viernes, 28 de junio de 2019

ELOGIO Y REFUTACIÓN DE LA URETRA



                       ELOGIO Y REFUTACIÓN DE LA URETRA


 Los riñones filtran las sustancias nocivas para verterlas, disueltas en agua, al exterior. Por los uréteres llevan estas toxinas a la vejiga y la vejiga las expulsa a través de la uretra; la uretra desemboca, en el caso de la mujer, en el meato urinario, situado por encima de la vagina; y en el hombre el orificio de salida, en el extremo del pene, es el mismo que el del semen; detengámonos un poco en la salida de la uretra en el caso del hombre.
Su disposición, a diferencia de las mujeres, es ideal para orinar de pie, y aquí surgen algunos problemas. Cuando el chorro es grueso y abundante se controla perfectamente, y proporciona una sensación de placer; pero cuando es fino y escaso la sensación de placer desaparece y, además, puede organizar algunos quebraderos de cabeza; el caso es que las paredes de la uretra, suponemos, en algunos casos están más pegadas que en otros; y, no sabemos por qué razón, imaginamos que por el capricho de sus pliegues, el chorro sale despedido hacia arriba por encima del borde del inodoro y otras, por el contrario, por debajo, abriéndose a veces en dos y hasta en tres chorros (en este último caso, si no sacamos el trasero, puede incluso mojar el pantalón); en el momento en que empezamos a orinar es imposible saber cómo va a venir  el chorro, de modo que, por mucho que nos preparemos, mancharemos el váter y el suelo sin querer.
Otras veces sale el chorro bien dirigido hacia el interior pero, por no sé qué extrañas circunstancias, mientras ese chorro describe una parábola otro chorro gotea, sin formar ninguna curva, a la vertical; y en ese caso tenemos uno que cae dentro y otro que cae fuera (o, en el mejor de los casos, en el borde); cuando ajustamos el tiro de modo que los dos caigan dentro ya es tarde para que, al menos en uno de ellos, se pueda evitar el estropicio.
Todo el mundo sabe que esa parte del cuerpo está revestida de abundante pelo. Igual que sucede con la cabeza (y eso se evidencia cuando nos lavamos), a veces queda algún pelillo suelto; y, por puro azar o puro capricho, alguno de esos pelillos queda pegado obturando la uretra; de modo que algunas veces orinamos en dos y hasta en tres chorros sin que podamos hacer nada para evitarlo; el estropicio en este caso es mucho mayor que en todos los casos anteriores. Resultado: que después de orinar dejamos parte del suelo cubierto con una charca, aunque sea pequeña.
¿Cuál es la visión de las mujeres? Que los hombres somos unos desastrados y, en el peor de los casos, disfrutamos regando el suelo en un movimiento panorámico de la uretra alrededor de su eje; todo con tal de regar suelo, váter (borde, interior y nuevamente borde) y otra vez suelo. Nada más alejado de la realidad. Los hombres no disfrutamos ensuciando las cosas sino que somos víctimas desgraciadas de nuestra propia anatomía. Me refiero a los hombres normales: no a esos desalmados que andan por ahí haciendo el gamberro.


De modo que, si la anatomía y la fisiología obligan una vez al mes a tomar medidas de higiene (lo que las mujeres resumen diciendo que son “cosas de mujeres”), la trayectoria del chorro, cual sutil artillería, también justifica el uso de la denominación de origen diciendo que son “cosas de hombres”. Todo es cuestión de perspectiva. La perspectiva de la mujer le da al fenómeno una interpretación incorrecta desde el punto de vista de la víctimas (puesto que las mujeres deben sentarse, cuando tienen sus necesidades, en el cubículo debidamente guarreado por los hombres); pero la perspectiva masculina no ve ensañamiento, sino torpeza, en un guarreteo del que los mismos hombres no son culpables, pero sí responsables.
¿Cómo resolverlo? Recurriendo a la empatía: no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hicieran a ti; pero si tienes que vértelas con un chorro incontrolable, intenta, por lo menos, vencer el ángulo de tiro antes de disparar; y si lo debes corregir después de haberlo lanzado, limpia luego el suelo y el inodoro con suficientes cantidades de papel que tirarás luego a la papelera. Pero claro, con eso te cargas pronto el papel higiénico; y tendrá que pagar las consecuencias la persona que venga a usar el váter después de ti. Si eso sucede en tu propia casa, coges la fregona, dejas la ventana abierta y luego cambias el agua de la fregona; nadie te debe acusar de haber orinado en varios chorros, pero sí de no haberlo limpiado antes de marcharte.
¿Que eso es un rollo y, cada vez que vas a orinar, te supone un quebradero de cabeza? Orina, pues, como las mujeres; ellas lo evitan orinando sentadas. ¿Que así no orinan los hombres? ¿Que te sientes disminuido en tu masculinidad? Entonces el problema no lo tienes en la uretra, sino en la cabeza. Si por haber orinado siempre de pie el hombre piensa que así debe orinar siempre, incurre en lo que Hume dio en llamar falacia naturalista; es como si de haberse vestido siempre de azul sacáramos la conclusión de que los niños siempre deben vestirse de azul.
La naturaleza nos ha dado a los hombres la posibilidad y disfrute de orinar de pie, y no la tienen las mujeres. Hagámoslo así en el campo y disfrutemos cada vez que debemos hacerlo, también, en la carretera. Elogiemos, por permitirlo, a la uretra masculina. Pero censuremos que lo debamos hacer también en el retrete, tanto en casa como en los servicios públicos, si no ponemos los medios suficientes para evitar que quienes vengan después tengan que soportar la hechura masculina de nuestra naturaleza. Por eso a estas palabras, si tuviéramos que ponerles un título, no podría ser ningún otro que no fuera éste: “elogio y refutación de la uretra”.




