viernes, 29 de abril de 2016

La vida imperfecta.




LA VIDA IMPERFECTA

 

            Acaba de presentarse en Segovia un libro de Fernando Travesí. Se llama La vida imperfecta. Es una novela. Una novela que muy bien podría ser calificada de drama psicológico: psicológico porque, como una tupida maraña, se anudan las complicadas relaciones entre las personas atándolas a sus miserias; y drama porque, a pesar de ser una novela, tiene una hechura casi teatral: de hecho el autor es premio nacional de teatro (premio Calderón de la Barca). La presentación tuvo lugar en la librería Diagonal y corrió a cargo de Maite García Zapata, que es abogada, como Fernando, y que fue compañera suya en Madrid, cuando los dos iniciaron sus correrías por el mundo del teatro, hace ya algunos años.
            Maite García Zapata desgranó esos comienzos, cuando ambos eran jóvenes estudiantes y, a pesar de que estudiaban derecho, no se conocieron en la facultad, sino en el teatro; en aquel grupo de actores en el que Fernando Travesí descubrió su vena literaria. Siempre llevaba encima papel y lápiz porque siempre estaba tomando apuntes; observando a todas horas  lo que veía en la calle, recogiendo experiencias: experiencias que luego analizaba, juntaba, escogía y acababa incorporando a la urdimbre de los textos que escribía: primero fue el teatro; ahora, una novela. La vida imperfecta ha recibido, en Colombia, el premio de novela corta del Fondo de Cultura Económica.
            Novela corta. Tiene 205 páginas. En uno de sus pasajes habla del protagonista: “vivía manejando crisis”, dice; “enseñando a los demás a hacerlo y sus conocimientos le alcanzaban, incluso, para manejar las suyas” (p. 60). Fernando también ha manejado crisis. Vivió muchos años ayudando a resolver conflictos, desde Bosnia a África, desde América a Asia (recalando, ocasionalmente, en España). Actualmente vive en Nueva York. Confesó que, después de tantos años de vivir en condiciones precarias, ahora disfruta en Nueva York del placer de una vida “más normal”, sin tantas situaciones límite, adobada con el confort de lo cotidiano; sin sobresaltos.
            Las preguntas de Maite García le hacían desgranar su corta vida de poco más de cuarenta años; y como San Agustín en sus Confesiones, no se trataba de detenerse en los detalles, sino en la esencia. Gustaba de repetir una idea que siempre le ha martilleado la cabeza: “la muerte de un hombre es una tragedia; la muerte de un millón es un dato”; quizá por ello (confiesa) ha renunciado a contar las cosas en grande y prefiere contarlas “en micro”; uno supone que, lo mismo que la macroeconomía esconde las palpitaciones profundas de la gente, la macrohistoria también escamotea la esencia que se esconde en los detalles. Una cita de su novela nos ayudará a entenderlo mejor: es “como si su mente estuviera obsesionada con la idea de que para encontrar las verdades ocultas había que mirar, precisamente, entre los miles de pliegues superpuestos que dan forma y consistencia a las pequeñas cosas” (p. 73). Un adolescente que ha desaparecido; una noche de martirio mientras lo buscan sus padres: ése es el argumento; y por él sobrevuela la historia en grande; las miles de historias que él ha vivido en países en guerra, los interminables dramas de tantas familias deambulando a ciegas mientras buscaban a sus hijos, desaparecidos en los conflictos; la mayoría, desgraciadamente, nunca aparecieron.
            Así que no es una novela autobiográfica, pero en ella palpitan sus vivencias. Voy a abrir un pequeño paréntesis antes de proseguir con el relato de la presentación. Algunas citas. Se trata de “entender lo inexplicable” (p. 76), porque “en realidad, es absurdo pretender que conocemos a nadie” (p. 64); porque “donde la razón termina existe un mundo en el que se camina sin un rumbo claro” (p. 32), “y como no entendía, no podía dejar de llorar” (p. 50); y porque “no hay conflicto en que no muera un inocente” (p. 50), en lugar de decir, simplemente, “me siento culpable” (p. 64), preferimos buscar la culpa en los demás: “todo esto es por tu culpa” (p. 65); y nos liberamos cargando el peso de las cosas sobre otras espaldas: Lorenzo “ya había considerado a su exmujer responsable de la situación y la había juzgado y condenado sin posibilidad de apelación” (p. 37). 
 
