¿QUÉ SIGNIFICA LA
PALABRA “QUERER”?
La
voluntad es para Schopenahuer el instinto, que viene a ser esa fuerza
irrefrenable de vivir. Y para Nietzsche es, mucho más que voluntad de vivir, voluntad de poder (y pasa previamente
por la voluntad de querer); es decir
que no se trata sólo de querer vivir, ni de desear cosas, sino de desear los
medios para que esas cosas se realicen (que eso significa precisamente querer el poder); hay mucha gente que
se pasa la vida diciendo “me gustaría hacer tal cosa” y no hace nada para
realizar su deseo; lo que hay que hacer es creer en nosotros y crear el impulso
para lograr lo que queremos; hay que transformar el “me gustaría” en “quiero”; dejar de soñar si por sueño entendemos
evasión y renuncia, y vivir los sueños como si fueran creaciones: es decir
esfuerzos titánicos para transformar los sueños en realidades. No es que el
ensueño y el embeleso estén prohibidos, sino que se prohíben sólo los sueños
del impotente: los que te paralizan y te desvían de tu meta reduciendo la
creación a un soñar que renuncia y se
resigna, volando para no llegar.
Cuvier
y Bichat definieron la vida como el conjunto de fuerzas que resisten a la
muerte: aparte de ser un círculo vicioso (pues igualmente podríamos definir la
muerte como el conjunto de fuerzas que resisten a la vida), la vida no tiene
mucho sentido si se limita solamente a no morir; empeñarse en no morir sin
saber para qué no es más que un instinto vacío, y no hay nada más desesperante,
insoportable y tedioso que vivir para nada; sólo sabemos que no nos queremos
morir, la muerte nos asusta, pero no sabemos para qué queremos vivir: la vida como espera; espera de algo que
no sabemos si llegará. Penélope se pasó la vida esperando a Ulises y todos
sabemos que Ulises llegó, pero ¿y si no hubiera llegado? ¿Qué sentido habría
tenido la vida? A veces nos pasamos la vida esperando a dios, pero ¿y si dios
no existe? ¿Por qué, o para qué, esperamos a Godot? Si dios existe seguro que
no nos ha creado para que lo esperemos; nos había creado para que nos superásemos,
y en ese camino nos estaría esperando él: ayúdate y dios te ayudará. Dios sería
malvado si ha creado un ser dinámico para paralizarlo después; si nos hace
libres y luego nos corta las alas, atándonos a él, y luego nos echa la culpa
del mal acusándonos de habernos apartado de él, como si nosotros lo hubiéramos
creado cuando fue él quien nos trajo al mundo manchados con el pecado original;
haciéndonos cargar, como si tuviéramos la culpa, con el pecado de Adán. También
los americanos frustrados les echan a los españoles de ahora la culpa de lo que
hace cientos de años hizo Colón.
Así,
querer no es solamente instinto ciego
de vida; es, sobre todo, voluntad de vivir. Querer como voluntad. Pero la
voluntad no es solamente un impulso
creativo, un instinto de superarse, como decía Nietzsche; es también (y en
eso nos encontramos con Aristóteles) capacidad de decidir después de haber
pensado. Las decisiones no pensadas pueden ser rutinas, o sentimientos ciegos,
o caprichos: difícilmente podemos decir que son actos voluntarios. Cuando
decidimos por rutina nos dejamos
llevar por las modas, o por las costumbres que hemos adoptado cada uno de
nosotros; cuando decidimos por capricho hacemos las cosas sin pensarlas,
movidos por deseos que nos tiranizan, y un capricho no es nunca un acto de
voluntad; cuando decidimos cegados por el sentimiento,
las pasiones ahogan el corazón de tal manera que ya no lo dejan pensar. El amor
puede ser un sentimiento más grande que el capricho, pero no siempre le da
sentido a la libertad. La libertad sin
amor no es más que soledad, pero el amor sin libertad no es vida, sino prisión;
puede sr una jaula dorada, como la isla de Circe, o una desesperación que nos
hunde en las cárceles del alma, en los
calabozos del sentimiento, pero una pasión tirana no es vida aunque la
vida, para serlo, tenga que ser apasionada; la vida es pasión que resiste al sentimiento cuando su tiranía entra en
conflicto con la libertad.
