viernes, 22 de marzo de 2019

LA RAZÓN ATADA AL MITO





1.
APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA (3):
LA RAZÓN ATADA AL MITO  


1.1. La historia de la humanidad.

La esencia es lo que somos y la existencia dónde estamos. Hace 40 000 años los sapiens convivían con los neandertales y no cabe duda de que, como seres capaces de pensar lingüísticamente, forjaron ideas críticas; pero esas ideas, como instrumento al servicio de la supervivencia, perdieron su poder de crítica y se fueron convirtiendo en creencias intocables: en mentalidades y ritos que instituyeron un tiempo detenido, un tiempo que no pasa; eso sucedió cuando el pensamiento simbólico fue lenguaje que transmitía imágenes, y con las imágenes, historias, y con las historias, metáforas; fue el aparecer de los mitos y las leyendas.
Seguramente los neandertales conocían esos mitos. Hasta qué punto las mitologías formaron un todo coherente, no lo sabemos. Lo cierto es que esos mitos convivieron sin duda con ritos cuyos guardianes eran los sacerdotes; y con costumbres congeladas en el tiempo como procedimientos de supervivencia ligados a la vida cotidiana. Todo ello debió formar un poso cultural, un fondo latente sobre el que se deslizaba la existencia cotidiana; una existencia que necesitaba adaptarse al entorno para poder subsistir (era, frente a la presión ambiental y a los retos de la naturaleza, lucha para dar respuesta a las necesidades y revestirlas de placer). Instinto, necesidad y placer constituyeron la fuerza vital; la voluntad, como ápice supremo de la vitalidad, tendió a materializarse en las clases dirigentes en la historia que afecta a un gran número de personas y persigue objetivos de largo alcance; y el instinto se plasmaba en las clases subordinadas, protagonistas de la historia de todos los días.  
La lucha por la existencia, característica de la vida agobiada, puede adoptar tres formas: agresión (que es el contacto entre dos seres con necesidades incompatibles y uno le arrebata al otro lo que busca); competición (cuando dos seres se disputan el mismo objeto sin que uno pille descuidado al otro, y sólo uno lo puede poseer); y negociación (cuando ambos lo pueden compartir a través de un acuerdo).
La lucha por el desarrollo impulsa a cada individuo a desplegar sus facultades sobre la naturaleza, pero esto no puede hacerse si  no ha habido antes adaptación; es como si la vida subiera por dos peldaños, primero la adaptación y luego del desarrollo (desarrollarse es desarrollarse en el mundo tal y como es el mundo y tal y como uno es). Lo propio del desarrollo no es la competitividad, sino la competencia, y hay dos formas de competencia: la crítica (que es lucha de razones donde siempre vence la más fuerte) y la plenitud (que es afán de superación y mejora: pues eleva el nivel de calidad que le damos a nuestra existencia).
La agresión, la competición y la negociación necesitan un pensamiento concreto; la plenitud y la crítica se alimentan de un pensamiento abstracto; el poder utiliza ideologías y mentalidades (mitológicas o no) en las que coexiste un pensamiento crítico con un núcleo sagrado o intocable al que llamamos dogma; y utiliza teorías donde la crítica no puede admitir ninguna verdad sagrada; las primeras sirven para dominar; las segundas, para mantenerse; así, el mando requiere una doctrina que aterrorice y doblegue a las clases bajas, y una teoría que enseñe a los poderosos cuáles son sus puntos débiles a la hora de mandar (con el propósito de reforzarlos).