viernes, 21 de junio de 2019

LA CARA...



COSTUMBRES ESTUDIANTILES
LA CARA…


             Entre los estudiantes hay unas cuantas virtudes y algunos vicios. Virtudes y vicios son hábitos, y tienen que ver con la adaptación al medio y con la altura moral de las personas: estamos hablando, pues, de costumbres. Las costumbres estudiantiles tienen que ver con mochilas, mesas, estuches, timbres, pasillos, puertas y pinganillos. Vamos a hacer en estas líneas un poco de costumbrismo; el costumbrismo en las aulas es una parte de la sociología de la educación.
            La mochila de un alumno no sirve para llevar libros; bueno, eso es accesorio, porque no son pocos quienes llegan a clase sin los necesarios lápices, libros y cuadernos; pero la primera función de una mochila es tapar el móvil; el alumno la coloca sobre la mesa, pone encima el anorak si la altura de la mochila no es suficiente y la utiliza como parapeto: detrás de ella el alumno se dedica, como soldado en una trinchera, a mirar el móvil; y, lo que son las cosas (el mundo al revés), el móvil está abierto y la mochila cerrada; los libros permanecen guardados en una mesa impoluta (ya se sabe que los estudiantes padecen un agudísimo fenómeno de alergia para la que no hay antihistamínicos: la alergia a los libros). En el móvil consultan el wasap, el instagram, los resultados de la liga o los emparejamientos de la champions; otras veces se entretienen haciendo apuestas deportivas.
            A veces la mochila sirve, también, de novia o de almohada, que al caso viene a ser lo mismo; el alumno se abraza a ella y duerme plácidamente los sueños de una noche que no durmieron como dios manda, porque se quedaron jugando hasta las tantas a los muñequitos y a la play. Luego en clase, como se aburren, ya se sabe que quien no hace nada se aburre de necesidad, se dedican a grabar a sus compañeros o al profesor; su destreza es grande, saben hacerlo sin que se les note; y cuando los pillan y les exigen que borren las grabaciones que han subido a internet, viene la madre, que de policías sabe mucho pero de estar con los hijos bien poco, y amenaza con denunciar al instituto porque el móvil es la vida privada de sus hijos y nadie puede meterse en ella; eso sí, los compañeros cuyas fotos han publicado en internet no tienen vida privada, de ellos no se preocupan nunca sus padres.
            Mientras el profesor da la clase, los alumnos se entregan a un juego plácido y nemoroso; una extiende la mano y la otra le hace cosquillitas con los dedos; o se las hace en el cuello, también se las hace una chica a un chico y se las hace delante de ti, tú estás explicando, no importa, ellos siguen en su salón de masaje porque eso es para ellos la clase donde parece que están aprendiendo; aunque lo importante es lo otro, las cosas de la clase forman parte de lo accesorio.
            Los estuches tampoco sirven para guardar lápices y bolígrafos, rotuladores, reglas, gomas y típex. No: un día sirvieron para meter chuletas, y la técnica es siempre la misma; se coloca el estuche sobre la mesa con la cremallera vuelta hacia el alumno, y el alumno hurga con los dedos girando las diminutas chuletas según convenga; otras veces las chuletas (de letra diminuta) están enrolladas en el canuto del bolígrafo, que se gira suavemente para, con esos dedos de lince, seguir leyendo.
            Claro que la técnica del estuche pertenece a la prehistoria; ahora sólo la usan los pringados (en mis tiempos una chica, la más pícara, se escribía en el muslo las chuletas de religión, y religión entonces la daba un cura; a ver quién era el cura guapo que le decía a la chica que se levantara la falda para verle la chuleta). Hoy la chuleta se mete en el móvil y el móvil entre las piernas; la figura del profesor mirando entre las piernas de las chicas parece, cuando menos, sospechosa; sospechosa, pintoresca y picaresca. A veces el profesor manda poner todos los móviles en su mesa pero de nada sirve; algunos se llevan dos a clase y, ya libres de la sospecha, utilizan el de repuesto.


