viernes, 11 de diciembre de 2020

 

 

EL MUNDO DE ULISES  

            Para comprender bien estas líneas será necesario conocer ante algunas leyendas. He aquí algunos de los motivos legendarios que podemos encontrar en lo viajes de Ulises:

            Circe era una hechicera que vivía en una isla maravillosa; a los que atrapaba en ella les hacía olvidar su hogar dándoles a beber una pócima; luego los transformaba en cerdos.

            Calipso era una diosa que atrajo a Ulises a su isla. Allí le ofreció las mejores delicias, los placeres más exquisitos (bebida, magníficos manjares y yacer en su propio lecho). Pero Ulises, cansado de tantos agasajos, quiso salir de la isla y volver a su casa, la isla de Ítaca. 

            Las sirenas eran seres mitológicos que embrujaban a los navegantes con su canto irresistible; atraídos por él se acercaban a la costa y allí encontraban la muerte.  

            Escila y Caribdis eran dos seres monstruosos. Cada uno estaba a un lado del canal por donde debía pasar Ulises. Escila tenía torso de mujer, cola de pez y seis cuellos serpeantes con cabeza de perro. Caribdis era un remolino que succionaba los barcos y los arrastraba hasta el fondo. Escila estaba a tiro de flecha de Caribdis, por lo que los barcos que querían alejarse de ella tenían que acercarse de Caribdis, y viceversa; estar entre Escila y Caribdis es lo mismo que estar entre la espada y la pared.

            Los lestrigones eran unos gigantes antropófagos que persiguieron a los marinos de Ulises; a los que consiguieron escapar los arponearon como a peces y destrozaron su barco tirando rocas enormes desde el acantilado.

            Polifemo tenía un solo ojo, colmillos de sable y orejas puntiagudas. Encerró en su cueva a los amigos de Ulises y empezó a comérselos hasta que, utilizando su astucia, Ulises consiguió vencerlo.

            Ulises era la personificación de la astucia. A él se debe la invención del caballo de Troya, para vencer a los troyanos mediante el engaño (ya que no les habían podido vencer en la guerra).

            Tiresias era un adivino ciego al que consultó Ulises para saber cómo sería su regreso a Ítaca; los dioses lo compensaron de su ceguera dándole el don de ver el futuro; para hablar con él, Ulises tuvo que bajar a los infiernos.

            Las vacas del sol eran un ganado prohibido porque quien se atreviera a comérselas tendría que soportar una terrible maldición. Los amigos de Ulises las cazaron y, como castigo, tuvieron que navegar bajo la tempestad y en ella encontraron la muerte.

            Los cícones fueron atacados por Ulises, que mandó quemar sus ciudades y raptar a sus mujeres; pero los amigos de Ulises se entretuvieron disfrutando del botín de guerra y fueron atacados, a su vez, por los refuerzos, que mataron a muchos de ellos; los que sobrevivieron los tuvieron que huir bajo un enorme temporal.

            Los lotófagos eran un pueblo que se drogaba comiendo flor de loto; los amigos de Ulises se aficionaron a esa droga y se olvidaron de su patria, hasta que Ulises los obligó a regresar a las naves para volver a ella.

            El saco de los vientos fue un regalo de Eolo. Eolo encerró los vientos y los ató para que no molestaran a los barcos de Ulises. Pero sus amigos creyeron que era un regalo que Ulises se guardaba para él solo, y por eso lo abrieron con intención de repartírselo; en cuanto quedaron sueltos, los vientos azotaron las naves y provocaron terribles tempestades que les hicieron naufragar.

            Los feacios eran un pueblo pacífico donde Ulises naufraga; allí lo encuentra la hija del rey, que consigue, después de oír el relato de sus aventuras, que pongan un barco a disposición de Ulises para que por fin pueda regresar a Ítaca. 


1.

 

            -Si os fijáis bien –dijo Juan-, el mundo de la Odisea se acerca bastante a lo que decía Ortega y Gasset: yo soy yo y mi circunstancia; yo soy Ulises, y el mundo son las aventuras por las que voy pasando.

            -¿Y cómo es ese mundo? –se atrevió a  preguntar Baiba.

            -Es un mundo de peligros, pero no de oportunidades. Está lleno de amenazas (acordaos de Escila, de Caribdis, de los lestrigones); de tentaciones (las sirenas, Circe, Calipso); pero no tiene posibilidades; no hay ocasiones para construir, sólo la necesidad de escapar a la destrucción.

            -¡Caramba! –exclamó Maia.

