sábado, 28 de marzo de 2015

EINSTEIN






EINSTEIN

 
            Abrió los ojos. Y cuando vio el reloj saltó movido por un resorte, lanzado a la velocidad del rayo, despedido como una flecha. Fue a lavarse y el reloj de la pared lo miraba: eran las ocho. Había quedado a las ocho y el tiempo había corrido o el reloj se había comido el tiempo. Sólo podía darse un chapuzón, aclararse la cara, limpiarse las legañas. Se lavó los dientes de un modo vertiginoso y, de la misma manera, cogió una manzana y la lavó también, llenándose la boca de frescor en cada mordisco, bajando los peldaños de tres en tres, como si el corazón le saltara. Era una respiración vertiginosa, un motor apretado a fondo, era un corazón acelerado; y mientras veía a la gente deambular por la calle (demasiada poca para ir a trabajar, demasiado lenta para un sonámbulo) tuvo la sensación de que él vivía más de prisa, consumiendo los minutos a pasos agigantados: agigolado, precipitado, ansioso, como si el ser se le fuera disparado como el rayo; y su paso parecía un relámpago que centelleaba en la calle, consumiendo su vida como los coches consumen gasolina, en el acto mismo de volverse velocidad y desparramarse en luz, iluminando la calle.
            No podía pensar. La prisa le robaba las fuerzas en el acto en que lo consumía, y pensó fugazmente en la estación de Harry Potter donde los trenes se cambiaban de mundo cuando los cogías en el andén uno y tres cuartos. Se tranquilizó. Tuvo la sensación de que se paraba el mundo mientras él se seguía moviendo, pero ahora en realidad no era él el que se movía, sino el coche: y el mundo desfilaba por el autobús, exhibiéndose con lentitud por sus ventanas, como un espectáculo ajeno, fantasmagórico y extraño, detenido en medio de la velocidad que lo proyectaba como un relámpago; así también el tren de alta velocidad, lanzado a trescientos kilómetros por hora, parecía detenido mientras avanzaba con tranquilidad por la lentitud del paisaje; y también el avión, sin más paisaje que las nubes, parecía inmóvil en el cielo con sus mil kilómetros por hora en una realidad extraña.
            Aquella sensación lo calmó. Tenía prisa, pero ya no se sentía acelerado. El mundo lento desfilaba por aquellos enormes ventanales, y el autobús le hizo sentir un ritmo parsimonioso como el de las calles, nada vertiginoso, para nada fundido en la velocidad del rayo. Se acordó de las crónicas de Narnia. Allí, en el espacio tan estrecho que mediaba entre las paredes de un armario, pasaban los niños de un mundo a otro como si fuera un agujero de gusano. Y el tiempo se hundía en el misterio, porque cuando volvían a la realidad habían pasado minutos mientras en Narnia vivían años. “¡Qué raro!”, pensaba. “Como los viajeros de Langevin. Como si Einstein se hiciera cuento y la realidad estuviera hecha de mundos lentos que se entreveran con tiempos acelerados.  Como si el ritmo de los tiempos no fuese psicológico, sino real: como si en dos habitaciones tocaran dos orquestas, cada una envuelta en el aliento de su propio ritmo, viviendo en tiempos diferentes el mismo tiempo del observador que está fuera de los dos auditorios, en otra sala”.
            El autobús pasaba por las paradas sin detenerse, porque no había gente esperándolo; y en aquella ausencia de seres la mañana se hiciera más irreal, fantasmagórica y extraña. Sin saber por qué se acordó de la bella durmiente. La pobre chica condenada a permanecer dormida durante cien años. Para que sus padres no se hiciesen viejos el hada buena hizo que el tiempo se detuviese, y quedaron todos dormidos, detenidos con un metabolismo frenado, tan frenado como lo puede estar una vida inmóvil, y para ellos transcurrió un segundo mientras fuera del castillo transcurrían cien años; y el castillo se llenó por fuera de hierbas, malezas, espinos, mientras sobre el suelo de las escaleras no había crecido ni una brizna de hierba, ni una mata. Se le ocurrió pensar que los encantamientos de los cuentos eran tiempos de Einstein; y que, con su varita mágica, el hada madrina aceleraba el castillo acercándolo a la velocidad de la luz, mientras el tiempo de fuera manaba de un mundo que se movía a velocidades lentas, la velocidad de un tiempo newtoniano.
            Sintió una sacudida y despertó a la realidad con un frenazo. Por la ventana vio la fachada del trabajo y supo que allí mismo, detrás de sus paredes, estaba la oficina; y que su jefe lo estaba esperando. Bajó con parsimonia. Miró a ambos lados de la acera cuando tuvo los pies en el suelo, y la plataforma que los movía fluyó tras de sí como una exhalación, como un suspiro. Pronto desapareció el autobús perdiéndose en la esquina, doblando por la calle; y tuvo una sensación extraña. Como si su cuerpo se volviese blando como los relojes de Dalí. Cruzó la acera mientras el reloj del trabajo, asomándose hacia él con semblante severo, lo estuviera regañando: las siete. ¡Cómo! ¿Había estado viviendo hacia atrás, desplazándose al revés en el autobús que se movía hacia adelante, en un tiempo que retrocedía? ¿Había estado en Narnia, en Howard’s, en el castillo de la bella durmiente? Miró en el reloj de su muñeca y no había duda: eran las siete. Y se quiso insultar por tonto, por atolondrado, por distraído: por haberse equivocado. Desazonado, obligado a pasar el aburrimiento, se resignó a esperar una hora; pero los bares estaban cerrados.
            Mientras tanto, en su casa, el reloj marcaba las ocho. Nunca supo si se movía a la par de la luz o si solamente se había parado.
 


sábado, 21 de marzo de 2015

FRANCISCO MIRÓ QUESADA, FILÓSOFO DEL PERÚ




FRANCISCO MIRÓ QUESADA, FILÓSOFO DEL PERÚ.




Semblanza biográfica.

