viernes, 25 de junio de 2021

 

 

MISCELÁNEA (1)

 


1. Los esclavos de Miguel Ángel.  

 

            El paleontólogo debe remover la tierra con mucho cuidado; no vaya a ser que en el lugar donde excava haya un hueso prehistórico y él, con el pico y la pala o el martillo o el mazo, lo rompa rompiendo la tierra que lo cubre y se quede sin él.

            El trabajo del paleontólogo consiste en quitarle al hueso toda la tierra que lo cubre y envuelve hasta desnudarlo y sacarlo del suelo. Pero no sabe en qué lugar de la tierra hay escondido un hueso; a veces sospecha que no lo hay y utiliza el mazo; otras veces piensa que puede haberlo y utiliza agujas, espátulas y pinceles; las herramientas que usa cambian según van cambiando sus intuiciones, pero a veces se puede equivocar; puede ocurrir que está dando mazazos en un lugar donde tendría que usar la pala o la espátula, o al revés; al instinto de saber qué herramientas debe utilizar según donde crea que estén las formas que quiere sacar: a ese instinto lo podemos llamar intuición, corazonada, destreza, simplemente olfato o, tal vez, inspiración.

            El escultor también quita la piedra que rodea a las formas que quiere sacar. Es como si las esculturas estuvieran atrapadas en la materia y la tarea del artista consistiera en liberarlas, quitando todo lo que sobra. En un bloque de granito hay un Moisés, un Apolo, una Piedad, todas esas formas están dentro de la piedra pero hay que elegir una para luchar por sacarla de allí. Es lo que pensaba Miguel Ángel: y sus esclavos son un ejemplo imponente de cómo las formas luchan con la materia que las envuelve en un empeño agónico por quitar lo que sobra y, de esa manera, liberarse al fin.

            La piedra es como un negativo que hay pegado a las esculturas: el escultor tiene que quitarlo. Lo contrario es hacer un molde de escayola con la figura hecha en negativo y luego llenarlo de bronce fundido y, de esa manera, positivarlo después.

 


2. El alma.

 

            Decía Platón que morir es separarse el alma del cuerpo como se separa, cuando lo hervimos, el hueso de la carne. El cuerpo está lleno de cadenas que sujetan el alma y la mantienen presa; y cuando el cuerpo se destruye, se relajan todas esas amarras y el alma, al sentir que ya no la aprietan, se suelta y, libre de ligaduras, se mueve a su aire sin que nada lastre sus movimientos. Hasta que cae presa de otro cuerpo y vuelve a vivir esclava: a eso lo llamamos reencarnación.

            Aristóteles no aceptaba estas ideas de Platón. Decía que cada alma se ajusta perfectamente a su cuerpo y no cabe dentro de otro cuerpo que no sea el suyo; sería como meter en un coche el motor de un camión, o, peor aún, el de un avión, una turbina; o meter el motor de un avión en un barco, o el de un barco en un autobús. Cada alma debe estar adaptada a su cuerpo. Mal arreglo tiene meter un motor diesel en una locomotora de vapor. Un alma humana no puede reencarnarse en el cuerpo de un ciervo, en el de un caballo, o en un jabalí; los amarres del alma humana no encajan en la estructura de amarres que tienen esos cuerpos que no son el suyo. De modo que cuando muere el cuerpo el alma queda descolocada y por eso muere también.

            Eso significa que no es posible la evolución. Durante la evolución los peces se adaptaron a la vida terrestre y se convirtieron en anfibios; luego los anfibios se hicieron reptiles y los reptiles, por fin, pájaros. Aristóteles llamaba alma a la fuente del movimiento. El movimiento de un reptil no es el mismo que el de un pez y por lo tanto su alma tampoco; el alma de un pez jamás se va a convertir en reptil. Las especies no se han transformado unas en otros y tiene que ser cada una una forma de vida independiente de las demás.

