viernes, 27 de diciembre de 2019

CLASIFICACIÓN DE LAS ARTES



CLASIFICACIÓN DE LAS ARTES


             Cuando hablamos de arte ¿estamos hablando de presencia o de representación? Las dos cosas. Un cuadro es la representación de una escena, pero también es una presencia que nos habla; como representación no habría diferencia entre un cuadro bueno y otro malo, si lo que nos interesa es el contenido o, más que el contenido, su referencia (no la estructura que la contiene); pero como presencia es una propuesta sensorial que incluye, más allá de las sensaciones, placer que sobrepasa el mero placer sensorial, más que hedoné, aisthesis; nos hablan la forma y el brío (o la falta de brío) de sus pinceladas, el vigor de sus  rasgos, la intensidad de la luz, las sombras, el contraste o la ausencia de contraste.
            Un fragmento musical puede representar escenas reconocibles: Vivaldi hace una representación sonora de las cuatro estaciones del año, Grieg representa la tormenta en El regreso de Peer Gynt, Beethoven retrata la naturaleza en su sinfonía pastoral, Mozart hace aparecer el infierno en un momento de su réquiem, las campanas de Berlioz tocan a muerto en la Sinfonía fantástica, las gotas de lluvia de Chopin terminan con el disparo del fusil de los soldados, las aguas de los ríos fluyen cristalinas en Smetana… Los cellos representan las llamas, las flautas son el trino de los pájaros, la percusión puede ser el trueno, y el desorden de los instrumentos (en la célebre marcha fúnebre de Chopin) representa el desorden que se produce entre los deudos cuando se acaba el entierro…
            También se pueden representar metáforas: el estallido interior de Tchaikovsky en la Sinfonía patética, el diálogo entre la libertad y el destino en la quinta sinfonía de Beethoven…
            Otras veces, en la música, no sentimos representaciones, sino presencias; la tensión se mastica en el baile de Prokofiev (a propósito de Romeo y Julieta), el infinito dolor de la delicadeza en la canción de Aase (Edvard Grieg), el frenesí del aquelarre en la fantástica de Berlioz, la distorsión sensorial producida por las drogas en el Magical mystery tour de los Beatles…
            La obra de arte es presencia que nos puebla a través de sus representaciones (la distorsión sensorial de los Beatles nos habla de las drogas, pero no lo hace contándonos cosas sobre ellas, sino haciéndonoslas sentir; y el destino de que nos habla Beethoven no se describe, se siente, y quedamos paralizados mientras lo sentimos por sus cuatro notas). La obra de arte puede ser, también, representación sin presencia (un dibujo puede representar una escena con tan poco brío que nos deja insensibles). Y el arte puede ser, sobre todo, presencia sin representación: ya no es una música programática. La gran fuga de Beethoven podría ser un ejemplo.


1. Presencia y representación.
           
            Si aplicamos esta observación como primer criterio, podremos distinguir entre artes de la presencia y artes de la representación. El segundo criterio serían los receptores sensoriales, pues unos están hechos para la presencia (el olfato, el tacto, el gusto) y otras para la representación (el oído y la vista), de mayor a menor distancia: del olfato al tacto, pasando por el gusto, el contacto viene de más lejos a más cerca, y el oído capta sensaciones menos lejanas que la vista. Estamos hablando, claro está, de la distancia entre el estímulo y el receptor, esto es, de las presencias. La vista capta el espacio, el oído el tiempo, y los tres sentidos restantes el instante; la vista y el oído son representación y el olfato, el gusto y el tacto, presencias: esto quiere decir que en los dos primeros hay que distinguir entre la presencia que habla y la distancia que representa. La máxima distancia en la representación la constituye, por supuesto, la palabra: pues la palabra nos da sentidos que van más allá de los sentidos. La palabra aplicada a los sentidos de la presencia nos da la profundidad, igual cuando expresa razones que sentimientos; pero para atravesar la sensación y captarla en su hondura la palabra debe cargarse de símbolos: símbolo entendido como metáfora, no como sistema de signos; un símbolo así entendido es un signo que no representa la realidad percibida sino la realidad sentida; la realidad pensada se representa, más que con el símbolo, con el concepto.
            Luego está la memoria. La memoria convierte en representaciones todas las presencias. El olor de la madalena evoca un tiempo pasado en la vida del autor. Y el sabor del pescado frito nos trae a la mente la presencia del Mediterráneo, y de Andalucía.

2. Primeros esbozos de clasificación.

            Hemos visto que el arte es el placer del espíritu. Podemos convenir, al margen de toda etimología, que hedoné es el placer de los sentidos y aisthesis el placer del espíritu sensorial (es decir, del sentimiento enraizado en los sentidos); podríamos distinguir, también, entre el placer intelectual (al que podríamos llamar diligencia), el placer del espíritu compasivo (al que llamaríamos piedad) y el placer espiritual (al que llamaremos místico).
            Definimos la sensibilidad como la capacidad de dejarnos impresionar por el exterior; y espiritualidad como la capacidad de unificar todos los sentidos en una experiencia única; si lo que se unifica es el componente informativo de las sensaciones, obtenemos una percepción (la percepción es una experiencia); y si se unifica su componente afectivo lo que obtenemos es una aisthesis (una vivencia estética: al no haber posibilidad alguna de confusión también podremos llamarla experiencia estética).
            La suma de cualidades sensibles más sus correspondientes gestalten produce percepciones. Y la suma de hedonés más sus correspondientes gestalten produce aisthesis. La hedoné, ya lo hemos visto, es el placer sensorial; la aisthesis es el placer estético. Un arte es un universo estético definido por un tipo de aisthesis dominado por un receptor sensorial. Las artes de la presencia buscan el espíritu en sus mismas sensaciones; las de la representación lo buscan en cada una de las dos mitades en que se escinden: por un lado la presencia sensorial, que nos penetra, y por otro la representación, que nos envuelve; veámoslo más de cerca.


