1.
APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA (3):
LA RAZÓN ATADA AL MITO
1.1. La historia de la humanidad.
La esencia es lo que somos y la existencia dónde estamos. Hace 40
000 años los sapiens convivían con los neandertales y no cabe duda de que, como
seres capaces de pensar lingüísticamente, forjaron ideas críticas; pero esas ideas, como instrumento al servicio de la
supervivencia, perdieron su poder de crítica y se fueron convirtiendo en creencias intocables: en mentalidades y ritos que instituyeron un tiempo detenido, un tiempo que no pasa;
eso sucedió cuando el pensamiento simbólico fue lenguaje que transmitía imágenes, y con las imágenes, historias, y con las historias, metáforas; fue el aparecer de los mitos y las leyendas.
Seguramente los
neandertales conocían esos mitos. Hasta qué punto las mitologías formaron un
todo coherente, no lo sabemos. Lo cierto es que esos mitos convivieron sin duda
con ritos cuyos guardianes eran los sacerdotes; y con costumbres congeladas en el tiempo como procedimientos de
supervivencia ligados a la vida cotidiana. Todo ello debió formar un poso cultural, un fondo latente sobre el que se deslizaba la existencia cotidiana;
una existencia que necesitaba adaptarse al entorno para poder subsistir (era,
frente a la presión ambiental y a los retos de la naturaleza, lucha para dar
respuesta a las necesidades y revestirlas de placer). Instinto, necesidad y placer constituyeron la fuerza vital; la voluntad, como ápice supremo de la vitalidad, tendió a
materializarse en las clases dirigentes en
la historia que afecta a un gran número de personas y persigue objetivos de
largo alcance; y el instinto se plasmaba en las clases subordinadas, protagonistas de la historia de todos los
días.
La lucha por la existencia, característica
de la vida agobiada, puede adoptar
tres formas: agresión (que es el
contacto entre dos seres con necesidades incompatibles y uno le arrebata al
otro lo que busca); competición (cuando
dos seres se disputan el mismo objeto sin que uno pille descuidado al otro, y
sólo uno lo puede poseer); y negociación
(cuando ambos lo pueden compartir a través de un acuerdo).
La lucha por el desarrollo impulsa a cada
individuo a desplegar sus facultades sobre la naturaleza, pero esto no puede
hacerse si no ha habido antes
adaptación; es como si la vida subiera por dos peldaños, primero la adaptación
y luego del desarrollo (desarrollarse es desarrollarse en el mundo tal y como es
el mundo y tal y como uno es). Lo propio del desarrollo no es la competitividad, sino la competencia, y hay dos formas de
competencia: la crítica (que es
lucha de razones donde siempre vence la más fuerte) y la plenitud (que es afán de superación y mejora: pues eleva el nivel
de calidad que le damos a nuestra existencia).
La agresión,
la competición y la negociación necesitan un pensamiento concreto; la plenitud y la crítica se alimentan de un pensamiento abstracto; el poder utiliza
ideologías y mentalidades (mitológicas o no) en las que coexiste un pensamiento
crítico con un núcleo sagrado o intocable al que llamamos dogma; y utiliza teorías donde la crítica no puede
admitir ninguna verdad sagrada; las primeras sirven para dominar; las segundas,
para mantenerse; así, el mando requiere una doctrina que aterrorice y doblegue
a las clases bajas, y una teoría que enseñe a los poderosos cuáles son sus
puntos débiles a la hora de mandar (con el propósito de reforzarlos).
El
motor de la historia es el poder,
pero su brújula es la necesidad. Si
yo necesito comer no soy dueño de mi destino; quien manda en mí es quien puede
darme de comer. La necesidad nunca ha movido a las masas más que para
rebeliones ciegas incapaces de prosperar; lo que mueve a los pueblos es el
poder, pero no el poder ciego, porque para triunfar hay que ser capaz de
satisfacer las necesidades de la gente.