            Pero podemos suponer que cada cuerpo no tiene una sola posibilidad de amarre con su alma; que lo que hay no son lugares fijos, sino espacios dentro de los cuales se pueden estirar y encoger los amarres; y por lo tanto el pez que tuvo alma de pez algún día pudo estirar sus anclajes y el alma pisciforme pasó a tener el alma de un reptil; y esa forma intermedia no dejó de estirar y recolocar todos sus anclajes hasta que fue reptil con todas las consecuencias y dejó de tener el alma der un pez; sólo le quedaron vestigios pisciformes mientras se colocaba, adaptándose plenamente a ella, en su nueva naturaleza de reptil. Esto ya lo intuimos en las ideas de Anaximandro; luego lo pensó Lamarck, y después con Darwin esta nueva concepción se impuso finalmente en el pensamiento científico. Lo que no deja de ser curioso es que la idea de que los cuerpos no pueden cambiar la impuso Aristóteles; que defendió al mismo tiempo la teoría de la generación espontánea, a tenor de la cual la naturaleza del barro se puede transformar en un sapo, en cualquier otro batracio o en una lombriz.

 

Coda

 

            Algunos métodos para aprender a escribir prohíben escribir las letras sin sus enganches: así, el rabo de la “p” se puede enganchar con la “e” siempre que la “e” tenga otro gancho que le pueda dar la mano; los amarres que tienen las letras (como los que tiene el alma) son enlaces (o anclajes) multivalentes.

            Las letras que no tienen anclajes no se conectan bien y en las palabras parecen vagones sueltos. Las letras que tienen anclajes se encadenan perfectamente y circulan uno tras otro formando un tren.

 


viernes, 18 de junio de 2021

LAS LUCES DE PUERTOLLANO

 

 

LAS LUCES DE PUERTOLLANO

 


            Acaba de salir un libro en edición digital. Su título: “Las luces de Puertollano”. Para acceder a él hay que pulsar en el enlace que viene al final de esta página. En él desfilarán todas las evocaciones que quisieron venir a mi mente cuando la poblaba la nostalgia. Lo que en ellas hay se muestra someramente en estos fragmentos:

 


1.

 

   He llegado a Puertollano

arrastrándome en el tren de lejanas vías, 

y allí, en el campo inmenso, sin hierba y sin olivos,

he visto las luces de la fábrica

como estrellas que brillaban en el suelo

mientras que sobre el tren, sobre mi cabeza,

en el cielo, no he visto estrellas que lucían.

 

2.

 

Me he acercado a la estación de Puertollano. He visto su locomotora humeante detenida en el tiempo, inmovilizada en el espacio. Por los intersticios hay fuego que viene de la caldera. Es de hierro negro, polvoriento, y en sus soplidos poderosos hay algo del toser cavernario de la silicosis; de una gravedad que viene de lo más hondo, forrada con los estruendos del metal; de esos que dan golpes que retumban en el pecho haciendo temblor en los pulmones y separándolos, o eso parece, de la caja de huesos donde duermen enterrados. El tren de carbón. La máquina pesada que hace temblar el suelo cuando recorre las vías, aplastándolas, en su lenta cabalgata.

 

3.

 

Yo recuerdo muy bien aquella tarde de lluvia cuando le pedí a mi padre que me protegiera. Él me abrazaba, yo me accurrucaba, encogido, temblaba sin llorar, pero mi mente mezclaba los sueños con la realidad y en aquellas nubes había brujas, que yo no veía, y en el cielo que retumbaba había diablos, y los relámpagos eran el resplandor de las calderas, que subían y se derramaban como el caldo subía en la cazuela de mi madre, y sólo sé que en aquel momento, encogido, pequeñito, con la inocencia que dan los cuatro años, yo estaba convencido de que iban a comerme las mismísimas bocas del infierno.

 

4.

 

            Es otra lluvia que moja mis recuerdos. Estoy parado en un rincón, entre mi casa y la tapia del vecino, y son paredes blancas, sucias y manchadas por la tierra, una tierra que trae la lluvia triste disuelta en ella. Ha ido mi madre a ver a mi tía. Yo me he quedado solo, allí, en la plazuela, a pesar de la lluvia. Me fascina el fuego. La luz fantasmagórica de las cerillas. He ido a comprar al puesto una caja de cerillas. Los domingos me dan una peseta, y con ella compro regaliz, una barra de paloduz, caramelos o un cucurucho de pipas: hoy he querido comprar cerillas.

 

5.

 

Nunca ha nevado en Puertollano; y si alguna vez nevó los chicos hicieron una fiesta, una de pascuas a ramos. Los charcos se helaban y se formaban carámbanos en los tejados. Pero no me acuerdo de los días de frío del año que fui a la escuela; que recuerdo también detenido en el tiempo, como las imágenes estaban congeladas en el espacio, porque los días no pasaban, ni las horas se sentían, y no noto las marcas que aceleran y frenan el paso de las horas, que son la alegría y el aburrimiento.

