viernes, 27 de noviembre de 2015

La conciencia, la policía y el diablillo



LA CONCIENCIA, LA POLICÍA Y EL DIABLILLO


            -El doctor Jekyll había caído bajo el dominio de Mister Hyde. Jekyll era (cito textualmente) más interesado que un padre; Hyde, más indiferente que un hijo. Jekyll era respetable porque se preocupaba; Hyde, como huía de las preocupaciones, era un desecho. Recordad que en la mente de Robert Louis Stevenson ser bueno significaba tener cargas, obedecer; y ser malo era desentenderse de las obligaciones, no ser obediente, comportarse como un rebelde.
            -¿La rebeldía es mala? –dijo Darío.
            -En el concepto de Stevenson, sí. Esa manera de pensar era propia del siglo XIX; de modo que el autor, al pensar así, hablaba como la mayoría de la gente en Inglaterra. El ser humano apenas tiene valor en sí  mismo; se vuelve valioso cuando obedece, y rebelarse es malo: como se rebeló Satanás cuando fue arrojado a los infiernos.
            -¿Contra quién se rebeló?
            -Contra dios; a él le debía obediencia, porque él lo creó.
            -Entonces –intervino Cristal-, si los hijos han sido traídos al mundo por sus padres, deben obedecerles.
            -Así es. En el cristianismo el cuarto mandamiento exige honrar a padre y madre.
            -Pero –prosiguió ella- si el ser obediente te hace respetable, no hay ninguna diferencia entre el bien y el éxito social.
            -Tú lo has dicho. Buenas son las personas que obedecen las normas sociales.
            -Pero hay una diferencia entre obedecer a la sociedad y obedecer a dios. La sociedad se supone que puede equivocarse; dios no debería.
            -Así es. Pero, si en la Biblia dios nos hizo a su imagen y semejanza, en esta forma de ver es la sociedad la que está hecha a imagen de dios. Obedecer a la sociedad es como obedecer a dios. Por eso, en esta concepción del mundo, la libertad interior es una fuerza que debe ser frenada por el deber, por la obligación. Pero fijaos bien: el deber no nos aparece aquí como un compromiso libremente asumido, sino como algo que se nos impone desde fuera; la autoridad es una fuerza que somete nuestras inclinaciones. Aquí –Juan levantó un poco la voz, como impulsada de repente por un resorte- se confunde la libertad con las inclinaciones naturales; parece que ser libre es dejarse llevar por los deseos, como si la razón no estuviese al servicio de la libertad, sino de las obligaciones; la ley, en lugar de ser un producto de la naturaleza, es un producto de la sociedad para ahogar a la naturaleza. Hay una desconfianza profunda en los instintos. La razón no está al servicio de la naturaleza, pero tampoco de la sociedad; ni los impulsos sin freno ni el freno al impulso son naturales; la razón es como un ajedrez que se mueve en el tablero; debe moverse respetando las reglas, pero no puede cambiarlas. Los límites de la razón son los instintos y las leyes, y los primeros deben ser reprimidos por los segundos; si aceptamos eso, la inteligencia puede ser libre, pero su libertad debe estar contenida dentro de esos límites. Los científicos, los médicos (como el doctor Lanion) se atenían a la materialidad de los hechos, pero los experimentos de Jekyll iban mucho más allá: por eso se habían saltado los límites de lo que se consideraba sensato, y se habían rebelado contra la sociedad; y contra dios; Jekyll era, de alguna manera, Lucifer.
            Hubo un silencio profundo. Con un murmullo de fondo que procedía de los instintos rebeldes de Marta, Aurelio, Olga, Maia, incapaces de contenerse: propensos a desobedecer. Ellos tenían una suerte de impaciencia natural que los incapacitaba para concentrarse (y, por lo tanto, para guardar silencio). Juan lo sabía. Su papel de profesor consistía en domar esos instintos, pero no para someterlos a la ley, sino a la razón; la naturaleza debía ser razonable porque la razón también era un impulso de la naturaleza. Si las leyes no lo tenían en cuenta, es que no eran razonables; y entonces no merecían obediencia, que era lo mismo que perder autoridad. Eso, los chicos no lo sabían; pero lo sentían en el fondo de su ser; el maestro sólo tenía que convertir su sentimiento en saber.
            -Voy a proseguir con una cita de Stevenson -prosiguió Juan Luis-. Jekyll dice en cierta ocasión que había empezado a “sospechar de él; digo de él porque en rigor no puedo decir yo”. Él era Mister Hyde: eso que latía en el fondo de su ser, de su vida y de su corazón; y cuando actuaba Hyde era como si Jekyll no fuera responsable de sus actos. 


