CLASIFICACIÓN DE LAS ARTES
Un
fragmento musical puede representar escenas reconocibles: Vivaldi hace una
representación sonora de las cuatro estaciones del año, Grieg representa la
tormenta en El regreso de Peer Gynt,
Beethoven retrata la naturaleza en su sinfonía pastoral, Mozart hace aparecer
el infierno en un momento de su réquiem, las campanas de Berlioz tocan a muerto
en la Sinfonía fantástica, las gotas
de lluvia de Chopin terminan con el disparo del fusil de los soldados, las
aguas de los ríos fluyen cristalinas en Smetana… Los cellos representan las
llamas, las flautas son el trino de los pájaros, la percusión puede ser el
trueno, y el desorden de los instrumentos (en la célebre marcha fúnebre de
Chopin) representa el desorden que se produce entre los deudos cuando se acaba
el entierro…
También
se pueden representar metáforas: el estallido interior de Tchaikovsky en la Sinfonía patética, el diálogo entre la
libertad y el destino en la quinta sinfonía de Beethoven…
Otras
veces, en la música, no sentimos representaciones, sino presencias; la tensión
se mastica en el baile de Prokofiev (a propósito de Romeo y Julieta), el
infinito dolor de la delicadeza en la canción de Aase (Edvard Grieg), el
frenesí del aquelarre en la fantástica de Berlioz, la distorsión sensorial
producida por las drogas en el Magical
mystery tour de los Beatles…
La
obra de arte es presencia que nos puebla a través de sus representaciones (la
distorsión sensorial de los Beatles nos habla de las drogas, pero no lo hace contándonos
cosas sobre ellas, sino haciéndonoslas sentir; y el destino de que nos habla
Beethoven no se describe, se siente, y quedamos paralizados mientras lo
sentimos por sus cuatro notas). La obra de arte puede ser, también,
representación sin presencia (un dibujo puede representar una escena con tan
poco brío que nos deja insensibles). Y el arte puede ser, sobre todo, presencia
sin representación: ya no es una música programática. La gran fuga de Beethoven
podría ser un ejemplo.
1. Presencia y representación.
Si
aplicamos esta observación como primer criterio, podremos distinguir entre
artes de la presencia y artes de la representación. El segundo criterio serían
los receptores sensoriales, pues unos están hechos para la presencia (el olfato,
el tacto, el gusto) y otras para la representación (el oído y la vista), de mayor
a menor distancia: del olfato al tacto, pasando por el gusto, el contacto viene
de más lejos a más cerca, y el oído capta sensaciones menos lejanas que la
vista. Estamos hablando, claro está, de la distancia entre el estímulo y el
receptor, esto es, de las presencias. La vista capta el espacio, el oído el
tiempo, y los tres sentidos restantes el instante; la vista y el oído son
representación y el olfato, el gusto y el tacto, presencias: esto quiere decir
que en los dos primeros hay que distinguir entre la presencia que habla y la
distancia que representa. La máxima distancia en la representación la
constituye, por supuesto, la palabra: pues la palabra nos da sentidos que van
más allá de los sentidos. La palabra aplicada a los sentidos de la presencia
nos da la profundidad, igual cuando expresa razones que sentimientos; pero para
atravesar la sensación y captarla en su hondura la palabra debe cargarse de
símbolos: símbolo entendido como metáfora, no como sistema de signos; un símbolo
así entendido es un signo que no representa la realidad percibida sino la
realidad sentida; la realidad pensada se representa, más que con el símbolo,
con el concepto.
Luego
está la memoria. La memoria convierte en representaciones todas las presencias.
El olor de la madalena evoca un tiempo pasado en la vida del autor. Y el sabor
del pescado frito nos trae a la mente la presencia del Mediterráneo, y de
Andalucía.
2. Primeros esbozos de clasificación.
Hemos
visto que el arte es el placer del espíritu. Podemos convenir, al margen de
toda etimología, que hedoné es el
placer de los sentidos y aisthesis el
placer del espíritu sensorial (es decir, del sentimiento enraizado en los
sentidos); podríamos distinguir, también, entre el placer intelectual (al que
podríamos llamar diligencia), el placer del espíritu compasivo (al que llamaríamos
piedad) y el placer espiritual (al que llamaremos místico).
Definimos
la sensibilidad como la capacidad de
dejarnos impresionar por el exterior; y espiritualidad
como la capacidad de unificar todos los sentidos en una experiencia única;
si lo que se unifica es el componente informativo de las sensaciones, obtenemos
una percepción (la percepción es una
experiencia); y si se unifica su
componente afectivo lo que obtenemos es una aisthesis (una vivencia
estética: al no haber posibilidad alguna de confusión también podremos llamarla
experiencia estética).
La
suma de cualidades sensibles más sus correspondientes gestalten produce
percepciones. Y la suma de hedonés más sus correspondientes gestalten produce
aisthesis. La hedoné, ya lo hemos visto, es el placer sensorial; la aisthesis es el placer estético. Un arte es
un universo estético definido por un tipo de aisthesis dominado por un receptor
sensorial. Las artes de la presencia buscan el espíritu en sus mismas
sensaciones; las de la representación lo buscan en cada una de las dos mitades
en que se escinden: por un lado la presencia sensorial, que nos penetra, y por
otro la representación, que nos envuelve; veámoslo más de cerca.
