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viernes, 22 de enero de 2021

NIETZSCHE Y MIGUEL HERNÁNDEZ

 

 

NIETZSCHE Y MIGUEL HERNÁNDEZ 



1.

            El buey es un animal pacífico. Pero es un toro castrado. El buey no es amor, sino mansedumbre; y ser manso es obedecer con resignación a quien nos ha privado de naturaleza. No es vivir en paz con todos y derrochar cordialidad en quien nos rodea, sino un cobarde quiero y no puedo, o más bien un querer renegado: como el de la zorra, que despreciaba por impotencia las uvas que quería. La presencia del buey es la impotente mansedumbre.

            El toro no es impotente porque no está castrado. Podrá ser pacífico, pero no es manso. El toro es el crepúsculo de los bueyes, y muere con la cabeza muy alta; no lleva con estoicismo el yugo que le ata, sino que lo rompe en las espaldas de cuantos se lo han puesto. El toro no entiende de yugos. Prefiere la muerte. La agonía de los bueyes no tiene grandeza, pero la de los toros agranda el mundo: lo amplía, lo dignifica, lo vuelve bello y sublime. Impresionante. Los toros son águilas dominando desfiladeros; son leones que levantan, ante los castigos, la misma frente que los bueyes doblaban. Son el huracán inaccesible al yugo; el rayo libre, el relámpago poderoso; alegría, braveza, dinamita, piedra blindada; calma penetrada en la firmeza, alma, corazón, la recia fiereza del indomable.

            Camello llamaba Nietzsche al buey de Miguel Hernández. Fiera domada castrando sus fuerzas naturales, en lo que el toro, sin castrar, conservaba toda su casta. Su fortaleza se agota cargando cosas pesadas, arrodillándose para recibirlas, paciencia mansa que no es esperanza sino renuncia. Y ese que confunde la renuncia con la paciencia es el mismo que ama a quien le desprecia.

            El león de Nietzsche es el toro. La fuerza de la naturaleza embistiendo contra el castrador de toros, forjador de mansedumbres, creador de bueyes. Pero el toro, vencido por el dragón, no se pliega a la esclavitud: prefiere la muerte. Es la tragedia de ser obligado a caminar por una senda que él no ha elegido; y en su lucha contra el destino, indomable ante la adversidad, perece trágicamente. El toro es un visceral rechazo al yugo. Pero no es destrucción y salvajismo. No es barbarie destructora. No es un asesino. El toro prefiere la muerte cuando no le dejan vivir, pero no vive de la muerte ajena. Quiere conquistar la libertad y ser señor en su propio desierto, pero aún no sabe que puede serlo de sí mismo. Y si busca un señor, es porque quiere que sea el último; lo busca para vencerlo, porque ya no habrá más señores después.

            El gran dragón es su último señor. El último yugo. El dragón es deber y está cubierto de escamas brillantes. En todas las escamas hay escrito: “tú debes”. Las escamas, como miles de magnéticas miradas, lo arrojan titilando a las cien mil esquinas de la tierra. Y no es menos jaula la prisión por ser una jaula dorada. Relámpagos arroja perforando el mundo con un único mensaje proyectado en sus mil caras. Parece un espejo que rompemos cuando no nos queremos ver, y en sus mil trozos centellea, omnipresente, la imagen que no queríamos; al destruirla la hemos multiplicado: como la hidra de mil cabezas. La bestia de carga, el buey, el camello, la humillación, la renuncia, se han multiplicado por obra del espejo mágico; el brillo de los bajos valores, que es el dragón donde se mira el yugo. 