            Juan miró al fondo y pidió silencio a los revoltosos.
            -Eh, vosotros, ¿habéis oído hablar de Freud?
            Se encogieron de hombros. Sólo Maia se erigió en su portavoz.
            -No.
            -Freud fue un psicólogo austriaco que vivió en el primer tercio de siglo. Mira, Maia, ¿no te ha ocurrido nunca que hayas dicho cosas que no pensabas? ¿Y que no querías hacer?
            Maia vaciló un momento, encogiéndose de hombros nuevamente.
            -No sé… ¿Qué quieres decir?
            -Por ejemplo, que cuando quieres decir que vas a estudiar se te haya escapado a veces: “voy a jugar”.
            -Sí, a veces me lío entre el estudio y el deporte.
            -Pues eso: hay un diablillo dentro de ti, una especie de monigote, que dice “jugar” en vez de “estudiar”. Y cuando te pasan esas cosas tus amigos te dicen: “¿qué has dicho?” Y tú les respondes: “que voy a estudiar”. Y ellos te replican: “nosotros hemos oído: jugar”. Y tú respondes: “yo no he dicho eso”. Y ellos insisten: “pues lo has dicho”. ¿Ves, Maia? A veces queremos decir una cosa y en su lugar decimos otra; sin darnos cuenta. Freud dice que esas cosas no las decimos nosotros, sino que las dice eso que tenemos dentro, alguien que habla por nosotros sin que nos demos cuenta.
            Maia sonrió, reconociéndose en esa descripción.
            -Sí, es verdad. El otro día dije que la sábana era blanca cuando en realidad quería decir que la nieve era blanca.
            -¿Ves? Eso es un lapsus. Es como si hubiese dentro de nosotros dos personas: una que dice lo que queremos, y otra que dice lo que se nos escapa. A la primera Freud la llamaba el yo: la conciencia. Y a la segunda la llamaba el ello, o el eso: que es el inconsciente, el deseo (muchos de nuestros deseos suelen ser inconscientes). Pues bien, Stevenson creía que los deseos eran malos: y los llamaba Hyde. Jekyll, obediente, no hacía lo que quería, sino lo que le mandaban: la conciencia.
            Ahora Juan se detuvo para formular la pregunta clave.
            -¿Y quién da las órdenes?
            Maia contestó, rápida:
            -La sociedad.
            En lo que demostró que había estado atendiendo. Pero Juan le pidió más precisiones.
            -¿Y dónde crees que Freud situaría la sociedad?
            -No sé.
         -Dentro de nosotros. La censura. Nosotros somos nuestros propios censores, nosotros nos criticamos, nosotros nos reprimimos; unas veces mediante prohibiciones, otras mediante remordimientos. A la censura Freud la llamaba el superyo: porque estaba la teoría del trampolín.
(Continuará) 


sábado, 21 de noviembre de 2015

De la Razón a la Vida (2)










DE LA RAZÓN A LA VIDA (2)
  

  
     1. Historia.

            La historia es autoconciencia que transita en el presente por el pasado y el futuro, constituyéndose como una erótica de los tiempos.  
            En la historia esos seres embrutecidos suelen desempeñar los papeles más bajos y miserables, los menos lucrativos: pastores arrancados a la sociedad, peones, pinches, verdugos, donnadies.
            Luego están los que han tenido la suerte de desarrollar sus instintos en el caldo del pensamiento; y por lo tanto sus sentimientos se han vuelto más finos; y se ha vuelto más atinada su capacidad de decidir. Como decía Pascual Duarte, la naturaleza nos cría a unos en campos de piedras y cardos, y a otros con perfumes y arrebol.
Pero hay otro anhelo de existir que transita también por los confines del tiempo. Es la mística aquí una erótica de la eternidad.


     2. Mística.

            Mística debe entenderse como un impulso de comunión para fundirse con el mundo, no una renuncia al mundo para disfrutar de la ausencia de sensaciones (como si el goce místico pudiera ser un goce puramente intelectual).
            El impulso contemplativo de comunión es la mística. El impulso dinámico de comunión es la embriaguez; la embriaguez que se opone al ensueño (como ya Nietzsche nos advirtiera). Pero el borracho también goza de dese desprendimiento de sí mismo que le hace sentir al unísono con los sentimientos de todos los demás. Y el aficionado deportivo celebrando un gol decisivo. Y el que se funde en una manifestación, gritando al unísono con todos, lanzada su alma al vuelo independientemente de que esas ideas puedan ser criticadas por su razón. El entusiasmo no es solamente un éxtasis místico; el rapto del alma tiene hilos que parecen hacerlo indisociable del rapto corporal. La plenitud es una sensación de bienestar creciente, un sentimiento de goce subiendo hasta estallar, pero sin estallido; y es una situación envolvente en donde los sentidos se nublan, todos ellos, y se despierta un sentido holístico que se abre a la totalidad, que siente el mundo con más plenitud al tiempo que los sentidos parciales dejan de percibir los detalles; y entonces el mundo nos mece, como nubes de algodón, la naturaleza nos envuelve, poco a poco nos penetra, dejamos de sentirnos en ella porque hemos empezado a ser ella, nos fundimos en el ser cuando hemos dejado de ser, ya no somos un ser sino que hemos pasado a ser el ser del mundo y eso nos da un bienestar infinito, un placer indescriptible, una presencia que se ha construido sobre el olvido: y nos sentimos transportados por toda la naturaleza, un sentimiento panteísta y místico, sentirse arrastrado, una pasión, un arrebato, el entusiasmo adueñándose del fondo más íntimo de nuestro ser.
            ¿Es la mística un entusiasmo por existir, o por ser? Quiere la existencia, pero se desentiende de la adaptación, porque no le interesa el entorno; también se desentiende del desarrollo, porque no le interesa él mismo. Y también quiere la esencia, pero una esencia universal, que se construye sobre el olvido de mi propio ser. Estamos en el mundo de la trascendencia. La trascendencia tiene sus raíces aquí: aunque no las reconoce.