            -Y fijaos –prosiguió Juan-, Ulises también tiene sus propias posibilidades, como las tiene el mundo en el que está. Se puede ser inteligente de dos maneras: o siendo astuto (como Ulises) o siendo sabio (como Tiresias); pero de ningún modo se plantea la posibilidad de ser cuerdo sin ser un iluminado ni un aprovechado; la cordura de la calle es la picaresca, la de Ulises; la que utiliza la inteligencia para sacar tajada; pero esa inteligencia generosa, que observa la realidad sin aprovecharse de ella, no está en la Odisea.

            Cristal, sorprendida, se sumió en una profunda meditación; no había caído en ello.

            -Ser sabio –prosiguió Juan- no es razonar desinteresadamente haciendo uso de la inteligencia; es dejarse llevar por la intuición, que no siempre es acertada; nuestras corazonadas nos engañan a veces; la lógica, no.

            Cristal buscaba un orden en sus ideas. Desde luego, ella se sentía una persona racional, hipercrítica, un tanto escéptica, no dada a fiarse tan fácilmente de las intuiciones; ella necesitaba pruebas, razonamiento, argumentación, y descubría que en la Odisea sólo cabían el pillo y el iluminado; el científico, no.

            -Y si la naturaleza, concediéndonos la astucia, y a veces la clarividencia de las intuiciones, nos ha dado buenas armas, también nos ha dado un talón de Aquiles; unas limitaciones que actúan en nosotros, como un virus que nos destruye: un caballo de Troya; que unas veces nos hace ser así por naturaleza y otras nos las inocula la sociedad.

            Cristal no salía de su perplejidad. Jaime, que era astuto como Ulises, se sentía identificado; y también Baiba, a la que a veces ayudaban las corazonadas; pero Cristal, que sólo se guiaba por la razón científica, no tenía cabida en la Odisea.

            -Estamos en el mundo con nuestras armas y nuestro talón de Aquiles; por ejemplo, el de Polifemo es que era bruto. Esas posibilidades, junto con esas limitaciones, son nuestro destino de partida; el bagaje con el que nacemos, que incluye también nuestra libertad. Al hacer uso de él vamos construyendo nuestro destino, pero no el de partida: el de llegada; en parte depende de los dioses, que nos mueven a su antojo, pero cada cual sortea el capricho de los dioses con sus propias armas; por ejemplo, sus hombres responden a la tentación de Circe cediendo al deseo, y son convertidos en cerdos; pero Ulises responde con la libertad, y se libra de la desgracia. Lo mismo pasa con las vacas del sol: Ulises obedece a los dioses, porque le conviene; sus amigos, ciegos para ver lo que les conviene, desobedecen: y se pierden. Lo mismo pasa cuando se enfrenta a los cícones; se descuidan y se duermen en los laureles, y eso les cuesta la vida; o se dejan llevar por el placer de la droga, con los lotófagos; o caen en la indiscreción y los arrastra el saco de los vientos; o, como Ulises, resisten a la vida fácil (con los feacios) y prefieren viajar a Ítaca, donde no encuentran más que dificultades: pero les espera la felicidad.

            Sí. El mundo de Ulises no estaba hecho a escala humana. Se podía vivir en él si eras astuto y obediente, pero no si eras libre y no usabas la razón para dañar; que la razón es, a la postre, la más peligrosa de nuestras armas.

 


2.

 

            -Así pues, en la vida no hay más que peligros. No siempre hay que ser valientes, porque a veces no hay más remedio que huir; y aun así, no siempre es posible escapar; a veces sí, como en el país de los lestrigones; otras, aunque se pueda evitar el peligro, las amenazas, como Escila, nos ponen en situaciones límite. Y cuando nos acecha Caribdis no queda más que la resignación, porque con ella no hay escapatoria.

            Se quedó mirándolos, expectante. Carraspeó un poco.

            -El mundo ejerce sobre nosotros una poderosa atracción. Es como un conjunto de fuerzas que actúan sobre nosotros succionándonos hacia el centro. Cada peligro es un campo de fuerza que nos atrae. Y hay por el mundo muchos peligros. Otros son campos repelentes, y nos acercamos a ellos sin estar advertidos.

            -¿Como en Newton? –preguntó Cristal.

            -¿Perdón?

            -En física nos han hablado de Newton. Todo el universo se rige por la poderosa fuerza de gravitación universal.

            Juan respiró profundamente. Sí, podía valer.

            -Claro. Cada peligro es una fuerza que nos atrae. Pero no todas las fuerzas nos atraen de igual manera: unas nos llaman desde lejos, para que vayamos cuando no las habíamos visto; otras, en cambio, no las vemos; si caemos en ellas nos aspiran, nos devoran; pero si no caemos en su radio de acción nos dejan tranquilos.

            -Ya comprendo. –Cristal conocía bien la Odisea; se la había currado-. Los lestrigones no nos llaman; pero si nos acercamos a ellos los tenemos detrás de nosotros, para matarnos.

