UNA ANTROPOLOGÍA TRIPARTITA.
- Inteligencia, cordialidad y
visceralidad.
-Una
estatua de barro. Una figura humana. Cabeza, corazón y vientre: sirven para
decidir; sólo la cabeza sirve para conocer.
-No
–replicó Cristal-; conocemos con todo el cuerpo.
-¿Cómo es
eso?
-Los
ojos, los oídos, la nariz y la boca están en la cabeza; pero también conocemos
con la piel, que está repartida por todo el cuerpo.
-Tienes
razón.
-Lo que
hace la cabeza es comprender, eso no lo puede hacer el resto del cuerpo.
-Conocemos
y decidimos con todo el cuerpo- se atrevió Juan a aventurar- pero sólo
comprendemos con la cabeza.
Cristal
lo pensó y vio que era correcto. Juan continuó.
-Conocemos
con todo el cuerpo, pero desde el cuello para abajo nuestro conocimiento es
inmediato, fidedigno, directo: el tacto, el contacto con las cosas, la
proximidad íntima; desde el cuello para arriba conocemos en la distancia con el
oído y con los ojos; y por contacto, con el olfato y el gusto.
-Así es
–respondió Cristal.
-Comprendemos
sólo con la cabeza. En la cabeza está la capacidad de imaginar y de razonar. La
razón inconsciente es intuición; y si es consciente, inteligencia. Pensar es
imaginar y razonar.
-¿Dónde
está el instinto?
-Grabado
en la cabeza; pero se manifiesta por todo el cuerpo. Pero ojo: conocer es
sentir, si captamos la realidad por los sentidos; intuir, si la conocemos por
impulsos naturales, por instinto; y razonar, si captamos las cosas por lógica.
Cuando expresamos con palabras nuestro conocimiento sensorial describimos lo
que hay en la superficie de las cosas; y cuando verbalizamos nuestros
conocimientos racionales e intuitivos explicamos o definimos lo que hay en la
profundidad de las cosas, tanto de los abismos como de las alturas.
-Háblanos
ahora de lo que hay del cuello para abajo.
-Empezaremos
por el corazón. Es la parte entrañable de nuestro ser; cuando siente nos hunde
en el ensueño, cuando actúa nos llena de valor.
-¿Qué
más?
-El
vientre: la parte visceral; cuando siente produce arrebatos, y cuando actúa
nos vuelve crueles.
-¿Qué es
la cultura?
-La cultura es la parte
entrañable de nuestra inteligencia, o lo que es lo mismo: la unión de la cabeza
y el corazón. Cuando la cabeza se une al vientre la generosidad se convierte en
egoísmo y ya no tenemos cultura, sino culto. De la inteligencia y el saber mana
el diálogo: inteligencia para comprender; saber para conocer.
-¿Y cómo nos decidimos?
-Podemos elegir con la cabeza,
con el corazón o con las tripas. Las decisiones racionales son las conclusiones
de nuestros razonamientos (que pueden ser descriptivas o prescriptivas). Las
decisiones cordiales desencadenan acciones entrañables, y las viscerales
desencadenan acciones despiadadas. Las decisiones racionales pueden ser
cordiales (pues la lógica de las conclusiones suele estar de acuerdo con los
impulsos del corazón); pero las decisiones viscerales es muy difícil que sean
cordiales, porque los impulsos arrebatados no tienen por qué ser conformes a
los impulsos del corazón.
-La
generosidad es el cimiento de la cultura; el del culto lo sería el egoísmo.
-Sí. Si
hablamos de cultura en sentido amplio, sus dos cimientos serían la generosidad
y el egoísmo.
-Hablemos
ahora de las decisiones cordiales.
-Si emanan de la inteligencia,
son compromisos. Pero si surgen del impulso son instintos naturales. En este
caso hablamos de derechos naturales, de los derechos humanos. En el primer caso
nos referíamos a la inteligencia cordial, y en el segundo, a los instintos
cordiales. La intuición es una vía rápida, con frecuencia certera, para
acercarse a la inteligencia; y al instinto.
-Así pues, una decisión cordial
(la que tomamos con la inteligencia del corazón) puede ser un sentimiento ético
(si surge del instinto cordial) o un compromiso (si procede de la inteligencia
cordial); si he entendido bien.
-Lo has entendido
perfectamente.
-Háblanos ahora de las
decisiones viscerales.
-Son impulsos ciegos:
generalmente alejados de la razón. Cuando surgen de la naturaleza hablaríamos
de instintos viscerales; y si surgen de la influencia del entorno hablaríamos
más bien de impulsos o reacciones viscerales.