            Pero el toro grita su rebeldía; su recia pasión indomable: la exhibe. No puede dominar por fuera porque aún no ha logrado hacerlo dentro, siendo poderoso y vivo, haciéndose señor de sí mismo. El poder del toro se pierde en romper el poder del gran dragón. Sólo sabe cantar ante la muerte, y no ha descubierto que hay ruiseñores que cantan en medio de las batallas; porque ha confundido el no dejarse castrar con ser varón; también hay hombres que no están castrados. Y eso, que no supieron ver ni Nietzsche ni Miguel Hernández, reaparece en el niño inocente de Nietzsche y Heráclito. El niño se ha olvidado de todo y no quiere pelear contra la voluntad del gran dragón; simplemente, quiere su voluntad; se tiene a sí mismo y conquista el mundo sin saberlo: creando. El niño es un nacer de nuevo, un comienzo, un juego; es una rueda que se mueve sin necesidad de que la mueva nadie. Es la vida que se alimenta, no es buey, no es yugo, no es toro; ni vaca que alimente a los demás sin alimentarse a sí misma. Es un santo comenzar, un ruiseñor cantando, una guitarra, un chorro de alegría, un niño: ya no hay dolor donde había lágrimas.

            Bueyes, toros, niños hay entre los alumnos. También hay dragones y vacas. La vaca es entrega en aras de la vida, valor para perder la vida cuando queremos darla, como lo era el toro para perderla defendiéndola. El toro es fuerza masculina, y determinación, y rebeldía. En la fuerza de la vaca hay un aliento femenino y una determinación para la vida. Sólo el buey no es masculino ni femenino. Dos formas de heroísmo asomadas a dos formas de tragedia; entre ellas, la cobardía, renuncia estéril,  no es heroica ni tampoco es trágica, porque su ser es farsa. Y el niño: hijo de la generosidad y la fiereza, de lo femenino y masculino; poderosa cordialidad renegada de la impotente mansedumbre. Poderosa como el león, el toro, el águila; y cordial como la vaca, el cordero, el ruiseñor. Como la vida misma.

 


2.

            El espíritu esclavo es sumiso como el buey. En toro se transforma cuando se rebela; en vaca si protege la vida de su prole (también creada con el toro); en niño si la vive. Se rebela contra el dragón y muere toro, a menos que el dragón lo amanse y regrese al buey. El círculo empieza de nuevo. O se quiebra, en la noche trágica, cuando se siembra la muerte.

            El buey es toro al que le han echado un yugo al cuello. Y el yugo, cuando el furor del toro renace en las venas de buey manso, se vuelve pena; cadena y grilletes que le aprietan el cuello, con pinchos agudos; espada y látigo que mortifican sus carnes, azote que doblega su voluntad en el cuerpo, tormento y castigo, y armamento resentido, sangre. Venganza que estalla arrojando chorros de crueldad. La bestia es el alma de la increíble cadena, como el dragón lo era del yugo despiadado.

            Yugo y buey, amo y esclavo. Cadena y toro: verdugo y reo; reo en que han convertido al rebelde, reo para el verdugo. El toro es un rebelde que niega la esclavitud, y era el verdugo negador de vida pues se había declarado en rebeldía. La rebelión del toro combate la rebelión del yugo, que sobre la vida ha arrojado pesadas cadenas; por eso el toro y la bestia son dos diablos, dos rebeldes; uno se ha levantado contra la vida; el otro contra la muerte. La vaca, luchando por su hijo mientras lucha el toro por ellos, saca leche de su sangre y por su corazón agoniza con tal de alimentar al ternero. Obstinación de la vida en salir adelante contra el yugo. Contra la muerte.

            El santo Job es un criado de dios como lo es Maruja para la casa: los dos, resignados, aceptaron mansamente su yugo. Y el toro, Hércules esforzado y poderoso, huracán arrancado, instinto vivo, fue un volcán de vida extendiendo la lava sobre la nieve; quemando la muerte con sus bríos, fundiendo el hielo para sentir la vida, abriendo la hierba para crecer las flores, portadoras de semilla, las violetas, las campanillas, las amapolas. Hércules en lucha contra la adversidad, manando el aliento de su propio esfuerzo, la simiente viva que atraviesa el viento: y rasga el cielo como la luz del relámpago, rompiendo bóvedas con furia incontenible, exhalando centellas desde lo más recóndito de su corazón despierto.

