viernes, 27 de agosto de 2021

CUANDO VESTIR ES PROVOCAR

 

 

LA VENTANA DE CRISTAL

 Cuando vestir es provocar. 

 


            El hombre habla con otros hombres de cómo piensa la mujer. La mujer habla con otras mujeres de cómo siente el hombre. El amo habla con otros amos de cómo viven los esclavos. El esclavo habla con otros esclavos de cómo es el amo. Y ni el hombre sabe cómo es la mujer, ni la mujer sabe cómo es el hombre, ni el amo cómo es el esclavo ni el esclavo sabe nunca cómo es el amo.

 

            Yo estoy en la biblioteca. Estoy tranquilo, enfrascado en mis cosas. Pero vienen chicas con faldas hasta la ingle, escotes hasta medio pecho inflados de turgencias, camisetas que muestran el ombligo y pantalones que enseñan las nalgas y no quiero mirar: pero se me van los ojos; lo mismo que te mandan que estudies sin música para que puedas concentrarte, también deberían prohibirse en las bibliotecas los atuendos del baile. Cada sitio tiene su indumentaria y si no te quieres distraer, no pongas cosas que te distraigan. Quien quita la ocasión quita el peligro.

 

            Mira con los ojos de la gente a la que ves y entonces tendrás razón. Dirás que te han enseñado a no mirar para ser mujer y tendrás razón. Dirás que me han enseñado a mirar para ser hombre y tendrás razón. Pero no digas que no se le van a uno los ojos cuando usas la ropa para desnudarte: si no reconoces que me pica la ingle simplemente porque soy hombre, perderás la razón que me estabas ganando simplemente porque eras mujer.

 


 

 

viernes, 20 de agosto de 2021

IDEAS QUE PARECEN DISPARATES

 

 

IDEAS QUE PARECEN DISPARATES

 


1. El hincha.

 

La hinchada es un reparto de tareas; unos ponen el trabajo, otros se alegran del éxito.

La hinchada se parece a la explotación; el éxito lo celebra el amo, pero el trabajo lo pone el siervo.

La diferencia entre la hinchada y la tiranía es que la segunda se alegra por un éxito que le da ganancias, y la primera no; lo único que el hincha gana con alegrarse es disfrutar del buen humor.

El hincha no disfruta de su buen humor, porque el humor se lo da el equipo que pierde o gana; y así, el hincha siente por lo que otros viven. Sólo quien juega vive el partido; el espectador, al vivir el éxito del equipo, vive la vida de otros; y si su equipo representa a su país, vive las alegrías y tristezas de su país sin hacer nada por lograrlas; el espectador sólo es un consumidor; el que produce es quien juega.

Cuando el aficionado ve a su equipo se está viendo a sí mismo, como si los méritos del equipo fueran propios; así, cuando gana el equipo no han ganado ellos: hemos ganado nosotros.

Ellos son los adversarios. La identificación del público con el protagonista hace que todos asumamos los aciertos y los errores de algunos; y eso ni es bueno ni es justo. Se parece a los problemas étnicos en que los errores de uno se los imputan a la etnia a la que pertenece.

Así surge la enemistad. En el deporte luchan los adversarios, pero los espectadores se enfrentan como enemigos. Ser enemigo de alguien es estar dispuesto a reconocerle los errores, pero no los aciertos. Si yo fallo es mi pueblo el que falla, pero mis aciertos son simplemente una cosa personal. Inversamente, los fallos de mi pueblo me los endosan a mí: pero no sus aciertos.

El individuo carga con los pecados de la colectividad, y la colectividad carga con los pecados del individuo. Pero las virtudes de los individuos y de su pueblo no se trasvasan entre sí; se pierden.

Ser enemigo es estar condenado a ser malo. Malo para la persona que nos mira, si esa persona es enemiga.

Ser enemigo de alguien es quedarse ciego para media realidad: la mitad de la realidad que no se quiere ver. Si hacen algo malo a uno de los nuestros nos indignamos; si se lo hacen a ellos miramos para otro lado. Y así anda el hincha, tuerto pero no ciego.

 


2. ¿Enseñar o educar?

 

Josemari se movía en su asiento con aire satisfecho. Vivía y respiraba por todos sus poros la sensación de estar en lo cierto.

-El profesor debe limitarse a transmitir conocimientos. La educación es cosa de los padres.