Miguel
de Unamuno insiste en que la voluntad no tiene nada que ver con la gana; parece
que esta distinción la ha tomado de San Agustín. A veces confundimos el querer
con el tener ganas. “Yo hago esto porque me da la gana”, decimos, y
apostillamos por si a alguien le quedan dudas: “porque me da la real gana”. Al
hacerlo somos reyes. ¿Reyes de qué? De nosotros mismos. ¿De verdad? ¿Haciendo
lo que no queremos, cuando es nuestro capricho el que quiere en lugar de
nosotros? La tiranía del capricho la
tenemos entre las piernas. “Yo lo hago porque me sale de los cojones!” Es
como lo dijo una vez un ministro de agricultura: “esto sale adelante por
huevos”. Como si hubiera habido dentro de nosotros un golpe de Estado; como si
los huevos se hubieran puesto en lugar de la cabeza y le hubieran quitado al
pensamiento la capacidad de mandar; una tiranía es un lugar donde no manda la
cabeza, sino los huevos; y eso, suplantar un órganos las funciones de otro, es
lo que Platón llamaba injusticia; como cuando el ejército quita del poder a los
políticos. San Agustín no lo llamaba voluntad sino noluntad: que quiere decir
“no querer”; el que hace las cosas por huevos es el que no quiere hacerlas, y
lo arrastra un impulso irresistible a
hacer lo que en realidad no quiere, y ese querer
lo que no queremos es paradoja, es pura contradicción.
De
modo que la voluntad de los genitales
sólo es capricho, no voluntad; es la gana, no el querer; no es abstenerse de
azúcar porque queremos superar la diabetes, sino inflarnos de dulce porque
tenemos ganas de comer, apetito, somos esclavos del capricho; queremos vivir
pero nos falta fuerza para resistir las tentaciones, nuestra voluntad dice una
cosa pero nuestro deseo va al contrario
de la voluntad: querer significa desear en nuestro lenguaje cotidiano, pero
también desear con la razón oponiéndonos al deseo del cuerpo: decimos “quiero
chocolate” pero también decimos “quiero trabajar”, aunque no sintamos ganas o
no nos sintamos atraídos por el trabajo. Al deseo de la razón lo llamamos prudencia. Al deseo de las tripas lo llamamos capricho. ¿Cómo llamamos al deseo del corazón?
Amor. Pero también valor. Amar es querer a una persona, y querer a una persona es
querer lo mejor para ella; por amor a mi hijo soy capaz de sacrificar lo que
más quiero, que es mi propia vida: he aquí cómo el amor verdadero se confunde
con el valor, con el heroísmo; ser valiente es lo mismo que amar. No existe la
cobardía como vicio moralmente reprobable, lo que existe es una falta de amor.
El cobarde es quien no ama, y suele ser cruel y violento porque no tiene
brújula para el deseo.
El
amor, sin embargo, a veces nos nubla la razón: es el amor arrebatado, el eros platónico, el rapto, el éxtasis,
el frenesí del alma; cuando el éxtasis viene del cuerpo, si no hay cariño, se
confunde con el capricho. Luego está ese amor tranquilo del que nos hablaba
Aristóteles: esa philía, que es esa
forma de amor que llamamos amistad. El erotismo del cuerpo debe ser un arrebato
del alma, aunque a veces se unen una amistad en el espíritu con un erotismo
corporal. Pero hay una tercera forma de amor que quiere encarnar el amor
cristiano: charitas, amor al
próximo, entrega de sí mismo para ayudar al otro, solidaridad; la palabra
“caridad” se ha devaluado convirtiéndose en espectáculo, pero una caridad
entendida de manera no farisea es la verdadera generosidad.
Quiero
a mi esposa, a mi hijo, a mis padres, los quiero con la pasión del alma y, en
el caso de mi esposa, con el frenesí del cuerpo también. Quiero a mis amigos,
aunque a veces hay amistades tan grandes que el amor tranquilo puede volverse pasión.
Quiero a la humanidad, el dolor de mi prójimo me duele, sufro cuando el otro no
puede ser feliz. Quiero tener un orgasmo y comer chocolate, quiero de manera
caprichosa, quiero esos deseos que
no pasan por el corazón. Quiero ser prudente y no perderme, quiero hacer cosas
sensatas, que la cordura enlaza la
inteligencia con el corazón. Pero también quiero superarme, quiero levantar mi naturaleza casi por encima de mis
posibilidades, pero sin salir fuera de ella: sin que esa felicidad exija de mí
el deseo de morir, por lo menos de morirme antes de tiempo. Quiero vivir como
los animales de Cuvier, con esa voluntad
ciega que me impulsa a la creación como quería Schopenhauer. Schopenhauer,
Cuvier, Platón, Aristóteles, Jesucristo, Aristipo, San Agustín, Nietzsche,
todas esas formas reviste el significado del verbo querer. Seguramente todas
ellas son necesarias para la vida, aunque parezca que algunas son incompatibles;
porque si lo son, será bueno que se sucedan unas a otras a lo largo del tiempo
y convivan, siempre que sea posible, algunas de ellas en el mismo momento. Lo
que no es de recibo es que haya un golpe de Estado y se suplanten unas a otras:
los huevos, en todo caso, no se pueden poner en el sitio donde tenemos el
corazón.
Rescato:"Quiero a mis amigos, aunque a veces hay amistades tan grandes que el amor tranquilo puede volverse pasión. " Una reflexión que me llena de intensidad para creer en las personas con quienes deseo ser leal, sentirme solidaria, compartir y ver el mundo con bondad y con manos dispuestas a ser y a dar.🎈
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