LA VOLUNTAD
Cordura.
Siempre que hacemos algo es por algún motivo. Algunas veces nos mueve el capricho (vemos una pastelería y compramos compulsivamente un dulce, movidos por la tentación); otras lo hacemos porque nos mandan, cumplimos órdenes (el soldado tiene la obligación de hacer lo que le dice el superior); otras, porque estamos acostumbrados a hacer siempre las mismas cosas (atendiendo a los dictados de la moda, las formas de hablar y comportarse de la gente de nuestro pueblo, nuestras propias rutinas adquiridas, etc.); habrá veces que actuemos de manera automática, movidos por nuestro temperamento (unos son impulsivos, otros tímidos, otros pesimistas); otros se dejarán llevar por reflejos aprendidos (cerrar la puerta después de entrar, apagar la luz al salir), por reflejos innatos (taparse la cara cuando nos tiran una piedra); otros, por el contrario, actuarán movidos por fantasías, desvaríos, quimeras (don Quijote dando estocadas a los pellejos de vino porque confundía los pellejos con enemigos y el vino con la sangre); y habrá también quien, desprovisto de toda motivación, se deje llevar por la abulia y no quiera nada; o porque le dé pereza arrancar a andar.
Nos conviene siempre pensar lo que vamos a hacer para estar seguros de que lo interesante es beneficioso. Me pueden tentar los dulces pero tal vez sea diabético. Mis amigos beben más de la cuenta pero a mi salud no le conviene beber. Me gusta mucho el picante pero acaso mi estómago sufre. El jefe me manda abusar de otro pero eso repugna a mi conciencia. Hay cosas que no me conviene hacer, bien porque me harán daño (como abusar de los dulces), o bien porque chocan con mis instintos morales (como abusar del débil). Llamamos prudencia al arte de elegir siempre lo más conveniente y justicia al arte de elegir lo que me manda mi conciencia; en ambos casos buscamos felicidad, pues no pueden ser feliz ni el imprudente ni el injusto. Admitamos que la unión de la prudencia, la felicidad y la justicia se llama cordura; que tiene mucho que ver con la cordialidad (“cordis” en latín significa “corazón”).
Eficacia.
Una vez que hemos visto claro lo que queremos hacer conviene mirar bien cuáles son los mejores medios para conseguirlo. Si me empeño en hacer triplete tal vez lo pierda todo por querer ganarlo todo, quizá mis fuerzas no sean suficientes: ¿hacer triplete o ganar la liga? Acaso me convenga centrarme en la liga y olvidarme del resto, porque “quien mucho abarca poco aprieta”. Acaso sea preferible perder esta batalla si con ello conservo mis fuerzas intactas para ganar la guerra. Tal vez si me empeño en aprobarlo todo suspenda algo porque el nivel de exigencia sea demasiado alto, ¿quién sabe? O tal vez si lo hubiera intentado todo lo habría ganado todo (liga, copa y champions), y valía la pena arriesgar. Yo sé lo que puedo, pero puede que no sea consciente del nivel de lo que me exigen. O sí. Debo elegir lo que me gusta con toda libertad, y dentro de lo que me gusta, debo elegir lo que me conviene, y dentro de lo que me conviene, lo que me hace feliz, que siempre es inseparable de lo que hace felices a los demás; para eso a veces es necesario tener imaginación, pero sin abandonar el realismo; quizá a eso lo podamos llamar utopía; verdadera utopía: un terreno sólido para tomar impulso y una ligereza propia de quien aspira a volar. La utopía tiene que ver poco con la quimera; se trata de imaginar cosas que no existen, pero plantearlas para que puedan echar raíces (y raíces sanas) en la existencia; cosas que no existen pero que podrán existir.
Buscar los medios más adecuados para conseguir lo que queremos bien puede también llamarse prudencia, pero no es aquí la prudencia de la ética (que tiene mucho que ver con la cordura) sino de la técnica, y es más bien cuestión de estrategia (que apunta a lo que llamamos eficacia). Plantearse metas sin medios o no sopesar los medios es inconsciencia, mientras que plantearse metas sin cordialidad y sin cordura es fanatismo. Contra el fanático no hay nada mejor que la duda, el escepticismo (nunca exagerado, siempre razonable); hay que cuestionar siempre lo que tenemos entre manos hasta borrar cualquier sombra de daño, tanto si nos lo podemos hacer a nosotros como a los demás.