            
          Eso fue lo que destacó Fernando Travesí en la presentación del libro: los personajes van descubriendo sus conflictos y hasta Lorenzo, que es psiquiatra, es incapaz de aplicar su ciencia al conocimiento de su familia más próxima, y menos de su propio hijo; donde faltan razones vienen las emociones; la novela es un deslizamiento progresivo hacia las pasiones, que son como una tela de araña en la que estamos atrapados sin poder ver, y en donde no sabemos si las pasiones más fuertes son las arañas que nos están devorando. “Vivimos (…) mirando hacia el futuro sin saber qué esperar pero esperando algo. Deseando lo que aún no tenemos o añorando lo que perdimos” (p. 53). Llegados a este punto, casi recordamos a Calígula cuando le hacía decir Camus: “los hombres mueren y no son felices; y eso es absurdo”. La única redención posible es la solidaridad. Curioso paralelismo con Fernando Travesí, que también ha hecho de la solidaridad el eje fundamental de las razones de su vida.
            Hábilmente supo Maite García hacer las preguntas adecuadas en un ambiente distendido; hasta tal punto que casi creíamos encontrarnos, más que en una librería, en un bar; pero en los bares no escucha nadie y aquella librería era todo oídos. Para suprimir cualquier eco profesoral y académico los dos oradores hablaban sentados delante de la mesa, no detrás; porque no hablaban desde sus títulos, sino desde sus vivencias;  buscando, como personas del mundo del teatro, el contacto con el público, sabiendo (de eso eran conscientes) que contaban algo de sus vidas, pero que sus vidas, al revés de lo que se dice en el texto, no eran rutinarias ni aburridas, sino que tenían mucho que contar. Los detalles huían del chisme y buscaban la esencia. Dos cosas quedaron claras a lo largo de la presentación: la primera es la calidad de la novela (Fernando Travesí acaba de entrar en la literatura por la puerta grande); y la segunda es la modestia del autor (muy alejado del divismo al uso en estos lares, pero consciente, de eso estamos seguros, de la calidad de lo que hace: lo de Fernando Travesí es sencillez, no falsa modestia). Por eso confesaba, antes de irse a Nueva York (al día siguiente de la presentación del libro), que esta novela, y su presentación en Madrid y Segovia, le estaban dando grandes satisfacciones.
            Muchas cosas se habrían podido seguir hablando si el tiempo hubiera sido elástico. Su conversación daba para mucho. Recordaré, antes de terminar, un par de ellas. La primera es que, según su propia confesión, él escribe sin una planificación previa: afirmación que a uno le hubiera gustado matizar más, porque no tener esquemas escritos no significa no tener un guión en la cabeza; un proyecto que, como él mismo dijo, se va alimentando de los apuntes que, como un águila sobrevolándolo todo, no para de tomar notas a pie de calle. La segunda afirmación es que esta novela es un entrecruce de perspectivas, una mirada poliédrica: él mismo empleaba esta metáfora que también emplearon, tiempo atrás, otros escritores: por ejemplo Camilo José Cela. Una mirada poliédrica, pues; donde la realidad tiene muchas caras, pero donde también, como si ese poliedro fuera el ojo de un insecto, las mismas cosas fuesen vistas de manera distinta por distintas personas; uno se quedó con las ganas (porque no lo permitía el tiempo) de preguntar si en este perspectivismo tuvo algo que ver la lectura del Vargas Llosa de La fiesta del chivo.
            Bienvenido a la república de las letras. Ojalá llegue pronto la próxima obra de Fernando Travesi (que él, de un modo un tanto literario, acaso rodeado de tintes escénicos, dejó momentáneamente flotar en el misterio; con la maestría de un buen cuentista, él, que aunque no lo supiera, sabía ya que iba escribir más historias). Porque la vida es imperfecta. La gente, como dice una de las protagonistas, “trabaja sin parar buscando una perfección que no existe y viviendo obsesionada con que amigos y enemigos reconozcan su talento” (p. 22). También lo hacemos por instinto de supervivencia. Porque cuando buscamos un trabajo siempre nos piden un curriculum; y en ese curriculum debemos decir, aunque nadie se lo crea, que el curso de nuestra formación ha sido siempre un camino perfecto.