 

6.

 

También me acuerdo del Guerra. Un hombre de barba blanca con la cara llena de arrugas que llevaba puesta una sábana blanca, como los romanos. A mí me parecía un profeta, pero sería un vagabundo. Otra vez vinieron los zíngaros. Tenían un mono, un oso y un perro, y tocaban y bailaban encima de un carro y me parecía que eran gitanos grises, de pelo gris, ropas grises, esperanzas grises, y entonces no me fijaba en la suciedad; no recuerdo si tenían una flauta o una guitarra, pero creo que era un acordeón. Cuando salíamos de la calle había unos arbustos que decían que tenían piojos y por eso no nos acercábamos a ellos. La plazuela de la calle Mestanza estaba en el barrio de las Seiscientas; que lo llamaban así por el número de casas que tenía, pero su verdadero nombre era las Seiscientas treinta.

 


7.

 

            “¡A saber se va a la escuela!”, que decía mi madre. “¡Leche y pan p’a sopas!”, que también decía (yo toda la vida he oído “pampas sopas”, a saber si lo pronunciaba mal o lo sacaba del recuerdo). Y mi tía repetía: “¡atiza, costipao!” Atiza, costipao, atiza; porque los misterios del recuerdo yo nunca los voy a entender; porque si la vida es memoria cuando pasa el tiempo, yo cuántas cosas recuerdo que no he vivido.

 

8.

 

Yo he ido muchas veces a las pocitas. Íbamos los chicos del pueblo, cruzábamos por un camino que ahora se me antoja pedregoso, polvoriento y seco, bordeado de cardos y retama, amapolas, hierbajos, margaritas en verano, y a los lados se abría una arboleda de troncos retorcidos y ramas sarmentosas, no sé si de olivos o de encinas, pero sí me acuerdo que de vez en cuando veíamos, tirando de los brazos, secos y leñosos, algún perro ahorcado. Tierra sedienta, palos secos que se rompían retorciéndolos, retamas y chaparro. Íbamos por aquella senda los chicos del barrio y nos parecía una tierra como cualquier otra y no, como ahora la veo, un desierto disimulado entre la hojarasca y vestido de hierba pobre, como se viste de pelusa y pincho la cara del hombre al que no le crece la barba.

 

9.

 

Me acuerdo a veces de la carga de los grises. Los imagino como en las películas, bajando por el cerro y arrastrando polvo, pero no me los imagino como el séptimo de caballería, avanzando veloces al son de la corneta, ni como la cabalgata de las valkirias, atronando el cielo con sus ecos de tormenta, no me los imagino vertiginosos, no; me los imagino veloces pero lentos, descendiendo el cerro a la carrera, pero sin correr: en esa carrera detenida que baja casi al trote, nada que ver con los galopes del oeste, y avanza hacia el pueblo como la policía montada a caballo, y era la policía armada, de correas negras y uniformes grises, llegando encima de las fronteras del pueblo, atropellando las palabras y la justicia, bajo la amenaza de los puños y las balas (que estaban metidas en pistolas aunque no dispararan), y disparaban en El Ferrol y en Granada, pero no recuerdo que dispararan en Puertollano. Y su sola presencia nos daba miedo, sufríamos la carga de los grises que no era la brigada ligera: sino los caballos del gobierno, estáticos, inquietantes, que venían de fuera y eso era lo que nos daba miedo; la carga de la policía montada de Ciudad Real.

 

10.

 

Nuestros años mozos giraron en torno a la música. Y la música giró en torno a la radio. Y al tocadiscos. Se pusieron de moda los guateques. Nos juntábamos en una casa un día que no estaban los padres y llevábamos gaseosa, fanta, cocacola, cacahuetes y patatas fritas: pero lo más importante era el tocadiscos; el tocadiscos no podía faltar, era como si en una iglesia hubiera de todo menos altar; el altar del guateque, el recinto sagrado, el santo de los santos era donde estaba el tocadiscos; por supuesto, con sus discos; tan inútil era un tocadiscos sin discos como un altar sin hostias. Había discos pequeños que se llamaban sencillos, nosotros los llamábamos singles porque todo era en inglés, y giraban a 45 revoluciones por minuto; tenían una canción por cada cara y una era bonita y la otra fea; aunque a veces había singles con las dos caras buenas.

