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viernes, 17 de mayo de 2019

PRINCIPIOS PARA UNA TEORÍA GENERAL DEL JUEGO



PRINCIPIOS PARA UNA TEORÍA GENERAL DEL JUEGO


             Si nos atenemos a su etimología, el juego tiene varias raíces generadoras de significados. Como “ludus”, se refiere a cualquier cosa que no requiera esfuerzo; significa que algo es fácil, sin dificultad; se trata de diversiones, pasatiempos. Como fiesta, el juego se hace público: las carreras, los gladiadores, las diversiones colectivas son fiestas en tanto que juego público; lo mismo cabe decir de las loterías patrocinadas por el Estado. Si esto es así, también entrarían en esta categoría las artes, como por ejemplo la danza, los conciertos y el teatro.

Juego es en todo caso saber hacer: saber simular (en el caso de los actores); conocer el manejo y funcionamiento de algo, dominar una técnica (en todos los otros casos). Distinguiremos, así, entre juegos de imitación y juegos de ejercicio: los primeros consisten en reproducir situaciones e interpretarlas de forma placentera (actores, juegos de roles, ensoñaciones y fantasías, juego simbólico de los niños); y los segundos producen disfrute por el ejercicio de alguna habilidad o destreza (fútbol, ajedrez, atletismo, incluso el arte de la guerra y del negocio cuando se hacen por placer y no por conseguir beneficios). Pero hay una tercera categoría de juegos que no consisten en saber hacer algo, sino en poder sentir: son los juegos de sensación.

            El placer se obtiene, evidentemente, de dos formas: por el ejercicio y por la contemplación; por eso los deportes son a la vez juego y espectáculo. No hay que confundir el placer de contemplar lo que hacen otros (placer del espectador) con el que proporciona la contemplación de la realidad interior y trascendente (placer contemplativo o especulativo). El espectáculo y la contemplación son actividades totalmente diferentes.

            En una partida de cartas en el bar, en torno a la mesa de los jugadores se acumula gente para contemplar el juego; a fortiori si el juego está preparado para ser visto. En el caso de los naipes, cada jugador es espectador de sí mismo, dado que jugar es estar atento a las cartas que tiene cada cual, procurando adivinar las jugadas que cada cual tiene en la mente. Pero si esto es así con los juegos de pensamiento, no es así con los juegos musculares: el corredor está tan concentrado en su hazaña que apenas, de refilón, puede fijarse en la posición de los atletas a quienes quiere ganar. Otros juegos (es el caso del deporte) conjugan el pensamiento y el músculo: son juegos de inteligencia perceptual, a diferencia del ajedrez y similares, que son juegos de inteligencia conceptual y matemática.
           
Juegos apolíneos y dionisiacos. Todos los juegos que contienen sensación y ejercicio tienen que ver con la experiencia dionisiaca; los juegos de representación son por el contrario apolíneos. Pero ¿qué diferencia hay entre el juego y el arte? El arte nos hace vivir mentalmente vidas distantes, y el juego simbólico nos las hace vivir físicamente.


            A. El juego apolíneo (o de representación). Están las diversiones que proporciona la contemplación de objetos y mundos iguales o distintos del nuestro; placer de contemplar nuestro mundo desde la distancia (desprovistos de las preocupaciones y sufrimientos que contienen en la realidad), o de contemplar el encanto de mundos imaginarios y exóticos: piratas, extraterrestres, medievales, prehistóricos o de personajes y aventuras de novela o de película. Es el mundo de lo maravilloso y lo fantástico (exotismo); o el mundo de la distancia frente a lo cotidiano (que no es distanciación crítica al estilo brechtiano, sino alejamiento lúdico que abstrae penas dejando sólo alegrías).
            Se pueden contemplar las cosas desde fuera o desde dentro; esta última conduce a la contemplación participante. Uno se interna en una mina de la quimera del oro, en una cueva de piratas o en un valle de tiranosaurios como si fuera parte de la historia, pero sabiendo que está fuera de ella. Ese “como si” es la sustancia de la contemplación participante, en donde la participación es falsa porque no se puede participar de verdad en la historia que sólo se contempla; pero la contemplación tampoco es real, porque contemplar supone no participar. Uno no puede mirarse en el espejo para ver cómo son sus ojos cerrados, porque para mirar hay que abrir los ojos.
            La contemplación participante se distingue del espectáculo, la observación y la contemplación interior.