Fernando Travesí. La vida imperfecta. Sevilla, Ediciones de la Isla de Siltolá, 2015.

 




sábado, 23 de abril de 2016

Tríptico





TRÍPTICO


1. El heroísmo pedagógico de los héroes trágicos.

            La tierra brillaba. Era un aire gélido y las nubes manchaban el horizonte. Vetas frías se extendían al fondo, a lo lejos; cuerpos rosados, pardos, grises, sobre un azul tenue, tiempo aterido, azul de invierno. Había irisaciones en el campo, más allá de la carretera: y era tierra encharcada. Juan miró por la ventanilla y vio una casa solitaria, aplastada bajo el tejado a dos aguas, como huella de un paisaje de leyenda: las tierras del norte. Volvió a mirar de frente y la carretera era atravesada por un cuervo, que volaba bajo. El coche surcaba el asfalto y de las ruedas salía frío: unas nubes de vaho que formaban furtivamente su efímera niebla. Avanzaba hacia Baba. Urracas. Avefrías volando a ras del suelo. Y un frío que atravesaba el coche y buscaba hambriento los poros de tu cuerpo.
            Héroes. Seres valientes que surcaban con su esfuerzo los límites de la naturaleza. Gentes ejemplares, ansias que sirvieron de ejemplo. Una fuerza vital que se impuso a las circunstancias. Yo no tengo la culpa de verte caer. Héroes. Cuando nos fallan las fuerzas nos fijamos en los héroes. No son seres mágicos ni superiores. Son como nosotros: de carne y hueso; pero con una voluntad de hierro. He oído decir que la noche se cierne sobre quienes no tienen luz, y mueren bajo su peso. Entre dos tierras se mueren, y no dejan aire que respirar. Héroes. Necesitamos héroes. Gentes llenas de vida. Que tiran de nosotros con su ejemplo. Que no se dejan abatir por la fortuna. No necesitamos nuevos héroes. Donna Hightower. Héroes que matan, que emplean su fuerza para destruir, no los necesitamos. Necesitamos a los otros héroes: los que se levantan cuando los tumba el destino, cuando las fuerzas adversas se abaten sobre ellos y pueden vencerlas; cuando el desánimo nos vence y surgen rompiendo sus flaquezas. Héroes. Has de vivir como ellos, no te abandones. No te dejes llevar como las hojas el viento. No te dejes gobernar como una marioneta. Resiste a Calipso, a Circe, a las sirenas. Destruye tu caballo de Troya. En ti está la fuerza, no te abandones. Yo puedo empujarte, pero caminas tú. No te caigas, no te tires al suelo. Yo no tengo la culpa de verte caer. He estado siempre aquí para empujarte.
            Silencio. Espacio. He oído murmullos temblando por el desierto. Si vuelves atrás te esperarán las huellas. Cuesta más borrarlas que seguir caminando. Y si caminas tragarás mucho barro. No hay salida. El futuro tira de ti como tira el pasado. Eres una mota de polvo en el tiempo, calla: es muy fácil opinar; no te justifiques. Sigue. Avanza y no pierdas tiempo, no mires si no hay nada que mirar, no hables si no tienes nada que decir. Héroes. Héroes del silencio. Voluntad que marca huella y abre caminos para andar.
            Porque si tú no has andado yo no tengo la culpa de verte caer. Héroes. Los héroes del tiempo.


