viernes, 14 de febrero de 2020

BUSCÁNDOME EN MI SOMBRA



BUSCÁNDOME EN MI SOMBRA


1.

            Las mentalidades suelen contener impresiones, ideas, sentimientos, a veces se apoyan en relatos, canciones, poesías y otras veces en creencias, ilusiones y adhesiones inquebrantables; las ideas se construyen a base de observaciones o fantasías y suelen estar sin demostrar; es así como la gente dice cosas que ha admitido siempre por tradición  y son creencias ciegas: por eso no son ciencia; y no se sostienen en la duda sino que se imponen como verdaderas, nunca se cuestionan: por eso no son filosofía; en tanto que incuestionables, son sagradas y están cerca de la religión; y en tanto que prescinden de los dioses otras veces son doctrinas ideológicas, da lo mismo que sean revolucionarias o conservadoras, su efecto es el mismo; al admitirse de forma casi ciega sin habérselas juzgado se imponen como prejuicios, y al no demostrarse de manera coordinada y metódica no son teorías científicas sino doctrinas de andar por casa: visiones del mundo.
            Las doctrinas y prejuicios que se introducen en las mentes de manera confusa, imponiéndose sin argumentos sólo por defender una idea, pueden hacer mucho daño; así, ciertos feminismos defienden ideas peregrinas como que las tetas no son un órgano sexual; otros veganismos niegan que las carnes sean buenas para la salud, y algunos puritanismos, obsesionados (lo que está bien) con no reducir la sexualidad a genitalidad, afirman (lo que está mal) que la sexualidad viene a serlo todo; si eso fuera así cada vez que yo abrazo a un ser querido estaría haciendo un acto sexual; en su empeño por no hablar de sexo los puritanos diluyen el erotismo y así, buscando las dimensiones no sexuales del erotismo (que existen), se olvidan de las sexuales, y lo hacen para establecer una censura, para no hablar de ellas; porque ellas también existen.  
            Las tetas son órganos sexuales aunque también sirvan para alimentar al bebé (como la uretra, que sirve para orinar, pero también sirve para expulsar eyaculaciones); la carne no es mala para la salud (aunque lo sean las grasas que contiene); el erotismo está en los genitales (aunque también se encuentre en otras partes del cuerpo). Todo prejuicio reduce la realidad a una sola de sus manifestaciones, y expulsa las otras por pecaminosas. Todo porque nos parece que el placer es malo. Pero no podemos evitar que todas y cada una de las funciones de nuestro organismo (comer, beber, dormir) lleve emparejada siempre la función de producir placer; comemos para matar el hambre, bebemos para aplacer la sed y dormimos porque necesitamos descansar, pero al mismo tiempo disfrutamos comiendo, bebiendo y durmiendo; el sexo sirve para reproducirse, pero también para disfrutar; y lo mismo que en el agua podemos separar los minerales para convertirla en agua destinada, también podemos buscar placer en el sueño sin que necesitemos dormir, disfrutar del alimento sin que necesitemos comer y gozar de la bebida sin que necesitemos beber; y podemos aislar el placer del sexo olvidándonos por un momento de que también podemos usarlo para tener hijos.


2.

            Veinte años atrás un joven segoviano quería a una chica, pero la chica no lo quería a él. Estaba haciendo estudios en la universidad. Era hijo único. Sus padres, que tenían una pequeña tienda en la ciudad, lo querían con devoción; en él habían cifrado todas sus esperanzas. Pero él, vete a saber por qué (algún cable se le cruzaría en la cabeza), se acercó una noche a ella y estaban a las puertas de la universidad; la siguió hasta la muralla; ella le diría por enésima vez que no lo quería y él, cegado por el arrebato, preso de su locura tal vez, la apuñaló hasta la muerte.
            En una ciudad sin historias como Segovia el eco del crimen, que se repetía de boca en boca y se transmitía de oído en oído, se estremeció hasta los cimientos. El chico fue juzgado y condenado a veinte años. Era el entierro de la joven: un rumor supersticioso filtró los corazones, un nudo de rabia se anudó en las gargantas, un estremecimiento, un temor fue el hilo que se anudaba en las casas enredándose en las puertas, trepando en las enredaderas, atravesando ladrillos, piedras, enfoscados y argamasas, penetrando por las ventanas. Los padres cerraron la tienda y se marcharon a otra ciudad. Huyeron de la vergüenza, de los dedos anónimos que los señalaban, pero sobre todo del dolor insoportable de tener que perder al hijo como si estuviera muerto, porque se puede morir por la hoja de un cuchillo y por el cuchillo de las lenguas; uno atraviesa tus carnes y las hace sangre, y otro atraviesa tu vida poco a poco, a puñaladas, con las hojas afiladas de las palabras que te lo matan en las mentes después de habértelo quitado en cuerpo y alma, miles de palabras recorriendo la ciudad, clavándose en los oídos, en las calles, en las paredes, repitiéndote mil veces lo que mil ves has oído y estás cansado de oír: que tu hijo es un asesino; ese niño que jugaba de pequeño, que comía la sopa y creció luego con sus juegos inocentes, y luego creció un poco más y se volvió raro y creció más todavía como están destinados a crecer todos los jóvenes; mi hijo, ¿cómo pudo ser? Esa joven que ya no existe truncó su vida a los veinte años, y ahora la llevan sus deudos, camino del cementerio, con la desesperación de sus padres, precipitados, hundidos, desolados en el mundo, sangre de su sangre que ha dejado de latir; una víctima inocente de un criminal que tuvo la culpa pero que todavía ni él, ni sus padres, ni el médico ni el cura ni nadie, ni el psicólogo mismo que cura el alma, sabe cómo pudo ser.
            Han pasado veinte años y se ha cumplido la condena. Una deuda saldada con la sociedad. Una deuda contraída que se ha dejado de deber. La joven tendría ahora cuarenta años: los que ahora tiene el joven que ha enterrado su vida entre las cuatro rejas, el que ha se ha robado así mismo la inmensa juventud. Ninguno de los dos ha sido joven, aunque sólo él y no ella se dirigirá ahora hacia las puertas de la vejez. Se ha cumplido la condena: el joven está libre. Pero la gente, cebándose como se ceba la turba que se enrosca y enturbiándose en las nieblas de un linchamiento, alza sus voces al altísimo: son gente decente; piden que los asesinos no salgan de la cárcel, se les impida vivir; como la chica asesinada, él tampoco debería vivir (la ley del Talión lo llaman, ya se sabe); anónimas voces que salen a la calle, firman manifiestos, escriben en el periódico: no quieren que el joven salga de la cárcel. ¿Hasta cuándo? ¡Hasta nunca! No quieren que salga de la cárcel nunca más. 


