BUSCÁNDOME EN MI
SOMBRA
1.
Las
mentalidades suelen contener impresiones, ideas, sentimientos, a veces se
apoyan en relatos, canciones, poesías y otras veces en creencias, ilusiones y
adhesiones inquebrantables; las ideas se construyen a base de observaciones o
fantasías y suelen estar sin demostrar; es así como la gente dice cosas que ha
admitido siempre por tradición y son
creencias ciegas: por eso no son ciencia; y no se sostienen en la duda sino que
se imponen como verdaderas, nunca se cuestionan: por eso no son filosofía; en
tanto que incuestionables, son sagradas y están cerca de la religión; y en
tanto que prescinden de los dioses otras veces son doctrinas ideológicas, da lo
mismo que sean revolucionarias o conservadoras, su efecto es el mismo; al
admitirse de forma casi ciega sin habérselas juzgado se imponen como
prejuicios, y al no demostrarse de manera coordinada y metódica no son teorías
científicas sino doctrinas de andar por casa: visiones del mundo.
Las
doctrinas y prejuicios que se introducen en las mentes de manera confusa,
imponiéndose sin argumentos sólo por defender una idea, pueden hacer mucho
daño; así, ciertos feminismos defienden ideas peregrinas como que las tetas no
son un órgano sexual; otros veganismos niegan que las carnes sean buenas para
la salud, y algunos puritanismos, obsesionados (lo que está bien) con no
reducir la sexualidad a genitalidad, afirman (lo que está mal) que la
sexualidad viene a serlo todo; si eso fuera así cada vez que yo abrazo a un ser
querido estaría haciendo un acto sexual; en su empeño por no hablar de sexo los
puritanos diluyen el erotismo y así, buscando las dimensiones no sexuales del
erotismo (que existen), se olvidan de las sexuales, y lo hacen para establecer
una censura, para no hablar de ellas; porque ellas también existen.
Las
tetas son órganos sexuales aunque también sirvan para alimentar al bebé (como
la uretra, que sirve para orinar, pero también sirve para expulsar
eyaculaciones); la carne no es mala para la salud (aunque lo sean las grasas
que contiene); el erotismo está en los genitales (aunque también se encuentre
en otras partes del cuerpo). Todo prejuicio reduce la realidad a una sola de
sus manifestaciones, y expulsa las otras por pecaminosas. Todo porque nos
parece que el placer es malo. Pero no podemos evitar que todas y cada una de
las funciones de nuestro organismo (comer, beber, dormir) lleve emparejada
siempre la función de producir placer; comemos para matar el hambre, bebemos
para aplacer la sed y dormimos porque necesitamos descansar, pero al mismo
tiempo disfrutamos comiendo, bebiendo y durmiendo; el sexo sirve para
reproducirse, pero también para disfrutar; y lo mismo que en el agua podemos
separar los minerales para convertirla en agua destinada, también podemos
buscar placer en el sueño sin que necesitemos dormir, disfrutar del alimento
sin que necesitemos comer y gozar de la bebida sin que necesitemos beber; y
podemos aislar el placer del sexo olvidándonos por un momento de que también
podemos usarlo para tener hijos.
2.
Veinte
años atrás un joven segoviano quería a una chica, pero la chica no lo quería a
él. Estaba haciendo estudios en la universidad. Era hijo único. Sus padres, que
tenían una pequeña tienda en la ciudad, lo querían con devoción; en él habían
cifrado todas sus esperanzas. Pero él, vete a saber por qué (algún cable se le
cruzaría en la cabeza), se acercó una noche a ella y estaban a las puertas de
la universidad; la siguió hasta la muralla; ella le diría por enésima vez que
no lo quería y él, cegado por el arrebato, preso de su locura tal vez, la
apuñaló hasta la muerte.
En
una ciudad sin historias como Segovia el eco del crimen, que se repetía de boca
en boca y se transmitía de oído en oído, se estremeció hasta los cimientos. El
chico fue juzgado y condenado a veinte años. Era el entierro de la joven: un
rumor supersticioso filtró los corazones, un nudo de rabia se anudó en las
gargantas, un estremecimiento, un temor fue el hilo que se anudaba en las casas
enredándose en las puertas, trepando en las enredaderas, atravesando ladrillos,
piedras, enfoscados y argamasas, penetrando por las ventanas. Los padres
cerraron la tienda y se marcharon a otra ciudad. Huyeron de la vergüenza, de
los dedos anónimos que los señalaban, pero sobre todo del dolor insoportable de
tener que perder al hijo como si estuviera muerto, porque se puede morir por la
hoja de un cuchillo y por el cuchillo de las lenguas; uno atraviesa tus carnes y
las hace sangre, y otro atraviesa tu vida poco a poco, a puñaladas, con las
hojas afiladas de las palabras que te lo matan en las mentes después de
habértelo quitado en cuerpo y alma, miles de palabras recorriendo la ciudad,
clavándose en los oídos, en las calles, en las paredes, repitiéndote mil veces
lo que mil ves has oído y estás cansado de oír: que tu hijo es un asesino; ese
niño que jugaba de pequeño, que comía la sopa y creció luego con sus juegos
inocentes, y luego creció un poco más y se volvió raro y creció más todavía
como están destinados a crecer todos los jóvenes; mi hijo, ¿cómo pudo ser? Esa
joven que ya no existe truncó su vida a los veinte años, y ahora la llevan sus
deudos, camino del cementerio, con la desesperación de sus padres,
precipitados, hundidos, desolados en el mundo, sangre de su sangre que ha
dejado de latir; una víctima inocente de un criminal que tuvo la culpa pero que
todavía ni él, ni sus padres, ni el médico ni el cura ni nadie, ni el psicólogo
mismo que cura el alma, sabe cómo pudo ser.
