viernes, 24 de noviembre de 2017

EL CUENTO DEL PRISIONERO




EL CUENTO DEL PRISIONERO


            Un día paseaba Rea Justa por el campo. Disfrutaba de un rayo de sol que se colaba entre las nubes cuando, entre los pinos, apareció Vicente. Hablaron un rato y lo notó triste. Entonces Rea Justa, para darle ánimos, le contó una historia. Decía así:

            Había una vez un hombre que vivía en una cueva. Estaba atado a la roca bajo la estrecha vigilancia de un dragón. No se alimentaba más que de unas ramas que el dragón le acercaba cada día, y del humo de un fuego que había delante de él y que le quitaba el hambre. Frente a él había una extraña flor que era capaz de alimentarlo; pero estaba en una urna, cerrada bajo llave. Todas las noches el dragón se convertía en hombre y jugaba con él a las cartas; y sólo le desataba las manos para que pudiese jugar; cuando terminaban, se las ataba de nuevo.
            Un día, paseando por el campo, me entretuve buscando unas raíces. Al arrancarlas encontré un hueco, y escarbando con las manos vi que se hacía más grande: era la cueva. Entré en ella y descubrí al hombre atado junto al dragón. Expulsé al dragón, después de haber luchado contra él, y desaté al hombre. Apagué el fuego que expulsaba aquel humo soporífero y abrí la urna; el hombre, de inmediato, se comió la flor. Entonces le dije que todos los días había que plantar en la urna la semilla que había en el corazón de la flor para que creciera al día siguiente. Sólo podía crecer dentro de la urna; si la plantaba fuera, el aire que estaba viciado por el humo no la dejaría crecer. Le dejé la llave y me fui.
            Volví por la cueva después de unos días y lo encontré hambriento. Delante tenía la llave, en el mismo lugar donde yo se la había dejado. No la había cogido nunca. No había plantado ninguna flor, no había dejado nunca que creciera. Estaba desnutrido y se había acostumbrado al hambre. Me di cuenta de que si lo dejaba solo causaría su perdición, y decidí volver todos los días, para plantar la flor y que aquel hombre tuviera comida.
            Pronto me di cuenta de que la comida no le gustaba. Un día prendió un fuego como el que había al principio y el humo le hacía caer en un sopor. El humo arrastraba partículas del suelo que lo alimentaban, pero no tenían la riqueza nutricia que tenía la flor.
            Resolví volver todos los días para verle coger la llave. Él guardaba las semillas, las plantaba en la urna y la cerraba. Pero sólo lo hacía bajo mi vigilancia: cuando yo no estaba se volvía a abandonar. Hasta que, un buen día, mi presencia ya no fue indispensable. Pero descubrí que, cada día, tiraba la flor en lugar de comérsela; sólo le quitaba la semilla, la plantaba en la urna y la volvía a cerrar con llave. Sólo se alimentaba del humo del fuego.
            De modo que un día, enfadándome con él, apagué el fuego y lo vigilé para que no lo volviera a encender. Le miré los ojos y vi que estaba enfermo. Su cuerpo se volvía más flaco y entre las costillas, trabajosamente, se podían ver ya los movimientos del pecho cada vez que respiraba. Pronto se le verían también los latidos del corazón. Resolví dormirlo con una planta narcótica que llevaba encima. Y con mucho cuidado, mirando a través de la nariz, descubrí como una costra que se le había alojado en el cerebro. Se la quité procurando no hacerle daño y, cuando despertó, recobró el apetito. Era una costra de hollín que se había dejado el humo a fuerza de respirarlo tanto tiempo. Aquella costra le quitaba el hambre y, con el hambre, los olores; los olores, los sabores, el sonido; su tacto había perdido agudeza, y las imágenes de los ojos habían adquirido un tono gris. Al recuperar los sentidos volvió a sentir la alegría de la vida.

  

            Pero sólo duró unos días. Al poco tiempo volvió a abandonarse. No abría la urna todos los días, a pesar de que tenía la llave. Unos días la plantaba, otros no. Comía a deshoras, intermitentemente, y a veces se pasaba días sin comer. Desesperada, miré a través de sus ojos en el cerebro y descubrí que en una parte de él yacía la pereza; no era producto del fuego, ni del abandono ni de sus ataduras cuando vivía prisionero del dragón; la pereza formaba parte de él, estaba en su cerebro, no era otra costra formada por el humo; era una naturaleza que había venido al mundo con él, desde el mismo día en que nació: e incluso antes.
            Entonces ya no pude hacer nada. Me convertí en su ángel guardián y lo visitaba todos los días, para que sembrase la flor. Me preocupaba de que todos los días la comiese, de que no volviese a encender el fuego, para que fuera feliz. Los sentidos, felizmente recuperados, le hacían disfrutar de la vida. Y aquel hombre ya no pudo vivir solo. Necesitaba que alguien lo sacara de sus instintos naturales para no abandonarse a sí mismo. Sólo así pudo conservar la felicidad.
           
            Rea miró a Vicente. Le explicó que así nos pasa a todos cuando queremos ser felices. Unos no pueden porque dependen del mundo en el que viven, dejándose llevar por las malas influencias. Otros no tienen costumbres sanas, porque se han acostumbrado a lo fácil; y lo fácil, por lo general, es lo que nos hace daño. Otros tienen dentro el veneno del mundo, como una costra alimentada por el humo que nos intoxica; unas veces se sienten atraídos por él y otras no, pero siempre sin ser conscientes de lo que les pasa. Y otros, en fin, tienen en su naturaleza debilidades que no pueden vencer solos y necesitan la compañía de alguien que les quiera de verdad.
            Muchas veces nos liberamos de las malas influencias: entonces unos cambian, pero otros no; y tenemos que cambiar nuestras costumbres. Quienes ni aun así pueden llegar a ser felices deben quitarse el encantamiento que el mundo les ha puesto dentro. Que es como una fantasía, un engaño, una superstición. Para quienes siguen aún con dificultades para ser felices, la única escapatoria es hallar un buen amigo; o una estupenda pareja, alguien que tenga la fuerza de cambiarlos solamente por amor.

