viernes, 24 de septiembre de 2021

BELLEZA

 

 

VARIA (5)

Belleza.   

 


            Se ha dicho que lo bello es lo que no sirve para nada y, sin embargo, lo buscamos. Todo depende de lo que entendamos por “servir”. Sirve lo que es útil, útil para algo: ¿para qué? Si la belleza produce gusto (el gusto es una forma de placer), entonces es útil porque sirve para disfrutar. La belleza, por lo pronto, ya sirve para algo.

            Pero lo bello es más que lo agradable; es bello aquello que agrada a los sentidos y al pensamiento y, por lo tanto, al espíritu: al sentimiento, al corazón. Lo bello es sensación agradable que, acompañada de pensamientos buenos, produce también sentimientos buenos que agradan. Quien es capaz de experimentarlo tiene el sentido del gusto; quien no es capaz, tiene mal gusto o, simplemente, no tiene gusto.

            Una brisa marina nos resulta agradable cuando hace calor. También es agradable el sonido del lago de los cisnes, pero éste cuenta una historia y, al comprenderla, evoca en nosotros hermosos sentimientos.

Puede que no conozcamos el significado de El Moldava, de Smetana, pero despierta en nuestro pecho sentimientos de nostalgia y de ternura.

La mañana, de Edvard Grieg, nos sugiere, cuando no entendemos su significado, sentimientos de paz, de sosiego, como de un dulce despertar; de alegría suave y lenta; y una sensación agradable de armonía y bienestar.

En el caso de la literatura es al revés: lo primero no es la sensación, ni el sentimiento, sino el entendimiento; por el entendimiento se crean sensaciones en nuestro cuerpo y sentimientos en nuestra alma.

Y en la pintura, como en la escultura, primero es el sentimiento que crea y que conmueve nuestro pecho; a veces, como en la pintura abstracta, la sensación agradable precede al sentimiento, porque no media una clara interpretación del intelecto.

Para captar la belleza hace falta ser capaz de captarla. No puede captarla una piedra porque no tiene cerebro; ni puede ver ni oír porque no tiene ojos ni oídos; como tampoco podría notar los sabores quien careciera de lengua (en la Edad Media era frecuente cortarles la lengua a los ladrones). La capacidad de sentir no la tiene quien ha nacido sin ella (como las piedras) o quien, teniéndola, no la ha desarrollado (como quien no ha podido educar sus sentidos). Hace falta o capacidad innata, o no padecer lesión alguna, o educación.

No conoce las sensaciones quien no tiene sentidos. Ni puede pensar quien no tiene córtex. Ni puede sentir quien no tiene cerebro límbico. Los seres inertes no tienen sensaciones. Los cnidarios y reptiles tienen sensaciones burdas si los receptores sensoriales no tienen un cerebro donde procesarse (como los cnidarios); y tienen sensaciones más elaboradas si tienen cerebros sensoriales y bulbo olfatorio (como los reptiles y mamíferos). Los mamíferos tienen sentimientos (porque tienen hipocampo y amígdala). Los seres humanos, además, tienen sentidos refinados (porque tienen una corteza cerebral muy desarrollada): y también tienen sentido del gusto (capaz de sentir la belleza). 



La belleza, como las tartas, tiene una base sensorial (lo que en las tartas sería el bizcocho) y sobre ella tienen el par coordinado de pensamiento y emoción (lo que en las tartas será la nata, las fresas, el chocolate, tanto sobre el bizcocho como en el relleno). Las emociones sólo pueden refinarse si sobre el cerebro límbico (también llamado emocional) hay una gruesa capa de corteza cerebral: lo que sucede en el ser humano, pero no en los ratones; un ratón puede sentir apego a las crías, pero no admiración y placer de la belleza; y el amor y el sentido del bien no lo experimentan los gatos ni los perros, pero nosotros sí.

Pero del mismo modo que el bebé nace con inteligencia pero no es capaz de usarla hasta que madura, de igual manera no puede apreciar un buen vino quien no desarrolla su paladar sin educarlo. La maduración es inseparable del aprendizaje. Los niños salvajes no aprenden a pensar porque nadie les enseña; sin aprendizaje las capacidades no se desarrollan; de ahí la importancia del juego, que permite aprender imitando lo que nos rodea.

Suponemos que algunos nacen con una predisposición para disfrutar de los sabores dulces más que de los salados; del frío más que del calor; o de los sabores que no son ácidos ni amargos; podemos postular que tales personas no apreciarían un buen vino por mucho que los educaran; es un suponer. De igual manera, hay personas muy sensibles al sufrimiento ajeno y otras que no tienen esa capacidad ni, por tanto, podrían aprenderla. Se puede preferir un vino dulce espumoso o un buen vino lleno de matices o porque no se tiene pituitaria, o porque la pituitaria está dañada, o porque no se ha adquirido una cultura enológica, o porque nuestra pituitaria está cerrada para disfrutar del vino ácido y abierta para el goce del vino dulce.