            ¿Que qué hacen con los móviles? Variadas cosas. Si es un examen de historia llevan el tema metido en un archivo. Si es de matemáticas fotografían la hoja con las preguntas, así, sin que las vean, siempre hay un momento en que el profesor mira para otro lado, y se lo mandan por correo electrónico a un amigo que está en la calle; el amigo resuelve los problemas, los fotografía a su vez y se los manda por correo; el alumno no tiene más que copiar las respuestas y ya está; como el profesor se pasea mirándolo todo porque ya no se fía de nadie, siempre hay un momento en que mira a otros y entonces tú vas y aprovechas para copiar.
            Sabido es que los cuellos y las bufandas no sirven para abrigarse; sirven para esconder pinganillos. El pinganillo es un dispositivo electrónico del tamaño de un mosquito que se mete dentro de la oreja; ahora ya los hacen tan pequeños que ni se ven; no hace tanto eran un poco mayores y se veían, y entonces las chicas aprovechaban su larga cabellera para esconderlos; el profesor lo sabía porque la chica siempre se recogía el pelo amontonándolo al mismo lado de la cabeza, nunca del otro; pero, claro, tampoco se imagina uno al profesor levantándole el pelo sedoso y hurgando entre cuello y oreja como si fuese un otorrinolaringólogo. Hoy la tecnología ha avanzado tanto que es absolutamente imposible pillar a un alumno que está copiando con un dispositivo suficientemente caro. Algunas voces piden que se gaste una parte del presupuesto del instituto  en comprar inhibidores de frecuencia.
            El timbre tampoco sirve para marcar la hora; sirve para que automáticamente, como un resorte, se levanten todos los alumnos y salgan disparados hacia la puerta; estos muelles vivientes buscan desesperadamente como si se estuvieran asfixiando, la puerta convertida en salida de emergencia, y el profesor se queda, con la palabra en la boca, diciendo la frase a medio terminar; diciéndosela ya a la nada, porque ni las ventanas ni las paredes le escuchan ya. Claro, esta estampida tiene sus preludios: porque cinco minutos antes de que sonase el timbre, y a veces hasta diez, los alumnos empezaron a ponerse sus chaquetas y a guardar los libros en las mochilas sin que al alumno le importara nada la regla de Ruffini, el imperativo categórico  o la revolución francesa. Cuando el profesor les manda quitarse las chaquetas, sacar de nuevo los cuadernos y alargar la explicación cinco minutos más por encima del timbre, parece que está violando uno de sus derechos más inalienables, elementales y sagrados.
            El profesor va por los pasillos y tiene que esperar a que las escaleras, completamente atascadas de chicos que las tapan a lo largo y ancho, se vacíen de marabuntas, de hormigas y caballos relinchando porque nadie, absolutamente nadie, va a fijarse en que por allí hay esperando un profesor; no lo ven porque no miran y cuando miran y lo ven siguen bufando en sus narices porque nadie se va a molestar en apartarse para dejar pasar a un profesor. Estás en la biblioteca leyendo durante una guardia y entra un lebrel, dos lebreles, tres lebreles, abriendo la puerta a golpes y salen luego sin cerrarla; y a nadie le importa que el ruido del pasillo en los cambios de clase sea un estrépito incompatible con la concentración y la lectura. Los mandan a la biblioteca y son capaces de estarse una hora sin hacer nada con tal de no abrir un libro: y luego dicen que se aburren; todo porque un profesor imbécil, un impresentable, les ha prohibido sacar el móvil. La biblioteca es un triste lugar (y eso se ve en el bachillerato nocturno donde, por ser mayores, ya no tienen tantas prohibiciones); las mesas se decoran con libros abiertos que nadie mira y las manos son soportes de móviles donde se congelan las miradas embrutecidas, magnetizadas como imanes. 