-Has hablado hace un rato del
compromiso; acláranos un poco más en qué consiste.
-Un compromiso es una
obligación innata. El derecho está en la naturaleza, y es esencia; pero el
compromiso surge de nuestra historia personal, de la existencia. El compromiso,
que brota del corazón, es respeto; y la falta de respeto, que brota de las
vísceras, es crueldad.
-Háblanos un poco de los vicios
y las virtudes.
-La virtud
fundamental del corazón es, en sus distintas facetas, valor, ánimo, esfuerzo:
fortaleza; el vicio cordial por excelencia es la pereza, la falta de ánimo, la
necesidad de tener un amo que mire y vea por nosotros; aquí estaría la alegre
pereza, un espejismo de felicidad. En cuanto a los instintos cordiales, los
principales son la igualdad y la justicia; el respeto a estos principios es un
compromiso con la concordia, que contiene justicia y audacia y conduce a la
felicidad.
-¿Y los vicios del vientre?
-Son las pasiones viscerales:
la primera de todas es la crueldad. La crueldad procede del odio y de la
ignorancia. Y el odio surge del miedo, que es también una forma de ignorancia.
El odio, el miedo y la crueldad son todos sentimientos ignorantes, en ellos se
cifra la cobardía. La crueldad se resuelve en soberbia, despotismo, dominación,
que en el fondo no son más que inercia.
-Enuméranos cuántas son las
formas del conocer.
-Hay un conocer a secas, que
viene de los sentidos: como cuando sabemos si hace frío o calor. Luego hay un
conocer con las vísceras: rapto o arrebato es ese conocimiento visceral. Habría
también un conocer con el corazón: un conocimiento entrañable. Y un conocer con
la razón: conocimiento lógico por excelencia.
Juan dijo esto último por
decir, pero en el fondo no se lo creía; no veía bien qué podría ser el
conocimiento visceral o el conocimiento entrañable; en el fondo sólo creía en
el conocimiento lógico y en el sensorial.
-El alma –prosiguió Juan- es el
principio del movimiento. Contiene inteligencia y afectividad. La inteligencia
(la razón) puede ser consciente (inteligencia en sentido estricto) o
inconsciente; la inteligencia consciente es lógica; la inconsciente puede ser
intuición o impulso. Vayamos ahora con la afectividad: puede ser sensitiva o
motora; la afectividad motora contiene impulsos e instintos: ambos son
tendencias; y la afectividad sensitiva se escinde en sentimientos, emociones y
pasiones.
-Te has equivocado –dijo
Cristal-. A los impulsos los has mencionado dos veces: con la inteligencia y
con la afectividad.
-Y es así: hay una continuidad
entre los impulsos afectivos y los de la inteligencia. Observad que sólo la
lógica ocupa la conciencia; todo lo demás (intuiciones, impulsos, instintos,
emociones, pasiones y sentimientos) son el inconsciente.
-Vayamos por partes. ¿Qué es el
alma?
-El alma es vida anímica.
Movimiento.
-El alma (dices) se escinde en
inteligencia y afectividad: ¿en qué consiste cada una de ellas?
-La inteligencia es el
movimiento de las formas; la afectividad lo es de los contenidos.
-Has dicho que la afectividad
podía ser sensitiva o motora. ¿Cómo las definirías?
-La sensación es un movimiento
que viene del exterior y se imprime en nosotros: propiamente sería afección,
inyección de afectos. La motilidad es justo lo contrario: movimiento que
procede de nuestro interior y se imprime fuera de nosotros: eyección o, si
queremos, efectos. En este juego de palabras (un juego mnemotécnico) afecto se
opone a efecto.
-Aquí estarían los impulsos,
¿verdad?
-Exactamente.
-Háblanos de ellos.
-El impulso racional sería la
prudencia.
-Bien.
-Del corazón saldría la
fortaleza. La fortaleza es un impulso del que emanan otros dos: la esperanza
(emparentada con la fe) y la ambición cordial (que es deseo de llegar a ser).
La fe, la confianza, es un impulso sensitivo y le corresponde un impulso motor:
la fidelidad; el vicio correspondiente es la soberbia, que está emparentada con
el complejo de inferioridad.
-¿Y la ambición cordial?
-Es un impulso sensitivo que
mueve hacia el interés. Sus vicios propios son la avaricia y la apatía. La
avaricia es una ambición visceral, como la envidia.
-O sea que hemos dejado el
corazón: ahora estamos en el vientre.