            1. Artes de la presencia. Buscan espiritualidad en las sensaciones y encuentran la eternidad en el instante: puerta desde la que trasciende a la esencia. Dentro de estas artes de la sensación podemos distinguir tres tipos:
            1.1. Artes del tacto. Se trata del erotismo. En el orgasmo el placer tiene su concentración máxima en un instante, desde el que explota, a veces prolongándose durante un tiempo, en el estar fuera de sí, fuera del mundo, abandonándose al dejarse ir en el que se estaba concentrado; un rapto de los sentidos, un éxtasis u olvido de sí mismo para fundirse en el placer máximo de ser, que es como unirse al flujo del mundo. Ese mismo abandono, cuando trasciende los sentidos, es un éxtasis espiritual: el alma se funde con el espíritu universal y se olvida de sí misma, pierde los sentidos, pierde la razón.
            1.2. Artes del gusto. Buscando la hedoné está la gastronomía, conjunto de técnicas para extraer el máximo poder de goce en el paladar; esto es sólo placer en el cuerpo, mas para conseguirlo, como le pasaba también al erotismo, es preciso que la técnica se una a la inspiración: es, desde luego, un arte más que una técnica. Pero el placer que se obtiene no deja de ser una hedoné, no llega a aisthesis: ¿podríamos decir que la gastronomía es un arte sin aisthesis? Tal vez. Sería un arte incompleto, puesto que en la elaboración intervendría el espíritu pero en el resultado no; sería inspiración, y por tanto rapto, en busca de la hedoné, no de la aisthesis.
            1.3. Artes del olfato. El culto a los perfumes, la cata de vinos. La concentración debe ser máxima y el artista debe estar suspendido para conocer lo sublime (esto es, debe estar inspirado); pero el resultado no pasa de ser una hedoné muy sublimada y sutil; en esa delicadeza ¿no podríamos decir que la hedoné (el placer de oler el vino) se transforma en aisthesis (placer de hundirse en el espíritu del vino a través de su olor)? ¿No podríamos decir lo mismo de la gastronomía, por lo menos cuando trasciende mucho más de las recetas y lo fía todo al tacto, al instinto, a la inspiración del cocinero?
            2. Artes de la representación. Buscan espiritualidad en las sensaciones y en el universo que trasciende por detrás de ellas: el que se vive sin estar en él, desde la distancia. La distancia se despliega en intensidad, en el espacio, y en fluidez, en el tiempo.
            2.1. Artes del tiempo. Su medio de expresión es el sonido, que nos lleva, por dentro de la realidad, hasta el éxtasis que se produce más allá de ella.
            2.1.1. Artes del sonido. Buscan, en la sensación sonora, un placer que va, más allá del sonido, hasta el misterioso espíritu sonoro. El sonido puede ser estridente o dulce, y agrada o hiere al oído; pero también puede ser sublime, dramático o trágico, y entonces quien siente y padece es el espíritu, que tiene un peldaño en el oído y se lanza, más allá de la corteza, en el cerebro de las emociones. El sonido conmueve nuestras fibras interiores y se expande en las entrañas, hasta el recóndito mundo del sentir, más allá del sentido viscerotónico del vientre: y es música. O expandirse, desde las fibras interiores, a los músculos, y del éxtasis del espíritu es sensación apegada al movimiento; y es música expresada con el cuerpo, tiempo vertido en el espacio, es la danza. También hay momentos en que esa presencia quiere representar, desdoblar el mundo real en otro virtual que es como la sombra del primero, y es música programática; pero el mundo virtual no tiene su eco en la realidad, su referente, preexistente, más que en la percepción, en la imaginación y el recuerdo, es un mundo creado que sirve de modelo a la representación que lo imita.


            2.1.2. Artes de la palabra. Si la música provoca sensaciones y sentimientos, la palabra produce significados; en la música, cuando hay significados más allá del sentir (música programática), produce conocimiento; pero lo propio de la música no es conocer, sino sentir las profundas fuerzas enraizadas en las tripas y en el corazón, oscilantes entre la luz y la oscuridad sin que la luz sea buena y la oscuridad sea mala, pues muchas veces sucede al revés; y escuchar música es sumergirse en el fondo metafísico de nuestro ser, sin resolverlo en ontología, sino en ontopatía: un sentirse en el mundo y un sentir el mundo en mí, más allá del conocimiento o más acá, quién sabe, con la razón arrastrada por los vientos y las olas y los seísmos, huracanes del ser.
            A) Palabra hablada. Todo eso lo podemos encontrar en la palabra, cuando es arte. Pero en la palabra además hay voces que le hablan a la inteligencia. La música nos habla al corazón  y es un universo sinfónico; o les habla a las tripas y a los músculos, al movimiento, y es danza; la danza es síntesis de sensibilidad y movimiento, la ópera es síntesis de música y palara, y la síntesis de música, danza y palabra es el arte total: así lo entendió Wagner. Palabras para la inteligencia, música para el corazón y danza para el cuerpo; síntesis de la palabra con el sonido y con la voz, una humanidad animal: pues, como decía Aristóteles, los seres humanos tienen palabra y los animales tienen voz.
            La palabra es hablada o escrita: ópera y teatro definen, en la oralidad, un continuo gradual entre la palabra y la música, ópera cantada, tragedias griegas con coros cantados, o teatro brechtiano salpicado de canciones; entre la zarzuela y el musical. En el teatro solamente hablado la intensidad del sentimiento, en el clímax, surge de la intensificación gradual del desarrollo de la acción hasta que se produce un estallido: en él la progresión continua se rompe bruscamente en una explosión. Y junto a la intensificación de la acción se produce la intensificación de la palabra, para conseguir, en esa convergencia, la máxima intensidad posible en el estallido climático: la tensión dramática en su punto álgido.
            A menos que estemos hablando de comedia: y entonces lo que estalla no es el dramatismo, sino la hilaridad.
            B) Palabra escrita. La palabra escrita se escinde en poesía y novela. En la primera se busca la intensidad del sentimiento y es, hundiéndose en las profundidades del alma, búsqueda de las raíces metafísicas de nuestro ser; por eso es la poesía tan parecida a la música y, para muchos, tan árida y tan difícil de leer; en poesía, como en música, se buscan la sensación y el sentimiento más allá del significado, o más acá de él; y por eso las palabras son sensorialidad pura, emoción pura, portadoras de significado despojándose de significación, en su presencia sonora (aliteración, onomatopeya…), o sentida (metáfora: donde el significante no busca su referente en lo representado, sino en la presencia de las emociones íntimas que quiere evocar, despertar, derribar o crear). Originariamente la poesía fue palabra cantada, tanto en su significado afectivo (lírica) como referencial (épica); pero cabe suponer que, más que la lírica, fue la épica la primera poesía cantada.
            La novela, o cualquiera de las formas del relato, no muestra a los personajes y decorados, sino que habla de ellos; y lo hace convirtiendo las palabras en presencias que contaminan a lo representado, y entonces las cosas se muestran a través de ellas escapándose de la representación que dice en lugar de mostrar; lo que se dice es la objetividad que contemplamos; lo que se muestra es la subjetividad que se vuelca en ello; se dice el significado de las palabras, se muestrea su significante, que se impregna en su significado: ésa es la palabra poética; en el tratado las palabras se borran para mostrar sólo su significado, que consiste en decir leyes y fórmulas mientras lo que se muestra no es la palabra, sino la imagen: fotografías, dibujos, esquemas y gráficos.
            2.2. Artes del espacio. El sonido, el músculo y la palabra representaban el mundo a través del movimiento; la pintura, la escultura y la arquitectura lo representan a través de la quietud. Nuevamente se desliga el arte en un doble placer: el de las formas que contemplamos, que es armonía en la representación, y el de la materia moldeada, que es experiencia estética. El primero es un placer externo al arte y el segundo placer inherente al mismo. Hay fotos que parecen bellas por la belleza de lo fotografiado, y fotos que lo parecen por la belleza de su composición, por las transiciones o el contraste, por su estudio del color; las primeras son bellos cromos o imágenes sagradas y las segundas auténticas obras de arte: es la diferencia que hay entre lo bonito y lo bello. Lo bonito utiliza los recursos técnicos con eficacia expresiva, pero sin vida en la expresión; y lo bello es producto de una técnica inspirada; lo primero, simplemente, es técnica; lo segundo además de técnica es arte.


            Las artes visuales son reproducciones del mundo; las artes auditivas, producciones del autor. Toda reproducción es significado al servicio del mundo observado, pero la producción es significante al servicio del autor y del espectador; las reproducciones, para ser artísticas, tienen que ser producciones, es decir creaciones, con los materiales expresivos; de lo contrario es ciencia, tecnología, didáctica, pero no es arte. El carácter de la pintura con respecto a la arquitectura y la escultura depende de los materiales usados (su dureza, maleabilidad o resistencia, cualidades que les dan mayores o menores capacidades expresivas; y, por supuesto, de las técnicas empleadas: no es lo mismo, y no se pueden hacer las mismas cosas, con la acuarela que con el óleo, el granito que el bronce, la piedra que el hierro, el Taj Mahal que la torre Eiffel.

Conclusión.

