El mes de mayo hemos recibido una
visita entrañable: la de un ejército de mujeres y hombres hechos y derechos,
curtidos en las batallas de la vida, que estaban celebrando los cincuenta años
de su último curso de bachillerato; lo hicieron entre estas paredes, en estas
mismas aulas donde ahora están otros jóvenes que acaso un día volverán, cuando
se cumplan sus cincuenta años, como ellos. Hoy son médicos, arquitectos,
matemáticos, físicos, profesores; investigadores, músicos, poetas y cantantes;
nos pidieron que les enseñáramos los viejos sitios y luego se reunieron, en
nuestra amplia biblioteca, para hablar de sus cosas: y todo ello antes de
proceder a diseccionar el estómago en aquella tremenda comilona que todavía
recuerdan los anales de Segovia; al día siguiente salieron en el periódico.
A mí me pidieron que les dijera unas
palabras y cómo me iba a negar, si las paredes rezuman de los recuerdos que
ellos dejaron, como fantasmas... Recuerdos que se unieron a otro fantasma más
legendario del que algunos conocen sólo el nombre. Porque en estas paredes hay
fantasmas, sí: ya lo creo que los hay. Apenas rascando un poco salen envueltos
en nieblas añejas y viejas sábanas.
Dicen que la reencarnación se
produce cada vez que un alma se pasea por varios cuerpos: el alma de nuestro
instituto se encarnó primero en la plazuela del conde Cheste, en 1845, donde se
llamó Casa de Segovia; luego se trasladó al patronato de Ochoa Ondátegui, en
1869, y allí se acabó llamando instituto Mariano Quintanilla; y por último se
instaló, en 1963, en la calle Conde Sepúlveda, donde tomó el cuerpo y el nombre
de Andrés Laguna.
Cuenta Platón en uno de sus mitos
que un día se separó la parte masculina de la parte femenina: la parte
masculina tomó la forma de Andrés Laguna, y la femenina la tomó de Mariano
Quintanilla (que era por aquel entonces el instituto femenino de Segovia). Este
recinto en el que estamos hoy es el hermano mayor de aquel primer instituto,
como cuando una célula primitiva se divide por bipartición ; las células hijas,
a su vez, se fueron partiendo en otros trozos, que son los distintos institutos
que hay actualmente en Segovia.
Vosotros habéis estudiado en este instituto, y ahora
venís a reconocer los lugares por los que habéis pasado; a través de ellos
buscáis también los espejos donde podréis miraros vosotros mismos. Nosotros
también queremos saber quiénes somos y por eso, desde hace un año, hemos
empezado a celebrar el día de Andrés Laguna. ¿Quién fue Andrés Laguna?
Fue un médico. Y como médico, se
sintió en la obligación de poner límites empíricos a lo que decían sus
maestros; si Galeno decía que el hígado tenía cinco lóbulos y él, al
diseccionar un hígado, sólo había visto tres, se entregó en cuerpo y alma a la
experiencia, de ninguna manera a la autoridad de Galeno; y si le decían que
había que sangrar al enfermo y él veía que las sangrías lo debilitaban, siempre
se esforzaba en curar mucho y sangrar menos. Eso era ser médico de verdad.
Andrés Laguna era humanista. Esto
significaba tres cosas: primero, que prefería el original a la copia; segundo,
que tampoco se fiaba del original; y tercero, que había que reírse mucho y
estar un poco loco. En aquel tiempo se practicaba la curación por las plantas;
el gran libro de farmacia lo había escrito Dioscórides, que fue un médico que
acompañaba a las legiones romanas por toda Europa catalogando todas las plantas
que se encontraba. El Dioscórides
había sido traducido al castellano pero Laguna no se fiaba de esas traducciones:
así que buscó el texto original (que estaba escrito en griego) y lo volvió a
traducir; entonces quiso saber si de verdad existían las plantas de las que había
hablado Dioscórides, y empezó a viajar por toda Europa para comprobarlo.
