LA VERDAD
Si
estuviéramos en el fondo de una mina y quisiéramos saber si nos han traído el
bocadillo, tendríamos que subir a la superficie para comprobarlo. La hora que
me da el reloj no sé si es la auténtica, tendría que poner la televisión a la
hora de las noticias y ver si esa hora que dan allí es la misma que marca mi
reloj: porque mi reloj podría tener las pilas gastadas y retrasarse o
adelantarse; además, puedo quitarle la pila y averiguar si todavía está cargada
poniéndola en un aparato que pudiera medir la energía eléctrica.
También
pueden decirme que está lloviendo: para saber si es verdad no hay más que mirar
por la ventana. Y si estoy en la estación y hay un letrero que anuncia que el próximo
tren sale a las cinco, y si veo que en ese mismo momento está saliendo el tren,
y que el reloj del andén marca las cinco y diez, entonces sabré que eso que
decía el letrero no era verdad. Y si Newton dice que la luz que incide en un
prisma se descompone en siete colores, tendría que repetir el experimento de
Newton para saber si eso es verdad. Decimos que algo es verdad cuando lo que
escuchamos coincide con lo que vemos; para ser más exactos, cuando lo que se
dice coincide con la realidad; ese concepto de verdad se denomina teoría de la correspondencia; se la debemos a
Aristóteles.
Pero
no siempre es fácil saber si algo es verdad. Cuando nos hablan de cosas que no
están aquí, bastaría desplazarnos hasta el lugar donde están para saber si nos
están engañando; por ejemplo, nos dicen que a la giralda de Sevilla se sube sin
escalera y sin ascensor, saldremos de dudas viajando a Sevilla y subiendo a la
giralda; allí veremos que subimos sin escaleras y sin ascensor, porque lo que
hay es una rampa. Y cuando nos dicen que en Tailandia hay mujeres-jirafa lo
mejor que podemos hacer, para creerlo, es ir a verlas a Tailandia.
Pero
cuando nos hablan de cosas que existieron en otro tiempo es más difícil saber
si lo que nos dicen de ellas es verdad, porque no es posible viajar en el
tiempo, no es posible volver al pasado. ¿Existió el Cid? Lo dicen las crónicas,
pero hay que tener buenos motivos para creerlas. Tampoco podemos ir al futuro.
Decía Julio Verne que en el futuro llegaríamos a la luna, habría submarinos y
podríamos viajar al fondo de la tierra: ¿era verdad? ¿Tenían que creerle sus
contemporáneos? Habría que esperar a que pasara el tiempo para ver si se
confirmaban sus predicciones. A veces el pasado deja huella en el presente y
podemos creer lo que nos dice: y así, los restos de una ciudad se pueden fechar
al carbono 14, las ánforas de un barco naufragado no nos mienten sobre la
realidad de la antigua Grecia y el cráneo de un australopiteco nos habla de su
inteligencia a través de su capacidad craneana.
Dos
problemas se plantean a la hora de saber si algo es verdad: el análisis de lo
que nos dicen y el de la realidad. El primero tiene que ver con la crítica de
las fuentes: que un códice nos hable del Cid no quiere decir que no nos esté
mintiendo; si varios códices dicen lo mismo estaríamos más inclinados a creerlo;
y si son muchos testimonios los que van en el mismo sentido llegaríamos a tener
prácticamente la certeza de que eso es verdad. Esta variante de la teoría de la
correspondencia es la teoría de la intersubjetividad,
a tenor de la cual algo es cierro si los testimonios coinciden. También habría
que comprobar, aparte de la fiabilidad de los testimonios, el crédito que nos
inspiran los mensajeros: tal autor dijo algo sobre tal personaje, pero si autor
y personaje era enemigos, su testimonio no es de fiar; si le damos el suero de
la verdad a quien está hablando habrá más probabilidades de saber si miente, y
si torturamos a la persona a la que estamos preguntando tendremos la
cuasi-certeza de que no nos podremos fiar de su confesión (porque el dolor,
cuando es intolerable, debilita la voluntad y casi siempre consigue anularla).