El deleite levanta el vuelo para producir encanto (lo maravilloso); o queda a ras de tierra y se transforma en risa; son, respectivamente, el arte y el humor. Como actividad colectiva de comunión en el deleite, se muestra a nosotros como fiesta.
            El juego se distingue de la tragedia en que es repetible: uno puede jugar a la guerra y morir de un golpe, pero acabado el juego “resucitas” y puedes volver a jugar, si lo deseas. Por el contrario la tragedia es única y no se puede volver a repetir: si te mueres, te mueres para siempre. A medio camino entre la tragedia y el juego está el drama. El juego, como el arte, produce deleite, ya sea mediante la risa (humor), ya mediante el éxito (ejercicio), ya mediante el desahogo (sensación), ya mediante el encanto. Entre el chiste y la comedia (dos formas de risa) no hay mucha diferencia si sus esfuerzos se agotan en reír; pero si se incorpora el interés por hacer reflexionar al espectador la comedia se transforma en arte. Si, además, se atenúa la distancia entre personaje y público, la reflexión adquiere mejores ropajes de sensibilidad, y tenemos las demás formas de arte.


            B. El juego dionisiaco de ejercitación. El juego en estado puro es ejercicio: uno disfruta ejecutando repetidas veces lo que le sale bien. El entrenamiento es preparación al juego, tensión previa que el juego consistirá en desplegar. Así, uno disfruta golpeando con fuerza con esos martillos de feria que miden la potencia muscular. Se disfruta resolviendo ecuaciones cuando por fin se ha aprendido a hacerlas. Dando toques a la pelota con el pie, para ver a cuántos se llega sin que la pelota caiga al suelo. Haciendo girar la pelota de baloncesto sobre el dedo índice para ver cuánto tiempo dura. Saltando en longitud, con pértiga, corriendo fondo, velocidad, con vallas, construyendo castillos con los naipes o ejercitando la inteligencia a las damas o al ajedrez.
            También disfrutamos con la contemplación: por ejemplo, mirándonos en los espejos deformantes (cóncavos y convexos) de la feria. Con frecuencia se trata de contemplar ejercicios: ver un partido de fútbol, ver a los gladiadores, contemplar a los leones comer gente o espiar las miserias ajenas en los programas de cotilleo, leer la prensa o ver cine y teatro: todo eso produce placer. Pero hay una diferencia entre contemplar imágenes (los espejos de feria) y contemplar historias (el circo o el teatro). Ahora bien, contemplar no es jugar.


C. El juego dionisiaco de sensación. Hay, también, placer en la búsqueda de nuevas sensaciones: lo podríamos llamar placer sensorial, que no es verdaderamente ni contemplación ni ejercicio, pero que también es juego (¿o deporte?). Tal sucede con el puenting, los fiordos, los tronquitos, la montaña rusa, que buscan sensaciones fuertes para descargar adrenalina y aliviar el cuerpo. El paracaidismo es mixto, porque consiste también en la ejercitación de capacidades físicas y mentales; lo mismo sucede con el alpinismo y otros deportes de riesgo.
Las sensaciones fuertes son las de contacto (que incluyen el gusto y, en un grado menor, el olfato). La vista y el oído permiten menos ejercitar que contemplar. El ocio sensorial puro no es, en principio, ni ejercicio ni contemplación: es sensación pura.
            Y están, cómo no, los juegos que aúnan ejercicio y contemplación participante (como gimkanas y juegos de rol que exigen la superación de distintas pruebas); y los que conjugan sensación y contemplación participante (como las montañas rusas en las que se vive una historia sacudida por desniveles y tirabuzones realmente impresionantes).
            En rigor no pueden ser llamados deportes: son atracciones. Lo propio de la atracción es ser ocio sensorial y contemplación participante (juntos o separados), y no separan a los asistentes en grupos de actores y grupos de espectadores. Esto sí sucede en los juegos, y también pasa con los juegos intelectuales y los juegos de mesa. Un caso paradigmático de los juegos de observación participante son los juegos de azar: se contempla con expectación la evolución de un objeto para ver cómo cae; es una mezcla de observación y misterio, y eso le da cierto toque fantástico y maravilloso: cautivador, en suma (en eso consiste su encanto).

