, tierra disuelta en la nada que se escurre entre los dedos, no eres nada y en nada te convertirás. Pero también eres el otro polvo, el que viene antes de cuaresma, el ansia de la carne y el instinto ciego que arroja a los cuerpos sobre los cuerpos, los acerca, los abraza, se aprieta entre las carnes y se tensan en el éxtasis, ese éxtasis sublime que nos saca de este mundo con sus descargas, el ansia, el goce, el río de eros y en torno corre el vino y cantan las voces y fluye el tiempo, en lo hondo y la irreverencia, y la ironía y la risa que sale del mundo que no es: donde el ser se desgarra juntándose las carnes, allí, en esta riada esencial rodeada de apariencias, está la vida; reducida a su ímpetu, el éxtasis del vino y el éxtasis del sexo, y el éxtasis de la música y el éxtasis de los disfraces y un estar fuera del sitio donde se está: disfrutando; polvo eres y en polvo copularás; y luego el polvo, convertido en ceniza, te llevará a la otra mentira donde campa la verdad. 


La vida es una orilla limitada por dos orillas; un margen entre dos márgenes, una apariencia entre apariencias, una masa hecha de tiempo que nos coloca, como páginas en el calendario, en el sitio exacto donde estamos pero no queremos estar. Las dos márgenes como dos instintos, el del espíritu y el de la carne, la ebriedad del corazón y la del cuerpo, la de la mente y la del tacto, la que piensa sin caricias y la que no para de acariciar: las dos realidades envueltas que nos limitan y, conteniéndonos, le dan fuerza al agua que baja de la sierra y se impregna, como se empapa el agua del monde de sales que hay en el suelo, de espíritu y de materialidad. Somos un suspiro entre dos polvos, cada orilla tiene sus disfraces, cada disfraz esconde una esencia, y entre la esencia, absorbiéndola hasta los pulmones, somos tiempo, suspiros, aires, ráfagas y huracanes, somos el eco de la brisa, el sol que nos calienta y el invierno el que nos hiela, somos sus rayos abrasadores, somos, entre carnavales, un pálpito de humanidad.
La calle fluye en una marea humana. La corriente, atascada por el ruido silencioso de los disfraces, tropieza, se detiene, espera hasta que corran los que hay delante, la vida es una espera que no acaba de pasar. Y vienen los marcianos, los piratas y los vácceos, los políticos y cantantes, futbolistas y toreros, las mujeres reclamando trato de igualdad; somos el belén y la manada, los cernícalos y los cuerdos, somos cuervos y palomas, y murciélagos y mosquitos, somos alondras y aves rapaces, los disfraces y las máscaras se arrastran con el espíritu: lo van a enterrar. El espíritu yace en una caja y es una sardina, le prenden fuego, se alzan las llamas, sus lenguas lo envuelven, lo devoran, las tablas se deshacen convertidas en pavesas, de las ascuas estallan chispas rojas, amarillas, suspiros incandescentes enterrados en el humo, y del humo surge, como una lona, otro mundo que es el mundo de la cuaresma, con sus disfraces nuevos, con sus máscaras distintas, con la ceniza de sus polvos y el instinto detenido en otra escena, otro cuadro, otra ropa diferente, otro espíritu de la noche y otra forma de ser. La vida se transfigura y es el tiempo de cuaresma, tiempo de las torrijas, del corazón oscuro, pero no de la oscuridad que se  ríe sino de la que llora: es la vida que ha cruzado hacia la otra orilla; porque ahora toca y todos los años, como si fuéramos el lado oculto de la luna, vivir en la otra cara del carnaval.






viernes, 8 de marzo de 2019

¿QUÉ ES ESO TAN RARO QUE LLAMAMOS COMENTARIO DE TEXTO?



¿QUÉ ES ESO TAN RARO QUE LLAMAMOS
 COMENTARIO DE TEXTO?