Decisión.
Ya tenemos claro lo que queremos hacer. Ahora tenemos que pensar en decidirlo. ¿Cuándo hemos terminado de pensar las cosas? ¿Cuándo podemos pasar a la acción? Hay quien lo piensa todo demasiado y no se decide nunca: son personas que disfrazan de prudencia su cobardía; parecen personas sensatas que van al fondo de las cuestiones, porque no paran de darles vueltas a las cosas, pero son en realidad personas indecisas, no se atreven nunca a tomar una decisión; analizar las cosas es como mirar un mapa cuando nos vamos de viaje; decidirse a realizar lo planteado es como encender el motor; mucha gente se pasa la vida viendo mapas e imaginando los viajes que se podrían hacer; pero no todos se atreven a hacer un viaje de verdad.
Se trata de ser atrevido, tener valor, osadía, fuerza de voluntad. Decidirse es tensar la energía como se tensa el arco, y dispararla como se dispara la flecha después de haber apuntado. Llegar a una conclusión es, más que decidirse, dejarse llevar por la lógica de los hechos, pero decidirse es tomar el camino en el que el análisis ha concluido, para explorarlo y comprobar si es verdad lo que hemos analizado. La duda, que era una virtud mientras estábamos deliberando, ahora se convierte en un lastre; nada es tan pernicioso como vacilar continuamente cuando hemos decidido avanzar por un camino; si debíamos tomar ese camino u otro es algo que hemos sopesado mucho cuando estábamos pensando, pero ahora se trata de explorarlo y ya no hay que dudar sino decidirse; a menos que aparezcan peligros inesperados que hagan necesario reflexionar otra vez. Si hemos llegado a la conclusión de que para estudiar hemos de ajustarnos a un horario y si no hay nada que impida llevarlo a cabo, no sirve de nada contemplar el horario un día tras otro retrasándolo siempre: hay que decidirse a cumplirlo de una vez; hay que empezar a caminar.
La deliberación requiere prudencia, la decisión requiere valor (que es justamente lo contrario): hay que ser paciente y esperar cuando se piensa, frenando nuestros ímpetus; pero cuando tenemos las cosas claras no hay que esperar más; si confiamos en nuestras razones hay motivos para tener esperanza, y esperar que se cumpla lo que creemos que va a pasar. Ser paciente es lo contrario de ser decidido, pero decidimos ser pacientes y eso es valentía, y después decidimos andar y eso es valentía también: paciencia en el primer caso y atrevimiento en el segundo; atreverse es desafiar a la suerte, enfrentarse a las dificultades, tener el valor y el deseo de vencer. Hay quien necesita obligarse a sí mismo para no sucumbir a la tentación de desfallecer: Cortés quemó las naves y aquel perezoso pagó en la universidad una matrícula muy cara para verse obligado a estudiar, so pena de perder el dinero que había invertido; es bueno nadar y guardar la ropa, pero cuando eso amenaza con derrumbar nuestra valentía es necesario lanzarse al agua sin cubrirse las espaldas: o de lo contrario no nos lanzaremos jamás; si hemos comprobado que el trampolín es seguro no tiene sentido seguir pensándolo veinte veces antes de dejarse caer; cuando la duda es motivada por la prudencia es necesario dudar, pero cuando es espoleada por el miedo, no.
Tenacidad.
Ya hemos tomado nuestra decisión: ahora es necesario llevarla a cabo. Hay alumnos que deciden estudiar, pero cuando llega el momento de hacerlo siempre lo posponen para otro día: ahora la virtud que necesitamos es la constancia; y, si se presentan dificultades, tenacidad: justo lo contrario de la pereza. Si la falta de ganas de querer hacer cosas era abulia, la falta de ganas de hacer las cosas que queremos es pereza; por lo tanto la pereza no es aquí un ocio creativo, sino un lastre que impide la creación; y ya se sabe que los globos, para poder volar, necesitan arrojar lastre; liberarse de las trabas que los hacen pesados y tiran de ellos hacia abajo, quitándoles ligereza.
