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viernes, 19 de noviembre de 2021

EL MUNDO DE HOMERO

 

 

EL MUNDO DE HOMERO

VIRTUDES…

 


            No sirve entonces ser astuto en el valor. En el valor hay que ser prudente, como Telémaco[1]. La prudencia (valor templado en la cabeza o cabeza templada en el corazón) no la tuvo Ulises. Ulises se creyó que bastaba con tener razón para ser justo, y la razón fue mala cuando quedó sembrada entre las tripas. Mientras tanto ¿qué hacia Penélope? Esperar: discreta Penélope[2]. Penélope, belleza y juicio[3]; el buen juicio, que al de Ulises lo perdió la vehemencia, y perdió el sentimiento a fuerza de sentir tanto. Penélope, virtuosísima[4], intachable esposa. Conservó la memoria de Ulises y ella perdurará constantemente en nuestra memoria. Lo bueno, lo que vale la pena recordar; la gente buena, será recordada por los siglos de los siglos.

            En el pecho nos gobierna el ánimo; bueno o malo, el ánimo agita el sentimiento en nuestro pecho[5]; y las cosas que resultan feas para los otros pueden ser gratas para mí, por haberme dado la naturaleza esa inclinación; “que no todos hallamos deleite en las mismas acciones”[6]. A unos les gusta el campo, a otros los remos; a unos la casa, a otros la pluma: cada cual tiene sus vocaciones, cada cual tiene sus fuerzas. Pero hay quienes tienen el ánimo excitado y aturdido el entendimiento y no todo es bueno en esos gustos; puede ocurrir que el ánimo esté deformado, y tenemos mal gusto. El vino, el vino vuelve loco nuestro ánimo[7]; el vino puede perturbar el entendimiento[8].

            De entre las cosas que ocurren, unas se recuerdan en nuestro mundo, otras se recuerdan en todos los mundos. Unas se transmiten a través de nuestro pueblo; otras atraviesan el alma de todos los pueblos. Unas son el alma de mi tierra, otras son el alma de la humanidad entera: sólo estas últimas son las virtudes; los vicios yacen escondidos entre ellas en las primeras. La virtud es un esfuerzo por hacernos mejores; pero algunos prefieren más que ser buenas personas, ser buenos guerreros. No se lo podemos reprochar a Ulises: ésa fue su época, y Ulises fue un sarmiento crecido entre las uvas de su tiempo.

            Hospitalidad. Amor. Inteligencia. Astucia. Mando. Fuerza. El ideal de la paz. Tales fueron las virtudes de los tiempos de Homero; que no sabemos si fueron también las virtudes de Ulises. El tiempo es una casa donde vivimos. Podemos mirar el mundo desde nuestra casa, y entonces lo que sucede como ha sucedido siempre es razonable. Pero también podemos mirar las cosas desde fuera de nuestra casa; y desde fuera de las otras casas que se levantan fuera de la mía. Estén cerca o estén lejos; podemos contemplar el mundo desde fuera de todas las épocas y de todos los lugares; es decir, desde ninguna parte; entonces nos parecerá razonable lo que sucede siempre, aunque no sea lo que siempre sucede en nuestra casa. Vivir es estar a caballo entre dos tiempos: el nuestro y el de la eternidad; el nuestro nos da las razones donde hemos crecido; el otro nos da las razones que lo eran antes de nacer. Por eso la vida es un viaje. Vivir es vagar y vagar es estar perdido; unas veces buscamos sin rumbo, otras veces erramos sin rumbo. Y cuando salimos de casa nos sentimos perdidos. Aunque a veces sentirse perdido es la primera señal de que estamos en el camino. La vida es una cuerda perdida entre la soledad y la pereza. 



            Pues las virtudes son las virtudes del mundo que hay fuera de las casas: algunas veces las rodea; otras las penetra. Virtudes de los tiempos homéricos. La hospitalidad. “Tan mal procede con el huésped quien le incita a que se vaya cuando no quiere irse, como el que lo detiene si le cumple partir”[9]. Palabras de Menelao. Antínoo. Los pretendientes quisieron quedarse pero Ulises los estaba echando. ¿Era Ulises poco hospitalario? Hospitalarios eran los feacios. Que, cuando Ulises quiso marcharse, lo acompañaron en uno de sus barcos.

