viernes, 17 de julio de 2020

LA VERDAD




LA VERDAD
  

            Si estuviéramos en el fondo de una mina y quisiéramos saber si nos han traído el bocadillo, tendríamos que subir a la superficie para comprobarlo. La hora que me da el reloj no sé si es la auténtica, tendría que poner la televisión a la hora de las noticias y ver si esa hora que dan allí es la misma que marca mi reloj: porque mi reloj podría tener las pilas gastadas y retrasarse o adelantarse; además, puedo quitarle la pila y averiguar si todavía está cargada poniéndola en un aparato que pudiera medir la energía eléctrica.
            También pueden decirme que está lloviendo: para saber si es verdad no hay más que mirar por la ventana. Y si estoy en la estación y hay un letrero que anuncia que el próximo tren sale a las cinco, y si veo que en ese mismo momento está saliendo el tren, y que el reloj del andén marca las cinco y diez, entonces sabré que eso que decía el letrero no era verdad. Y si Newton dice que la luz que incide en un prisma se descompone en siete colores, tendría que repetir el experimento de Newton para saber si eso es verdad. Decimos que algo es verdad cuando lo que escuchamos coincide con lo que vemos; para ser más exactos, cuando lo que se dice coincide con la realidad; ese concepto de verdad se denomina teoría de la correspondencia; se la debemos a Aristóteles.
            Pero no siempre es fácil saber si algo es verdad. Cuando nos hablan de cosas que no están aquí, bastaría desplazarnos hasta el lugar donde están para saber si nos están engañando; por ejemplo, nos dicen que a la giralda de Sevilla se sube sin escalera y sin ascensor, saldremos de dudas viajando a Sevilla y subiendo a la giralda; allí veremos que subimos sin escaleras y sin ascensor, porque lo que hay es una rampa. Y cuando nos dicen que en Tailandia hay mujeres-jirafa lo mejor que podemos hacer, para creerlo, es ir a verlas a Tailandia.
            Pero cuando nos hablan de cosas que existieron en otro tiempo es más difícil saber si lo que nos dicen de ellas es verdad, porque no es posible viajar en el tiempo, no es posible volver al pasado. ¿Existió el Cid? Lo dicen las crónicas, pero hay que tener buenos motivos para creerlas. Tampoco podemos ir al futuro. Decía Julio Verne que en el futuro llegaríamos a la luna, habría submarinos y podríamos viajar al fondo de la tierra: ¿era verdad? ¿Tenían que creerle sus contemporáneos? Habría que esperar a que pasara el tiempo para ver si se confirmaban sus predicciones. A veces el pasado deja huella en el presente y podemos creer lo que nos dice: y así, los restos de una ciudad se pueden fechar al carbono 14, las ánforas de un barco naufragado no nos mienten sobre la realidad de la antigua Grecia y el cráneo de un australopiteco nos habla de su inteligencia a través de su capacidad craneana.
            Dos problemas se plantean a la hora de saber si algo es verdad: el análisis de lo que nos dicen y el de la realidad. El primero tiene que ver con la crítica de las fuentes: que un códice nos hable del Cid no quiere decir que no nos esté mintiendo; si varios códices dicen lo mismo estaríamos más inclinados a creerlo; y si son muchos testimonios los que van en el mismo sentido llegaríamos a tener prácticamente la certeza de que eso es verdad. Esta variante de la teoría de la correspondencia es la teoría de la intersubjetividad, a tenor de la cual algo es cierro si los testimonios coinciden. También habría que comprobar, aparte de la fiabilidad de los testimonios, el crédito que nos inspiran los mensajeros: tal autor dijo algo sobre tal personaje, pero si autor y personaje era enemigos, su testimonio no es de fiar; si le damos el suero de la verdad a quien está hablando habrá más probabilidades de saber si miente, y si torturamos a la persona a la que estamos preguntando tendremos la cuasi-certeza de que no nos podremos fiar de su confesión (porque el dolor, cuando es intolerable, debilita la voluntad y casi siempre consigue anularla). 