Al
ajuste entre la necesidad y el poder lo llamamos valencia social. Una valencia es una complementariedad que permite
unir grupos humanos; por ejemplo, el mito incaico de los dioses que iban a
venir de fuera coincidió con la llegada de los españoles, y eso ayudó a que los
conquistadores fueran recibidos con mayor facilidad por su encaje con el mito;
Bartolomé Herrera veía en el espíritu social del imperio incaico una
preparación para la caridad cristiana (por eso el mundo andino estaba listo
para recibir a Colón).
1.2. Los albores del pensamiento lingüístico.
Estamos
en el paleolítico. Neandertales y sapiens viven reunidos en grupos preocupados
por la subsistencia, desafiando al medio, agobiados por las dificultades, sin
tiempo para crecer. Los cazadores y los recolectores se mueven por instinto
espoleados por la necesidad, y sus jefes imponen su voluntad tejiendo sobre
ellos la maraña del poder. Todos piensan por imágenes, pero los sacerdotes,
como guardianes de los mitos, dominan el arte de la metáfora. Todo es agresión
y unas veces se compite y otras se negocia, pero sólo a los jefes les es dado
criticar; el resto, aunque esté capacitado para la crítica, no la ejerce: sólo
cree.
Son
pocos los que, en ese entorno hostil, sienten el ansia de plenitud; son unos
locos a los ojos de los demás, viven marginados porque los marginan, aunque a
veces ellos se aparten también del mundo. Todos piensan con palabras pero sólo
los jefes ejercen la crítica social; los demás emplean la lógica en sus oficios
(artesanos, cazadores, curanderos), y en las cuestiones comunes viven de la fe:
es la lucha por la existencia; se conforman con comer, beber, dormir,
calentarse, buscar abrigo. Manejan conceptos empíricos, pero en las grandes
construcciones teóricas no sienten soltura en el manejo de los conceptos
abstractos; por eso prefieren las metáforas. La evolución social pasa por estos
dos momentos:
1. Todos
quieren sobrevivir. Los retos del medio no les dejan pensar en desarrollarse
como personas, y quienes lo hacen viven al margen de la sociedad sin encontrar
su sitio. En esta vida agobiada el reparto de tareas corresponde a dos formas
de pensar: el pensamiento prelingüístico y de imágenes para la gente llana; y
el de metáfóras para los jefes, guardianes de las creencias y sostén de la
mentalidad.
2. Después, el
instinto de supervivencia se convierte en un telón de fondo sobre el que se
yergue la casta dirigente: la cual maneja conceptos junto a las metáforas y
emplea la lógica de modo más sistemático; se interesa por la trascendencia y no
sólo por aplacar a los dioses para subsistir. Los que obedecen están agobiados
y luchan por la existencia; y quienes mandan se han liberado del mundo hostil y
pueden aspirar a la plenitud.
Lo más fácil de
dominar con el pensamiento es el número y la extensión; contar las estrellas
del cielo y situarlas formando figuras, más o menços caprichosas, que serán las
constelaciones. Al pensamiento de las matemáticas lo llamamos pensamiento extensional, porque se
ocupa de la extensión de los objetos en el espacio y en el tiempo, y suele ser
riguroso; se utiliza la imaginación para dar sentido mítico a los cuerpos
celestes, pero la descripción de ese mundo es rigurosa y precisa; y el
pensamiento que habla de los animales y el tiempo meteorológico lo vamos a
llamar pensamiento intensional, pues
el interés no está ahora en saber cuántos objetos hay y dónde, sino qué son y
cómo son: es, pues, un pensamiento por
esencias; es más fácil contar y situar objetos que interpretarlos y saber
en qué consisten.
1.3. Las etapas en la historia del pensamiento.
La
historia del pensamiento se despliega cronológicamente en tres fases y un
paréntesis: la razón atada, la razón naciente y la razón nacida, que pueden
toparse con el paréntesis de la razón dormida; veámoslas una por una.
