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viernes, 24 de diciembre de 2021

NAVIDAD

 

 

 

NAVIDAD    

 


            Es el solsticio de invierno. Según donde estemos, puede ser donde el sol se hunde o donde se eleva a su máximo esplendor. Se hunde en el Mediterráneo, donde Proserpina fue condenada a bajar a los infiernos seis meses al año; cuando esto sucede la naturaleza se agosta, la vegetación se seca, se caen las hojas, y las flores, hechas fruto, hace tiempo que se marchitaron en el estómago de los animales. Y se eleva junto al Pacífico, donde el Sol es nuestro dios y nosotros somos los hijos del Sol; allí, en el Cuzco, la naturaleza vive al revés; y hace calor cuando nieva en el Mediterráneo y los indios, vestidos de colores, suben a Sacsahuamán al son de las quenas y celebran la fuerza de la vida encarnada en el sol.

            La navidad es ante todo natividad: nacimiento; cuando muere la naturaleza nace el espíritu, libre de oropeles, en el cuerpo del más inocente y desvalido de los niños. Pareciera que cuando la naturaleza pierde fuerza se desnuda por fuera, mientras que por dentro vuelve a crecer. Ese niño, metáfora del espíritu, sólo podía ser inocente, vulnerable, desprotegido, pobre; tan débil por fuera como fuerte en su interior. Por eso le temen los poderosos. Asustados, como Herodes, por su fuerza, mandan matarlo pero Jesús ha nacido en Belén; en un pesebre donde no hay más lujo que la paja, donde sólo nacen los animales sin oropeles, donde se manifiesta la naturaleza en estado puro, en toda su desnudez. Y como Herodes no lo encuentra, manda matar a todos los niños en la seguridad de que, entre ellos, estará el niño cuya fuerza siente como una amenaza. La navidad también es la matanza de los inocentes porque hay quien se ofende si uno comete el pecado de mostrarse desnudo, de mostrarse como es. 



            Y es la huida a Egipto. Dejar tu casa para huir de la muerte, para abandonar los lugares que han sido hollados por las masacres, buscando refugio en un país desconocido donde a veces no hay una casa donde puedas, no digo ya crecer como persona, sino simplemente dormir y comer. Hay muchos refugiados en el mundo. Y Jesús es el patrón de los refugiados, de los perseguidos, de los desamparados, de los hambrientos, de los desvalidos, de aquellos cuya casa estaba en medio de una guerra y tú has tenido que quitarte de en medio para que no te cayeran los proyectiles de ninguno de los dos bandos. En esos casos huir no es propio de cobardes. La huida es la única arma que tienen quienes velan por su familia y no quieren matar y morir; sobre todo porque están en poder de las armas y los únicos desarmados son los inocentes y los pacíficos.

            La navidad es, en fin, un árbol: símbolo de la naturaleza en las tierras de Europa central. Nosotros lo vestimos con regalos, con guirnaldas, con luces, con papeles de colores, y en la copa de ese árbol brilla, oh dios, la estrella de navidad. Vestimos a un árbol para celebrar al niño que representa a la vida en toda su desnudez. Y panderetas y zambombas, cantamos villancicos, pedimos el aguinaldo, celebramos la familia unida y comemos el turrón; como aquella otra familia que se fue a Egipto para escapar de la masacre de los inocentes; que en la adversidad crecen el abrazo y el cariño, los arranques tiernos que sólo se pueden saciar apretando al otro entre tus brazos, apretándolo bien fuerte, y el sentimiento se dispara en un corazón transido que ha volado por un instante para luego volver; en ese instante ha sentido la pérdida de la razón y es ese arranque indescriptible que sólo se puede sentir por unos padres, por unos hermanos, por el amor de los esposos, por un niño como aquel ser vulnerable, tan lleno de fuerza, que dicen que un día nació en Belén.

 


sábado, 16 de enero de 2016

El labrador y la serpiente




EL LABRADOR Y LA SERPIENTE

 

            Un labrador cogió una serpiente aterida un día. La metió en su pecho para darle calor hasta que volvió a la vida, y entonces la serpiente le mordió; la ingrata acabó matando al que la salvó del frío.

El judío errante.
            Hay largas masas de refugiados. Gentes sin casa, sin paz, sin lugar donde dormir, hombres, mujeres y niños, jóvenes y viejos recorriendo Europa en busca de un hogar; no buscan siquiera un mundo mejor, tan sólo buscan un mundo; donde nadie  muera y se pueda respirar y encontrar refugio: un mundo donde vivir.
            Hay niños que duermen a la intemperie. Niños que pasan frío y sed, hambre; niños que mueren sin sus padres y que lamen las olas de la playa, lejos de las barcas que los vieron venir; y dejaron su casa porque huían de las bombas, dejaron su país, cuando estar en un mundo mejor era simplemente estar vivos.
            Dinamarca quiere quitarles el dinero: el que llevan encima; sus ahorros para encarar la nueva vida: aparecen Estados piratas, Hungría los patea con cámaras de periodistas, las fronteras se llenan de alambradas, las estaciones se vacían de trenes, y, en el destierro, esperan un barco que posiblemente no llegue nunca.
            Y no es que haya que abrir las casas para meter a más gente de la que cabría; es lógico que Europa esté asustada, el fantasma que la recorre tiene el corazón partido; y no será solución acoger a todos, pero nada ganaremos robándole el dinero al que lo necesita. Europa nació libre y solidaria, equitativa: si perdemos solidaridad, ya no será Europa; será como el capitán Acab, que se volvió monstruoso cuando combatía al monstruo en su delirio.
            Ya no nos acordamos de cuando errábamos por el mundo. España se desparramó por Europa llenándola de emigrantes, se desparramó por América; Polonia se desplomó en los campos de concentración, y hasta los judíos, que sufrieron exterminio, ya no se acuerdan de ello cuando exterminan a los demás; que quitarles la tierra a los otros no es el mejor camino para volver a Sefarad.