            -Eso es. O las cabezas de Escila; sus cuellos se estiran para buscarnos, pero Circe nos llama y somos nosotros quienes la buscamos.

            Cristal se hinchó, levantando los hombros con los brazos apoyados en la mesa. Su forma de respirar era una manera de pensar.

            -En cierto modo las tentaciones son atracciones libres. Son cabezas que nos buscan con sus cuellos larguísimos, mucho más largos que los de Escila; pero no están hechas de carne, sino de pensamientos; de imaginaciones, de encantos, de deseos. Las cabezas inmateriales son hechizos. Vapores mágicos que nos envuelven con su pegamento, como las telarañas.

            -Son las que nos explicaste el otro día, ¿verdad?

            -Las mismas. Calipso, la degradación; Circe, la degeneración; las sirenas, la muerte. Pero hemos conocido otra: la huida desertora, la de los lotófagos; la búsqueda de la inconsciencia, la vida fácil, los finales felices; huyen así quienes renuncian a sus obligaciones porque renuncian a su destino.

            -Eso –preguntó Cristal -¿es una degradación o un vivir degenerado?

            -Es una vida degradada –contestó Luis-. Se parece mucho a Calipso. Y algunos caen en ella porque su naturaleza los inclina como un trampolín, como el pervertido que se deja arrastrar por el juego porque tiene una inclinación natural hacia él; en el vicioso se conjugan la tentación y la tendencia: hay muchos que son tentados y resisten; pero otros sucumben porque tienden naturalmente a ella; la tentación funciona como una potentia; la tendencia, como possibilitas. Nuestras tendencias naturales son el abanico de posibilidades que tenemos en el mundo; pero algunas de ellas, volviéndose contra nosotros, funcionan como un caballo de Troya; como los leucocitos que matan a sus propios glóbulos rojos; como los soldados que, en vez de atacar a sus enemigos, atacan a sus protegidos.

            -¿Podría decirse que, si las tentaciones son atracciones libres, nuestras tendencias (las inclinaciones) son atracciones programadas? 

            -Sí. Unas veces por la naturaleza, como la ludopatía. Otras por la sociedad, como el apego a las modas.

            Cristal sopesó aquellas consideraciones.

            -Claro. Según eso, las enfermedades se producen cuando los virus invaden un organismo con predisposición genética; si el cuerpo no es receptivo, los virus no podrían hacer mella en él.

            Juan continuó con sus explicaciones.

            -La atracción, libre o programada, despierta dos pasiones en nosotros: la curiosidad y la búsqueda de la felicidad; la curiosidad es la pasión del conocimiento; la felicidad es la del corazón, y se escinde en los caminos de la cordialidad (que obra por nosotros) y de la visceralidad (que actúa contra nosotros). La felicidad regalada sigue un camino fácil, como cuando encontramos a los feacios; pero la felicidad conquistada es esforzada y valiente, como cuando llegamos a Ítaca.

            Juan aguzó la vista interior, concentrando los ojos de la inteligencia. Su inteligencia penetraba en las cosas con la agudeza de un águila.

            -La curiosidad es investigación o indiscreción; pero sólo la indiscreción aparece en la Odisea, como vemos en el episodio del saco de los vientos; la investigación, como curiosidad sana, nos enriquece con sus tesoros porque la ciencia pulsa en nosotros las cuerdas sensibles al saber; y el conocimiento tiene caminos que son toda una aventura: noodisea. Pero Ulises no valora la noodisea; para él la vida solamente es una odisea.

            -Ya –se quejó Cristal, ensimismada-. En el mundo homérico no se valora el saber; sólo si nos sirve para la supervivencia.

-Exacto. El saber práctico es astucia, táctica, estratagema. Ser listo es ser pícaro, no inteligente; y la picardía no es toda la inteligencia, sino solamente una de sus formas.

            -Por lo tanto la curiosidad sirve al conocimiento.

            -Sí. En Ulises es un conocimiento práctico, pero existe también el conocimiento teórico.

            -El conocimiento práctico es la técnica.

            -Sí. Y cuando se utiliza para combatir a otra voluntad que se enfrenta a la nuestra, lo llamamos estrategia.

            Cristal movió la cabeza, profundamente concentrada. Juan prosiguió exponiendo su punto de vista.

            -Según lo que acabamos de ver, el conocimiento es saber o sabiduría; lo contrario es brutalidad, y la encontramos en Polifemo. En Polifemo la brutalidad tiene dos vertientes: por un lado la ignorancia, por otro la crueldad; crueldad, torpeza, salvajismo, ésos son los dos significados de la palabra “bruto”.

            Cristal continuaba ensimismada.

            -¿Qué diferencia hay entre saber y sabiduría?

            -El saber puede entenderse como astucia o como cordura; en ambos casos es inteligencia moviéndose entre palabras; pero la sabiduría es intuición que alimenta la inteligencia.