            El motor de la historia es el poder, pero su brújula es la necesidad. Si yo necesito comer no soy dueño de mi destino; quien manda en mí es quien puede darme de comer. La necesidad nunca ha movido a las masas más que para rebeliones ciegas incapaces de prosperar; lo que mueve a los pueblos es el poder, pero no el poder ciego, porque para triunfar hay que ser capaz de satisfacer las necesidades de la gente.
            Al ajuste entre la necesidad y el poder lo llamamos valencia social. Una valencia es una complementariedad que permite unir grupos humanos; por ejemplo, el mito incaico de los dioses que iban a venir de fuera coincidió con la llegada de los españoles, y eso ayudó a que los conquistadores fueran recibidos con mayor facilidad por su encaje con el mito; Bartolomé Herrera veía en el espíritu social del imperio incaico una preparación para la caridad cristiana (por eso el mundo andino estaba listo para recibir a Colón).

1.2. Los albores del pensamiento lingüístico.

            Estamos en el paleolítico. Neandertales y sapiens viven reunidos en grupos preocupados por la subsistencia, desafiando al medio, agobiados por las dificultades, sin tiempo para crecer. Los cazadores y los recolectores se mueven por instinto espoleados por la necesidad, y sus jefes imponen su voluntad tejiendo sobre ellos la maraña del poder. Todos piensan por imágenes, pero los sacerdotes, como guardianes de los mitos, dominan el arte de la metáfora. Todo es agresión y unas veces se compite y otras se negocia, pero sólo a los jefes les es dado criticar; el resto, aunque esté capacitado para la crítica, no la ejerce: sólo cree.
            Son pocos los que, en ese entorno hostil, sienten el ansia de plenitud; son unos locos a los ojos de los demás, viven marginados porque los marginan, aunque a veces ellos se aparten también del mundo. Todos piensan con palabras pero sólo los jefes ejercen la crítica social; los demás emplean la lógica en sus oficios (artesanos, cazadores, curanderos), y en las cuestiones comunes viven de la fe: es la lucha por la existencia; se conforman con comer, beber, dormir, calentarse, buscar abrigo. Manejan conceptos empíricos, pero en las grandes construcciones teóricas no sienten soltura en el manejo de los conceptos abstractos; por eso prefieren las metáforas. La evolución social pasa por estos dos momentos:
1. Todos quieren sobrevivir. Los retos del medio no les dejan pensar en desarrollarse como personas, y quienes lo hacen viven al margen de la sociedad sin encontrar su sitio. En esta vida agobiada el reparto de tareas corresponde a dos formas de pensar: el pensamiento prelingüístico y de imágenes para la gente llana; y el de metáfóras para los jefes, guardianes de las creencias y sostén de la mentalidad.
2. Después, el instinto de supervivencia se convierte en un telón de fondo sobre el que se yergue la casta dirigente: la cual maneja conceptos junto a las metáforas y emplea la lógica de modo más sistemático; se interesa por la trascendencia y no sólo por aplacar a los dioses para subsistir. Los que obedecen están agobiados y luchan por la existencia; y quienes mandan se han liberado del mundo hostil y pueden aspirar a la plenitud.


Lo más fácil de dominar con el pensamiento es el número y la extensión; contar las estrellas del cielo y situarlas formando figuras, más o menços caprichosas, que serán las constelaciones. Al pensamiento de las matemáticas lo llamamos pensamiento extensional, porque se ocupa de la extensión de los objetos en el espacio y en el tiempo, y suele ser riguroso; se utiliza la imaginación para dar sentido mítico a los cuerpos celestes, pero la descripción de ese mundo es rigurosa y precisa; y el pensamiento que habla de los animales y el tiempo meteorológico lo vamos a llamar pensamiento intensional, pues el interés no está ahora en saber cuántos objetos hay y dónde, sino qué son y cómo son: es, pues, un pensamiento por esencias; es más fácil contar y situar objetos que interpretarlos y saber en qué consisten.


