sábado, 14 de noviembre de 2015

Una Antropología Tripartita





UNA ANTROPOLOGÍA TRIPARTITA.


  1. Inteligencia, cordialidad y visceralidad.

            -Una estatua de barro. Una figura humana. Cabeza, corazón y vientre: sirven para decidir; sólo la cabeza sirve para conocer.
            -No –replicó Cristal-; conocemos con todo el cuerpo.
            -¿Cómo es eso?
            -Los ojos, los oídos, la nariz y la boca están en la cabeza; pero también conocemos con la piel, que está repartida por todo el cuerpo.
            -Tienes razón.
            -Lo que hace la cabeza es comprender, eso no lo puede hacer  el resto del cuerpo.
            -Conocemos y decidimos con todo el cuerpo- se atrevió Juan a aventurar- pero sólo comprendemos con la cabeza.
            Cristal lo pensó y vio que era correcto. Juan continuó.
            -Conocemos con todo el cuerpo, pero desde el cuello para abajo nuestro conocimiento es inmediato, fidedigno, directo: el tacto, el contacto con las cosas, la proximidad íntima; desde el cuello para arriba conocemos en la distancia con el oído y con los ojos; y por contacto, con el olfato y el gusto.
            -Así es –respondió Cristal.
            -Comprendemos sólo con la cabeza. En la cabeza está la capacidad de imaginar y de razonar. La razón inconsciente es intuición; y si es consciente, inteligencia. Pensar es imaginar y razonar.
            -¿Dónde está el instinto?
            -Grabado en la cabeza; pero se manifiesta por todo el cuerpo. Pero ojo: conocer es sentir, si captamos la realidad por los sentidos; intuir, si la conocemos por impulsos naturales, por instinto; y razonar, si captamos las cosas por lógica. Cuando expresamos con palabras nuestro conocimiento sensorial describimos lo que hay en la superficie de las cosas; y cuando verbalizamos nuestros conocimientos racionales e intuitivos explicamos o definimos lo que hay en la profundidad de las cosas, tanto de los abismos como de las alturas.
            -Háblanos ahora de lo que hay del cuello para abajo.
            -Empezaremos por el corazón. Es la parte entrañable de nuestro ser; cuando siente nos hunde en el ensueño, cuando actúa nos llena de valor.
            -¿Qué más?
            -El vientre: la parte visceral; cuando siente produce arrebatos, y cuando actúa nos  vuelve crueles.
            -¿Qué es la cultura?
-La cultura es la parte entrañable de nuestra inteligencia, o lo que es lo mismo: la unión de la cabeza y el corazón. Cuando la cabeza se une al vientre la generosidad se convierte en egoísmo y ya no tenemos cultura, sino culto. De la inteligencia y el saber mana el diálogo: inteligencia para comprender; saber para conocer.
-¿Y cómo nos decidimos?
-Podemos elegir con la cabeza, con el corazón o con las tripas. Las decisiones racionales son las conclusiones de nuestros razonamientos (que pueden ser descriptivas o prescriptivas). Las decisiones cordiales desencadenan acciones entrañables, y las viscerales desencadenan acciones despiadadas. Las decisiones racionales pueden ser cordiales (pues la lógica de las conclusiones suele estar de acuerdo con los impulsos del corazón); pero las decisiones viscerales es muy difícil que sean cordiales, porque los impulsos arrebatados no tienen por qué ser conformes a los impulsos del corazón.
            -La generosidad es el cimiento de la cultura; el del culto lo sería el egoísmo.
            -Sí. Si hablamos de cultura en sentido amplio, sus dos cimientos serían la generosidad y el egoísmo.
            -Hablemos ahora de las decisiones cordiales.
-Si emanan de la inteligencia, son compromisos. Pero si surgen del impulso son instintos naturales. En este caso hablamos de derechos naturales, de los derechos humanos. En el primer caso nos referíamos a la inteligencia cordial, y en el segundo, a los instintos cordiales. La intuición es una vía rápida, con frecuencia certera, para acercarse a la inteligencia; y al instinto.
-Así pues, una decisión cordial (la que tomamos con la inteligencia del corazón) puede ser un sentimiento ético (si surge del instinto cordial) o un compromiso (si procede de la inteligencia cordial); si he entendido bien.
-Lo has entendido perfectamente.
-Háblanos ahora de las decisiones viscerales.
-Son impulsos ciegos: generalmente alejados de la razón. Cuando surgen de la naturaleza hablaríamos de instintos viscerales; y si surgen de la influencia del entorno hablaríamos más bien de impulsos o reacciones viscerales.
-Has hablado hace un rato del compromiso; acláranos un poco más en qué consiste.
-Un compromiso es una obligación innata. El derecho está en la naturaleza, y es esencia; pero el compromiso surge de nuestra historia personal, de la existencia. El compromiso, que brota del corazón, es respeto; y la falta de respeto, que brota de las vísceras, es crueldad.
-Háblanos un poco de los vicios y las virtudes.
            -La virtud fundamental del corazón es, en sus distintas facetas, valor, ánimo, esfuerzo: fortaleza; el vicio cordial por excelencia es la pereza, la falta de ánimo, la necesidad de tener un amo que mire y vea por nosotros; aquí estaría la alegre pereza, un espejismo de felicidad. En cuanto a los instintos cordiales, los principales son la igualdad y la justicia; el respeto a estos principios es un compromiso con la concordia, que contiene justicia y audacia y conduce a la felicidad. 
 

