viernes, 31 de julio de 2020

FAUSTINISMO Y FAUSTINIDAD



FAUSTINISMO Y FAUSTINIDAD        


1. Primeras definiciones.

            A) De la fortaleza:

1.1. Esfuerzo.

            Ser esforzado es, lo contrario que la pereza, tener espíritu de sacrificio, sacar de sí lo que se tiene dentro, sacar esa fuerza o energía interior que nos hace ser mejores. Hércules.

1.2. Valor.

            Ser valiente es también tener espíritu de sacrificio, pero esta vez no está enfocado al despliegue de uno mismo, sino al espíritu de lucha para vencer a la adversidad. El valor es algo más que fuerza, es riesgo, es energía en peligro, es no darle la vuelta a la amenaza para no tener que verse obligado a dejar de ser. El símbolo del valor es Héctor.

1.3. Abuso.

            Todo espíritu valiente es fuerte, pero no basta con ser esforzado para ser valiente. Hércules, siendo esforzado, puede ser valiente, pero Aquiles, valiéndose de su fuerza, es, más que un valiente, un presuntuoso, más que una persona que siente el peligro, alguien que es consciente del peligro en el que está su adversario; no es un ser valeroso sino un abusador.

1.4. Aquiles y Héctor.

            Aquiles tiene fuerza corporal, pero esa fuerza física esconde en el fondo una cobardía moral. Y Héctor, por el contrario, detrás de su mayor debilidad física esconde una verdadera valentía, una fortaleza anímica y moral. El desánimo no es propio de Héctor, sino de Aquiles; por eso Aquiles tiene en una cara de la medalla la fortaleza física y en la otra la cobardía: entendida esta última no sólo como falta de carácter (de fuerza para enfrentarse al adversario), sino sobre todo de iniciativa: de fuerza para tomar la decisión de luchar.

Esfuerzo y valor.

            Llamamos esfuerzo al sacrificio por ser uno mismo. Llamamos valor al esfuerzo sacrificado por estar en el mundo, y que el mundo no te quite ninguna de tus posibilidades de ser.


            B) De la flaqueza.

1.5. Miedo.

            El miedo es la falta de fuerza para ser lo que podemos ser, y para salvar los obstáculos que nos impiden estar donde podemos construirnos como somos, y, por tanto, llegar a ser lo que podemos ser. Es lo contrario de la rebeldía. La rebeldía es cuando nuestras fuerzas nos lanzan a combatir los obstáculos que nos impiden crecer (obligándonos a ser como quiere el mundo sin dejarnos, en esa adaptación necesaria de seres que crecen juntos, ser como queremos ser: aunque la realidad sea sólo una parte de lo que queremos).

1.6. Rebeldía.

            La rebeldía es, pues, espíritu de lucha; lo contrario es el miedo, que nos paraliza. Del mismo modo el esfuerzo es espíritu de superación, y lo contrario es la pereza, que nos paraliza también.

1.7. Extravío.

            Podemos ser esforzados perdiendo el norte; emplear nuestras fuerzas en la consecución de objetivos que no valen la pena, como cuando nos empeñamos en el estudio olvidándonos de vivir. El extravío puede ser rebeldía o esfuerzo, no paralizados por la pereza y el miedo pero tampoco empeñados en la vida, sino confundiendo las cosas porque lo que nos guía es la obsesión. Obsesionarse es perderse y tomar un camino que no es el que debíamos tomar.
            A veces tenemos miedo a la vida, miedo al error: y queremos caminar de nuevo para no volver a equivocarnos en lo mismo; corregir lo que hemos fallado. Y a veces ya es tarde, como la vida no tiene ensayo, su único ensayo es al mismo tiempo su única representación; y cuando queremos rectificar ya es contra la naturaleza, firmando tratos con seres que prometen cosas imposibles y las cumplen sin cumplirlas, violando el trato que firmaron con nosotros sin estar capacitados para firmar.

            C) De la dominación.