            Francisco Miró Quesada Cantuarias nació en Lima en 1918. Ha sido profesor en las principales universidades del país, y fundó en 1980 el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad de Lima. Como político fue ministro de educación y embajador del Perú en Francia y ante la UNESCO. Filósofo internacional de reconocido prestigio, tiene por maestros a Platón, Aristóteles, Russell y Camus (entre otros), y todo su pensamiento arranca del programa crítico de Kant. “Pertenezco a una generación”, dice, “que comienza a manifestarse pocos años después de la Segunda Guerra Mundial”. “Apenas ingresé a la universidad, Bergson había pasado de moda. Dominaban el panorama latinoamericano Husserl, Heidegger y los filósofos de los valores: Scheler y Hartmann. Descubrió al viejo Russell”. Pero la fenomenología y el existencialismo conducen (según sus propias palabras) a vaguedades inaceptables, y los empiristas lógicos decían cosas deleznables sobre la lógica: decidió entonces seguir su propio camino, en el que convivían en perfecta simbiosis el criticismo y la filosofía analítica. Consciente de que el problema de la ética sólo puede abordarse después de terminar la investigación teórica, estableció el siguiente programa: primero, esclarecer la naturaleza de la lógica; después, la de la matemática; luego pasaría a las ciencias empíricas por este orden: física, biología y ciencias sociales (centrándose en el derecho y la política); por último “pasó a abordar la fundamentación racional de la ética”. Es doctor en filosofía, licenciado en derecho y ha cursado el doctorado de matemáticas. Su principal maestro en lógica es el filósofo brasileño Newton C.A. da Costa. En relación al platonismo hay cierto entusiasmo subyacente, aunque no una adhesión explícita.
            Su obra de juventud arranca con La fenomenología. La madurez empieza con el proyecto filosófico que él mismo esbozó en “Outline of my philosophical position”, cuya primera realización fue Apuntes para una teoría de la razón (1963). Si dejamos de lado Lógica I. Filosofía de las matemáticas, ha publicado menos libros de filosofía que artículos en los que poco a poco ha ido madurando su pensamiento. He aquí algunos de los títulos: “Crítica de la razón impura” (1988), “Las lógicas heterodoxas y el problema de la unidad de la lógica” (1976), “El problema de la intuición intelectual” (1968), “Sobre los juicios sintéticos a priori” (1973), “Conocimiento científico, dialéctica e ideología” (1978). Después de los Apuntes de 1963 el primer bosquejo de su teoría aparece en “Hombre, naturaleza, historia” (1987).
            Su filosofía política va, como en Platón, unida a la acción, encarnando un particular ideal de filósofo-rey en el siglo XX. Militante del Partido de Acción Popular, se convierte en su ideólogo: esta responsabilidad cuaja en el Manual ideológico de 1967, donde decide axiomatizar la ideología que profesa; partiendo del principio autotélico que toma de Kant (humanismo), consistente en que los seres humanos tenemos valor pero no tenemos precio, y aplicándolo al Perú (su situación, su circunstancia), deduce los derechos humanos, la ideología y el programa: humanismo situacional. El planteamiento de 1961 (Las estructuras sociales) concebía la revolución como un cambio de estructuras; ahora, con el planteamiento populista, la ve como un cambio de vigencias (es decir, de mentalidades). El giro decisivo lo da en 1969 con Humanismo y revolución, y posteriormente (1973) Miró Quesada descubrirá las paradojas praxeológicas. Recientemente ha publicado en el Perú Ratio interpretandi (2000), un revolucionario ensayo de hermenéutica jurídica. En estos momentos trabaja sobre epistemología y sobre la fundamentación racional de la ética.
            Alberto Cordero ha dicho de él que “es el último renacentista que queda en Perú”; “un omnívoro del saber”, en palabras de uno de sus hijos, el conocido politólogo Francisco Miró Quesada Rada. Para Luis Felipe Alarco es “el pensador más completo y enterado del Perú, y el de mayor prestigio en el ámbito internacional”, y David Sobrevilla concluye: es “el más importante de los filósofos peruanos de cualquier época”. Recordemos, more kantiano, cuál es lo esencial de su filosofía.



1. RAZÓN IMPURA.

Se hace un uso impuro de la razón cuando se quiere demostrar racionalmente que no existe la razón: de ahí la imposibilidad de que la razón se destruya a sí misma, como pretende el escepticismo. De manera similar los teoremas de limitación de Gödel (que niegan la posibilidad de que la matemática se justifique a sí misma) tienen valor absoluto. “Al demostrar que el edificio de la matemática clásica no tiene valor absoluto se han utilizado métodos que tienen valor absoluto (...) En el propio derrumbe está el renacer”.


2. RELATIVIDAD DE LA LÓGICA.

            Miró Quesada admite, junto con la lógica de la no contradicción, no una sino varias lógicas contradictoriales, además de las lógicas paraconsistentes y dialécticas. Semejante variedad lógica no permite segregar categorías a priori que sean universales para la ciencia.


3. LA CIENCIA EMPÍRICA NO ES RAZÓN PURA.

            A diferencia de lo que pasa con las ciencias exactas, las ciencias empíricas no proceden por aplicación de principios, sino por contrastación de hipótesis; lo que vale aquí es el método hipotético-deductivo. Y no se trata, por tanto, de proposiciones sintéticas a priori; son sintéticas, pero a posteriori; los conceptos empíricos tienen junto a un núcleo de nitidez una estela de borrosidad. [i]
            También las evidencias matemáticas, lejos de ser evidencias, han resultado ser vigencias (es decir, “evidencias” históricas), y muchas han dejado de serlo ya: por ejemplo el principio del tercio excluso o el postulado de las paralelas.


4. LA METAFÍSICA NO ES UNA CIENCIA.

“El estado actual de la filosofía de la lógica puede compararse a un viaje marino. En ciertas latitudes el mar es claro y no muy profundo, se puede contemplar con admiración el hermoso paisaje del fondo. Pero conforme el barco se adentra en la inmensa masa de agua, se descubren profundidades abismales. Y todavía no se ha podido construir un batiscafo que pueda tocar piso en la máxima profundidad. A partir de Gödel se van descubriendo (...) limitaciones”.