                                                         

MUNDO, HÁBITO, ENFERMEDAD Y TENTACIÓN
 
            Juan Luis pensaba en la historia del prisionero. Pensaba en el dragón, que lo tenía sometido dentro de la gruta; en la llave que abría la urna, para introducir la flor; en la costra de su cerebro, y en la naturaleza. Y pensó en los grandes obstáculos que impiden nuestro desarrollo. El mundo. El hábito. Las tentaciones. La naturaleza.
            El mundo. El mundo a veces nos atenaza como si fuera un dragón. Los amigos que nos llaman por la ventana, cuando estamos estudiando. Las modas que nos hacen obrar como toda la gente, aunque no nos guste. Los bailes, los horarios, el botellón, los vestidos: costumbres en las que crecemos y que nos mueven impulsados por la sociedad, como si fueran un barco en el que estamos viajando. Las costumbres son los caminos del mundo, y cada cual tiene sus propios caminos. Caminante, no hay camino: se hace camino al andar. El mundo. El diablo mundo. Rousseau decía que el mundo nos corrompe porque destruye nuestra naturaleza. Y la naturaleza es buena. Tenemos que liberarnos de las malas influencias, romper las cadenas que nos atan al mundo. También para los cristianos el mundo es un enemigo del alma. Pero ¿y el cuerpo? ¿El cuerpo también forma parte del mundo que nos ataca?
            Los hábitos. Las costumbres. La rutina nos cubre y nos marca como un vestido. El hábito no hace al monje (decimos), pero ¿es verdad? Nosotros sabemos que hay hábitos buenos y hábitos malos. Los hábitos buenos manan del esfuerzo y alimentan el esfuerzo, la capacidad de vivir, el espíritu de lucha. Los hábitos malos surgen de la esclavitud de lo fácil, que rebaja la calidad de nuestros deseos; de conformarse con poco, pudiendo aspirar a mucho; y es la costumbre de renunciar al trabajo, de perder el espíritu de lucha, de rendirse. Lo bueno es plantar en la urna la semilla para que crezca la flor que nos alimenta y hacerlo todos los días: nosotros tenemos la llave. De lo contrario nos queda el abandono, y nos acostumbramos a no disfrutar de los placeres más fecundos porque cuestan; nos acostumbramos a no comer por no trabajar; nos acostumbramos al hambre.
            Las tentaciones. Los deseos que nos nublan el cerebro como una costra, los narcóticos que nos quitan el hambre y la alegría, y las ganas de vivir. Las pasiones que precipitan nuestra caída, los impulsos ciegos, los vehículos que se salen del camino, el anillo del nibelungo, el oro del Rhin. Hay que quitarse las costras que el mundo va labrando en nuestra naturaleza. Hay que quitarse los encantamientos que nos pone el mundo, las drogas, los narcóticos, los filtros de amor. Suele haber una cara escondida detrás de las tentaciones, es como la cara oculta de la luna: está ahí, pero no la vemos. La fantasía es un imán que nos impulsa, pero a veces las fantasías esconden engaños;   y es un imán que nos paraliza, un espejismo, una superstición. Las tentaciones que no son buenas precipitan nuestra caída, son como drogas, nos llevan a la adicción. Y son los hechizos que no nos dejan ser libres, pues nos atan  y no nos dejan caminar.
            La naturaleza. A veces la naturaleza está lastrada, tocada, enferma. La naturaleza es fuerza, y es espíritu de trabajo, que es espíritu. Es voluntad. Pero hay naturalezas perezosas que no son débiles porque las haya torcido el mundo, sino porque son así. Es bueno lo que nos hace fuertes, lo que despierta el ánimo, la vitalidad, porque el ánimo, que es espíritu, que es gana de vivir, también es bueno. Lo malo es la debilidad, la depresión, la flojera. Pero cuando la pereza no procede del mundo, es que es parte de nuestra propia naturaleza. Y hay que luchar contra ella. Cada naturaleza es un cúmulo de límites y posibilidades, y cuando nuestros límites son grandes hay que combatirlos. ¿Con qué, si nos faltan las fuerzas? Con la ayuda de los demás. Hay que encontrar gente que pueda y quiera ayudarnos a luchar contra nuestra naturaleza; resistir ante sus defectos, reforzar nuestras potencias, prosperar. Puede ser un amigo o una pareja: alguien que quiera cambiarnos por amor. Ser dueños de nuestro destino y no esclavos del mundo. Así lo decía Ernest Henley:
                                   Caído en las garras de la circunstancia,
                                   nadie me vio llorar ni pestañear.
            Y Henley aclaraba poco después:
                                   Soy el dueño de mi destino;
                                   soy el capitán de mi alma.
            Hay que combatir los fallos y debilidades de nuestra naturaleza. No a la naturaleza sana. Porque la naturaleza sana es buena, ¿no es así?
            -No –contestaba Hobbes.
            -Sí –le respondía Rousseau.

 

viernes, 17 de noviembre de 2017

MARX (1): EN EL PRINCIPIO ERA LA MATERIA





MARX (1):
EN EL PRINCIPIO ERA LA MATERIA


1. La infraestructura.

            -La sociedad se levanta sobre la economía; eso es lo que pensaba Marx. Ninguna sociedad sobreviviría sin el trabajo, la técnica, la materia o la energía. La economía es la base de todo; la materia, no el pensamiento.
            -Perdona –interrumpió Luis-. No estoy de acuerdo. Yo soy lo que quiero ser, y pienso lo que quiero; si yo no hubiera decidido ir a selectividad no estaría aquí, estudiando bachillerato. Mi vida no depende de la materia, de los árboles, de mi cuerpo; mi vida depende de mi voluntad; de mi pensamiento, de lo que siento, de mi espíritu.
            -Voy a hacer de abogado del diablo, Luis –dijo Juan-: lo que dices no es verdad. Si tus padres no te dieran de comer no estarías estudiando. Si tuvieras sed, si no soportaras las ganas de orinar, si tuvieras sueño, si estuvieras enfermo, no podrías pensar ahora; no estarías hablando conmigo. Tu pensamiento depende de tu cuerpo.
            -No: hay gente que vence al cuerpo con la mente. Piensa en los ascetas. Los fakires. Pueden tumbarse sobre una tabla de clavos y con la mente controlan el dolor.
            -Para serfakir hay que prepararse primero; y uno no se prepara si tiene hambre. Valga la paradoja, para llegar a soportar las privaciones no puede uno estar privado. Para echar a correr hace falta carrerilla. Mira, te voy a poner un ejemplo que es todo una paradoja; quien necesita dinero y no lo tiene se lo pide prestado al banco, ¿verdad?
            -Sí, claro.
            -Pues el banco no se lo presta a quien no lo tiene. Lo primero que hace es pedir garantías de que el dinero le será devuelto, y si estás arruinado no puedes dárselas. Sin embargo una empresa millonaria recibe todos los préstamos para invertir. Vaya paradoja, nadie te da si no tienes, y si tienes te darán lo que pidas. En otras palabras, aquí no se ayuda al que más lo necesita, sino al que necesita menos; si me apuras un poco, la gente da a quien no le hace falta.
            La clase quedó en silencio, sumida en la perplejidad.
            -Os decía, entonces, que para Marx lo que mueve el mundo es el trabajo, la técnica, la materia y la energía; después viene el pensamiento. Tú, Álvaro, estás aquí porque quieres sacar la selectividad. Para eso pones tu trabajo, por supuesto. Pero sin libros, sin lápices, sin fotocopias, sin profesores, no podrías estudiar.
            Álvaro no tuvo más remedio que asentir.
            -Y los libros no los regalan. Hay que pagarlos. Hace falta el dinero y el dinero os viene de los padres, ¿no es así?