            También podemos analizar la realidad. Veo un reloj de pared: ¿es eso realmente un reloj? Abramos la caja y miremos lo que hay dentro: si encontramos sus engranajes bien ordenados, será un reloj; si no tiene nada o le faltan piezas será una caja que imita el aspecto de un reloj. Lo mismo ocurre con los mapas: si viajo a Madrid con un mapa de carreteras de hace veinte años es fácil que existan carreteras que ya no están, o que no estaban aún, en el mapa (por ejemplo la AP-6); entonces diremos que, por mucho que aquello parezca un mapa, no lo es, porque no se parece a su referente. En algunas paredes hay árboles pintados en trampantojo que no existen en la realidad, y el sol, o la perspectiva, producen imágenes falsas cuando el aspecto que tienen las cosas es engañoso; por ejemplo, el filósofo francés Alain creyó ver un dragón corriendo por una montaña donde no había más que una mosca deslizándose por la ventanilla del tren; se deslizaba en el lugar mismo en que el cristal, en aquella visión nocturna, mostraba el borde de una montaña lejana y aquella mosca, sobre todo si la mirábamos en duermevela, parecía un dragón. A esta teoría de la verdad como éxito la llamamos teoría pragmática de la verdad: se la debemos a William James; un mapa es un verdadero mapa si nos conduce con éxito adonde queremos ir.
            Pero no siempre hace falta ver o tocar las cosas para saber si es verdad que existen: a veces nos basta con fijarnos en si son compatibles con otras cosas que ya conocemos o con otras verdades de las que tenemos absoluta seguridad; ésta es la verdad como coherencia, y se emplea mucho en matemáticas. Si alguien nos dice que ha visto una figura de forma triangular cuyos ángulos miden 60, 70 y 80 grades respectivamente, sabemos que nos está engañando, porque suman 200 grados y no pueden sumar más de 180. Si alguien nos habla de un círculo de radio 6 y diámetro 3 sabemos que se está burlando de nosotros, porque el radio es la mitad del diámetro. Si un naturalista nos muestra las muelas de un roedor nos miente, porque sabemos que los roedores no tienen muelas. Decir que Kepler vivió en el siglo XVII y Copérnico en el XVI y hablar después de la influencia astronómica de Kepler en Copérnico es incoherente, porque Copérnico vivió antes que Kepler. Y si un alumno que ha llegado tarde a clase nos dice que no oyó el despertador y le pillamos después diciendo que no tenía despertador en casa, sabremos que nos está mintiendo; no necesitaremos ver el despertador, nos bastará con ver que se está contradiciendo; ni necesitaremos conocer a Kepler, ni ver círculos ni triángulos ni roedores con dientes: sabremos que lo que se dice de ellos no es verdad porque no se dicen más que incoherencias.
            De modo que unas veces necesitamos ver las cosas para saber si son ciertas (como pasa con la verdad como correspondencia, como intersubjetividad o como éxito) y otras veces no necesitaremos verlas porque lo que se dice de ellas es contradictorio (verdad como coherencia). En el primer caso hablamos de verdad empírica, y en el segundo de verdad lógica: yo no necesito esperar a morirme para saber si cinco minutos antes de morir todavía estaré vivo (bastará con analizar esta oración para comprobar que lo que dice es cierto: a este tipo de verdades las llamamos analíticas; las verdades de las matemáticas son analíticas); pero necesito observar el objeto que un observador ha visto desde arriba y otro desde abajo para saber que en ambos casos se trata del mismo objeto visto desde dos puntos de vista distintos: en ese caso hablamos de la verdad como perspectiva, y esta teoría se la debemos a Leibniz, a Nietzsche, a Ortega y Gasset; como la verdad es un cruce de perspectivas, habría que mirar las cosas desde muchos ángulos distintos para comprenderla en su totalidad. 