Y todo porque estaban comentando un texto sobre Sócrates. En el aire estaba si Sócrates, que presumía de no enseñar nada, realmente enseñaba; si se limitaba sólo a hacer preguntas; si el discípulo encontraba solo las respuestas conducido por las preguntas del maestro, como el gobernalle dirige el curso de los barcos sobre el mar.

Juan Luis inquirió entonces:

-¿Verdaderamente Sócrates no enseñaba nada?

Hubo un entrecruce de ideas y hubo controversia, pero el debate no acababa de centrarse. Entonces Juan Luis sintió la necesidad de precisar:

-¿Enseñaba Sócrates sólo con sus palabras? ¿O también enseñaba con su presencia?

Siguió habiendo intercambios, pero ninguno conclusivo. Y volvió a precisar su idea:

-¿Los maestros enseñan con lo que dicen o con lo que hacen?

-Con ambas cosas –respondió Jorge.

-¿No dura más en el recuerdo –habló Juan Luis- ver a un maestro fumando que su prohibición de fumar? Cuando un maestro no hace lo que dice, pierde autoridad ante los discípulos.

-No tiene por qué –interrumpió Josemari-. Mi madre fuma y dos de mis hermanos no han fumado nunca.

-Bueno –replicó Juan Luis-. Pero ahora no hablamos de cómo aprenden los discípulos, sino de cómo enseñan los maestros; ése es el tema que estamos debatiendo con Platón. ¿Qué pensáis que deja más huella? ¿Lo que dice el maestro o lo que hace cuando lo dice?

-Es lo que hace –contestó Juana-. Poco importa lo que digas: lo que me va a marcar es cómo lo digas.

-Y eso es educar –concluyó Juan Luis.

-¡No! -objetó Josemari-. Los profesores no tienen por qué educar, que para eso están los padres; los profesores deben limitarse a enseñar.

Aquello sonó a doctrina bien aprendida. Aquello sonó a consigna. De alguna manera intuía que los hijos eran el escenario de una batalla campal que se libraban los padres entre sí. Y él, como profesor de filosofía, debía combatir con razones los sectarismos de todas las capillas.

  -Está bien –terció Juan Luis-. ¿Un padre alcohólico tiene más derecho que un maestro cuerdo a educar a su hijo?

-¡Eso es una exageración! –protestó Josemari.

 -Precisamente, la técnica del debate consiste en el contraejemplo. Si yo pongo un solo ejemplo que contradiga lo que tú dices, te verás obligado a contestarme. Y el debate se enriquecerá analizando los casos extremos.                                                                                                                                                                   

-¡Pero las cosas no son así! –contestó Josemari, incómodo.

-Sí que lo son. Como lo es también el derecho de un padre a educar a su hijo, a su hija, cuando ese padre está dispuesto a matarla para salvar su honra, si la chica no actúa de acuerdo con las normas que él trata de imponer.

-¡Pero no exageres! Eso son unos casos extremos; en la mayoría de los casos no sucede así.

 -Sucede muchas veces. Más de lo que crees. Y cuando sucede, la chica está desprotegida frente a un padre abusivo si le niegas al maestro el derecho de educarla.

-La educación sólo les corresponde a los padres, no a los maestros; para eso han querido tener a sus hijos y se han sacrificado por ellos.

No siempre. Recuerda que se dan muchos casos de relaciones amorosas en las que el niño viene al mundo por accidente, por pura casualidad; y en muchos de esos casos es un niño no deseado, o no querido.

Josemari objetó que eso era porque nuestro mundo carece de valores y bla, bla... Frente a aquella moralina Juan Luis sintió la necesidad de ser contundente.

-Está bien –dijo-. Los profesores sólo podemos transmitir conocimientos. Ni ejercer de animadores, ni ser guías, ni cosas por el estilo; sólo tenemos derecho a enseñar. Está bien. Yo ahora os enseño el temario de filosofía. Si en mitad de la clase se produce un atropello, una falta de respeto, una agresión, yo no intervengo; mi misión no es educar.

-No es así. Los profesores nos podéis sancionar. Además, eso lo hace el consejo escolar, en el que han votado los padres. Y la disciplina sanciona conductas, no creencias.

-Falso. Una conducta es punible cuando manifiesta un hábito, y los hábitos reflejan actitudes, y las actitudes reflejan creencias. Recurrir a la disciplina adquirida equivale, a fin de cuentas, a modificar creencias. Yo como profesor debo conseguir que los alumnos crean que es preferible respetar al prójimo. Y eso, mi querido Josemari, es educar. –Se sentía marejada y había oleaje de fondo, y el timbre iba a sonar. Juan Luis zanjó la polémica remitiéndolos al texto-. Pero lo que estamos haciendo aquí es comentar las palabras de Sócrates. Recordad lo que estábamos debatiendo: ¿enseñaba Sócrates sólo con sus palabras, o con su presencia enseñaba también?