            Y no quiero contar más cosas. Aún las podría contar porque haberlas, haylas, pero hay que ponerle a todo un punto y final. Tan sólo unas puntualizaciones como colofón de fiesta. Que muchos de estos alumnos que ensucian las aulas luego salen a la calle pidiendo calidad de enseñanza. Y muchos de estos mismos (aparte de algunos auténticos estudiantes, todo hay que decirlo) gritan en las manifestaciones pidiendo un mundo mejor y yo me digo: igualito que el que ellos crean en las clases erigiendo la traición en norma y el recelo, y la desconfianza, cuando transforman los exámenes en sesiones de copieteo.
            Ésas son las costumbres de muchos de nuestros alumnos. Van de botellón y sólo beben hasta coger el puntillo; sólo que el puntillo es una medida elástica que puede variar entre un par de copas y ocho o diez (porque algunos, alcoholizados, se creen ya que aguantan mucho). Sólo sé que las virtudes son los hábitos buenos; y bueno quiere decir adaptar los medios a los fines o adaptarse a los buenos fines; en este sentido nuestros alumnos son unos inadaptados. Son capaces de pasar sin mirar por el corcho del departamento de orientación, con toda la información que necesitan pinchada allí, y luego quejarse de que no están bien informados. Y tener una web que les orienta con pelos y señales sobre absolutamente todo, y no abrirla siquiera porque tiene mucha letra… ¡vaya rollo! Claro. Es más entretenido consultar en el móvil las apuestas deportivas o los emparejamientos de la champions.
            Yo abogo por un cambio en las costumbres. Cómo se hace no lo sé, pero hace falta. Algo intentamos hacer en la clase de ética. Hace falta que el profesor, íntegro con su trabajo y respetuoso con los alumnos, sea para ellos un auténtico modelo. Yo no sé lo que hay en la calle ni lo que pasa en sus casas: sólo sé lo que tengo en el aula, y quiero cambiarlo. Y pongo mis ojos en la isla de utopía apuntando a un futuro mejor porque quiero seguir enseñando, porque creo en la escuela y quiero al alumno, y quiero que no tardando mucho amanezca en el horizonte y venga un mundo nuevo: y pueda leer, riendo y cantando, las páginas vitales de unos chicos cantarines y unas mentes sanas, liberadas al fin de los senderos perversos de la técnica. Entonces podré contar cosas donde haya mucha inteligencia y no tanta picaresca. No tanto cerrilismo sin escrúpulos. ¡Sería tan hermoso bogar en la sociología de la educación…! Brindemos por un nuevo costumbrismo.




           


sábado, 15 de junio de 2019

ONTOLOGÍA DEL JUEGO



ONTOLOGÍA DEL JUEGO
  

 1. Definiciones fundamentales.

            Recordemos que existen dos clases de juego, dos estructuras de lucha, dos formas de luchar: la teletaxia y la televida.
            La lucha por la existencia es teletaxia.
            La lucha por nuestra forma de ser es televida.
            La historia es lucha por la existencia temporal.
            La lucha contra el tiempo es la patética. Hay dos formas de patética: la lucha por la existencia impuesta (tragedia) y la lucha por la existencia eterna (mística); el drama de vivir nuestro tiempo interior (nuestra historia) contra un tiempo que nos viene de fuera (el destino) hace que podamos caracterizar la tragedia como erótica y lucha del anacronismo.
            A través de la tragedia buscamos una existencia más acorde con nuestro ser; también lo hacemos a través de la mística; el goce trágico y el goce místico son, por consiguiente, en tanto que reconciliación de nuestro ser con el mundo, una búsqueda de lo esencial; por eso son trascendentes.

2. Definiciones complementarias.

            El descanso es reposo o juego. El reposo es una forma de descansar en la que se detiene la conciencia apartándose de la lucha (por ejemplo durante el sueño). El juego es el descanso consciente. También durante el reposo se puede prolongar la lucha, pero es ya en el inconsciente: sueños, pesadillas y (quizá también) ensoñaciones.
            El juego puede ser laboral o lúdico. Es juego laboral el que sirve a la lucha por la existencia (trabajo en sentido bíblico como maldición o cadena). El juego lúdico sirve al ocio consciente, en su doble aspecto de trabajo por la esencia y diversión (que son conceptos que se solapan): ambas caen bajo la etiqueta de afición (hay aficionados al fútbol y aficionados a la filosofía, al ajedrez, a la baraja, a la música o al teatro). El juego lúdico es entretenimiento. El juego laboral es obligación.
            El juego puede ser de tiempo o de pasatiempo. Es juego de tiempo cuando utiliza el tiempo para vivir en él, y es pasatiempo cuando se sale de él sin ir a ninguna parte (se habla entonces de matar el tiempo o pasar el rato: el pasatiempo llega incluso a llamarse “matarratos”). Como la vida es tiempo, matar el tiempo es morir un poco: si es en busca de la eternidad estaríamos en la mística; pero si es para quedarnos fuera del tiempo y de la eternidad estaremos muertos en vida: tal es el aburrimiento, spleen de los poetas, que lleva a la desesperación y la angustia.
            El juego lúdico es el mundo de la comedia o de la mística; el juego laboral es el de la tragedia o el drama.
            El juego laboral es tentación o compromiso. En la tentación, se captan voluntades mediante la destrucción de la voluntad ajena (convirtiendo el deseo en capricho). En el compromiso, dos rivales compiten en calidad para ganarse el sustento: tal es la competitividad.
            El juego lúdico es exhibición o carácter. Es carácter la superación de sí mismo por el mero placer. La exhibición es, también, superación de sí mismo, solo o frente a otros, pero sólo para recibir el aplauso del público; ganar es aquí ser reconocido como el mejor, y no importa tanto serlo como parecerlo; ganar un partido de tenis puede suponer superioridad real sobre el adversario, pero también marcar un tanto en el momento adecuado; ganar un partido de fútbol puede deberse a haber tenido la suerte de marcar un gol, aunque  el otro equipo sea mejor que nosotros.
            La tentación, la exhibición y el compromiso admiten trampas; el carácter, no.