1.3. Las etapas en la historia del pensamiento.

            La historia del pensamiento se despliega cronológicamente en tres fases y un paréntesis: la razón atada, la razón naciente y la razón nacida, que pueden toparse con el paréntesis de la razón dormida; veámoslas una por una.
            1. Razón atada. Corresponde a las épocas donde el pensador está sujeto al político (y producen, por lo tanto, pensamientos cautivos). Hablaremos aquí de pensamiento extensional imaginativo; extensional porque es capaz de calcular sobre extensiones (puntos, figuras y cantidades) de manera precisa y exacta, y los errores que se producen se deben a fallos en la observación, no en el cálculo (astronomía y matemáticas); e imaginativo porque, a la hora de afinar en las observaciones, se entrega a la fantasía (por ejemplo piensa y cree que el arco iris es el puente Bifrost, y que los truenos son el martillo de Thor). En el cálculo la lógica se despliega con mucho rigor, pero en la visión del mundo esa lógica, igualmente rigurosa, no trabaja sobre abstracciones, sino sobre imágenes y metáforas; y si la astronomía y la matemática son inductivas y deductivas, los conocimientos empíricos son sobre todo analógicos.
            2. Razón naciente. Conoce una liberación progresiva del saber frente al poder, y a pesar de que, por falta de aparatos, las observaciones siguen siendo defectuosas, ya se empiezan a vencer algunos obstáculos (la razón, que es la facultad del análisis y la síntesis, puede suplir las lagunas empíricas deduciendo y generalizando a partir de unos pocos datos). Las extensiones (matemáticas y astronomía) siguen perfeccionándose como en la etapa anterior, pero los significados que les damos a las cosas ya no dependen casi exclusivamente de la imaginación; ahora se empieza a llegar a ellas mediante reflexiones (o sea el pensamiento lógico), y eso constituye, en la historia, los primeros impulsos liberadores del pensamiento; quien ve un león por primera vez en su vida quizá no sepa lo que es, pero puede sospechar que, como tiene pelo, quizá se trate de un mamífero; y seguramente vertebrado.
            3. Razón nacida. El pensador ha avanzado mucho en su liberación frente al poder político y religioso (es decir, frente a la tiranía de las mentalidades); el nacimiento de la razón (que antes, aunque existía, estaba gestándose en el vientre de la historia) ya genera pensamientos libres. La fantasía deja de ser un territorio sagrado y la razón ya puede atacar esos núcleos intocables del pensamiento; recordemos que una mentalidad es una construcción teórica donde la crítica puede tocar todo lo que no sea el núcleo sagrado de la doctrina; al acceder al corazón mismo del sistema, la técnica empieza a arrinconar a la magia, y el mito deja paso a la filosofía; son proyectos liberadores de la razón.
            Y, como una cuña que se introduce en cualquiera de esas tres etapas, la razón puede aletargarse y olvidarse de sí misma: es lo que llamaremos razón dormida. Sucedió en Grecia durante los tiempos oscuros, en que las invasiones borraron prácticamente casi todos los rostros de la cultura del pasado (lo que se precipitó con la desaparición de la escritura). Y sucedió también en Europa cuando se produjo la caída del imperio romano. Todas las facultades racionales permanecieron intactas en todos los seres humanos, pero desaparecieron los productos del pensamiento que durante tantos siglos se habían acumulado. En América, el imperio Huari arrasa con lo anterior por efecto de la conquista de unos fanáticos que habían impuesto, por las armas, un nuevo credo intolerante con el pasado.