            Conclusión. El juego como manejo y dominio de una técnica es un medio para conseguir nuestros objetivos, y eso pertenece a la teletaxia. El juego como fin en sí mismo es fuente de disfrute, y pertenece a la televida: hablaremos de juego, a secas, como complemento del arte, que busca la risa más que el encanto. Desde estas premisas estudiaremos, en un próximo capítulo, el papel del juego en la vida. 





sábado, 21 de noviembre de 2015

De la Razón a la Vida (2)










DE LA RAZÓN A LA VIDA (2)
  

  
     1. Historia.

            La historia es autoconciencia que transita en el presente por el pasado y el futuro, constituyéndose como una erótica de los tiempos.  
            En la historia esos seres embrutecidos suelen desempeñar los papeles más bajos y miserables, los menos lucrativos: pastores arrancados a la sociedad, peones, pinches, verdugos, donnadies.
            Luego están los que han tenido la suerte de desarrollar sus instintos en el caldo del pensamiento; y por lo tanto sus sentimientos se han vuelto más finos; y se ha vuelto más atinada su capacidad de decidir. Como decía Pascual Duarte, la naturaleza nos cría a unos en campos de piedras y cardos, y a otros con perfumes y arrebol.
Pero hay otro anhelo de existir que transita también por los confines del tiempo. Es la mística aquí una erótica de la eternidad.


     2. Mística.

            Mística debe entenderse como un impulso de comunión para fundirse con el mundo, no una renuncia al mundo para disfrutar de la ausencia de sensaciones (como si el goce místico pudiera ser un goce puramente intelectual).
            El impulso contemplativo de comunión es la mística. El impulso dinámico de comunión es la embriaguez; la embriaguez que se opone al ensueño (como ya Nietzsche nos advirtiera). Pero el borracho también goza de dese desprendimiento de sí mismo que le hace sentir al unísono con los sentimientos de todos los demás. Y el aficionado deportivo celebrando un gol decisivo. Y el que se funde en una manifestación, gritando al unísono con todos, lanzada su alma al vuelo independientemente de que esas ideas puedan ser criticadas por su razón. El entusiasmo no es solamente un éxtasis místico; el rapto del alma tiene hilos que parecen hacerlo indisociable del rapto corporal. La plenitud es una sensación de bienestar creciente, un sentimiento de goce subiendo hasta estallar, pero sin estallido; y es una situación envolvente en donde los sentidos se nublan, todos ellos, y se despierta un sentido holístico que se abre a la totalidad, que siente el mundo con más plenitud al tiempo que los sentidos parciales dejan de percibir los detalles; y entonces el mundo nos mece, como nubes de algodón, la naturaleza nos envuelve, poco a poco nos penetra, dejamos de sentirnos en ella porque hemos empezado a ser ella, nos fundimos en el ser cuando hemos dejado de ser, ya no somos un ser sino que hemos pasado a ser el ser del mundo y eso nos da un bienestar infinito, un placer indescriptible, una presencia que se ha construido sobre el olvido: y nos sentimos transportados por toda la naturaleza, un sentimiento panteísta y místico, sentirse arrastrado, una pasión, un arrebato, el entusiasmo adueñándose del fondo más íntimo de nuestro ser.
            ¿Es la mística un entusiasmo por existir, o por ser? Quiere la existencia, pero se desentiende de la adaptación, porque no le interesa el entorno; también se desentiende del desarrollo, porque no le interesa él mismo. Y también quiere la esencia, pero una esencia universal, que se construye sobre el olvido de mi propio ser. Estamos en el mundo de la trascendencia. La trascendencia tiene sus raíces aquí: aunque no las reconoce.