Las fuerzas productivas.

            Por la clase rodó un silencio de curiosidad, una atmósfera de expectativa.
-No necesito deciros de dónde sacan vuestros padres el dinero. Si no trabajaran no tendríais libros, y sin libros no habría selectividad.
-Pero la enseñanza es gratuita –objetó Diana.
-En efecto, lo es. Lo es por decisión política. ¿Pero de dónde saca el Estado el dinero para pagar a los maestros? ¿Con qué construye las escuelas, mantiene la calefacción en invierno, con qué compra bibliotecas y ordenadores? Con el dinero que recauda a través de los impuestos. Y los impuestos los pagan gentes como tus padres; trabajadores que cobran un sueldo a cambio de hacer funcionar las máquinas, que marchan con petróleo, para transformar las materias primas. Todo, hasta la educación, depende del trabajo, la técnica, la materia y la energía. Sin trabajador, sin máquinas, sin materias primas y sin petróleo, no funcionaría nada.


            -¿Y qué son las materias primas? –inquirió Álvaro después de un breve silencio.
            -Los materiales que hay que transformar. Una fábrica de automóviles necesita acero para el motor y plástico para la carrocería; para fabricar papel hay que cortar árboles; para hacer ropa necesitamos fibra vegetal, por ejemplo el lino… El acero, el plástico, los árboles y el lino son materias primas. Son los materiales a los que damos en la fábrica la forma que queremos.
            Juan Luis dijo, por fin, lo que estaba esperando:
            -El trabajo, la técnica, la materia y la energía son las fuerzas productivas. Ése es el vocabulario de Marx. Y, veréis, cuando las personas se ponen a producir contraen necesariamente unas relaciones de producción entre ellas; apuntaos esta nueva expresión que habéis oído, forma parte de la filosofía marxista.
            Juan Luis levantó los ojos, que se perdieron sin mirar a ningún sitio en particular: estaba buscando un ejemplo; algo con lo que lograr explicar este nuevo concepto. Lo encontró en seguida y sus ojos volvieron a la realidad. Los alumnos lo notaron porque antes de hablar se oyó un suspiro. Una aspiración silenciosa y discreta. Y en su cara se dibujó una luz que procedía de la mente: era un “fakir”.
            -¿Quién manda en vuestra casa?
            “Mi padre”, dijeron unos. “Mi madre”, dijeron otros. Otros dijeron que mandaban ambos. Y hubo algún cretino que todavía contestó con cinismo: “mando yo”.
            -Lo normal es que mande quien controla la economía. El reflejo de la economía es la sociedad. La sociedad se organiza económicamente, y el resultado de esa organización son las relaciones sociales. ¿Os acordáis de Aristóteles? Decía que la sociedad está organizada cuando hay unos que mandan y otros que obedecen. Los griegos eran muy dados a relacionar el mando con la capacidad: Platón decía que sólo podía gobernar el experto, el sabio, el filósofo; no se podía ser rey sin ser filósofo, aunque muchas veces haya algún filósofo que no sea rey; y muchas otras haya impostores que se arrogan el título de reyes sin saber filosofía. Para Platón, ser filósofo era casi lo mismo que ser rey: Platón, y Aristóteles, y muchos otros que vinieron después, definieron el gobierno de “los mejores”. Para Marx, sin embargo, los mejores no son los que mandan; los que mandan son los propietarios de las máquinas, los que controlan el desarrollo de la técnica; ellos son quienes tienen capacidad de decidir.
             Hizo un silencio para recobrar aliento.
            -¿Quién es en vuestra casa el dueño de las máquinas? ¿Quién gana el dinero con el que se compran la lavadora, el frigorífico, el microondas o el televisor? ¡Ése es el que manda!
            Se oyó en la clase un murmullo. Y en lo que los chicos hablaban unos con otros se podía oír: “¡anda, pues es verdad!” El poder, el control, la capacidad de decidir, el mando, lo tiene quien maneja el dinero; y así, en algunas casas el dinero lo gana el hombre y manda él; en otros es al revés y es la mujer la que manda; y cuando los dos traen el dinero a casa, lo normal es que su autoridad esté compartida. Hay excepciones, por supuesto, pero ésa es la regla.


            -El dueño de los medios de producción es el que manda. Los medios de producción son las máquinas. El poder, así, no lo tiene el que está más capacitado, ni tampoco el que más trabaja, sino el que tiene dinero, el propietario de la energía, las materias primas y las máquinas; y si no es propietario del obrero porque el trabajador no es un esclavo, es propietario de las decisiones que le afectan en el centro de trabajo. El que manda es dueño de la voluntad de los trabajadores, al menos en lo que toca al proceso económico de producción. El obrero puede ser en sus horas libres dueño y señor de su vida: al menos en teoría, porque en la práctica las largas jornadas laborales y el embrutecimiento por el alcohol le quitan el control de su existencia. Quien manda en el fondo en su tiempo libre es también el dueño de la fábrica.
             Aquello estaba haciendo reflexionar a los alumnos. Hacían comentarios sobre su vida cotidiana, identificando en ella las cosas que Juan Luis les estaba diciendo. No se habían dado cuenta hasta ahora, si bien eran cosas que intuían. Les venía a la conciencia un sentimiento dormido en el fondo del inconsciente. Juan Luis aprovechó para volver a la cuestión que había planteado al principio.
            -Estamos en plena revolución industrial, en Inglaterra; ésa es la época en que se desarrolla el pensamiento de Marx. Pensad un poco; si uno de esos obreros hubiese querido que estudiaran sus hijos, ¿lo habría podido hacer?
            La clase quedó dubitativa en un murmullo. Después Antonio materializó con una pregunta las dudas de todos;
            -No entiendo, ¿qué quieres decir?
            -Quiero decir que el salario de un obrero sólo daba para mal comer y malvivir; y para olvidarlo, emborrachándose en su tiempo libre. En aquel tiempo no había becas. ¿Con qué dinero iba a pagar el estudio de sus hijos?
            -Sí, es verdad –contestó Álvaro-. Tienes razón.
            -El obrero tenía en la mente lo que quería hacer: sin embargo no podía; le faltaba el dinero. No era fácil materializar los deseos y los proyectos. ¿Qué pensáis ahora que manda en nosotros? ¿La materia? ¿O el pensamiento? –Prosiguió, después de un breve silencio-. ¿Mandamos nosotros o mandan las circunstancias? ¿Se impone la realidad o la moldeamos con nuestras ideas?
            La mente inmadura de un adolescente no busca contraejemplos para el profesor; y si los  busca, no es fácil que los encuentre. Así, la clase se escinde en una mayoría que se convence de lo que le dicen y algún escéptico que, o lo rebate, o duda; cuando faltan argumentos el espíritu crítico, incapaz de rebatir, se queda dudando.


