viernes, 1 de marzo de 2019





¿QUÉ SIGNIFICA LA PALABRA “QUERER”?


             Querer, lo que se dice querer, significa muchas cosas. Algunos autores lo han llamado voluntad, y decían voluntad cuando querían decir instinto; Nietzsche, por ejemplo; Schopenhauer; la voluntad para ellos era el instinto irresistible que nos impulsa hacia la vida; Nietzsche, sin embargo, no se refiere a la lucha por la vida, que no pasa de ser algo biológico y, desde luego, miope; se refiere más bien a la lucha para la vida, eso que nos proyecta más allá de la naturaleza y nos hace seres supernaturales, que no es lo mismo que sobrenaturales; porque no se trata de rechazar este mundo para buscar otro más allá de éste, que eso es renuncia a vivir disfrazándola de deseo de vivir en otra vida; sobre todo otra vida que no depende de nosotros, sino de dios, que nos lo hemos inventado y luego nos hemos entregado a nuestro invento como si fuera él el que nos hubiera inventado a nosotros; se trata de ir más allá de la naturaleza pero sin salir de ella; porque el ser humano es un puente tendido entre el animal y la humanidad, y más precisamente entre la naturaleza humana y la supernaturaleza humana (Nietzsche dice “entre el hombre y el superhombre”). No se trata aquí de venir al mundo para obedecer a quien nos ha creado, sino para obedecernos a nosotros mismos, que somos libertad; entre el ser biológico que obedece ciegamente al instinto y el ser espiritual que obedece a su instinto libre, nuestra programación genética sólo es el trampolín desde el que nuestra libertad se proyecta al espíritu, a la creación, a la inspiración, al arte: que es un más allá del más acá; un más allá de la vida, no de la muerte disfrazada otra vida; otra vida sin valor a la que saltamos después de morir; pues la única vida es ésta en la que estamos, la única que tiene valor, la única que vale la pena.
            La voluntad es para Schopenahuer el instinto, que viene a ser esa fuerza irrefrenable de vivir. Y para Nietzsche es, mucho más que voluntad de vivir, voluntad de poder (y pasa previamente por la voluntad de querer); es decir que no se trata sólo de querer vivir, ni de desear cosas, sino de desear los medios para que esas cosas se realicen (que eso significa precisamente querer el poder); hay mucha gente que se pasa la vida diciendo “me gustaría hacer tal cosa” y no hace nada para realizar su deseo; lo que hay que hacer es creer en nosotros y crear el impulso para lograr lo que queremos; hay que transformar el “me gustaría” en “quiero”; dejar de soñar si por sueño entendemos evasión y renuncia, y vivir los sueños como si fueran creaciones: es decir esfuerzos titánicos para transformar los sueños en realidades. No es que el ensueño y el embeleso estén prohibidos, sino que se prohíben sólo los sueños del impotente: los que te paralizan y te desvían de tu meta reduciendo la creación a un  soñar que renuncia y se resigna, volando para no llegar.


            Cuvier y Bichat definieron la vida como el conjunto de fuerzas que resisten a la muerte: aparte de ser un círculo vicioso (pues igualmente podríamos definir la muerte como el conjunto de fuerzas que resisten a la vida), la vida no tiene mucho sentido si se limita solamente a no morir; empeñarse en no morir sin saber para qué no es más que un instinto vacío, y no hay nada más desesperante, insoportable y tedioso que vivir para nada; sólo sabemos que no nos queremos morir, la muerte nos asusta, pero no sabemos para qué queremos vivir: la vida como espera; espera de algo que no sabemos si llegará. Penélope se pasó la vida esperando a Ulises y todos sabemos que Ulises llegó, pero ¿y si no hubiera llegado? ¿Qué sentido habría tenido la vida? A veces nos pasamos la vida esperando a dios, pero ¿y si dios no existe? ¿Por qué, o para qué, esperamos a Godot? Si dios existe seguro que no nos ha creado para que lo esperemos; nos había creado para que nos superásemos, y en ese camino nos estaría esperando él: ayúdate y dios te ayudará. Dios sería malvado si ha creado un ser dinámico para paralizarlo después; si nos hace libres y luego nos corta las alas, atándonos a él, y luego nos echa la culpa del mal acusándonos de habernos apartado de él, como si nosotros lo hubiéramos creado cuando fue él quien nos trajo al mundo manchados con el pecado original; haciéndonos cargar, como si tuviéramos la culpa, con el pecado de Adán. También los americanos frustrados les echan a los españoles de ahora la culpa de lo que hace cientos de años hizo Colón.
            Así, querer no es solamente instinto ciego de vida; es, sobre todo, voluntad de vivir. Querer como voluntad. Pero la voluntad no es solamente un impulso creativo, un instinto de superarse, como decía Nietzsche; es también (y en eso nos encontramos con Aristóteles) capacidad de decidir después de haber pensado. Las decisiones no pensadas pueden ser rutinas, o sentimientos ciegos, o caprichos: difícilmente podemos decir que son actos voluntarios. Cuando decidimos por rutina nos dejamos llevar por las modas, o por las costumbres que hemos adoptado cada uno de nosotros; cuando decidimos por capricho hacemos las cosas sin pensarlas, movidos por deseos que nos tiranizan, y un capricho no es nunca un acto de voluntad; cuando decidimos cegados por el sentimiento, las pasiones ahogan el corazón de tal manera que ya no lo dejan pensar. El amor puede ser un sentimiento más grande que el capricho, pero no siempre le da sentido a la libertad. La libertad sin amor no es más que soledad, pero el amor sin libertad no es vida, sino prisión; puede sr una jaula dorada, como la isla de Circe, o una desesperación que nos hunde en las cárceles del alma, en los calabozos del sentimiento, pero una pasión tirana no es vida aunque la vida, para serlo, tenga que ser apasionada; la vida es pasión que resiste al sentimiento cuando su tiranía entra en conflicto con la libertad.