     3. Tragedia.         

Y cuando transita también por los tiempos paralelos, fijándose en los pasados que pudieron haber sido y en los futuros que habrían podido ser, la erótica del anacronismo se constituye también como tragedia.
            Existen en el mundo parcelas que dependen de nuestra voluntad; otras, por el contrario, no dependen de nosotros, ya lo dijo Epicteto; y en ellas de nada sirve la lucha, sólo cabe la resignación: pues bien, las cosas que se imponen a nosotros in que tengamos posibilidad de evitarlas nos abren a la tragedia; eso que llamamos el destino, o la fatalidad, constituyen el mundo trágico.
            Podemos distinguir dos tipos de determinismos: el genético y el ambiental.
Sólo la historia decide qué cosas son trágicas y cuáles no; y lo trágico no es siempre lo que termina en tragedia: la tragedia es un punto de partida, no un final.


Patética.

Si la historia se centra en lo posible, la tragedia y la mística, en tanto que anhelos imposibles, constituyen la patética. Historia y patética son las dos formas humanas de lucha por la existencia; a esta forma de lucha la llamaremos teletaxia: literalmente, “contacto de la distancia”. No sabemos si los animales superiores (delfines, chimpancés) tienen historia; lo que sí es seguro es que no experimentan vida patética (en el sentido que aquí le hemos dado a este término).


Televida.

            Si la teletaxia es lucha por existir, la televida es lucha por ser; se trata ahora de vivir, no de sobrevivir; de llegar a ser nosotros mismos, no solamente de adaptarnos al mundo. Nuestra naturaleza es un mundo interior lleno de promesas y debe conseguir plantarse en el mundo exterior.


     4. Juego.

            Me aburro y juego al dominó, al parchís, a las cartas: al hacerlo no lleno el tiempo de sentido, sino que me limito a pasar el tiempo; o, como vulgarmente se dice, a matarlo. Suele ocurrir que cuando termino de jugar me siento vacío; lo mismo que cuando veo una película mala.
            El artista, por el contrario, puede pasarlo mal mientras crea, puede estar concentrado, puede estar en tensión, pero cuando termina se siente pleno y realizado. La tensión creadora es alegre y agónica al mismo tiempo, disfrutamos al tiempo que sufrimos; pero es un sufrimiento vivificador, una inyección de vida.


     5. Arte.

            En el arte podemos experimentar un éxtasis casi místico; la diferencia es que el objeto contemplado en el arte no es el sujeto que lo contempla; lo que provoca entusiasmo no es la propia persona que lo siente (sea o no sea a través de dios), aunque en el objeto artístico el artista pone mucho de sí. Pero su percepción puede llegar a ser igualmente sublime.
Todos los juegos tienen estrategia (esto es, creatividad) y todos son rutinarios; pero mientras el parchís tiene un uno por ciento de creatividad y un 99 por ciento de rutina (por decir algo), el ajedrez tiene un uno por ciento de rutina y un 99 por ciento de creatividad. Todos los que juegan piensan; pero unos piensas más y otros menos.
El parchís es un juego monótono, repetitivo, no porque no sea creativo, sino porque lo es muy poco; y el ajedrez es creativo no porque no sea repetitivo, sino porque lo es muy poco.
            El arte es el placer de la esencia y el juego lo es de la existencia.
            El objeto del arte no es, pues, la belleza, sino la perfección. La belleza es un elemento prescindible. Una obra fea, pero perfecta, es artística. Claro que hay quieres consideran que lo bello es lo perfecto.
            No hay, pues, una diferencia tan marcada entre el juego y el arte. El juego es aplicación cerebral de reglas fijas, y el arte aplicación sensible de las mismas reglas; el artista piensa con la sensibilidad, o lo que es lo mismo pone el pensamiento al servicio de la sensibilidad. ¿Hay criterios para saber cuándo es arte y cuándo sólo un juego? Porque la palabra “arte” puede usarse en dos sentidos: como técnica (el arte de amar, el arte de la guerra, el arte de jugar al fútbol) y como inspiración (el arte sin complementos ni adjetivos: por ejemplo la música, el teatro, las bellas artes). No es lo mismo una rima que un ripio. No es lo mismo, recordémoslo otra vez, una obra bien hecha que una obra bien inspirada. 

                                                                        
      6. Ética.      