Las relaciones de producción.

            -Os voy a poner un ejemplo. Trasladaos, mentalmente, al neolítico. Los hombres estaban acostumbrados a cazar mamuts, y el mamut era la base de la economía de aquel tiempo: ellos mandaban. Las mujeres, en silencio, recolectaban hierbas y adquirían un profundo conocimiento de las plantas medicinales. Pero ese conocimiento no tenía tanta utilidad como el de las técnicas de caza; como la destreza en manejar el arco, la fuerza para cavar fosos donde tender la trampa al mamut, y cosas semejantes. No dudéis de que en aquellas sociedades de cazadores el que mandaba era el hombre; y entre los hombres, mandaba el jefe. ¿Y quién era el jefe? El que sabía cazar mejor y conducir a los cazadores a la victoria; pero también contaban los que hacían las flechas y las lanzas. En aquel tiempo el poder estaba ligado a la competencia; a la capacidad, al saber, a la pericia: a la destreza; la autoridad la daba la preparación tanto como la propiedad de los instrumentos.
            Juan Luis miraba para sí mientras hablaba. No estaba con ellos. Estaba con ellos, y respondía a sus preguntas, pero a veces se ensimismaba y hablaba como si estuviera solo; ése era uno de aquellos momentos. Se abstraía porque las cosas que sabía se cuestionaban entre ellas, y él, que estaba acostumbrado a repetirlas, perdía el control sobre ellas y se encontraba de repente dudando de los viejos hábitos mentales; la duda, en aquellos casos, era un conflicto en las ideas que dolía como si la mente estuviera pariendo.
            ¿Quién tenía más poder entre los cazadores? ¿El que sabía organizar la caza? ¿El que dominaba el fuego? ¿El que poseía las flechas? ¿Por qué le obedecían todos cuando les mandaba? ¿Qué le daba autoridad sobre los demás, qué era lo que lo marcaba como jefe?
            -No hay que confundir –dijo, sintiendo de repente una iluminación- el poder que da la capacidad con el que viene de la posesión de las cosas. El verdadero jefe, el que tiene capacidad de liderazgo (el guía, el príncipe, el caudillo), es escuchado porque tiene autoridad; porque sabe cosas para que sobreviva el grupo y el grupo sabe que las sabe; porque de su competencia depende la suerte de todos. El dueño manda porque tiene las cosas en su poder; el líder, por el contrario, manda porque tiene poder sobre las cosas. La autoridad correspondería a las relaciones técnicas de producción: el que manda es el que sabe; el que domina la técnica. Y no hay que confundirlas con las relaciones de producción basadas en la propiedad. Saber es poder; tal sería la divisa de las primeras. Tener es poder; tal es la divisa de las segundas.
            Sintió un placer que lo inundaba por dentro al descubrir lo que decía en el mismo instante en que lo estaba descubriendo; ese alivio es la felicidad que nos llena en los momentos de creatividad.
            -Sigamos con nuestro ejemplo. El saber técnico del jefe era útil a la tribu, y por eso le obedecían. Pero el saber botánico de las mujeres no era tan importante. Si os parece podemos llamarlo poder baconiano. Pero también existe algo a lo que  llamaremos poder marxista; el poder, el mando, como queráis llamarlo. El primero es un liderazgo; el segundo una dominación.
            Su verbo se animó de repente y se sintió poseído por una especie de frenesí.
            -El saber es una fuerza productiva; la ciencia, inseparable de la técnica. Pero la propiedad establece relaciones de producción. Pues bien, de repente se produjo un cambio climático en Europa. Se detuvo la glaciación, se retiraron los hielos y empezaron a escasear los grandes mamíferos. Cada vez había menos mamuts, menos osos de las cavernas, menos rinocerontes lanudos. El saber de aquellos cazadores, en poco tiempo, dejó de servir a la tribu. Ya sólo cazaban conejos, armiños, pequeños mamíferos. Y entonces, poco a poco, el saber de las mujeres se fue haciendo imprescindible. Su conocimiento de las plantas, de su cuidado, de las semillas, fue la base de la agricultura. Se produjo la revolución neolítica. El descubrimiento de la agricultura, en gran medida, fue obra de las mujeres.


            Los alumnos escuchaban con admiración. Nunca antes habían considerado así la revolución neolítica.
            -Observad cómo el poder pasó a manos de las mujeres. Se pasó de un patriarcado a un matriarcado. Hasta que el cuidado de los ríos, que regaban los campos, dependió nuevamente del trabajo masculino; cuando se construyeron diques, presas y grandes obras hidráulicas; entonces, el mando volvió a caer en manos de los hombres.
            Ya tenía explicado lo esencial de aquella cuestión.
            -Quien paga, manda. Y quien sabe manda también. La propiedad es poder. Y el saber es poder también. Fijaos en la relación entre chicos y chicas. Cuando el chico invita, está afirmando su poder sobre la chica. Y no sólo porque se cobre en especie (lo que boca come, culo paga); sino sobre todo porque si él lo paga todo, todo pasa a depender de su voluntad; puesto que es él el que tiene el dinero, con su dinero comprará todo lo que se necesita para satisfacer las necesidades de la casa.
            -Pero el matrimonio no es una fábrica –dijo Inés.
            -El matrimonio es una empresa –dijo Juan Luis-. Casarse es repartirse el trabajo entre el hombre, que trabajará fuera de casa, y la mujer, que trabajará dentro. Y ocurre que el trabajo externo genera dinero; el trabajo doméstico no. El trabajo doméstico rinde, satisface las necesidades del hogar (comer, vestirse, descansar): necesidades biológicas ante todo; pero la mujer no cobra por su trabajo; tan necesario es, que nadie se da cuenta de ello; nadie se da cuenta de las cosas que tiene resueltas porque ya no siente su necesidad; y nadie se lo agradece a las mujeres. Es el hombre el que lo compra todo, incluidas las herramientas de la mujer, porque él lleva el dinero a casa.
             -Y en esa empresa ¿cuáles son las materias primas?
            -Los alimentos que se compran en el mercado; la mujer los elabora en la cocina. La energía muscular es completada por el carbón, el gas, la electricidad… La técnica que se maneja son los conocimientos de cocina y de limpieza que posee la mujer; y las herramientas que utiliza (la plancha, la escoba, el fregadero, la placa, los detergentes…). Como veis, la casa es un conjunto de fuerzas productivas. A la mujer la obedecen todos porque sabe manejar las cosas; sabe cómo hacerlo todo, ella es guía, es líder, es el alma de la casa. Pero ese poder baconiano, que dan la ciencia y la técnica, tiene sobre su cabeza un poder económico, el que da la propiedad de las cosas; el que nos hace poseerlas. El hombre, sustento de la casa, es su dominador, su propietario; la mujer, lejos de dominar poseyendo las cosas, las domina conociéndolas; por eso ella, siendo alma y guía, no es sin embargo quien manda.
            Y dijo, como en un aparte:
            -Manda quien paga.
  