-¿Y los vicios del vientre?
-Son las pasiones viscerales: la primera de todas es la crueldad. La crueldad procede del odio y de la ignorancia. Y el odio surge del miedo, que es también una forma de ignorancia. El odio, el miedo y la crueldad son todos sentimientos ignorantes, en ellos se cifra la cobardía. La crueldad se resuelve en soberbia, despotismo, dominación, que en el fondo no son más que inercia.
-Enuméranos cuántas son las formas del conocer.
-Hay un conocer a secas, que viene de los sentidos: como cuando sabemos si hace frío o calor. Luego hay un conocer con las vísceras: rapto o arrebato es ese conocimiento visceral. Habría también un conocer con el corazón: un conocimiento entrañable. Y un conocer con la razón: conocimiento lógico por excelencia.
Juan dijo esto último por decir, pero en el fondo no se lo creía; no veía bien qué podría ser el conocimiento visceral o el conocimiento entrañable; en el fondo sólo creía en el conocimiento lógico y en el sensorial.
-El alma –prosiguió Juan- es el principio del movimiento. Contiene inteligencia y afectividad. La inteligencia (la razón) puede ser consciente (inteligencia en sentido estricto) o inconsciente; la inteligencia consciente es lógica; la inconsciente puede ser intuición o impulso. Vayamos ahora con la afectividad: puede ser sensitiva o motora; la afectividad motora contiene impulsos e instintos: ambos son tendencias; y la afectividad sensitiva se escinde en sentimientos, emociones y pasiones.
-Te has equivocado –dijo Cristal-. A los impulsos los has mencionado dos veces: con la inteligencia y con la afectividad.
-Y es así: hay una continuidad entre los impulsos afectivos y los de la inteligencia. Observad que sólo la lógica ocupa la conciencia; todo lo demás (intuiciones, impulsos, instintos, emociones, pasiones y sentimientos) son el inconsciente. 
-Vayamos por partes. ¿Qué es el alma?
-El alma es vida anímica. Movimiento.
-El alma (dices) se escinde en inteligencia y afectividad: ¿en qué consiste cada una de ellas?
-La inteligencia es el movimiento de las formas; la afectividad lo es de los contenidos.
-Has dicho que la afectividad podía ser sensitiva o motora. ¿Cómo las definirías?
-La sensación es un movimiento que viene del exterior y se imprime en nosotros: propiamente sería afección, inyección de afectos. La motilidad es justo lo contrario: movimiento que procede de nuestro interior y se imprime fuera de nosotros: eyección o, si queremos, efectos. En este juego de palabras (un juego mnemotécnico) afecto se opone a efecto.
-Aquí estarían los impulsos, ¿verdad?
-Exactamente.
-Háblanos de ellos.
-El impulso racional sería la prudencia.
-Bien.
-Del corazón saldría la fortaleza. La fortaleza es un impulso del que emanan otros dos: la esperanza (emparentada con la fe) y la ambición cordial (que es deseo de llegar a ser). La fe, la confianza, es un impulso sensitivo y le corresponde un impulso motor: la fidelidad; el vicio correspondiente es la soberbia, que está emparentada con el complejo de inferioridad.
-¿Y la ambición cordial?
-Es un impulso sensitivo que mueve hacia el interés. Sus vicios propios son la avaricia y la apatía. La avaricia es una ambición visceral, como la envidia.