1.      La realidad física es observable: es el dominio de la nitidez, la claridad y el rigor. Pero todo concepto empírico contiene, junto a un núcleo de nitidez, también un margen de borrosidad: esta es la senda por la que se desliza hacia la metafísica.

2.      La realidad metafísica no se puede observar: “rebasa el mundo de los sentidos y, en último término, sólo puede ser pensada”. Es el dominio de la vaguedad, pero la imprecisión no deja de aletear sobre lo que es verdaderamente importante. He aquí dos elocuentes observaciones de Miró Quesada sobre este territorio resbaladizo:
a)      “Un error en lo profundo está más cerca de la verdad que una exactitud en la superficie”.
b)      “La intuición intelectual puede ser al mismo tiempo muy clara y muy profunda”. Claridad y oscuridad no tienen por qué corresponder respectivamente a superficie y profundidad: hay zonas de lo profundo que están abiertas a la luz, porque son diáfanas. Es como si fueran a la vez sintéticas y a priori.

Una teoría es ideológica cuando responde a mecanismos externos a la razón: por ejemplo la posición de clase de quien elabora la teoría. Si ya las ideas empíricas son rebasadas por la experiencia y las metafísicas escapan a ella,  lo mejor que puede hacer una ideología es:
1º. Escapar al rebasamiento de clase.
2º. Escapar al rebasamiento metafísico (el empírico es ineludible).

Hay que distinguir, por supuesto, entre teorías ideologizadas (que el autor rechaza) e ideologías críticas (que defiende); toda ideología crítica, es decir racionalmente fundada, debe ser:
      1º. Axiomática: que deduzca consecuencias a partir de algún principio.
      2º. Timética: que ese principio sea valorativo, y no verdad metafísica.
Podríamos ir más allá de las intenciones de Miró Quesada afirmando que las personas caminamos por una senda flanqueada por dos precipicios. A un lado está la razón impura, que aborrecen. Al otro la razón cordial, de horizonte diáfano pero camino ciego, abocado al vértigo. Entre ambos abismos discurre la razón teórica, que se orienta continuamente gracias a sus formidables sistemas de navegación; y gracias, también, a los dos abismos que la limitan, despertando su sentido del equilibrio para no caer. Entre estos riesgos permanentes la razón es, ante todo, una razón fronteriza.



5. ATEÍSMO NOSTÁLGICO.

            Ateísmo, porque Dios no existe. Nostálgico, porque querría que existiera. Confiesa que su ateísmo no deriva de razones teóricas, sino éticas: no se puede reconciliar la infinita bondad de Dios con el mal en el mundo. No se puede concebir un Dios que ha sido incapaz de evitar la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Al contraargumento de que Dios no ha creado el mal, replica que un Dios semejante no es omnipotente, y un Dios que no es omnipotente no es interesante. Como Camus, tras considerar que este mundo es un torbellino absurdo descubre la solidaridad humana como el valor supremo; un valor que ha sido elegido sin respaldo racional. Lo que no deja de ser un sinsentido para un autor empeñado en lograr una ética que no repose sobre los afectos, sino sobre la razón. Porque la autotelia (es decir, el convencimiento de que no somos objetos, sino personas) es el punto de partida de todas las cosas en el pensamiento y la praxis de Miró Quesada.


6. LA ÉTICA ES NO ARBITRARIEDAD Y SIMETRÍA.

            Puede que haya principios evidentes (lógicos y matemáticos) en la teoría, pero no existen principios evidentes de la praxis política; “no existe una racionalidad a priori de la normatividad”. Lo que creemos evidencias de la razón práctica no son, según Miró Quesada, sino reflejos adquiridos en la educación; evidencias a posteriori; en suma, condicionamientos de la sociedad. Se puede sentir que unos valores socialmente aceptados no son valores éticos, pero “no hay manera de demostrar que lo son (...) En cambio, siempre es posible demostrar un teorema en matemáticas”.
            Miró Quesada es sensible, no obstante, a una situación paradójica. “Es”, dice, “como si los fines más valiosos se impusieran por sí mismos, algo semejante a lo que sucede con las verdades evidentes”.
a)      Porque de un lado somos libres frente a estos fines, sentimos que podríamos haber elegido otros”.
b)      Mas, por otra parte, sentimos también como una especie de necesidad, sentimos que si no los aceptamos hacemos mal, somos culpables de proceder inmoralmente.
            La intuición práctica es una estimativa a priori y universal: es la intuición (quizá no evidencia) de que todos tenemos derecho a decidir.


7. EL RACIONALISMO ES UN HUMANISMO.

Como la teoría es rebasada por la experiencia, ninguna teoría puede abarcar la complejidad de la vida; pero toda teoría que pretende encauzar la acción acaba negando este rebasamiento, y pretende encorsetar a la vida: por eso es peligrosa; no digamos si, además, esta teoría es de naturaleza metafísica, porque aquí la realidad ni siquiera puede ser percibida.
La praxis debe prescindir de la teoría: sólo nos queda el sentimiento. “Así como hay hombres capaces de matar y torturar por mantener una teoría, hay otros incapaces de hacerlo, a pesar de todas las teorías”. La humanidad, a través de la historia, se escinde así en dos grandes grupos: “hay hombres que luchan contra el hombre, hay hombres que luchan por el hombre”. Hemos sustituido la teoría por el sentimiento. ¿Dónde queda la razón?
            Como la metafísica no es ciencia, Miró Quesada condena las ideologías metafísicas: de ahí su rechazo del marxismo y del aprismo. El humanismo, llega a decir, no es una teoría, sino una pasión. Quiere distinguir entre una teoría de la razón y la tesis de la razón como ideal, y constata que no se puede demostrar racionalmente que se deba ser racional. La autotelia desemboca en humanismo (primero abstracto, luego situacional: y este último, transitando por los caminos de la filosofía inculturada, desemboca en filosofía de la liberación: Miró Quesada fue, junto a Leopoldo Zea y Enrique Dussel entre otros, uno de los firmantes de la declaración de Morelia).  
Pero no quiere caer en el escepticismo,  porque también ha criticado la razón impura; tiene bien presente a Hume en su dogmático despertar. En “El hombre sin teoría” aparecen estas vacilaciones, en las que Salazar Bondy ha creído ver un eco de la rebeldía metafísica de Camus.