2. El valle de los caballos.


            Pierdes la fe. Segovia, valle de los caballos. Tierras llanas donde se pierde la vista. Guadarrama. Es una tierra entre dos tierras, zona de contacto. Pie de monte donde sisea el Tejadilla: una cueva larga, como una culebra, a la que se le ha caído el techo. Tierras amplias de un verde húmedo salpicadas de bisontes. Fauna de la sierra y fauna del llano. Allí se junta la vida en una zona de contacto. Cueva de la Zarzamora, cueva del Búho. Tierras de vida enterrada cuando vivían los neandertales. Ciervos, leones, lobos, hienas, uros, rinocerontes. Y sobre todo caballos. Muchos caballos; el Tejadilla era el valle de los caballos.
            Pierdes la fe. Tu mente no puede creer que haya restos mejores, pero tu corazón lo quiere. Hay en el valle muchas cuevas pero tienes que descubrirlas. Hay que creer en ellas, porque si no crees ¿cómo vas a buscar? Y si no las buscas ¿cómo las vas a descubrir? Has perdido la fe, cualquier esperanza es vana. Pero has abierto una cueva y has encontrado huesos. En la tierra se han disuelto miles de huesecillos. Parece arena. Los has cogido, los has cribado, los has separado a mano. Luego los has lavado y los has llevado al laboratorio. Allí has medido el tiempo y has encontrado los años. Cuarenta mil. Sabes que hace tanto tiempo corrían neandertales detrás de los caballos. De los uros, de los lobos, de los ciervos y de las hienas. Te lo está diciendo la tierra, sabes leer en ella y sabes que hay más rastros. Sabes que el Tejadilla es terreno hueco, hay cuevas inexploradas, simas llenas de huesos, tesoros que están esperando. Sabes que existen, aunque no los has visto; no los has descubierto, esas cuevas tienes que buscarlas; la lógica te dice que están, oye la voz de experiencia; las huellas del pasado han quedado grabadas. Tienes que creer en ellas, sabes que existen, y aunque no las has visto sabes que están esperando. Puedes tener fe, no es de locos creerlo, fe es creer lo que no vimos: con los ojos del cuerpo, pero sí con los del alma. Los ojos de tu imaginación, fecundados por los de la lógica, se extienden por el valle y se cubren de hierba mojada. Tierras de pradera, hierba fértil, uros, caballos pastando. Y una ráfaga de tiempo en una cortina de valle. Niebla entre los fósiles, espíritu del aire; halo de vida que se escurre entre los huesos, atmósfera dormida, agua que se agrupa entre la carne, vaho del tiempo, ecos lejanos que reconstruyen la carne entre los huesos. Segovia, valle de los caballos.
            Has perdido la fe. Y eres paleontólogo que lee entre la hierba los signos de neandertales: sabes que tienen que aparecer aunque hoy no los veas. Creer es leer entre signos. Ver las posibilidades nebulosas y estar dispuesto a buscarlas, cuando se disipe la niebla. No crees, no tienes fuerza para buscar. Has perdido la fe y es porque no tienes ánimo. Tu ímpetu, tu espíritu, tu pulso vuelto desgana. No crees y es porque no tienes vida. Pero aunque no creas, en Segovia había neandertales. Había alegría en tu cuerpo aunque no lo creas porque hayas dejado de mirarla. Está en ti. Sólo tienes que mirar: razones tienes de sobra para saber que existe; pero tú no quieres buscarla. No quieres porque crees que no puedes; y sin embargo puedes: te ha faltado generosidad para creer que vales, y como no vales nada le echas la culpa al mundo, a los árboles que te rodean, a la hierba que pisas, le echas la culpa al valle. La tierra nutricia que te sostiene y tú la maldices. Juan. Una mano amiga te alimentaba con las matemáticas: tú has escupido en ella y la has arrojado, porque te da miedo mirar al valle. Tú no quieres creer, pero la tienes delante: en el mismo valle del Tejadilla, mirando con ojos fecundos, traspasándolos por el tiempo, allí está el valle de los caballos.
            Has perdido la fe y yo no tengo la culpa; y es porque te estás desplomando. Detrás de ti las huellas que quieres borrar. Delante, el barro que vas a tragarte. No tienes huevos para ser un héroe. De los que no rompen las huellas, porque se tragan el barro. Quieres ser héroe de los que matan la vida, destrozan la niebla, borran el pasado. Porque no tienes huevos para tragarte la tierra: y es más fácil caer que levantarse en el barro. Dar lástima que enderezarse cantando. Húndete si es lo que quieres, deja de creer. Es más fácil, y no cuesta tanto. Lo grande, lo heroico, es vencer al destino aunque te persiga en el barro. Da igual, no creas. Ahógate entre dos tierras. No dejes respirar a nadie. Hunde a los que te están ayudando. Pero no lograrás evitar que, aunque tú no lo creas, haya habido en Segovia un valle de los caballos.