     3. Tragedia.         

Y cuando transita también por los tiempos paralelos, fijándose en los pasados que pudieron haber sido y en los futuros que habrían podido ser, la erótica del anacronismo se constituye también como tragedia.
            Existen en el mundo parcelas que dependen de nuestra voluntad; otras, por el contrario, no dependen de nosotros, ya lo dijo Epicteto; y en ellas de nada sirve la lucha, sólo cabe la resignación: pues bien, las cosas que se imponen a nosotros in que tengamos posibilidad de evitarlas nos abren a la tragedia; eso que llamamos el destino, o la fatalidad, constituyen el mundo trágico.
            Podemos distinguir dos tipos de determinismos: el genético y el ambiental.
Sólo la historia decide qué cosas son trágicas y cuáles no; y lo trágico no es siempre lo que termina en tragedia: la tragedia es un punto de partida, no un final.


Patética.

Si la historia se centra en lo posible, la tragedia y la mística, en tanto que anhelos imposibles, constituyen la patética. Historia y patética son las dos formas humanas de lucha por la existencia; a esta forma de lucha la llamaremos teletaxia: literalmente, “contacto de la distancia”. No sabemos si los animales superiores (delfines, chimpancés) tienen historia; lo que sí es seguro es que no experimentan vida patética (en el sentido que aquí le hemos dado a este término).


Televida.

            Si la teletaxia es lucha por existir, la televida es lucha por ser; se trata ahora de vivir, no de sobrevivir; de llegar a ser nosotros mismos, no solamente de adaptarnos al mundo. Nuestra naturaleza es un mundo interior lleno de promesas y debe conseguir plantarse en el mundo exterior.


     4. Juego.

            Me aburro y juego al dominó, al parchís, a las cartas: al hacerlo no lleno el tiempo de sentido, sino que me limito a pasar el tiempo; o, como vulgarmente se dice, a matarlo. Suele ocurrir que cuando termino de jugar me siento vacío; lo mismo que cuando veo una película mala.
            El artista, por el contrario, puede pasarlo mal mientras crea, puede estar concentrado, puede estar en tensión, pero cuando termina se siente pleno y realizado. La tensión creadora es alegre y agónica al mismo tiempo, disfrutamos al tiempo que sufrimos; pero es un sufrimiento vivificador, una inyección de vida.


     5. Arte.

            En el arte podemos experimentar un éxtasis casi místico; la diferencia es que el objeto contemplado en el arte no es el sujeto que lo contempla; lo que provoca entusiasmo no es la propia persona que lo siente (sea o no sea a través de dios), aunque en el objeto artístico el artista pone mucho de sí. Pero su percepción puede llegar a ser igualmente sublime.
Todos los juegos tienen estrategia (esto es, creatividad) y todos son rutinarios; pero mientras el parchís tiene un uno por ciento de creatividad y un 99 por ciento de rutina (por decir algo), el ajedrez tiene un uno por ciento de rutina y un 99 por ciento de creatividad. Todos los que juegan piensan; pero unos piensas más y otros menos.
El parchís es un juego monótono, repetitivo, no porque no sea creativo, sino porque lo es muy poco; y el ajedrez es creativo no porque no sea repetitivo, sino porque lo es muy poco.
            El arte es el placer de la esencia y el juego lo es de la existencia.
            El objeto del arte no es, pues, la belleza, sino la perfección. La belleza es un elemento prescindible. Una obra fea, pero perfecta, es artística. Claro que hay quieres consideran que lo bello es lo perfecto.
            No hay, pues, una diferencia tan marcada entre el juego y el arte. El juego es aplicación cerebral de reglas fijas, y el arte aplicación sensible de las mismas reglas; el artista piensa con la sensibilidad, o lo que es lo mismo pone el pensamiento al servicio de la sensibilidad. ¿Hay criterios para saber cuándo es arte y cuándo sólo un juego? Porque la palabra “arte” puede usarse en dos sentidos: como técnica (el arte de amar, el arte de la guerra, el arte de jugar al fútbol) y como inspiración (el arte sin complementos ni adjetivos: por ejemplo la música, el teatro, las bellas artes). No es lo mismo una rima que un ripio. No es lo mismo, recordémoslo otra vez, una obra bien hecha que una obra bien inspirada. 

                                                                        
      6. Ética.      