1.4. La razón atada: el pensamiento cautivo.

            Según las investigaciones actuales, el origen de la humanidad se encuentra en África, en la zona sudoriental que va desde Sudáfrica a Etiopía. Desde allí se extienden varias oleadas que colonizarán, por la península del Sinaí, el sur de Asia hasta Java, y por Gibraltar, inexistente hace un millón de años, hasta el valle del Rhin; una migración posterior lleva a los sapiens hacia el norte de Asia, desde donde llegan a América cruzando el estrecho de Bering (que era por aquel entonces agua helada y, por lo tanto, suelo firme entre bajas temperaturas y terribles ventiscas); esto tiene lugar hace aproximadamente 20 000 años. La última glaciación, comenzada hace 40 000 años, se retira aproximadamente hacia el año -10 000, y sólo entonces se separaron Asia y América por un mar que dejaba de ser transitable a pie.
            Desaparecen, entonces, los grandes mamíferos en Europa (mamuts, rinocerontes, mastodontes), y los grandes equipos de caza se quedan sin materias primas; entonces las mujeres, que se habían especializado desde siempre en el manejo de las hierbas medicinales, conocían muy bien el mundo de las plantas desde tiempos ancestrales; los cazadores, que habían sido hasta entonces los grandes protagonistas, quedan  relegados a un segundo plano y son las mujeres, con sus conocimientos, las impulsoras de una transformación radical en los medios de subsistencia: estamos asistiendo a la revolución agrícola, uno de los grandes hitos de la humanidad; se trata de una revolución de las mujeres.
            Es el fin del paleolítico. En Jericó, hace 8 000 años, encontramos restos de las primitivas ciudades: porque el ser humano, que antes era libre, ahora estará atado a la tierra; ser nómada era llevar una vida aventurera, y con el sedentarismo desaparece la aventura pero se gana en seguridad. Las ciudades se extienden a lo largo del creciente fértil que abarca Mesopotamia y Egipto. Pronto surge la necesidad de hacer grandes obras de irrigación, y el hombre, por su mayor fuerza física, vuelve a tener preponderancia frente a la mujer.
En el Don y el Volga, al norte de los mares Negro y Caspio, se extiende una zona poblada por los indoeuropeos: así llamados porque, hacia el año -1700, emigraron por el norte y el oeste hacia la actual Europa, y por el sur hacia lo que hoy es la India; los persas los llamaban arios. Su lengua está en el origen de las lenguas que se hablan en Europa, sus mitos son coincidentes, y hay una gran similitud en la estructura de sus sociedades, plasmada en sus panteones religiosos: pues los tres dioses más importantes corresponden a la sabiduría (Zeus, Odín), a la guerra (Ares, Thor) y a la alimentación (Démeter, Freya). Cornford señalará cómo en el origen de la filosofía jugarán un papel importante mitos griegos tomados de Mesopotamia que se parecen extrañamente a los que manejan los druidas de la Galia. Hacia el año -2200, por razones que habrá que esclarecer, una parte de los indoeuropeos se interna en la península griega: asistimos a la llegada de los aqueos; los aqueos saquean Troya movidos, quizá, por la metalurgia del hierro, que dominan los troyanos mientras que los griegos deben conformarse con herramientas de bronce (recordemos que Homero habla de las “broncíneas espadas” y las grebas de bronce de los griegos). Esto sucede en torno al año -1250. Después, otra oleada de indoeuropeos, esta vez integrada por los dorios, invade Grecia. El mundo antiguo es devastado y nadie se acordará, durante mucho tiempo, de los jonios y los aqueos y la brillante civilización cretense que les precedió.