 


11.

 

Mi corazón vuelve ahora con la fuente agria. Yo no sé por qué, me acuerdo ahora de un día que mi padre me pidió que le comprara tabaco; le dije que no y era porque llovían los truenos y la tormenta me asustaba. Siempre me asustaba la tormenta. Hasta que crecí. Pero nunca le dije a mi padre por qué no fui aquel día a comprarle el tabaco. Me hubiera gustado decírselo pero ya no puedo: porque está muerto. Mi mente, entonces, quiere alzarse sobre el mundo y subir y llegar a un lugar donde pueda llenarse de calma. Ese sitio es la fuente agria.

 

12.

 

Es una mañana fría y lluviosa. La fuente agria alza su capucha sobre el paseo y justo al lado, como un viejecito cansado, se curva la concha que sirve de oreja al pabellón de la música: debajo tiene una cueva, estrecha y casposa, con mesas viejas y paredes gastadas, forradas de libros que se nos vienen encima: sus lomos oscuros guardan hojas amarillentas; están desgastadas por los bordes, como si las hubiera raído el gusano de los dedos: unas veces doblándolas para pasarlas rápidamente, formando pliegues veloces como plegamientos rocosos, otras humedeciendo el dedo con los labios, y muchas otras sujetando la contraportada con la mano derecha mientras la izquierda desenhebra las hojas como quien baraja las cartas; por eso las hojas de los libros, además de viejas, está arrugadas; a veces rotas; y, más que alimento de biblioteca, parecen a veces alimento de los ratones.

 

13.

 

            La mentira cebada en el pueblo de la verdad. El de las dos mentiras: porque mintió mientras mentía. Puertollano es el pueblo doblemente manchado. El pueblo sucio, manchado de carbón, cubierto de petróleo, en el betún de la pizarra, que el aire viste de polvo y la chimenea llena de gases; el infierno del fogón, el polvo negro que arde, la cara llena de carbonilla, el rostro del minero pintado en tinieblas, el fondo de la mina, la silicosis, la muerte que puebla los pulmones, la muerte oscura del carbón, el grisú muerto al explotar, la atmósfera sucia, el sudor del maquinista, el fragor de las máquinas. Pero lo más sucio es que vendan la verdad. Lo más sucio es que persigan a la palabra.

 

14.

 

“Compostela” viene de “campus stellae”, que quiere decir “campo de las estrellas”. Puertollano es un campo de estrellas que se extienden en la oscuridad, cuando ya es noche cerrada, y titilan a lo lejos con su débil parpadeo. Las estrellas de Puertollano son las luces de la fábrica: guían al viajero cuando viene de Ciudad Real, y el tren es una oruga larga que se confunde con la noche; desde lejos lo vemos pasar, negro sobre negro, y por eso no vemos nada y el tren sólo se hace presente en el traqueteo de las vías, en el jadeo de la máquina, que resopla pesadamente como si fuera  a morirse de agotamiento, y en las llamas que se ven, como destellos esporádicos, entre las rendijas de la caldera.

 


            “Las luces de Puertollano” es un paseo sentimental entre las viejas calles, por las lejanas casas, en los lugares que ya no existen porque el tiempo los ha cambiado: este libro es un recorrido por la geografía del recuerdo. En algunas de sus páginas hay cosas que no se ven porque acaso estén algún día, o porque o sólo existieron en mi mente, o porque no existen ya.

            Este libro iba a salir próximamente a la venta en formato epub y PDF, pero problemas de última hora han retrasado su puesta a punto; no me ha parecido mala idea publicarlo en abierto para que todo aquel que tenga interés en él lo pueda disfrutar: se lo ofrezco especialmente a los lectores de Puertollano; y a aquellos que, de una forma u otra, aún guardan vínculos con el pueblo, vínculos que no se han dispersado por el mundo sino que siguen durmiendo ahí, acurrucados en el corazón, y que cualquier ráfaga de nostalgia puede reavivar y despertar. 

            Para leerlo, pica en este enlace: 




viernes, 11 de junio de 2021

LA MURALLA

 

 

 

LA MURALLA

 


1.

 

            A veces buscamos la aventura para huir de nosotros mismos. A veces nos vamos de viaje para huir de la pereza y no es el viaje una meta, sino huida ante el destino: energía sin voluntad, río sin cauce, fuerza sin camino, o camino sin fuerza.