8. EL RACIONALISMO NUNCA PUEDE LLEVAR A LA SINRAZÓN.

Ya vamos viendo que la esencia de la razón consiste en simetría y en no arbitrariedad. Otra cosa es su existencia en la mente humana, y aquí la razón se nos revela como una facultad que tiene dos caras:
1.      Una es algorítmica o mecánica. El ideal algorítmico es un producto del ideal platónico del conocimiento.
2.      Otra es poética o creadora. Gödel (con sus teoremas de limitación) y Church (mostrando que la lógica de primer orden es indecidible) hacen ver que el ideal platónico es irrealizable. “La razón puede encontrar soluciones aunque no existan algoritmos que conduzcan a ellas. La única vía es la inspiración individual. La razón se torna poética”.
(1)   “Llega a conclusiones creando el camino conforme lo va recorriendo, lo crea ex nihilo” (de la nada).
(2)   Pero, desde luego, sigue siendo razón, “porque una vez encontrado el camino, la conclusión se impone de manera necesaria, universal y comunicable. La razón poética inventa el camino, pero obliga a todos a recorrerlo”.
“La razón es así la facultad de la creatividad, en la que interviene el talento, el genio del creador. Creación en los planos más altos del conocimiento”:
(1)   “En los niveles más elementales la razón es algorítmica, puede ser reemplazada por una máquina”.
(2)   Pero cuando los teoremas y los problemas exigen sistemas simbólicos complicados, la razón es poética, no puede ser reemplazada por ninguna máquina porque no puede programarse”.
            Según Miró Quesada “la sociedad industrial está transformando la razón humana en razón algorítmica, impidiendo el ejercicio de la razón poética. Está atentando contra el ideal de vida racional”. Con ello nuestro autor introduce el concepto de paradoja praxeológica, que aparece con él por primera vez en filosofía.
            Pero una facultad que se funda en la inspiración ¿puede llamarse igual que la facultad de deducir? ¿Ambas son formas de la razón? ¿O es acaso la primera una de las caras de lo irracional? La otra cara es, para Miró Quesada, el mito.



Conclusión.

            “Kant reconoce que no puede realizar el ideal de la unidad de la razón teórica con la razón práctica”. Entonces Miró Quesada se lanza a la aventura: “decidí”, confirma, “hacer el ensayo de unificarlas”. Hacia 1965 cree encontrar el nexo entre ambas en el principio de no arbitrariedad. Pero en 1988 encuentra que es insuficiente, y descubre el principio de simetría.
Podríamos avanzar más en la estela de Miró Quesada. El camino de la razón tiene dos vías yuxtapuestas y paralelas. Una es la razón teórica, flanqueada por la razón impura, pero adosada a la realidad (aunque ésta no sea accesible). Otro es la razón cordial, flanqueada por el posmodernismo: pero adosada también a la realidad, aunque esta realidad tampoco sea accesible. Los dos pilares de la razón son, pues, el conocer y el sentir.
Si toda esta estructura racional no tocara fondo y flotara, por así decirlo, por encima de la realidad, cabría hablar de irracionalismo; un irracionalismo metafísico, distinto de los dos irracionalismos anteriores (el de la razón impura y el del posmodernismo). ¿Son Nietzsche y Bergson exponentes de este tercer irracionalismo? ¿O son pensadores marginales de la razón? Así se quiebra la paradójica meditación miroquesadiana sobre una razón escurridiza de perfiles inabarcables.








[i] Véase, en este mismo blog, el texto titulado “El pis de los angelitos”.

sábado, 14 de marzo de 2015

Jekyll.



JEKYLL

 
            -Voy a hablaros de una obra de Robert Louis Stevenson. Stevenson es un escritor inglés del siglo XIX, más conocido por otra novela que ha tenido multitud de impresiones: “La isla del tesoro”; no es ésa la que aquí nos interesa. La obra de la que voy a hablar ha sido relacionada con las novelas de terror, pero yo creo más bien que es una obra de filosofía. Se titula: “El extraño caso del doctor Jekyll y Mister Hyde”.
            -¡Yo la conozco! –dijo Carlos.
            -¿La has leído?
            Carlos titubeó, un poco avergonzado.
            -No. Pero he visto la película.
            -También de ella se han hecho algunas versiones cinematográficas. ¿Conocéis la historia?
            -Un hombre que se convierte en otro –se apresuró a decir Olga.
            -Algo así como si tuviera doble personalidad. Eso se llama esquizofrenia.
            Todos callaron. Hasta ahí no llegaban sus conocimientos. Juan, satisfecho de haberles hecho ver que creían conocer la historia, pero en realidad no sabían de lo que hablaban, empezó a presentar la novela.
            -El doctor Jekyll era un médico extraño. Tenía un amigo (el doctor Lanion) que criticaba su ciencia y sus métodos. Lanion era un científico apegado a los datos, atento sólo a los hechos; como Santo Tomás, necesitaba ver (y tocar) para creer. Jekyll, por el contrario, era un poco místico en sus experimentos; más apegado a sus conjeturas, no le importaba si no iban apoyadas por los hechos.
            -¿Y qué pasó? –le apremió Felipe, con impaciencia.
            Juan agachó la cabeza en ademán meditativo. Se limpió con dos dedos la comisura de los labios y preparó sus ideas, decidido a empezar.
            -Verás. Jekyll creía que había dos seres viviendo en cada uno de nosotros. Dos gemelos: uno justo y otro injusto; dos mitades que luchan denodadamente en el seno de una misma conciencia. Pensaba, incluso, que un día se descubriría que cada hombre es una multitud de sujetos que viven juntos. Pues bien: él había forjado el proyecto de separarlos. El doctor Jekyll estaba convencido de que se podían separar esas dos mitades.
            -¿Cómo? –Más que decirlo, a Maia se le había escapado esta pregunta. Y Juan, con cierto aire de misterio, le contestó:
            -Creía Jekyll haber penetrado en los misterios de la materialidad del cuerpo. Creía que la naturaleza física era la emanación de las facultades del espíritu; y quería sacudir esa envoltura de carne. Quería liberar esas facultades, esos instintos, y había descubierto una fórmula para hacerlo. Cada ser humano es una mezcla de dos principios: uno bueno y otro malo. ¿Y si consiguiese separarlos? Tomó aquella droga que había descubierto con la esperanza de hacerlo, y se convirtió en Mister Hyde. Edward Hyde estaba hecho sólo de mal; nosotros somos mezcla. Y así, pudo hacer que su naturaleza oscilase entre dos personas: una, Jekyll, que era al mismo tiempo buena y mala, y otra, Hyde, que era solamente mala; pero no consiguió sacar de él a la persona totalmente buena que había en su interior. 