La unión de esencia y existencia es ética. La existencia es adaptación, y la esencia desarrollo. La historia, como hemos visto, es la aventura de adaptarse al mundo para conseguir que el mundo se adapte a nosotros, y así poder desarrollarnos, volcando en él toda la riqueza de nuestro ser; la historia es, así, la epifanía de los derechos humanos.
En tanto que lucha por el desarrollo la historia es la epifanía del juego y del arte; pero primero ha tenido que ser drama y tragedia, lucha por existir antes de llegar a ser lo que somos; en la mística hemos encontrado un ansia por encontrar la puerta del ser, que se halla en el corazón más profundo del instinto de existir, de perdurar; si existir es buscarnos un hueco en el tiempo, ser es encontrar un hueco en la eternidad; llenemos ese hueco de contenido y tendremos el arte como desarrollo de esa plenitud; y la ética, lo veremos a continuación.
            La diferencia entre la mística y el arte es que el arte es aparición y la mística intensidad; la mística es un sentimiento íntimo, profundo, agarrado en lo más intenso de mis entrañas: pero vacío; cuando el arte adquiere dimensiones místicas se vive con intensidad, una intensidad que puede llegar a ser extrema, indescriptible, sublime; hay momentos así en la sinfonía patética de Tchaikovsky.
            El arte, cuando está inspirado, ve las cosas desde fuera, pero las siente desde dentro; veámoslas también desde dentro y tendremos la ética. En la vida ética yo no sólo veo las cosas desde el sillón del espectador, sino que me meto en ellas para verlas desde allí; ese ponerme en lugar del otro es la empatía, cristalizada en las neuronas- espejo. Veo el mundo como si fuera yo, pero también lo siento como si me sintiera a mí mismo. Sufro con el gato que sufre, con el conejo a punto de ser cazado por el galgo, con mi semejante que abandona su casa por causa de la guerra, me alegro con ellos cuando ellos se alegran, mi sentimiento surge del interior de todos los seres; o más bien surge de mí, pero se refleja como en un espejo en todos los seres de la tierra como si yo fuera ellos, como si el mundo entero estuviera dentro de mí y yo sufriera por el mundo.
            El sentimiento ético es la búsqueda del bien: un instinto primario que sólo se vive en toda plenitud en el interior de los seres humanos; lo llamamos humanidad. La humanidad busca el bien de todos mientras que la animalidad sólo busca el de sus congéneres. Y como pasa en el arte, cuando la intensidad es extrema puede ser un sentimiento casi místico; a la par feliz y doloroso, aunando en el mismo punto el deleite y el sufrimiento. 
La razón, como en el arte, está al servicio del sentimiento.
Por la ética me adueño de la vida universal. La ética, como esencia conjugada en la existencia es erótica de la totalidad.
  


     7. Humor.

Es la degradación de la ética. La ética es cercanía del otro (mi prójimo). El humor, por el contrario, no es cercanía sino distancia. Hay un humor degenerado que no coexiste con la ética, sino que la suprime: es el humor despiadado de la crueldad; no todo humor ácido y corrosivo es despiadado, pero todo humor despiadado sí es corrosivo. El deleite por el sufrimiento ajeno es una violación de la ética; por eso es siempre un humor insano: patológico. En él se esconde la crueldad.
            Pintamos una bola de hierro para que parezca un balón de fútbol. Le decimos a un vecino que vamos a chutar para ver quién la tira más lejos. El vecino golpea con todas sus fuerzas retorciéndonos en ayes de dolor; entonces nosotros nos paramos retorciéndonos de risa.
            Desde el punto de vista del que chuta, se ha roto dedos, metatarsianos y empeine. Desde el punto de vista del que mira sólo hay una situación graciosa; la gracia viene de que al chutar esperaba una cosa y se ha encontrado con otra; una espera defraudada no nos hace reír; una espera equivocada sí; es cómico comprobar que la realidad no corresponde a la apariencia. Siempre que no se sufra. La ignorancia de la falsedad nos hace reír con el engaño; su conocimiento nos hace reír.
            El que descubre el engaño sufriendo descubre una vida dramática; el que lo contempla sin sufrir descubre una vida cómica; si el que sufre siente patetismo el que se ríe siente “apatía”: o sea que uno siente y otro no. El drama estriba en sentir el dolor propio y la comedia en no sentir el dolor ajeno. Basta con ponerse en lugar del que sufre para sentirlo, aunque nos sigamos riendo por inercia. La risa desaparece con la empatía. Con la misericordia. Con la piedad. O lo que es lo mismo: la risa es lo contrario de la comprensión; el humor es la negación de la ética.
            Hay otro tipo de humor que no brota de la contemplación de las desgracias ajenas. Cuando la sorpresa (el descubrimiento inesperado de que las apariencias no corresponden a la realidad) es un valor por sí mismo; o cuando descubrimos entre las cosas conexiones sorpresivas (incluyendo juegos de palabras); o cuando se exponen situaciones paradójicas (que incluyen entre sus ingredientes elementos incompatibles). Ejemplo de esto último: “”esto eran dos y se cae el de en medio”. Ejemplo de lo segundo: “esto era uno que va y se muere; moraleja: no vayas”. Se extraen de las  situaciones lógicas conclusiones disparatadas.
Cuando lo inesperado no hace sufrir a nadie produce un humor sano. Cuando no hace sufrir al espectador pero sí al protagonista produce un humor de mal gusto. Y cuando hace sufrir al protagonista no nos hace ninguna gracia.
 