            No. La hospitalidad era una costumbre de la casa de Ulises. Pero se levanta sobre una costumbre que comparten todas las casas. Que el huésped respete a su anfitrión; que si no están esos cimientos universales no podremos construir el edificio; que las virtudes de una época se construyen sobre las que atraviesan todas las épocas, sobre las virtudes de la humanidad.

            Inteligencia: “viendo la paja conoceréis la mies”[10]; veréis en las apariencias lo que late escondido en lo profundo; la inteligencia, unas veces, sirve para convencer; otras es el cemento del engaño. Y ahí se convierte en astucia. Ulises, astuto, engañó al cíclope que los avasallaba; y salió del antro donde los daban por muertos[11]. Pero también mató a inocentes engañándolos con su astucia: niños murieron en Troya junto a los combatientes; y también murieron mujeres y ancianos: atrapados en el caballo de Ulises, pérfido, injusto, desolador, y malvado. Sin embargo el saqueo estaba bien visto. Era una costumbre de su tiempo, y Ulises, al abrir una orgía de sangre, sólo pudo ser un héroe de su tiempo. Y se perdió la ocasión de ser el héroe de todos los tiempos.

            Mandar. Esclavizar. El jefe no es el guía de su pueblo, sino el que lo alimenta para esclavizarlo. “No toleraré que permanezca ocioso quien coma de lo mío”[12]: así vive Telémaco; y en sus palabras late el espíritu de la época y el de todos los tiempos. Como habla desde su época, dice: si quieres comer, obedece; y si hablara fuera de ella diría: si quieres vivir, trabaja: ése es el espíritu de todos los tiempos. Está en la fábula de Esopo. Un labrador dijo a sus hijos en su lecho de muerte: buscad debajo de la tierra, en ella hay un tesoro; los hijos cavaron todo el campo y no lo encontraron, pero aquel año la tierra dio sus mejores frutos; la fábula enseñaba que el trabajo es un tesoro; pero el trabajo es libre, y no se condena a la esclavitud dando la libertad en precio, a cambio de comida, para que obedezcas a quien no sabe mandar.

            Fuerza. La fuerza mana de la inteligencia, nunca contra ella; de lo contrario será violencia, furia, crueldad. La verdadera fuerza no se deja atrapar por la ira (Ulises cayó prisionero de ella). Fuerza del ánimo: los bríos. Fuerza del brazo: el vigor. Así lo dice Telémaco cuando habla con su padre: pues que “dicen que tu consejo es en todas cosas el mas excelente”, nosotros seguiremos tu consejo; “y no han de faltarnos bríos en cuanto lo permitan nuestras fuerzas”[13]. Así lo decía también don Quijote: “sus fueros, sus bríos; sus premáticas, su voluntad”; no hay leyes que no procedan de la fuerza, y no hay fuerza sana si no procede de la voluntad. De la voluntad, no del capricho, ni de la ira; ni de la mediocridad. Penélope nos recuerda que somos de vida corta; y mientras al cruel lo insultan después de muerto, al intachable le dan una fama que alarga su vida después de morir[14]; y si nuestra vida se ha de acabar un día, sólo la del bueno perdurará siempre en nuestra memoria; y hasta traspasará la barrera de nuestro tiempo; y seguirá vivo más allá de nuestro mundo, en los tiempos de los tiempos. Porque no será el héroe de la guerra, sino de la paz. “Ámense los unos a los otros”[15], dice Zeus; y que se olviden todas las matanzas; pero Zeus presupone que algunas matanzas son necesarias; Ulises era necesario en la sociedad de Homero. Nosotros no lo necesitamos hoy. Ulises se convirtió en un magnífico héroe para los griegos, pero perdió la oportunidad de convertirse en el mejor héroe de todos los tiempos.

 


…Y VICIOS

 

            La inteligencia nos sirve para despertar el ánimo, para inervar la fuerza, para cimentar el amor; no para dirigir la astucia en contra de nosotros. En Ítaca los pretendientes, soberbios, pronunciaban buenas palabras “revolviendo en su espíritu cosas malas”[16]; cuando el espíritu no es el reflejo de las palabras: dos caras, una distinta de la otra; hipocresía; para maquinar contra Telémaco “la muerte y el destino”[17]: lo mismo que contra los otros hacía su padre. ¡Oh, Ulises, fecundo en ardides! Cuando tu astucia maquina contra los otros eres sabio, pero cuando te lo hacen los otros a ti son crueles: y vas a jugar siempre con un doble rasero; bueno lo que te favorece, aunque a otros perjudique; malo lo que te perjudica, aunque beneficie a todos.