 
            -¿Quieres decir –inquirió Jimena- que quería convertirse en ángel y demonio según le apeteciera, y nunca pudo convertirse en ángel? ¿Qué sólo podía elegir entre ser humano o ser demonio?
            Juan contestó, transportando su concentración en la mirada; y su mirada se había vuelto serena, dulce, y sin embargo penetrante.
            -Exactamente. No pudo aislar su naturaleza buena; sólo la mala.
            -¿Se transformó sólo para saberlo? –preguntó Jaime.
            -No: a partir de ese momento se transformaba cuando quería; todas las veces que le apetecía.
            -¿Y por qué, si sabía que no podría ser ángel? ¿Qué ganaba con transformarse continuamente en demonio?
            Juan lo miró atentamente, tratando de desentrañar los misterios insondables.
            -Porque Jekyll buscaba en Hyde algo que le interesaba. En Hyde encontraba audacia, desprecio del peligro, libertad interior; en Hyde podía quitarse el freno de la obligación, y dar rienda suelta a sus impulsos; Hyde era la limitación de su interés por las circunstancias inmediatas, un cuerpo tan lleno de energías vitales que eran imposibles de contener.
            -No he entendido lo de las circunstancias inmediatas –dijo Cristal-. ¿Podrías explicármelo?
            -Sí, por supuesto. El ser noble vive preocupado por grandes ideales, por metas que se viven a largo plazo; y lo que llamamos falta de grandeza es la preocupación sólo por los placeres del momento, por los intereses inmediatos. Jekyll, como ciudadano respetable, vivía de su amor por la ciencia, empeñado en lograr descubrimientos que trajesen el bien a la humanidad; pero también era hombre de carne y hueso, y sentía, con la llamada del placer, inclinaciones que lo avergonzaban. De modo que su descubrimiento le permitiría tener una doble vida, una doble moral. Seguiría siendo el doctor Jekyll para recibir el respeto y el aplauso de la sociedad de su tiempo, pero cuando sintiese la llamada de la carne se transformaría en mister Hyde; nadie vería a Jekyll borracho ni sumergido en la sordidez de los prostíbulos; su doble personalidad le permitiría camuflar esos bajos instintos que le avergonzaban.
            -¿Pero es malo el placer? Si el placer es lo inmediato ¿por qué tiene que ser sórdido? ¿Por qué el  instinto sexual tiene que desahogarse en los prostíbulos, y no con una persona a quien deseas sin dejar de respetarla? 
            Juan le dirigió su mirada profunda, humanizada con una sonrisa.
            -Eso mismo es lo que pienso. Seguramente la sociedad victoriana había condenado el placer como vergonzoso. Y como de todas formas sentimos la llamada del placer en nuestros deseos, la única solución era ocultarlo.
            Cristal replicó, pensativa:
            -O sea que todo viene del rechazo. Si hubieran aceptado los impulsos naturales como algo sano no habría habido nunca ningún problema. Pero al avergonzarse de ellos tenían que concluir que la naturaleza es mala.
            -Una parte de la naturaleza: la que tiene que ver con el vientre. Los impulsos que vienen de la cabeza o del corazón, como la ciencia o la amistad, seguían siendo nobles a los ojos de todos. Sólo los impulsos del vientre eran innobles.
            -¿Por qué? –insistía cristal.
            -No lo sé –acabó contestando Juan con impotencia, después de pensarlo un poco-. Lo cierto es que Jekyll reconocía que sus placeres eran poco decorosos: por eso los ponía en manos de Mister Hyde; y así, para Jekyll era el placer y para Hyde la culpa;
si Inglaterra concebía que había algo culpable en disfrutar, la única solución posible era disociar las dos cosas; disfrutar de la vida pero echarle la culpa a otro. Jekyll pensaba que la droga en sí no era buena ni mala: lo único malo eran sus inclinaciones; la droga, pues, no hacía más que liberarlas; abrir las puertas que las encarcelaban. Hyde era una enloquecida predisposición al mal; al placer; y un pecador clandestino que cede ante los asaltos de la tentación. Su amor a la vida era extraordinario. 