1.8. Soberbia y envidia.

            Soberbia es creerse más que los otros. Envidia es saberse menos. El soberbio pisa a los inferiores para disfrutar de su superioridad. El envidioso los pisa para quitarles lo que les sobra y así dejar de ser menos que ellos. El poderoso aplasta a quienes no tienen sus poderes para regodearse con ellos: como el forzudo machaca a quienes no tienen su fuerza para sentirse fuerte sobre el débil. El envidioso a quien le falta un brazo les corta el brazo a los otros para no ser menos que ellos. El poderoso disfruta destacando lo que les falta a los demás; el envidioso, suprimiendo lo que les sobra.

1.9. Avaricia.

            ¿Y la avaricia? La avaricia es desear las riquezas de los otros: no su propia riqueza personal. Al avaro no le importa que los otros sean mejores (como le importa al envidioso): pero le importa tener más riquezas y también atesorarlas para no tener que gastarlas nunca, porque si se las gastan las pierden y es preferible siempre tener antes que disfrutar. El avaro (Lucifer, que busca el poder) disfruta contemplando lo que tiene; y el vividor (que es Don Juan disfrutando del placer) disfruta gastando en lugar de contemplar; pero lo que contempla el avaro es el precio de sus riquezas, mientras que el sabio contempla lo que vale tanto que no tiene precio; y el vividor disfruta el oro en lugar de contemplarlo, goza de él, gastándoselo, convirtiéndolo en placeres que, si no lo hacen feliz, por lo menos le hacen gozar.


2. ¿Qué es la vida? Los ingredientes de la vida.

            Si consideramos que la vida es placer, poder, amor, saber y querer, existen diversas amputaciones de la vida; vidas disminuidas que disfrutan solamente de uno de sus ingredientes despreciando los demás: son el donjuanismo, el faustinismo, el progresismo y la faustinidad. Antes de caracterizarlos hagamos un retrato más completo de cada uno de sus ingredientes.
            a) El placer es la juventud en lo que tiene de capacidad de disfrutar del cuerpo, que es el mundo de la sensación. El placer es la vida reducida al disfrute del presente, olvidándose de la trascendencia, de lo que va más allá del estrecho goce del aquí y ahora.
            b) El amor también es la juventud, pero considerada esta vez como disfrute sentimental del cuerpo: es el mundo del sentimiento, de la emoción. También se trata del disfrute del presente, que desea durar; es, valga la paradoja, un presente trascendente donde el momento está lleno de promesas, y por tanto de sueños, que se disfrutan sublimando la sensación sin llegar a destruirla en tanto que sensación.
            c) El poder es el afán de dominio, la pérdida del alma. Si el cuerpo de la vida es el placer, su alma es la naturaleza, la aceptación del dolor para evitar la muerte: en una palabra, la vida tiene alma cuando se respeta a sí misma, cuando respeta a la naturaleza que contiene. La pérdida del alma es la destrucción de la vida, que se convierte en poder: lejos de vivir la trascendencia del presente (como hace el amor), el poder se come el presente y la trascendencia, los domina, los anula y suprime, y, cegado por esa obsesión, ni disfruta del presente ni goza de la trascendencia, pues nos coloca ante el placer de vivir más lejos, más adentro y más allá.
            c) El querer es la definición misma de alma: rebeldía, que rechaza someterse al poder, que no quiere dominar el mundo en lugar de disfrutarlo; el querer, en tanto que la rebeldía, es rechazo de la sumisión, y deseo de disfrutar del cuerpo sin renegar del alma, vivir la vida (si para luchar contra la muerte es preciso, junto al placer, aceptar el dolor).
            c) El saber es la capacidad de vivir el pasado y el futuro renunciando, para ello, a vivir el presente. Como búsqueda de la trascendencia es renuncia al momento y es, por tanto, lo contrario de la juventud: el sabio es el viejo, que compra trascendencia pagándola con juventud, y vive más allá del momento, perdiendo el momento y ganando, en cambio, la vida vacía: llenándose de vejez.
            Resumiendo: la vida tiene un cuerpo, que es la sensación, y un alma, que es el sentimiento; el sentimiento sin sensación es alma sin cuerpo, y no es vida sino vejez; la sensación sin sentimiento es cuerpo sin alma y tampoco lo es, sino gamberrismo; la verdadera vida es cuerpo y alma, sentimiento en la sensación, y eso es el amor. El amor verdadero, sentimiento y sensorialidad juntas, es la juventud.
            La pérdida del alma es el poder. La pérdida del cuerpo es la vejez.
            La pérdida del alma es sensación desnuda, y, dentro de la sensación, es rechazo del dolor y pérdida del placer: eso es el poder.
            La pérdida del cuerpo es la vejez, y ser viejo es tener afán por controlar el pasado y el futuro olvidándose de disfrutar del presente; o sea perdiendo el disfrute de la sensación. En eso se parecen la vejez y el poder.
            La vida, en definitiva, es cuerpo (sensación) y alma (sentimiento), o sea: juventud; y amor. Se pierde en la sensación, en la vejez y en el poder. Y en tanto que lucha contra el placer desnudo, la vejez y el poder, vivir es lo mismo que querer: la vida es rebeldía, lucha, respeto por la naturaleza, y en definitiva rechazo de la sumisión.