             Comentar un texto es conseguir que la persona que nos escucha entienda el texto. A veces oímos hablar a un político y decimos: “¿qué ha dicho?” También los religiosos hablan a veces de manera oscura. Los abogados y los jueces tienen un lenguaje esotérico que sólo entienden ellos, y cada oficio tiene su propia jerga: matemáticos, ingenieros, psicólogos, historiadores, bioquímicos y filólogos.
            Comentar un texto es, ante todo, explicar lo que significan las palabras, una especie de traducción. A veces se ponen de moda palabras de otros idiomas y la gente las utiliza como si fueran del nuestro: sorpasso, perestroika, laico, brexit, week end… Otras veces lo que se pone de moda son expresiones enteras: dar el paseíllo, dar boleto, tener un hijo de penalty… Otras la gente habla con refranes y frases hechas: salir trasquilado, todo fluye, no es oro todo lo que reluce, hablar en el desierto… Explicar esas palabras es hablar del lugar y la época donde surgieron, de la persona que las inventó, del sentido que les dio la gente, de cómo cambia a veces el significado de las palabras… Cuando leemos el famoso romance que dice “marinero de Tarpeya” nos tienen que explicar que en realidad decía “mira, Nero de Tarpeya”, y que por lo tanto no hablaba de marineros, sino de Nerón; pero la gente, al oírlo de boca en boca, lo deformó y se lo aprendió mal.
Comentar un texto es también explicar la intención de quien habla; no se trata de aclarar qué dice sino para qué lo dice, qué significado les da a las palabras. Cuando Jesucristo dice “soy el rey de los judíos” no lo dice para que la gente se crea que manda en la tierra, sino para que todos entiendan que su reino no es de este mudo; y cuando en la cruz le ponen un letrero que dice “INRI” (Iesus Nazareno Rey de los Iudíos) lo hacen para burlarse de él.
            Comentar un texto es contar una historia de manera que se entienda; si acabo de ver una película y mi amigo me pide que se la cuente, lo que debo hacer es relatar las cosas sin perder el hilo, porque hay gente que se pierde en los detalles y se olvida del argumento, que es por ejemplo lo que hacen los niños. A veces la película da saltos atrás en el tiempo, pero cuando la contamos debemos hacerlo de manera lineal para que no se pierda quien nos está escuchando; o si damos saltos en el tiempo hay que tener cuidado para que se entiendan en la historia, porque a veces el espectador puede confundir un salto atrás con algo que está ocurriendo en el presente. Por ejemplo, cuando en La prima Angélica el protagonista acude al entierro de su madre, su mente recuerda los momentos del pasado en que él era más joven; las escenas del pasado pueden confundirse con las del presente, y el director (Carlos Saura) utiliza un recurso para que no nos perdamos: cuando el personaje tiene calcetines de liga es que la escena pertenece al pasado, y cuando usa calcetines modernos es que estamos en el presente.


            Otras veces contar una película es decir cómo la hemos entendido nosotros, que no quiere decir que así sea como la ha hecho el director; eso pasa cuando la película es difícil de entender. Por ejemplo cuando contamos 2001. Una odisea en el espacio, ¿cómo entendemos que al final el astronauta se vuelva bebé dentro de la nave? ¿Quiere esto decir que el tiempo dentro de la historia corre hacia atrás, del futuro hacia el pasado? Y cuando vemos un monolito ¿cómo lo debemos interpretar, como la mano de dios? Y cuando en Elisa, vida mía el protagonista ve animales en el matadero, ¿hay que entender que es la realidad, o que es un sueño?


            Vamos a volver al principio para recoger todas las cosas que hemos dicho sobre el comentario y ordenarlas en un conjunto; según esto comentar un texto es:

            1º. Identificar las palabras que no se entienden y buscarles un significado. Para ello vamos a tener que usar un diccionario. A veces necesitaremos conocer el lugar o la época para entenderlas bien (por ejemplo “sacarse la mierda” en Chile significa trabajar duro, “tomar once” es merendar, “desfacer entuertos” en el Quijote significa combatir las injusticias; está claro que cuando no conocemos el lugar y la época no podemos comentar bien el texto).