-O sea que hemos dejado el corazón: ahora estamos en el vientre.
-Sí. Sus impulsos principales son la avaricia y el amor. El amor es un impulso motor de un impulso sensitivo que es el erotismo. Su vicio característico es la lujuria.
-¿Y la gula?
-Es un vicio del vientre; le corresponde la virtud de la templanza.
-Veo que estás siguiendo el esquema de los siete pecados capitales. ¿Qué puedes decir de la ira?
-La ira surge de varias fuentes. De la soberbia, por supuesto, pero también de la envidia. La ira es la visceralidad de dos impulsos cordiales: uno sensitivo (la paciencia) y otro motor (la asertividad). La ira está emparentada con el rencor y con el miedo.
-La envidia ¿qué es?
-La visceralidad de la amistad. La amistad y  el amor son dos formas de empatía; el impulso sensitivo que les corresponde sería la admiración.
-¿Y la pereza?
-Es la visceralidad de la fuerza; o, más bien, de la fortaleza. Me faltaba decirte que la prudencia, emparentada con la curiosidad (y, por tanto, con la ambición) tiene tres formas de visceralidad: el donjuanismo, el faustinismo y la faustinidad.
-¿Qué es el donjuanismo?
-Vivir el presente sin pensar en la trascendencia.
-¿Y el faustinismo?
-Vivir la trascendencia a costa del presente.
-¿Y la faustinidad?
-Vivir el presente y la trascendencia a costa de violar los límites de la naturaleza. En los tres casos la vida es un atentado contra la salud.
-Ahora háblanos de la decisión.
-Podemos decidirnos de varias maneras.
-¿Cuáles son?
-La forma más rudimentaria son los impulsos viscerales. Lo encontramos en Miguel Hernández cuando dice: el hambre es la mejor escuela. Lo encontramos también en Jack London.
-¿De qué otra forma nos podemos decidir?
-A la manera de Epicuro y Aristipo: se atiene a los sentimientos más elementales (las sensaciones) y los controla mediante la lógica.
-¿Y después?
-Hay una forma más elaborada de tomar decisiones que es la voluntad en sentido aristotélico. Contiene, además de estas emociones o impulsos viscerales, los sentimientos y la lógica. El acto voluntario delibera antes de decidir.
-¿No es lo mismo el pensamiento de Aristóteles que el de Epicuro? Los dos emplean la lógica.
-Sí, pero hay una diferencia: Epicuro quiere vivir las sensaciones y le pide ayuda a la razón; pero Aristóteles quiere vivir la razón y no puede prescindir de los sentimientos: porque, como animal racional, el ser humano es racional, pero no por ello deja de ser animal; lo que quiere Aristóteles es controlar nuestra parte animal con nuestra parte pensante.
-¿Hay alguna otra forma de voluntad?
-La de Platón. Platón dice que por encima de la lógica está el espíritu, una especie de iluminación que es intuición intelectual. Pero prescinde de las sensaciones, porque le parecen degradantes a la hora de actuar.
-¿Y no hay quien junte las emociones, los sentimientos, la lógica y el espíritu?
-Sí: es el tipo más completo de voluntad. Lo encontramos en Nietzsche y María Zambrano. Nietzsche, aunque él no lo crea, no es en el fondo un filósofo irracional.
-Ya veo. Sería curioso ver cómo se comporta la gente cuando toma sus decisiones. Quién sabe si actúa con la cabeza, con el estómago o con el corazón.