3. Las formas de vivir.

3.1. El gamberrismo.

            Consiste en reducir la vida al placer de la sensación, y eso es lo mismo que renunciar al alma para disfrutar del cuerpo, comprar el cuerpo y pagarlo con el alma. Ea el viejo tópico de vender el  alma al cuerpo (que, amputado de esa manera, no es otro que el diablo).
            Esa reducción de la vida al momento presente es vivir el presente sin pensar en la trascendencia, y esa amputación es el gamberrismo. Cuando el gamberro amputa su vida para vivir, y sobre todo para sobrevivir, es el pícaro. Y cuando lo hace sólo para disfrutar, es un donjuán; el donjuán utiliza el engaño para burlar a las mujeres, pero también busca el dinero fácil perdiéndose en la pendencia y el juego.

3.2. El faustinismo.

            Consiste en no ver en la vida más que poder. Sed de poder. Lucha por el poder. Y al confundir la vida con el poder no ve en la naturaleza más que medios que deben ser doblegados en beneficio propio, pero no para vivir, sino para disfrutar de su dominación.
            Es el pecado de soberbia. El faustinismo es el dominio del presente (para hacer en él lo que quiera, para salirse con la suya) y de la trascendencia (para dominar el pasado y el futuro, para que no haya otro futuro más que el querido por él). Es el espíritu luciferino, el de la criatura que no quiere medirse con su creador sino dominarlo, derrotarlo aunque sea empleando las malas artes. Es la envidia de la madrastra de Blancanieves. O el espíritu de Frankestein, que no ve en la naturaleza más que utilidad; y es capaz de torcer el ser de las cosas con tal de dirigirlas hacia la satisfacción de sus intereses, esclavizándolas en su propio beneficio.
            El faustinismo es el vicio de Fausto: el otro es la faustinidad. El faustinismo consiste en vivir el presente y la trascendencia a costa de violar los límites de la naturaleza. Siempre torciendo la naturaleza en beneficio propio.

3.3. La faustinidad.

            Es el otro vicio de Fausto, tal y como lo encontramos en la famosa obra de Goethe. La faustinidad consiste en no ver en la vida más que saber, estudio, alimento del asombro, de la curiosidad; si la vida es juventud, es decir amor y placer, sentimiento y sensación, y si la vida camina hacia la vejez haciéndose cada vez más sabia: entonces obsesionarse por el saber y el estudio es buscar la trascendencia pagándola con la sensibilidad.
            Faustinidad es vivir la trascendencia a costa del presente, la pasión de Fausto: una obsesión por estudiar, un sacrificio de la vida en las bibliotecas, y ese vivir dedicado al estudio es como una falta de ganas de vivir, es una forma de locura intelectual a la que llamamos empollar, no estudiar; el empollón, para enfrascarse en los libros, se olvida de vivir, y luego descubre, cuando ya es tarde, que para secarse el seso se ha olvidado de la juventud y del amor: y no le queda más remedio que comprárselas al diablo cuando ya se ha hecho viejo y lo ha perdido casi todo.
            Pero no sólo nos seca el seso la vida estudiosa. También lo hace la obsesión por las historias; como don Quijote que, obsesionado por las novelas de caballerías, se llena de ideales (alma sin cuerpo) y se olvida de vivir, convirtiéndose en un ser tan bueno como marginal y extraviado.