Cuando sonó el timbre ya Luis había dicho:

-Sócrates no enseñaba cosas, porque presumía de no saberlas. ¿Qué conocimientos podía transmitir si, por muchos que tuviera, no estaba seguro de ninguno? Él enseñaba a aprender. Y mientras lo hacía enseñaba a escuchar, a respetar las razones del adversario, a amar la fuerza de la razón, a ser firme en sus convicciones, a hablar cuando hace falta y cuando hace falta callar. Y eso, por encima de todo, es educar.

Y sonó el timbre. Se fueron todos. Y no hubo más.

 


3. Somanoética.  

 

            Se le ocurrió crear una pedagogía psicosomática. Sus dos pilares serían la somítica y la somética (la primera tendría por objeto la somanoesis, y la segunda el somanoeto).

            La somítica es una mítica somática; el mythos es a la vez historia y palabra, relato surgido del fondo de la experiencia del cuerpo; y como hay que saber pensar desde el cuerpo, no está claro en qué medida esta mítica debe ser completada por una lógica: por un análisis del sentido de las cosas, con un análisis del significado de las palabras.

            De la experiencia somítica emergerá la somética: la ética somática. El sentimiento de la vida, emanado del cuerpo, pensado somáticamente, da lugar al descubrimiento del sentido; del sentido de la vida. Los valores, antes de ser pensados, deben ser sentidos; sólo entonces es posible la valoración; una valoración psicosomática en donde el cuerpo es el vehículo de la mente, y en los estratos más profundos llega a confundirse con la mente misma.

            Habría que crear un centro de pedagogía psicosomática. Que podría estar al lado de una sociedad de filosofía (Sofía) y de otras asociaciones parecidas. Todas ellas cabrían en un centro global de investigaciones sociales: el Centro de Investigaciones del Duero; el Cid.

 


 

 

 

viernes, 13 de agosto de 2021

DESPEDIDA

 

 

 

DESPEDIDA

 


            Mis queridos amigos: lo mejor que hay en la escuela son los alumnos. Los mayores estamos trillados y entre tanto grano hay mucha paja: también hay cizaña. Vosotros sois arcilla tierna sin durezas y podéis cambiar el mundo adaptándoos a él: sólo tenéis que derribar las rigideces mentales que os hacen a veces esquemáticos; pero vuestros esquemas son los andamios de vuestra personalidad, como cuando construimos una casa levantando andamios que luego hemos de derribar cuando la casa esté hecha: así también, cuando nos construimos como personas, levantamos estereotipos a los que nos tenemos que encaramar para poder hacerla; y luego, cuando ya está más o menos hecha, los tiramos al suelo porque han dejado de servirnos. La juventud es tierna, tierna como la arcilla; pero necesita esquemas que la puedan sujetar antes de desparramarse; que es preferible tener una forma a estar sin ella, y esa forma, cuando ya no nos vale, tenemos que cambiarla, como el andamio que sólo sirve mientras construimos la casa; como el capullo duro mientras se construye la crisálida; nuestra vida es una continua metamorfosis y nosotros, los mayores, cada vez tenemos menos capacidad para adaptarnos a nuevas formas; pero vosotros, que sois arcilla, tenéis toda la capacidad del mundo. Sois fuertes y flexibles como la goma; los adultos, al perder flexibilidad, vamos perdiendo vida y nos volvemos duros; nos rompemos.

            Quiero daros las gracias por el hermoso libro que me habéis regalado. Hermoso por partida doble: porque es modesto, y en su pequeñez sin pretensiones refleja lo mucho que habéis hecho con lo poco que tenéis (por eso vale más que un libro caro); y porque en sus páginas he podido desfrutar lo más delicioso que se ha escrito, porque tiene la frescura de las palabras sencillas y en esa sencillez sin pretensiones tiene la hondura que suele faltarles a las palabras pretenciosas. Todo el curso nos lo hemos pasado salpicando las clases con chistes, como si los chistes fueran el azúcar que endulza la leche; pero este libro viene a decirnos que el azúcar es algo más que el dulce del bizcocho; porque, si no hubiera azúcar, no habría bizcocho; sería una masa con apariencia de bizcocho, pero no tendría sabor, no estaría dulce; como la filosofía sin humor sería mera apariencia de filosofía; por eso me ha gustado como lo llaman los autores de vuestro libro: filochiste. No os quepa duda de que este librito va a ser la biblia con la que voy a preparar las clases del futuro; pero ya no las disfrutaréis vosotros: las disfrutarán otros alumnos.