1.
Razón atada. Corresponde a las
épocas donde el pensador está sujeto al político (y producen, por lo tanto, pensamientos cautivos). Hablaremos aquí
de pensamiento extensional imaginativo; extensional
porque es capaz de calcular sobre extensiones
(puntos, figuras y cantidades) de manera precisa y exacta, y los errores
que se producen se deben a fallos en la observación, no en el cálculo
(astronomía y matemáticas); e imaginativo
porque, a la hora de afinar en las observaciones, se entrega a la fantasía (por
ejemplo piensa y cree que el arco iris es el puente Bifrost, y que los truenos
son el martillo de Thor). En el cálculo la lógica se despliega con mucho rigor,
pero en la visión del mundo esa lógica, igualmente rigurosa, no trabaja sobre
abstracciones, sino sobre imágenes y metáforas; y si la astronomía y la
matemática son inductivas y deductivas, los conocimientos empíricos
son sobre todo analógicos.
2.
Razón naciente. Conoce una
liberación progresiva del saber frente al poder, y a pesar de que, por falta de
aparatos, las observaciones siguen siendo defectuosas, ya se empiezan a vencer
algunos obstáculos (la razón, que es la facultad del análisis y la síntesis,
puede suplir las lagunas empíricas deduciendo y generalizando a partir de unos
pocos datos). Las extensiones (matemáticas
y astronomía) siguen perfeccionándose como en la etapa anterior, pero los significados que les damos a las cosas
ya no dependen casi exclusivamente de la imaginación;
ahora se empieza a llegar a ellas mediante reflexiones
(o sea el pensamiento lógico), y eso constituye, en la historia, los primeros impulsos liberadores del pensamiento;
quien ve un león por primera vez en su vida quizá no sepa lo que es, pero puede
sospechar que, como tiene pelo, quizá se trate de un mamífero; y seguramente
vertebrado.
3.
Razón nacida. El pensador ha
avanzado mucho en su liberación frente al poder político y religioso (es decir,
frente a la tiranía de las mentalidades); el nacimiento de la razón (que antes,
aunque existía, estaba gestándose en el vientre de la historia) ya genera pensamientos libres. La fantasía deja
de ser un territorio sagrado y la razón ya puede atacar esos núcleos intocables
del pensamiento; recordemos que una mentalidad es una construcción teórica donde
la crítica puede tocar todo lo que no sea el núcleo sagrado de la doctrina; al
acceder al corazón mismo del sistema, la técnica
empieza a arrinconar a la magia, y
el mito deja paso a la filosofía; son proyectos liberadores de la razón.
Y,
como una cuña que se introduce en cualquiera de esas tres etapas, la razón
puede aletargarse y olvidarse de sí misma: es lo que llamaremos razón dormida. Sucedió en Grecia
durante los tiempos oscuros, en que las invasiones borraron prácticamente casi
todos los rostros de la cultura del pasado (lo que se precipitó con la
desaparición de la escritura). Y sucedió también en Europa cuando se produjo la
caída del imperio romano. Todas las facultades racionales permanecieron
intactas en todos los seres humanos, pero desaparecieron los productos del
pensamiento que durante tantos siglos se habían acumulado. En América, el
imperio Huari arrasa con lo anterior por efecto de la conquista de unos
fanáticos que habían impuesto, por las armas, un nuevo credo intolerante con el
pasado.
1.4. La razón atada: el pensamiento cautivo.
Según
las investigaciones actuales, el origen de la humanidad se encuentra en África,
en la zona sudoriental que va desde Sudáfrica a Etiopía. Desde allí se
extienden varias oleadas que colonizarán, por la península del Sinaí, el sur de
Asia hasta Java, y por Gibraltar, inexistente hace un millón de años, hasta el
valle del Rhin; una migración posterior lleva a los sapiens hacia el norte de
Asia, desde donde llegan a América cruzando el estrecho de Bering (que era por
aquel entonces agua helada y, por lo tanto, suelo firme entre bajas
temperaturas y terribles ventiscas); esto tiene lugar hace aproximadamente 20
000 años. La última glaciación,
comenzada hace 40 000 años, se retira aproximadamente hacia el año -10 000, y
sólo entonces se separaron Asia y América por un mar que dejaba de ser
transitable a pie.