            Todos los rebeldes vivos llenaron el mundo con la riqueza que tenían dentro: sólo lo vaciaron los rebeldes muertos; los diablos envidiosos, que palidecen ante el fulgor de los diabólicos vientos. Fue Cristo, rebelándose contra la envidia, ¡qué pena que fuera por obediencia ciega! Jesús, hercúleo luchador de Palestina, fue toro; y buey porque luchó ¡qué pena!, para negarse obedeciendo. También Marx apeló a la rebelión del pueblo; y Estalin puso buey a ese toro, entronizando en los altares al partido (nuevo dios al que había que jurar obediencia). Y Fausto, que de pasión vivía, sucumbió a la esclavitud de la pasión por el conocimiento; cuando descubrió que había pasado al lado de la vida quiso sacudirse el yugo, y lo hizo pasando de buey a niño sin llegar a ser toro; porque obedeció a un diablo a quien vendió su alma, su ánimo, sus bríos, su voluntad; se sometió a él a cambio de disfrutar una libertad tan efímera como ficticia. Y vivió a cambio de morir, renunciando a la vida. 



            Quienes, como Fausto, quieren sin lucha llegar a niño, viven sin pasar de buey a toro: se traicionan a sí mismos; se traicionan cuando creen que se están conquistando. Y no hay manera de recobrar muchas veces el tiempo perdido: Juan Luis recordaba; Juan Luis miraba, en el color vítreo de la ventanilla, el rápido fluir de los árboles. Su mente se fue atrás, al partido de baloncesto, cuando jugaba una manada de niños. Recordaba perfectamente que todos querían vencer. Todos querían hacer canasta y se quitaban la pelota entre ellos. Rompiendo el juego, sin importarles la victoria colectiva; robándose el balón en lugar de robárselo al adversario, pues a ninguno importaba que ganase el equipo si la gloria de marcar se la llevaba el compañero. Eran como tiburones que se comían en el vientre de su madre. Como retoños despiadados. Como hermanos mortíferos.

            También se acordaba Juan Luis de las urracas: las que ponen los huevos en nido ajeno; las que tienen hijos para que otros se los cuiden. Las que se aprovechan del prójimo. Los parásitos. ¡Cuántas veces el espíritu quiere, sin lucha, gozar de las mieles del triunfo! ¡Saborear los triunfos sin esfuerzo! El espíritu entonces no llega a niño, pues no fue toro; ni vaca que se esforzara por cuidar la vida, no tuvo amor, no quiso nido. Y fue tiburón o urraca que arrancó los triunfos a costa de males, propios o ajenos. Fue un espíritu destructor recreándose en la muerte, buey de su parasitismo, lobo que luchaba contra el lobo, como el ser humano había sido lobo en el imaginario de Londres. Pues la urraca o el tiburón acaban, a la postre, siendo dragón y yugo; espíritu sin alma que vive enfermo del dolor, cadena y bestia.

            Así apenaban a Juan Luis aquellos pensamientos. Fue viendo los árboles desfilar ante sus ojos, las casas, los valles, los prados, las montañas. El tren lo llevaba subido en un traqueteo de ensueño y por él se colaban sus años de infancia; sus ansias, sus ilusiones, sus padres sentados junto a él, su hermano, su hermana, su belleza interior resuelta en colores. Ahora pasaba sobre un puente de hierro y abajo, al fondo, desfilaba un valle de hierba tan verde que parecía majada; en el horizonte, muy cerca, ascendían las rocas por el cielo buscando el abrazo de la mujer muerta. Y era feliz con aquellos recuerdos. Era feliz en su nido, el toro impregnado en su padre y en su madre, y ambos impregnados de leche, de vaca, de fuente, de valle, de río. Las estacas de la valla que cortaba el prado silbaban al son del traqueteo metálico de las vías. Su corazón, henchido, estaba tan lleno que parecía que iba a explotar. Se expandía en el cielo, tan ancho era el horizonte que tenía dentro. Entonces, pensando en el toro de Miguel y en el espíritu de Nietzsche, se sentía inmensamente feliz. Se daba las gracias por haber trabajado, luchando a brazo partido, por ganarse la vida; en esas estaba cual domador del destino. Se alegró mirándose en el cristal y se las dio al toro que era, a la vaca que en él vivía, contento y cantando por haber conseguido vivir: por ser un niño.