3. El ocio en el juego: nuevas definiciones.
             
            El esfuerzo, tanto trascendente (concentración) como inmanente (trabajo), produce alegría. Volvamos sobre algunas cuestiones importantes.  
            La vida es ocio. Llamamos ocio al empeño de la esencia por instalarse en la existencia. Tres son las formas fundamentales del ocio: el trabajo por ser nosotros mismos (en él se cifra el carácter, cimentado en la afición, el gusto, el hobby); la diversión (que es distracción del esfuerzo para superar el cansancio); y el descanso.
            Pero todo esfuerzo supone un desgaste que debe ser reparado: y lo hace mediante el descanso. El descanso es un periodo de inactividad durante el cual se llenan las fuerzas perdidas
            Pues bien, hay una forma de descanso proyectado en formas, más que trascendentes, intrascendentes, en el ocio. El ocio generado tras el esfuerzo es diversión; el que genera la pereza es, por el contrario, distracción y pasatiempo. Normalmente el divertirse produce risa, que es una forma agradable de relajarse; el humor es, pues, también una forma de esparcimiento.
            En la conciencia trascendente hay tres formas nobles (arte, ética y ciencia) a las que corresponden otras tres formas devaluadas (respectivamente el juego, el humor y la técnica).
            Ciencia es ver el mundo desde fuera. Esto implica estar fuera del mundo.
La alegría es producto del esfuerzo, y cuesta; el placer es gratis, no requiere trabajar. Entre ambos se sitúa el arte que, por participar de los dos, es a la vez esfuerzo y descanso, alegría y placer, arte y juego, compromiso y evasión; esta doble naturaleza del arte hace que a veces se confunda la tensión artística con el placer ocioso: por ejemplo, a la hora de distinguir entre la danza y el baile.
También vivimos con distancia lo que les pasa a los demás (por el mero hecho de que a nosotros no nos pasa): por eso nos reímos de los males ajenos sin sentirlos en carne propia. Es el mundo de la comedia, del humor, pero también del juego y del arte.
Podemos distinguir entre necesidades de supervivencia y necesidades de realización: las primeras se caracterizan por la competitividad; las segundas, por la competencia. La primera requiere que los seres que interactúan sean compatibles: a esta compatibilidad la llamaremos valencia.
Atendiendo al tipo actitudinal de la valencia (de respeto o de desprecio) se pueden establecer cinco tipos de lucha (agresión, competición, negociación, crítica y plenitud):

a)      Lucha por la existencia (competitividad):
(1)   Agresión: interacción entre dos seres cuyas necesidades son incompatibles.
(2)   Competición: interacción entre dos seres cuyas necesidades convergen en el mismo objeto, y sólo uno lo puede poseer.
(3)   Negociación: lucha desencadenada entre dos contendientes por deseo de ambos y con necesidades compartidas.
b)      Lucha por la esencia (competencia):
(4)   Crítica: relación entre un sujeto guiado por la necesidad y un objeto que introduce una posibilidad: así, yo deseo saber y el mundo tiene capacidad de proporcionarme datos.
(5)   Plenitud: afán de superación, de mejora; eleva el nivel ontológico del individuo (un individuo bueno tiene más ser que uno malo o malvado).

En el capítulo dedicado a la historia aparecían ya caracterizados estos cinco tipos de lucha; los dos últimos tienen que ver con la esencia, cuyas puertas nos adentran en ese tipo de felicidad a que llamamos plenitud; y los tres primeros, de manera especial el segundo, tienen que ver con el juego, particularmente con sus dos dimensiones: aristónica (búsqueda de la perfección) y agónica (lucha por la existencia).