3. La cara de Salamanca.


            Mírate. Tu cara llena de pena. Y un caballo con alas se cierne sobre ti. Un caballo monstruoso; sus patas son palmípedas, su cola de serpiente, y tiene orejas puntiagudas; en su boca hay colmillos. Tú estás ahí, al lado de ese caballo infernal que se retuerce. Tiene la boca abierta. Amenaza tu cuello. Tú miras de frente, como si no lo vieras. Tu boca está abierta y en tus ojos hay abatimiento. Dos orlas rotas salen a los lados, y te han dejado dos dientes del infierno. Tus ojos están abiertos, arrugados como papel, y se caen hacia los lados. Tus cejas se caen desde el centro de la frente, hundido el entrecejo; parece una columna vertebral hundiéndose hasta el pelo. Tus ojos están hundidos. Dos cavernas claman piedad bajo las cejas; dos profundas cavernas. Patéticas arrugas surcan tu piel, cortándote la cara desde la nariz a la barbilla. Tristes arrugas, penosas, trágicas. Tu cara hecha tendones parece sin carne, tu rostro anuncia un esqueleto. Tus pómulos descarnados. Un dolor infinito refleja tu cara saliéndose de dentro, un dolor que está en las facciones pero aflora en los poros; mana de ti, y aunque falte el gesto, tú eres patético.
            Eres tú, Arcadio. Eres el hombre-demonio que hay en la cornisa de remate de la fachada de Salamanca. Allí, donde está la rana. Tú eres, Arcadio, un hombre trágico. Un hombre consumido por una pasión, un rostro amargo. Parece maldito, un rostro sin esperanza, saliendo del juicio con los condenados. Un hombre desesperado. Un hombre cuyo dolor ya no tiene remedio porque es dios en carne misma quien ha puesto desolación en todos tus rasgos.
            Si vas a la universidad de Salamanca, créeme, allí estás tú en tu  muro congelado. En tu rostro ya no hay esperanza. Está desencajado para llorar, pero en tus ojos no hay llanto. Un grito te traspasa desde dentro, de lo más profundo de ti. Un grito mudo, un abismo. Como él, en ti hay dolor, Arcadio. Tienes gritos que deforman tu cara, un alarido de dolor, una deformidad desesperada. Tu rostro inspira la piedad, Arcadio. Como el rostro de Salamanca. Hay un grito del silencio aferrado a ti, un agravio del corazón, un arranque de las tripas, un impulso, un estallido de tus nervios, un silencio desconsolado. Pero no eres un héroe, no te empeñes en escaparte. Te has hundido en ti mismo. Te has vuelto hermético, has cerrado el corazón, lo has cerrado con siete llaves. No gritas porque no puedes gritar, pero quieres. Y tus lágrimas, que pugnan por salir, se pudren dentro de tus ojos. Todo tu ser es un alarido que no puede expresarse: y por eso sufres tanto. Estás en la fachada de Salamanca, en la cornisa superior, cercado por un monstruo como un caballo. Has bebido loto y te has dormido; has perdido la memoria y te escondes en la risa, en tu sueño feliz, en los finales felices, en la vana ilusión, en tu sueño falso. Te has creado un mundo para meterte y odiar a todos, culpar de tu desgracia al maestro de ahora, ver en todos ellos al de la uña: lo has hecho omnipresente, has tejido un manto con su figura, has roto el espejo donde se miraba, y ahora sus miles de facciones te miran de todas partes y te persiguen y se te clavan en el cerebro, que es lo que estabas buscando: porque así, echando la culpa al pasado, vistiendo con sus ropajes los rostros del presente, te olvidas de que eres tú; y no quieres luchar porque te hace daño. Les echas tu mierda a todos, los culpas de todo menos a ti, ellos son malos y tú eres bueno, y quieres hundirte: pero no tengo la culpa de verte caer. Tú eres ese rostro patético, Arcadio. El que ha preferido quedarse en el agujero. Que se está sorbiendo a sí mismo como Caribdis. El que ha bebido una droga para olvidarse. El que pierde la memoria para ser feliz, y no es más que un despojo del pasado. Eres un lotófago, Arcadio. Un ser trágico que ha querido hundirse. Pero del sufrimiento gratuito no salen los héroes, Arcadio. Sólo del sufrimiento esforzado. El otro, el que se abandona, no es digno de ser imitado. Te ahogas en silencio pero no eres más que pereza. Tu rostro gime en la universidad de Salamanca. En lo alto de la cornisa, bajo las garras de un caballo. Ese caballo eres tú mismo. Renunciando a la vida. Y echando la culpa a quien te ayuda por no sacarte del hoyo. Cuando tú debieras sacarte, Arcadio. No eres un héroe del silencio, aunque el silencio te esté mortificando. Has perdido la fe. Es más cómodo. Creer, desde luego, te obliga a luchar. Y te dejas caer. Es más fácil que levantarte del fango. Tú no puedes creer, aunque lo puedas mirar en todas partes, que Segovia fue un día el valle de los caballos. Es más fácil derrumbarse. La derrota te aligera, te libera del esfuerzo, y además puedes pasar por un héroe trágico. Pero tú no eres un héroe, Arcadio. Eres un pobre egoísta que no tiene agallas. Un desecho del tiempo, una huella malograda, un rostro que se va borrando. Eres la desidia en persona, amigo mío, eres… Eres un pobre diablo. 