La unión de esencia y existencia es ética. La existencia es adaptación, y la esencia desarrollo. La historia, como hemos visto, es la aventura de adaptarse al mundo para conseguir que el mundo se adapte a nosotros, y así poder desarrollarnos, volcando en él toda la riqueza de nuestro ser; la historia es, así, la epifanía de los derechos humanos.
En tanto que lucha por el desarrollo la historia es la epifanía del juego y del arte; pero primero ha tenido que ser drama y tragedia, lucha por existir antes de llegar a ser lo que somos; en la mística hemos encontrado un ansia por encontrar la puerta del ser, que se halla en el corazón más profundo del instinto de existir, de perdurar; si existir es buscarnos un hueco en el tiempo, ser es encontrar un hueco en la eternidad; llenemos ese hueco de contenido y tendremos el arte como desarrollo de esa plenitud; y la ética, lo veremos a continuación.
            La diferencia entre la mística y el arte es que el arte es aparición y la mística intensidad; la mística es un sentimiento íntimo, profundo, agarrado en lo más intenso de mis entrañas: pero vacío; cuando el arte adquiere dimensiones místicas se vive con intensidad, una intensidad que puede llegar a ser extrema, indescriptible, sublime; hay momentos así en la sinfonía patética de Tchaikovsky.
            El arte, cuando está inspirado, ve las cosas desde fuera, pero las siente desde dentro; veámoslas también desde dentro y tendremos la ética. En la vida ética yo no sólo veo las cosas desde el sillón del espectador, sino que me meto en ellas para verlas desde allí; ese ponerme en lugar del otro es la empatía, cristalizada en las neuronas- espejo. Veo el mundo como si fuera yo, pero también lo siento como si me sintiera a mí mismo. Sufro con el gato que sufre, con el conejo a punto de ser cazado por el galgo, con mi semejante que abandona su casa por causa de la guerra, me alegro con ellos cuando ellos se alegran, mi sentimiento surge del interior de todos los seres; o más bien surge de mí, pero se refleja como en un espejo en todos los seres de la tierra como si yo fuera ellos, como si el mundo entero estuviera dentro de mí y yo sufriera por el mundo.
            El sentimiento ético es la búsqueda del bien: un instinto primario que sólo se vive en toda plenitud en el interior de los seres humanos; lo llamamos humanidad. La humanidad busca el bien de todos mientras que la animalidad sólo busca el de sus congéneres. Y como pasa en el arte, cuando la intensidad es extrema puede ser un sentimiento casi místico; a la par feliz y doloroso, aunando en el mismo punto el deleite y el sufrimiento. 
La razón, como en el arte, está al servicio del sentimiento.
Por la ética me adueño de la vida universal. La ética, como esencia conjugada en la existencia es erótica de la totalidad.
  


     7. Humor.

Es la degradación de la ética. La ética es cercanía del otro (mi prójimo). El humor, por el contrario, no es cercanía sino distancia. Hay un humor degenerado que no coexiste con la ética, sino que la suprime: es el humor despiadado de la crueldad; no todo humor ácido y corrosivo es despiadado, pero todo humor despiadado sí es corrosivo. El deleite por el sufrimiento ajeno es una violación de la ética; por eso es siempre un humor insano: patológico. En él se esconde la crueldad.
            Pintamos una bola de hierro para que parezca un balón de fútbol. Le decimos a un vecino que vamos a chutar para ver quién la tira más lejos. El vecino golpea con todas sus fuerzas retorciéndonos en ayes de dolor; entonces nosotros nos paramos retorciéndonos de risa.
            Desde el punto de vista del que chuta, se ha roto dedos, metatarsianos y empeine. Desde el punto de vista del que mira sólo hay una situación graciosa; la gracia viene de que al chutar esperaba una cosa y se ha encontrado con otra; una espera defraudada no nos hace reír; una espera equivocada sí; es cómico comprobar que la realidad no corresponde a la apariencia. Siempre que no se sufra. La ignorancia de la falsedad nos hace reír con el engaño; su conocimiento nos hace reír.
            El que descubre el engaño sufriendo descubre una vida dramática; el que lo contempla sin sufrir descubre una vida cómica; si el que sufre siente patetismo el que se ríe siente “apatía”: o sea que uno siente y otro no. El drama estriba en sentir el dolor propio y la comedia en no sentir el dolor ajeno. Basta con ponerse en lugar del que sufre para sentirlo, aunque nos sigamos riendo por inercia. La risa desaparece con la empatía. Con la misericordia. Con la piedad. O lo que es lo mismo: la risa es lo contrario de la comprensión; el humor es la negación de la ética.
            Hay otro tipo de humor que no brota de la contemplación de las desgracias ajenas. Cuando la sorpresa (el descubrimiento inesperado de que las apariencias no corresponden a la realidad) es un valor por sí mismo; o cuando descubrimos entre las cosas conexiones sorpresivas (incluyendo juegos de palabras); o cuando se exponen situaciones paradójicas (que incluyen entre sus ingredientes elementos incompatibles). Ejemplo de esto último: “”esto eran dos y se cae el de en medio”. Ejemplo de lo segundo: “esto era uno que va y se muere; moraleja: no vayas”. Se extraen de las  situaciones lógicas conclusiones disparatadas.
Cuando lo inesperado no hace sufrir a nadie produce un humor sano. Cuando no hace sufrir al espectador pero sí al protagonista produce un humor de mal gusto. Y cuando hace sufrir al protagonista no nos hace ninguna gracia.
 