-Sí. Sus impulsos principales
son la avaricia y el amor. El amor es un impulso motor de un impulso sensitivo
que es el erotismo. Su vicio característico es la lujuria.
-¿Y la gula?
-Es un vicio del vientre; le
corresponde la virtud de la templanza.
-Veo que estás siguiendo el
esquema de los siete pecados capitales. ¿Qué puedes decir de la ira?
-La ira surge de varias
fuentes. De la soberbia, por supuesto, pero también de la envidia. La ira es la
visceralidad de dos impulsos cordiales: uno sensitivo (la paciencia) y otro
motor (la asertividad). La ira está emparentada con el rencor y con el miedo.
-La envidia ¿qué es?
-La visceralidad de la amistad.
La amistad y el amor son dos formas de
empatía; el impulso sensitivo que les corresponde sería la admiración.
-¿Y la pereza?
-Es la visceralidad de la
fuerza; o, más bien, de la fortaleza. Me faltaba decirte que la prudencia,
emparentada con la curiosidad (y, por tanto, con la ambición) tiene tres formas
de visceralidad: el donjuanismo, el faustinismo y la faustinidad.
-¿Qué es el donjuanismo?
-Vivir el presente sin pensar
en la trascendencia.
-¿Y el faustinismo?
-Vivir la trascendencia a costa
del presente.
-¿Y la faustinidad?
-Vivir el presente y la
trascendencia a costa de violar los límites de la naturaleza. En los tres casos
la vida es un atentado contra la salud.
-Ahora háblanos de la decisión.
-Podemos decidirnos de varias
maneras.
-¿Cuáles son?
-La forma más rudimentaria son
los impulsos viscerales. Lo encontramos en Miguel Hernández cuando dice: el
hambre es la mejor escuela. Lo encontramos también en Jack London.
-¿De qué otra forma nos podemos
decidir?
-A la manera de Epicuro y
Aristipo: se atiene a los sentimientos más elementales (las sensaciones) y los
controla mediante la lógica.
-¿Y después?
-Hay una forma más elaborada de
tomar decisiones que es la voluntad en sentido aristotélico. Contiene, además
de estas emociones o impulsos viscerales, los sentimientos y la lógica. El acto
voluntario delibera antes de decidir.
-¿No es lo mismo el pensamiento
de Aristóteles que el de Epicuro? Los dos emplean la lógica.
-Sí, pero hay una diferencia:
Epicuro quiere vivir las sensaciones y le pide ayuda a la razón; pero
Aristóteles quiere vivir la razón y no puede prescindir de los sentimientos:
porque, como animal racional, el ser humano es racional, pero no por ello deja
de ser animal; lo que quiere Aristóteles es controlar nuestra parte animal con
nuestra parte pensante.
-¿Hay alguna otra forma de
voluntad?
-La de Platón. Platón dice que
por encima de la lógica está el espíritu, una especie de iluminación que es
intuición intelectual. Pero prescinde de las sensaciones, porque le parecen
degradantes a la hora de actuar.
-¿Y no hay quien junte las
emociones, los sentimientos, la lógica y el espíritu?
-Sí: es el tipo más completo de
voluntad. Lo encontramos en Nietzsche y María Zambrano. Nietzsche, aunque él no
lo crea, no es en el fondo un filósofo irracional.
-Ya veo. Sería curioso ver cómo
se comporta la gente cuando toma sus decisiones. Quién sabe si actúa con la
cabeza, con el estómago o con el corazón.
- De las entrañas a las
vísceras.
Cristal
corrigió las palabras de Juan.
-Las
tripas también están de acuerdo con la razón.
-No lo
creo.
-Sí.
-Pon un
ejemplo.
-Hay
veces en que mis amigas se ponen histéricas e intratables. Se enfadan mucho, no
escuchan, siempre quieren tener razón. Uno diría: “estas chicas son
impertinentes, ¡que se vayan a la mierda!” Y sin embargo no se ponen así porque
sean caprichosas; siempre hay una razón.
-¿Cuál?
-¡Que
tienen la regla!
La clase
prorrumpió en carcajadas. No tanto porque fuera gracioso como porque no se lo
esperaban. Juan se quedó perplejo.
-Es
cierto.
Y le
vinieron cosas a la mente y empezó a pensar en voz alta.