Desaparecen,
entonces, los grandes mamíferos en Europa (mamuts, rinocerontes, mastodontes),
y los grandes equipos de caza se quedan sin materias primas; entonces las
mujeres, que se habían especializado desde siempre en el manejo de las hierbas
medicinales, conocían muy bien el mundo de las plantas desde tiempos
ancestrales; los cazadores, que habían sido hasta entonces los grandes protagonistas,
quedan relegados a un segundo plano y
son las mujeres, con sus conocimientos, las impulsoras de una transformación
radical en los medios de subsistencia: estamos asistiendo a la revolución
agrícola, uno de los grandes hitos de la humanidad; se trata de una revolución
de las mujeres.
Es
el fin del paleolítico. En Jericó, hace 8 000 años, encontramos restos de las
primitivas ciudades: porque el ser humano, que antes era libre, ahora estará
atado a la tierra; ser nómada era llevar una vida aventurera, y con el
sedentarismo desaparece la aventura pero se gana en seguridad. Las ciudades se
extienden a lo largo del creciente fértil que abarca Mesopotamia y Egipto.
Pronto surge la necesidad de hacer grandes obras de irrigación, y el hombre,
por su mayor fuerza física, vuelve a tener preponderancia frente a la mujer.
En el Don y el
Volga, al norte de los mares Negro y Caspio, se extiende una zona poblada por
los indoeuropeos: así llamados porque, hacia el año -1700, emigraron por el
norte y el oeste hacia la actual Europa, y por el sur hacia lo que hoy es la
India; los persas los llamaban arios. Su lengua está en el origen de las
lenguas que se hablan en Europa, sus mitos son coincidentes, y hay una gran
similitud en la estructura de sus sociedades, plasmada en sus panteones
religiosos: pues los tres dioses más importantes corresponden a la sabiduría
(Zeus, Odín), a la guerra (Ares, Thor) y a la alimentación (Démeter, Freya).
Cornford señalará cómo en el origen de la filosofía jugarán un papel importante
mitos griegos tomados de Mesopotamia que se parecen extrañamente a los que
manejan los druidas de la Galia. Hacia el año -2200, por razones que habrá que
esclarecer, una parte de los indoeuropeos se interna en la península griega:
asistimos a la llegada de los aqueos; los aqueos saquean Troya movidos, quizá,
por la metalurgia del hierro, que dominan los troyanos mientras que los griegos
deben conformarse con herramientas de bronce (recordemos que Homero habla de
las “broncíneas espadas” y las grebas de bronce de los griegos). Esto sucede en
torno al año -1250. Después, otra oleada de indoeuropeos, esta vez integrada
por los dorios, invade Grecia. El mundo antiguo es devastado y nadie se
acordará, durante mucho tiempo, de los jonios y los aqueos y la brillante
civilización cretense que les precedió.
Después de
sucesivas invasiones de los pueblos indoeuropeos, hacia el año -1100, se
produce, con los dorios, el declive del mundo griego; desaparece la escritura,
y la ausencia de documentos hace que Grecia sea para nosotros desde entonces
una gran desconocida: son los tiempos oscuros; tres siglos de empobrecimiento,
de ignorancia, de quiebra demográfica. Nos podemos imaginar los campos
desiertos, los caminos llenos de salteadores, y un territorio sin ley; morir
era un destino posible al salir de casa; reinaban la arbitrariedad, el terror y
la superstición; seguramente había cantos épicos memorizados por los rapsodas y
gentes dispersas en los pueblos dispuestas a escucharlos; esto lo sabemos porque,
si Homero recompone en la Ilíada la guerra de Troya, es porque existieron
relatos que no pararon de circular, como fragmentarios cantares de gesta, por
todo el mundo griego; Homero los utilizará para hacer sus magníficas síntesis.