            La técnica es un conjunto de instrucciones, un modo de uso. Y el arte es el uso creativo de la técnica. Hace falta un científico, y hasta un artista, para crear una técnica pero una vez creada su uso es mecánico. Sin embargo el arte es creación continua. Hasta cuando copia. Cuando dice Platón que las cosas son una mala copia de los ideales, si para hacer esa copia tomamos como modelo al pintor, Platón lo concibe como un mero operario que reproduce mecánicamente la realidad, como si fuera trabajo en cadena: y sin embargo no es así; no es la suma de similitudes con el modelo lo que hace mejor a la obra de arte, sino al revés: el espíritu creador es el que hace que la obra se parezca más al modelo. Platón se equivocaba: el arte no es sólo imitación, copia, mímesis, es ante todo poiesis; y la mímesis, si no es poética, no es artística, copiar es mucho más que calcar en la ventana los contornos de un dibujo que se transparenta en el papel (aquí sí que la copia no es nada creativa). Pero los copistas del monasterio, cuando copiaban los códices, sí que hacían mucho más que copiar.
            El dominio de las técnicas de copia no hace de nosotros unos artistas; ese dominio es necesario, pero no suficiente. Ni tampoco la existencia de gestalten que hacen que nuestra copia sea más atractiva, no: los aprioris también son necesarios, pero no bastan, se necesita todavía algo más. Ese plus diferenciador de la obra de arte es la trascendencia. Pero una trascendencia que, lejos de olvidarnos en la existencia, nos saca de ella; y, como los rasgos que hemos copiado de ella, nos hace llamar a las puertas de la esencia. El arte nos arranca de la banalidad que hay en lo cotidiano y la perfora, llegando a lo profundo: donde lo anodino se vuelve trascendente. El arte, o nos hace tocar la eternidad con los dedos el tiempo, o no es arte; el resto es técnica sin ilusiones, trabajo desencantado, aburrimiento y tedio, alienación; vivir sin arte no es, en definitiva, más que vida sin aliciente: es sólo nostalgia del ser.







jueves, 19 de diciembre de 2019

LAS MURALLAS





LAS MURALLAS    


             Para protegerse de los mongoles los chinos construyeron una gran muralla; sus dimensiones son tales que se puede ver a gran distancia desde el espacio.
            Berlín quedó dividido por un muro que separó a las familias desgarrando el sentimiento de mucha gente; muchos murieron intentando atravesarlo; a diferencia de la muralla china, el muro de Berlín no protegía a nadie de las invasiones.
            Durante la guerra de Cuba España dividió la isla con una barrera infranqueable: la trocha de Júcaro-Morón; pero fue cruzada incontables veces por el general Máximo Gómez teniendo apenas sólo una baja entre sus soldados.
            Melilla tiene una valla que impide el paso de los emigrantes a España. Donald Trump se propone levantar otra que aísle a la gente de Estados Unidos y Méjico. Israel ha construido otro muro que separa a judíos y palestinos. Otras barreras menos materiales separan a la gente, como la segregación en los Estados Unidos en tiempos de Martín Lutero King, la religión en los Balcanes o el apartheid en Sudáfrica.
            Durante mucho tiempo las ciudades, para defenderse de los saqueadores, tuvieron que protegerse levantando murallas: Lugo, Ávila, Segovia, Carcasona… Los castros también las tenían, y los fuertes del salvaje oeste, y las empalizadas de los campamentos romanos. Todas las fronteras separan a los países como otras tantas murallas.
            Durante los años sesenta se puso de moda el deseo de derribar las murallas. Lo hizo John Lennon con la canción Imagine, otra canción titulada San Francisco hablaba de casas cuyos habitantes habían tirado las llaves y la construcción de Europa se hizo borrando fronteras; podríamos encontrar ejemplos de países que se empeñaron en tirar todos los telones de acero.
            Los muros, en sí mismos, no son ni malos ni buenos. Cuando se construyen para evitar ataques tienen, cómo no, su razón de ser; pero si se levantan para no dejar pasar a la gente perseguida, pobre y desnutrida, ya es otra cosa; no es lo mismo poner la otra mejilla que dar de comer al hambriento; también es verdad que si damos cobijo a todo el mundo correremos el riesgo de quedarnos sin casa; la solidaridad con los de fuera no debería ser incompatible con el amor que les reservamos a los de dentro.


            Los muros protectores son bienvenidos; los insolidarios, aborrecibles; resolver los problemas de casa no es cerrar los ojos a nuestra realidad circundante, sino abrirlos para protegernos dentro sin menospreciar a los de fuera. ¿Y eso cómo se hace? Sólo sé que las columnas de niños hambrientos, madres desnutridas, jóvenes sin futuro y padres sin presente nada tienen que ver con las columnas de guerreros; las murallas de las ciudades amenazadas no tienen nada que ver con los muros que levantan, para que no pasen los hambrientos, los habitantes de las ciudades prósperas; querer confundirlas es poner una piedra donde tenemos el corazón, tratar como escoria a personas cuyo único pecado es pasar hambre y no tener un techo donde dormir: sobre todo en las noches de invierno.
            Cerremos las puertas quienes vienen con la espada en la mano; pero abrámoslas a quienes llegan con las manos abiertas; el problema es que la espada gusta de esconderse entre las manos desnudas, los guerreros sanguinarios se camuflan cobardemente entre la gente pacífica: pero son minoría; la gran mayoría es esa multitud de desharrapados que, después de estar padeciendo calamidades, sufren también la calamidad de que otros se disfracen de ellos; que vengan en nombre de dios es ya el colmo de las ironías, el colmo de las pesadillas.
            Los ejércitos, antes de combatir, deberían servir para evitar el combate; y eso se hace desenmascarando a quienes se hacen pasar por gente pacífica contaminando, con su presencia, a quienes son pacíficos de verdad: para eso sirve la inteligencia; no la fuerza bruta. No es de brutos darse cuenta de que si Londres se sale de una Europa que no la ha atacado es porque prefiere ver como enemigos a los amigos; sentirse superior a los iguales (que el Bréxit, igual que la independencia de Cataluña, es poner barreras donde no hacen falta y separar a las gentes de paz como si fueran gentes de guerra).
            Paz a los hombres de buena voluntad. (Que no. Que el lenguaje se ha levantado también como una barrera. Que en lugar de unir, separa. Es como si nos olvidáramos de las mujeres de buena voluntad, que están en la palabra de los hombres pero son invisibles, porque no se sienten amparadas en ella). Es tiempo de navidad, tiempo de paz, tiempo de luz. Que caigan los muros absurdos y sólo permanezcan los que de verdad son necesarios sobre la tierra.
  


  
ROMANCE NAVIDEÑO


   En Belén nació Jesús
desterrado entre los suyos
perseguido por Herodes,
enemigo de los niños;
y se tuvo que marchar
por desiertos y caminos
con María y con José,
extranjeros en Egipto.

   Encontraron un portal
y un pesebre allí, escondido,
y entre pajas fue a nacer
bajo un cielo gris oscuro;
lo alumbró una vieja estrella
que también buscó refugio,
astro errante sobre el cielo
con su cola y con su brillo.

   Lo arrullaron los pastores
y animales, que los hubo,
como el burro y como el buey
sobre un suelo viejo y duro.

   Desde entonces fue Jesús
renacer de un nuevo mundo,
un fulgor en la cultura
y un principio en otro culto
empeñado en enseñar 
a pensar y amar al mundo:
que este mundo es de los sabios,
no es el mundo de los brutos,
y ser sabio es cultivar
la palabra que se dijo
en la calle con la gente
y en las aulas con los libros.