Con la belleza puede que pase lo mismo. El sentido del gusto no estaría desarrollado en todos de la misma manera porque la naturaleza de todos, siendo esencialmente igual en todos, en cada uno no es exactamente la misma; todos los humanos podemos percibir olores, pero cada uno disfruta más con unos que con otros. Y lo mismo pasa con la música: unos disfrutan más con Verdi y otros con Wagner; a veces eso se debe a que nos hemos criado en ambientes wagnerianos o antiwagnerianos, y la educación imprime carácter; y otras veces se debe a que nuestra sensibilidad está más cerca de Wagner o de Verdi, y es que no todos tenemos la misma sensibilidad para las cosas. Sin embargo, todo wagneriano debería ser capaz de apreciar la calidad de la música de Verdi y viceversa.

A la predisposición para disfrutar más de unas cosas que de otras la podemos llamar aprioris. Hay aprioris de la cultura (cuando la educación ha sido capaz de formarnos el gusto). Y aprioris de la naturaleza (cuando, sin que medie la educación, preferimos instintivamente unas cosas antes que otras). Los aprioris naturales y culturales conforman el sentido del gusto.

Lo mismo pasaría con la ética (suponemos). La mayoría de los seres humanos es capaz de distinguir instintivamente el bien del mal. Muchos no lo sienten porque en su casa les han enseñado otra cosa. Y muchos otros porque tienen algo dañado en su cerebro; los aprioris naturales y culturales serían malformaciones de ese gran a priori de la naturaleza, común a todos, al que bien pudiéramos llamar el de los universales éticos.

 


 

viernes, 17 de septiembre de 2021

EL PROFESOR

  

EL PROFESOR

  


Los profesores son el antiguo régimen. Son el poder legislativo porque dictan los programas; los programas que les dictan a ellos desde arriba. Son el ejecutivo porque mandan en sus clases. Y son el poder judicial porque continuamente juzgan y evalúan. Nadie los juzga a ellos. No hay evaluaciones, ni externas ni internas, que introduzcan en su cometido un solo átomo de crítica. Son simulacros de evaluación. Ejercicios de libertad cuyo destino es la papelera. “Evaluación de la práctica docente”: eufemismos que se inventan en Madrid; y que hay que cumplir, sometiéndose a la ley para cabalgar sobre ella, cada muerte de obispo. Como en unos carnavales de escuela, allí los chicos dicen lo que quieren con libertad efímera. Luego se reúnen las comisiones pedagógicas y nadie les hace caso; como déspotas de feria, los profesores ignoran las críticas descalificando a quienes las hacen: porque, como ya se sabe, los chicos no saben lo que quieren; no saben lo que dicen; no saben lo que piensan. Y no hay conciencia más limpia que la de quien no se quiere enterar: que donde hay confusión de poderes nunca ha habido democracia, sino absolutismo.

 


 

viernes, 10 de septiembre de 2021

LAS CUATRO NOTAS

 

            Ayer asistí al concierto de la banda sinfónica Tierra de Segovia. En el azoguejo. Entre muchas otras, tocaron el primer movimiento de la quinta sinfonía de Beethoven y una escena de los carmina burana: la fortuna imperatrix mundi. Me gustaron mucho. Y aquellas notas inspiraron estas notas que escribí anoche. Ahora quiero leerlas. Como despedida.

 

LAS CUATRO NOTAS

 


Cuatro notas retumban como nudillos. Y al otro lado de la puerta está el destino. Cuatro golpes descarga la realidad. Y al otro lado de la realidad están los sueños. Los sueños vuelan, buscando ventanas donde salirse, burlando las estrecheces del mundo, levantando losas con la imaginación, ligera; y rompen las puertas de acero con la fantasía. Esas cuatro notas estallan como manotazos del destino. El destino es para el renacuajo ser rana, aunque no lo quiera. El destino es para nosotros ser otra cosa, si no queremos. El destino es para Beethoven ser sordo, aunque no quiera. Pero el destino no será nunca olvidar la música, si Beethoven no quiere. El destino del ser humano es ser libre. Y la libertad se expande en nosotros, se expande en el mundo, brota del corazón, disuelto en mil acordes que se pierden en el aire entre aldabonazos. Por fuertes que sean esos nudillos de acero, esa armazón de cemento, ese calabozo metálico, esa armadura, esa prisión de cuatro notas que estalla entre la orquesta; por fuerte que sea el peso de la realidad, la realidad no puede con nosotros y nosotros, seres reales, nos escaparemos a lomos de un sueño.