            De modo que la verdad puede entenderse de varias maneras: como correspondencia de lo que se dice con los hechos; como coherencia de lo que descubrimos con lo que ya sabemos; como coincidencia (intersubjetiva) entre lo que dicen muchos sobre el mismo acontecimiento; como éxito a la hora de utilizar lo que nos dicen para lograr un objetivo; o como cruces de perspectivas. Pero a veces tenemos que contentarnos con lo que parece más verosímil, porque no podemos descubrir si es verdadero: es lo que nos pasa cuando hablamos de dios, pero también cuando nos cuentan bulos, noticias falsas, ésas que se han puesto de moda nombrándolas en inglés: fake news.
            Los animales que nadaban en petróleo, y que la televisión mostraba como efecto de los bombardeos en Irak, pertenecían en realidad a las costas de Galicia: el petróleo había sido vertido por el Prestige, un petrolero que encalló allí algún tiempo antes. ¿Cómo hemos descubierto la verdad? Cotejando estas imágenes con las que había dado la televisión en su momento cuando anunció el naufragio del Prestige. No lo sabemos porque hayamos visto lo que sucedió, porque no habíamos estado por aquellas fechas en Galicia; los sabemos porque hemos comparado los dos testimonios gráficos y, lógicamente, hemos descubierto que son anteriores a los bombardeos en Irak. No podemos recurrir a la observación, pero suplimos esa carencia indagando en la coherencia de lo que se muestra con lo que se dice.
            Hay un médico que dice, en una grabación que se ha hecho viral, que está en tal hospital y que la organización es un caos y que las camas están abarrotadas. En realidad el caos que ve está en su consulta pero él afirma, seguramente sin comprobarlo, que el hospital entero está tan desorganizado como su consulta (es posible que sea la única que él haya visto allí); lo que hace es extender al conjunto el relato de lo ha visto en una parte, es sólo una cuestión de perspectiva. ¿Cómo podemos saberlo? Viajando al hospital del que nos habla o descubriendo contradicciones en lo que nos dice. Lo primero es inviable, porque hay montones de médicos que cuelgan montones de videos virales de un montón de hospitales, y no podemos visitarlos todos. Pero sí podemos analizar sus incoherencias: y como cuesta trabajo, la gente prefiere alimentarse de noticias sin molestarse en desmenuzarlas: o se las tragan sin digerir o se las creen todas fingiendo dudar de todas; “cada uno dice una cosa”, pretextan siempre, “ya no sabe uno qué creer”. Lo sabrían si se tomaran la molestia de averiguarlo porque, como hemos visto, no hace falta viajar al lugar de la noticia, nos basta con criticarla; y como eso requiere esfuerzo y tiempo, la gente prefiere consumir videos virales a una velocidad de vértigo; ver sin mirar, creer sin pensar, o dudar creyéndoselo todo, que es la forma que adopta hoy la ignorancia: la falta de ganas de pensar, la pereza de consumir sin criticar, eso nos hace mediocres; eso nos masifica, nos quita el esfuerzo de pensar, nos embrutece.
            ¿Es verdad que Trump se apoyó en la trama rusa para facilitar su elección? ¿Hay que aislarse para protegerse de la pandemia, como dicen los científicos, o tenemos que juntarnos en la calle y en los bares, como dice Bolsonaro? ¿Existe o no existe el cambio climático? ¿Es verdad que los camiones que mandó Putin a Crimea estaban llenos de víveres y no de armas? ¿Que China nos quiere invadir a través de sus exportaciones? ¿Que el mundo se hundirá si volvemos al proteccionismo? ¿Que España está abusando de Cataluña y la deja sin libertad? ¿Que Europa se aprovecha del Reino Unido y por eso ellos se defendieron con el Bréxit? No podemos viajar a todos estos sitios para comprobar la verdad de estas afirmaciones, no tendríamos tiempo; y aun cuando pudiéramos hacerlo, sólo veríamos parcelas de realidad, nunca la realidad entera. Además, cada uno veríamos las cosas desde nuestra perspectiva y cada país tiene la suya. Tendríamos que buscar el cruce de perspectivas. Comparar las noticias, leerlas en distintas fuentes, no arrinconarnos en los mismos periódicos. Hacer crítica de lo que se nos dice y buscar sus incongruencias, sus incoherencias, sus contradicciones. Hay noticias falsas que será imposible comprobar, pero la mayoría se puede: podemos desmenuzarlas, desnudarlas, desmontarlas, lo que nos llevará tiempo; tiempo y ganas; además, hay dudas que resuelven los especialistas tras largos años de dedicación y estudio, y  el ciudadano medio, que ni tiene tiempo ni es especialista, no tiene más remedio que renunciar a resolverlas. 


