FAUSTINISMO Y FAUSTINIDAD
1. Primeras definiciones.
A) De la fortaleza:
1.1. Esfuerzo.
Ser esforzado es, lo contrario que la
pereza, tener espíritu de sacrificio, sacar de sí lo que se tiene dentro, sacar
esa fuerza o energía interior que nos hace ser mejores. Hércules.
1.2. Valor.
Ser valiente es también tener espíritu
de sacrificio, pero esta vez no está enfocado al despliegue de uno mismo, sino
al espíritu de lucha para vencer a la adversidad. El valor es algo más que
fuerza, es riesgo, es energía en peligro, es no darle la vuelta a la amenaza
para no tener que verse obligado a dejar de ser. El símbolo del valor es Héctor.
1.3. Abuso.
Todo
espíritu valiente es fuerte, pero no basta con ser esforzado para ser valiente.
Hércules, siendo esforzado, puede ser valiente, pero Aquiles, valiéndose de su fuerza, es, más que un valiente, un
presuntuoso, más que una persona que siente el peligro, alguien que es
consciente del peligro en el que está su adversario; no es un ser valeroso sino
un abusador.
1.4. Aquiles y Héctor.
Aquiles tiene fuerza corporal, pero esa
fuerza física esconde en el fondo
una cobardía moral. Y Héctor, por el contrario, detrás de su
mayor debilidad física esconde una
verdadera valentía, una fortaleza anímica y moral. El desánimo no es propio de
Héctor, sino de Aquiles; por eso Aquiles tiene en una cara de la medalla la
fortaleza física y en la otra la cobardía: entendida esta última no sólo como
falta de carácter (de fuerza para enfrentarse al adversario), sino sobre todo
de iniciativa: de fuerza para tomar la decisión de luchar.
Esfuerzo y valor.
Llamamos
esfuerzo al sacrificio por ser uno mismo. Llamamos valor al esfuerzo sacrificado por estar en el mundo, y que el mundo no te
quite ninguna de tus posibilidades de ser.
B) De la flaqueza.
1.5. Miedo.
El miedo es la falta de fuerza para ser
lo que podemos ser, y para salvar los obstáculos que nos impiden estar donde
podemos construirnos como somos, y, por tanto, llegar a ser lo que podemos ser.
Es lo contrario de la rebeldía. La
rebeldía es cuando nuestras fuerzas nos lanzan a combatir los obstáculos
que nos impiden crecer (obligándonos a ser como quiere el mundo sin dejarnos,
en esa adaptación necesaria de seres que crecen juntos, ser como queremos ser:
aunque la realidad sea sólo una parte de lo que queremos).
1.6. Rebeldía.
La rebeldía es, pues, espíritu de lucha; lo contrario es el miedo, que nos paraliza. Del mismo
modo el esfuerzo es espíritu de superación, y lo contrario
es la pereza, que nos paraliza
también.
1.7. Extravío.
Podemos
ser esforzados perdiendo el norte; emplear nuestras fuerzas en la consecución
de objetivos que no valen la pena, como cuando nos empeñamos en el estudio
olvidándonos de vivir. El extravío puede
ser rebeldía o esfuerzo, no paralizados por la pereza y el miedo pero tampoco
empeñados en la vida, sino confundiendo las cosas porque lo que nos guía es la obsesión. Obsesionarse es perderse y
tomar un camino que no es el que debíamos tomar.
A
veces tenemos miedo a la vida, miedo
al error: y queremos caminar de
nuevo para no volver a equivocarnos en lo mismo; corregir lo que hemos fallado. Y a veces ya es tarde, como la vida
no tiene ensayo, su único ensayo es al mismo tiempo su única representación; y
cuando queremos rectificar ya es contra la naturaleza, firmando tratos con
seres que prometen cosas imposibles y las cumplen sin cumplirlas, violando el
trato que firmaron con nosotros sin estar capacitados para firmar.
C) De la dominación.