            -Un momento –dijo Maia-. ¿Quieres decir que es malo amar la vida?
            -Eso es lo que se pensaba en Inglaterra en el siglo XIX. Las personas buenas cumplían con sus obligaciones. Las que no lo eran faltaban al deber. Por eso dice Jekyll que fuera de toda norma se debilita la conciencia; y por eso eran los placeres poco decorosos: porque disfrutar es liberarse de las obligaciones, sacudirse las cargas que nos impiden volar, soltar lastre, en su mente el mal es un quitar el freno de la obligación, una liberación de la naturaleza, una libertad interior. Para Jekyll la energía vital era infernal; podría pensarse que la energía vital podía ser infernal o buena, y que Hyde sólo poseía la primera; pero si se lee la novela en toda su extensión, la conclusión que se impone es que la energía vital, por el mero hecho de serlo, es mala; no hay en el concepto de Jekyll energías vitales que sean buenas; su visión del mundo es profundamente pesimista.
            -¿Entonces –prosiguió Cristal- si quieres ser buena persona tienes que vivir frustrado? Porque si disfrutas ya eres persona mala.
            Juan contestó, accediendo.
            -Algo así. La mente decimonónica es algo turbia y tortuosa; a imagen de las calles de Londres, hundidas en la pobreza del inframundo. Diríase que la naturaleza humana es como una ciudad: tiene su parte noble, que son los barrios respetables, ricos; y su parte innoble, que son las calles de la pobreza: el Soho. Por eso la imagen del mal es la suciedad; la fealdad, lo horrible; la mano de Hyde era nudosa, cubierta de pelos, de una palidez grisácea… La mano de Jekyll es fina, como un señorito. El prejuicio platónico de asociar lo malo con lo feo impregna las páginas de Stevenson, hasta la médula.
            Hubo un silencio pesado. Era un silencio incómodo. Lo rompió Juan.
            -En la primera página de la novela ya está expresada esta idea; que es, más que una idea, un sentimiento. Dice Stevenson que “la fuerte presión de los espíritus vitalistas los llevaba a alejarse del recto camino”. Con lo que la disyuntiva es clara: o vives, o eres bueno, pero no las dos cosas a la vez. Ser bueno significa ante todo no vivir; ser desgraciado.
            De nuevo el silencio planeó sobre los presentes. De nuevo lo rompió Cristal con una pregunta.
            -Pero entonces ¿qué es la conciencia?
            -¿La conciencia moral, dices?
            -Sí.
            -Una recompensa. Se viven las satisfacciones de tener una conciencia tranquila.
            -Por lo tanto –repuso ella- la conciencia moral nos da la felicidad.
            -Yo no me atrevería a llamarlo así. Si vivir es alejarse del recto camino, entonces la conciencia moral no es vida: no puede hacernos felices; a lo sumo nos da tranquilidad, pero quizá sea la tranquilidad que vive Utherson, el notario, uno de los personajes de la película: era bueno y tolerante, pero aburrido; tremendamente aburrido; podía pasear con su mejor amigo sin decir una sola palabra; y, gustándole el teatro, no pisaba uno desde hacía más de veinte años. ¿Qué clase de vida es ésa?
            Ella calló. Y callaron todos. Se extendió por la clase una profunda meditación: era la atmósfera con que Juan los había contagiado.
            -Además –prosiguió- un edificio se asienta sobre sus cimientos. ¿Cómo puede sostenerse la nobleza de corazón, si los placeres, que moran en el vientre, no pueden ser sus cimientos? Porque los placeres han sido condenados.
            Y calló nuevamente, para sentir sobre sus cabezas el aleteo del silencio. 


            -Jekyll nos dice que acabó escogiendo el mejor camino, pero sin tener luego la fuerza de quedarse en él. El buen camino no es placentero; el propio Aristóteles aseguraba que la virtud está casi siempre en hacer lo contrario de lo que nos apetece. Pero Aristóteles defiende una ética de la felicidad. Yo pienso –sugirió- que la felicidad no es lo mismo que el placer, pero lo contiene. El placer del momento (el de las circunstancias inmediatas, que decía Jekyll) no es malo en sí; lo es sólo cuando te impide disfrutar de otros placeres superiores, en otras circunstancias menos inmediatas. Pero para Jekyll esto es hilar demasiado fino. Jekyll piensa que todos los placeres del momento, por el mero hecho de serlo, son malos.
            Los chicos seguían callados. Había una mezcla de interés y perplejidad en sus miradas.
            -Además –prosiguió- ¿qué es la conciencia moral? La conciencia moral es miedo. “Mi recompensa eran las satisfacciones de una conciencia tranquila”, decía Jekyll; “pero mis miedos con el tiempo se debilitaron”. De modo que estar tranquilo es estar asustado. ¿Os parece justo?
            -No lo comparto –sentenció Cristal lacónicamente.
            -¿No se puede ser bueno sin sentir  temor? ¿Amar a dios es vivir en el temor de dios? No lo creo. El pantocrátor es un dios terrible; el dios del antiguo testamento; pero en el evangelio el miedo se transforma en amor. Es como si el pueblo pudiera escuchar otras palabras que no entendía antes; y el temor funcionaba como sustituto, como metáfora de lo que en verdad quería decirse. Los tiempos duros fueron transformados en tiempos más amables.
            -¿Y cuando no se tiene conciencia moral?
            -Para Stevenson eso es un encallecimiento del alma. “Un encallecimiento del alma atenúa mis sufrimientos”, dice; o sea, que cuando el alma pierde sensibilidad dejamos de tener miedo: y hacemos el mal. Esto es lo que le pasa a Mister Hyde.
            -¿Y Jekyll?
            -Jekyll, cuando toma la droga, sufre una metamorfosis. Se transforma en Mister Hyde. Hyde, al principio, es débil. El lado malo era menos robusto que el lado bueno. Pero “también aquél era yo”, concluye el doctor Jekyll; “me parecía natural y humano”. Aunque las sucesivas metamorfosis a las que se sometía Jekyll, para vivir de noche lo que no se atrevía a vivir de día, fueron un ir y venir de su otro yo; y esa otra parte de él, ejercitándose, se había fortalecido. “Yo iba perdiendo el control de la parte originaria de mí mismo, y cayendo bajo la parte secundaria”; Jekyll, en suma, perdía la voluntad.
            -¿En qué consistiría la voluntad? –preguntó Ilse.
            -Serían las energías vitales filtradas por la razón, que aconseja prescindir de las que, por disfrutar de un momento en el presente, nos quita las posibilidades de placeres futuros; y digo placeres en sentido amplio: los de la carne, por supuesto, pero también los del corazón; de todos esos placeres que nos hacen naturales y humanos. La voluntad sería la capacidad racional de tomar decisiones vitales; de decir cuándo nos conviene divertirnos y cuándo tenemos que aplazar nuestros deseos porque hay que trabajar. 