Han
pasado veinte años y se ha cumplido la condena. Una deuda saldada con la
sociedad. Una deuda contraída que se ha dejado de deber. La joven tendría ahora
cuarenta años: los que ahora tiene el joven que ha enterrado su vida entre las
cuatro rejas, el que ha se ha robado así mismo la inmensa juventud. Ninguno de
los dos ha sido joven, aunque sólo él y no ella se dirigirá ahora hacia las
puertas de la vejez. Se ha cumplido la condena: el joven está libre. Pero la
gente, cebándose como se ceba la turba que se enrosca y enturbiándose en las
nieblas de un linchamiento, alza sus voces al altísimo: son gente decente;
piden que los asesinos no salgan de la cárcel, se les impida vivir; como la
chica asesinada, él tampoco debería vivir (la ley del Talión lo llaman, ya se
sabe); anónimas voces que salen a la calle, firman manifiestos, escriben en el
periódico: no quieren que el joven salga de la cárcel. ¿Hasta cuándo? ¡Hasta
nunca! No quieren que salga de la cárcel nunca más.
Yo
me acuerdo del cura que daba los sermones. En mi infancia. En la iglesia de mi
pueblo. Cada vez que hablaba de algo buscaba siempre la voz de las entrañas:
ese joven ha cometido un crimen, es cierto; pero también tiene un padre, y una
madre, y esos padres están llorando; y ese llanto sube al cielo y llega ahora hasta dios: allí se encuentra con
la niña muerta, esa joven que no tiene vida, que ya no puede volver; también
ella tiene unos padres y esos padres tienen voces que les gritan en el pecho;
les han estado gritando veinte años, ahora se han vuelto voces sordas y claman ya
sin llanto, con lágrimas secas, una pasión indescriptible que no ha dejado de
sufrir.
La
vida de esa chica no volverá con la vida del verdugo. Las lágrimas de sus
padres ya no tienen consuelo: si se marcharan con las que están vertiendo los
padres del chico, cebarse en él quizá tuviera su razón; pero no la tiene; si se
ceban en el chico no van a resolver un drama pero van a alimentar dos; ese
vivir de las lágrimas de otro se llama venganza (otros lo llaman socialización
del sufrimiento); si he sufrido yo, también tienes que sufrir tú, para que la
tierra se riegue de sufrimiento; y esa semilla plantada crezca y llegue a
fructificar, y luego suelte otras semillas, y estas semillas se siembren a su
vez. Sembrando el odio en la tierra y regándolo cada vez con más lágrimas,
¿quién devolverá la vida a quien la perdió? De acuerdo, si ese chico (hombre
hoy que ha madurado sin vivir), si ese chico fuera un peligro, habría que
impedir que siguiera haciendo daño. Pero si no lo es ¿para qué cebarse en él?
Ha cumplido su condena. Ha pagado su deuda. Tiene derecho a salir, a vagar,
extraviado, en el bosque de marañas donde no sabe cómo hacer ahora para poder
vivir.
Las
penas que se tienen no son para siempre. Las penas que se cumplen tienen su fin.
Quien erró un día aciago tiene derecho a volver a empezar y nunca hay que
cebarse en la mujer adúltera. El padre del hijo pródigo espera a que vuelva y lo
espera con los brazos abiertos. Bienaventurados quienes padecen persecución por
la justicia, amad a vuestros amigos, sí, pero sobre todo amad a vuestros enemigos,
no hay delito tan grande que nunca merezca el perdón. Comprender. Y mirar quien
no tiene pecado cuando quiere tirar la primera piedra. Porque, no lo olvidemos,
quien no está dispuesto a comprender al otro se arriesga, un día, a que el otro
tampoco lo comprenda a él. ¿Acaso el error que cometiste te va a tener marcado
toda tu vida? ¿Cómo un pecado original? El pecado original se borra con el
bautismo, el pecado de tu crimen se acaba con tu pena. En el castigo tienes la
redención, sí, pero en el mismo delito
has tenido también tu penitencia. Esas son las voces del corazón. No de la
cabeza.
Y
no digo más.
MI SOMBRA Y YO
Ando
por la calle y miro mi sombra: cuando tengo la luz detrás. Y cuando la tengo delante
mi sombra me persigue. Si me enfocan miles de luces tengo también miles de
sombras, la sombra es el revés indispensable de la luz: por eso es mi
compañera; camina siempre conmigo, o vivo en ella y ella vive en mí. La luz son
las cosas que nos pasan y que vemos: la sombras son las cosas que nos pasan
pero nadie ve; ni nosotros siquiera. Por eso hay que avanzar fijándose bien en
la sombra. Para buscar a oscuras, en las huellas que dejamos, los secretos
enigmáticos que esconden los rayos de la luz.
Voy
a mirar las cosas que me rodean porque sólo veo cuando hay luz. Pero hay ojos
que ven en la penumbra y pueden ver el otro lado de las cosas, el que no ve
nadie pero está ahí, mirándote y esperando: los ojos del alma; no son ciegos
como los de la cara, son los ojos del interior; con ellos veo el corazón de las
noticias, quiero desgranarlas y comprenderlas, quiero llegar a verlas en su
totalidad: las noticias esperan en la sombra para que las miremos desde el otro
lado porque, como decía Buero Vallejo, hay que estar ciego para poder llegar a
ver.
Rescato de esta historia la necesidad de ver a nuestra sombra:
ResponderEliminar"con ellos veo el corazón de las noticias, quiero desgranarlas y comprenderlas, quiero llegar a verlas en su totalidad: las noticias esperan en la sombra para que las miremos desde el otro lado porque, como decía Buero Vallejo, hay que estar ciego para poder llegar a ver."