 

2.

 

Hay un mundo al otro lado de la pared. Podemos llegar saltando por distintos sitios, sin embargo no todos llevan, en el otro mundo, al mismo lugar; por unas zonas lleva a un suelo muy bajo desde el que vemos muy pocas cosas; por otras se va a otro suelo alto desde el que se divisa un amplio horizonte.

La muralla crece como si fuera una escalera. Tiene diez peldaños. Cada uno la salta según sus fuerzas y el mundo que encontrará más allá será siempre mejor que éste en el que está; sin embargo, no todos lo disfrutarán con la misma fuerza; cada peldaño que suban es un grado más en la intensidad del goce, pero sólo se llega al otro lado a partir del quinto peldaño. Por debajo de él te quedarás en este mundo y no podrás traspasar la barrera para ver el otro: el que hay al otro lado, el que hay más allá.

Por encima del quinto, cada peldaño lleva a una llanura por la que podrás caminar largo rato y al final de esa llanura habrá un mirador: el paisaje que se ve desde allí es magnífico.

A la derecha del mirador encontrarás otro peldaño: que te conducirá a otra llanura más alta con un mirador más hermoso que el primero y a su lado habrá otro peldaño.

Éste te llevará a un mirador todavía más grandioso que dominará un paisaje mayor; y a su derecha habrá otro peldaño que accederá a otra altura desde la que los dominios que contemplas aún serán mayores.

El peldaño más alto será el décimo; desde allí verás el paisaje más poderoso de todos; el de horizontes más lejanos que quepa imaginar; desde esa altura planearás verdaderamente a lo grande: en esos horizontes podrás echar a volar sacando el máximo poder de tu libertad.  

 

Así que las cinco últimas alturas del muro dan acceso a cinco plataformas de diferentes alturas; algo así como cinco mesetas desde las que se va ampliando el horizonte a medida que subimos.

 


Visto de lejos, hay muchas paredes, muchas barreras, muchas murallas; como si la misma muralla estuviese separada por compartimentos que limitasen varios recintos distintos y cada recinto fuese un palacio. Si no puedes entrar por una entrarás por otra, siempre que camines lo suficiente por la senda que une a todas estas murallas. Pero las que vienen luego ya no son como las primeras.

En la primera muralla, sólo con atravesar el quinto peldaño ya estaremos al otro lado; y el sexto y el séptimo y el octavo y el noveno y el décimo te abrirán cada uno a una plataforma desde la que contemplar el mundo dominándolo siempre más que desde el piso anterior.

 

Las que vienen luego dan todas a la plataforma número cinco. Si llegas a la diez al final no te encontrarás con una meseta más alta, sino con un tobogán por donde caerás hasta la mitad de lo que has subido por este lado, es decir hasta el quinto piso; será como un adarve que se encuentra siempre al mismo nivel.

No podrás pasar del quinto nivel aunque saltes por el seis, por el ocho o por el diez. Quedarás condenado a no ver horizontes más altos si saltas por la segunda muralla; esos sólo se ven por la primera; desde la segunda llegarás al otro mundo, sí, y en ese mundo será mejor que en éste; pero ya no podrás disfrutarlo al más allá del quinto piso pues cada piso te llevará a toboganes por los que te caerás irremediablemente hasta el quinto.

 

Por debajo del quinto peldaño no podrás pasar al otro lado. Lo mismo da que saltes cuatro, que dos, que tres; te quedarás en éste. Y todos lo verán. Porque entre el primer peldaño y el quinto la muralla es transparente y aunque no puedas atravesarla todos verán a qué altura has chocado. Y se reirán de quienes han chocado en el primero mucho más que de quienes han chocado con el cuarto.

 


El mundo que hay a este lado es tu nivel de estudios. Al otro lado está el nivel superior. La muralla es el examen. Los peldaños, las notas. La primera muralla es el primer examen. La segunda es la recuperación. Si recuperas por haber suspendido en el primero, ya no tienes derecho a sacar más de cinco. Aunque estudies para diez. Sin embargo si suspendes con menos de cuatro tendrás la nota que saques. Estarás nivelado por arriba, pero diferenciado por debajo; ésa será tu condena. El resultado es que te desanimarán de estudiar si recuperando no vas a sacar de todas maneras más de cinco; y te hundirán la moral si sacas menos de cuatro. Todo por haber suspendido la primera vez.

