LA OTRA CARA DE
LA LUNA
Es el tiempo de la risa, del
vino, del baile, del impulso que viene del cuerpo sin ganas de pensar. Es el
tiempo de la broma, del tiempo que discurre fuera del tiempo, la máscara, la
chirigota, el disfraz; tiempo de vivir la vida de otros, de ser egipcio,
pirata, político o marciano, pero sin creérselo: es un ser sin ser, no tener
esencia y sólo aparentarla. Vivir como si no viviéramos, mimando la vida,
fingiendo existencias, viviendo sin riesgo, todo es lo que queremos y nada lo
que parece, el mundo convertido en una ficción.
Mañana quemarán la fiesta y nos
volveremos de pronto serios; arderá la risa, la burla, volverá la cuaresma, y
será todo serio y triste, sin canciones, a fe de aburrido, mortificado,
envuelto en los rigores de la vida, y será también la vida de otros, seguiremos
viviendo en una ficción: serán las privaciones, el ayuno, la rigidez cadavérica
con cara de estreñimiento, y hasta tendremos, en viernes santo, que abstenernos
de reír y de cantar. Será la ficción del asceta, del espíritu sin cuerpo y el ánimo
mortificado, la vida convertida en valle de lágrimas, será el momento de penar,
toser y sufrir. Y entonces nos vestiremos con otros ropajes, seremos romanos,
cristos o nazarenos, seremos dolorosas y máscaras sufrientes, tendremos los hábitos
con las caras tapadas, agujeros en los ojos para ver: y seremos azotes y clavos
y coronas de espinas, letreros sangrantes y todos los inris, seremos flagelos
penitentes de los pies descalzos, brazos abiertos sosteniendo rosarios, cruces
que nos sangran en las espaldas, seremos sufrimiento bendito, adorado, dolor
elevado a la oración en los altares, seremos renuncia a la vida, nos sentiremos
esclavos, seremos el margen del río de la vida; y la calle, con los cirios y
carrozas que nos vuelven estatuas, será, con el flujo de seres travestidos y
enmascarados, la corriente que nos lleva hasta el océano, serán la vida unos
disfraces que nos llevan la ficción.
Encajonados entre dos
carnavales. La orilla de la fiesta, la orilla del dolor. Ninguna de las dos
orillas es auténtica, cada una tiene sus máscaras, la única orilla
desenmascarada es la vida que pasa entre ellas, la corriente que fluye
corriendo hacia el mar, y que no es ni triste ni alegre, ni luces de colores ni
sotanas sombrías, carne de máscara y espíritu enmascarado, la vida es carne y
espíritu y ropas que nos cubren para abrigarnos, no para fingir, imaginar y
figurar.
La vida no es figura, sino
flujo; no es figura sin flujo en todo caso. No está en los márgenes, sino en el
río. No es risa ni mueca pero es risa y mueca en un mismo pasar. La vida no es
estampa, la estampa de un tiempo pasado, estampa antigua, de los sirios, de los
vácceos, los piratas, los egipcios, no son estatuas de marcianos, son olas de
agua que pasan sin mirar. La vida no es contemplación sino movimiento; no es un
cuadro, una orquesta, un teatro, la vida no es música que se glosa a sí misma,
no es ropa donde fluyen las apariencias, sino agua que no finge ser lo que
aparenta, sino imagen que emana como el agua que empapa el suelo convirtiéndose
en niebla, autentica apariencia de lo que es en realidad.
Polvo eres. Ceniza pobre y
seca, tierra disuelta en la nada que se escurre entre los dedos, no eres nada y
en nada te convertirás. Pero también eres el otro polvo, el que viene antes de
cuaresma, el ansia de la carne y el instinto ciego que arroja a los cuerpos
sobre los cuerpos, los acerca, los abraza, se aprieta entre las carnes y se
tensan en el éxtasis, ese éxtasis sublime que nos saca de este mundo con sus
descargas, el ansia, el goce, el río de eros y en torno corre el vino y cantan
las voces y fluye el tiempo, en lo hondo y la irreverencia, y la ironía y la
risa que sale del mundo que no es: donde el ser se desgarra juntándose las
carnes, allí, en esta riada esencial rodeada de apariencias, está la vida;
reducida a su ímpetu, el éxtasis del vino y el éxtasis del sexo, y el éxtasis
de la música y el éxtasis de los disfraces y un estar fuera del sitio donde se
está: disfrutando; polvo eres y en polvo copularás; y luego el polvo,
convertido en ceniza, te llevará a la otra mentira donde campa la verdad.
La vida es una orilla limitada
por dos orillas; un margen entre dos márgenes, una apariencia entre
apariencias, una masa hecha de tiempo que nos coloca, como páginas en el
calendario, en el sitio exacto donde estamos pero no queremos estar. Las dos
márgenes como dos instintos, el del espíritu y el de la carne, la ebriedad del
corazón y la del cuerpo, la de la mente y la del tacto, la que piensa sin
caricias y la que no para de acariciar: las dos realidades envueltas que nos
limitan y, conteniéndonos, le dan fuerza al agua que baja de la sierra y se
impregna, como se empapa el agua del monde de sales que hay en el suelo, de
espíritu y de materialidad. Somos un suspiro entre dos polvos, cada orilla
tiene sus disfraces, cada disfraz esconde una esencia, y entre la esencia,
absorbiéndola hasta los pulmones, somos tiempo, suspiros, aires, ráfagas y
huracanes, somos el eco de la brisa, el sol que nos calienta y el invierno el
que nos hiela, somos sus rayos abrasadores, somos, entre carnavales, un pálpito
de humanidad.
La calle fluye en una marea
humana. La corriente, atascada por el ruido silencioso de los disfraces,
tropieza, se detiene, espera hasta que corran los que hay delante, la vida es
una espera que no acaba de pasar. Y vienen los marcianos, los piratas y los
vácceos, los políticos y cantantes, futbolistas y toreros, las mujeres
reclamando trato de igualdad; somos el belén y la manada, los cernícalos y los
cuerdos, somos cuervos y palomas, y murciélagos y mosquitos, somos alondras y
aves rapaces, los disfraces y las máscaras se arrastran con el espíritu: lo van
a enterrar. El espíritu yace en una caja y es una sardina, le prenden fuego, se
alzan las llamas, sus lenguas lo envuelven, lo devoran, las tablas se deshacen
convertidas en pavesas, de las ascuas estallan chispas rojas, amarillas,
suspiros incandescentes enterrados en el humo, y del humo surge, como una lona,
otro mundo que es el mundo de la cuaresma, con sus disfraces nuevos, con sus
máscaras distintas, con la ceniza de sus polvos y el instinto detenido en otra
escena, otro cuadro, otra ropa diferente, otro espíritu de la noche y otra
forma de ser. La vida se transfigura y es el tiempo de cuaresma, tiempo de las
torrijas, del corazón oscuro, pero no de la oscuridad que se ríe sino de la que llora: es la vida que ha
cruzado hacia la otra orilla; porque ahora toca y todos los años, como si
fuéramos el lado oculto de la luna, vivir en la otra cara del carnaval.
"La vida es una orilla limitada por dos orillas; un margen entre dos márgenes, una apariencia entre apariencias, una masa hecha de tiempo que nos coloca, como páginas en el calendario, en el sitio exacto donde estamos pero no queremos estar." Sin embargo hay que orillarse y vivir, vivir para ser, para sentir, para ver el mismo lado de la Luna y decir lo afortunado que soy de poder ver todo lo que veo en esa orilla.
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