4. Anatomía del espectáculo: pereza y esfuerzo.

            Juego sensorial. Requiere esfuerzo del autor; un esfuerzo corporal en actividades como el montañismo o el esquí, o un esfuerzo mental cuando se trata de crear obras: pues la inspiración se prepara con el trabajo y también requiere trabajo una vez que la hemos despertado; si el público se esfuerza en interpretar la obra mientras la contempla, evita esa pasividad característica de la pereza del consumidor: una pereza corporal cuando nos dejamos llevar por las atracciones o por la comida basura; o mental, cuando consumimos productos, necesariamente superficiales, de inspiración fácil, como los tabloides, los culebrones, la telebasura, y esos productos literarios o musicales propios de la cultura kitsch; que no viene a ser, en el fondo, más que falta de cultura.

            Juego aristónico. Es el mundo de la competencia. Siempre es el autor quien pone el esfuerzo: corporal (velocidad, puntería, la faena del torero, los entrenamientos, las marcas superadas por los atletas, las plusmarcas); o puede ser también esfuerzo mental (en el caso del entrenamiento matemático o de la creación intelectual o artística). El público puede contemplar la superación personal de manera pasiva (como fans, identificándose incondicionalmente con sus autores que son sus ídolos, o siguiendo las banalidades del Guiness de los records); pero también puede ser espectador activo.

            Juego agónico. Es el mundo de la competición. Sus autores ponen esfuerzo (corporal en el deporte: judo, fútbol, creación de jugadas bellas, elegantes y eficaces; y mental, en las creaciones no físicas tales como las que se hacen en los concursos musicales o las justas poéticas). El público puede contemplar el esfuerzo desde la pereza del hincha, que se identifica incondicionalmente, y por lo general de manera acrítica, con su jugador o su equipo; o desde el esfuerzo del espectador activo que trata de entender, criticar, admirar y evidentemente desfrutar con lo que está viendo.

5. Conclusión.

            Juegos de sensación, juegos de ejercicio y juegos de representación. Juegos de trabajo y juegos de ocio. Goce lúdico, goce trágico, goce místico, competencia y competitividad, tentación y compromiso, esfuerzo y descanso, relajación y tensión, elementos todos que se encuentran englobados en el concepto de juego; pero están dispersos en distintos tipos de juego, muy diferentes unos de otros. Diversión, humor, valor, devaluación: placer. La felicidad puede reducirse al placer cuando consume sin producir; pero cuando trasciende los límites dramáticos del aburrimiento y la pereza, el placer se convierte en plenitud.
            Hay juegos para todos: juegos para vagos, juegos para el esfuerzo, juegos de abandono, juegos de superación. Los mejores juegos están en el límite del arte, se adentran en honduras trascendentes, y en esa zona de nadie es difícil saber cuándo una representación es juego y cuándo también es algo más. Habrá que adentrarse en los dominios del arte para conocer, aunque sólo sea de forma nebulosa, esa tierra de nadie, pero más acá de esa zona el juego estaba delimitado en toda su extensión. Hemos intentado estudiar todas sus caras, perfilar sus territorios, explorarlo en todos sus paisajes. Estas páginas han sido un primer intento de clasificación. Si ese intento ha dejado muchas lagunas, el tiempo lo dirá.
  



viernes, 7 de junio de 2019

A LOS ANTIGUOS ALUMNOS



            El mes de mayo hemos recibido una visita entrañable: la de un ejército de mujeres y hombres hechos y derechos, curtidos en las batallas de la vida, que estaban celebrando los cincuenta años de su último curso de bachillerato; lo hicieron entre estas paredes, en estas mismas aulas donde ahora están otros jóvenes que acaso un día volverán, cuando se cumplan sus cincuenta años, como ellos. Hoy son médicos, arquitectos, matemáticos, físicos, profesores; investigadores, músicos, poetas y cantantes; nos pidieron que les enseñáramos los viejos sitios y luego se reunieron, en nuestra amplia biblioteca, para hablar de sus cosas: y todo ello antes de proceder a diseccionar el estómago en aquella tremenda comilona que todavía recuerdan los anales de Segovia; al día siguiente salieron en el periódico.
            A mí me pidieron que les dijera unas palabras y cómo me iba a negar, si las paredes rezuman de los recuerdos que ellos dejaron, como fantasmas... Recuerdos que se unieron a otro fantasma más legendario del que algunos conocen sólo el nombre. Porque en estas paredes hay fantasmas, sí: ya lo creo que los hay. Apenas rascando un poco salen envueltos en nieblas añejas y viejas sábanas.
  