   Quiera dios que en el portal
reine la paz de los libros
y decir “ven, navidad”
sea decir “hola” al mundo
donde vive la palabra
sobre gritos y susurros.

   ¡Feliz navidad! Alcemos
nuestras copas
encontrando el tiempo justo
de beber a la salud
de los buenos y los brutos;
y bebamos, pues hay sed,
sí, bebamos todos juntos
por aquellos extraviados
que aún caminan por el mundo. 



viernes, 13 de diciembre de 2019



EL ARTE (3): TRASCENDENCIA
  

1. Definiciones.

            Uno puede preguntarse qué es la esencia de las cosas. Una respuesta frecuente es que es la abstracción de sus apariencias. Un avión no es un bimotor (pues hay aviones que tienen más de dos motores) ni un cuatrimotor (por las mismas razones), ni un planeador, ni un biplano, ni un aparato con hélice (pues puede tener turbinas); las hélices son tanto de los aviones como de los barcos, y lo son tanto como las turbinas, y los biplanos lo son tanto como los monoplanos. Un avión es, en esencia, lo que tienen en común todas sus apariencias: un aparato con motor y alas que sirven para volar. Aparato: por lo tanto un ser artificial, no un animal, no un insecto,  ni un murciélago, ni un pájaro. Con motor, independientemente del número de motores que tenga. Con alas, da igual que sean una o dos; o tres, incluso. La idea de avión no se puede dibujar; sólo se dibuja cualquiera de sus existencias, no su esencia; dibujamos aviones reales, no ideales; aviones existentes, no esencias de avión. La esencia de una cosa es eso que comparten todas sus variedades y que no corresponde en particular a ninguna.
            O sí. Quién sabe. En segunda aproximación veamos en qué contextos usamos la palabra “esencia”. La esencia del café es esa sustancia donde se concentra su olor y su sabor, el grano que mezclamos con el agua, un grano de café torrefacto; en ese sentido la esencia del café, volcada en el exterior, sería su aroma; tendríamos que distinguir entre una esencia contenida (el grano de café) y una esencia derramada (el aroma): y habría que admitir que, al menos en parte, hay esencias que existen en la realidad, no son sólo representaciones ideales captadas por la inteligencia, inaccesibles a los sentidos. La esencia del café se huele; no es sólo una idea, también es una realidad que existe: una manifestación concreta de sus propiedades.
            En tercera aproximación, la esencia de una cosa es lo que conviene a la totalidad de sus individuos. Yo digo que robar es bueno si no me pillan, pues con el dinero robado satisfago mis caprichos y realizo mis proyectos. Pero eso no es bueno para la persona robada, aunque lo sea para mí; por lo tanto no puedo decir que robar sea bueno, así, en general, sino que es bueno para unos y malo para otros. Lo que es bueno para unos y malo para otros no es bueno, así, en sí mismo, bueno a secas. Lo que es bueno sin mayores precisiones es lo que es bueno para todos, tal es la naturaleza del bien. Bueno es lo que conviene a todos los seres humanos de la historia, a los que han vivido, viven y vivirán. La salud es buena para todos. El amor también. Y el dinero. Y el bienestar. Y la belleza. Y la justicia. Y el respeto. Pero lo que es bueno sólo para algunos no es el bien sino el placer, el capricho, la codicia.
            En cuarto lugar, la esencia de las cosas es lo que no entra en contradicción con otras cosas esenciales para ellas: tal es, ahora, la naturaleza del bien. El placer es bueno pero si el tabaco me quita la salud, entonces el placer que me procura es un mal disfrazado de bien; si un placer te quita la posibilidad de disfrutar de otro entonces no es bueno: los momentos agradables que nos proporcionan las drogas, incluido el tabaco, el café o las pasiones en general, nos van destruyendo poco a poco y lo propio del bien es construirnos, no colaborar en nuestro desmoronamiento.


            En quinto lugar, podemos decir que la esencia de una cosa es su utilidad, y su utilización continuada la va destruyendo poco a poco (como la goma que se borra al borrar puesto que borrar consiste en deshacerse para deshacer el lápiz o la tinta que hay escritos en el papel); y como deshacerse es lo mismo que desaparecer, poner a trabajar la esencia de la goma es hacerla desaparecer poco a poco: hasta que se gasta. Existir es hacer que aparezca nuestra esencia y al hacerlo, inevitablemente, empezamos a desaparecer.
            Recapitulando provisionalmente, convendremos en que hemos adelantado cinco definiciones de lo que entendemos por esencia.
            Primero: una esencia es lo que tienen en común todas sus apariencias (un avión es un aparato con alas  que sirve para volar). Al revés que la existencia, la esencia no se puede dibujar. A menos que el cubismo de Picasso, que representa a las cosas de frente y de perfil, sea como esa superposición de fotos de rostros diferentes de la que sale lo que tienen en común todos los rostros: algo así como el fantasma abstracto del rostro que trasciende por encima de todos los rostros en los que se encarna.
            Segundo: una esencia es la concentración de sus cualidades, no ya de sus apariencias (la esencia del café es su aroma). Todos tenemos apariencias no esenciales pero la apariencia esencial es la esencia derramada (el aroma) y se derrama de un punto en el que estaba contenida y concentrada (el grano de café). No es esencial que yo me vista con jersey o con chaqueta, pero sí lo es que mi cuerpo se vista con la piel que la naturaleza le ha dado. Platón pensaba que las apariencias, engañosas, traicionan el espíritu de la esencia; yo defiendo, con Platón (no contra él), que las apariencias de las cosas son más o menos aproximadas según el grado de fidelidad con que participan de, o imitan a, la esencia con la que se comparan.
            Tercero: una esencia es lo que conviene a todos los individuos que la encarnan (es esencial para el ser humano tener salud, bienestar, dinero, belleza y amor, pues sin salud, dinero, bienestar, amor y belleza en ninguna persona puede realizarse –diríamos también: encarnarse- el proyecto de humanidad). El bien no conviene sólo a unos cuantos: o conviene a todos es un mal que se disfraza de bien.
            Cuarto: una esencia es lo que no entra en contradicción con otras cosas esenciales cuando viene a existir (el placer del tabaco me quita el placer de disfrutar de los olores y los sabores, por lo tanto no es un placer esencial). Existir es compartir rasgos compatibles en el trasfondo de nuestras apariencias, por lo tanto para un herbívoro tener dientes caninos no es un rasgo esencial; ni tener ojos para un topo; ni tener alas para una ballena; en el mejor de los casos las alas le estorban a la ballena, y en el peor, no le dejan nadar.
            Quinto: una esencia es lo que nos lleva a la  muerte en el momento mismo de nacer; aquello que, cuando llega a la existencia, inmediatamente empieza a dejar de existir; lo que apenas aparece empieza ya a desaparecer (como la goma que se borra cuando empieza a borrar).
            Abstracción. Concentración. Extensión. Consistencia. Contradicción. El aroma es la esencia del café porque es la abstracción de todas sus apariencias, está concentrado en el grano, lo tienen en común todos los granos de café de todas las variedades, no contiene sustancias parásitas que le quiten su olor y se consume, diluyéndose, desde el instante mismo en que empieza a salir de la taza (de la cafetera, más bien). Es posible que haya otras definiciones de lo que entendemos por esencia, de hecho seguro que las hay; pero como toda investigación debe tener un final demos, por el momento, por zanjado nuestro estudio aunque haya algo de aporía en sus conclusiones; aunque nuestro concepto sea sólo provisional.   