            Lo contrario de la soberbia es la timidez. Pero “al que está necesitado”, dice Homero, “no le conviene ser vergonzoso”[18]; y hay quien, “obligado por la necesidad”, cantaba ante los pretendientes: como el aedo Femio[19]; el mismo que, defendiéndose ante Ulises, decía:

            -No he entrado yo en esta casa de propio impulso, ni obligado por la penuria; me han forzado a que venga[20].

            Timidez, dignidad, soberbia: la fuerza o la penuria nos arrancan la timidez, el impulso nos lleva entre la dignidad y la soberbia; la pérdida de la dignidad nos lleva a la soberbia, y la ira es el vestíbulo por donde se va; de ahí que Homero nos recomiende paciencia. Hay que contener la cólera en el corazón[21], conservar la fuerza, pero sin perder la inteligencia: la única que puede convencer al ánimo[22]; evitar que el ánimo sea cruel, “más duro que una piedra”[23].

            Ser duro es no sentir, sentir es ablandar el ánimo. La envidia. La envidia es una sensibilidad ciega para lo que no sea nuestro. Arneo. Iro. El mendigo que intentó echar a Ulises de su propia casa, sin saberlo.

            -En este umbral hay sitio para los dos –dijo Ulises- y no hay por qué envidiar las cosas del otro[24].

            Y sin embargo las envidiaba. Quería todo el sitio para sí y no compartirlo con ningún mendigo. Pensar en sí, sin importarle el mundo; pensar en hoy, sin importar mañana; aquel mendigo era verdaderamente pobre; miserable; pobre de comida, y de espacio y tiempo. “¡Rústicos necios que no pensáis más que en lo del día!”[25] Sólo os preocupa lo inmediato, lo importante os deja fríos; no tenéis ideales, ilusiones, ni futuro; sólo os importa el momento, la comida; matáis de hambre vuestro espíritu preocupados sólo de alimentar vuestro cuerpo; os habéis vendido por un plato de lentejas. 



            Ahora se han caído las máscaras, estamos presenciando el ocaso de los ídolos. Penélope era injusta, Ulises cruel. No eran nobles en la fortuna, sino en el infortunio. Ulises era colérico, Penélope despreciativa. Ulises se desnudó de sus andrajos. Tensó el arco, disparó la flecha. La flecha pasó por el ojo de las segures. Y Penélope musitaba:

            -No voy a casarme contigo. No sería razonable.

            Momentos antes se había comprometido a casarse con quien lo hiciera. Y al ver que uno de ellos no era un príncipe, al punto precisó: contigo no. Porque no importaba que fuera bueno, lo importante era que, aunque malvado, fuera hijo de un rey, un príncipe. Penélope no miraba desde lejos para ver el bosque. Miraba desde dentro y sólo veía árboles. Y si lo razonable necesariamente era lo justo, allí, ante todo, tenía que ser la tradición y la costumbre; aunque no fuera lo justo; aunque valiera más un plebeyo que un noble. En la óptica de la nobleza era Penélope un espíritu mediocre: que prefería las cosas de su tiempo, hasta tal punto su tiempo la impregnaba; y su amor por la humanidad palidecía un poco, porque nos cuesta más mirar desde la óptica de todos los tiempos; la tradición es, para el espíritu, el mundo de las preocupaciones del día; la preocupación que vale está en el mundo de la humanidad entera; de las ilusiones puras; de los ideales.

            Todo es fruto de la dedicación. Del esfuerzo. Quien es “ducho en malas obras no querrá aplicarse al trabajo, antes irá mendigando”[26] ; mendigando para su vientre; su vientre insaciable.

 


 



[1] Homero, La Odisea, p. 196.

[2] Ibídem, p. 214.

[3] Ibídem, p. 237.

[4] Ibídem, p. 308.

[5] Ibídem, p. 227.

[6] Ibídem, p. 182.

[7] Ibídem, p. 241.

[8] Ibídem, p. 246.

[9] Ibídem, p. 191.