 
  1. De las entrañas a las vísceras.

            Cristal corrigió las palabras de Juan.
            -Las tripas también están de acuerdo con la razón.
            -No lo creo.
            -Sí.
            -Pon un ejemplo.
            -Hay veces en que mis amigas se ponen histéricas e intratables. Se enfadan mucho, no escuchan, siempre quieren tener razón. Uno diría: “estas chicas son impertinentes, ¡que se vayan a la mierda!” Y sin embargo no se ponen así porque sean caprichosas; siempre hay una razón.
            -¿Cuál?
            -¡Que tienen la regla!
            La clase prorrumpió en carcajadas. No tanto porque fuera gracioso como porque no se lo esperaban. Juan se quedó perplejo.
            -Es cierto.
            Y le vinieron cosas a la mente y empezó a pensar en voz alta.
            -Una vez iba yo a la escuela. Era maestro en Escalona y los compañeros me recogían todos los días en la vía Roma. Pero antes me habían recogido en la avenida del padre Claret, y aquel día, no sé por qué, cambiaron de sitio. A las ocho yo estaba ya, como todos los días, en el padre Claret. Pero ellos me esperaban en vía Roma. Yo en seguida me di cuenta de mi error y salí corriendo, pero cuando quise llegar a donde estaban ellos ya se habían ido. Monté en cólera. En mi interior fue como una olla a presión a punto de estallar y yo no paraba de acusar a mis amigos. Pero cuando me tranquilicé supe, en mi fuero interno, que ellos tenían razón. Tenían que estar en la escuela a la hora justa y no podían llegar tarde por esperarme a mí.
            -¿Ves? ¿Ves? -remachó Cristal.
            Juan, sin embargo, reflexionó sobre su propia experiencia; en pocos minutos encontró la solución.
            -Tenía razones para comportarme así, pero eso no significaba que tuviera razón.
            Cristal enmudeció, dubitativa, como si la hubiera pillado a contrapelo.
            -Verás: había razones que explicaban mi enfado, y que mis reproches fueran injustos; pero mi enfado se atenuaba por momentos y en esos instantes, liberada mi cabeza de reacciones viscerales, pensaba con objetividad: dando a cada uno lo que le pertenecía; y en aquellos cortos instantes yo era justo.
            -La regla produce dolores de barriga, de cabeza, malestar y a veces hasta diarrea; y eso nos agria bastante el ánimo y nos volvemos intransigentes.
            -Intransigentes e intratables, diría yo- precisó Darío.
            -De acuerdo. En esos momentos diríase que las mujeres no son así, pero no lo pueden evitar.
            -No son como se comportan…
            -Y no quieren comportarse de esa manera, pero no pueden evitarlo. Hay razones que explican esa conducta, pero ellas no llevan razón.
            Hubo un silencio entre murmullos. Los alborotadores de siempre estaban más pendientes del reloj.
            -Pero cuando siente el corazón (y no las tripas) sus sentimientos van acompañados de razones. Yo siento cariño por este niño (uno cualquiera, ahora no vamos a dar nombres; es sólo un ejemplo; pero es que este niño se ha ganado mi simpatía con su comportamiento; luego, independientemente de mis sentimientos hacia él, tengo razón al experimentarlos, porque ese chico, con su bondad, se ha merecido mi aprecio; se lo ha ganado).
            -Pero… ¿y cuando sientes simpatía por un chico que no se la merece? ¿No te ha pasado nunca?
            Juan reflexionó antes de contestar.
            -Sí… Es cierto.
            -A veces sentimos un cariño enfermizo por las personas. Y es algo que no se sale de las vísceras, sino de las entrañas.
            -Creo que tienes razón.
            Juan parecía darse por vencido, pero pronto encontró la respuesta. Sin embargo no pudo decirla, porque sonó el timbre y los brutos salieron como energúmenos. Juan se enfadó; pero, como ya todos se habían marchado, no pudo regañarles: al día siguiente les echaría una filípica.
            Notó a su lado una presencia. Miró y vio que Cristal no se había marchado. Era el recreo. Iban a estar bastante más de los cinco minutos que había entre clase y clase y Cristal, interesada por el curso que había tomado aquella conversación, quería prolongarla.
            -Te voy a decir lo que creo –le dijo todavía bogando en la duda-. Creo (pero aún no estoy seguro) que el corazón a veces late a favor de la razón, y a veces en contra; eso es lo que distingue a los sentimientos sanos de los enfermizos. Pero nuestras reacciones viscerales siempre laten de forma irracional. Son pérdida del sentido común, pasión, desmesura. Llamaremos emociones a nuestras reacciones viscerales. Y sentimientos a nuestras reacciones íntimas. Pues bien, las emociones rompen el sentido común.
            -No siempre –protestó Cristal-. El pánico sirve para huir del peligro, y eso es racional.
            Juan ya no supo qué decir. Cogió sus papeles de la mesa, los ordenó y empezó a meterlos en la cartera. Mientras lo hacía, su mente no paraba de dar vueltas y de repente tuvo un flash; un flash revelador.
            -Eso que tenemos en las tripas es Míster Hyde.
            -¿Míster qué?
            -¿No lo conoces?
            -No.
            -Es una novela. El doctor Jekyll estaba convencido de que hay en cada uno de nosotros dos principios encontrados; algo así como el bien y el mal.
            Cristal levantó la mirada, intrigada por esta idea. Pero escéptica. Cristal, como Santo Tomás, necesitaba ver para creer.




No hay comentarios:

Publicar un comentario