2. La esencia en el arte.

            El arte es un juego que se preocupa por la esencia, como la ciencia: sólo que para un científico las apariencias, importantes al principio, acaban siendo accesorias (y para el artista las apariencias son el vehículo en el que se muestra la esencia transportada). Una vez que sabemos que la esencia de la vida es nutrición, relación y reproducción, el estudio de la morfología, la anatomía, la fisiología y otros aspectos de los seres vivos sirve para definir categorías distintas de seres, con independencia de su aspecto; mas para el arte el aspecto es fundamental a la hora de plasmar lo que es esencial en las cosas.
            Hay apariencias que se contentan con existir: otras trascienden más allá de la existencia; las primeras conforman relatos episódicos, anecdóticos, intrascendentes, y las segundas los iluminan con la luz de su argumento; las primeras permiten construir lienzos, seguramente armoniosos y bonitos, pero sin alma, sin vida, se quedan en cromos, mientras que las segundas construyen auténticas cascadas de sentido que se tapan unas a otras; el arte superficial se comenta en un momento: la profundidad en el arte no ha terminado de admitir una interpretación cuando detrás de ella, oculta, aparece otra, y luego otra, y otra, y otra.
            Hubo en su momento folletines para el consumo de masas; historietas que convivieron con la tradición de la gran novela; Eugène Sue, por ejemplo, convivió con Balzac, Flaubert, Víctor Hugo, Los miserables fueron contemporáneos de Los misterios de París. En San Manuel Bueno, mártir vemos que convive Unamuno con el Bertoldo. Vinieron los pliegos de cordel. Luego fueron los tebeos, las fotonovelas, las telenovelas, finalmente los culebrones. La literatura de masas se consume mucho más que la literatura para las gentes cultas, para las élites, ¿cuál es la razón de su éxito? Al principio o al final de cada episodio de ese primer culebrón que vino a España (o, por lo menos, uno de los primeros: se llamaba Cristal) aparecía hablando Antonio Gala. Yo me preguntaba cada vez que lo veía: ¿qué pinta Antonio Gala aquí? Tuve que ver varios episodios para darme cuenta de que, por detrás del tedio de las repeticiones interminables y, desde luego, prescindibles, había momentos en la evolución de las tramas verdaderamente apasionantes; capítulos antológicos y magnéticos, episodios en los que te quedabas clavado y no eras capaz de apartar los ojos del televisor. Uno comprende entonces que los culebrones, por lo menos en momentos concretos de la trama, tienen gancho. La pregunta es por qué. Uno comprende entonces por qué Antonio Gala, con su bisturí de disecciones, se interesa denodadamente por la anatomía de los culebrones.  
            En el culebrón uno siente a los personajes como si fueran su familia. A fuerza de compartir tantas cosas con ellos acaba uno viéndolos como si vivieran en su casa, el televidente apaga la televisión y al salir al pasillo podría encontrárselos, podría toparse con ellos, en el dormitorio, en el salón, en la cocina. El culebrón, entonces, le alegra la existencia, le pone a uno delante la existencia de otras personas para fundirse con la suya propia; uno apaga el televisor y parece que fuera de la pantalla prosiguen las mismas cosas que veía dentro. El culebrón parece verdad como la vida misma, pero eso es sólo una ficción: en la realidad no se grita y gesticula como gesticulan los actores, y sin embargo hay algo en ellos que parece auténtico, algo con lo que se identifica uno: los temas; en la vida diaria también se utiliza a los niños como moneda de cambio para resolver los problemas de los matrimonios, también le hacemos un hijo al otro para evitar que nos abandone, imaginando que con el niño la pareja superará sus crisis; también se mira por la rendija de las puertas, se escucha por las paredes, se entera uno de las cosas por boca de cotillas, y las prácticas más abyectas de la gente sencilla y corriente se refleja en la pantalla, retratándola: pero el retrato nos hace buenos. Y nos enfurecemos con los malos imaginando que en la vida misma los malos son los otros, ya que en la pantalla nosotros nos identificamos con los buenos.


            En una palabra: el culebrón es una existencia que prolonga en sus personajes los avatares de nuestra existencia cotidiana. Por eso no nos aburre que se repitan tantas veces las mismas cosas, porque en el mundo nosotros también les contamos los mismos cotilleos a la familia, los contamos en el trabajo, a los vecinos, en la tienda, en la calle, en la pescadería; tampoco nos aburre que aparezcan tantas veces los mismos personajes en situaciones intrascendentes, porque también en la vida diaria vemos un día tras otro a la misma gente en situaciones sin trascendencia. Si además a eso le añadimos que el culebrón no nos hace pensar, sino sorber lugares comunes y prejuicios, el cóctel está servido; luego le añadimos algunas pinceladas de cultureta, o ponemos a los personajes en un mundo exótico del que nos van enseñando cosas, y tenemos la sensación de aprender. Eso, unido a una inteligente distribución de las tensiones y los dramas, de los momentos flojos y los momentos fuertes, y tendremos el éxito asegurado.
            Pero no es arte lo que estamos viendo. El arte no es apariencia sin fondo, existencia sin sustancia, existencia prolongándose en la vida (sin dejar de ser espectáculo), episodio sin argumento. Hay claramente definida una línea de separación entre buenos y malos, tramas que se superponen sin superponerse las interpretaciones, para vencer el aburrimiento, y esquemas que simplifican la historia reduciéndola a simpleza (la simpleza es lo contrario de la sencillez, de la simplicidad). El culebrón está construido sobre aprioris de la sensibilidad, pero no tiene trascendencia, y la elaboración, esquemática y hueca, es mínima. No es arte, no, el culebrón es otra cosa. Es un juego de entretenimiento. Una historia que nos sirve para jugar, para evadirnos de la realidad mediante la identificación con fantasías irreales, pero llena de banalidades, simplona, intrascendente; uno diría que es una historia hueca, y es verdad; la existencia que se vacía de lo esencial pierde contenido, se queda en nada, y esa nada, para despojarla del tedio, se viste con oropeles artísticos, pero falsos, y la llenamos con tintes de realidad, pero su realidad es falsa también. Ni lo artístico es arte ni la realidad es real. Y no nos hace pensar.
            El arte empieza cuando la existencia que se nos muestra empieza a destilar sentidos que se ocultan unos a otros, interpretaciones diversas y complementarias, situaciones que trascienden fuera de la apariencia estrecha de su propio existir y, en el mismo instante en que aparece un significado profundo entre metonimias, metáforas y sinécdoques, se llena de profundidad la propia apariencia, y la superficie se vuelve tridimensional, el diagrama plano y las historias huecas se vuelven densas y en todos los episodios se teje, sobre el trasfondo de lo que importa, una línea argumental; si la superficie del relato no se rompe hundiéndose en el vacío, en la nada de un relato hueco, sino que se abomba en el ser llenándose cada vez más en el ser y a medida que se llena va trasmitiendo cada vez más plenitud, no sólo placer; y a veces felicidad sin placer; mientras que el arte malo, centrándose en el mal gusto, te deja un vacío después de haberte reído, y la alegría de lo aparente deja paso a la tristeza de la falta de profundidad. Lo mal hecho te empobrece, y no se compara con la riqueza que nos llena cuando absorbemos arte de verdad.