Por eso Andrés Laguna era viajero. Recorrió
hasta el cansancio toda la geografía europea y llegó a decir que había matado
más caballos viajando que sangrado enfermos cuando los curaba.
Fue un ilustrado avant la lettre;
por eso se fiaba sólo de la observación, que lo mantenía atado a la realidad, y
de la razón, que le permitía llegar adonde no llegaban sus ojos. Por eso se
empeñó en combatir el prejuicio y la superstición: y frente a la Inquisición, siempre
sostuvo que era falso que existieran las brujas; y frente a la creencia popular,
también sostuvo que el frenesí en el que se embarcaban las llamadas brujas no tenía
nada que ver con el diablo, sino con el efecto alucinógeno de las drogas que
tomaban. Cuenta en uno de sus relatos que unos brujos hicieron en una olla un
ungüento verde mezclando cicuta, solano, mandrágora y beleño; con un bote de
aquella mixtura mandó untar a una mujer de pies a cabeza, y la mujer abrió los
ojos como un conejo (toda ella parecía una liebre cocida); entonces le dio un
sopor que duró muchas horas, y cuando despertó le dijo al marido: “tacaño; has
de saber que te he puesto el cuerno, y con un galán más mozo y más estirado que
tú”; desde aquel día toda la gente quería que la untaran con aquella mixtura.
Andrés Laguna fue un hombre europeo;
y más que europeo, europeísta; en Colonia defendió la unidad de Europa frente
al enemigo común, que en aquel momento eran los turcos; y sostuvo que Europa
corría el riesgo de desaparecer, no porque el enemigo fuera fuerte (que sí lo
era), sino porque ella misma, la propia Europa, estaba dividida; por eso su discurso
en defensa de la unidad europea se titula precisamente Europa, que a sí misma se atormenta.
Y si hemos de creer a Marcel
Bataillon, que atribuye a Laguna la autoría de una novela picaresca (el Viaje de Turquía), Laguna también sería
el apóstol de la tolerancia; pues nos viene a decir que a los enemigos, en
lugar de combatirlos (aunque a veces haya que combatirlos también), lo que hay
que hacer sobre todo es conocerlos; conocerlos y comprenderlos; y que Turquía
no sólo tiene cosas malas, sino también muchas cosas buenas; como el kefir, esa
especie de leche agria tan buena para el estómago; y el comer muchas naranjas,
que las hay en Turquía; y la costumbre de lavarse siempre, en una época en que
los cristianos pasaban muchos meses sin cambiarse de ropa. Llegó a decir, como
consejo para curar la peste, que no hay nada como la higiene para prevenirla y
mantenerla lejos.
Y cómo no, el sentido del humor hizo
de Laguna nuestro gran médico humanista. Tradujo a Luciano de Samosata, que en
la Tragopodagra parodiaba a la
tragedia griega poniendo en escena un hilarante coro de gotosos. Tenía un verbo
socarrón y corrosivo que enlazaba con lo más granado del Siglo de Oro. Sólo se
me ocurre recordar una escena graciosísima donde un médico cura a un fraile de unas
fiebres y a un joven de impotencia; el farmacéutico cambia las recetas por
error y nos acabamos encontrando con un fraile empalmado que a duras penas puede
ponerle freno a su virilidad; de las fiebres del enamorado, mejor hablamos otro
día. Se ríe de todo el mundo: de las mujeres turcas que, según dice, son feas
como la noche; del papa, que es de la hechura de una cebolla; y de los enfermos
de gota, que sufren como dioses y gritan como mierdas. Uno de sus personajes se
llama Pedro de malas artes, Pedro de Urdemalas; y otro que le da la réplica tiene
por nombre Mata (abreviatura de Matalascallando). La mejor receta para no pasar
frío, cuando no tienes con qué comprarte ropa, es hartarte de ajos crudos y de
vino, que es brasero del estómago. En fin, he aquí lo que dice la gota, personificada
en el diálogo de Luciano, cuando se entera de que el coro de gotosos la quiere
matar:
¡Venganza clamaré! Pues me he enterado
de todas las cosas
que habéis traído
para matarme:
musgos, ortigas,
lentejas,
melocotón, zanahorias,
beleño, incienso,
sodio,
repollo, ciprés,
cagarrutas de cabra!