La pereza es como un peso que nos impide movernos, que nos quita la energía. El perezoso no es culpable de ser perezoso, sino víctima de su pereza; necesita hacer acopio de grandes dosis de energía para hacer tareas que otros hacen casi sin esfuerzo; puede, es verdad, salir de su inercia, paro le cuesta mucho hacerlo solo; necesita sentir la presión de los plazos que se cumplen (por eso lo hace todo a última hora), del jefe que le obliga (por eso sólo trabaja cuando se ve forzado), de la paga que no cobra (por eso no sabe trabajar si no hay un incentivo, si no lo empujan las amenazas, o los premios, o los castigos). Se acusa al perezoso por vago y no tiene la culpa de serlo; pero la tiene de no hacer nada para combatir su pereza. El vago, con el tiempo, es desgraciado, porque ve que todos van cumpliendo sus objetivos y él se va quedando en la cuneta.
De modo que la pereza es a la vez un castigo y un pecado; un castigo por una culpa que no tenemos, y un pecado que merece castigo cuando no hacemos nada por remediarlo; no somos responsables de estar en el agujero, pero sí lo somos de no salir de él. Eso, por supuesto, si nos referimos a la pereza congénita: la de quienes están en el agujero desde que nacieron. Luego está la pereza adquirida, de aquellos que han adquirido malos hábitos durante toda su vida y se han acostumbrado a la pereza: ellos han caído en el hoyo por preferir siempre lo fácil, cuando lo fácil te quita las fuerzas que tienes y te convierte en un ser desprotegido; el estudio te carga de herramientas que te van a servir porque cada herramienta aumenta tu energía, y el concurso de todas las herramientas coordinadas multiplica la fuerza de cada una, elevándola siempre a su máxima potencia.
El lastre es un peso que te quita la energía. La cultura es un peso que fabrica más energía de la que tienes, y consigue que, siendo cada vez más fuerte, cada vez consigas más ligereza. Hay que arrojar el lastre por la borda. Hay que llenar nuestros almacenes de máquinas culturales que refuercen y dinamicen nuestras capacidades psicológicas. Hay personas muy decididas, pero poco constantes; se emocionan fácilmente, pero se desinflan en seguida; tal estudiante pagó una matrícula cara para obligarse a estudiar, pero la pereza vació su combustible y cada vez flojeaba más, hasta que acabó tirando el dinero que había pagado. Muchas veces hay que cargarse de amigos que tiran de nosotros para salir de la pereza.
A modo de conclusión.
En fin, las cosas que hacemos no debemos hacerlas porque tengamos ganas sino porque pensemos en las ganas que tenemos; midiendo con sensatez los pasos que vamos a dar, y reajustándolos mientras los vamos dando; decidiéndonos con valor, y siendo constantes en el trabajo. Prudencia, crítica, decisión y tenacidad, tales son nuestras virtudes. Preferencia, deliberación, decisión y ejecución, tales son las fases del acto voluntario. Así lo entendía Aristóteles. Si tenemos la cordura de conjugarlas adecuadamente haremos las cosas bien, y pocas veces llegaremos a equivocarnos. La prudencia de la ética: cordura. La prudencia en la técnica: eficacia. La pasión en el valor: decisión. Y la constancia en el trabajo: tenacidad. Con estas virtudes nos enfrentaremos a la abulia, la inconsciencia, la cobardía y la pereza. El éxito nos esperará a la vuelta de la esquina aunque nos equivoquemos a veces. El mérito será nuestro y será obra nuestra cada una de las cosas que hagamos: no del azar; aunque el azar tenga, inevitablemente, una parte del protagonismo que se enfrenta al protagonismo que tenemos; y a veces es el antagonismo fiero al que tenemos que derrotar.
" prudencia al arte de elegir siempre lo más conveniente y justicia al arte de elegir lo que me manda mi conciencia; en ambos casos buscamos felicidad, pues no pueden ser feliz ni el imprudente ni el injusto. Admitamos que la unión de la prudencia, la felicidad y la justicia se llama cordura", rescato esta verdad que trato de impregnar en mi recorrido por esta vida de injustos, imprudentes e infelices.��
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