     8. Ciencia.

            La ciencia es poiesis: creación. La observación de la realidad es experiencia, pero la ciencia va más allá de la experiencia. Explica los fenómenos buscando lo que ocultan. Lo mismo que el público busca el truco que esconden las apariencias cuando ve actuar al prestidigitador, así también el científico busca en la realidad lo que no se ve. Y como lo que no se muestra no puede descubrirse, habrá que inventarlo. Inventamos los átomos para explicar los misterios de la naturaleza. Y así también inventamos las células antes de descubrirlas, y los cielos, y los epiciclos, y la herencia de los caracteres adquiridos, y la selección natural, y la teoría de la relatividad.
            La ciencia es distancia máxima con respecto al mundo. Observa las cosas desde fuera, sin implicarse en ella. La admiración del científico por la belleza de su trabajo tiene mucho de arte. Pero en ciencia mandan los datos. Y si la vida científica es arte, los resultados de la ciencia son monografías donde la fantasía queda fuertemente atada por la tiranía de los datos.


     9. Técnica.

            La técnica, como la ciencia, es distancia máxima entre sujeto y objeto, pero sus reglas son prescriptivas.
            Hacen falta dos ingredientes para que se pueda hablar de arte: la  creación y la técnica (o, como hemos visto antes, la poiesis y la techné); y hay que añadir un tercero: la proximidad con el objeto creado; una proximidad que puede llegar a la identificación. No basta con crear una sinfonía en nuestra cabeza; para ser músico es necesario también saber música. Lo primero que hicieron los Beatles cuando se hicieron famosos fue aprender música, porque sin técnica no podían dar relieve a la creación.
La técnica, a diferencia de la ciencia, no busca saber cómo se mueven las cosas, sino cómo queremos que se muevan. La ciencia busca el ser del objeto.
            La técnica se ocupa de la aplicación; la ética, de la práctica. La virtud ética de la aplicación (diligencia) nada tiene que ver con la virtud técnica de la aplicación (útil);la primera se refiere a personas, y la segunda a herramientas.

Vida.

            Vivir es desarrollar nuestra esencia, es decir tomar del mundo lo que necesitamos para ser lo que somos, para existir sin desnaturalizarnos. Si tomamos del mundo lo que nos perjudica, dejamos de existir; por ejemplo si bebemos agua envenenada. Pero si tomamos lo que nos falta, mejoraremos nuestra existencia: porque realizaremos nuestra esencia.
            La esencia es su naturaleza. Cada ser desarrolla su naturaleza, por ejemplo la naturaleza de la vaca es herbívora, una vaca no puede, o no debe, comer carne. Los ganaderos han alimentado las vacas con un pienso que se ha fabricado triturando el cuerpo de otras vacas muertas; con lo que han hecho que sus vacas no solamente fueran carnívoras, sino también caníbales; la naturaleza se ha vengado creando la enfermedad de las vacas locas.
            Quien puede hacer obras de arte y se contenta con pintar cosas bonitas está desperdiciando su capacidad. Quien puede ser un buen futbolista y se contenta con pasar un rato en el fútbol, desperdiciará sus posibilidades; porque aprovecharlas significa algo más que pasar el rato.

El mundo es la emergencia cronológica de la razón. 



sábado, 14 de noviembre de 2015

Una Antropología Tripartita





UNA ANTROPOLOGÍA TRIPARTITA.


