VARIA (5)
Belleza.
Se ha dicho que lo bello es lo que no sirve para nada y, sin embargo, lo buscamos. Todo depende de lo que entendamos por “servir”. Sirve lo que es útil, útil para algo: ¿para qué? Si la belleza produce gusto (el gusto es una forma de placer), entonces es útil porque sirve para disfrutar. La belleza, por lo pronto, ya sirve para algo.
Pero lo bello es más que lo agradable; es bello aquello que agrada a los sentidos y al pensamiento y, por lo tanto, al espíritu: al sentimiento, al corazón. Lo bello es sensación agradable que, acompañada de pensamientos buenos, produce también sentimientos buenos que agradan. Quien es capaz de experimentarlo tiene el sentido del gusto; quien no es capaz, tiene mal gusto o, simplemente, no tiene gusto.
Una brisa marina nos resulta agradable cuando hace calor. También es agradable el sonido del lago de los cisnes, pero éste cuenta una historia y, al comprenderla, evoca en nosotros hermosos sentimientos.
Puede que no conozcamos el significado de El Moldava, de Smetana, pero despierta en nuestro pecho sentimientos de nostalgia y de ternura.
La mañana, de Edvard Grieg, nos sugiere, cuando no entendemos su significado, sentimientos de paz, de sosiego, como de un dulce despertar; de alegría suave y lenta; y una sensación agradable de armonía y bienestar.
En el caso de la literatura es al revés: lo primero no es la sensación, ni el sentimiento, sino el entendimiento; por el entendimiento se crean sensaciones en nuestro cuerpo y sentimientos en nuestra alma.
Y en la pintura, como en la escultura, primero es el sentimiento que crea y que conmueve nuestro pecho; a veces, como en la pintura abstracta, la sensación agradable precede al sentimiento, porque no media una clara interpretación del intelecto.
Para captar la belleza hace falta ser capaz de captarla. No puede captarla una piedra porque no tiene cerebro; ni puede ver ni oír porque no tiene ojos ni oídos; como tampoco podría notar los sabores quien careciera de lengua (en la Edad Media era frecuente cortarles la lengua a los ladrones). La capacidad de sentir no la tiene quien ha nacido sin ella (como las piedras) o quien, teniéndola, no la ha desarrollado (como quien no ha podido educar sus sentidos). Hace falta o capacidad innata, o no padecer lesión alguna, o educación.
No conoce las sensaciones quien no tiene sentidos. Ni puede pensar quien no tiene córtex. Ni puede sentir quien no tiene cerebro límbico. Los seres inertes no tienen sensaciones. Los cnidarios y reptiles tienen sensaciones burdas si los receptores sensoriales no tienen un cerebro donde procesarse (como los cnidarios); y tienen sensaciones más elaboradas si tienen cerebros sensoriales y bulbo olfatorio (como los reptiles y mamíferos). Los mamíferos tienen sentimientos (porque tienen hipocampo y amígdala). Los seres humanos, además, tienen sentidos refinados (porque tienen una corteza cerebral muy desarrollada): y también tienen sentido del gusto (capaz de sentir la belleza).
La belleza, como las tartas, tiene una base sensorial (lo que en las tartas sería el bizcocho) y sobre ella tienen el par coordinado de pensamiento y emoción (lo que en las tartas será la nata, las fresas, el chocolate, tanto sobre el bizcocho como en el relleno). Las emociones sólo pueden refinarse si sobre el cerebro límbico (también llamado emocional) hay una gruesa capa de corteza cerebral: lo que sucede en el ser humano, pero no en los ratones; un ratón puede sentir apego a las crías, pero no admiración y placer de la belleza; y el amor y el sentido del bien no lo experimentan los gatos ni los perros, pero nosotros sí.
Pero del mismo modo que el bebé nace con inteligencia pero no es capaz de usarla hasta que madura, de igual manera no puede apreciar un buen vino quien no desarrolla su paladar sin educarlo. La maduración es inseparable del aprendizaje. Los niños salvajes no aprenden a pensar porque nadie les enseña; sin aprendizaje las capacidades no se desarrollan; de ahí la importancia del juego, que permite aprender imitando lo que nos rodea.
Suponemos que algunos nacen con una predisposición para disfrutar de los sabores dulces más que de los salados; del frío más que del calor; o de los sabores que no son ácidos ni amargos; podemos postular que tales personas no apreciarían un buen vino por mucho que los educaran; es un suponer. De igual manera, hay personas muy sensibles al sufrimiento ajeno y otras que no tienen esa capacidad ni, por tanto, podrían aprenderla. Se puede preferir un vino dulce espumoso o un buen vino lleno de matices o porque no se tiene pituitaria, o porque la pituitaria está dañada, o porque no se ha adquirido una cultura enológica, o porque nuestra pituitaria está cerrada para disfrutar del vino ácido y abierta para el goce del vino dulce.
Con la belleza puede que pase lo mismo. El sentido del gusto no estaría desarrollado en todos de la misma manera porque la naturaleza de todos, siendo esencialmente igual en todos, en cada uno no es exactamente la misma; todos los humanos podemos percibir olores, pero cada uno disfruta más con unos que con otros. Y lo mismo pasa con la música: unos disfrutan más con Verdi y otros con Wagner; a veces eso se debe a que nos hemos criado en ambientes wagnerianos o antiwagnerianos, y la educación imprime carácter; y otras veces se debe a que nuestra sensibilidad está más cerca de Wagner o de Verdi, y es que no todos tenemos la misma sensibilidad para las cosas. Sin embargo, todo wagneriano debería ser capaz de apreciar la calidad de la música de Verdi y viceversa.
A la predisposición para disfrutar más de unas cosas que de otras la podemos llamar aprioris. Hay aprioris de la cultura (cuando la educación ha sido capaz de formarnos el gusto). Y aprioris de la naturaleza (cuando, sin que medie la educación, preferimos instintivamente unas cosas antes que otras). Los aprioris naturales y culturales conforman el sentido del gusto.
Lo mismo pasaría con la ética (suponemos). La mayoría de los seres humanos es capaz de distinguir instintivamente el bien del mal. Muchos no lo sienten porque en su casa les han enseñado otra cosa. Y muchos otros porque tienen algo dañado en su cerebro; los aprioris naturales y culturales serían malformaciones de ese gran a priori de la naturaleza, común a todos, al que bien pudiéramos llamar el de los universales éticos.
Me permite pensar y pensar esta cita: " Lo mismo pasaría con la ética (suponemos). La mayoría de los seres humanos es capaz de distinguir instintivamente el bien del mal. Muchos no lo sienten porque en su casa les han enseñado otra cosa. Y muchos otros porque tienen algo dañado en su cerebro...".
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