            Yo me acuerdo del cura que daba los sermones. En mi infancia. En la iglesia de mi pueblo. Cada vez que hablaba de algo buscaba siempre la voz de las entrañas: ese joven ha cometido un crimen, es cierto; pero también tiene un padre, y una madre, y esos padres están llorando; y ese llanto sube al cielo y  llega ahora hasta dios: allí se encuentra con la niña muerta, esa joven que no tiene vida, que ya no puede volver; también ella tiene unos padres y esos padres tienen voces que les gritan en el pecho; les han estado gritando veinte años, ahora se han vuelto voces sordas y claman ya sin llanto, con lágrimas secas, una pasión indescriptible que no ha dejado de sufrir.
            La vida de esa chica no volverá con la vida del verdugo. Las lágrimas de sus padres ya no tienen consuelo: si se marcharan con las que están vertiendo los padres del chico, cebarse en él quizá tuviera su razón; pero no la tiene; si se ceban en el chico no van a resolver un drama pero van a alimentar dos; ese vivir de las lágrimas de otro se llama venganza (otros lo llaman socialización del sufrimiento); si he sufrido yo, también tienes que sufrir tú, para que la tierra se riegue de sufrimiento; y esa semilla plantada crezca y llegue a fructificar, y luego suelte otras semillas, y estas semillas se siembren a su vez. Sembrando el odio en la tierra y regándolo cada vez con más lágrimas, ¿quién devolverá la vida a quien la perdió? De acuerdo, si ese chico (hombre hoy que ha madurado sin vivir), si ese chico fuera un peligro, habría que impedir que siguiera haciendo daño. Pero si no lo es ¿para qué cebarse en él? Ha cumplido su condena. Ha pagado su deuda. Tiene derecho a salir, a vagar, extraviado, en el bosque de marañas donde no sabe cómo hacer ahora para poder vivir.
            Las penas que se tienen no son para siempre. Las penas que se cumplen tienen su fin. Quien erró un día aciago tiene derecho a volver a empezar y nunca hay que cebarse en la mujer adúltera. El padre del hijo pródigo espera a que vuelva y lo espera con los brazos abiertos. Bienaventurados quienes padecen persecución por la justicia, amad a vuestros amigos, sí, pero sobre todo amad a vuestros enemigos, no hay delito tan grande que nunca merezca el perdón. Comprender. Y mirar quien no tiene pecado cuando quiere tirar la primera piedra. Porque, no lo olvidemos, quien no está dispuesto a comprender al otro se arriesga, un día, a que el otro tampoco lo comprenda a él. ¿Acaso el error que cometiste te va a tener marcado toda tu vida? ¿Cómo un pecado original? El pecado original se borra con el bautismo, el pecado de tu crimen se acaba con tu pena. En el castigo tienes la redención, sí, pero  en el mismo delito has tenido también tu penitencia. Esas son las voces del corazón. No de la cabeza.
            Y no digo más.


MI SOMBRA Y YO

            Ando por la calle y miro mi sombra: cuando tengo la luz detrás. Y cuando la tengo delante mi sombra me persigue. Si me enfocan miles de luces tengo también miles de sombras, la sombra es el revés indispensable de la luz: por eso es mi compañera; camina siempre conmigo, o vivo en ella y ella vive en mí. La luz son las cosas que nos pasan y que vemos: la sombras son las cosas que nos pasan pero nadie ve; ni nosotros siquiera. Por eso hay que avanzar fijándose bien en la sombra. Para buscar a oscuras, en las huellas que dejamos, los secretos enigmáticos que esconden los rayos de la luz.
            Voy a mirar las cosas que me rodean porque sólo veo cuando hay luz. Pero hay ojos que ven en la penumbra y pueden ver el otro lado de las cosas, el que no ve nadie pero está ahí, mirándote y esperando: los ojos del alma; no son ciegos como los de la cara, son los ojos del interior; con ellos veo el corazón de las noticias, quiero desgranarlas y comprenderlas, quiero llegar a verlas en su totalidad: las noticias esperan en la sombra para que las miremos desde el otro lado porque, como decía Buero Vallejo, hay que estar ciego para poder llegar a ver.






1 comentario:

  1. Rescato de esta historia la necesidad de ver a nuestra sombra:
    "con ellos veo el corazón de las noticias, quiero desgranarlas y comprenderlas, quiero llegar a verlas en su totalidad: las noticias esperan en la sombra para que las miremos desde el otro lado porque, como decía Buero Vallejo, hay que estar ciego para poder llegar a ver."

    ResponderEliminar