La gente
pensaba por imágenes; una lengua sin escritura obligaba a pasar, memorizando
textos, el tiempo que se podría emplear en otras cosas (por ejemplo en componer
textos nuevos); imágenes, relatos, metáforas y una lógica menos deductiva que
analógica, analizando las cosas al tiempo que se construían, siglo tras siglo,
las grandes síntesis; sobre todo las religiosas.
Desde el año
-2200 grandes oleadas de indoeuropeos habían penetrado por el norte trayendo a
Grecia a los primeros griegos: los dorios, que se establecieron en el norte,
los aqueos, en el centro, y los jonios al sur. Una sociedad violenta, agraria y
guerrera sucedió a la civilización urbana que, desde el año -2500, se había
establecido en Creta. Uno puede imaginar que donde hay ciudades hay cultura,
mientras que en el campo florecen culturas dispersas y poco sistematizadas. Los
indoeuropeos traen el bronce y la doma del caballo, y una forma de pensar,
apegada a la lucha por la subsistencia, a la vez prelingüística y concreta: es
esa forma de agobio donde el miedo arroja a la gente en brazos de religiones
temibles y sacerdotes despóticos.
Desde el siglo
–XII los dorios vuelven a presionar por el norte, empujando a los jonios y
aqueos hacia la península anatolia; allí construyen ciudades que luego serán
prósperas, como Mileto y Éfeso: en ellas surgirá, siglos después, la filosofía.
Podemos
suponer que la estructura de las ciudades arroja luz sobre el tipo de sociedad
que vive en ellas. Las sociedades agrarias se extienden horizontalmente para
alojar grandes cantidades de personas; así pues, el plano horizontal contiene la demografía, agrupada en ciudades y
campos; puede ocurrir que existan grandes masas de personas reunidas en un
lugar que, sin embargo, no es todavía una ciudad (así lo entendía Aristóteles:
muchas aldeas reunidas no hacen una polis, la reunión de muchos pueblos no
basta para hacer una ciudad).
Luego está el plano vertical, que contiene a la
divinidad y la aristocracia, es de decir la axiología: y también sirve para la
defensa; porque los edificios ganan en altura en proporción al interés
(religioso, político, artístico, funcional o militar) que los mueve. Un núcleo
de población con grandes edificios y monumentos tampoco es una ciudad. Puede
ser un mundo rural sometido al poder de los sacerdotes, los soldados y los terratenientes;
un pueblo así puede construir templos descomunales o tumbas hiperbólicas, como
sucedió en Egipto. También en el templo de Chavín, en la sierra peruana, se
congregaban miles de personas para rendir culto al dios jaguar, que las
aterrorizaba y estremecía.
Para que
podamos hablar de ciudades hace falta porosidad.
Llamo porosidad a los huecos de población donde se concentran los espacios
públicos que permiten la reunión y el diálogo: barrios y zonas de
participación, bibliotecas, ágoras y teatro, en un entorno que facilita los
accesos entre caminos y puertas (a diferencia del entorno militar, que los
dificulta). Así pues, si volvemos a Aristóteles, una ciudad es un núcleo de
población que se extiende en verticalidad y en horizontalidad, y está perforado,
como una esponja, por poros entre las casas: espacios públicos bien
comunicados; ágoras donde se puede desarrollar el debate político, teatros
donde se puede cultivar una dimensión ética de la vida; un núcleo enorme de
población sin espacios públicos no es una ciudad; la ciudad, sobre todo, es esa
porosidad que determina la forma de gobierno, permitiendo el acceso de la gente
a la toma de decisiones que afectan a todos. Por eso, en opinión de
Aristóteles, esos grandes núcleos de población que tienen los persas serán, si
se quiere, pueblos enormes, pero nunca serán ciudades. Y por eso también,
cuando los griegos se enfrentan a los persas en las guerras médicas, serán dos
modos diferentes de afrontar la vida: civilización contra barbarie; despotismo
contra democracia; nosotros, si queremos prescindir del vocabulario
etnocéntrico de Aristóteles, diremos simplemente que se enfrentó la razón libre
con la razón atada; porque la razón también tiene sus mitos.