viernes, 10 de noviembre de 2017

MIGUEL DELIBES




MIGUEL DELIBES  


             Función de noche. Josefina Molina. Cinco horas con Mario. Lola Herrera. Lola Herrera interpretó en el teatro el monólogo de Miguel Delibes. Con gran éxito de público. Por eso estuvo en cartel tantos días, y durante tantos días en Lola Herrera se iba filtrando la viuda de Mario. Lentamente, gota a gota, de manera callada, sin precipitaciones, pero sin parar. El corazón de la actriz se fue contagiando con el de su personaje: cada gota de la psicología del personaje era una célula que resbalaba sobre el corazón de la actriz, y se instalaba en su arquitectura carnal; cada gota era, también, una gota de su sangre: y la sangre de uno se iba empapando de la sangre de otro, sustituyéndola, desplazándola, ocupando su corazón; paso a paso, gota a gota. Al final cada suspiro del personaje era un suspiro de la actriz y sus anhelos eran los suyos, y la sustancia psicológica fue trasvasándose del personaje que hablaba en el libro con voz propia a la actriz que le prestaba su voz en el teatro. Por ósmosis. Así como el agua pasa de la cazuela al garbanzo con la lentitud de la noche a través de la membrana, así también la psicología pasaba de la idea a la voz a través de la palabra; porque la palabra, membrana certera entre el autor y el público, se destila en el texto: y la voz del actor, con el impulso imparable del corazón, se la toma prestada. El actor es una voz en busca de palabra; la palabra está en el texto, y el texto, íntimo fluido del autor, es una disolución del corazón en la idea por donde la vida fluye hasta llegar al espectador.
            Así Lola Herrera, ensayando cientos de veces la densidad de su papel, se convirtió en su personaje. O fue más bien al revés; fue su personaje el que se transformó en ella, viendo las cosas con sus ojos, hablando con su garganta, palpitando con su pecho, sintiendo a través de él. Lola Herrera fue una persona traspasada por su personaje y entonces se descubrió a sí misma. Había estado viviendo en un sopor, en una modorra; ahora estaba despierta. Las cosas que antes no veía las veía ahora, al otro lado del espejo. El juego del actor es el filtro por donde el verbo, la palabra, pasa con el corazón al corazón y el verbo del actor. El juego es el espejo por donde el actor se identifica con su personaje; pasa a ser él mismo y, como una transfiguración dramática, el actor ya no es actor como el pan no es pan; el actor es autor como el pan se ha convertido en cuerpo de Cristo; y el autor, que habla a través de su personaje, ha producido esa transustanciación por donde la mentira se ha convertido en verdad: allí mismo donde la ficción ha empezado a ser la realidad viva.


            Lola Herrera fue atravesada por el rayo del autor, de su personaje. Miguel Delibes supo descubrir en el personaje las hondas palpitaciones del actor, de manera que, cuando escribía “Cinco horas con Mario”, estaba retratando, sin saberlo, la vida de Lola Herrera. Lola Herrera la puso en manos de una realizadora: Josefina Molina. Y el resultado fue “Función de noche”, una película que no habla de “Cinco horas con Mario”, sino de su representación; y a través de ella Lola Herrera desmonta uno a uno los ladrillos de su vida para diseccionarlos al bisturí, para separar los falsos y dejar sólo los auténticos; un poco como el ama de casa prepara el cocido del día siguiente separando los garbanzos negros.
            Lola Herrera se dio cuenta de que casi todos los ladrillos de su vida eran falsos; estaban adulterados, hechos con materiales de escasa calidad, puestos en su sitio como si se tratara de primerísimas calidades. Ana, que acababa de ver la película, se quedó escrutando el vacío. Buscaba en el horizonte oscuro los enigmáticos ladrillos de los que ella también estaba hecha. ¿Habría que desmontar alguno?
            Primero su vida sexual. Lola Herrera había llamado a su marido, Daniel Dicenta: él aceptó. Se trataba de desnudarse mutuamente ante las cámaras. De desplumarse. De descubrir, bajo las plumas, una piel que temblaba, y bajo la piel, un corazón que tendría que estar vibrando, pero a veces no vibraba; temblaba no más, en sus piruetas convulsas, atronando en sufrimiento entre rayos y truenos; con los fúlgidos relámpagos que produce el dolor de una vida deshecha. No, Daniel. Yo no he sido feliz contigo en la cama.
            -¡Cómo que no! ¿Y los gemidos? ¿Y los aullidos de placer que proferías, cuando te tenía en mis brazos?
            -Mentira, todo mentira.
            -¿Fingías?
            -Sí.
            -¿Por qué?
            -Por no destrozar tu ego. Tú, el hombre feliz, el poderoso, el hombre de éxito, el conquistador. Tú, el don Juan de Valladolid, el que había hecho delirar a tantas mujeres; aquel por el que todas suspiraban, el soltero de oro, tú te casaste conmigo; y no me hiciste feliz en la cama.
            Daniel la escuchaba atónito, mudo de estupor.
            -Tenemos ya hijos mayores, Daniel: pues bien, en todos estos años que he dormido contigo todavía no he sentido un orgasmo; no lo he sentido, no lo he tenido, no sé lo que es.
            -Pues lo fingías muy bien.
            -Ficción: puro teatro.