1.8. Soberbia y envidia.
Soberbia es creerse más que los otros. Envidia es saberse menos. El soberbio pisa
a los inferiores para disfrutar de su superioridad. El envidioso los pisa para
quitarles lo que les sobra y así dejar de ser menos que ellos. El poderoso
aplasta a quienes no tienen sus poderes para regodearse con ellos: como el
forzudo machaca a quienes no tienen su fuerza para sentirse fuerte sobre el
débil. El envidioso a quien le falta un brazo les corta el brazo a los otros
para no ser menos que ellos. El poderoso
disfruta destacando lo que les falta a los demás; el envidioso, suprimiendo lo que les sobra.
1.9. Avaricia.
¿Y
la avaricia? La avaricia es desear
las riquezas de los otros: no su propia riqueza personal. Al avaro no le
importa que los otros sean mejores (como le importa al envidioso): pero le
importa tener más riquezas y también atesorarlas para no tener que gastarlas
nunca, porque si se las gastan las pierden y es preferible siempre tener antes
que disfrutar. El avaro (Lucifer, que busca el poder) disfruta contemplando lo que tiene; y el vividor (que es Don Juan disfrutando del placer) disfruta gastando en lugar de
contemplar; pero lo que contempla el
avaro es el precio de sus riquezas, mientras que el sabio contempla lo que vale tanto que no tiene precio; y el vividor
disfruta el oro en lugar de contemplarlo, goza de él, gastándoselo,
convirtiéndolo en placeres que, si no lo hacen feliz, por lo menos le hacen
gozar.
2. ¿Qué es la vida? Los ingredientes de la vida.
Si
consideramos que la vida es placer, poder, amor, saber y querer, existen diversas amputaciones de la vida; vidas
disminuidas que disfrutan solamente de uno de sus ingredientes despreciando los
demás: son el donjuanismo, el faustinismo, el progresismo y la faustinidad.
Antes de caracterizarlos hagamos un retrato más completo de cada uno de sus
ingredientes.
a)
El placer es la juventud en lo que tiene de capacidad de disfrutar del cuerpo,
que es el mundo de la sensación. El
placer es la vida reducida al disfrute del presente,
olvidándose de la trascendencia, de lo que va más allá del estrecho goce del aquí
y ahora.
b)
El amor también es la juventud, pero considerada esta vez
como disfrute sentimental del cuerpo:
es el mundo del sentimiento, de la emoción. También se trata del disfrute del
presente, que desea durar; es, valga la paradoja, un presente trascendente donde el momento está lleno de promesas, y
por tanto de sueños, que se disfrutan sublimando la sensación sin llegar a
destruirla en tanto que sensación.
c)
El poder es el afán de dominio, la pérdida del alma. Si el cuerpo de la vida es el placer,
su alma es la naturaleza, la
aceptación del dolor para evitar la muerte: en una palabra, la vida
tiene alma cuando se respeta a sí misma, cuando respeta a la naturaleza que
contiene. La pérdida del alma es la destrucción de la vida, que se convierte en
poder: lejos de vivir la trascendencia del presente (como hace el amor), el
poder se come el presente y la trascendencia, los domina, los anula y suprime,
y, cegado por esa obsesión, ni disfruta del presente ni goza de la
trascendencia, pues nos coloca ante el placer de vivir más lejos, más adentro y
más allá.
c)
El querer es la definición misma de
alma: rebeldía, que rechaza someterse al poder, que no quiere dominar el mundo
en lugar de disfrutarlo; el querer, en tanto que la rebeldía, es rechazo de la
sumisión, y deseo de disfrutar del cuerpo sin renegar del alma, vivir la vida
(si para luchar contra la muerte es preciso, junto al placer, aceptar el
dolor).
c)
El saber es la capacidad de vivir el
pasado y el futuro renunciando, para ello, a vivir el presente. Como búsqueda de la trascendencia es renuncia al momento y es, por tanto, lo
contrario de la juventud: el sabio es el
viejo, que compra trascendencia pagándola con juventud, y vive más allá del
momento, perdiendo el momento y ganando, en cambio, la vida vacía: llenándose
de vejez.