 



sábado, 16 de abril de 2016

Pensamientos sobre la educación (II)





PENSAMIENTOS SOBRE LA EDUCACIÓN (II)

 
1.
Hay un sentir visceral y un sentir entrañable. El primero abarca los instintos del hipotálamo. El segundo los que están conectados con la corteza cerebral. Decimos metafóricamente que lo entrañable es el sentir del corazón.

2.
            Hay un sentir sensorial que sólo nos informa de lo que pasa. Pero vive adosado a los instintos, que lo convierten siempre en visceral o entrañable. Una sensibilidad puramente informada, separada de los instintos, no existe.

3.
            El sentido cinestésico, además de ser informativo, es visceral. Nos informa vivencialmente de nuestra situación interna.

4.
           El sentido del equilibrio también nos informa de manera visceral: haciéndonos vivir la información, no representándola sin vivirla. Las sensaciones del equilibrio son equilibrio; son presencia vivida, no representación. La representación son unos ejes de coordenadas

5.
            La sensación de hambre también procede de nuestro sentido interno. Como todo lo desagradable, es visceral.


6.
           La sensación de saciedad después de haber comido es visceral cuando es hartazgo, y plenitud cuando nos proporciona satisfacción. La plenitud es un placer entrañable. La saciedad sola es visceral. La plenitud nos proporciona placer en todo el cuerpo, nos proporciona placer en la mente, hace placentero todo nuestro ser. La saciedad simple satisface el placer de una parte del cuerpo (las papilas gustativas), pero deja insatisfecho todo el resto, violentando sus necesidades: y se convierte en hartazón. Cuando estamos hartos es porque hemos satisfecho una parte del cuerpo a costa de otra; hemos gozado con una a costa de las demás; hemos sacrificado nuestro ser en aras de una de sus partes. Hemos buscado alegría y hemos encontrado desazón. Nos hemos topado con desazones cuando íbamos buscando felicidad.

7.
            Sócrates acertaba cuando decía que para obrar bien hay que conocer lo que es bueno. Pero no nos daba pistas para reconocer el bien. Ahora sabemos que el bien es lo que da placer a nuestro cuerpo; y el mal es lo que beneficia sólo a una parte perjudicando a las demás. 

         8.          
           El mal terapéutico beneficia a una parte del cuerpo a costa de otra; pero es porque la parte que debe ser beneficiada ha sido dañada antes, y hay que restablecer el equilibrio. Cuando el equilibrio se ha restablecido el mal deja de ser terapéutico, y pasa a convertirse en un mal moral.

9.
            El amor es un sentimiento entrañable. Su plenitud se expande a todo nuestro ser. El odio, en cambio, es visceral porque se convierte en obsesión; y obsesión es lo que atiende sólo a una parte desatendiendo a todas las demás. El odio, como los celos, empeñan en la obsesión por una parte el conjunto de todo nuestro ser.

10.
            Es entrañable lo que produce placer al alma y al cuerpo. Es visceral lo que produce placer: o bien al cuerpo sin el alma, o bien al alma sin el cuerpo, o bien a ninguno de los dos.

11.