            Tú, Ana, te miras fijamente en el espejo: pero ahora tu espejo es Marcos, no es tu personaje. Y con Marcos has tenido una vida seguramente normal, sin altibajos ni abismos. Ha habido momentos en los que has conocido el éxtasis, atrapada entre sus manos; y momentos en que te has quedado sin viaje porque no ha funcionado: como todas las parejas; supones. Tu vida erótica te ha reservado alegrías y has conocido el corazón, el intestino, la pasión, el entusiasmo y la vida. Sobre todo siempre viviste cada unión como una comunión, cada coito con un desahogo, cada sensación como un depósito de amor: y el erotismo siempre fue para ti un estallido del corazón ansiosamente aferrado a la carne. No, tú no eres infeliz; sin ser un portento erótico, tú no eres Lola Herrera.
            ¿Y las tardes en los bares de Valladolid? ¿Las cervezas tomadas al mediodía? ¿Los paseos con los amigos en las terrazas? ¡Tú hablabas de tantas cosas...! Y eras brillante. Siempre tus comentarios, tus opiniones, siempre poniendo el toque justo, siempre el dedo en la llaga. Tus palabras llenas de cultura, tus conocimientos de política, de arte, de literatura, de teatro. Yo, sin embargo, me sentía disminuida. Me sentía siempre inferior a ti. Y cuando me decidía a hacer un comentario, tantas veces con inseguridad, siempre con mucho miedo, ¡cuántas me hiciste callar porque yo de aquello no entendía! Yo la ignorante. Yo la bruta. Tú el ilustrado.
            Como Mario. La mujer de Mario era una mente estrecha, una ignorante, una conservadora; supongo que su mente sería estrecha más por conservadora que por ignorante. Siempre con intereses mezquinos, siempre con su rutina, siempre pobreza de espíritu, siempre su rigidez mental, su incomprensión con la gente y con los chicos, su absurda cerrazón, su esquematismo, su afán por clasificar a la gente (unos en lunáticos y normales, otros en buenos y malos). Mario, en cambio, sabía mucho de política. De cultura, de sociología, de literaturas y de artes. Mario era profesor. Siempre preocupado por la sociedad, por las opresiones, por la libertad de conciencia, por el cambio. También Gabriel Celaya pintaba a aquellos hombres cultos que se pasaban reunidos arreglando el mundo y luego se iban a comer: “y el cocido ¿quién lo hace?” Así Mario era más inteligente que su mujer, pero más mezquino. La mandaría callar muchas veces, como Daniel Dicenta: “porque de esas cosas, tú no sabes”. Y así se arreglaba el mundo: compadeciéndonos de los que están lejos; despreciando a los que están cerca.
            Tú, Ana, no eres Lola Herrera. Tú no sabes de muchas cosas, pero Marcos nunca te ha menospreciado. Tú sabes que tu cultura no es rica. Ni siquiera hiciste el bachillerato. Pero Marcos nunca te ha mandado callar, por lo menos a sabiendas. ¡Cuántas veces has hablado con él! De las cosas que os interesaban. Habéis hablado de la niña muchas veces. De las cosas del colegio, de sus problemas de aprendizaje, de su relación con los otros niños, de sus desobediencias y sus vicios. Habéis hablado de una película que habéis visto juntos, de noche al salir del cine, con una jarra en la mano. Habéis hablado con los amigos, de paseos y de libros, de cuadros y canciones, de aquella zarzuela que os gustaba, de Lluis Llach en el Andrés Laguna, de los coros rusos y los festivales de España, de Ana Belén y Kurt Weil, de tantas cosas habéis hablado... Él nunca te mandó callar. Siempre quería hablar contigo, siempre te pedía tu opinión y tú buscabas la de él, porque te daba seguridad; porque sabía cosas que ignorabas, y porque ignoraba también muchas cosas que tú sabías; y se las enseñabas.


            No, Ana, tú no eres Lola Herrera; tú no eres la viuda de Mario. Y sin embargo te sientes identificada con ellas. No sabes qué, pero hay algo que compartís... Insatisfacción. Frustraciones. Sensación de vacío. Angustia. Un sentir amargo. Lola, cuando rompió con su marido, quiso empezar sola y empezó desde cero. Lo primero que hizo fue estudiar el bachillerato. Era ya una mujer madura, sus hijos se hacían mayores; sin embargo tenía que volver a empezar y empezó a ser ella misma. Se buscó, primero, sin la máscara de su marido, que la había alejado de sí tanto tiempo.
            El tiempo, el tiempo. Quiso salir en busca del tiempo perdido. Pero el tiempo que se ha perdido no se puede recuperar; perdido está, hay que aceptarlo. Lo que había que hacer era no perder el tiempo que le quedaba; según sus cálculos, aún era mucho. La mitad de su vida. Era como si hasta entonces hubiese vivido en la noche y no tuviese estrellas por donde mirar el espacio. Se había pasado el tiempo escondida detrás del maquillaje, detrás de su marido, detrás de sus ficciones, detrás de sus personajes; ahora tenía que mirar la realidad a la cara; buscar horizontes donde trazar caminos, estrellas que la iluminaran, caminos donde situarse. Tenía que ser ella allí donde pasara, mirar al mundo y hablar con todos, reconocer cuánta gente hay en él; pero afirmar su cuerpo, su alma, su ser, sus potencias, sus limitaciones, que todos las tenemos; su cultura, sus propias perspectivas, su entusiasmo, sus opiniones, su fuerza viva. Ser ella misma como todo el mundo, como el más listo o el más torpe, como el más grande o el más pequeño, como Daniel Dicenta y como Marcos, como Ana; ser ella misma, como todos: ser Miguel Delibes.
            Ana miró, asustada. Buscaba estrellas en el cielo, pero había nubes; y aquélla iba a ser una noche oscura, negra e insondable: una noche tremenda. ¿Dónde están los caminos? Se acordó de Machado. ¿Dónde están las estrellas? Se hace camino al andar.  Se acordó de los astrónomos: en los cristales de los telescopios; en el cristalino de tus ojos. ¿Y dónde está dios? Se acordó de San Agustín: en ti misma. De modo que tenía que buscar y nadie le podía mostrar la salida. La salida la tenía que encontrar ella. El mundo le parecía un cielo más oscuro y más negro, poblado de ignotas y lejanas galaxias, una oscuridad inexpugnable: un mundo sin fin.
            Pero un rayo de luz atravesó su mirada como un flechazo. El mismo resplandor atravesó su mente. Iluminó su corazón, al par que su cabeza. Aquel rayo había sido lanzado por Zeus; o por Eros, el dios del entusiasmo, rayo amoroso, resplandor de Afrodita; o de Atenea, nacida de la cabeza de Zeus, toda inteligencia. ¡El bachillerato! ¡Ahí estaba la solución! Estudiar. Salvar las barreras de su ignorancia adquirida. Poder hablar aunque no te lo impida nadie, cuando te lo impide la ignorancia: ¡poder hablar porque hay cosas que sabes, poder responder a tus preguntas, a las preguntas de los interlocutores, poder hablar contigo, con los demás, tener mucho que decir! La sabiduría se cifra en el entusiasmo, que viene y va desde el asombro y te abre los caminos en los que buscas, pues si caminas vas mirando. Y quien mira aprende, y quien aprende sabe, y quien sabe pregunta, porque conoce cuanto más aprende cuánto más le queda por aprender. Juan repetía mucho una frase de Stendhal: “una novela es un espejo que se pasea a lo largo del camino”. Su vida era una novela. ¡Una novela! Hay que vivir como si fuese un espejo y en los caminos de su vida todas las cosas se tuvieran que reflejar. Daniel Dicenta era el espejo de Lola Herrera, y ese espejo no servía. Estaba cegado porque ocultaba las cosas en vez de reflejarlas. Hasta que un día, a través de “Cinco horas con Mario”, Lola Herrera tuvo por espejo a Miguel Delibes. Entonces cambió su vida.
            En la vida –pensaba Ana- cada uno es un espejo surcando múltiples caminos. Del cruce entre ellos sale una realidad caleidoscópica, un mundo poliédrico, un cruce de perspectivas. Cada espejo te descubrirá una parte de ti que tú misma desconocías. El espejo de Marcos es valiosísimo para mí, pero no puede ser el único. En él no pueden estar resumidas mis vivencias. Hay múltiples espejos por ahí, esperándome. Pero tengo que aprender a mirar. Tengo que aprender a leerlos. Porque hay espejos deformantes y no puedo confundir la realidad con su deformación, con el esperpento. Tengo que aumentar mi cultura, tengo que estudiar bachillerato. De pequeña perdí el tiempo, fui vaga, no estudié. Ahora tengo que empezar. Como Lola Herrera; aunque esté en la mitad de mi vida; aunque ahora tenga cuarenta años. Lola Herrera quería que ningún Daniel le dijera nunca: “cállate, tú de esto no entiendes”. Eso Marcos no se lo decía, pero era ella la que se decía a sí misma, mientras la él escuchaba: “cállate; tú de esto no entiendes”.