[10] Ibídem, p. 181.

[11] Ibídem, p. 259.

[12] Ibídem, p. 243.

[13] Ibídem, p. 296.

[14] Ibídem, p. 251.

[15] Ibídem, p. 315.

[16] Ibídem, p. 217.

[17] Ibídem, p. 264.

[18] Ibídem, p. 224.

[19] Idídem, p. 288.

[20] Ibídem, p. 289.

[21] Ibídem, p. 221.

[22] Ibídem, . 298.

[23] Ibídem, p. 295.

[24] Ibídem, pp. 231-232.

[25] Ibídem, p. 271.

[26] Ibídem, p. 221.

viernes, 1 de mayo de 2020

HELA



HELA  
  

En tiempo de coronavirus mucha gente se ha acostumbrado a querer a los médicos, hombres y mujeres; a las enfermeras, mujeres y hombres; a los encargados de la limpieza, a los celadores, a quienes están en las oficinas, a quienes trabajan en los laboratorios, a todos. Todos trabajan en los hospitales Y todos, en la difícil tarea de curarnos, se exponen a quedar infectados. Ya han muerto varias mujeres que abrazaron la medicina; varios hombres; enfermeras, muchas; como si de una guerra se tratara, ellos están en primera línea; cubiertos de disfraces, máscaras, guantes, y por más aislantes que se pongan, el virus se cuela por las rendijas; por las rendijas más inverosímiles. Por eso todas las tardes, cuando llegan las ocho, la gente sale por las ventanas y comienza a aplaudir; en señal de agradecimiento; para quererlos.
Suena también la canción del Dúo Dinámico, ésa que se ha convertido en símbolo de resistencia; “Resistiré”. Son unas palmas que se oyen al principio. A esas palmas se unen otras. El aplauso se va volviendo más intenso y es un clamor que hace temblar las calles con sus golpes cantarines. Después de un buen rato, suena una sirena. Todas las tardes se oye la ambulancia y entonces los aplausos redoblan en intensidad. Antes de que el aplauso se extinga suena, a veces, el himno de la legión. El novio de la muerte. Muchas veces me he preguntado qué pinta el canto a la muerte en una explosión de vida. 


Pero los médicos tienen casas. Los hombres y mujeres que se han dedicado a la medicina. Los enfermeros y enfermeras. En sus casas, manos anónimas deslizan papeles por debajo de las puertas Y de los dependientes y cajeros que trabajan todos los días en las tiendas. “Estás infectado. Estás haciendo una buena labor, pero a tu lado todos los vecinos corren peligro. Por favor, vete de casa. No vuelvas. Hay dormitorios que pone el ayuntamiento para la gente, vete allí, duerme allí fuera, déjanos vivir tranquilos. Luego, cuando todo haya pasado, puedes volver pero ahora no, por favor, que no queremos morir por tu culpa”. Algunos papeles están subidos de tono, con el miedo convertido en desconfianza, la desconfianza en recelo, y el recelo en odio. Aquella médica que bajó al garaje se encontró escrito en su coche, con letras bien grandes, unas palabras infamantes: “rata infectada”.
Muchas veces me pregunto si quienes escriben eso son los mismos que aplauden. Creo que no. O puede que sí. La sociedad se parece a Hela, la diosa escandinava de los infiernos, que tenía la cara partida en dos mitades: en una tenía pintada la noche; en otra, el resplandor del sol; como si los mismos corazones estuvieran bañados por el bien y por el mal; o dos caras, como Hermes; los dos lobos. “Siento que hay dos lobos dentro de mí”, decía el joven indio, “uno bueno y otro malo: ¿cuál de ellos vencerá?”; el viejo le contestó: “el que tú alimentes”. Dos lobos yacen en el fondo de la sociedad. En el corazón de cada uno. Uno aúlla y está dispuesto para las dentelladas. Otro se conmueve con la ternura de los lobeznos. ¿Cuál de ellos somos nosotros? Nosotros somos los dos.
Hay gente que destila desconfianza y mira con recelo. Y gente llena de fe: rezuma generosidad. La gente que cree se llena de esperanza, la que no, se baña en la desesperación. Muy pocos quieren mal, muy pocos tienen odio; pero hay muchos que, por miedo, son capaces de odiar y son crueles; la violencia es un arrebato de amor a la propia vida que, asustada, es capaz de anular a quienes supongan peligro; aunque sea para querernos. El amor, como el odio, también tiene dos caras, y en una se presta a salvarnos; mas para salvar al enfermo tiene que ponerse cerca de él y puede que se contagie; el médico infectado se pone en peligro para curar a quien está en peligro y, para que no suponga una amenaza (ni para sí ni para el otro) se pone máscara y coraza, se protege con las ropas, se aísla; y no toca a quien necesita que lo abracen porque el peligro acecha. 