            El alma es la armonía de los placeres del cuerpo. Es como un padre que para atender a uno de sus hijos no desatiende a los demás. El alma es el padre del cuerpo. Cada uno de nuestros órganos tiene un mismo padre, que es el alma. Pero, a diferencia del tirano, el alma no atiende al placer del conjunto olvidándose del de cada una de las partes; al contrario, satisface a cada parte sólo si no es a costa del conjunto; pero una satisfacción del conjunto a costa del sometimiento de las partes es también una actitud perversa: es la actitud del que se desliga de las partes y pasa a ser algo distinto de ellas. Como el gobernante que, separándose del pueblo, halla su felicidad a costa de él.

12.
            El buen gobierno es la presencia de todo el ser en cada una de sus partes; vive en cada una, pero vive también desde la distancia, y por eso sabe lo que les conviene a todos. El tirano, por el contrario, es una representación que no está presente en cada parte, sino que vive alejada de ellas; y toma sus decisiones preocupado sólo por su placer, sin preocuparse de la felicidad de sus subordinados.


13.
         Todas las obsesiones gastan sus energías en un instinto despreocupándose de las necesidades de los otos instintos: y se viven con las tripas, no con el alma; y cuando piensan, tienen un pensamiento sin corazón.
           La soberbia se preocupa sólo por ser importante. Y es porque tiene complejo de inferioridad. Vende su alma al diablo porque sacrifica el amor, la felicidad, la seguridad y hasta el hambre sólo por alimentar su orgullo; por creerse más que los demás.
           La avaricia sólo se preocupa de tener dinero. Quizá porque en algún momento le ha faltado. Y sacrifica el amor, los hijos y hasta la comida sólo por atesorar. El avaro de Molière no comía por no gastar. Quería el dinero para contarlo, no para vivir. El avaro no trabaja para vivir: vive para trabajar.
            La lujuria se preocupa sólo por el sexo. Es capaz de sacrificarlo todo por aumentar sin límites los placeres de la sexualidad. Aunque para lograrlo haya que consumir drogas. Aunque las drogas le acorten la vida. Aunque la lujuria lo precipite en la enfermedad.
            La ira es un ataque de energía que se despliega sin límites. La ira es una pasión que no llega a ser obsesión porque no es algo premeditado; el iracundo estalla sin planearlo, solamente porque no se puede contener.
           La gula es obsesión por los alimentos. Sin contenerse, sin ponerle límites. De una manera desmedida. Sin control.
            La envidia es obsesión por el éxito ajeno. El envidioso descuida su felicidad preocupado por que los demás no sean felices. No quiere tener nada, sólo quiere que no lo tengan los demás.
            La pereza, como la ira, tampoco es obsesiva: es simplemente una pasión. La gente no se obsesiona por ser perezosa, y muchas veces se obsesiona porque lo es. La pereza, como la ira, es una pasión pasiva. Las obsesiones son pasiones activas que implican sesgadamente a la voluntad. La pereza y la ira no proceden de una voluntad enferma; proceden de una falta de voluntad.

