viernes, 7 de junio de 2019

A LOS ANTIGUOS ALUMNOS



            El mes de mayo hemos recibido una visita entrañable: la de un ejército de mujeres y hombres hechos y derechos, curtidos en las batallas de la vida, que estaban celebrando los cincuenta años de su último curso de bachillerato; lo hicieron entre estas paredes, en estas mismas aulas donde ahora están otros jóvenes que acaso un día volverán, cuando se cumplan sus cincuenta años, como ellos. Hoy son médicos, arquitectos, matemáticos, físicos, profesores; investigadores, músicos, poetas y cantantes; nos pidieron que les enseñáramos los viejos sitios y luego se reunieron, en nuestra amplia biblioteca, para hablar de sus cosas: y todo ello antes de proceder a diseccionar el estómago en aquella tremenda comilona que todavía recuerdan los anales de Segovia; al día siguiente salieron en el periódico.
            A mí me pidieron que les dijera unas palabras y cómo me iba a negar, si las paredes rezuman de los recuerdos que ellos dejaron, como fantasmas... Recuerdos que se unieron a otro fantasma más legendario del que algunos conocen sólo el nombre. Porque en estas paredes hay fantasmas, sí: ya lo creo que los hay. Apenas rascando un poco salen envueltos en nieblas añejas y viejas sábanas.
  

  DISCURSO DE BIENVENIDA A LOS ANTIGUOS ALUMNOS DEL INSTITUTO ANDRÉS LAGUNA, DE SEGOVIA
  

            Dicen que la reencarnación se produce cada vez que un alma se pasea por varios cuerpos: el alma de nuestro instituto se encarnó primero en la plazuela del conde Cheste, en 1845, donde se llamó Casa de Segovia; luego se trasladó al patronato de Ochoa Ondátegui, en 1869, y allí se acabó llamando instituto Mariano Quintanilla; y por último se instaló, en 1963, en la calle Conde Sepúlveda, donde tomó el cuerpo y el nombre de Andrés Laguna.
            Cuenta Platón en uno de sus mitos que un día se separó la parte masculina de la parte femenina: la parte masculina tomó la forma de Andrés Laguna, y la femenina la tomó de Mariano Quintanilla (que era por aquel entonces el instituto femenino de Segovia). Este recinto en el que estamos hoy es el hermano mayor de aquel primer instituto, como cuando una célula primitiva se divide por bipartición ; las células hijas, a su vez, se fueron partiendo en otros trozos, que son los distintos institutos que hay actualmente en Segovia.
            Vosotros habéis estudiado en este instituto, y ahora venís a reconocer los lugares por los que habéis pasado; a través de ellos buscáis también los espejos donde podréis miraros vosotros mismos. Nosotros también queremos saber quiénes somos y por eso, desde hace un año, hemos empezado a celebrar el día de Andrés Laguna. ¿Quién fue Andrés Laguna?
            Fue un médico. Y como médico, se sintió en la obligación de poner límites empíricos a lo que decían sus maestros; si Galeno decía que el hígado tenía cinco lóbulos y él, al diseccionar un hígado, sólo había visto tres, se entregó en cuerpo y alma a la experiencia, de ninguna manera a la autoridad de Galeno; y si le decían que había que sangrar al enfermo y él veía que las sangrías lo debilitaban, siempre se esforzaba en curar mucho y sangrar menos.  Eso era ser médico de verdad.
            Andrés Laguna era humanista. Esto significaba tres cosas: primero, que prefería el original a la copia; segundo, que tampoco se fiaba del original; y tercero, que había que reírse mucho y estar un poco loco. En aquel tiempo se practicaba la curación por las plantas; el gran libro de farmacia lo había escrito Dioscórides, que fue un médico que acompañaba a las legiones romanas por toda Europa catalogando todas las plantas que se encontraba. El Dioscórides había sido traducido al castellano pero Laguna no se fiaba de esas traducciones: así que buscó el texto original (que estaba escrito en griego) y lo volvió a traducir; entonces quiso saber si de verdad existían las plantas de las que había hablado Dioscórides, y empezó a viajar por toda Europa para comprobarlo.
            Por eso Andrés Laguna era viajero. Recorrió hasta el cansancio toda la geografía europea y llegó a decir que había matado más caballos viajando que sangrado enfermos cuando los curaba.
            Fue un ilustrado avant la lettre; por eso se fiaba sólo de la observación, que lo mantenía atado a la realidad, y de la razón, que le permitía llegar adonde no llegaban sus ojos. Por eso se empeñó en combatir el prejuicio y la superstición: y frente a la Inquisición, siempre sostuvo que era falso que existieran las brujas; y frente a la creencia popular, también sostuvo que el frenesí en el que se embarcaban las llamadas brujas no tenía nada que ver con el diablo, sino con el efecto alucinógeno de las drogas que tomaban. Cuenta en uno de sus relatos que unos brujos hicieron en una olla un ungüento verde mezclando cicuta, solano, mandrágora y beleño; con un bote de aquella mixtura mandó untar a una mujer de pies a cabeza, y la mujer abrió los ojos como un conejo (toda ella parecía una liebre cocida); entonces le dio un sopor que duró muchas horas, y cuando despertó le dijo al marido: “tacaño; has de saber que te he puesto el cuerno, y con un galán más mozo y más estirado que tú”; desde aquel día toda la gente quería que la untaran con aquella mixtura.
            Andrés Laguna fue un hombre europeo; y más que europeo, europeísta; en Colonia defendió la unidad de Europa frente al enemigo común, que en aquel momento eran los turcos; y sostuvo que Europa corría el riesgo de desaparecer, no porque el enemigo fuera fuerte (que sí lo era), sino porque ella misma, la propia Europa, estaba dividida; por eso su discurso en defensa de la unidad europea se titula precisamente Europa, que a sí misma se atormenta