Resumiendo:
la vida tiene un cuerpo, que es la sensación, y un alma, que es el sentimiento; el sentimiento sin
sensación es alma sin cuerpo, y no es vida sino vejez; la sensación sin
sentimiento es cuerpo sin alma y tampoco lo es, sino gamberrismo; la verdadera
vida es cuerpo y alma, sentimiento en la sensación, y eso es el amor. El amor verdadero, sentimiento y
sensorialidad juntas, es la juventud.
La pérdida del
alma es el poder. La pérdida del cuerpo es la vejez.
La
pérdida del alma es sensación desnuda,
y, dentro de la sensación, es rechazo del dolor y pérdida del placer:
eso es el poder.
La
pérdida del cuerpo es la vejez, y
ser viejo es tener afán por controlar el pasado y el futuro olvidándose de
disfrutar del presente; o sea perdiendo el disfrute de la sensación. En eso se parecen la vejez y el poder.
La
vida, en definitiva, es cuerpo (sensación) y alma (sentimiento), o sea:
juventud; y amor. Se pierde en la sensación, en la vejez y en el poder. Y en
tanto que lucha contra el placer desnudo, la vejez y el poder, vivir es lo
mismo que querer: la vida es rebeldía, lucha, respeto por la naturaleza, y en definitiva rechazo de la sumisión.
3. Las formas de vivir.
3.1. El gamberrismo.
Consiste
en reducir la vida al placer de la sensación, y eso es lo mismo que renunciar
al alma para disfrutar del cuerpo, comprar el cuerpo y pagarlo con el alma. Ea
el viejo tópico de vender el alma al
cuerpo
(que, amputado de esa manera, no es otro que el diablo).
Esa
reducción de la vida al momento presente es vivir el presente sin pensar en la
trascendencia, y esa amputación es el gamberrismo. Cuando el gamberro amputa su vida para vivir, y
sobre todo para sobrevivir, es el pícaro.
Y cuando lo hace sólo para disfrutar, es un donjuán; el donjuán utiliza el engaño para burlar a las mujeres,
pero también busca el dinero fácil perdiéndose en la pendencia y el juego.
3.2. El faustinismo.
Consiste
en no ver en la vida más que poder. Sed de poder. Lucha por el poder. Y al
confundir la vida con el poder no ve en la naturaleza más que medios que deben
ser doblegados en beneficio propio, pero no para vivir, sino para disfrutar de
su dominación.
Es
el pecado de soberbia. El faustinismo es el dominio del presente (para hacer en
él lo que quiera, para salirse con la suya) y de la trascendencia (para dominar
el pasado y el futuro, para que no haya otro futuro más que el querido por él).
Es el espíritu luciferino, el de la criatura que no quiere medirse con su
creador sino dominarlo, derrotarlo aunque sea empleando las malas artes. Es la
envidia de la madrastra de Blancanieves. O el espíritu de Frankestein, que no
ve en la naturaleza más que utilidad; y es capaz de torcer el ser de las cosas
con tal de dirigirlas hacia la satisfacción de sus intereses, esclavizándolas
en su propio beneficio.
El
faustinismo es el vicio de Fausto: el otro es la faustinidad. El faustinismo
consiste en vivir el presente y la trascendencia a costa de violar los límites
de la naturaleza. Siempre torciendo la naturaleza en beneficio propio.
3.3. La faustinidad.
Es
el otro vicio de Fausto, tal y como lo encontramos en la famosa obra de Goethe.
La faustinidad consiste en no ver en la vida más que saber, estudio, alimento
del asombro, de la curiosidad; si la vida es juventud, es decir amor y placer,
sentimiento y sensación, y si la vida camina hacia la vejez haciéndose cada vez
más sabia: entonces obsesionarse por el saber y el estudio es buscar la trascendencia
pagándola con la sensibilidad.