            Aprender. Caminar. Explorar el mundo. Abrir nuevos horizontes. La cultura es abono que riega nuestros campos; de sus semillas nacen nuevos brotes en nuestras vidas, los riega y los mima con sus fertilizantes, y a la postre nos estamos haciendo más ricos. La cultura ensancha los corazones a la par que abre caminos. Y al hacerlo, se llena el tiempo y desaparece el tiempo entrecortado. Desaparece la angustia. Desaparece el desánimo. El tiempo se llena de brotes que multiplican las posibilidades de nuestra existencia. Quién sabe... a lo mejor hasta puedo empezar a dar clases. Siempre me gustó la historia, ¿por qué no puedo ir a la universidad? Seré licenciada, como Marcos. Seré maestra. Seré yo misma. ¿Ves?, antes no sabía lo que quería porque no sabía quién era. Ahora sé lo que busco, me estoy descubriendo, investigaré quién soy y entonces, estoy segura, ayudaré también a Marcos a descubrirse a sí mismo; porque mi nuevo espejo le dará, quizá, una nueva perspectiva.
            Ana sonrió. Estaba sola. En algún momento tendría que buscar a la niña en el colegio, pero aún no era la hora; quería disfrutar del momento que estaba viviendo, quería empezar a descubrirse, quería explorar y que aquella exploración sin final fuera su vida. Aquel estimulante subidón de adrenalina. Su realidad corporal, supurando a Miguel Delibes, la había regado de endorfinas. Quería encontrarse y por fin estaba llamando a su puerta. Como Beethoven. El destino, con sus cuatro aldabonazos, llamaba a su puerta y era la llamada de la libertad. En el horizonte de su ser se desdibujaba ya la figura de Lola Herrera y quería retenerla con la mano. Quería decirle cuánto le estaba agradecida. Porque en el cruce de caminos dispares, perdidos en la selva y atrapados por el follaje, cada cual había cortado sus brezos, sus matas, sus arbustos, sus espinas; y detrás, como una exhalación de su cordura, estaba la liberación de sus ataduras; las que ellas mismas habían cultivado durante tanto tiempo.




viernes, 3 de noviembre de 2017

REFLEXIONES A VUELAPLUMA SOBRE LA REPÚBLICA CATALANA




REFLEXIONES A VUELAPLUMA
SOBRE LA REPÚBLICA CATALANA
  

            Un contrato es un conjunto de obligaciones libremente aceptadas por quienes lo firman. Firmar es comprometerse. Una promesa es un compromiso, nadie nos obliga cuando prometemos algo, nadie más que uno mismo. En un contrato de arrendamiento los firmantes se comprometen a ocupar una casa a cambio de dinero. Un préstamo es un compromiso mutuo de dar dinero a cambio de devolverlo con interés en un plazo fijado. El matrimonio es un contrato en el que los esposos se obligan a respetarse y ayudarse, en principio porque se quieren, pero aunque no se quieran sigue siendo ésa su obligación. Un contrato de compraventa es un compromiso de dar algo a cambio de dinero. 

            Los contratos se pueden romper: el arrendamiento cesa cuando el inquilino quiere irse, el préstamo se acaba cuando se salda, el divorcio pone punto y final al matrimonio, el contrato de trabajo concluye en renuncia o en despido, y la compraventa termina cuando hemos pagado o cuando hemos devuelto lo que hemos comprado.
            Pero no se pueden romper unilateralmente los contratos: hace falta consenso entre los contratantes. El contrato de arrendamiento estipula, de común acuerdo, las condiciones de ruptura: normalmente suele ser que el inquilino avise al dueño, o el dueño al inquilino, al menos con uno o dos meses de antelación; y la fianza se usará, de común acuerdo, para reparar los desperfectos que haya sufrido la casa; en caso contrario se devuelve. Un inquilino no puede decir, de la noche a la mañana, que se va; eso sería deslealtad, falta de respeto.
            Para interrumpir el préstamo hace falta, o bien saldar la deuda hasta el último mes del plazo, o bien devolver, con intereses, lo que ha sido prestado. Nadie puede romper el contrato antes de que venza el plazo y marcharse (porque ya no le gusta) sin pagar lo que debe; su obligación es pagar la deuda.
            El divorcio puede interrumpir el matrimonio, sí, pero de común acuerdo entre los esposos. Uno de ellos no puede marcharse de repente, sin avisar ni dar explicaciones, sólo porque ya se ha cansado de vivir con el otro; hace falta decir las cosas, hablar, buscar una solución (y, si no es posible, separarse): pero no sin llegar a un consenso sobre el reparto de bienes y, si llega el caso, sobre el cuidado de los hijos; no es lo mismo divorciarse que abandonar el hogar.
            Un contrato de trabajo se rompe también de común acuerdo. Si el trabajador ha encontrado un trabajo mejor, debe decírselo al patrono en las condiciones libremente establecidas entre ellos en el contrato; si es el patrono quien ya no necesita al empleado le debe avisar con tiempo e indemnizarlo: lo contrario sería un despido improcedente o, en el otro caso, un abandono de trabajo; denunciable y punible.
            En fin, la compraventa de un bien o de un servicio concluye en los términos similares al préstamo: no se puede dar por concluido antes de terminar de pagar lo que se ha comprado; sería muy fácil romper el contrato antes de saldar la deuda y marcharse como si nada.
            Irse de una casa no es abandonarla sin avisar; cancelar un préstamo no es irse sin pagar; divorciarse no es abandonar al cónyuge; cambiar de trabajo no es abandonarlo como un ladrón; y cancelar una compra no es tampoco quedarse con lo que hemos comprado sin terminar de pagarlo. Los contratos deben romperse sin faltar a los compromisos. Sin lesionar los derechos de las personas que los han firmado.