            Gracias por haber estado conmigo todo este curso. Gracias por haberme contagiado con vuestra frescura, y cómo no, con un poco de la ternura de vuestra arcilla. Aunque ya no tengo vuestros años, por ósmosis, espero mantenerme joven; como esa crisálida que se mueve dentro de las rigideces del capullo. El capullo es el que se apega a lo viejo despreciando lo nuevo; el que prefiere el esquematismo de lo duro a la vitalidad de la crisálida; el que se queda con el andamio porque no tiene paciencia para ver la casa. Espero no ser nunca un capullo.

            Y vosotros, cumplid lisa y llanamente con vuestro destino. Sed arcilla, construiréis muchas cosas. Sed vida, que atravesaréis todos los esquemas, todos los capullos, todos los andamios. Los esquemas son necesarios: pero para formar la vida, no para apresarla; los esquemas son como el tutor de las plantas, que las ayuda a crecer, no como el corsé que las aprieta. Con ser vosotros mismos (arcilla fresca y no cemento armado) seréis salud y vida; que puede más la hierba humilde que se dobla con el viento que la caña orgullosa que se pone tiesa: y por eso el viento la troncha.

            Gracias por haber estado aquí. Y por haber compartido todo este tiempo conmigo. Hasta en los malos estudiantes he encontrado la tela de la que están hechas las mejores personas. Algunos habréis sido estudiantes malos, de ninguna manera malos chicos. Sólo los que se cierran al mundo se quitan a sí mismos la posibilidad de disfrutar de todo. Me acordaré de vosotros. Ahora cada uno seguirá su rumbo Y que salga la crisálida. Que fructifique.

           

            Junio de 2013.

 

Que la vida iba en serio

uno lo empieza a comprender más tarde

-como todos los jóvenes, yo vine

a llevarme la vida por delante.

 

Dejar huella quería

y marcharme entre aplausos

-envejecer, morir, eran tan sólo

las dimensiones del teatro.

 

Pero ha pasado el tiempo

y la verdad desagradable asoma.

Envejecer, morir,

es el único argumento de la obra.

 

                                               Jaime Gil de Biedma. 





viernes, 6 de agosto de 2021

PENSAMIENTOS (3)

 

 

PENSAMIENTOS (3)

 


1. Ocio.

 

            Ocio era para los romanos el tiempo libre, mientras que el tiempo que se dedicaba a las tareas obligatorias era la negación del ocio (negotium, de donde deriva “negocio”). Aristóteles concibió el ocio como cultivo del espíritu; un tiempo en el que, disfrutando de libertad, se descansaba aprendiendo; hoy llamamos aburrimiento, más que ocio, a la ociosidad; el tiempo en el que se descansa sin aprender nada, con lo que ni somos verdaderamente libres ni tenemos un descanso verdadero.

            Solemos contraponer el ocio al trabajo. Trabajar es hacer cosas (en física llaman trabajo al movimiento causado por una fuerza); el trabajo, en sentido amplio, puede ser obligatorio o libre; llamamos “trabajo” en sentido estricto al trabajo obligatorio; y al trabajo libre lo llamamos “afición”, “hobby” o, simplemente, “ocio”.

 

2. Placer.

 

            Es una sensación de bienestar; es decir de estar bien, de encontrarse uno a gusto donde está y como está. No se puede explicar con palabras. Pero si no se puede decir qué es el placer, sí se pueden describir sus efectos, y es que se abre nuestro cuerpo; abrimos la boca, abrimos los brazos, las piernas, nos dan ganas de saltar, correr, reír, el resultado es que nos sentimos cargados de energía, que es lo mismo que sentirse pletóricos.

            Hay dos momentos cruciales en el placer: la concentración y la relajación. Cuando bebemos un buen vino inspiramos profundamente y cerramos los ojos, como si necesitáramos aislarnos del mundo para concentrarnos sólo en nuestro placer; y luego chasqueamos los labios, abrimos la boca, abrimos los ojos y hasta extendemos los brazos.