 

Y luego dicen que hay que aprender de los errores. Pero si yerras, ya no tienes derecho a rectificar. Ya no tendrás las mismas oportunidades. Las mismas que hay para los demás. Hay quien saca montones de ochos en recuperaciones y sólo le ponen cincos; y hay quien saca ocho sólo una vez y, por ser la primera, ésa será la nota definitiva. Todo por ser virgen. Por haberlo sacado la primera vez. El primer suspenso será como una deuda externa que te obligará a pagar intereses todo lo que ganes por encima de cinco.

Hay que desterrar para siempre la virginidad pedagógica. Esa que te hace aprobar mucho estudiando poco. La misma que castiga el estudiar mucho con premiárselo poco. La que castiga el error con la deuda externa. La que acumula déficits haciendo que los retos sean cada vez más difíciles de superar. La misma que pone en el tiempo más tareas de las que el tiempo puede consumir. La que lo pone todo fácil para el que puede, y se ceba en poner palos en las ruedas de los que tienen dificultades. La que hace que el estudio se vuelva la antienzima perfecta. La que pone cada vez más alta, a medida que pasa el tiempo, la energía de activación.


3.

 

            En la Rusia soviética ningún obrero se esmeraba en trabajar, porque todos cobraban lo mismo. En el mundo capitalista los repetidores no se esmeran en estudiar, porque siempre les ponen la misma nota.

            La virginidad pedagógica impide que los orgasmos suban de nivel. No puede ascender en el éxito quien ha probado el suspenso antes de tiempo. No hay alegría en los estudios para quien ha suspendido la primera vez.

 

            En algunos lugares acostumbran a no poner de nota más que un suficiente, aunque te saques un sobresaliente, si te lo has sacado en un examen de recuperación. 



 


viernes, 4 de junio de 2021

 

 

 

HACIA UN NUEVO PACIFISMO

 


            Unos oprimen a otros para liberarse y otros retrasan su liberación para no oprimir a nadie.

 

            Los revolucionarios rompieron las cadenas de la opresión matando oprimidos que no eran revolucionarios; y los oprimidos quedaron atrapados entre dos formas de opresión: la que los explotaba y la que los quería liberar.

 

            Eso buscaban los mambises cuando derrotaron a los españoles en 1898: la guerra total.

 

            La izquierda quiere sacar al pobre de su pobreza. La derecha quiere enriquecer a todos pero enriquece a los ricos. Para enriquecer al pobre hace falta quitarle el látigo al opresor y romper el látigo, pero ahora lo tiene el pobre; entonces el pobre se vuelve rico y el rico se vuelve pobre y con los papeles cambiados sigue habiendo pobres y ricos: como siempre.

 

            Cosas parecidas pasaron, en el siglo XII, en Inglaterra con los normandos y los sajones.

 

            Entonces el rico que tiene el látigo sigue pensando como cuando era pobre y el látigo lo tenían otros; y, siendo ahora opresor, se sigue creyendo oprimido. Su personalidad se escinde entre el oprimido que era y el opresor que ahora es, y sigue creyendo que es lo que era sin reconocerse en lo que es ahora; de modo que el liberado se convierte en un déspota que se cree liberador.

 

            Esas cosas pasan en la Venezuela de Nicolás Maduro; y en la de Hugo Chávez.

 

            Como liberador, sigue creyendo que saca al pobre de su pobreza; aunque lo que ha hecho ha sido volver pobre a quien antes era rico sin darse cuenta de que, como pobre, a ese viejo rico ahora lo tiene que liberar; pero lo tiraniza en su venganza y le echa en cara sus antiguas culpas.

 

            Fue lo que pasó en Alemania cuando los nazis fueron derrotados por los aliados.

 

            Y tiene el opresor una mente dividida: en una parte tiene la etiqueta de pobre y liberador: y de izquierdas; y en otra tiene la cara del opresor, en la que no se reconoce aunque lo sea; cree que es lo que ya no es (es decir, pobre) y niega ser ahora lo que no era antes (es decir, rico). La etiqueta que se pone es una máscara. Y su cara es la realidad que se esconde por detrás de la careta.