            Y si hemos de creer a Marcel Bataillon, que atribuye a Laguna la autoría de una novela picaresca (el Viaje de Turquía), Laguna también sería el apóstol de la tolerancia; pues nos viene a decir que a los enemigos, en lugar de combatirlos (aunque a veces haya que combatirlos también), lo que hay que hacer sobre todo es conocerlos; conocerlos y comprenderlos; y que Turquía no sólo tiene cosas malas, sino también muchas cosas buenas; como el kefir, esa especie de leche agria tan buena para el estómago; y el comer muchas naranjas, que las hay en Turquía; y la costumbre de lavarse siempre, en una época en que los cristianos pasaban muchos meses sin cambiarse de ropa. Llegó a decir, como consejo para curar la peste, que no hay nada como la higiene para prevenirla y mantenerla lejos.
            Y cómo no, el sentido del humor hizo de Laguna nuestro gran médico humanista. Tradujo a Luciano de Samosata, que en la Tragopodagra parodiaba a la tragedia griega poniendo en escena un hilarante coro de gotosos. Tenía un verbo socarrón y corrosivo que enlazaba con lo más granado del Siglo de Oro. Sólo se me ocurre recordar una escena graciosísima donde un médico cura a un fraile de unas fiebres y a un joven de impotencia; el farmacéutico cambia las recetas por error y nos acabamos encontrando con un fraile empalmado que a duras penas puede ponerle freno a su virilidad; de las fiebres del enamorado, mejor hablamos otro día. Se ríe de todo el mundo: de las mujeres turcas que, según dice, son feas como la noche; del papa, que es de la hechura de una cebolla; y de los enfermos de gota, que sufren como dioses y gritan como mierdas. Uno de sus personajes se llama Pedro de malas artes, Pedro de Urdemalas; y otro que le da la réplica tiene por nombre Mata (abreviatura de Matalascallando). La mejor receta para no pasar frío, cuando no tienes con qué comprarte ropa, es hartarte de ajos crudos y de vino, que es brasero del estómago. En fin, he aquí lo que dice la gota, personificada en el diálogo de Luciano, cuando se entera de que el coro de gotosos la quiere matar:

                           ¡Venganza clamaré! Pues me he enterado
de todas las cosas que habéis traído
para matarme: musgos, ortigas,
lentejas, melocotón, zanahorias,
beleño, incienso, sodio,
repollo, ciprés, cagarrutas de cabra!
¡Sapos, ratones, lagartos,
antílopes, hienas, zorros y ranas,
masa de croquetas, puré de garbanzos,
pasas, sanguijuelas y algas de charca!
Con eso me queréis matar:
¡los dioses del Olimpo reclaman venganza!
             