 

El capitán Acab.
            Hay entre los refugiados hijos de Satanás haciendo infiernos en el mundo; cuando encuentran un país de acogida se vuelven contra él, y matan a sus vecinos: como la serpiente que mordió al labrador cuando tenía frío.
            En el mundo han anidado las fuerzas del mal. Las águilas terribles. Hoy se disfrazan de religión, mañana se vestirán de patriotismo. Viven de la muerte, están despertando al ser violento que espera dormido en el fondo de nosotros, el monstruo que no debe despertar nunca. Lo dijo el poeta cuando el monstruo había sido vencido: “todavía es fecundo el vientre de la bestia inmunda”.
            Gentes que viven de la muerte porque no les importa morir: para matar. Se alimentan de muerte como un narcótico que enciende su locura. El leviatán vencerá cuando el hombre al que hizo daño se vuelva diabólico también, no cuando nos mate aunque pueda; sino cuando consiga que dejemos de ser lo que fuimos; cuando lo queramos matar a él, que es lo que quiere: y Europa dejará de ser Europa, la solidaridad se volverá venganza, estaremos sedientos de sangre como el loco que nos atacó: y al hacerlo nos inyectó su veneno y consiguió que nos alimentáramos de la muerte; se habrá vuelto monstruoso matando al monstruo como le pasó al capitán, cuando se heló su sangre y mató a los suyos; perderemos nuestro ser para conservar la vida.

 

El buen samaritano.
            Samaria no se llevaba bien con Galilea. Eran, por así decirlo, enemigas: rencillas de los pueblos, que juegan a pegarse cuando están cerca como si no supieran ser vecinos; Palazuelos y Tabanera, San Rafael y El Espinar, España y Cataluña.
            Un hombre de Galilea fue socorrido por otro de Samaria. Sin guardarle rencor, sin preguntar de dónde era, sin esperar nada a cambio. Nada tenían el uno contra el otro salvo la barrera de sus orígenes, porque no se conocían. Pero mucha gente vive las fobias de sus ancestros como si fueran suyas; capuletos que odian a los montescos porque sus antepasados los odiaron; franceses con ingleses, indios con europeos, chinos con japoneses, suecos y noruegos, turcos y griegos, cartagineses y romanos. Y atacaron a Romeo y a Julieta; a los que amaban a sus enemigos; atacaron a Jean Jaurès, al buen samaritano. Amar a los amigos lo hace cualquiera, pero el amor verdadero, el grande, es el que se entrega a quien nos quiere hacer daño como si no fuéramos vecinos; al que se empeña en hacernos enemigos siempre. Se puede matar el huevo de la serpiente, sí, pero también se puede salvar a la serpiente; para que no piense ya en matar, y ser, por entonces, buenos vecinos.
            Hay un mundo nuevo entre el Mediterráneo y el polo, entre los Urales y el Atlántico, y ese mundo es Europa; espíritu de solidaridad, de buen samaritano: Europa creció acogiendo pueblos, reuniendo culturas, lanzando palabras: hoy quiere desconfiar de los que huyen, matar a quien la mata, y no es que los que vienen sean todos buenos, pero como decía el mismo dios: por uno solo que sea justo salvaré a todo el mundo. Europa es una idea que nació en el corazón del tiempo, cristalizando en un lugar: la idea de amor, la de bondad, la de pasión y tolerancia, la de entender a quien no piensa, y a quien no piensa igual que ella, y escuchar antes de hablar y nunca hablar a tiros: con palabras; con palabras pelearemos, con sentido. Ser Europa es acoger a todo el mundo, a todas las culturas y los cultos, resolver las diferencias sin que el desacuerdo sea la muerte: en Europa cabe el islam, cabe el cristianismo, el judaísmo y los ateos, en Europa caben todos. Vivir en paz con los que están en guerra, como el buen samaritano, enseñar a ser vecinos.
            Pero puede reventar si hay más gente de la que cabe. El problema de Europa no es que venga el islam, sino que deje de ser la misma. Una Europa que odia es el suicidio mismo de Europa: es el fin del ideal que con tanto esfuerzo construimos.

Coda.
            Desde luego que es perverso secar el manantial. Pero más perverso es envenenar el agua y matar la sed y pasar a matar a quien bebía.