            Una de las formas en que se muestra la trascendencia es que el significado aparente cambia cuando lo leemos en profundidad. Esos personajes buenos, inocentes, puros, que son víctimas de los pérfidos y malvados, son malvados en realidad: y lo peor es que ese descubrimiento no procede de la obra de arte (suponiendo que lo fuera), sino de la crítica del espectador; en la novela de verdad, en el verdadero cine, en el arte de calidad, el descubrimiento de la maldad detrás de la bondad aparente viene del espesor de la historia, de la densidad de los personajes, de las cascadas de significados que se entrelazan unos con otros; y en esa polifonía de voces está la esencia que brota detrás de lo aparente, como en el fondo del vaso está el café, como en el fondo en el que se proyecta la superficie, como trascendencia que va destilando la existencia; y hay tantas interpretaciones trabadas, tantas lecturas que hay que hacer, que uno no acaba de comentarla nunca; por eso suscita tantos debates, y tan largos, el arte con mayúsculas; todos esos significados están en la obra, no los tiene que poner el crítico, sacándolos de la lógica y del buen gusto, para señalar que le faltan. A título de ejemplo: ese personaje dulce, cándido y bueno que aparece en la pantalla no puede ser bueno cuando lo presentan a todas horas cotilleando y quejándose, demasiado puro para ser verdadero, demasiado bueno para estar ocioso: porque si se pasa todos los capítulos de la serie hablando, ¿cuándo trabaja? ¿Se puede ser bueno y vago al mismo tiempo? ¿No se manchan las manos cuando uno trabaja, no huele uno a cocina y a fábrica, no se mancha la ropa cuando uno tiene cosas que hacer? ¿Se puede ser buena y al mismo tiempo estar maquillada, vestida de punta en blanco, las uñas largas y pintadas? ¿Es coherente ser cocinera y modelo al mismo tiempo? ¿Abnegada madre y no salir nunca con el niño, o salir para tenerlo sólo de adorno? Si la esencia, como hemos visto, es consistente, la forma en que aparecen los personajes no es la forma de lo que tienen que ser: en esa falta de consistencia los personajes se deshacen por sí solos, la historia se desmorona, las tramas se diluyen, y no queda nada trascendente más que relatos huecos y realidades sin retratar. Porque el retrato de las apariencias está en la esencia que tienen dentro en su existencia densa, nada plana, que hace de cada imagen una de las perspectivas en las que se expande su profundidad.







viernes, 6 de diciembre de 2019

GEA Y URANO





GEA Y URANO
  

            Gea es la tierra. Urano es el cielo. El cielo es hoy un espacio vacío que rodea la tierra, pero para los antiguos griegos era una esfera cristalina que la cubría; en ella estaban enganchados los astros, como lámparas sujetas al techo.
            La tierra surgió del caos. Casi siempre se considera el caos como desorden, porque se opone al cosmos, que es el orden. Más bien es una masa informe, oscura, ilimitada. Masa sin forma y sin límites, que es como decir que lo ocupaba todo. Platón imagina a dios como un artesano que le da forma al caos; que le pone límites.
            Pero lo más probable es que, en la antigua Grecia, el caos no fuera eso. Era una profundidad abierta, un abismo, un vacío. El caos no sería materia sin forma, sino espacio sin materia. El caos es el padre de la noche. La formación del mundo empieza con una enorme concentración de oscuridad: así lo vemos en “Las aves”, de Aristófanes. Para la secta de los órficos, en cambio, la formación del mundo empezaba o por la noche o por el Tártaro. Hasta el Génesis tiene como primer momento de la creación la aparición de la luz. Hay una teoría científica, conocida como la gran explosión (el big bang), que postula el origen del mundo como una fulguración repentina, un chorro de luz saliendo de la materia oscura: así empezó todo.
            De modo que el caos es: o bien materia sin límites ni forma, o bien espacio sin materia; según las versiones a las que hagamos caso. Lo vemos en Hesiodo. Del caos surgió la tierra, a la que los griegos llamaron Gea. Gea era la tierra en vías de formación. Si el caos era espacio vacío, Gea sería la materia que pasa a ocupar ese espacio. Si, por el contrario, aceptamos que el caos era materia sin forma, entonces la tierra ya sería materia en formación.
            ¿Qué forma empezó a tener la tierra? Fue primero una superficie de valles, ríos y montañas, bajo la cual se extendía el Hades: el inframundo o infierno, lo que hay debajo. Y en lo más profundo del Hades, el Tártaro. El Tártaro era un lugar de tinieblas y profundidad; si tiramos allí una piedra tardará cinco días en caer; es como una jarra de cuello estrecho de donde salen las raíces del mundo como sale el ramo por encima del vaso: las tierras y los mares, que se despliegan por encima de la boca infernal. La distancia que hay del tártaro a la superficie de la tierra es la misma que entre ésta y el cielo. Es el fondo de todas las cosas: más allá de él ya no existe nada; el Tártaro es un lugar agobiante situado en las profundidades de un abismo.
            Hesíodo nos dice que la tierra engendró al cielo; Gea es, por lo tanto, la madre de Urano; pero Urano también es su esposo: Gea es, por tanto, la madre de su esposo. De la unión del cielo con la tierra salieron Cronos (el tiempo) y Rea (la materia, la sustancia). Eso era en la mitología. Para la ciencia la tierra y Urano son planetas. Y están alejados entre sí. La tierra es el tercero por su proximidad al sol, y Urano es el tercero por su lejanía.
            Lo más curioso es que Urano gira en sentido contrario a como gira la tierra. Y hay una música de Holst que quiso retratar a Urano; lo quería retratar como mago: escuchad.


            Juan puso en marcha el tocadiscos. Sonaron varios acordes graves, lentos, rematados por unos golpes de timbal. Luego se escucharon unas burbujas sonoras que subían desde el fondo del vaso, y su alegre centelleo quedó ahogado por los sonidos graves y mágicos; de una magia dura, pesada, amenazante. Del trotar de pesados caballos surgió un crescendo que ahogaba las burbujas, y su crepitar suave fue sustituido por explosiones de timbales percutiendo el espacio. Un vaivén entre murmullos y amenazas donde lo grave y lo ligero dialogaban sin destruirse. A lo lejos, como una presencia extraña, los arpegios del arpa creaban una ventana mágica en el espacio.
            Cinco minutos duró la audición. Más o menos. Luis, que tenía entre sus manos una guía de lectura, les había ido explicando las claves a los alumnos. Urano, el mago. El alquimista. Cascadas sonoras, ímpetu, trompas y timbales rebotando en el laboratorio del mago; explosión sonora. Al final, dos notas retrataron a Urano: la jovialidad y el exceso.
            Juan tomó la palabra.
            -Urano era a la vez hijo y esposo de Gea. Tuvieron una gran descendencia: engendraron a los titanes y a los cíclopes. Gea los amaba; Urano los odiaba. Cuando nacían, Urano los arrojaba al Tártaro. ¿Cómo explicaros lo que se siente en un lugar tan siniestro?
            Juan se detuvo un momento y miró hacia los chicos. Luego sacó un acetato de colores y lo puso en el retroproyector. Encendió la luz y la imagen apareció en la pared, desenfocada. Todavía tardaron un tiempo en enfocarla bien y en bajar las persianas.
            En la pared apareció un cuadro sombrío. Sobre un fondo verdoso, más o menos oscuro, había manchas azules: unas manchas que casi parecían negras. En el centro había una forma verdosa que a algunos les parecía una cama; otros, en cambio, veían una bandera. En la mancha redonda de abajo algunos veían un corazón.
            -Mirad –dijo Juan-. No voy a preguntaros qué veis. Me interesa más bien otra cosa: ¿qué sentís?
            -Es deprimente –contestó Cristal.
            -¿Por qué? –inquirió Juan.
            -Es oscuro.
            -¿Todo lo que es oscuro os deprime?
            Intervino Luis:
            -No, todo no. Hay cosas que son agradables a la vista. Pero esto no. Esto es siniestro. A mí me produce angustia. Me agobia, no me deja respirar.
            -Y a mí –prosiguió Maia-. Es como si tuvieras el corazón encerrado en una cárcel. 
            -Sin embargo, ahí, en la parte superior derecha, hay un rectángulo de luz. Es como si hubiera una lucecita al final del túnel –dijo Juan-, pero muy tenue; aún no la vemos.
            -Sí –prosiguió Luis-. Es como la luz que penetra por la ventana del Guernica, el cuadro de Picasso; allí es un chorro de luz, pero aquí es una luz apagada: fulgor apenas esbozado.
            -Este cuadro es de Esteban Vicente. Un pintor de Turégano –dijo Juan-. Desarrolló su pintura en nueva York. Este cuadro está hecho pensando en Alison. Alison era hija de Harriet, el gran amor de su vida. Alison estaba depresiva.
            Juan hizo un silencio, Luego continuó.
            -Alison acabó suicidándose. Cuando pintó este cuadro, la chica ya había muerto. Pero todo lo que aquí aparece está inspirado en ella. El tenebrismo de los colores, la sensación de agobio, el dolor que te atrapa en lo más profundo de las tinieblas... 