Después de sucesivas invasiones de los pueblos indoeuropeos, hacia el año -1100, se produce, con los dorios, el declive del mundo griego; desaparece la escritura, y la ausencia de documentos hace que Grecia sea para nosotros desde entonces una gran desconocida: son los tiempos oscuros; tres siglos de empobrecimiento, de ignorancia, de quiebra demográfica. Nos podemos imaginar los campos desiertos, los caminos llenos de salteadores, y un territorio sin ley; morir era un destino posible al salir de casa; reinaban la arbitrariedad, el terror y la superstición; seguramente había cantos épicos memorizados por los rapsodas y gentes dispersas en los pueblos dispuestas a escucharlos; esto lo sabemos porque, si Homero recompone en la Ilíada la guerra de Troya, es porque existieron relatos que no pararon de circular, como fragmentarios cantares de gesta, por todo el mundo griego; Homero los utilizará para hacer sus magníficas síntesis.
La gente pensaba por imágenes; una lengua sin escritura obligaba a pasar, memorizando textos, el tiempo que se podría emplear en otras cosas (por ejemplo en componer textos nuevos); imágenes, relatos, metáforas y una lógica menos deductiva que analógica, analizando las cosas al tiempo que se construían, siglo tras siglo, las grandes síntesis; sobre todo las religiosas.
Desde el año -2200 grandes oleadas de indoeuropeos habían penetrado por el norte trayendo a Grecia a los primeros griegos: los dorios, que se establecieron en el norte, los aqueos, en el centro, y los jonios al sur. Una sociedad violenta, agraria y guerrera sucedió a la civilización urbana que, desde el año -2500, se había establecido en Creta. Uno puede imaginar que donde hay ciudades hay cultura, mientras que en el campo florecen culturas dispersas y poco sistematizadas. Los indoeuropeos traen el bronce y la doma del caballo, y una forma de pensar, apegada a la lucha por la subsistencia, a la vez prelingüística y concreta: es esa forma de agobio donde el miedo arroja a la gente en brazos de religiones temibles y sacerdotes despóticos.
Desde el siglo –XII los dorios vuelven a presionar por el norte, empujando a los jonios y aqueos hacia la península anatolia; allí construyen ciudades que luego serán prósperas, como Mileto y Éfeso: en ellas surgirá, siglos después, la filosofía.


Podemos suponer que la estructura de las ciudades arroja luz sobre el tipo de sociedad que vive en ellas. Las sociedades agrarias se extienden horizontalmente para alojar grandes cantidades de personas; así pues, el plano horizontal contiene la demografía, agrupada en ciudades y campos; puede ocurrir que existan grandes masas de personas reunidas en un lugar que, sin embargo, no es todavía una ciudad (así lo entendía Aristóteles: muchas aldeas reunidas no hacen una polis, la reunión de muchos pueblos no basta para hacer una ciudad).
Luego está el plano vertical, que contiene a la divinidad y la aristocracia, es de decir la axiología: y también sirve para la defensa; porque los edificios ganan en altura en proporción al interés (religioso, político, artístico, funcional o militar) que los mueve. Un núcleo de población con grandes edificios y monumentos tampoco es una ciudad. Puede ser un mundo rural sometido al poder de los sacerdotes, los soldados y los terratenientes; un pueblo así puede construir templos descomunales o tumbas hiperbólicas, como sucedió en Egipto. También en el templo de Chavín, en la sierra peruana, se congregaban miles de personas para rendir culto al dios jaguar, que las aterrorizaba y estremecía.
Para que podamos hablar de ciudades hace falta porosidad. Llamo porosidad a los huecos de población donde se concentran los espacios públicos que permiten la reunión y el diálogo: barrios y zonas de participación, bibliotecas, ágoras y teatro, en un entorno que facilita los accesos entre caminos y puertas (a diferencia del entorno militar, que los dificulta). Así pues, si volvemos a Aristóteles, una ciudad es un núcleo de población que se extiende en verticalidad y en horizontalidad, y está perforado, como una esponja, por poros entre las casas: espacios públicos bien comunicados; ágoras donde se puede desarrollar el debate político, teatros donde se puede cultivar una dimensión ética de la vida; un núcleo enorme de población sin espacios públicos no es una ciudad; la ciudad, sobre todo, es esa porosidad que determina la forma de gobierno, permitiendo el acceso de la gente a la toma de decisiones que afectan a todos. Por eso, en opinión de Aristóteles, esos grandes núcleos de población que tienen los persas serán, si se quiere, pueblos enormes, pero nunca serán ciudades. Y por eso también, cuando los griegos se enfrentan a los persas en las guerras médicas, serán dos modos diferentes de afrontar la vida: civilización contra barbarie; despotismo contra democracia; nosotros, si queremos prescindir del vocabulario etnocéntrico de Aristóteles, diremos simplemente que se enfrentó la razón libre con la razón atada; porque la razón también tiene sus mitos.