            2º. Resumir lo que dice el texto (es decir contarlo con pocas palabras) y dividirlo en partes; si el texto cuenta una historia suele tener exposición, nudo y desenlace; pero si lo que hace es defender una idea suele tener introducción, desarrollo y conclusión.
            En una historia la exposición es el planteamiento (en la primera parte de Parque Jurásico nos explican cómo es la garra del velocirraptor y cómo el millonario construye un maravilloso parque donde vamos a ver al velocirraptor en libertad); el nudo es cuando surge un problema y todo se pone patas arriba (que es cuando se va la luz, los animales se escapan y todo se enreda); y el desenlace es cuando se resuelve el problema y todo vuelve a la normalidad (el velocirraptor quiere cazar a los niños con la garra que vimos en la exposición, y los niños se salvan). Así, una historia es una perturbación que surge en una situación inicial y en el desenlace se resuelve esa perturbación: todo vuelve al orden que había al principio.
            En una argumentación la introducción suele decir a veces por qué vamos a defender una idea (lo mismo que los códigos de leyes suelen empezar con una exposición de motivos); luego viene el cuerpo del texto propiamente dicho, el desarrollo (donde se encadenan las ideas dividiéndolas en partes); y por último en la conclusión se deja bien clara la idea principal que se estaba defendiendo (aunque esto no siempre sucede así).
            Otras veces en la introducción aparece la idea principal y en el desarrollo las ideas secundarias; eso depende de que el texto sea deductivo (cuando va de lo general a lo particular de manera firme y segura) o inductivo (cuando va de lo particular a lo general y llega a una conclusión que no es segura, sino probable). Ejemplo de texto deductivo: si los leones son mamíferos y los mamíferos son vertebrados, entonces los leones son vertebrados. Ejemplo de texto inductivo: las gallinas, los gorriones, los cuervos, las cigüeñas, las avestruces… son pájaros y tienes plumas, por lo tanto todos los pájaros tienen plumas.


            3º. Explicar cuál es la intención del autor; qué nos quiere decir el texto. Por ejemplo cuando Jesús nos cuenta la parábola del grano de mostaza ¿qué nos quiere decir? Que la Iglesia empezó siendo pequeña como una semilla y acabó creciendo hasta convertirse en algo grande como un árbol.

            4º. Y por último, comentar un texto es dar nuestra opinión sobre él y decir qué nos ha parecido; pero decirlo siempre de manera razonada (no vale decir “me ha gustado” o “estoy de acuerdo con él”, sino que hay que explicar por qué nos gusta y por qué estamos de acuerdo).

            Resumiendo: un buen comentario debe contener análisis, síntesis y conclusión. En el análisis definimos las palabras que no se entienden y dividimos el texto en partes, explicando lo que se dice en cada una de ellas. En la síntesis resumimos el texto y explicamos la intención del autor; y en la conclusión aclaramos la idea principal y damos nuestro punto de vista. El orden puede ser el siguiente:

  1. Buscar el significado de las palabras oscuras o nuevas. (Análisis).
  2. Resumen. (Síntesis).
  3. Dividir el texto en partes y explicar cada una de ellas. (Análisis).
  4. Explicar cuál es la intención del autor (la mayoría de las veces a partir de la idea principal). (Síntesis o conclusión).
  5. Dar nuestra opinión sobre el texto (si nos gusta, si estamos de acuerdo con él, y por qué). (Síntesis y conclusión).