  1. Inteligencia, cordialidad y visceralidad.

            -Una estatua de barro. Una figura humana. Cabeza, corazón y vientre: sirven para decidir; sólo la cabeza sirve para conocer.
            -No –replicó Cristal-; conocemos con todo el cuerpo.
            -¿Cómo es eso?
            -Los ojos, los oídos, la nariz y la boca están en la cabeza; pero también conocemos con la piel, que está repartida por todo el cuerpo.
            -Tienes razón.
            -Lo que hace la cabeza es comprender, eso no lo puede hacer  el resto del cuerpo.
            -Conocemos y decidimos con todo el cuerpo- se atrevió Juan a aventurar- pero sólo comprendemos con la cabeza.
            Cristal lo pensó y vio que era correcto. Juan continuó.
            -Conocemos con todo el cuerpo, pero desde el cuello para abajo nuestro conocimiento es inmediato, fidedigno, directo: el tacto, el contacto con las cosas, la proximidad íntima; desde el cuello para arriba conocemos en la distancia con el oído y con los ojos; y por contacto, con el olfato y el gusto.
            -Así es –respondió Cristal.
            -Comprendemos sólo con la cabeza. En la cabeza está la capacidad de imaginar y de razonar. La razón inconsciente es intuición; y si es consciente, inteligencia. Pensar es imaginar y razonar.
            -¿Dónde está el instinto?
            -Grabado en la cabeza; pero se manifiesta por todo el cuerpo. Pero ojo: conocer es sentir, si captamos la realidad por los sentidos; intuir, si la conocemos por impulsos naturales, por instinto; y razonar, si captamos las cosas por lógica. Cuando expresamos con palabras nuestro conocimiento sensorial describimos lo que hay en la superficie de las cosas; y cuando verbalizamos nuestros conocimientos racionales e intuitivos explicamos o definimos lo que hay en la profundidad de las cosas, tanto de los abismos como de las alturas.
            -Háblanos ahora de lo que hay del cuello para abajo.
            -Empezaremos por el corazón. Es la parte entrañable de nuestro ser; cuando siente nos hunde en el ensueño, cuando actúa nos llena de valor.
            -¿Qué más?
            -El vientre: la parte visceral; cuando siente produce arrebatos, y cuando actúa nos  vuelve crueles.
            -¿Qué es la cultura?
-La cultura es la parte entrañable de nuestra inteligencia, o lo que es lo mismo: la unión de la cabeza y el corazón. Cuando la cabeza se une al vientre la generosidad se convierte en egoísmo y ya no tenemos cultura, sino culto. De la inteligencia y el saber mana el diálogo: inteligencia para comprender; saber para conocer.
-¿Y cómo nos decidimos?
-Podemos elegir con la cabeza, con el corazón o con las tripas. Las decisiones racionales son las conclusiones de nuestros razonamientos (que pueden ser descriptivas o prescriptivas). Las decisiones cordiales desencadenan acciones entrañables, y las viscerales desencadenan acciones despiadadas. Las decisiones racionales pueden ser cordiales (pues la lógica de las conclusiones suele estar de acuerdo con los impulsos del corazón); pero las decisiones viscerales es muy difícil que sean cordiales, porque los impulsos arrebatados no tienen por qué ser conformes a los impulsos del corazón.
            -La generosidad es el cimiento de la cultura; el del culto lo sería el egoísmo.
            -Sí. Si hablamos de cultura en sentido amplio, sus dos cimientos serían la generosidad y el egoísmo.
            -Hablemos ahora de las decisiones cordiales.
-Si emanan de la inteligencia, son compromisos. Pero si surgen del impulso son instintos naturales. En este caso hablamos de derechos naturales, de los derechos humanos. En el primer caso nos referíamos a la inteligencia cordial, y en el segundo, a los instintos cordiales. La intuición es una vía rápida, con frecuencia certera, para acercarse a la inteligencia; y al instinto.
-Así pues, una decisión cordial (la que tomamos con la inteligencia del corazón) puede ser un sentimiento ético (si surge del instinto cordial) o un compromiso (si procede de la inteligencia cordial); si he entendido bien.
-Lo has entendido perfectamente.
-Háblanos ahora de las decisiones viscerales.
-Son impulsos ciegos: generalmente alejados de la razón. Cuando surgen de la naturaleza hablaríamos de instintos viscerales; y si surgen de la influencia del entorno hablaríamos más bien de impulsos o reacciones viscerales.
-Has hablado hace un rato del compromiso; acláranos un poco más en qué consiste.
-Un compromiso es una obligación innata. El derecho está en la naturaleza, y es esencia; pero el compromiso surge de nuestra historia personal, de la existencia. El compromiso, que brota del corazón, es respeto; y la falta de respeto, que brota de las vísceras, es crueldad.
-Háblanos un poco de los vicios y las virtudes.
            -La virtud fundamental del corazón es, en sus distintas facetas, valor, ánimo, esfuerzo: fortaleza; el vicio cordial por excelencia es la pereza, la falta de ánimo, la necesidad de tener un amo que mire y vea por nosotros; aquí estaría la alegre pereza, un espejismo de felicidad. En cuanto a los instintos cordiales, los principales son la igualdad y la justicia; el respeto a estos principios es un compromiso con la concordia, que contiene justicia y audacia y conduce a la felicidad. 
 