            Muchos se creen de izquierda porque tienen una etiqueta, una máscara, un disfraz; y son lo contrario de lo que pregonan en una realidad en la que no se reconocen. Ser de izquierda y oprimir al adversario no es ser de izquierda, aunque se tenga la etiqueta puesta.

 


            Podríamos decir algo parecido de la Rusia de Stalin.

 

            ¿Qué diferencia hay entre un etarra y un nazi? La etiqueta. El etarra se viste de izquierda y el nazi de derecha, pero cuando se quitan el uniforme los dos hacen lo mismo: oprimir a un pueblo para salvar a otro; lo hacen poniéndole la etiqueta de oprimido al pueblo opresor y la de opresor al pueblo oprimido. Para ellos, salir de la pobreza es liberarse y se liberan oprimiendo: quitándoles las libertades a los otros (y acaban, sin darse cuenta, quitándoselas a sí mismos).

 

            Esto es la dictadura del proletariado.

 

            Salir de la pobreza empobreciendo. Liberarse oprimiendo. Mas no se debe salir de la pobreza empobreciendo a nadie sino enriqueciendo a todos: también a quienes nos empobrecían antes, en el tiempo viejo en que nos imponían su opresión.

 

            Esto lo quiso hacer en Sudáfrica Nelson Mandela. Lo muestra bien una película emocionante: “Invictus”.

 

            Por eso cuando veo a alguien yo nunca pregunto qué etiqueta tiene sino qué es. Las etiquetas, como las máscaras, como los uniformes, como los escudos y las banderas, se ven a simple vista pero hay que esforzarse mucho por ver la realidad que hay detrás de las etiquetas. Obras son amores y no buenas razones, dice la voz popular; y si veo a alguien que presume de ser de izquierda me pregunto siempre si no tiene una svástica detrás del uniforme de miliciano: entonces me fijo en lo que hace y no en lo que dice ser y hacer.

 

            No sólo se torturaba en las cárceles de Franco; también en las checas se torturaba.

 

            Eres lo que haces. Si robas, si engañas, si oprimes y si matas nunca serás de izquierda (aunque lo digas o hagas por redimir al pobre). Ser de izquierda debería ser redimir al pobre sin empobrecer al rico o lo que es lo mismo: no comprar riqueza pagando con libertad. El bandido generoso no robaba a los ricos para dárselo a los pobres, como dicen que hacía Robin Hood; si empezó haciendo eso, la codicia, que es contagiosa (y más cuando no te controla nadie), acabará robando como siempre sin repartir nunca nada con los demás.

            El bandido generoso roba como siempre y atesora como nunca: la fuerza de los ideales se debilita si no se fortalece con la virtud.

 

            Los dulcinistas. El Tempranillo. Robin Hood.

 

            La izquierda no es sólo un programa: también una actitud. El programa son los ideales y la actitud es la estrategia, pero toda estrategia de izquierda debería ser también un ideal: la única estrategia aceptable es la paz en busca de justicia; al principio nunca es una paz justa porque surge de la injusticia que pretende combatir: pero la injusticia de salida no puede ser nunca injusticia en la llegada, el origen no debe contaminar el objetivo, pues la manera como haces las cosas (la estrategia) no debe ser distinta de las cosas que tienes que hacer (la utopía, los destinos, los principios, los ideales).

            No se construye un mundo pacífico utilizando guerra. Podrías utilizar la metáfora bíblica donde Jesús hace más que mostrarnos la meta. Yo soy la meta (viene a decirnos), pero también el camino. El mundo que buscas es el mundo en el que debes estar para llegar a él: porque eres lo que predicas y debe ser lo mismo predicar que dar trigo. No basta con que Jesús nos lleve hacia la luz, necesitamos más de él; necesitamos que él, como camino que conduce a ella, ya sea la luz.

 

            Jesucristo. Sócrates. Gandhi. Buda. Los inocentes que no matan por una ilusión. El fascismo mató en nombre de la violencia. El comunismo mató en nombre de la liberación. El mismo partido que se levantó contra los zares se levantó después contra el pueblo ruso, convirtiéndose en maquinaria terrorífica. Hay que leer a Marx. Pero también a Soljenitsin. La pureza de los ideales se ha vuelto maquinaria de exterminio, Auschwitz no debe hacernos olvidar el Gulag. Matar por exterminar a una raza no debería servir de excusa para lavar la cara de quienes también mataban en nombre de la revolución.