Faustinidad
es vivir la trascendencia a costa del presente, la pasión de Fausto: una
obsesión por estudiar, un sacrificio de la vida en las bibliotecas, y ese vivir
dedicado al estudio es como una falta de ganas de vivir, es una forma de locura
intelectual a la que llamamos empollar, no estudiar; el empollón, para
enfrascarse en los libros, se olvida de vivir, y luego descubre, cuando ya es
tarde, que para secarse el seso se ha olvidado de la juventud y del amor: y no
le queda más remedio que comprárselas al diablo cuando ya se ha hecho viejo y
lo ha perdido casi todo.
Pero
no sólo nos seca el seso la vida estudiosa. También lo hace la obsesión por las
historias; como don Quijote que, obsesionado por las novelas de caballerías, se
llena de ideales (alma sin cuerpo) y se olvida de vivir, convirtiéndose en un
ser tan bueno como marginal y extraviado.
3.4. El progresismo.
Consiste
en poner el poder al servicio del querer. Es el espíritu prometeico, o, si queremos, baconiano, que no busca el poder por el poder (como le pasaba a
Lucifer), sino tan sólo como una herramienta para ser feliz. En su rebeldía
contra la postración en que lo han sumido los dioses, Prometeo es capaz de
robarles el fuego para entregárselo a los humanos e inaugurar, con ello, la
ciencia, la técnica y la cultura. Es el cientificismo,
sí, pero también la sabiduría entendida como búsqueda de los medios para vivir
mejor. A veces los dioses no lo entienden. En la Biblia se castiga la
curiosidad, confundiendo a la gente, en el famosos episodio de la torre de
Babel (Aristóteles, en cambio, hace de la curiosidad el motor de la filosofía).
Y se castiga severamente la búsqueda del árbol de la ciencia, como un pecado
original. Ya hemos visto lo que le pasó a Prometeo. Es como si los dioses
hicieran inteligente al ser humano para condenarlo, después, a no usar su
inteligencia. Y se confunde, equivocadamente (pero esto no lo hace dios sino
sus intérpretes), la curiosidad con la soberbia, la felicidad con el egoísmo,
la alegría con la vanidad.
4. En torno al mito de Fausto.
El
espíritu fáustico, que es el propio del faustinismo, ¿es luciferino o
prometeico? ¿Quiere adueñarse del mundo, imponerle su voluntad (el poder por el
poder) sin necesitarlo para su supervivencia? ¿O pretende dominar a la
naturaleza para vivir en ella, vencer la adversidad (el poder para vivir) como
medio de superar los retos, para convertirse, así, en dueño del propio destino?
Ya hemos visto que es lo primero. Lo segundo, como espíritu prometeico, no es
faustinismo, sino progresismo.
Pero
no se trata de vender la vida. Si el faustinismo la vende por sed de poder, por
un afán gratuito de dominio, entonces es una obsesión. El progresismo, en
principio, no lo hace, porque busca el poder como instrumento de defensa, de
protección, no de dominio; pero si algún día el progresismo vendiera la vida
para comprar la necesidad de vencer, aunque esa necesidad fuera provocada por
los retos de la naturaleza, entonces el progresismo caería, decididamente, en
la perversión.
El
espíritu fáustico busca el poder por
el poder, y eso es lo propio del faustinismo.
El espíritu faustino, por el
contrario, busca el saber por el saber, y eso es lo propio de la faustinidad. Cambiar juventud por
sabiduría es perder la juventud y recuperar, a costa de la sabiduría, la
juventud perdida; es una forma de vender el alma al diablo, de ir contra la
naturaleza, de hacer al revés las cosas que son irreversibles, de torcer la
flecha del tiempo, de vivir de nuevo lo que no tiene ensayo, lo que es
representación única, la vida que no se
puede repetir.
Dos
formas hay de vender el alma al diablo: por amor y por ambición. El faustinismo
reniega de la vida por el poder y se vuelve diablo. La faustinidad quiere
recuperar la juventud perdida y se pone en manos del diablo. Las dos son formas
del fracaso. El espíritu fáustico, como el faustino, son el espíritu del
perdedor.