            Pero sí podemos criticar muchas de las noticias falsas que nos llegan como verdaderas. No todas, es cierto. Las más de las veces no podemos comprobarlas en su realidad, pero sí en su coherencia: hay que acostumbrarse a pensar. Y mucha gente no piensa. Le cuesta pensar, o no sabe, o le supone esfuerzo, o le aburre. Hay que aprender a pensar, sí, pero sobre todo hay que querer pensar. Sucede que la inmensa mayoría huye de usar la cabeza porque el esfuerzo le aburre, como le aburre la música buena a quien no tiene costumbre de escucharla. Anda, cállate ya, no me andes con monsergas, deja de darles vueltas a las cosas, que ya raya. ¿No te conformas con vivir? Pues vive y no te preocupes, que te vas a hacer un lío y los líos no te dejan vivir y la vida hay que vivirla. Hale, vente al botellón, fúmate un porrete, verás qué bien te sientes.
            El placer. El placer fácil, sin pensar, el placer rápido, el placer que embrutece. Pensar lleva tiempo y no tenemos tiempo más que para disfrutar. Pensar cuesta y bastantes preocupaciones tienes. Anda, pásatelo bien: no te rayes. El mundo es rápido y vertiginoso. Los avances tecnológicos nos permiten pasar de un placer a otro saltando al siguiente sin disfrutar del primero. Consumir. Probarlo todo sin detenerse en nada. O sumergirse en juegos mecánicos que tientan tu habilidad pero atrofian tu cerebro, y además no se acaban nunca, son juegos eternos. Y mientras juegas no tienes tiempo de leer. No hay tiempo para pensar, no hay tiempo para sopesar las cosas, somos mariposas que vuelan de flor en flor. Sí, seriamos capaces de desenmascarar las noticias falsas pero eso lleva tiempo. Y vivimos en un mundo de prisas, tendríamos que acostumbrarnos a ser más lentos. Porque se disfruta verdaderamente con la lentitud. Y tendríamos tiempo de pensar. Pero odiamos la lentitud, flotamos en la velocidad, no podemos vivir fuera de ella porque nos ha encapsulado y no nos deja salir; ella es nuestro líquido amniótico y no podemos saborear las cosas antes de tragarlas, sin buscar la verdad con la inteligencia, porque nos ahogamos en todo lo que huele a lentitud: vivimos en un mundo de vértigo.
  





1 comentario:

  1. La verdad, la verdad, para entenderla, descubrirla y confirmarla hay que saber pensar con ganas, con madurez y decidir que verdaderamente estamos en la verdad. Rescato querida Lechuza:
    "Pero sí podemos criticar muchas de las noticias falsas que nos llegan como verdaderas. No todas, es cierto. Las más de las veces no podemos comprobarlas en su realidad, pero sí en su coherencia: hay que acostumbrarse a pensar. Y mucha gente no piensa. Le cuesta pensar, o no sabe, o le supone esfuerzo, o le aburre. Hay que aprender a pensar, sí, pero sobre todo hay que querer pensar."

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