            Apagó el retroproyector. Y cuando todavía estaban sumidos en la oscuridad, antes de que abriesen las persianas, Juan dijo:
            -Así debieron sentirse los hijos de Urano arrojados al Tártaro. El Tártaro es una región tenebrosa donde el espíritu, agotado en su encierro, se siente perdido, envuelto de la desesperación. El Tártaro es el cuerpo de Gea; su rincón más profundo. Pero hay en la tierra cuevas oscuras que no son antros cavernosos, sino el vientre cálido cuyas sombras nos acercan a la luz. Bajad las persianas, voy a enseñaros otra cosa.
            Puso otro acetato en el retroproyector y lo enfocó en la pared. Ahora era un cuadro de colores. Manchas de color rojo, verde, azul... El fondo era naranja intenso por arriba, y claro por abajo. Y un largo rectángulo, como tapando una fuente luminosa, no conseguía esconder que detrás había una fuente de luz.
            -Y ahora ¿qué sentís?
            La respuesta fue lenta; después se oyeron algunas voces, y por último una cascada de voces coincidentes.
            -¡Alegría!
            -Aquí hay luz; luz y color.
            -El cuerpo se ensancha, el corazón es libre.
            -Todo eso y mucho más –concluyó Juan-. Esteban Vicente hizo este cuadro pensando en Harriet: el gran amor de su vida. Como veis hay alegría. La luz amplía el espacio, dejamos de sentir estrecheces. Esto es amor. Un amor que da vida. Es un volver a nacer.
            Volvieron a abrir las persianas y apagaron definitivamente el retroproyector. La luz entró a raudales en el aula. Harriet, emergiendo de las sombras. Seguramente así salió el cielo del vientre de la tierra. Urano del fondo de Gea. La luz salió de la oscuridad.
            Los chicos escuchaban con interés. De vez en cuando se oían murmullos, propios de una adolescencia cuya atención aún es flotante. Loli, Ilsa, la propia Maia, tan motivadas por momentos, tenían otros momentos en que francamente desconectaban. Pero ahora había logrado Juan un islote de concentración en el firmamento.
            -Urano cosechó el odio que había sembrado. Gea, cansada de ver morir a sus hijos, dio a luz a Cronos y lo protegió. Le dio una hoz con la que Cronos le cortaría los genitales a su padre: del esperma salpicado se formaron las olas del mar, y entre ellas nacería Venus. Y se crearon muchas de las cosas que hay por el mundo. Acto seguido Cronos destronó a su padre. Pero es la huella del destino: Cronos, haciendo lo mismo con sus hijos, fue destronado a su vez por Júpiter. Así fue como el vigor se impuso sobre los achaques de la vejez. Uno de esos achaques es el resentimiento: que viene de la frustración, y conduce a la venganza.
            Luis introdujo un disquete en el ordenador. Pulsó el ratón, tecleó dos veces y aparecieron las imágenes. Allí, en la pantalla, estaba Urano. Un disco de color azul grisáceo, perdido en el firmamento. Luego apareció Saturno, con sus bellísimos anillos de colores, decorado con bandas concéntricas verdes, naranjas, amarillas; con miles de matices de color. Y apareció Júpiter. Allí estaba el ojo del huracán.  Juan, que tuvo una inspiración en el corazón del arte, puso la música de Holst. Los colores y timbales se envolvieron unos a otros en una sinfonía. Y el tiempo pareció detenerse, porque por un momento no oyeron el timbre de la hora cuando sonó.




viernes, 29 de noviembre de 2019

ESFUERZO



ESFUERZO



I.                    

            Sacrificarse es renunciar a una cosa a cambio de otra. Yo puedo dejar de divertirme hoy para aprobar el examen de mañana; quedarme sin tiempo de ocio para costear los estudios de mi hijo; no escatimar esfuerzos para conseguir un objetivo; echar el resto para ganar un partido; sacar fuerzas de flaqueza cuando me invade el desánimo; empeñarme en conseguir lo que me propongo cuando he dejado de creer en ello; sacar toda las fuerzas que hay en mí cuando he empezado a sentirme débil; renunciar a una parte de mi sueldo para pagar, con mis impuestos, la ayuda de quienes están en situación de necesidad; sacrificarse es elegir entre dos bienes buscando el que más vale, el que más urge y el que más falta; en la vida, como en el deporte, como en la ética, como en el arte, hay que tener espíritu de sacrificio.
            Pero sacrificarse no es renunciar. No es eso sólo. Es renunciar a algo por otra cosa que vale más. Entre estudiar hoy para aprobar mañana y divertirme hoy renunciando al futuro, yo tengo que elegir lo mejor. Lo mejor no es siempre sacrificar el presente a cambio del futuro. Ni prescindir de él en aras del pasado. Si no he vivido por pensar en el día de mañana, cuando llegue ese día me daré cuenta de que ya no puedo disfrutar porque he perdido el tiempo; me habré ganado el futuro perdiendo el presente, y el presente son los ladrillos del albañil, y sin ladrillos no podremos construir ninguna casa: sin presente no podemos ganar ningún futuro. Encerrarse en una biblioteca para ser el mejor de los profesionales es construir prosperidad con el vacío, ganar el cielo y perder la capacidad de disfrutarlo, conquistar el mundo sacrificando el placer de disfrutar de tu conquista.
            Hay quien pierde la vida (y la vida es el presente) renunciando a todo con tal de vivir en el pasado. Pensar que en lo que fue está la sustancia de lo que es sin ver tampoco que en lo que es está la sustancia de lo que será. No vivir por revivir es llenar tu vida con lo que ya se ha muerto, y es como un coche sin gasolina, muy bello por fuera, pero vacío por dentro. Se puede sacrificar el presente en el altar del pasado. También o sacrificamos algunas veces en el altar del porvenir. Y sacrificamos el futuro, muchas veces, adorando el momento presente, y en aras del presente sacrificamos otras veces lo que fue nuestro pasado. No es bueno adorar unas cosas para justificar que no hemos sabido cultivar otras más valiosas que se nos escapan de las manos. No hay que confundir el cultivo con el culto (un campesino no se queda inactivo adorando su arado, sino que lo pone a trabajar la tierra, arando). Cuando fracasamos, levantamos un ídolo y le rendimos culto para olvidar que hemos fracasado. El culto a la vida no es más que amor a la vida y no tiene más sustancia que vivir. Pero cuando no hemos sabido vivir disfrutamos del culto, lo que no es más que derrota; y le intentamos dar a la vida, como si con eso pudiéramos revivirla, esa apariencia de vida hueca, descorazonada y fría, que vemos en el culto a la muerte. Para vivir no hace falta buscar la muerte porque la muerte viene sola; morir por vivir, a no ser que llenemos la vida y que la muerte no tenga remedio, no es vivir de veras.