Es muy fácil ser bueno desde lejos. Escribir en las cartulinas palabras como “solidaridad”, “paz”, “amor”, poner citas de gente famosa y cantar himnos contra la guerra. Todo eso queda bien, pero es muy fácil; demasiado fácil. Lo difícil es meterse en la realidad, mezclarse con la gente, tomar riesgos y, en medio del peligro, seguir siendo buenos. Alguien dijo que mezclarse con las cosas se dice, en latín, “inter esse”: de ahí viene la palabra “interés”, pero también “interesante”; uno puede hacer campaña contra el tabaco siempre que su padre no trabaje en una fábrica de tabaco, porque ahí lo interesante choca con nuestros intereses; porque si conseguimos que prohíban el tabaco y que cierren la fábrica, mi padre puede perder el empleo. Es muy fácil ser bueno desde la distancia; pero cuando las cosas buenas tienen consecuencias malas, entonces nos pensamos dos veces si nos conviene ser buenos; ahí se encierra todo el meollo de la educación moral.
Es muy fácil defender a los judíos cuando no se vive en la Alemania nazi. Preocuparse por los negros cuando no tienes cerca al Ku-Kux-Klan. Proteger a los armenios cuando no vives en la Turquía de la persecución. Mirar por los que señalan como brujos cuando no sientes en tu aliento la amenaza de la Inquisición. Preocuparse por los perseguidos desde lejos es bien fácil, no cuesta asentir en la iglesia cuando se dicen las bienaventuranzas de quienes padecen persecución por la justicia. Hacer el bien es cosa fácil desde lejos: lo difícil es mojarse; entonces queremos lavarnos las manos, como Pilatos.
Lavarse las manos. Dejar que triunfe el mal, pero desentenderse de él. No hacer nada por evitarlo porque tenemos miedo. Yo lo entiendo. Hay que ser valiente para enfrentarse con el peligro, no es fácil arriesgarse. Pero si hemos de vivir y la vida es estar mezclados entre las cosas, y si no basta con escribir palabras fáciles en los murales y regarlas con canciones, si vivir es estar entre las cosas, entonces no tenemos más remedio que comprometernos. Pero hay que ser comprensivos y aceptar que se puede comprometer uno de varias maneras, y no tenemos derecho a imponerle a nadie su grado de compromiso. Unos se atreverán a arriesgar su vida para proteger a los demás, para luchar contra la injusticia: no todos pueden. Otros podrán, en cambio, acompañar las buenas acciones sin hacer nada para fomentarlas, pero sin impedirlas tampoco: ésas también son personas buenas aunque los domine el miedo. Hacer proclamas en el vacío es muy fácil; bueno, tampoco hace daño. Pero lo que no se puede hacer es hacerlas por el día y desmentirlas con el gesto  por la noche. Y aquí es donde vuelven las gentes que trabajan en el hospital.
Está bien aplaudir a los médicos por el día y demostrarles nuestro cariño; pero no está bien deslizar papeles bajo sus puertas cuando nadie nos ve. Hacer a solas lo contrario de lo que hacemos a la luz pública es hipocresía, y permitir que unos discriminen a los médicos mientras otros les aplauden es vivir en una sociedad hipócrita. Ni las personas ni la sociedad deberían tener dos caras. La que se muestra es alegre, bondadosa, radiante y a menudo valiente. La que se esconde no sólo es cobarde sino también triste, y la domina el miedo. Las dos caras de Hela, la diosa de los infiernos. Las dos caras de Hermes. Los dos lobos. Es muy fácil aplaudir a los médicos cuando eso está bien visto; lo difícil es enfrentarse a los desaprensivos y seguir haciéndolo. Lo difícil es nadar contra la corriente. Y hay que sentir que nuestro mundo no debería ser un infierno.