14.
            Mundo, demonio y carne: tres son los enemigos del alma. No es verdad.
            El mundo sólo es peligroso cuando no lo sabemos vivir con el corazón.
            El demonio es malo cuando se mete en las entrañas; cuando destruye el corazón con un sentimiento visceral.
            La carne sólo es pecado cuando se vive con lujuria. Cuando nuestra intimidad está invadida por las vísceras. Cuando el sexo está huérfano y el alma ya no es su padre. La carne, lejos de ser un enemigo del alma, es la víctima de un alma que ha dejado de preocuparse de su sexualidad. No es la carne la causa de la perdición del alma, sino el efecto y consecuencia de un alma que se ha perdido.
            El único enemigo del alma es la subversión de una parte del cuerpo contra el cuerpo entero; contra el alma. Eso es lo que llamamos demonio. El demonio que se nos mete en el cuerpo tiene dos rostros: el de las pasiones inertes y el de la obsesión.
            Dos son los enemigos del alma: la inercia y la obsesión. La inercia es una pasión sin fuerza; la obsesión es una pasión fuerte, pero con las fuerzas concentradas en un solo aspecto de la vida: una obsesión, por eso, es como un láser del alma.
            La pasión cordial es el principal amigo del alma. Yo diría más: la pasión cordial es el alma. Las pasiones entrañables. Los ínferos del alma. Nuestra intimidad.
            La pasión visceral es el enemigo del alma. Cuando no tiene fuerza es inercia; cuando la tiene es obsesión. Las obsesiones son láseres del alma. Las inercias son falta de vitalidad.

 

15.
            El corazón es el amigo del alma. Su enemigo es el demonio. Que es la visceralidad.

16.
            La vida es un equilibrio de perspectivas: la local y la global. La salud sexual es un equilibrio entre el placer genital y  la plenitud del alma. La vida es un vaivén entre lo local y lo global. Quedarse sólo en lo local conduciría al imperio del demonio: que es el infierno. Quedarse solo en lo global nos desvitalizaría: sería lo mismo que ver sin vivir.
            El infierno es sentir sin entender. Hay infiernos obsesivos e infiernos inertes.
            Los ínferos del alma, cuando sienten, quieren entender. Aunque no lo consigan.
            Entender sin sentir sólo es falta de vida. Desánimo. Vivir sin energía. Y eso también es una forma de infierno.
            La muerte consiste en no sentir ni entender. El desánimo es una muerte en vida. Es un no querer sentir pudiendo, un sentir que se niega a sí mismo, una falta de ganas de vivir. O un vivir dedicado sólo al estudio.

17.
            Empollar es una vida estudiosa que nos seca el seso. Una forma de locura intelectual. A los siete pecados capitales habría que añadir este otro: la obsesión por estudiar. El sacrificio de la vida en las bibliotecas. La pasión de Fausto. La faustinidad.

18.
            Soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza, demonio y faustinidad: los nueve pecados capitales. El pecado es el imperio del demonio. Y el demonio es la visceralidad.