-Una vez
iba yo a la escuela. Era maestro en Escalona y los compañeros me recogían todos
los días en la vía Roma. Pero antes me habían recogido en la avenida del padre
Claret, y aquel día, no sé por qué, cambiaron de sitio. A las ocho yo estaba
ya, como todos los días, en el padre Claret. Pero ellos me esperaban en vía
Roma. Yo en seguida me di cuenta de mi error y salí corriendo, pero cuando
quise llegar a donde estaban ellos ya se habían ido. Monté en cólera. En mi
interior fue como una olla a presión a punto de estallar y yo no paraba de
acusar a mis amigos. Pero cuando me tranquilicé supe, en mi fuero interno, que
ellos tenían razón. Tenían que estar en la escuela a la hora justa y no podían
llegar tarde por esperarme a mí.
-¿Ves?
¿Ves? -remachó Cristal.
Juan, sin
embargo, reflexionó sobre su propia experiencia; en pocos minutos encontró la
solución.
-Tenía
razones para comportarme así, pero eso no significaba que tuviera razón.
Cristal
enmudeció, dubitativa, como si la hubiera pillado a contrapelo.
-Verás:
había razones que explicaban mi enfado, y que mis reproches fueran injustos;
pero mi enfado se atenuaba por momentos y en esos instantes, liberada mi cabeza
de reacciones viscerales, pensaba con objetividad: dando a cada uno lo que le
pertenecía; y en aquellos cortos instantes yo era justo.
-La regla
produce dolores de barriga, de cabeza, malestar y a veces hasta diarrea; y eso
nos agria bastante el ánimo y nos volvemos intransigentes.
-Intransigentes
e intratables, diría yo- precisó Darío.
-De
acuerdo. En esos momentos diríase que las mujeres no son así, pero no lo pueden
evitar.
-No son
como se comportan…
-Y no
quieren comportarse de esa manera, pero no pueden evitarlo. Hay razones que
explican esa conducta, pero ellas no llevan razón.
Hubo un
silencio entre murmullos. Los alborotadores de siempre estaban más pendientes
del reloj.
-Pero
cuando siente el corazón (y no las tripas) sus sentimientos van acompañados de
razones. Yo siento cariño por este niño (uno cualquiera, ahora no vamos a dar
nombres; es sólo un ejemplo; pero es que este niño se ha ganado mi simpatía con
su comportamiento; luego, independientemente de mis sentimientos hacia él,
tengo razón al experimentarlos, porque ese chico, con su bondad, se ha merecido
mi aprecio; se lo ha ganado).
-Pero… ¿y
cuando sientes simpatía por un chico que no se la merece? ¿No te ha pasado
nunca?
Juan
reflexionó antes de contestar.
-Sí… Es
cierto.
-A veces
sentimos un cariño enfermizo por las personas. Y es algo que no se sale de las
vísceras, sino de las entrañas.
-Creo que
tienes razón.
Juan
parecía darse por vencido, pero pronto encontró la respuesta. Sin embargo no
pudo decirla, porque sonó el timbre y los brutos salieron como energúmenos.
Juan se enfadó; pero, como ya todos se habían marchado, no pudo regañarles: al
día siguiente les echaría una filípica.
Notó a su
lado una presencia. Miró y vio que Cristal no se había marchado. Era el recreo.
Iban a estar bastante más de los cinco minutos que había entre clase y clase y
Cristal, interesada por el curso que había tomado aquella conversación, quería
prolongarla.
-Te voy a
decir lo que creo –le dijo todavía bogando en la duda-. Creo (pero aún no estoy
seguro) que el corazón a veces late a favor de la razón, y a veces en contra;
eso es lo que distingue a los sentimientos sanos de los enfermizos. Pero
nuestras reacciones viscerales siempre laten de forma irracional. Son pérdida
del sentido común, pasión, desmesura. Llamaremos emociones a nuestras
reacciones viscerales. Y sentimientos a nuestras reacciones íntimas. Pues bien,
las emociones rompen el sentido común.
-No
siempre –protestó Cristal-. El pánico sirve para huir del peligro, y eso es
racional.
Juan ya
no supo qué decir. Cogió sus papeles de la mesa, los ordenó y empezó a meterlos
en la cartera. Mientras lo hacía, su mente no paraba de dar vueltas y de
repente tuvo un flash; un flash revelador.
-Eso que
tenemos en las tripas es Míster Hyde.
-¿Míster
qué?
-¿No lo
conoces?
-No.
-Es una
novela. El doctor Jekyll estaba convencido de que hay en cada uno de nosotros
dos principios encontrados; algo así como el bien y el mal.
Cristal
levantó la mirada, intrigada por esta idea. Pero escéptica. Cristal, como Santo
Tomás, necesitaba ver para creer.