sábado, 27 de diciembre de 2014

Rugby.






            Salir fuera para entrar en ti.


RUGBY

 
            Estaba aterido. El aire se clavaba como agujas. Y el granizo, como púas, le pinchaba toda la piel con su peso helado. Estaba en el campo y tenía el pantalón corto, las mangas cortas, la ropa escasa. Su camiseta de rugby era un fino velo apenas tupido por la acolchada coraza, y en las piernas le protegía la armadura de una espinillera. Sus botas, desnudas, abrazaban el pie sobre la piel de lana de unas medias, y sus suelas resbalaban a pesar de los tacos que horadaban la tierra como estacas.
            El campo estaba encharcado. La tierra era un lodazal. En el termómetro del coche vería después que estaban a cuatro bajo cero. Y había tramos donde el agua les cubría los tobillos. El granizo no paraba de golpear, y era una pedrea de cuerpos redondos que se clavaban como cuchillos. El aire azotaba las mejillas. Su piel aterida, roja de proyectiles, era un campo de batalla donde dirimían sus asuntos los elementos. Luego se le quedaría un pómulo marcado, como un golpe que sólo dolía en frío, seguramente de los muchos codazos que le habían dado durante el partido.
            El partido duró dos horas. Desde el principio, por el aire de los polos, su mano estaba tan entumecida que apenas la podía girar. Los movimientos del frío eran congelados, brazos y manos inmovilizados por el aire, los movimientos del frío eran falta de movimiento. No podía mover los dedos, apenas podía cerrar la palma y el puño cortado se clavaba en el aire porque en el tiempo de juego  no paraban de correr.
            Al correr, el aire se convertía en viento que quemaba la piel. Era una helada cuajada de granizo, y el hielo, como piedras, era un jardín sembrado de proyectiles. Si estaba parado, era el frío de estar vestido sin mangas y con pantalones cortos. Si corría, la propia carrera era una fábrica de viento, y el viento corría por sus brazos, por su cara, por sus piernas; por su frente, sus rodillas, sus orejas. El suelo empapado y la lluvia que sucedió al granizo fueron castigo que azotaba el cuerpo como un diluvio. Duró dos horas. Descontando el tiempo del descanso, que no llegó a ser en los vestuarios un tiempo demasiado cálido.
            Llovió toda la tarde. Por la noche nevó. El tercer tiempo fue, en el bar, una lluvia de cervezas calentadas en la boca con chorizo; fue el chorizo frito, los macarrones con tomate, los callos; aquella tosca calefacción reanimó los vericuetos interiores sembrando los húmedos terrones del estómago. Y fueron tapas, cortezas y cacahuetes. Después fue salir de nuevo al frío para llegar al autobús, pero al autobús no le funcionaba la batería. Así estuvieron parados durante más de media hora.
            Luego llegaron a Segovia. En casa era calor de verdad, adosado a la pared de los radiadores. Allí terminó de cenar y en el hambre supo lo mucho que había corrido. Ignoraba cuánto les habían hecho adelgazar aquellos rigores. Ya en la cama, le animó un extraño resplandor que había en la calle y se levantó a mirar. Cuando corrió el visillo era todo lágrimas blancas que llenaban el cielo y el suelo, una cortina que se extendía mientras bajaban, peinando el espacio, hasta engrosar el algodón que crecía sobre el suelo. En pocos minutos la carretera se había cubierto de nieve. Y los techos de los coches, el tejado de las casas, las chimeneas y los árboles se llenaban de terciopelo blanco. Era todo algodón de contornos dulces, lentos, como una legión de copos que anunciaba la navidad. Lejos, sobre las casas, las paredes se llenaban del frío que no helaba. Por algunos balcones, subiendo por las cuerdas, se divisaba el manto rojo de papá Noel. Gateando por los ladrillos y buscando en las barandas, enfilando entre chimeneas el espacio de juguetes donde los niños soñaban. Unos zapatitos asomarían por las ventanas. Un paisaje de invierno, unas sábanas blancas, unas casas sin frío, huellas de trineo; hilo de humo entre las nubes, humo de chimenea, los tejados blancos; entre las tejas, un cálido paisaje; y miles de chimeneas sembradas en el espacio donde crecían los sueños. Estaba llegando la navidad.

            Ahora te vas. Al país del rugby, al país de plata, a la Argentina. En tus años de formación no puede faltar salirte fuera para entrar en ti. Granará en tus venas la espiga dorada (el tesón te mueve, la ilusión te anima); crecerá la savia, la libertad necesaria, la pasión de vida: tu entrega será esfuerzo, mirarán tus ojos y verás con el corazón, y entonces te convertirás en el que eres; volverás vestido de rugby y serás tu sueño, transformado en ti mismo.
            Que la fuerza te acompañe. Y que los aires te sean propicios. 





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