     8. Ciencia.

            La ciencia es poiesis: creación. La observación de la realidad es experiencia, pero la ciencia va más allá de la experiencia. Explica los fenómenos buscando lo que ocultan. Lo mismo que el público busca el truco que esconden las apariencias cuando ve actuar al prestidigitador, así también el científico busca en la realidad lo que no se ve. Y como lo que no se muestra no puede descubrirse, habrá que inventarlo. Inventamos los átomos para explicar los misterios de la naturaleza. Y así también inventamos las células antes de descubrirlas, y los cielos, y los epiciclos, y la herencia de los caracteres adquiridos, y la selección natural, y la teoría de la relatividad.
            La ciencia es distancia máxima con respecto al mundo. Observa las cosas desde fuera, sin implicarse en ella. La admiración del científico por la belleza de su trabajo tiene mucho de arte. Pero en ciencia mandan los datos. Y si la vida científica es arte, los resultados de la ciencia son monografías donde la fantasía queda fuertemente atada por la tiranía de los datos.


     9. Técnica.

            La técnica, como la ciencia, es distancia máxima entre sujeto y objeto, pero sus reglas son prescriptivas.
            Hacen falta dos ingredientes para que se pueda hablar de arte: la  creación y la técnica (o, como hemos visto antes, la poiesis y la techné); y hay que añadir un tercero: la proximidad con el objeto creado; una proximidad que puede llegar a la identificación. No basta con crear una sinfonía en nuestra cabeza; para ser músico es necesario también saber música. Lo primero que hicieron los Beatles cuando se hicieron famosos fue aprender música, porque sin técnica no podían dar relieve a la creación.
La técnica, a diferencia de la ciencia, no busca saber cómo se mueven las cosas, sino cómo queremos que se muevan. La ciencia busca el ser del objeto.
            La técnica se ocupa de la aplicación; la ética, de la práctica. La virtud ética de la aplicación (diligencia) nada tiene que ver con la virtud técnica de la aplicación (útil);la primera se refiere a personas, y la segunda a herramientas.

Vida.

            Vivir es desarrollar nuestra esencia, es decir tomar del mundo lo que necesitamos para ser lo que somos, para existir sin desnaturalizarnos. Si tomamos del mundo lo que nos perjudica, dejamos de existir; por ejemplo si bebemos agua envenenada. Pero si tomamos lo que nos falta, mejoraremos nuestra existencia: porque realizaremos nuestra esencia.
            La esencia es su naturaleza. Cada ser desarrolla su naturaleza, por ejemplo la naturaleza de la vaca es herbívora, una vaca no puede, o no debe, comer carne. Los ganaderos han alimentado las vacas con un pienso que se ha fabricado triturando el cuerpo de otras vacas muertas; con lo que han hecho que sus vacas no solamente fueran carnívoras, sino también caníbales; la naturaleza se ha vengado creando la enfermedad de las vacas locas.
            Quien puede hacer obras de arte y se contenta con pintar cosas bonitas está desperdiciando su capacidad. Quien puede ser un buen futbolista y se contenta con pasar un rato en el fútbol, desperdiciará sus posibilidades; porque aprovecharlas significa algo más que pasar el rato.

El mundo es la emergencia cronológica de la razón.