            Laguna se sentía segoviano hasta la médula. Todos sus libros los firmaba como Andrés Laguna “Segoviensis”, y ser segoviano era, para él, tener un hogar al que volver después de haber recorrido mundo (mientras que para otros la patria es el lugar al que uno vive atado sin poder salir al mundo). Ser segoviano era para Laguna lo mismo que ser cosmopolita. En eso coincidía con esa otra segoviana ilustre cuyo nombre todos conocemos: María Zambrano.
            Este instituto está intentando rescatar las esencias más puras del lagunismo: el lagunismo es investigación, es comprobación, es empeño por ir a los orígenes, que es lo mismo que buscar en las fuentes; es ilustración, empirismo, racionalismo, europeísmo, casticismo,  tolerancia y cosmopolitismo; y sobre todo mucho humor. Cada año nuestro instituto dedicará el día de Andrés Laguna a un aspecto del segoviano cosmopolita con cuyo nombre nos identificamos.  
            Y vosotros, que habéis estado aquí hace algunos años, haced un poco de memoria: ¿os atrevisteis a contradecir alguna vez al profesor? ¿Siempre tuvisteis en la razón el antídoto contra las supersticiones? ¿Tuvisteis en la experiencia el antídoto contra la ignorancia? ¿Habéis viajado? ¿Habéis añorado vuestro hogar sin renegar nunca de aquel día feliz en que os marchabais de él? Y sobre todo ¿habéis reído hasta reventar sacándole punta al tiempo? ¿Haciéndole trastadas a la vida? ¿Habéis sido pícaros? ¿Habéis invertido vuestras hormonas en la formación de tretas, bromas, barrabasadas y trampas, a veces tan pesadas como inocentes, en las largas mañanas del invierno? ¿Habéis combatido la lentitud de los días eternos, en las aulas viejas que intentaban domar, sin éxito, a la fierecilla rebelde que todos teníais dentro? ¿Habéis vivido, como Andrés Laguna, como humanistas y científicos, pero también como Matalascallando y como Pedro de Urdemalas? Si la respuesta es sí, no lo dudéis: es porque habéis estudiado en el instituto Andrés Laguna.


            Miércoles, 23 de mayo de 2019, en la biblioteca del instituto.
(Mariano Martín Isabel, profesor de filosofía).

6 comentarios:

  1. Muchas gracias por el detalle y la delicadez hacia todos nosotros. Nos encantó.

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  2. Aquellas palabras, nos hicieron, recordar, de dónde salió gran parte de lo que ahora somos.

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    1. Fué un día mágico. No sé cómo agradecer tantas atenciones. Estoy orgullosa de ser segoviana y alumna del Andrés Laguna. Hasta siempre.

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  3. Estupendo el discurso. Y la introducción que nos regalas. Ser segoviano es una cosa muy seeia, sobre todo si se mira hacia el universo y se es consciente de que el mundo no termina en el Soto de Revenga, por otra parte tan hermoso...

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  4. Entrañable tu discurso, director. Ojala la enseñanza española tuviera muchas personas con tus ganas de hacerlo bien. Gracias por hacernos partícipes de tu ilusión.

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  5. Un maestro puede escribir así, sin más, con ese sentimiento, humor, docencia y entrañable pasión: "¿Habéis combatido la lentitud de los días eternos, en las aulas viejas que intentaban domar, sin éxito, a la fierecilla rebelde que todos teníais dentro?" A mi querida Lechuza Literaria con cariño🎈

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