-¿Y los vicios del vientre?
-Son las pasiones viscerales: la primera de todas es la crueldad. La crueldad procede del odio y de la ignorancia. Y el odio surge del miedo, que es también una forma de ignorancia. El odio, el miedo y la crueldad son todos sentimientos ignorantes, en ellos se cifra la cobardía. La crueldad se resuelve en soberbia, despotismo, dominación, que en el fondo no son más que inercia.
-Enuméranos cuántas son las formas del conocer.
-Hay un conocer a secas, que viene de los sentidos: como cuando sabemos si hace frío o calor. Luego hay un conocer con las vísceras: rapto o arrebato es ese conocimiento visceral. Habría también un conocer con el corazón: un conocimiento entrañable. Y un conocer con la razón: conocimiento lógico por excelencia.
Juan dijo esto último por decir, pero en el fondo no se lo creía; no veía bien qué podría ser el conocimiento visceral o el conocimiento entrañable; en el fondo sólo creía en el conocimiento lógico y en el sensorial.
-El alma –prosiguió Juan- es el principio del movimiento. Contiene inteligencia y afectividad. La inteligencia (la razón) puede ser consciente (inteligencia en sentido estricto) o inconsciente; la inteligencia consciente es lógica; la inconsciente puede ser intuición o impulso. Vayamos ahora con la afectividad: puede ser sensitiva o motora; la afectividad motora contiene impulsos e instintos: ambos son tendencias; y la afectividad sensitiva se escinde en sentimientos, emociones y pasiones.
-Te has equivocado –dijo Cristal-. A los impulsos los has mencionado dos veces: con la inteligencia y con la afectividad.
-Y es así: hay una continuidad entre los impulsos afectivos y los de la inteligencia. Observad que sólo la lógica ocupa la conciencia; todo lo demás (intuiciones, impulsos, instintos, emociones, pasiones y sentimientos) son el inconsciente. 
-Vayamos por partes. ¿Qué es el alma?
-El alma es vida anímica. Movimiento.
-El alma (dices) se escinde en inteligencia y afectividad: ¿en qué consiste cada una de ellas?
-La inteligencia es el movimiento de las formas; la afectividad lo es de los contenidos.
-Has dicho que la afectividad podía ser sensitiva o motora. ¿Cómo las definirías?
-La sensación es un movimiento que viene del exterior y se imprime en nosotros: propiamente sería afección, inyección de afectos. La motilidad es justo lo contrario: movimiento que procede de nuestro interior y se imprime fuera de nosotros: eyección o, si queremos, efectos. En este juego de palabras (un juego mnemotécnico) afecto se opone a efecto.
-Aquí estarían los impulsos, ¿verdad?
-Exactamente.
-Háblanos de ellos.
-El impulso racional sería la prudencia.
-Bien.
-Del corazón saldría la fortaleza. La fortaleza es un impulso del que emanan otros dos: la esperanza (emparentada con la fe) y la ambición cordial (que es deseo de llegar a ser). La fe, la confianza, es un impulso sensitivo y le corresponde un impulso motor: la fidelidad; el vicio correspondiente es la soberbia, que está emparentada con el complejo de inferioridad.
-¿Y la ambición cordial?
-Es un impulso sensitivo que mueve hacia el interés. Sus vicios propios son la avaricia y la apatía. La avaricia es una ambición visceral, como la envidia.
-O sea que hemos dejado el corazón: ahora estamos en el vientre.
-Sí. Sus impulsos principales son la avaricia y el amor. El amor es un impulso motor de un impulso sensitivo que es el erotismo. Su vicio característico es la lujuria.
-¿Y la gula?
-Es un vicio del vientre; le corresponde la virtud de la templanza.
-Veo que estás siguiendo el esquema de los siete pecados capitales. ¿Qué puedes decir de la ira?
-La ira surge de varias fuentes. De la soberbia, por supuesto, pero también de la envidia. La ira es la visceralidad de dos impulsos cordiales: uno sensitivo (la paciencia) y otro motor (la asertividad). La ira está emparentada con el rencor y con el miedo.
-La envidia ¿qué es?
-La visceralidad de la amistad. La amistad y  el amor son dos formas de empatía; el impulso sensitivo que les corresponde sería la admiración.
-¿Y la pereza?
-Es la visceralidad de la fuerza; o, más bien, de la fortaleza. Me faltaba decirte que la prudencia, emparentada con la curiosidad (y, por tanto, con la ambición) tiene tres formas de visceralidad: el donjuanismo, el faustinismo y la faustinidad.
-¿Qué es el donjuanismo?
-Vivir el presente sin pensar en la trascendencia.
-¿Y el faustinismo?
-Vivir la trascendencia a costa del presente.
-¿Y la faustinidad?
-Vivir el presente y la trascendencia a costa de violar los límites de la naturaleza. En los tres casos la vida es un atentado contra la salud.
-Ahora háblanos de la decisión.
-Podemos decidirnos de varias maneras.
-¿Cuáles son?
-La forma más rudimentaria son los impulsos viscerales. Lo encontramos en Miguel Hernández cuando dice: el hambre es la mejor escuela. Lo encontramos también en Jack London.
-¿De qué otra forma nos podemos decidir?
-A la manera de Epicuro y Aristipo: se atiene a los sentimientos más elementales (las sensaciones) y los controla mediante la lógica.
-¿Y después?
-Hay una forma más elaborada de tomar decisiones que es la voluntad en sentido aristotélico. Contiene, además de estas emociones o impulsos viscerales, los sentimientos y la lógica. El acto voluntario delibera antes de decidir.
-¿No es lo mismo el pensamiento de Aristóteles que el de Epicuro? Los dos emplean la lógica.
-Sí, pero hay una diferencia: Epicuro quiere vivir las sensaciones y le pide ayuda a la razón; pero Aristóteles quiere vivir la razón y no puede prescindir de los sentimientos: porque, como animal racional, el ser humano es racional, pero no por ello deja de ser animal; lo que quiere Aristóteles es controlar nuestra parte animal con nuestra parte pensante.
-¿Hay alguna otra forma de voluntad?
-La de Platón. Platón dice que por encima de la lógica está el espíritu, una especie de iluminación que es intuición intelectual. Pero prescinde de las sensaciones, porque le parecen degradantes a la hora de actuar.
-¿Y no hay quien junte las emociones, los sentimientos, la lógica y el espíritu?
-Sí: es el tipo más completo de voluntad. Lo encontramos en Nietzsche y María Zambrano. Nietzsche, aunque él no lo crea, no es en el fondo un filósofo irracional.
-Ya veo. Sería curioso ver cómo se comporta la gente cuando toma sus decisiones. Quién sabe si actúa con la cabeza, con el estómago o con el corazón.