Volvamos al ejemplo de la película: si un amigo nos pide que se la contemos debemos resumirla con claridad; luego volvérsela a contar detallando y explicando cada una de sus partes (procurando aclarar los pasajes oscuros y las escenas que no se entienden bien); luego intentar explicar lo que creemos que ha querido decir el director con esa historia y, por último, decir qué nos ha parecido.
      Concluyendo: que debemos ser fieles a la película (debemos contar exactamente lo que hemos visto, no inventarnos nosotros nuestra propia película); y que, si no la hemos entendido bien, debemos decir claramente qué es lo que no hemos entendido y de qué maneras posibles lo podríamos interpretar; para concluir opinando de manera que quien escucha pueda opinar también (y sólo podrá opinar si se la hemos contado bien).
      Y no digo más.



viernes, 1 de marzo de 2019





¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA “QUERER”?


             Querer, lo que se dice querer, significa muchas cosas. Algunos autores lo han llamado voluntad, y decían voluntad cuando querían decir instinto; Nietzsche, por ejemplo; Schopenhauer; la voluntad para ellos era el instinto irresistible que nos impulsa hacia la vida; Nietzsche, sin embargo, no se refiere a la lucha por la vida, que no pasa de ser algo biológico y, desde luego, miope; se refiere más bien a la lucha para la vida, eso que nos proyecta más allá de la naturaleza y nos hace seres supernaturales, que no es lo mismo que sobrenaturales; porque no se trata de rechazar este mundo para buscar otro más allá de éste, que eso es renuncia a vivir disfrazándola de deseo de vivir en otra vida; sobre todo otra vida que no depende de nosotros, sino de dios, que nos lo hemos inventado y luego nos hemos entregado a nuestro invento como si fuera él el que nos hubiera inventado a nosotros; se trata de ir más allá de la naturaleza pero sin salir de ella; porque el ser humano es un puente tendido entre el animal y la humanidad, y más precisamente entre la naturaleza humana y la supernaturaleza humana (Nietzsche dice “entre el hombre y el superhombre”). No se trata aquí de venir al mundo para obedecer a quien nos ha creado, sino para obedecernos a nosotros mismos, que somos libertad; entre el ser biológico que obedece ciegamente al instinto y el ser espiritual que obedece a su instinto libre, nuestra programación genética sólo es el trampolín desde el que nuestra libertad se proyecta al espíritu, a la creación, a la inspiración, al arte: que es un más allá del más acá; un más allá de la vida, no de la muerte disfrazada otra vida; otra vida sin valor a la que saltamos después de morir; pues la única vida es ésta en la que estamos, la única que tiene valor, la única que vale la pena.
            La voluntad es para Schopenahuer el instinto, que viene a ser esa fuerza irrefrenable de vivir. Y para Nietzsche es, mucho más que voluntad de vivir, voluntad de poder (y pasa previamente por la voluntad de querer); es decir que no se trata sólo de querer vivir, ni de desear cosas, sino de desear los medios para que esas cosas se realicen (que eso significa precisamente querer el poder); hay mucha gente que se pasa la vida diciendo “me gustaría hacer tal cosa” y no hace nada para realizar su deseo; lo que hay que hacer es creer en nosotros y crear el impulso para lograr lo que queremos; hay que transformar el “me gustaría” en “quiero”; dejar de soñar si por sueño entendemos evasión y renuncia, y vivir los sueños como si fueran creaciones: es decir esfuerzos titánicos para transformar los sueños en realidades. No es que el ensueño y el embeleso estén prohibidos, sino que se prohíben sólo los sueños del impotente: los que te paralizan y te desvían de tu meta reduciendo la creación a un  soñar que renuncia y se resigna, volando para no llegar.