Y es que la razón no ha surgido luchando contra el mito como si el mito fuera irracional; al contrario, ha salido del vientre del mito como un árbol sale de su semilla. Y no surgió bruscamente, sino a través de una lenta maduración. Si consideramos que el mito se caracteriza por el dominio del poder sobre el saber, y el logos por una rebelión del saber contra el poder, quizá encontraríamos épocas donde conviven un logos investigador y un poder político propio del mito: como ocurrió en el siglo XVII, donde el Renacimiento fue contemporáneo de la inquisición. Y no habría épocas monolíticas donde o todo fuera logos o todo mito, como nos empeñamos muchas veces en simplificar.
Intentemos precisar lo que se entiende por mito. Podemos postular que contiene sobre todo impulsos racionales, aunque lleguen a ser sistemáticos; sistemáticos, porque son relatos de poderes y dioses agrupados en un todo coherente; racionales, porque no se puede contar una historia sin dotarla de una lógica interna; no se puede hacer sonar el cuerno en Roncesvalles y que lo oigan en París; y si se trata de relatos fantásticos, lo inverosímil aparece en el plano de la fantasía que lo vuelve verosímil; lo que no se puede tolerar, ni siquiera en una mentalidad mítica, es que en el mundo de la experiencia sucedan cosas inverosímiles; pero sí se pueden admitir vías de contacto entre lo empírico y lo fantástico donde lo fantástico incursione sobre lo empírico: siempre, claro está, que ambos mundos vivan apartados cada uno con sus características propias. El mundo mítico, por lo tanto, contiene a la razón; pero la razón se manifiesta a través de imágenes y metáforas, no de abstracciones y conceptos; si algo (cosas tales como espíritus intangibles y fuerzas misteriosas) pueden parecer abstractas, se trata casi siempre de abstracciones de la afectividad, no del conocimiento.
El mito, además, no es un pensamiento de cultura, sino de culto; es decir que contiene dogmas que funcionan como núcleos emotivos intangibles. También es un pensamiento sintético; o sea que percibe las cosas en su conjunto como si el mundo fuera un plano general: incapaz de analizarlo en planos más cercanos y detallados.
El mito, por último, surge en núcleos rurales que tienen horizontalidad y verticalidad, pero no porosidad. Pero no aparece en bloque y de un plumazo: el mito aparece por oleadas sucesivas y lo que acabamos de definir aquí corresponde más bien a su primera fase, que caracterizaremos históricamente como mito I; es lo que encontramos, por ejemplo, en Kotosh y en Chavín (desde el año -700 hasta el año +100), en lo que es actualmente el Perú: propio de una experiencia sin analizar. Si los frutos que mueren entierran sus semillas y nacen nuevas plantas, también los muertos que enterramos tienen semillas de las que nacerán seres nuevos; o emprenderán un largo viaje y por ello conviene dejar provisiones en su tumba para que puedan llegar. En este ejemplo vemos que se comparan dos tipos de muerte, la de los seres humanos y la de las plantas (pensamiento por analogía) y sacamos conclusiones que no sacaríamos de haber analizado más detenidamente las realidades animales y vegetales. El mito, de todas formas, es un punto de llegada en la reflexión, culminación de las razones que hemos desarrollado: no analogía que pueda servir de punto de partida para pensar.
  



1 comentario:

  1. Querida Lechuza me haces pensar, reflexionar, tener en cuenta esta realidad del ser humano,una verdad que no podemos más que reconocer, más que sumarla a nuestra noción existencial; el hombre ha sido el creador de esta trilogía, de esta accesible situaciòn y dale..." La lucha por la existencia, característica de la vida agobiada, puede adoptar tres formas: agresión (que es el contacto entre dos seres con necesidades incompatibles y uno le arrebata al otro lo que busca); competición (cuando dos seres se disputan el mismo objeto sin que uno pille descuidado al otro, y sólo uno lo puede poseer); y negociación (cuando ambos lo pueden compartir a través de un acuerdo".

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