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viernes, 17 de diciembre de 2021

LA VENTANA DE CRISTAL

 

LA VENTANA DE CRISTAL

13. LOS MISERABLES.    

 


            Hoy me ha pedido dinero un hombre en la calle. Por reflejo le he dicho que no, acostumbrado a ver a tanto sinvergüenza vivir del cuento. Luego lo he visto otra vez. En sus ojos había una soledad terrible, algo se ha movido dentro de mí, y el corazón me ha dado un vuelco. He buscado unas monedas en el bolsillo y no las tenía. Le he mirado de frente y me he preguntado si tendría dónde comer esta noche y dónde dormiría; en esta noche de invierno. Que me apena que a los pobres los confundan con los pícaros traviesos, gamberros y frescos.

            Ayer vi a tres mujeres vestidas como en la España de hace tiempo. Que dónde estaba ese comercio. Se lo he explicado con gestos y ellas se han ido a buscarlo, riendo en pleno jolgorio. Entonces he comprendido: eran trabajadoras de las mafias; iban a pedir limosna; así se ganan el sueldo; el que les dejan los jefes que las explotan.

            Luego he ido a la estación y me he encontrado a Óscar. Tiene cincuenta años y hace algunos que lo echaron de su casa; no le dejan visitar a sus padres; porque un día les pegó una paliza y mandó a su padre al hospital; por violento; porque la droga le ha comido el cerebro y hoy se ha convertido en un desecho humano. Hace tiempo que duerme en la calle. En verano y en invierno. Hace frío, hoy es un día de invierno. Óscar estaba contento. “Ayer un negro me llevó a su casa”, me ha dicho, “y me ha dejado dormir allí, ¡figúrate, en una cama!” Mi corazón se ha hundido dentro de mi pecho. ¿Desde cuándo no duerme en una cama este hombre? Ésta es la pobre gente que no está pobre en el bolsillo, sino en el cerebro. Pero el hombre que vi en la calle no estaba mal del cerebro, pasaba hambre. Ésta es la gente de Víctor Hugo. Los que viven olvidados, los que tienen hambre, los que no pueden pensar, los que no tienen futuro, la sal de la tierra. Los miserables. Que a veces te suele dar más quien tiene el bolsillo menos lleno.

 


viernes, 14 de mayo de 2021

CANTO DE SIRENAS

 


CANTO DE SIRENAS

 


1.

 

            Las sirenas encantan a los hombres. A los hombres que las buscan[1]. Quien oye su voz ya no vuelve a ver más a su familia. En su canto se deforman las imágenes, se trastoca el entendimiento, se adormecen los sentidos, son imanes que rompen voluntades, despiertan deseos y multiplican goces. Las sirenas cantan en una isla. Están sentadas en una alegre pradera, rodeadas de los huesos de cuantos sucumbieron al deseo de oírlas, ahogados en sus propios excesos; y ahora son huesos putrefactos porque su piel se ha consumido. Natalia, si sucumbe a sus cantos, perderá lo más hermoso que tiene: el hogar (único sitio donde la felicidad es libre); sólo en el hogar puede la libertad ser feliz. Los cantos de sirena son placeres que se agotan agotando. La felicidad es placer, pero ni te agota, ni se agota.

            Ulises quiso escuchar los cantos de sirena; pero lo tuvieron que atar al mástil. El mástil del barco, sujeto con recios cordajes, le dejó oír a las sirenas sin que lo arrastraran. Los amigos de Ulises se taparon los oídos y se salvaron, pero no pudieron oír la belleza de sus cantos. Dos remedios hay para no perderse. Dos remedios, Natalia: escuchar atado, o desatarse y no escuchar. Durísimo, el sufrimiento que vuela a la isla de las sirenas, impulsado por su encanto: no puedes volar; atrapado por las cadenas ¿serás capaz, Natalia, de resistir lo irresistible? ¿Podrás sentir la belleza perversa, te dejarás envolver por ella? ¿Te deleitarán sus maravillas sin congelarte el cuerpo? ¿Serás apenas sentido paralítico? ¿Acaso será tu vida un sentir como el del vuelo sin motor?

 


2.

 

            Gloria, meses después, supo la noticia. Lo supo oyendo hablar a los amigos de Natalia. Lo supo siguiéndole el rastro al padre de su hijo. Lo supo, además, por el periódico: una escueta esquela con un nombre, una fecha, un entierro. Pensó en los campos de amapolas luciendo sobre un mar de espigas centenares de manchas carmesí. Y en los vencejos que volaban por la casa. Pensó en la primavera que escapaba como una exhalación, como se escapa la vida. En las señales del verano (los grillos, las avispas, los murciélagos, los nidos, las golondrinas). Pensó en tantas cosas hermosas que nos quedan por disfrutar… pero el joven no las disfrutaría ya. La droga fue para él un canto de sirena; y murió de sobredosis. Buscó el placer y no supo encontrarlo, porque tenía el entendimiento oscuro y el corazón roto. Entonces lo buscó en la droga. La droga lo atraía con su canto desde los jardines de su isla; le ofrecía mil éxtasis sin cuento que lo transportaban a regiones ignotas… pero, como las sirenas, la droga te dejaba en los huesos. Te consume porque obliga a tu cuerpo a  vivir un año en un instante; a gastar las energías de tu vida en un momento. Y cuando las has gastado, no cabe un gramo de aire en la vida y tu vida se extingue: joven que has vivido de prisa y ya te has vuelto viejo.

            El amigo de Natalia murió de no saber gozar, porque el corazón roto le había comido el pensamiento.

 


3.

 

            Las sirenas matan, Calipso degrada, Circe destruye.

            Las sirenas te atraen para matarte. Calipso te atrapa para degradarte: te ofrece lo mejor que tiene y te obliga a quererla: porque te ama.

            Circe te atrae para destruirte, te quita la memoria con drogas y te corrompe con su varita.            

            Si Calipso es una prisión dorada, Circe es la cárcel terrible. Y hay tres tipos de droga: la que mata, la que degrada y la que destruye. Vivir la vida de otro es degradarte del ser; vivir sin vida propia es degradarse el existir.

            Calipso es la degradación, Circe la destrucción y las sirenas la muerte.

 


 



[1] Homero, La Odisea, p. 154.