3.4. El progresismo.

            Consiste en poner el poder al servicio del querer. Es el espíritu prometeico, o, si queremos, baconiano, que no busca el poder por el poder (como le pasaba a Lucifer), sino tan sólo como una herramienta para ser feliz. En su rebeldía contra la postración en que lo han sumido los dioses, Prometeo es capaz de robarles el fuego para entregárselo a los humanos e inaugurar, con ello, la ciencia, la técnica y la cultura. Es el cientificismo, sí, pero también la sabiduría entendida como búsqueda de los medios para vivir mejor. A veces los dioses no lo entienden. En la Biblia se castiga la curiosidad, confundiendo a la gente, en el famosos episodio de la torre de Babel (Aristóteles, en cambio, hace de la curiosidad el motor de la filosofía). Y se castiga severamente la búsqueda del árbol de la ciencia, como un pecado original. Ya hemos visto lo que le pasó a Prometeo. Es como si los dioses hicieran inteligente al ser humano para condenarlo, después, a no usar su inteligencia. Y se confunde, equivocadamente (pero esto no lo hace dios sino sus intérpretes), la curiosidad con la soberbia, la felicidad con el egoísmo, la alegría con la vanidad.

4. En torno al mito de Fausto.

            El espíritu fáustico, que es el propio del faustinismo, ¿es luciferino o prometeico? ¿Quiere adueñarse del mundo, imponerle su voluntad (el poder por el poder) sin necesitarlo para su supervivencia? ¿O pretende dominar a la naturaleza para vivir en ella, vencer la adversidad (el poder para vivir) como medio de superar los retos, para convertirse, así, en dueño del propio destino? Ya hemos visto que es lo primero. Lo segundo, como espíritu prometeico, no es faustinismo, sino progresismo.
            Pero no se trata de vender la vida. Si el faustinismo la vende por sed de poder, por un afán gratuito de dominio, entonces es una obsesión. El progresismo, en principio, no lo hace, porque busca el poder como instrumento de defensa, de protección, no de dominio; pero si algún día el progresismo vendiera la vida para comprar la necesidad de vencer, aunque esa necesidad fuera provocada por los retos de la naturaleza, entonces el progresismo caería, decididamente, en la perversión.
            El espíritu fáustico busca el poder por el poder, y eso es lo propio del faustinismo. El espíritu faustino, por el contrario, busca el saber por el saber, y eso es lo propio de la faustinidad. Cambiar juventud por sabiduría es perder la juventud y recuperar, a costa de la sabiduría, la juventud perdida; es una forma de vender el alma al diablo, de ir contra la naturaleza, de hacer al revés las cosas que son irreversibles, de torcer la flecha del tiempo, de vivir de nuevo lo que no tiene ensayo, lo que es representación única, la vida que no se  puede repetir.
            Dos formas hay de vender el alma al diablo: por amor y por ambición. El faustinismo reniega de la vida por el poder y se vuelve diablo. La faustinidad quiere recuperar la juventud perdida y se pone en manos del diablo. Las dos son formas del fracaso. El espíritu fáustico, como el faustino, son el espíritu del perdedor.



1 comentario:

  1. Una loable reflexión hoy en la Pandemia, querida Lechuza, rescato: " La rebeldía es, pues, espíritu de lucha; lo contrario es el miedo, que nos paraliza. Del mismo modo el esfuerzo es espíritu de superación, y lo contrario es la pereza, que nos paraliza también."

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