Y es que la
razón no ha surgido luchando contra el mito como si el mito fuera irracional;
al contrario, ha salido del vientre del mito como un árbol sale de su semilla.
Y no surgió bruscamente, sino a través de una lenta maduración. Si consideramos
que el mito se caracteriza por el dominio del poder sobre el saber, y el logos
por una rebelión del saber contra el poder, quizá encontraríamos épocas donde
conviven un logos investigador y un poder político propio del mito: como
ocurrió en el siglo XVII, donde el Renacimiento fue contemporáneo de la inquisición.
Y no habría épocas monolíticas donde o todo fuera logos o todo mito, como nos
empeñamos muchas veces en simplificar.
Intentemos
precisar lo que se entiende por mito. Podemos postular que contiene sobre todo
impulsos racionales, aunque lleguen a ser sistemáticos; sistemáticos, porque son relatos de poderes y dioses agrupados en
un todo coherente; racionales,
porque no se puede contar una historia sin dotarla de una lógica interna; no se
puede hacer sonar el cuerno en Roncesvalles y que lo oigan en París; y si se
trata de relatos fantásticos, lo inverosímil aparece en el plano de la fantasía
que lo vuelve verosímil; lo que no se puede tolerar, ni siquiera en una
mentalidad mítica, es que en el mundo de la experiencia sucedan cosas
inverosímiles; pero sí se pueden admitir vías de contacto entre lo empírico y
lo fantástico donde lo fantástico incursione sobre lo empírico: siempre, claro
está, que ambos mundos vivan apartados cada uno con sus características
propias. El mundo mítico, por lo tanto, contiene a la razón; pero la razón se
manifiesta a través de imágenes y metáforas, no de abstracciones y conceptos;
si algo (cosas tales como espíritus intangibles y fuerzas misteriosas) pueden
parecer abstractas, se trata casi siempre de abstracciones de la afectividad,
no del conocimiento.
El mito,
además, no es un pensamiento de cultura, sino de culto; es decir que contiene dogmas que funcionan como núcleos
emotivos intangibles. También es un pensamiento
sintético; o sea que percibe las cosas en su conjunto como si el mundo
fuera un plano general: incapaz de analizarlo en planos más cercanos y
detallados.
El mito, por
último, surge en núcleos rurales que tienen horizontalidad y verticalidad,
pero no porosidad. Pero no aparece en bloque y de un plumazo: el mito aparece
por oleadas sucesivas y lo que acabamos de definir aquí corresponde más bien a
su primera fase, que caracterizaremos históricamente como mito I; es lo que encontramos, por ejemplo, en Kotosh y en Chavín
(desde el año -700 hasta el año +100), en lo que es actualmente el Perú: propio
de una experiencia sin analizar. Si
los frutos que mueren entierran sus semillas y nacen nuevas plantas, también
los muertos que enterramos tienen semillas de las que nacerán seres nuevos; o
emprenderán un largo viaje y por ello conviene dejar provisiones en su tumba
para que puedan llegar. En este ejemplo vemos que se comparan dos tipos de
muerte, la de los seres humanos y la de las plantas (pensamiento por analogía)
y sacamos conclusiones que no sacaríamos de haber analizado más detenidamente
las realidades animales y vegetales. El mito, de todas formas, es un punto de llegada en la reflexión,
culminación de las razones que hemos desarrollado: no analogía que pueda servir
de punto de partida para pensar.