También
podemos analizar la realidad. Veo un reloj de pared: ¿es eso realmente un
reloj? Abramos la caja y miremos lo que hay dentro: si encontramos sus engranajes
bien ordenados, será un reloj; si no tiene nada o le faltan piezas será una
caja que imita el aspecto de un reloj. Lo mismo ocurre con los mapas: si viajo
a Madrid con un mapa de carreteras de hace veinte años es fácil que existan
carreteras que ya no están, o que no estaban aún, en el mapa (por ejemplo la
AP-6); entonces diremos que, por mucho que aquello parezca un mapa, no lo es,
porque no se parece a su referente. En algunas paredes hay árboles pintados en
trampantojo que no existen en la realidad, y el sol, o la perspectiva, producen
imágenes falsas cuando el aspecto que tienen las cosas es engañoso; por
ejemplo, el filósofo francés Alain creyó ver un dragón corriendo por una
montaña donde no había más que una mosca deslizándose por la ventanilla del
tren; se deslizaba en el lugar mismo en que el cristal, en aquella visión
nocturna, mostraba el borde de una montaña lejana y aquella mosca, sobre todo
si la mirábamos en duermevela, parecía un dragón. A esta teoría de la verdad
como éxito la llamamos teoría
pragmática de la verdad: se la debemos a William James; un mapa es un verdadero
mapa si nos conduce con éxito adonde queremos ir.
Pero
no siempre hace falta ver o tocar las cosas para saber si es verdad que
existen: a veces nos basta con fijarnos en si son compatibles con otras cosas
que ya conocemos o con otras verdades de las que tenemos absoluta seguridad;
ésta es la verdad como coherencia, y
se emplea mucho en matemáticas. Si alguien nos dice que ha visto una figura de
forma triangular cuyos ángulos miden 60, 70 y 80 grades respectivamente,
sabemos que nos está engañando, porque suman 200 grados y no pueden sumar más
de 180. Si alguien nos habla de un círculo de radio 6 y diámetro 3 sabemos que
se está burlando de nosotros, porque el radio es la mitad del diámetro. Si un
naturalista nos muestra las muelas de un roedor nos miente, porque sabemos que
los roedores no tienen muelas. Decir que Kepler vivió en el siglo XVII y
Copérnico en el XVI y hablar después de la influencia astronómica de Kepler en
Copérnico es incoherente, porque Copérnico vivió antes que Kepler. Y si un
alumno que ha llegado tarde a clase nos dice que no oyó el despertador y le
pillamos después diciendo que no tenía despertador en casa, sabremos que nos
está mintiendo; no necesitaremos ver el despertador, nos bastará con ver que se
está contradiciendo; ni necesitaremos conocer a Kepler, ni ver círculos ni
triángulos ni roedores con dientes: sabremos que lo que se dice de ellos no es
verdad porque no se dicen más que incoherencias.
De
modo que unas veces necesitamos ver las cosas para saber si son ciertas (como
pasa con la verdad como correspondencia, como intersubjetividad o como éxito) y
otras veces no necesitaremos verlas porque lo que se dice de ellas es
contradictorio (verdad como coherencia). En el primer caso hablamos de verdad empírica, y en el segundo de verdad lógica: yo no necesito esperar a
morirme para saber si cinco minutos antes de morir todavía estaré vivo (bastará
con analizar esta oración para comprobar que lo que dice es cierto: a este tipo
de verdades las llamamos analíticas; las verdades de las
matemáticas son analíticas); pero necesito observar el objeto que un observador
ha visto desde arriba y otro desde abajo para saber que en ambos casos se trata
del mismo objeto visto desde dos puntos de vista distintos: en ese caso
hablamos de la verdad como perspectiva,
y esta teoría se la debemos a Leibniz, a Nietzsche, a Ortega y Gasset; como la
verdad es un cruce de perspectivas, habría que mirar las cosas desde muchos
ángulos distintos para comprenderla en su totalidad.