¡Sapos, ratones,
lagartos,
antílopes, hienas,
zorros y ranas,
masa de croquetas,
puré de garbanzos,
pasas, sanguijuelas
y algas de charca!
Con eso me queréis
matar:
¡los dioses del
Olimpo reclaman venganza!
Laguna se sentía segoviano hasta la
médula. Todos sus libros los firmaba como Andrés Laguna “Segoviensis”, y ser
segoviano era, para él, tener un hogar al que volver después de haber recorrido
mundo (mientras que para otros la patria es el lugar al que uno vive atado sin
poder salir al mundo). Ser segoviano era para Laguna lo mismo que ser
cosmopolita. En eso coincidía con esa otra segoviana ilustre cuyo nombre todos conocemos:
María Zambrano.
Este instituto está intentando rescatar
las esencias más puras del lagunismo: el lagunismo es investigación, es comprobación,
es empeño por ir a los orígenes, que es lo mismo que buscar en las fuentes; es
ilustración, empirismo, racionalismo, europeísmo, casticismo, tolerancia y cosmopolitismo; y sobre todo
mucho humor. Cada año nuestro instituto dedicará el día de Andrés Laguna a un
aspecto del segoviano cosmopolita con cuyo nombre nos identificamos.
Y vosotros, que habéis estado aquí
hace algunos años, haced un poco de memoria: ¿os atrevisteis a contradecir alguna
vez al profesor? ¿Siempre tuvisteis en la razón el antídoto contra las
supersticiones? ¿Tuvisteis en la experiencia el antídoto contra la ignorancia?
¿Habéis viajado? ¿Habéis añorado vuestro hogar sin renegar nunca de aquel día
feliz en que os marchabais de él? Y sobre todo ¿habéis reído hasta reventar
sacándole punta al tiempo? ¿Haciéndole trastadas a la vida? ¿Habéis sido
pícaros? ¿Habéis invertido vuestras hormonas en la formación de tretas, bromas,
barrabasadas y trampas, a veces tan pesadas como inocentes, en las largas
mañanas del invierno? ¿Habéis combatido la lentitud de los días eternos, en las
aulas viejas que intentaban domar, sin éxito, a la fierecilla rebelde que todos
teníais dentro? ¿Habéis vivido, como Andrés Laguna, como humanistas y
científicos, pero también como Matalascallando y como Pedro de Urdemalas? Si la
respuesta es sí, no lo dudéis: es porque habéis estudiado en el instituto
Andrés Laguna.
Miércoles, 23 de mayo de 2019, en la
biblioteca del instituto.
(Mariano Martín Isabel, profesor
de filosofía).
Muchas gracias por el detalle y la delicadez hacia todos nosotros. Nos encantó.
ResponderEliminarAquellas palabras, nos hicieron, recordar, de dónde salió gran parte de lo que ahora somos.
ResponderEliminarFué un día mágico. No sé cómo agradecer tantas atenciones. Estoy orgullosa de ser segoviana y alumna del Andrés Laguna. Hasta siempre.
EliminarEstupendo el discurso. Y la introducción que nos regalas. Ser segoviano es una cosa muy seeia, sobre todo si se mira hacia el universo y se es consciente de que el mundo no termina en el Soto de Revenga, por otra parte tan hermoso...
ResponderEliminarEntrañable tu discurso, director. Ojala la enseñanza española tuviera muchas personas con tus ganas de hacerlo bien. Gracias por hacernos partícipes de tu ilusión.
ResponderEliminarUn maestro puede escribir así, sin más, con ese sentimiento, humor, docencia y entrañable pasión: "¿Habéis combatido la lentitud de los días eternos, en las aulas viejas que intentaban domar, sin éxito, a la fierecilla rebelde que todos teníais dentro?" A mi querida Lechuza Literaria con cariño🎈
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