            Cuvier y Bichat definieron la vida como el conjunto de fuerzas que resisten a la muerte: aparte de ser un círculo vicioso (pues igualmente podríamos definir la muerte como el conjunto de fuerzas que resisten a la vida), la vida no tiene mucho sentido si se limita solamente a no morir; empeñarse en no morir sin saber para qué no es más que un instinto vacío, y no hay nada más desesperante, insoportable y tedioso que vivir para nada; sólo sabemos que no nos queremos morir, la muerte nos asusta, pero no sabemos para qué queremos vivir: la vida como espera; espera de algo que no sabemos si llegará. Penélope se pasó la vida esperando a Ulises y todos sabemos que Ulises llegó, pero ¿y si no hubiera llegado? ¿Qué sentido habría tenido la vida? A veces nos pasamos la vida esperando a dios, pero ¿y si dios no existe? ¿Por qué, o para qué, esperamos a Godot? Si dios existe seguro que no nos ha creado para que lo esperemos; nos había creado para que nos superásemos, y en ese camino nos estaría esperando él: ayúdate y dios te ayudará. Dios sería malvado si ha creado un ser dinámico para paralizarlo después; si nos hace libres y luego nos corta las alas, atándonos a él, y luego nos echa la culpa del mal acusándonos de habernos apartado de él, como si nosotros lo hubiéramos creado cuando fue él quien nos trajo al mundo manchados con el pecado original; haciéndonos cargar, como si tuviéramos la culpa, con el pecado de Adán. También los americanos frustrados les echan a los españoles de ahora la culpa de lo que hace cientos de años hizo Colón.
            Así, querer no es solamente instinto ciego de vida; es, sobre todo, voluntad de vivir. Querer como voluntad. Pero la voluntad no es solamente un impulso creativo, un instinto de superarse, como decía Nietzsche; es también (y en eso nos encontramos con Aristóteles) capacidad de decidir después de haber pensado. Las decisiones no pensadas pueden ser rutinas, o sentimientos ciegos, o caprichos: difícilmente podemos decir que son actos voluntarios. Cuando decidimos por rutina nos dejamos llevar por las modas, o por las costumbres que hemos adoptado cada uno de nosotros; cuando decidimos por capricho hacemos las cosas sin pensarlas, movidos por deseos que nos tiranizan, y un capricho no es nunca un acto de voluntad; cuando decidimos cegados por el sentimiento, las pasiones ahogan el corazón de tal manera que ya no lo dejan pensar. El amor puede ser un sentimiento más grande que el capricho, pero no siempre le da sentido a la libertad. La libertad sin amor no es más que soledad, pero el amor sin libertad no es vida, sino prisión; puede sr una jaula dorada, como la isla de Circe, o una desesperación que nos hunde en las cárceles del alma, en los calabozos del sentimiento, pero una pasión tirana no es vida aunque la vida, para serlo, tenga que ser apasionada; la vida es pasión que resiste al sentimiento cuando su tiranía entra en conflicto con la libertad.