De
modo que la verdad puede entenderse de varias maneras: como correspondencia de
lo que se dice con los hechos; como coherencia de lo que descubrimos con lo que
ya sabemos; como coincidencia (intersubjetiva) entre lo que dicen muchos sobre
el mismo acontecimiento; como éxito a la hora de utilizar lo que nos dicen para
lograr un objetivo; o como cruces de perspectivas. Pero a veces tenemos que
contentarnos con lo que parece más verosímil, porque no podemos descubrir si es
verdadero: es lo que nos pasa cuando hablamos de dios, pero también cuando nos
cuentan bulos, noticias falsas, ésas que se han puesto de moda nombrándolas en
inglés: fake news.
Los
animales que nadaban en petróleo, y que la televisión mostraba como efecto de
los bombardeos en Irak, pertenecían en realidad a las costas de Galicia: el
petróleo había sido vertido por el Prestige, un petrolero que encalló allí
algún tiempo antes. ¿Cómo hemos descubierto la verdad? Cotejando estas imágenes
con las que había dado la televisión en su momento cuando anunció el naufragio
del Prestige. No lo sabemos porque hayamos visto lo que sucedió, porque no
habíamos estado por aquellas fechas en Galicia; los sabemos porque hemos
comparado los dos testimonios gráficos y, lógicamente, hemos descubierto que
son anteriores a los bombardeos en Irak. No podemos recurrir a la observación,
pero suplimos esa carencia indagando en la coherencia de lo que se muestra con lo
que se dice.
Hay
un médico que dice, en una grabación que se ha hecho viral, que está en tal
hospital y que la organización es un caos y que las camas están abarrotadas. En
realidad el caos que ve está en su consulta pero él afirma, seguramente sin comprobarlo,
que el hospital entero está tan desorganizado como su consulta (es posible que
sea la única que él haya visto allí); lo que hace es extender al conjunto el
relato de lo ha visto en una parte, es sólo una cuestión de perspectiva. ¿Cómo
podemos saberlo? Viajando al hospital del que nos habla o descubriendo
contradicciones en lo que nos dice. Lo primero es inviable, porque hay montones
de médicos que cuelgan montones de videos virales de un montón de hospitales, y
no podemos visitarlos todos. Pero sí podemos analizar sus incoherencias: y como
cuesta trabajo, la gente prefiere alimentarse de noticias sin molestarse en desmenuzarlas:
o se las tragan sin digerir o se las creen todas fingiendo dudar de todas;
“cada uno dice una cosa”, pretextan siempre, “ya no sabe uno qué creer”. Lo
sabrían si se tomaran la molestia de averiguarlo porque, como hemos visto, no
hace falta viajar al lugar de la noticia, nos basta con criticarla; y como eso
requiere esfuerzo y tiempo, la gente prefiere consumir videos virales a una
velocidad de vértigo; ver sin mirar, creer sin pensar, o dudar creyéndoselo
todo, que es la forma que adopta hoy la ignorancia: la falta de ganas de pensar,
la pereza de consumir sin criticar, eso nos hace mediocres; eso nos masifica,
nos quita el esfuerzo de pensar, nos embrutece.
¿Es
verdad que Trump se apoyó en la trama rusa para facilitar su elección? ¿Hay que
aislarse para protegerse de la pandemia, como dicen los científicos, o tenemos
que juntarnos en la calle y en los bares, como dice Bolsonaro? ¿Existe o no
existe el cambio climático? ¿Es verdad que los camiones que mandó Putin a
Crimea estaban llenos de víveres y no de armas? ¿Que China nos quiere invadir a
través de sus exportaciones? ¿Que el mundo se hundirá si volvemos al
proteccionismo? ¿Que España está abusando de Cataluña y la deja sin libertad? ¿Que
Europa se aprovecha del Reino Unido y por eso ellos se defendieron con el
Bréxit? No podemos viajar a todos estos sitios para comprobar la verdad de
estas afirmaciones, no tendríamos tiempo; y aun cuando pudiéramos hacerlo, sólo
veríamos parcelas de realidad, nunca la realidad entera. Además, cada uno
veríamos las cosas desde nuestra perspectiva y cada país tiene la suya.