            Miguel de Unamuno insiste en que la voluntad no tiene nada que ver con la gana; parece que esta distinción la ha tomado de San Agustín. A veces confundimos el querer con el tener ganas. “Yo hago esto porque me da la gana”, decimos, y apostillamos por si a alguien le quedan dudas: “porque me da la real gana”. Al hacerlo somos reyes. ¿Reyes de qué? De nosotros mismos. ¿De verdad? ¿Haciendo lo que no queremos, cuando es nuestro capricho el que quiere en lugar de nosotros? La tiranía del capricho la tenemos entre las piernas. “Yo lo hago porque me sale de los cojones!” Es como lo dijo una vez un ministro de agricultura: “esto sale adelante por huevos”. Como si hubiera habido dentro de nosotros un golpe de Estado; como si los huevos se hubieran puesto en lugar de la cabeza y le hubieran quitado al pensamiento la capacidad de mandar; una tiranía es un lugar donde no manda la cabeza, sino los huevos; y eso, suplantar un órganos las funciones de otro, es lo que Platón llamaba injusticia; como cuando el ejército quita del poder a los políticos. San Agustín no lo llamaba voluntad sino noluntad: que quiere decir “no querer”; el que hace las cosas por huevos es el que no quiere hacerlas, y lo arrastra  un impulso irresistible a hacer lo que en realidad no quiere, y ese querer lo que no queremos es paradoja, es pura contradicción.
            De modo que la voluntad de los genitales sólo es capricho, no voluntad; es la gana, no el querer; no es abstenerse de azúcar porque queremos superar la diabetes, sino inflarnos de dulce porque tenemos ganas de comer, apetito, somos esclavos del capricho; queremos vivir pero nos falta fuerza para resistir las tentaciones, nuestra voluntad dice una cosa pero nuestro deseo va al contrario de la voluntad: querer significa desear en nuestro lenguaje cotidiano, pero también desear con la razón oponiéndonos al deseo del cuerpo: decimos “quiero chocolate” pero también decimos “quiero trabajar”, aunque no sintamos ganas o no nos sintamos atraídos por el trabajo. Al deseo de la razón lo llamamos prudencia. Al deseo de las tripas lo llamamos capricho. ¿Cómo llamamos al deseo del corazón?
            Amor. Pero también valor. Amar es querer a una persona, y querer a una persona es querer lo mejor para ella; por amor a mi hijo soy capaz de sacrificar lo que más quiero, que es mi propia vida: he aquí cómo el amor verdadero se confunde con el valor, con el heroísmo; ser valiente es lo mismo que amar. No existe la cobardía como vicio moralmente reprobable, lo que existe es una falta de amor. El cobarde es quien no ama, y suele ser cruel y violento porque no tiene brújula para el deseo.
            El amor, sin embargo, a veces nos nubla la razón: es el amor arrebatado, el eros platónico, el rapto, el éxtasis, el frenesí del alma; cuando el éxtasis viene del cuerpo, si no hay cariño, se confunde con el capricho. Luego está ese amor tranquilo del que nos hablaba Aristóteles: esa philía, que es esa forma de amor que llamamos amistad. El erotismo del cuerpo debe ser un arrebato del alma, aunque a veces se unen una amistad en el espíritu con un erotismo corporal. Pero hay una tercera forma de amor que quiere encarnar el amor cristiano: charitas, amor al próximo, entrega de sí mismo para ayudar al otro, solidaridad; la palabra “caridad” se ha devaluado convirtiéndose en espectáculo, pero una caridad entendida de manera no farisea es la verdadera generosidad.
            Quiero a mi esposa, a mi hijo, a mis padres, los quiero con la pasión del alma y, en el caso de mi esposa, con el frenesí del cuerpo también. Quiero a mis amigos, aunque a veces hay amistades tan grandes que el amor tranquilo puede volverse pasión. Quiero a la humanidad, el dolor de mi prójimo me duele, sufro cuando el otro no puede ser feliz. Quiero tener un orgasmo y comer chocolate, quiero de manera caprichosa, quiero esos deseos que no pasan por el corazón. Quiero ser prudente y no perderme, quiero hacer cosas sensatas, que la cordura enlaza la inteligencia con el corazón. Pero también quiero superarme, quiero levantar mi naturaleza casi por encima de mis posibilidades, pero sin salir fuera de ella: sin que esa felicidad exija de mí el deseo de morir, por lo menos de morirme antes de tiempo. Quiero vivir como los animales de Cuvier, con esa voluntad ciega que me impulsa a la creación como quería Schopenhauer. Schopenhauer, Cuvier, Platón, Aristóteles, Jesucristo, Aristipo, San Agustín, Nietzsche, todas esas formas reviste el significado del verbo querer. Seguramente todas ellas son necesarias para la vida, aunque parezca que algunas son incompatibles; porque si lo son, será bueno que se sucedan unas a otras a lo largo del tiempo y convivan, siempre que sea posible, algunas de ellas en el mismo momento. Lo que no es de recibo es que haya un golpe de Estado y se suplanten unas a otras: los huevos, en todo caso, no se pueden poner en el sitio donde tenemos el corazón.




1 comentario:

  1. Rescato:"Quiero a mis amigos, aunque a veces hay amistades tan grandes que el amor tranquilo puede volverse pasión. " Una reflexión que me llena de intensidad para creer en las personas con quienes deseo ser leal, sentirme solidaria, compartir y ver el mundo con bondad y con manos dispuestas a ser y a dar.🎈

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