Salir fuera para entrar en ti.
RUGBY
Estaba
aterido. El aire se clavaba como agujas. Y el granizo, como púas, le pinchaba
toda la piel con su peso helado. Estaba en el campo y tenía el pantalón corto,
las mangas cortas, la ropa escasa. Su camiseta de rugby era un fino velo apenas
tupido por la acolchada coraza, y en las piernas le protegía la armadura de una
espinillera. Sus botas, desnudas, abrazaban el pie sobre la piel de lana de
unas medias, y sus suelas resbalaban a pesar de los tacos que horadaban la
tierra como estacas.
El campo
estaba encharcado. La tierra era un lodazal. En el termómetro del coche vería
después que estaban a cuatro bajo cero. Y había tramos donde el agua les cubría
los tobillos. El granizo no paraba de golpear, y era una pedrea de cuerpos redondos
que se clavaban como cuchillos. El aire azotaba las mejillas. Su piel aterida, roja
de proyectiles, era un campo de batalla donde dirimían sus asuntos los
elementos. Luego se le quedaría un pómulo marcado, como un golpe que sólo dolía
en frío, seguramente de los muchos codazos que le habían dado durante el
partido.
El
partido duró dos horas. Desde el principio, por el aire de los polos, su mano
estaba tan entumecida que apenas la podía girar. Los movimientos del frío eran
congelados, brazos y manos inmovilizados por el aire, los movimientos del frío
eran falta de movimiento. No podía mover los dedos, apenas podía cerrar la
palma y el puño cortado se clavaba en el aire porque en el tiempo de juego no paraban de correr.
Al correr,
el aire se convertía en viento que quemaba la piel. Era una helada cuajada de
granizo, y el hielo, como piedras, era un jardín sembrado de proyectiles. Si
estaba parado, era el frío de estar vestido sin mangas y con pantalones cortos.
Si corría, la propia carrera era una fábrica de viento, y el viento corría por
sus brazos, por su cara, por sus piernas; por su frente, sus rodillas, sus
orejas. El suelo empapado y la lluvia que sucedió al granizo fueron castigo que
azotaba el cuerpo como un diluvio. Duró dos horas. Descontando el tiempo del
descanso, que no llegó a ser en los vestuarios un tiempo demasiado cálido.
Llovió
toda la tarde. Por la noche nevó. El tercer tiempo fue, en el bar, una lluvia
de cervezas calentadas en la boca con chorizo; fue el chorizo frito, los
macarrones con tomate, los callos; aquella tosca calefacción reanimó los
vericuetos interiores sembrando los húmedos terrones del estómago. Y fueron
tapas, cortezas y cacahuetes. Después fue salir de nuevo al frío para llegar al
autobús, pero al autobús no le funcionaba la batería. Así estuvieron parados durante
más de media hora.
Luego
llegaron a Segovia. En casa era calor de verdad, adosado a la pared de los
radiadores. Allí terminó de cenar y en el hambre supo lo mucho que había corrido.
Ignoraba cuánto les habían hecho adelgazar aquellos rigores. Ya en la cama, le
animó un extraño resplandor que había en la calle y se levantó a mirar. Cuando
corrió el visillo era todo lágrimas blancas que llenaban el cielo y el suelo,
una cortina que se extendía mientras bajaban, peinando el espacio, hasta
engrosar el algodón que crecía sobre el suelo. En pocos minutos la carretera se
había cubierto de nieve. Y los techos de los coches, el tejado de las casas,
las chimeneas y los árboles se llenaban de terciopelo blanco. Era todo algodón
de contornos dulces, lentos, como una legión de copos que anunciaba la navidad.
Lejos, sobre las casas, las paredes se llenaban del frío que no helaba. Por
algunos balcones, subiendo por las cuerdas, se divisaba el manto rojo de papá
Noel. Gateando por los ladrillos y buscando en las barandas, enfilando entre
chimeneas el espacio de juguetes donde los niños soñaban. Unos zapatitos
asomarían por las ventanas. Un paisaje de invierno, unas sábanas blancas, unas
casas sin frío, huellas de trineo; hilo de humo entre las nubes, humo de chimenea,
los tejados blancos; entre las tejas, un cálido paisaje; y miles de chimeneas
sembradas en el espacio donde crecían los sueños. Estaba llegando la navidad.
Ahora te vas. Al país del rugby, al país de
plata, a la Argentina. En tus años de formación no puede faltar salirte fuera
para entrar en ti. Granará en tus venas la espiga dorada (el tesón te mueve, la
ilusión te anima); crecerá la savia, la libertad necesaria, la pasión de vida: tu
entrega será esfuerzo, mirarán tus ojos y verás con el corazón, y entonces te
convertirás en el que eres; volverás vestido de rugby y serás tu sueño, transformado
en ti mismo.
Que la fuerza te acompañe. Y que los
aires te sean propicios.
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