            -¿Lo habéis entendido? –dijo Carlos encogiéndose de hombros.
            -Yo a medias –dijeron varios a la vez.
            -¿Y tú, Jaime? –preguntó Juan.
            -Sí –respondió Jaime.
            -¿Y Cristal?
            -También.
            -Bueno. Para los que no lo hayan entendido, hablaremos tranquilamente de la voluntad otro día. Ahora sigamos el hilo de nuestros pensamientos. Jekyll se empezaba a transformar espontáneamente en Mister Hyde, y cada vez necesitaba mayores dosis de droga para hacerle volver en sí. El momento más delicado era el sueño; bastaba con que se durmiese para que al despertarse se encontrara convertido en Hyde. Y empezó a dejar de dormir. Este atormentado insomnio se convirtió en su agonía. Hyde había matado a varias personas, y vivía huyendo de la policía. Jekyll se sentía acosado por Hyde, y no quería sucumbir a manos de él. Las fuerzas de Hyde invadían su cuerpo y las de Jekyll se resistían: Hyde quería escapar a la muerte, pues “su amor a la vida era extraordinario”, pero Jekyll quería acabar con él para que no volviera a matar. La novela termina con una pregunta: ¿morirá Hyde en el patíbulo?
            La clase se quedó callada. No sabía qué decir, aumentaba su perplejidad.
            -Os voy a ayudar un poco –prosiguió Juan Luis-. Las fuerzas de Hyde presionaban sobre Jekyll, y Jekyll ya no tenía más droga para volver en sí. En esa última lucha, Jekyll tenía que tomar una decisión: si denunciaba a Hyde, moriría; si no lo denunciaba, dejaría que se extendiese el mal.
            -Yo pienso que no lo denunciaría –intervino Pedro-. Porque Jekyll es mezcla, mientras que Hyde está hecho sólo de mal; creo que la parte buena de Jekyll salvaría a Hyde.
            -Al contrario –dijo Maia-. La parte buena pensaría en toda la gente que podría matar Hyde, y por eso pienso que Jekyll lo denunciaría.
            -Y acabaría en el patíbulo.
            -¿De quién se apiadaría Jekyll? ¿De un ser que tiene delante o de seres futuros a los que ahora no ve?
            -Ojos que no ven, corazón que no siente –dijo Juan.
            -¿Qué pensaría Jekyll mientras desaparece?
            -¡Vete a saber!


sábado, 7 de marzo de 2015

Cometas en el cielo.






COMETAS EN EL CIELO


            El Tigris. El Éufrates. Dos ríos que bañan unas tierras milenarias. Recorren Irak de norte a sur. Entre sus aguas se extienden tierras fértiles, tierras donde surgió la agricultura; y la historia. “Entre ríos” se dice en griego “Mesopotamia”: el Tigris y el Éufrates dibujan, con el Nilo, esa tierra hermosa que conocemos hoy como creciente fértil. Dicen que sus campos fueron jardín hermoso, y que en ellos estuvo lo que en un remoto pasado fuera el paraíso. Allí surgió la agricultura. La ganadería. La metalurgia. Surgió la alfarería. La escritura. Los primeros pensamientos, los primeros libros, las primeras ciudades, las primeras manifestaciones artísticas. Las antiguas culturas, los antiguos cultos. Antes de que unos pastores que emigraron de allí tuvieran la primera Biblia. Antes de que unos descendientes de aquellos pastores escribieran el Corán.
            El recuerdo del tiempo pasado está en las esculturas. Las esculturas ya no forman parte de la vida, ya nadie le rinde culto a Dumuzil, a Astarté, a Amón Ra, a Innanna. Aquellos dioses se manifestaron antes de que se manifestaran Alá y Jehová, pero hoy ya nadie los adora; su presencia nada tiene que ver con el presente, y más que presencias son representaciones: por eso están en los museos. Los museos son cementerios donde reposan los restos de los dioses antiguos; para los antiguos fueron dioses, para nosotros ya no; esas estatuas nada tienen que ver con el culto: son cultura. Están en las ciudades, pero no viven. Como en los cementerios recordamos a aquellos que han dejado de existir, así también en los museos recordamos a los dioses que han dejado de ser. Para nosotros no son dioses, son arte. Nadie va a elevar templos para rendir culto a escribas, toros alados y esfinges. Pero hay una clase de ignorantes que no distinguen entre el culto y la cultura. Entre los dioses y los pueblos que los crearon. Entre los ídolos y el arte. Entre la trascendencia y su representación.
            Esos ignorantes son hoy los nuevos bárbaros. Representan un estadio infantil de la humanidad. Como esos niños asustados que ven hombres donde hay cadáveres, los bárbaros siguen viendo dioses donde sólo hay estatuas. Son como esos antifascistas que llenan las ciudades de cruces gamadas; como esas mentes primitivas que, en su empeño por tachar lo que no les gusta, cubren las paredes de símbolos que ya están muertos; y son ellos los que los resucitan. Los ignorantes del Estado Islámico, al romper con sus martillos las viejas estatuas, resucitan a los dioses que todo el mundo consideraba muertos. No sería raro que, reaccionando contra este salvajismo, aparecieran otros chalados que se empeñaran en rendirles culto a los toros alados. 