            La vida no es sacrificio, pero está llena de él. La vida es, por encima de todo, goce: de nada sirve el sacrificio si no es para gozar. Disfruto del aprobado de mañana cuando he sacrificado hoy mi ocio, pero no debo aplazar ese placer hasta pasado mañana: a menos que pasado mañana me espere otro sacrificio en aras de algo más importante; pero no he de pasarme a vida aplazando siempre el placer, porque un placer siempre aplazado no es vivir, sino vender mi alma al diablo.
            He sacrificado mi placer para costear los estudios de mi hijo: sí, pero sólo el placer que se paga. Si no he podido ir al baile, al concierto, al cine o al teatro, por lo menos he podido salir a pasear, y respirar aire limpio caminando los domingos por el campo, y escuchar en la radio los conciertos que no me he podido pagar, y sacar de la biblioteca las historias que no he podido disfrutar en el cine, que en un país libre, por muy pobre que sea, siempre hay bibliotecas que nos salen gratis.
            Toda mi vida he querido comprarme un huertecito, adquirir un coche, ser el dueño de mi casa, hacer una canción, pintar un cuadro, escribir un libro. Me he esforzado todo lo que he podido y poco a poco lo estoy consiguiendo. Pero no a costa de vivir el día a día, no a costa de tomar una cerveza o subir al monte, no a costa de echar una partida de cartas, no a costa de hablar con el vecino, no a costa de disfrutar de la compañía de quienes tengo a mi lado. Esforzarme por un objetivo es como hacer una carrera y llegar a la meta: que el presente que vivo en cada instante siempre es punto de apoyo para proyectarme hacia la meta que estoy buscando; y los puntos en los que me apoyo son el presente renovado que se construye y se refuerza alimentando con sueños y alegrías, con fantasías y placeres de carne y hueso, construyendo el futuro con la sustancia del presente que se apoya en mi pasado.


II.

            Sacrificar es renunciar a una cosa a cambio de otra.
            Conquistar el mundo no sirve de nada si no puedes disfrutar de tu conquista.

            El rico se pasa la vida amasando fortunas; pero ser dichoso es, mucho más que ser rico, disfrutar de la fortuna que ha amasado aunque sea pequeña; porque nunca ha dejado de gozar mientras la amasa. ¿De qué le sirve el oro cuando no puede comer el rey Midas?

            La vida es el presente.

            Pedro está ahorrando para tener un piso, ¿cuándo podrá gastar el dinero? Mañana. ¿Cuándo se irá de viaje, cuándo pisará el teatro, cuándo entrará en el cine? Mañana. ¿Cuándo dejará por fin de vivir con estrecheces? Mañana. Y así pasan los días como pasan los segundos, estériles y rutinarios, uno tras otro; y cuando llega el momento de vivir ya no será tiempo porque la vida se habrá ido. El hoy que convertimos en mañana. 


            Hay quien pierde la vida renunciando a todo con tal de vivir; otros renuncian con tal de vivir en el pasado.
            La vida no es sacrificio pero está llena de él. La vida es sobre todo goce; de nada sirve el sacrificio si no es para gozar.

            Sufrir por gozar es ilusión; sufrir por sufrir es tontería. Castigamos al reo para que le duela como le ha dolido a la víctima a la que pegó, y no hacemos nada. Unos lo llaman ley del talión. Otros socialización del sufrimiento. Otros, simplemente, venganza. Sufrir por sufrir es masoquismo. Disfrutar del sufrimiento ajeno es ser sádicos. Pero ni el sádico ni el masoquista disfrutan nunca de verdad: disfrutar es, por encima de todas las apariencias, no admitir más sufrimiento que el estrictamente necesario para gozar; como quitarte un diente para hacer que desaparezca este persistente dolor de muelas.

Un placer siempre aplazado no es vivir, sino vender mi alma e hipotecarla.
            El presente que vivo en cada instante siempre es punto de apoyo para proyectarme hacia la meta que estoy buscando.

            Juego a las cartas y me divierto. Mañana también, y al día siguiente; y al otro. Y entre juego y juego no hay nada. Es un tiempo congelado hecho de instantes que no se siguen unos a otros, sino que son idénticos: y por eso, siendo tiempo están parados. Es el vacío la perpetua diversión que no sirve para nada: para nada más que para repetirse sin sentido; el hueco, la nada, la vacuidad del eterno retorno.
            Juego a las cartas y me divierto. Después viene el tiempo del trabajo. Y luego otra vez el tiempo del juego. Y es también una extensión de instantes contiguos que no se suceden entre sí, un nuevo vacío del eterno retorno.
            Juego a las cartas y me divierto. Y luego reanudo lo que estaba haciendo (era sólo un alto en el camino: para descansar). Hasta que lo termino. Y en cada instante encuentro el goce de terminar lo que empecé antes y de empezar lo que viene luego, el tiempo que le da continuidad. El instante ya no es un vacío dentro del tiempo, sino un deposito que está lleno. El tiempo vacío es una sucesión de instantes vacíos, y por tanto detenido; el tiempo detenido es un tren que no avanza, que está parado, que sigue a la muerte en el mismo sitio donde nació, sin haberse movido de él, sin haber hecho nada. El vacío de la nada existencial, de haber vivido estando muerto, el vacío de ser, el hastío, la nada. Pero el tiempo lleno está vivo porque se mueve llenando de vida cada uno de sus instantes; y ese estar lleno no es saciedad y hastío, sino plenitud. El tiempo que avanza buscando el camino de la eternidad es el tiempo feliz: por eso vive cuando le llega la muerte; y no es vacío de no haber llegado a ser; no es el camino que no ha buscado la felicidad; no es la nada

            No hay sacrificio sin motivación.

            Yo renuncio a gozar sólo si tengo la promesa de gozar más que si no renuncio. Si a mí me animan a trabajar mi capacidad de sacrificio será mayor que si me obligan (que la promesa de un premio tiene más energía vital que la amenaza de un castigo). Si me amenazan trabajaré, pero estaré apagado, oscuro y gris, desanimado y triste; en cambio si me mueve el ánimo estaré feliz, aunque tenga que desgastar la misma cantidad de energía.


            Sacrificarse es sufrir, y sufrir es resignarse; pero uno no se resigna por abandono sino para conquistarse.

            Quiero ir de vacaciones y el viaje cuesta caro. Pero alguien se ha puesto malo en mi familia y la curación cuesta cara también: cuesta, más o menos, lo mismo que el viaje que me estaba comprando; debo elegir; elegir entre el viaje y el hospital; las dos cosas son buenas, pero una vale más que la otra aunque ambas tengan el mismo precio; curar es más caro (es decir más querido para mí), pero viajar… Desde hace mucho tiempo tenía ganas de viajar, ¿qué hago?
            Hay que renunciar. Hay que resignarse. Hay que elegir. No hay más remedio que sacrificar y elijo, entre cosas del mismo precio, la que más vale. Soy feliz porque he elegido la mejor, pero sufro porque me he quedado sin la otra: que la que me apetecía tanto. Una cosa tengo clara: que no me he resignado a dejar de vivir sino a vivir mejor; pues vale más el cariño que el paisaje, tener el corazón atado que el cuerpo libre, que amar es tener la libertad atada a un corazón libre siendo libre tu corazón también, y viajar sin corazón, por muy libre que seas, es la mayor prisión que puede haber en el mundo.