            Somos una orquesta. Nuestra vida es un vendaval de partituras, una tempestad de notas, un huracán de instrumentos y una eternidad de atriles. Cada instrumento suena por su lado, las partituras no están acompasadas; las notas mezclan disonancias, es un auténtico desastre, una algarabía: así son los primeros años de nuestra vida; así es también la adolescencia. Pero luego, no sabemos cómo, sale de nosotros un director de orquesta y ese ruido infame se vuelve música; y ese sonido se vuelve orden, se crean consonancias hasta de lo disonante, y entonces surge, desde lo informe, una sinfonía.

            ¿Dónde está ese director que hay en nosotros? En el corazón… ¿En la cabeza? Sólo sé que la sinfonía es sólo una frase mil veces repetida. Miles de variaciones, miles de apariciones después de haber desaparecido, miles de voces dispares que se ordenan en torno a una misma nota, una tónica dominante, un hilo conductor que vuelve siempre a nosotros, siempre con el rostro cambiado, pero siempre siendo el mismo. En una sinfonía miles de voces son arrojadas por el viento, dispersadas como el polen, y vuelan sin orden enredándose en remolinos, entre los avatares que pasamos, en las mil  caras que tiene la vida. Y un día, de repente, todas esas voces se juntan, como el gato sobre sus cuatro patas, y caen al suelo, abrazadas,  a plomo con la fuerza de la materia, pero con la ligereza que les da el espíritu: materia traspasada de energía como los sueños atraviesan esas cuatro notas, notas pesadas que quieren traspasarnos pero no pueden; los rayos X cruzan el cemento armado y el acero, como la materia acaba siendo traspasada por los sueños; por las ansias de la vida. 


 

           La vida es un sueño, una ilusión, un suspiro, o mejor: la vida son miles de sueños que nos cuidan. Empezamos siendo ruidos caóticos atropellándose en torrentes; pero no son ruidos informes si en el corazón del caos se esconde un hilo conductor: la sinfonía de nuestra vida; Concha se enamoró de la física, Juan Luis de la ciencia, José Antonio de la música, Reyes de la pintura; cada uno tenemos nuestro amor, nuestra pasión, nuestra fuente de inspiración, el hilo (como un hilo de Ariadna) que guía nuestra vida. Y ahora, que vamos a jubilarnos (¡quieran los dioses que yo lo haga pronto!), escuchamos tiempo atrás y entendemos los ecos sordos que nos miran; las voces de nuestra infancia, las de la juventud, las de cuando empezábamos siendo cada vez más viejos. Y los ecos que sonaban sin forma, sin tiempo, sin luz, sin entonación, sin rima; esas voces que parecían un desorden, un despropósito, una algarabía: esas voces se juntan ahora que nos vamos haciendo viejos, pero aún nos quedan muchos años de nuestra vida; y se juntan y se traban como hilos de plata, como hebras de oro de una misteriosa cota de mallas, transfiguradas por el corazón, transidas por el espíritu; esas voces se abrazan, se enroscan en sí mismas, se acarician, son las mil caras de una misma frase que ha sufrido miles de transformaciones, un hilo conductor, una misma nota, un do menor, una vieja tónica, que vuelve lejana de la infancia y es la misma que ahora vibra; en el desorden de la vida, ¡oh misterios de la música!, parecía todo caótico y ahora converge todo juntándose los hilos; forjando nidos de plata, entretejiendo una sinfonía.

            Cada uno tiene una vida. Cada vida suena de un modo. Cada modo es tan bello como los otros, pero distinto. Reyes y Concha no suenan igual, pero las dos son música. Unos se parecen a Wagner, otros a Beethoven, otros a Mozart, otros a Bach, otros a Schumann. Cada uno tiene sus hilos, cada uno sueña a su modo, a cada uno su sinfonía. Pero es lo esencial que la vida, sin orden ni concierto, al final encuentra su orden; cuando éramos niños parecía que el viento había hecho volar las partituras y todo sonaba mal; no nos sentíamos a gusto, no nos gustábamos nunca; pero bien es verdad que el tiempo ha reforzado los atriles, la edad ha sujetado las notas, las partituras están fijas con abrazaderas metálicas, y los instrumentos suenan ahora más sueltos que nunca. Y si la infancia era búsqueda de notas, la madurez es concierto de esas notas encontradas; las notas que definen mi persona; las que resumen las transcendencias de mi vida.