Tendríamos que buscar el cruce de perspectivas. Comparar las noticias, leerlas
en distintas fuentes, no arrinconarnos en los mismos periódicos. Hacer crítica
de lo que se nos dice y buscar sus incongruencias, sus incoherencias, sus
contradicciones. Hay noticias falsas que será imposible comprobar, pero la
mayoría se puede: podemos desmenuzarlas, desnudarlas, desmontarlas, lo que nos
llevará tiempo; tiempo y ganas; además, hay dudas que resuelven los
especialistas tras largos años de dedicación y estudio, y el ciudadano medio, que ni tiene tiempo ni es
especialista, no tiene más remedio que renunciar a resolverlas.
Pero
sí podemos criticar muchas de las noticias falsas que nos llegan como
verdaderas. No todas, es cierto. Las más de las veces no podemos comprobarlas
en su realidad, pero sí en su coherencia: hay que acostumbrarse a pensar. Y
mucha gente no piensa. Le cuesta pensar, o no sabe, o le supone esfuerzo, o le
aburre. Hay que aprender a pensar, sí, pero sobre todo hay que querer pensar.
Sucede que la inmensa mayoría huye de usar la cabeza porque el esfuerzo le
aburre, como le aburre la música buena a quien no tiene costumbre de
escucharla. Anda, cállate ya, no me andes con monsergas, deja de darles vueltas
a las cosas, que ya raya. ¿No te conformas con vivir? Pues vive y no te preocupes,
que te vas a hacer un lío y los líos no te dejan vivir y la vida hay que vivirla.
Hale, vente al botellón, fúmate un porrete, verás qué bien te sientes.
El
placer. El placer fácil, sin pensar, el placer rápido, el placer que embrutece.
Pensar lleva tiempo y no tenemos tiempo más que para disfrutar. Pensar cuesta y
bastantes preocupaciones tienes. Anda, pásatelo bien: no te rayes. El mundo es
rápido y vertiginoso. Los avances tecnológicos nos permiten pasar de un placer
a otro saltando al siguiente sin disfrutar del primero. Consumir. Probarlo todo
sin detenerse en nada. O sumergirse en juegos mecánicos que tientan tu
habilidad pero atrofian tu cerebro, y además no se acaban nunca, son juegos
eternos. Y mientras juegas no tienes tiempo de leer. No hay tiempo para pensar,
no hay tiempo para sopesar las cosas, somos mariposas que vuelan de flor en
flor. Sí, seriamos capaces de desenmascarar las noticias falsas pero eso lleva
tiempo. Y vivimos en un mundo de prisas, tendríamos que acostumbrarnos a ser
más lentos. Porque se disfruta verdaderamente con la lentitud. Y tendríamos
tiempo de pensar. Pero odiamos la lentitud, flotamos en la velocidad, no
podemos vivir fuera de ella porque nos ha encapsulado y no nos deja salir; ella
es nuestro líquido amniótico y no podemos saborear las cosas antes de
tragarlas, sin buscar la verdad con la inteligencia, porque nos ahogamos en
todo lo que huele a lentitud: vivimos en un mundo de vértigo.
La verdad, la verdad, para entenderla, descubrirla y confirmarla hay que saber pensar con ganas, con madurez y decidir que verdaderamente estamos en la verdad. Rescato querida Lechuza:
ResponderEliminar"Pero sí podemos criticar muchas de las noticias falsas que nos llegan como verdaderas. No todas, es cierto. Las más de las veces no podemos comprobarlas en su realidad, pero sí en su coherencia: hay que acostumbrarse a pensar. Y mucha gente no piensa. Le cuesta pensar, o no sabe, o le supone esfuerzo, o le aburre. Hay que aprender a pensar, sí, pero sobre todo hay que querer pensar."