  DISCURSO DE BIENVENIDA A LOS ANTIGUOS ALUMNOS DEL INSTITUTO ANDRÉS LAGUNA, DE SEGOVIA
  

            Dicen que la reencarnación se produce cada vez que un alma se pasea por varios cuerpos: el alma de nuestro instituto se encarnó primero en la plazuela del conde Cheste, en 1845, donde se llamó Casa de Segovia; luego se trasladó al patronato de Ochoa Ondátegui, en 1869, y allí se acabó llamando instituto Mariano Quintanilla; y por último se instaló, en 1963, en la calle Conde Sepúlveda, donde tomó el cuerpo y el nombre de Andrés Laguna.
            Cuenta Platón en uno de sus mitos que un día se separó la parte masculina de la parte femenina: la parte masculina tomó la forma de Andrés Laguna, y la femenina la tomó de Mariano Quintanilla (que era por aquel entonces el instituto femenino de Segovia). Este recinto en el que estamos hoy es el hermano mayor de aquel primer instituto, como cuando una célula primitiva se divide por bipartición ; las células hijas, a su vez, se fueron partiendo en otros trozos, que son los distintos institutos que hay actualmente en Segovia.
            Vosotros habéis estudiado en este instituto, y ahora venís a reconocer los lugares por los que habéis pasado; a través de ellos buscáis también los espejos donde podréis miraros vosotros mismos. Nosotros también queremos saber quiénes somos y por eso, desde hace un año, hemos empezado a celebrar el día de Andrés Laguna. ¿Quién fue Andrés Laguna?
            Fue un médico. Y como médico, se sintió en la obligación de poner límites empíricos a lo que decían sus maestros; si Galeno decía que el hígado tenía cinco lóbulos y él, al diseccionar un hígado, sólo había visto tres, se entregó en cuerpo y alma a la experiencia, de ninguna manera a la autoridad de Galeno; y si le decían que había que sangrar al enfermo y él veía que las sangrías lo debilitaban, siempre se esforzaba en curar mucho y sangrar menos.  Eso era ser médico de verdad.
            Andrés Laguna era humanista. Esto significaba tres cosas: primero, que prefería el original a la copia; segundo, que tampoco se fiaba del original; y tercero, que había que reírse mucho y estar un poco loco. En aquel tiempo se practicaba la curación por las plantas; el gran libro de farmacia lo había escrito Dioscórides, que fue un médico que acompañaba a las legiones romanas por toda Europa catalogando todas las plantas que se encontraba. El Dioscórides había sido traducido al castellano pero Laguna no se fiaba de esas traducciones: así que buscó el texto original (que estaba escrito en griego) y lo volvió a traducir; entonces quiso saber si de verdad existían las plantas de las que había hablado Dioscórides, y empezó a viajar por toda Europa para comprobarlo.
            Por eso Andrés Laguna era viajero. Recorrió hasta el cansancio toda la geografía europea y llegó a decir que había matado más caballos viajando que sangrado enfermos cuando los curaba.
            Fue un ilustrado avant la lettre; por eso se fiaba sólo de la observación, que lo mantenía atado a la realidad, y de la razón, que le permitía llegar adonde no llegaban sus ojos. Por eso se empeñó en combatir el prejuicio y la superstición: y frente a la Inquisición, siempre sostuvo que era falso que existieran las brujas; y frente a la creencia popular, también sostuvo que el frenesí en el que se embarcaban las llamadas brujas no tenía nada que ver con el diablo, sino con el efecto alucinógeno de las drogas que tomaban. Cuenta en uno de sus relatos que unos brujos hicieron en una olla un ungüento verde mezclando cicuta, solano, mandrágora y beleño; con un bote de aquella mixtura mandó untar a una mujer de pies a cabeza, y la mujer abrió los ojos como un conejo (toda ella parecía una liebre cocida); entonces le dio un sopor que duró muchas horas, y cuando despertó le dijo al marido: “tacaño; has de saber que te he puesto el cuerno, y con un galán más mozo y más estirado que tú”; desde aquel día toda la gente quería que la untaran con aquella mixtura.
            Andrés Laguna fue un hombre europeo; y más que europeo, europeísta; en Colonia defendió la unidad de Europa frente al enemigo común, que en aquel momento eran los turcos; y sostuvo que Europa corría el riesgo de desaparecer, no porque el enemigo fuera fuerte (que sí lo era), sino porque ella misma, la propia Europa, estaba dividida; por eso su discurso en defensa de la unidad europea se titula precisamente Europa, que a sí misma se atormenta