            Cataluña ha firmado un contrato con el resto de los españoles. Ese contrato es la constitución. Libremente se comprometió con ella, votándola en un referéndum. Ha adquirido un compromiso con el resto de los españoles y lo debe cumplir. Cuando se canse de pertenecer a España puede romper el contrato, puede divorciarse, pero en los términos en los que ella misma se comprometió, y saldando su deuda. ¿Cuáles son esos términos? Que para cambiar la constitución, es decir el contrato, y redactar otra sin los catalanes, hace falta que lo pidan las tres quintas partes de los españoles; de todos los españoles, no sólo de los catalanes; porque ese contrato constitucional, que vale como contrato social, no lo firmó sólo una parte, lo firmaron todos; por lo tanto esa parte no se puede ir si no están de acuerdo los demás. Y luego hay que hacer el reparto. Una secesión unilateral de Cataluña sería desobediencia a la ley (la misma ley que firmaron los mismos catalanes); y utilizar las instituciones catalanas para desobedecer al gobierno de Madrid sería deslealtad, y por lo tanto traición; sería como si el esposo rompiera su matrimonio metiéndole miedo a la esposa para obligarla a firmar; o como si le leyera el acta matrimonial interpretándola a su antojo para engañar a la esposa, y lograr confundirla utilizando la ley según le convenga; haciendo que, lejos de protegerlos a los dos, la ley lo proteja a él solo. Eso es lo que está haciendo el desafío catalán: utilizar las leyes, no para el beneficio común, sino para que beneficien sólo a una parte; la parte que se quiere marchar; abandonando el hogar en el que tiene a su familia; y odiando a las personas a las que quería hace cuarenta años.
            Un rey francés se endeudó con un banquero para financiar sus guerras. Al volver a casa no tenía dinero para pagar esas deudas: entonces acusó al banquero de alta traición, lo mandó ejecutar y se quedó con su dinero. ¿No será que en Cataluña algunos han contraído deudas que no quieren pagar? ¿O que han robado mucho y no quieren rendir cuentas? La mejor forma de no someterse al veredicto de los jueces españoles es separarse de España; así, como el rey francés, se marcha sin pagar; sin matar a su acreedor, eso sí, porque de momento no puede; y azuza a los ciudadanos de a pie haciéndoles creer que los intereses de los ladrones son los de toda Cataluña. Quizá hay entre quienes mandan muchos Pujol-Ferrusola. Y la gente de a pie, cayendo en el engaño, combate por los opresores de casa creyendo que luchan contra los opresores de fuera. Juegan muy bien el papel de chivos expiatorios, quieren ser carne de cañón y desean ser miembros del rebaño: para salvar a los carneros. Cataluña convertida en una gran mentira, el parlament transformado en un circo, la política en una farsa; y, como toda ceremonia religiosa, necesita un ídolo al que adorar: el fantasma de la elecciones; las suyas, las que ellos quieren imponer a los demás; porque si las proponen otros, ya se sabe, si peligra su mayoría, no son más que opresión del imperialismo ibérico, de los malvados charnegos, de la canalla castellana.


2.
         Quieren elecciones ilegales y se quejan de que se las prohíban. Les proponen elecciones legales y las rechazan. El derecho a votar es, para algunos catalanes, derecho a que todo el mundo haga lo que ellos mandan; porque los temas de los que hay que hablar están sobre la mesa cuando ellos dicen, no cuando lo dicen los otros. Quieren ir al senado pero tiene que ser el miércoles; les dicen que el jueves o el viernes, pero eso ya no vale; en Madrid, decididamente, les ponen las cosas imposibles; con España no se puede hablar; no les dejan otra opción que la independencia. Cuánto odio, cuánta pasión por arrinconar a España, cuánto deseo de hacerle daño, cuánta ira, cuánta ignorancia, cuánta ceguera, cuánta ilusión por adorar a los fantasmas. ¡Pobre Cataluña! ¿Sentirse oprimidos cuando habéis vivido con nosotros los mejores años de nuestra historia? Pobres enjambres de avispas, aburridas de vivir en paz y con ganas de crear violencia, de levantar barricadas, pobre Cataluña, ¿adónde queréis llevar a España?
3.
         España no les deja votar. Han llenado las paredes y los periódicos de grandes carteles que decían: “queremos votar”. Han llenado las fotos de heridos sacados de Chile y de Ucrania, pero tienen que ser catalanes; no eran de España, pero los pies de foto decían que eran de España. Han llenado los hospitales de heridos que no había en las calles. Han convertido en heridos a los pacientes de las consultas de urgencias, sólo porque han ido a consulta el día de las cargas policiales. Las unidades se han convertido en centenas, han cambiado las matemáticas. Han sacado por televisión los dedos vendados que le rompieron uno a uno a una mujer, los despiadados policías, sin darse cuenta de que en otra grabación la misma mujer había denunciado que le habían roto los dedos… de la otra mano; y en otra, además, se vio que en la carga policial era sacada a rastras, sin que nadie le quebrara nada. ¡Tenemos presos políticos! No, hay políticos que están presos, que a Hitler no lo persiguieron por político, sino por asesino, ni a Noriega lo apresaron por presidente, sino por narcotraficante; ni tampoco juzgaron a Luis Roldán por ser un alto cargo, sino por ladrón. Cataluña se ha convertido en una gran mentira. Ofensiva. Deliberada. El himno catalán ha sido la canción de vamos a contar mentiras. La policía persiguiendo a la población, y lo que muestran las fotos es a la población agrediendo a la policía. La policía acosando a la gente, y es la gente la que acosa a los policías en los hoteles donde duermen, en los barcos donde se alojan, gritando para no dejarles dormir, arrinconándolos para no dejarles salir, prisioneros en sus casas, sin usar la fuerza para defenderse de ese mundo al revés donde los perseguidores son los perseguidos: porque, ya se sabe, España es mala. Y mientras tanto, las paredes llenas de letreros que denuncian la crueldad de los policías; las torturas, dicen. El yugo del imperialismo. La opresión de España. ¡Que se entere el mundo de la tiranía extrema en la que viven los catalanes! Eso sí, en inglés. En el parlamento hablan catalán, para que no los entiendan. El español ni lo usan, aunque lo conozcan. Porque con los españoles ellos no quieren hablar nada.
4.
         He visto una fotografía en los periódicos. Unos jóvenes envueltos en esteladas. Llenos de pancartas con la palabra “independencia”. Con la boca tapada por dos trozos de papel celo (de color, por favor, para que se vea): dos trozos cruzados sobre los labios. No tienen libertad de expresión. Los oprime España.
         Con la estelada expresan su deseo de una república catalana. Con las pancartas expresan su deseo de independencia. Con los labios tapados expresan que no pueden expresarse. Es una manifestación autorizada. No hay coches en la calle (para que puedan manifestarse libremente; para que expresen sus ideas, sus opiniones). No hay policías que les impidan hablar. Pero tienen la boca tapada porque el gobierno de Madrid les ha quitado el derecho a la palabra. Todo es cuestión de interpretación, ya se sabe. Todo el mundo puede decir libremente que no tiene libertad para decir nada.