sábado, 7 de noviembre de 2015

Crisis




 

 CRISIS

 
            Una crisis es un conflicto periódico inherente a todos los procesos de la naturaleza. Las crisis son buenas. Y necesarias. Son la resolución de los conflictos. La solución de los problemas. Pero hay que salir de las crisis de una manera inteligente, una manera que no sea violenta. Sobre todo en los conflictos humanos. Porque en ellos la vida física puede ser guiada por la vida moral, la naturaleza por la cultura: al revés de lo que pasa en los conflictos animales (en los que, cuando hay cultura, ésta no acaba de rebasar los límites a partir de los cuales empieza a florecer lo humano).
            Hay crisis moral cuando los sentimientos animales no dejan salir a los sentimientos humanos; y crisis económica cuando desaparecen las leyes que humanizan los efectos de los sentimientos animales. Ser animal es dejarse llevar por impulsos individuales o tribales, mientras que la humanidad es el dominio de los impulsos universales sobre ellos; los primeros son instintos que sólo se pueden contener mediante leyes; el humanismo es, pues, la búsqueda de leyes para evitar el daño que puedan hacernos los instintos animales; en segundo lugar, humanismo es educar los instintos humanos sin reprimir ni anular esa voz salvaje que hay en nosotros. Lo humano es tan natural como lo primitivo, y se asienta en lo primitivo como los edificios se asientan en sus cimientos; sobre sus bases. Una humanidad que deja de ser animal es tan inhumana como una animalidad que no deja emerger los sentimientos nobles que todas las personas tenemos dentro. El humanismo consiste en poner leyes que, sin reprimir nuestras fuerzas primitivas, disminuyen la nocividad de sus efectos: la crisis sobreviene cuando la fuerza de lo animal empieza a desregular los intercambios humanos; por lo tanto toda crisis económica tiene, debajo, una crisis moral, que se extiende a partes más amplias de la sociedad; pero la crisis moral, cuando su extensión no es demasiado grande, todavía es incapaz de provocar ninguna crisis económica. Vayamos por partes.
            El canal, como el cauce, orienta la salida del agua ordenando su energía para que ésta sea más eficaz; de lo contrario se desparrama y se pierde. El tobogán canaliza el movimiento del cuerpo dirigiéndolo a su meta, evitando los movimientos de vaivén que lo desvían por los lados. La ley ordena la actividad humana hacia el bien común, impidiendo que las fuerzas egoístas la alejen de su trayectoria. El problema aparece cuando lo que se tiene que regular es la libertad.
            Las leyes orientan el egoísmo humano hacia el bien común, como el láser concentra los rayos dirigiéndolos en la misma dirección; lo mismo que cuando los rayos se dispersan pierden fuerza y sentido, así también cuando se debilitan las leyes se debilita el bien común reforzando los privados; y tienden a dispersar los egoísmos de manera que cada uno tira por su lado olvidándose de la empresa colectiva. Por empresa colectiva no entendemos el deseo de uno convertido en carro al que se tienen que subir los otros, sino la tarea común de respetarnos los unos a los otros en la feliz realización de cada uno de nuestros deseos.
            El problema es que las leyes humanas deben obligar en el sentido de la justicia, dirigiendo hacia ella las energías de cada cual. Pero quienes hacen las leyes son los mismos que las deben obedecer; los que mandan en ellas, pues, son quienes dicen qué leyes hay que obedecer y cuáles tienen que ser abandonadas. 


            Ahora bien, quienes hacen las leyes quieren limitarlas al máximo para obedecerlas lo menos posible; y las leyes de la justicia no admiten limitaciones a menos de volverse injustas: con lo que, si queremos ser justos, deberemos obedecer la ley moral, y si preferimos desobedecerla, viviremos en la injusticia. Desobedecer la ley moral (que sólo obliga a la conciencia) es lo mismo que reducir el peso de las leyes positivas cuyo motor es la justicia. Sí hay que limitar al máximo, o suprimir, todas las leyes arbitrarias; pero tenemos que potenciar las que son justas, y por justo entendemos lo que alimenta las libertades individuales sin más límite que el de no  limitar las libertades de los demás (que también están obligados a respetar las nuestras).
            El instinto egoísta del ser humano tiende a expandirse sin límites, luchando y midiendo sus fuerzas con los otros egoísmos. Las leyes arbitrarias favorecen a unos egoísmos a costa de los otros. Pero las leyes justas favorecen a todos los egoísmos por igual y sin excepción, limitando sus intereses justo lo necesario para que puedan expandirse los intereses de los demás, sin limitar los nuestros más allá de las exigencias del respeto.
            Una ley justa potencia todo lo bueno que hay en nosotros, y limita al máximo el daño que nuestros instintos puedan provocar. Por eso, avanzar en la justicia significa que la historia va regulando cada vez más la manifestación de los derechos humanos. Una sociedad así regida se parece a un embalse, que regula la fuerza de las aguas según las necesidades del consumo. La ley es una estructura por donde circulan libremente los instintos: tanto los generosos como los egoístas. Si desregulamos la sociedad, permitiremos que los instintos se salgan de su cauce; y ahí, fuera de los cauces establecidos, cada cual buscará su propio beneficio sin tener en cuenta el perjuicio que pueda causar a los demás.
            La crisis económica es una situación en la que los poderosos de la economía quitan las leyes que les impiden aprovecharse de los débiles; desregular es en este caso permitir que el pez gordo se coma al chico. Si salimos de la crisis desregulando, estaremos permitiendo las arbitrariedades y los abusos. Una ley es un límite. Si no limitamos las tendencias egoístas de los poderosos  acabaremos construyendo un mundo en el que podrá haber mucha riqueza, pero esa riqueza estará muy mal repartida.
            Sin embargo, es necesario desregular. Porque, de lo contrario, el poder económico dejará de sostener al poder político que lo limita, y un poder político sin dinero ya no es poder: hay que desregular aunque sea injusto; simplemente para que el poder político no desaparezca. A partir de ahí deberá dosificar sabiamente la reposición de las leyes procurando que el interés privado dependa del bien público. Esto llevará años; y lentamente volverá a reinar, en el mundo de la libertad, el gobierno de la justicia. No fue posible durante la revolución industrial del siglo XIX. Pero hoy sí es posible, porque nuestra cultura de origen europeo es ya demasiado rica para ser ignorada. Como el poderío militar de Roma tuvo que plegarse ante la fuerza de la cultura griega, así también las energías económicas acabarán plegándose a las energías de la cultura. Esto requerirá paciencia. Y lucha. La superación de la crisis será la recuperación de los cauces legales demolidos por la economía, en un camino progresivamente iluminado por el faro de la bondad, de la justicia.
            El instinto es como un fuego que lo devora todo. Y la ley es razón que lo mantiene dentro de sus límites: por arriba, para evitar la fiebre; por abajo, para que no haya hipotermia. El instinto por sí solo, y por su propia inercia, es incapaz de refrenarse cuando se consume a sí mismo; cuando se devora. Por eso necesita la ley, la razón. La medida.
La naturaleza es fuego con medida. Heráclito. Heráclito el oscuro.


 




           

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