            Y si hemos de creer a Marcel Bataillon, que atribuye a Laguna la autoría de una novela picaresca (el Viaje de Turquía), Laguna también sería el apóstol de la tolerancia; pues nos viene a decir que a los enemigos, en lugar de combatirlos (aunque a veces haya que combatirlos también), lo que hay que hacer sobre todo es conocerlos; conocerlos y comprenderlos; y que Turquía no sólo tiene cosas malas, sino también muchas cosas buenas; como el kefir, esa especie de leche agria tan buena para el estómago; y el comer muchas naranjas, que las hay en Turquía; y la costumbre de lavarse siempre, en una época en que los cristianos pasaban muchos meses sin cambiarse de ropa. Llegó a decir, como consejo para curar la peste, que no hay nada como la higiene para prevenirla y mantenerla lejos.
            Y cómo no, el sentido del humor hizo de Laguna nuestro gran médico humanista. Tradujo a Luciano de Samosata, que en la Tragopodagra parodiaba a la tragedia griega poniendo en escena un hilarante coro de gotosos. Tenía un verbo socarrón y corrosivo que enlazaba con lo más granado del Siglo de Oro. Sólo se me ocurre recordar una escena graciosísima donde un médico cura a un fraile de unas fiebres y a un joven de impotencia; el farmacéutico cambia las recetas por error y nos acabamos encontrando con un fraile empalmado que a duras penas puede ponerle freno a su virilidad; de las fiebres del enamorado, mejor hablamos otro día. Se ríe de todo el mundo: de las mujeres turcas que, según dice, son feas como la noche; del papa, que es de la hechura de una cebolla; y de los enfermos de gota, que sufren como dioses y gritan como mierdas. Uno de sus personajes se llama Pedro de malas artes, Pedro de Urdemalas; y otro que le da la réplica tiene por nombre Mata (abreviatura de Matalascallando). La mejor receta para no pasar frío, cuando no tienes con qué comprarte ropa, es hartarte de ajos crudos y de vino, que es brasero del estómago. En fin, he aquí lo que dice la gota, personificada en el diálogo de Luciano, cuando se entera de que el coro de gotosos la quiere matar:

                           ¡Venganza clamaré! Pues me he enterado
de todas las cosas que habéis traído
para matarme: musgos, ortigas,
lentejas, melocotón, zanahorias,
beleño, incienso, sodio,
repollo, ciprés, cagarrutas de cabra!
¡Sapos, ratones, lagartos,
antílopes, hienas, zorros y ranas,
masa de croquetas, puré de garbanzos,
pasas, sanguijuelas y algas de charca!
Con eso me queréis matar:
¡los dioses del Olimpo reclaman venganza!
             
            Laguna se sentía segoviano hasta la médula. Todos sus libros los firmaba como Andrés Laguna “Segoviensis”, y ser segoviano era, para él, tener un hogar al que volver después de haber recorrido mundo (mientras que para otros la patria es el lugar al que uno vive atado sin poder salir al mundo). Ser segoviano era para Laguna lo mismo que ser cosmopolita. En eso coincidía con esa otra segoviana ilustre cuyo nombre todos conocemos: María Zambrano.
            Este instituto está intentando rescatar las esencias más puras del lagunismo: el lagunismo es investigación, es comprobación, es empeño por ir a los orígenes, que es lo mismo que buscar en las fuentes; es ilustración, empirismo, racionalismo, europeísmo, casticismo,  tolerancia y cosmopolitismo; y sobre todo mucho humor. Cada año nuestro instituto dedicará el día de Andrés Laguna a un aspecto del segoviano cosmopolita con cuyo nombre nos identificamos.  
            Y vosotros, que habéis estado aquí hace algunos años, haced un poco de memoria: ¿os atrevisteis a contradecir alguna vez al profesor? ¿Siempre tuvisteis en la razón el antídoto contra las supersticiones? ¿Tuvisteis en la experiencia el antídoto contra la ignorancia? ¿Habéis viajado? ¿Habéis añorado vuestro hogar sin renegar nunca de aquel día feliz en que os marchabais de él? Y sobre todo ¿habéis reído hasta reventar sacándole punta al tiempo? ¿Haciéndole trastadas a la vida? ¿Habéis sido pícaros? ¿Habéis invertido vuestras hormonas en la formación de tretas, bromas, barrabasadas y trampas, a veces tan pesadas como inocentes, en las largas mañanas del invierno? ¿Habéis combatido la lentitud de los días eternos, en las aulas viejas que intentaban domar, sin éxito, a la fierecilla rebelde que todos teníais dentro? ¿Habéis vivido, como Andrés Laguna, como humanistas y científicos, pero también como Matalascallando y como Pedro de Urdemalas? Si la respuesta es sí, no lo dudéis: es porque habéis estudiado en el instituto Andrés Laguna.


            Miércoles, 23 de mayo de 2019, en la biblioteca del instituto.
(Mariano Martín Isabel, profesor de filosofía).