 


 

 

sábado, 21 de noviembre de 2015

De la Razón a la Vida (2)










DE LA RAZÓN A LA VIDA (2)
  

  
     1. Historia.

            La historia es autoconciencia que transita en el presente por el pasado y el futuro, constituyéndose como una erótica de los tiempos.  
            En la historia esos seres embrutecidos suelen desempeñar los papeles más bajos y miserables, los menos lucrativos: pastores arrancados a la sociedad, peones, pinches, verdugos, donnadies.
            Luego están los que han tenido la suerte de desarrollar sus instintos en el caldo del pensamiento; y por lo tanto sus sentimientos se han vuelto más finos; y se ha vuelto más atinada su capacidad de decidir. Como decía Pascual Duarte, la naturaleza nos cría a unos en campos de piedras y cardos, y a otros con perfumes y arrebol.
Pero hay otro anhelo de existir que transita también por los confines del tiempo. Es la mística aquí una erótica de la eternidad.


     2. Mística.

            Mística debe entenderse como un impulso de comunión para fundirse con el mundo, no una renuncia al mundo para disfrutar de la ausencia de sensaciones (como si el goce místico pudiera ser un goce puramente intelectual).
            El impulso contemplativo de comunión es la mística. El impulso dinámico de comunión es la embriaguez; la embriaguez que se opone al ensueño (como ya Nietzsche nos advirtiera). Pero el borracho también goza de dese desprendimiento de sí mismo que le hace sentir al unísono con los sentimientos de todos los demás. Y el aficionado deportivo celebrando un gol decisivo. Y el que se funde en una manifestación, gritando al unísono con todos, lanzada su alma al vuelo independientemente de que esas ideas puedan ser criticadas por su razón. El entusiasmo no es solamente un éxtasis místico; el rapto del alma tiene hilos que parecen hacerlo indisociable del rapto corporal. La plenitud es una sensación de bienestar creciente, un sentimiento de goce subiendo hasta estallar, pero sin estallido; y es una situación envolvente en donde los sentidos se nublan, todos ellos, y se despierta un sentido holístico que se abre a la totalidad, que siente el mundo con más plenitud al tiempo que los sentidos parciales dejan de percibir los detalles; y entonces el mundo nos mece, como nubes de algodón, la naturaleza nos envuelve, poco a poco nos penetra, dejamos de sentirnos en ella porque hemos empezado a ser ella, nos fundimos en el ser cuando hemos dejado de ser, ya no somos un ser sino que hemos pasado a ser el ser del mundo y eso nos da un bienestar infinito, un placer indescriptible, una presencia que se ha construido sobre el olvido: y nos sentimos transportados por toda la naturaleza, un sentimiento panteísta y místico, sentirse arrastrado, una pasión, un arrebato, el entusiasmo adueñándose del fondo más íntimo de nuestro ser.
            ¿Es la mística un entusiasmo por existir, o por ser? Quiere la existencia, pero se desentiende de la adaptación, porque no le interesa el entorno; también se desentiende del desarrollo, porque no le interesa él mismo. Y también quiere la esencia, pero una esencia universal, que se construye sobre el olvido de mi propio ser. Estamos en el mundo de la trascendencia. La trascendencia tiene sus raíces aquí: aunque no las reconoce.


     3. Tragedia.         

Y cuando transita también por los tiempos paralelos, fijándose en los pasados que pudieron haber sido y en los futuros que habrían podido ser, la erótica del anacronismo se constituye también como tragedia.
            Existen en el mundo parcelas que dependen de nuestra voluntad; otras, por el contrario, no dependen de nosotros, ya lo dijo Epicteto; y en ellas de nada sirve la lucha, sólo cabe la resignación: pues bien, las cosas que se imponen a nosotros in que tengamos posibilidad de evitarlas nos abren a la tragedia; eso que llamamos el destino, o la fatalidad, constituyen el mundo trágico.
            Podemos distinguir dos tipos de determinismos: el genético y el ambiental.
Sólo la historia decide qué cosas son trágicas y cuáles no; y lo trágico no es siempre lo que termina en tragedia: la tragedia es un punto de partida, no un final.