            -¿En qué se diferencia la inteligencia de la intuición?

            -La intuición sería una lógica inconsciente; la inteligencia, una lógica mirando por las ventanas de la conciencia.

            Cristal había comprendido.

            -¿Y la conciencia? -preguntó.

            -Conciencia es darse cuenta de las cosas. No la hay que confundir con la conciencia moral, que es darse cuenta de lo que está bien y lo que está mal.

            Cristal sopesó aquellas respuestas. Le parecieron sensatas.

            -El saber –prosiguió Juan- es el conocimiento; en su grado máximo es sabiduría y en su grado mínimo, brutalidad.

            Luego calló, por un instante, antes de proseguir. 



            -El conocimiento bebe de tres fuentes: la razón, la experiencia y la conciencia. Empecemos por la razón; es la facultad de conectar unos conocimientos con otros; cuando se fija en la forma (llamémosla también estructura), es la lógica; cuando se fija en la figura, analogía; la lógica es, pues, el arte de conectar conocimientos desde su estructura; la analogía lo hace desde su figura o apariencia. Seguramente se pensó en algún momento que los parecidos no eran relaciones lógicas; por eso se les llamaría seguramente “alogías” (“a” es la negación griega); posiblemente se pensó después que sí que lo eran, y se negó la negación (“an” es la negación cuando la palabra negada empieza por vocal). Hay tanta razón en las estructuras como en las figuras; en los conceptos como en las percepciones.

Carraspeó un poco para marcar una pausa didáctica.

            -Hablemos ahora de la experiencia. La experiencia, o conjunto de cosas vividas, puede ser externa (mis relaciones con el mundo), interna (mis percepciones del mundo) o íntima (mis percepciones de mí mismo).

            Cogió una tiza y dibujó un rectángulo horizontal muy alargado. Lo dividió horizontalmente en dos mitades y en una puso a la razón y en otra a la experiencia. El rectángulo de la razón lo dividió horizontalmente en  otros dos, la lógica y la analogía, y el de la experiencia en otros tres: interna, externa e íntima. Cerró todos aquellos rectángulos con una línea horizontal y en ella escribió: “conciencia”. Lo dividió verticalmente en otros dos: inteligencia e intuición. Y la inteligencia la dividió a su vez en tres bandas verticales: instintiva, motriz y discursiva.

            -La conciencia –explicó- es darse cuenta o no de lo que uno está pensando. Al pensamiento inconsciente lo llamaremos intuición; al consciente, inteligencia. Ambos funcionan con lógica o analogía –y mostró, mientras hablaba, cómo se cruzaban los rectángulos verticales con los horizontales-. La inteligencia instintiva es una inteligencia bruta: la que tiene Polifemo. La inteligencia motriz se pone en juego en el deporte, la caza, la conducción, y cuando es analógica, en el juego; sobre todo en el juego simbólico, que es aprendizaje por imitación; aunque el juego simbólico, el de imitar roles, contiene también diferentes dosis de inteligencia discursiva.

            Luego utilizó la tiza como un puntero.

-La ciencia es la experiencia interna de la inteligencia discursiva auxiliada por la intuición; no se trata de que sólo estudie lo que nos pasa, no; estudia las percepciones que tenemos de lo que pasa en el mundo; si son percepciones de nuestros estados mentales, sería psicología.

Luego señaló una línea más bajo.

-La técnica es intuición e inteligencia (tanto discursiva, motriz como instintiva) de la experiencia externa; es decir, del mundo que se nos presenta como un reto, como una posibilidad, o como una amenaza.

Y señaló finalmente la última de las líneas.

-Esto es la comprensión: instinto e inteligencia aplicadas a nuestras experiencias íntimas; los afectos que adquieren un grado tan grande de profundidad, que resulta imposible expresarlos con palabras.

-La espiritualidad es la intuición de Tiresias.

            Juan abrió unos ojos grandes como platos: ¡qué grande era la inteligencia de Cristal!

-La razón, aplicada a la experiencia interna o externa, es el saber; pero aplicada a la experiencia íntima, que es donde predominan las intuiciones, es la sabiduría: tienes toda la razón, Cristal; el estudio del conocimiento ya no tiene secretos para ti.

            Y cerró la conversación con una sonrisa. Alguna fibra se debió estremecer en el corazón de la chica, porque se le escapó una sonrisa nerviosa; y sus ojos, cantarines, no sabían adónde mirar.


 


1 comentario:

  1. Circunstancias muy bien explicadas e ilustradas, pero un poco demasiado abundantes para un/a profano/a como yo que debería cunsultarlas cada vez que quiera reefrescar cada una de ellas. :)
    Pero me gusta por la claridad de expresión

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