 
  1. De las entrañas a las vísceras.

            Cristal corrigió las palabras de Juan.
            -Las tripas también están de acuerdo con la razón.
            -No lo creo.
            -Sí.
            -Pon un ejemplo.
            -Hay veces en que mis amigas se ponen histéricas e intratables. Se enfadan mucho, no escuchan, siempre quieren tener razón. Uno diría: “estas chicas son impertinentes, ¡que se vayan a la mierda!” Y sin embargo no se ponen así porque sean caprichosas; siempre hay una razón.
            -¿Cuál?
            -¡Que tienen la regla!
            La clase prorrumpió en carcajadas. No tanto porque fuera gracioso como porque no se lo esperaban. Juan se quedó perplejo.
            -Es cierto.
            Y le vinieron cosas a la mente y empezó a pensar en voz alta.
            -Una vez iba yo a la escuela. Era maestro en Escalona y los compañeros me recogían todos los días en la vía Roma. Pero antes me habían recogido en la avenida del padre Claret, y aquel día, no sé por qué, cambiaron de sitio. A las ocho yo estaba ya, como todos los días, en el padre Claret. Pero ellos me esperaban en vía Roma. Yo en seguida me di cuenta de mi error y salí corriendo, pero cuando quise llegar a donde estaban ellos ya se habían ido. Monté en cólera. En mi interior fue como una olla a presión a punto de estallar y yo no paraba de acusar a mis amigos. Pero cuando me tranquilicé supe, en mi fuero interno, que ellos tenían razón. Tenían que estar en la escuela a la hora justa y no podían llegar tarde por esperarme a mí.
            -¿Ves? ¿Ves? -remachó Cristal.
            Juan, sin embargo, reflexionó sobre su propia experiencia; en pocos minutos encontró la solución.
            -Tenía razones para comportarme así, pero eso no significaba que tuviera razón.
            Cristal enmudeció, dubitativa, como si la hubiera pillado a contrapelo.
            -Verás: había razones que explicaban mi enfado, y que mis reproches fueran injustos; pero mi enfado se atenuaba por momentos y en esos instantes, liberada mi cabeza de reacciones viscerales, pensaba con objetividad: dando a cada uno lo que le pertenecía; y en aquellos cortos instantes yo era justo.
            -La regla produce dolores de barriga, de cabeza, malestar y a veces hasta diarrea; y eso nos agria bastante el ánimo y nos volvemos intransigentes.
            -Intransigentes e intratables, diría yo- precisó Darío.
            -De acuerdo. En esos momentos diríase que las mujeres no son así, pero no lo pueden evitar.
            -No son como se comportan…
            -Y no quieren comportarse de esa manera, pero no pueden evitarlo. Hay razones que explican esa conducta, pero ellas no llevan razón.
            Hubo un silencio entre murmullos. Los alborotadores de siempre estaban más pendientes del reloj.
            -Pero cuando siente el corazón (y no las tripas) sus sentimientos van acompañados de razones. Yo siento cariño por este niño (uno cualquiera, ahora no vamos a dar nombres; es sólo un ejemplo; pero es que este niño se ha ganado mi simpatía con su comportamiento; luego, independientemente de mis sentimientos hacia él, tengo razón al experimentarlos, porque ese chico, con su bondad, se ha merecido mi aprecio; se lo ha ganado).
            -Pero… ¿y cuando sientes simpatía por un chico que no se la merece? ¿No te ha pasado nunca?
            Juan reflexionó antes de contestar.
            -Sí… Es cierto.
            -A veces sentimos un cariño enfermizo por las personas. Y es algo que no se sale de las vísceras, sino de las entrañas.
            -Creo que tienes razón.
            Juan parecía darse por vencido, pero pronto encontró la respuesta. Sin embargo no pudo decirla, porque sonó el timbre y los brutos salieron como energúmenos. Juan se enfadó; pero, como ya todos se habían marchado, no pudo regañarles: al día siguiente les echaría una filípica.
            Notó a su lado una presencia. Miró y vio que Cristal no se había marchado. Era el recreo. Iban a estar bastante más de los cinco minutos que había entre clase y clase y Cristal, interesada por el curso que había tomado aquella conversación, quería prolongarla.
            -Te voy a decir lo que creo –le dijo todavía bogando en la duda-. Creo (pero aún no estoy seguro) que el corazón a veces late a favor de la razón, y a veces en contra; eso es lo que distingue a los sentimientos sanos de los enfermizos. Pero nuestras reacciones viscerales siempre laten de forma irracional. Son pérdida del sentido común, pasión, desmesura. Llamaremos emociones a nuestras reacciones viscerales. Y sentimientos a nuestras reacciones íntimas. Pues bien, las emociones rompen el sentido común.
            -No siempre –protestó Cristal-. El pánico sirve para huir del peligro, y eso es racional.
            Juan ya no supo qué decir. Cogió sus papeles de la mesa, los ordenó y empezó a meterlos en la cartera. Mientras lo hacía, su mente no paraba de dar vueltas y de repente tuvo un flash; un flash revelador.
            -Eso que tenemos en las tripas es Míster Hyde.
            -¿Míster qué?
            -¿No lo conoces?
            -No.
            -Es una novela. El doctor Jekyll estaba convencido de que hay en cada uno de nosotros dos principios encontrados; algo así como el bien y el mal.
            Cristal levantó la mirada, intrigada por esta idea. Pero escéptica. Cristal, como Santo Tomás, necesitaba ver para creer.