Patética.

Si la historia se centra en lo posible, la tragedia y la mística, en tanto que anhelos imposibles, constituyen la patética. Historia y patética son las dos formas humanas de lucha por la existencia; a esta forma de lucha la llamaremos teletaxia: literalmente, “contacto de la distancia”. No sabemos si los animales superiores (delfines, chimpancés) tienen historia; lo que sí es seguro es que no experimentan vida patética (en el sentido que aquí le hemos dado a este término).


Televida.

            Si la teletaxia es lucha por existir, la televida es lucha por ser; se trata ahora de vivir, no de sobrevivir; de llegar a ser nosotros mismos, no solamente de adaptarnos al mundo. Nuestra naturaleza es un mundo interior lleno de promesas y debe conseguir plantarse en el mundo exterior.


     4. Juego.

            Me aburro y juego al dominó, al parchís, a las cartas: al hacerlo no lleno el tiempo de sentido, sino que me limito a pasar el tiempo; o, como vulgarmente se dice, a matarlo. Suele ocurrir que cuando termino de jugar me siento vacío; lo mismo que cuando veo una película mala.
            El artista, por el contrario, puede pasarlo mal mientras crea, puede estar concentrado, puede estar en tensión, pero cuando termina se siente pleno y realizado. La tensión creadora es alegre y agónica al mismo tiempo, disfrutamos al tiempo que sufrimos; pero es un sufrimiento vivificador, una inyección de vida.


     5. Arte.

            En el arte podemos experimentar un éxtasis casi místico; la diferencia es que el objeto contemplado en el arte no es el sujeto que lo contempla; lo que provoca entusiasmo no es la propia persona que lo siente (sea o no sea a través de dios), aunque en el objeto artístico el artista pone mucho de sí. Pero su percepción puede llegar a ser igualmente sublime.
Todos los juegos tienen estrategia (esto es, creatividad) y todos son rutinarios; pero mientras el parchís tiene un uno por ciento de creatividad y un 99 por ciento de rutina (por decir algo), el ajedrez tiene un uno por ciento de rutina y un 99 por ciento de creatividad. Todos los que juegan piensan; pero unos piensas más y otros menos.
El parchís es un juego monótono, repetitivo, no porque no sea creativo, sino porque lo es muy poco; y el ajedrez es creativo no porque no sea repetitivo, sino porque lo es muy poco.
            El arte es el placer de la esencia y el juego lo es de la existencia.
            El objeto del arte no es, pues, la belleza, sino la perfección. La belleza es un elemento prescindible. Una obra fea, pero perfecta, es artística. Claro que hay quieres consideran que lo bello es lo perfecto.
            No hay, pues, una diferencia tan marcada entre el juego y el arte. El juego es aplicación cerebral de reglas fijas, y el arte aplicación sensible de las mismas reglas; el artista piensa con la sensibilidad, o lo que es lo mismo pone el pensamiento al servicio de la sensibilidad. ¿Hay criterios para saber cuándo es arte y cuándo sólo un juego? Porque la palabra “arte” puede usarse en dos sentidos: como técnica (el arte de amar, el arte de la guerra, el arte de jugar al fútbol) y como inspiración (el arte sin complementos ni adjetivos: por ejemplo la música, el teatro, las bellas artes). No es lo mismo una rima que un ripio. No es lo mismo, recordémoslo otra vez, una obra bien hecha que una obra bien inspirada. 

                                                                        
      6. Ética.      