            Levantemos nuestras copas. Hoy, Reyes, Concha, están en el umbral de escribir cada una su sinfonía. Con el tiempo libre que no tuvieron antes, y que ahora se desparramará generosamente sobre sus vidas. ¡Silencio! ¿No oís? Es un estruendo de huracanes. Un rumor lejano de vientos que se atropellan, lejos, en el cielo lejano del mar, en las tierras ignotas de la geografía. Un estallido brutal. Una rueda, una diosa: la rueda de la fortuna. Un imperio nos arrolla queriéndonos aplastar, las fuerzas del azar, el reino de la nada, la necesidad que trina. La fuerza de la realidad se impone: impertinente y testaruda. Cuatro notas que te atrapan con el peso de la vida. Las notas del destino: te quieren agarrar con un aullido, arrastrarte en el torrente ciego, en la espuma de las aguas, arrastrarte en la esperanza y en los sueños, el temblor que vibra.

            Pero no pueden. Que los sueños son fuerza incontenible, espíritu vencedor en los átomos de luz, fotones sin cuerpo, destello sin tiempo, anhelo de inmortalidad, artística sangre, deseo de estudiar, vino que nos aturde, suerte: la suerte que tenemos de vivir en libertad, liberadas las energías de la carcasa de la materia; liberada por fin del corsé que la apretaba (las cuatro notas) cuando la voluntad se impone definitivamente sobre el destino. En el combate de Beethoven los sueños luchan contra la realidad (esas cuatro notas), y ahora vencen los sueños; y que atruenen las prisiones todo el tiempo que quieran. Ahora se nos antoja el trabajo cuatro notas; y la jubilación, victoria que ha liberado nuestros  sueños.

Amigos: levantemos nuestras copas porque ahora pueden echarse a volar los sueños de Reyes y de Concha. Y que esas ilusiones duren mucho tiempo. Ahora que empezáis una nueva vida, brindemos por ella. Y que los dioses os sean propicios. Y que el destino sea únicamente lo que vosotras queráis que sea. Y que no os venzan nunca esas cuatro notas. Y que podáis ser niñas con la sabiduría que da la experiencia. Y que seáis felices. Y que comáis perdices. Y que nos deis con el rabo en las narices. Porque, ¡qué caramba!, os queremos. Brindemos con el vino levantando nuestras copas. Levantemos nuestras copas aquí mismo. Brindemos por ellas ahora que tenemos tiempo. Brindemos por ese sueño. Brindemos.

 


 

viernes, 3 de septiembre de 2021

EL ESPÍRITU Y LA ESPERANZA

 

 

VARIA (4)

 


1. Espíritu.  

 

            La palabra latina “spiritus” está relacionada con “spirare”, que quiere decir “respirar”. También la palabra “alma” deriva del latín “anima”, que está relacionada con el vocablo griego “anemós” (viento), y significa también “respirar”; lo mismo que “psyché” (de donde viene “psicología”), que quiere decir “soplo”. Tanto “alma” como “espíritu” empezaron significando “respiración” y acabaron significando “vida”, “movimiento”, “ánimo”, “animación”. Tener ánimo es tener carácter, energía, fuerza de voluntad, y frenesí es el movimiento apasionado que procede del soplo vital.

            Mi propuesta es la siguiente: que “alma” signifique capacidad de pensar y sentir y “espíritu” signifique pensamientos y sentimientos que se han desarrollado a lo largo de una vida (y no sólo facultad de ser valorada por sus hechos). Si el alma fuera el corazón, el espíritu sería su historia sentimental, pero también su manera de amar; si fuera la inteligencia, su espíritu serían sus pensamientos y su forma de pensar (paralela a su forma de amar); y si el alma fuera el carácter, el espíritu serían las decisiones tomadas y su forma de decidir. Así podemos distinguir entre el alma y el espíritu de una persona, de un pueblo, de una comunidad.

 

2. Esperanza.  

 

            La espera es cuando alguien ha prometido volver. La esperanza es cuando confiamos en el regreso de alguien que no nos ha asegurado que volvería. La espera es cuando prestamos atención a un regreso casi seguro, muchas veces anunciado. Esperanza es prestar atención a una llegada, anunciada o no, que estamos deseando que se produzca pero de la que no estamos seguros. El viajero espera el tren de las doce. El enamorado espera que su amor no lo defraude. El paciente espera en la consulta del médico. De quien se ha prometido se espera que cumpla su promesa. El madrugador espera que la tienda abra a las ocho. Quien ha prestado un dinero espera que se lo devuelven. Quien ha sido citado espera que el reloj corra hasta la hora prevista. Quien ha hecho un buen examen espera que el profesor le ponga una buena nota.

            Uno espera que se cumpla aquello en que confía. Confiar es fiarse, fiarse es creer en negativo; creer que no nos van a hacer daño. Confiar es algo más, es creer en positivo; estar seguro de que alguien sólo puede ser bueno con nosotros. La esperanza se cimenta en la fe, y fe es creer en alguien o en algo; no es posible esperar que se produzca aquello en lo que no se cree.