            Miguel de Unamuno insiste en que la voluntad no tiene nada que ver con la gana; parece que esta distinción la ha tomado de San Agustín. A veces confundimos el querer con el tener ganas. “Yo hago esto porque me da la gana”, decimos, y apostillamos por si a alguien le quedan dudas: “porque me da la real gana”. Al hacerlo somos reyes. ¿Reyes de qué? De nosotros mismos. ¿De verdad? ¿Haciendo lo que no queremos, cuando es nuestro capricho el que quiere en lugar de nosotros? La tiranía del capricho la tenemos entre las piernas. “Yo lo hago porque me sale de los cojones!” Es como lo dijo una vez un ministro de agricultura: “esto sale adelante por huevos”. Como si hubiera habido dentro de nosotros un golpe de Estado; como si los huevos se hubieran puesto en lugar de la cabeza y le hubieran quitado al pensamiento la capacidad de mandar; una tiranía es un lugar donde no manda la cabeza, sino los huevos; y eso, suplantar un órganos las funciones de otro, es lo que Platón llamaba injusticia; como cuando el ejército quita del poder a los políticos. San Agustín no lo llamaba voluntad sino noluntad: que quiere decir “no querer”; el que hace las cosas por huevos es el que no quiere hacerlas, y lo arrastra  un impulso irresistible a hacer lo que en realidad no quiere, y ese querer lo que no queremos es paradoja, es pura contradicción.
            De modo que la voluntad de los genitales sólo es capricho, no voluntad; es la gana, no el querer; no es abstenerse de azúcar porque queremos superar la diabetes, sino inflarnos de dulce porque tenemos ganas de comer, apetito, somos esclavos del capricho; queremos vivir pero nos falta fuerza para resistir las tentaciones, nuestra voluntad dice una cosa pero nuestro deseo va al contrario de la voluntad: querer significa desear en nuestro lenguaje cotidiano, pero también desear con la razón oponiéndonos al deseo del cuerpo: decimos “quiero chocolate” pero también decimos “quiero trabajar”, aunque no sintamos ganas o no nos sintamos atraídos por el trabajo. Al deseo de la razón lo llamamos prudencia. Al deseo de las tripas lo llamamos capricho. ¿Cómo llamamos al deseo del corazón?
            Amor. Pero también valor. Amar es querer a una persona, y querer a una persona es querer lo mejor para ella; por amor a mi hijo soy capaz de sacrificar lo que más quiero, que es mi propia vida: he aquí cómo el amor verdadero se confunde con el valor, con el heroísmo; ser valiente es lo mismo que amar. No existe la cobardía como vicio moralmente reprobable, lo que existe es una falta de amor. El cobarde es quien no ama, y suele ser cruel y violento porque no tiene brújula para el deseo.
            El amor, sin embargo, a veces nos nubla la razón: es el amor arrebatado, el eros platónico, el rapto, el éxtasis, el frenesí del alma; cuando el éxtasis viene del cuerpo, si no hay cariño, se confunde con el capricho. Luego está ese amor tranquilo del que nos hablaba Aristóteles: esa philía, que es esa forma de amor que llamamos amistad. El erotismo del cuerpo debe ser un arrebato del alma, aunque a veces se unen una amistad en el espíritu con un erotismo corporal. Pero hay una tercera forma de amor que quiere encarnar el amor cristiano: charitas, amor al próximo, entrega de sí mismo para ayudar al otro, solidaridad; la palabra “caridad” se ha devaluado convirtiéndose en espectáculo, pero una caridad entendida de manera no farisea es la verdadera generosidad.
            Quiero a mi esposa, a mi hijo, a mis padres, los quiero con la pasión del alma y, en el caso de mi esposa, con el frenesí del cuerpo también. Quiero a mis amigos, aunque a veces hay amistades tan grandes que el amor tranquilo puede volverse pasión. Quiero a la humanidad, el dolor de mi prójimo me duele, sufro cuando el otro no puede ser feliz. Quiero tener un orgasmo y comer chocolate, quiero de manera caprichosa, quiero esos deseos que no pasan por el corazón. Quiero ser prudente y no perderme, quiero hacer cosas sensatas, que la cordura enlaza la inteligencia con el corazón. Pero también quiero superarme, quiero levantar mi naturaleza casi por encima de mis posibilidades, pero sin salir fuera de ella: sin que esa felicidad exija de mí el deseo de morir, por lo menos de morirme antes de tiempo. Quiero vivir como los animales de Cuvier, con esa voluntad ciega que me impulsa a la creación como quería Schopenhauer. Schopenhauer, Cuvier, Platón, Aristóteles, Jesucristo, Aristipo, San Agustín, Nietzsche, todas esas formas reviste el significado del verbo querer. Seguramente todas ellas son necesarias para la vida, aunque parezca que algunas son incompatibles; porque si lo son, será bueno que se sucedan unas a otras a lo largo del tiempo y convivan, siempre que sea posible, algunas de ellas en el mismo momento. Lo que no es de recibo es que haya un golpe de Estado y se suplanten unas a otras: los huevos, en todo caso, no se pueden poner en el sitio donde tenemos el corazón.