La unión de esencia y existencia es ética. La existencia es adaptación, y la esencia desarrollo. La historia, como hemos visto, es la aventura de adaptarse al mundo para conseguir que el mundo se adapte a nosotros, y así poder desarrollarnos, volcando en él toda la riqueza de nuestro ser; la historia es, así, la epifanía de los derechos humanos.
En tanto que lucha por el desarrollo la historia es la epifanía del juego y del arte; pero primero ha tenido que ser drama y tragedia, lucha por existir antes de llegar a ser lo que somos; en la mística hemos encontrado un ansia por encontrar la puerta del ser, que se halla en el corazón más profundo del instinto de existir, de perdurar; si existir es buscarnos un hueco en el tiempo, ser es encontrar un hueco en la eternidad; llenemos ese hueco de contenido y tendremos el arte como desarrollo de esa plenitud; y la ética, lo veremos a continuación.
            La diferencia entre la mística y el arte es que el arte es aparición y la mística intensidad; la mística es un sentimiento íntimo, profundo, agarrado en lo más intenso de mis entrañas: pero vacío; cuando el arte adquiere dimensiones místicas se vive con intensidad, una intensidad que puede llegar a ser extrema, indescriptible, sublime; hay momentos así en la sinfonía patética de Tchaikovsky.
            El arte, cuando está inspirado, ve las cosas desde fuera, pero las siente desde dentro; veámoslas también desde dentro y tendremos la ética. En la vida ética yo no sólo veo las cosas desde el sillón del espectador, sino que me meto en ellas para verlas desde allí; ese ponerme en lugar del otro es la empatía, cristalizada en las neuronas- espejo. Veo el mundo como si fuera yo, pero también lo siento como si me sintiera a mí mismo. Sufro con el gato que sufre, con el conejo a punto de ser cazado por el galgo, con mi semejante que abandona su casa por causa de la guerra, me alegro con ellos cuando ellos se alegran, mi sentimiento surge del interior de todos los seres; o más bien surge de mí, pero se refleja como en un espejo en todos los seres de la tierra como si yo fuera ellos, como si el mundo entero estuviera dentro de mí y yo sufriera por el mundo.
            El sentimiento ético es la búsqueda del bien: un instinto primario que sólo se vive en toda plenitud en el interior de los seres humanos; lo llamamos humanidad. La humanidad busca el bien de todos mientras que la animalidad sólo busca el de sus congéneres. Y como pasa en el arte, cuando la intensidad es extrema puede ser un sentimiento casi místico; a la par feliz y doloroso, aunando en el mismo punto el deleite y el sufrimiento. 
La razón, como en el arte, está al servicio del sentimiento.
Por la ética me adueño de la vida universal. La ética, como esencia conjugada en la existencia es erótica de la totalidad.
  


     7. Humor.

Es la degradación de la ética. La ética es cercanía del otro (mi prójimo). El humor, por el contrario, no es cercanía sino distancia. Hay un humor degenerado que no coexiste con la ética, sino que la suprime: es el humor despiadado de la crueldad; no todo humor ácido y corrosivo es despiadado, pero todo humor despiadado sí es corrosivo. El deleite por el sufrimiento ajeno es una violación de la ética; por eso es siempre un humor insano: patológico. En él se esconde la crueldad.
            Pintamos una bola de hierro para que parezca un balón de fútbol. Le decimos a un vecino que vamos a chutar para ver quién la tira más lejos. El vecino golpea con todas sus fuerzas retorciéndonos en ayes de dolor; entonces nosotros nos paramos retorciéndonos de risa.
            Desde el punto de vista del que chuta, se ha roto dedos, metatarsianos y empeine. Desde el punto de vista del que mira sólo hay una situación graciosa; la gracia viene de que al chutar esperaba una cosa y se ha encontrado con otra; una espera defraudada no nos hace reír; una espera equivocada sí; es cómico comprobar que la realidad no corresponde a la apariencia. Siempre que no se sufra. La ignorancia de la falsedad nos hace reír con el engaño; su conocimiento nos hace reír.
            El que descubre el engaño sufriendo descubre una vida dramática; el que lo contempla sin sufrir descubre una vida cómica; si el que sufre siente patetismo el que se ríe siente “apatía”: o sea que uno siente y otro no. El drama estriba en sentir el dolor propio y la comedia en no sentir el dolor ajeno. Basta con ponerse en lugar del que sufre para sentirlo, aunque nos sigamos riendo por inercia. La risa desaparece con la empatía. Con la misericordia. Con la piedad. O lo que es lo mismo: la risa es lo contrario de la comprensión; el humor es la negación de la ética.
            Hay otro tipo de humor que no brota de la contemplación de las desgracias ajenas. Cuando la sorpresa (el descubrimiento inesperado de que las apariencias no corresponden a la realidad) es un valor por sí mismo; o cuando descubrimos entre las cosas conexiones sorpresivas (incluyendo juegos de palabras); o cuando se exponen situaciones paradójicas (que incluyen entre sus ingredientes elementos incompatibles). Ejemplo de esto último: “”esto eran dos y se cae el de en medio”. Ejemplo de lo segundo: “esto era uno que va y se muere; moraleja: no vayas”. Se extraen de las  situaciones lógicas conclusiones disparatadas.
Cuando lo inesperado no hace sufrir a nadie produce un humor sano. Cuando no hace sufrir al espectador pero sí al protagonista produce un humor de mal gusto. Y cuando hace sufrir al protagonista no nos hace ninguna gracia.
 