 
            Han tomado la ciudad de Mosul. Han penetrado en los museos, llenos de obras de un valor incalculable, y los han destrozado. Iban armados con mazas, motosierras y martillos. Han tirado las estatuas, que se han roto; luego ellos, con sus armas, las han pulverizado. Los mismos que piden respeto para Mahoma. Los que no toleran las bromas, porque para ellos reír es malo. Los que confunden el humor con las ofensas. Sólo nosotros sabemos reír; prohibir la risa es volver a ser prehumanos. Los animales aprecian la música, que los amansa, pero sólo los humanos sabemos producirla; y sin embargo en Kabul se prohibió la música, se prohibieron los bailes, y allí, entre montañas, se dinamitaron las estatuas. El humor, la música, el baile, son las órbitas donde gira la cultura. También el culto es una realidad humana: ningún animal, salvo nosotros, es capaz de pensar más allá, de evocar la trascendencia. Pero el culto es humano sólo cuando convive con la cultura. Un culto que rompe estatuas se deshumaniza, se vuelve salvaje, nos acerca a las fieras. Un hombre que trata a las estatuas con un martillo es como un elefante que entra en una cacharrería: todo lo destroza, porque no entiende nada.
            Dicen que Mahoma ha ordenado la destrucción de los antiguos cultos. Puede ser. Pero habría que precisar: de los antiguos cultos, no de las antiguas culturas. Destruir la estatua de un dios al que nadie adora es como destruir la reja de un arado que nadie usa; como romper la tabla de lavar que ya no sirve; utilizar el tractor y la cosechadora no nos da derecho a destruir el arado con vertedera; ni el arado romano; que hoy usemos relojes de cuarzo no nos autoriza a romper los relojes solares; y que hoy se adore a unos dioses no nos autoriza tampoco a destrozar los vestigios de otros dioses que se adoraron en un tiempo.
            ¿Qué respeto para Mahoma pueden reclamar quienes no respetan las cosas de los otros? Quienes destruyen budas gigantes, figuras de piedra y toros alados. Si llegaran a Egipto serían capaces de destruir la esfinge, las pirámides, el templo de Karnak y Abú Simbel. ¿Tienen autoridad para reclamar que en la tierra de Jerusalén les dejen ir a las mezquitas? No, no la tienen. Pero esos bárbaros que destruyen el patrimonio ajeno pueden estar tranquilos; que hay gentes que no dejarán de respetarlos a ellos aunque ellos no las respeten; porque más allá del amor a los amigos, que ellos dicen profesar, está el amor más noble y grande: el amor a los enemigos; aunque ellos, que reconocen a Jesucristo, se han olvidado hace tiempo de estas palabras.
            Donde arden libros arderán personas. La quema de libros fue una constante en el mundo de los nazis. Pero en Irak parece que ha sido al revés: donde arden las personas enjauladas después se romperán estatuas. ¿Dónde está el amor, dónde el respeto, dónde esa yijhad que debe ser lucha personal por construirse, no por destruir? El nazismo ha sido para Occidente la encarnación del mal. Sin embargo todos recordamos el amor de muchos nazis por el arte, insensibles al dolor ajeno. En Irak encontramos gentes que degüellan gentes pero que también destrozan estatuas; y parecen retroceder a un estadio de barbarie anterior al del nazismo. 
 

Siempre se ha querido destruir a los pueblos destruyendo sus culturas. El genocidio cultural ha sido un instrumento en manos de todos los genocidas. Las tropas serbobosnias estaban obsesionadas por destrozar la biblioteca de Sarajevo. También la inquisición quemaba libros en las plazas. Cuando morían los incas, sus historiadores borraban la historia de los incas anteriores y la reescribían atribuyéndole al último todas las glorias de los otros. En el mundo de Orwell había un edificio de historiadores encargados de reescribir los libros y periódicos para que lo que había ocurrido después coincidiera con lo que había predicho el gran hermano: se llamaba ministerio de la verdad. Por cierto, que el talento de los censores brillaba por su ausencia. En el antiguo régimen dejó escrito un censor de Francia: “he leído un libro titulado el Corán, de un tal Mahomet, y no encuentro en él nada que sea contrario a la doctrina católica”; y los censores de Pinochet, empeñados en borrar cualquier rastro que sonara a rojo (pues así era como se llamaba a los comunistas), acabaron prohibiendo Caperucita roja. Vamos, que los gestores del culto no han destacado precisamente por su cultura. Podemos entender que los jerarcas soviéticos quisieran destruir el principal libro de Vasili Grossman, porque se metía con ellos; pero no se entiende que haya otros jerarcas que se empeñen en destruir otras culturas simplemente porque sean distintas a la de ellos. Este califato podría recordar que ha habido en el mundo otro califato que defendía la cultura: el de Córdoba. Y que el mundo musulmán protegió las artes, las ciencias y las letras en los tiempos de Averroes. Pero prefiere fijarse en que Almanzor mandó destruir los libros que no tuvieran nada que ver con el Corán; y que los almohades arremetieran contra la cultura en un tiempo en que el Magreb ardió en las llamas incendiadas de los fanáticos.
Amad a vuestros enemigos: y porque ellos quieran destruirnos nosotros no tenemos por qué destruirlos a ellos; porque ellos destruyan nuestras estatuas nosotros no vamos a tener que destruir las suyas; ésa es nuestra superioridad frente a los locos: el respeto. Lo dijo Kant: trata a los demás como personas, no como cosas; dios, que nos ha creado, no querría que fuéramos objetos, ni siquiera objetos suyos, como pretenden algunos; si nos ha creado es para que seamos libres. Lo que nos distingue de los animales es que podemos reír, pensar, escribir, amar, crear belleza; eso que podríamos resumir con la palabra “alegría”. Los animales luchan por sobrevivir, son seres tristes. Si existe dios, él no disfrutaría quitándonos la alegría, sino dándola. Nunca nos va a prohibir reír, ni siquiera con él, porque la risa no es una falta de respeto; no si es una risa alegre: que disfrutar torturando a los demás sólo es propio de la risa triste.
Hay un autor afgano que ha escrito una hermosa novela: se llama Cometas en el cielo. En ella hay religiosos empeñados en que amar a dios sea lo mismo que llevar una existencia triste. Sin música por la radio. Sin sentido del humor. Sin alegría por las calles. Sin cometas en el cielo. Donde el amor a dios se confunda con el sufrimiento de las personas. Hay un personaje que disfruta partiendo cabezas a pedradas en las lapidaciones públicas. Su risa se alimenta del dolor ajeno: la risa del sádico, sumergida en la pasión muerta, sin piedad, sin vibraciones, sin alegría. Su mente se ha alimentado siempre de leer el mismo libro. Un libro que le ha marcado el camino, que le ha cerrado horizontes, que le ha alimentado el fanatismo. Tenía devoción por su autor, decía que deberían leerlo todos los afganos. Pero su autor no creía en dios. ¿Su nombre? Adolf Hitler.