            Cuando llegamos al orgasmo nos concentramos en dejar fluir el placer y cerramos los ojos, para que entre bien dentro de nosotros y explote y se expanda; y cuando crispamos los miembros, tensándolos mucho para llenarnos de placer durante el tiempo que dure; luego se relajan nuestros miembros y abrimos los ojos para soltar la paz que se nos ha metido dentro.

            El placer tiene, como mínimo, tres fases o momentos: concentración (nos aislamos mientras el cuerpo busca); explosión (nos encerramos profundamente para sentirnos estallar olvidándonos de todo); y relajación (nos invade una paz que irradia de dentro como si la energía que hemos absorbido en esa súbita descarga nos alimentara poco a poco). Concentrarse es aislarse de lo que no es la tarea de buscar placer, aunque todavía podemos sentir lo que pasa alrededor; la concentración es un crescendo que alcanza un clímax: ese clímax es el orgasmo, el estallido, el punto de máxima fruición. Explotar es cargarse súbitamente de energía olvidando completamente lo que pasa a nuestro alrededor. Y relajarse es consumir poco a poco ese chorro de energía que hemos producido, y que hemos almacenado dentro, en una sensación de paz que es plenitud, y que produce ensoñación; uno también se siente pletórico de fuerzas, que mientras la plenitud las siente lentamente hacia adentro, el aliento pletórico las descarga hacia afuera de manera rápida y expansiva.

            La tensión que se concentra se rompe bruscamente si, cuando uno inicia el crescendo, alguien rompe la fijación destruyéndola con bromas extemporáneas, como cuando nos cortan un bostezo. 



            El clímax, una vez iniciado, ya no se puede romper. Es una descarga tan fuerte que ya nada la distrae desde el mundo exterior.

            La relajación es más fuerte que todos los estímulos mundanos; aunque si éstos son fuertes y se prolongan, la pueden romper y entonces su magia desaparece, o se debilita.

            Una persona expansiva se siente pletórica después del clímax; una persona contenida se siente plena y se abandona, como cuando la música pone sordina en los momentos fuertes y convierte los gritos en lamentos. La felicidad pletórica es muy distinta de la felicidad plena: la primera es un alarde de fuerza, la segunda de delicadeza; la delicadeza es la fuerza contenida en el recuerdo; el frenesí, fuerza que se despliega en el instante.

            Probar una comida es concentrarse en el sabor, dejarse subyugar por la expresión que se produce en el paladar y espirar soltando el placer; saborear, transportarse y volver.

            Puede suceder con la lectura de un libro. Con la audición de una sinfonía. Con la contemplación de un cuadro, una escultura, un edificio, un ballet, con el embrujo de una conversación, disfrutando de una buena película o creando una obra de arte. Algunos dicen que lo sienten cuando hace estragos en ellos el aliento de dios (y es la mística). Y otros dicen que el éxtasis les sobreviene cuando los abruma la naturaleza, exaltación increíble, cuando los posee, o es poseída por ellos, una fuerza inspiradora: el entusiasmo de la creación.

 

3. Dolor.

 

            El dolor es el extremo de un continuo que empieza en el disgusto o simple desagrado; tampoco lo podemos definir con palabras. Nos duele algo cuando no  nos encontramos bien.

            O sea cuando estamos mal. En Francia al sentir dolor lo llaman “tener mal”. En España al daño lo llaman “mal”, que se usa como sinónimo de enfermedad: “el mal ha avanzado mucho”, decimos a veces, por ejemplo cuando empeora o aumenta una infección, cuando el veneno de una mordedura sube por la sangre, o cuando los tumores se extienden por el cuerpo. Aunque solemos distinguir entre el mal y el dolor: el mal, los tejidos dañados, o la parte del cuerpo que no funciona bien, es la causa del dolor, aunque a veces hay males o daños que no duelen.

            El dolor es una pena, un pesar. Puede ser físico o psicológico. También se da por grados, desde un simple malestar hasta el tormento más terrible, pasando por diversidades que van del malestar o desagrado al pesar, el dolor o el daño, la mortificación… El mal psicológico es un pesar, una pena, una tristeza que va en aumento hasta la rabia, el miedo, el asco o la desesperación.

            Al contrario de lo que sucede con el placer, en el dolor no nos concentramos sino que nos desconcentra; nos distrae de las cosas placenteras. Es quien nos inflige dolor quien debe concentrarse en saber dónde nos duele más. El dolor aumenta por grados hasta llegar al clímax o punto máximo, y entonces se hace insoportable.