     8. Ciencia.

            La ciencia es poiesis: creación. La observación de la realidad es experiencia, pero la ciencia va más allá de la experiencia. Explica los fenómenos buscando lo que ocultan. Lo mismo que el público busca el truco que esconden las apariencias cuando ve actuar al prestidigitador, así también el científico busca en la realidad lo que no se ve. Y como lo que no se muestra no puede descubrirse, habrá que inventarlo. Inventamos los átomos para explicar los misterios de la naturaleza. Y así también inventamos las células antes de descubrirlas, y los cielos, y los epiciclos, y la herencia de los caracteres adquiridos, y la selección natural, y la teoría de la relatividad.
            La ciencia es distancia máxima con respecto al mundo. Observa las cosas desde fuera, sin implicarse en ella. La admiración del científico por la belleza de su trabajo tiene mucho de arte. Pero en ciencia mandan los datos. Y si la vida científica es arte, los resultados de la ciencia son monografías donde la fantasía queda fuertemente atada por la tiranía de los datos.


     9. Técnica.

            La técnica, como la ciencia, es distancia máxima entre sujeto y objeto, pero sus reglas son prescriptivas.
            Hacen falta dos ingredientes para que se pueda hablar de arte: la  creación y la técnica (o, como hemos visto antes, la poiesis y la techné); y hay que añadir un tercero: la proximidad con el objeto creado; una proximidad que puede llegar a la identificación. No basta con crear una sinfonía en nuestra cabeza; para ser músico es necesario también saber música. Lo primero que hicieron los Beatles cuando se hicieron famosos fue aprender música, porque sin técnica no podían dar relieve a la creación.
La técnica, a diferencia de la ciencia, no busca saber cómo se mueven las cosas, sino cómo queremos que se muevan. La ciencia busca el ser del objeto.
            La técnica se ocupa de la aplicación; la ética, de la práctica. La virtud ética de la aplicación (diligencia) nada tiene que ver con la virtud técnica de la aplicación (útil);la primera se refiere a personas, y la segunda a herramientas.

Vida.

            Vivir es desarrollar nuestra esencia, es decir tomar del mundo lo que necesitamos para ser lo que somos, para existir sin desnaturalizarnos. Si tomamos del mundo lo que nos perjudica, dejamos de existir; por ejemplo si bebemos agua envenenada. Pero si tomamos lo que nos falta, mejoraremos nuestra existencia: porque realizaremos nuestra esencia.
            La esencia es su naturaleza. Cada ser desarrolla su naturaleza, por ejemplo la naturaleza de la vaca es herbívora, una vaca no puede, o no debe, comer carne. Los ganaderos han alimentado las vacas con un pienso que se ha fabricado triturando el cuerpo de otras vacas muertas; con lo que han hecho que sus vacas no solamente fueran carnívoras, sino también caníbales; la naturaleza se ha vengado creando la enfermedad de las vacas locas.
            Quien puede hacer obras de arte y se contenta con pintar cosas bonitas está desperdiciando su capacidad. Quien puede ser un buen futbolista y se contenta con pasar un rato en el fútbol, desperdiciará sus posibilidades; porque aprovecharlas significa algo más que pasar el rato.

El mundo es la emergencia cronológica de la razón.