1. Artes
de la presencia. Buscan espiritualidad en las sensaciones y encuentran la
eternidad en el instante: puerta desde la que trasciende a la esencia. Dentro
de estas artes de la sensación podemos distinguir tres tipos:
1.1. Artes del tacto. Se trata del
erotismo. En el orgasmo el placer tiene su concentración máxima en un instante,
desde el que explota, a veces prolongándose durante un tiempo, en el estar
fuera de sí, fuera del mundo, abandonándose al dejarse ir en el que se estaba
concentrado; un rapto de los sentidos,
un éxtasis u olvido de sí mismo para fundirse en el placer máximo de ser, que
es como unirse al flujo del mundo. Ese mismo abandono, cuando trasciende los
sentidos, es un éxtasis espiritual:
el alma se funde con el espíritu universal y se olvida de sí misma, pierde los
sentidos, pierde la razón.
1.2. Artes del gusto. Buscando la
hedoné está la gastronomía, conjunto de técnicas para extraer el máximo poder
de goce en el paladar; esto es sólo placer en el cuerpo, mas para conseguirlo,
como le pasaba también al erotismo, es preciso que la técnica se una a la
inspiración: es, desde luego, un arte más que una técnica. Pero el placer que
se obtiene no deja de ser una hedoné, no llega a aisthesis: ¿podríamos decir
que la gastronomía es un arte sin aisthesis? Tal vez. Sería un arte incompleto,
puesto que en la elaboración intervendría el espíritu pero en el resultado no;
sería inspiración, y por tanto rapto, en busca de la hedoné, no de la
aisthesis.
1.3. Artes del olfato. El culto a los
perfumes, la cata de vinos. La concentración debe ser máxima y el artista debe
estar suspendido para conocer lo sublime (esto es, debe estar inspirado); pero
el resultado no pasa de ser una hedoné muy sublimada y sutil; en esa delicadeza
¿no podríamos decir que la hedoné (el placer de oler el vino) se transforma en
aisthesis (placer de hundirse en el espíritu del vino a través de su olor)? ¿No
podríamos decir lo mismo de la gastronomía, por lo menos cuando trasciende
mucho más de las recetas y lo fía todo al tacto, al instinto, a la inspiración
del cocinero?
2. Artes de la representación. Buscan espiritualidad
en las sensaciones y en el universo que trasciende por detrás de ellas: el que
se vive sin estar en él, desde la distancia. La distancia se despliega en
intensidad, en el espacio, y en fluidez, en el tiempo.
2.1. Artes del tiempo. Su medio de
expresión es el sonido, que nos lleva, por dentro de la realidad, hasta el
éxtasis que se produce más allá de ella.
2.1.1. Artes del sonido. Buscan, en la sensación
sonora, un placer que va, más allá del sonido, hasta el misterioso espíritu
sonoro. El sonido puede ser estridente o dulce, y agrada o hiere al oído; pero
también puede ser sublime, dramático o trágico, y entonces quien siente y
padece es el espíritu, que tiene un peldaño en el oído y se lanza, más allá de
la corteza, en el cerebro de las emociones. El sonido conmueve nuestras fibras
interiores y se expande en las entrañas, hasta el recóndito mundo del sentir,
más allá del sentido viscerotónico del vientre: y es música. O expandirse, desde las fibras interiores, a los músculos,
y del éxtasis del espíritu es sensación apegada al movimiento; y es música
expresada con el cuerpo, tiempo vertido en el espacio, es la danza. También hay momentos en que esa
presencia quiere representar, desdoblar el mundo real en otro virtual que es como
la sombra del primero, y es música
programática; pero el mundo virtual no tiene su eco en la realidad, su
referente, preexistente, más que en la percepción, en la imaginación y el
recuerdo, es un mundo creado que sirve de modelo a la representación que lo
imita.
2.1.2. Artes de la palabra. Si la
música provoca sensaciones y sentimientos, la palabra produce significados; en
la música, cuando hay significados más allá del sentir (música programática),
produce conocimiento; pero lo propio de la música no es conocer, sino sentir
las profundas fuerzas enraizadas en las tripas y en el corazón, oscilantes
entre la luz y la oscuridad sin que la luz sea buena y la oscuridad sea mala,
pues muchas veces sucede al revés; y escuchar música es sumergirse en el fondo metafísico de nuestro ser, sin
resolverlo en ontología, sino en ontopatía: un sentirse en el mundo y un
sentir el mundo en mí, más allá del conocimiento o más acá, quién sabe, con la
razón arrastrada por los vientos y las olas y los seísmos, huracanes del ser.
A) Palabra hablada. Todo eso lo podemos
encontrar en la palabra, cuando es arte. Pero en la palabra además hay voces
que le hablan a la inteligencia. La música nos habla al corazón y es un universo sinfónico; o les habla a las
tripas y a los músculos, al movimiento, y es danza; la danza es síntesis de sensibilidad y movimiento, la ópera es síntesis de música y palara, y
la síntesis de música, danza y palabra es el arte total: así lo entendió Wagner. Palabras para la inteligencia,
música para el corazón y danza para el cuerpo; síntesis de la palabra con el
sonido y con la voz, una humanidad animal: pues, como decía Aristóteles, los
seres humanos tienen palabra y los animales tienen voz.
La
palabra es hablada o escrita: ópera y teatro definen, en la oralidad, un
continuo gradual entre la palabra y la música, ópera cantada, tragedias griegas
con coros cantados, o teatro brechtiano salpicado de canciones; entre la zarzuela
y el musical. En el teatro solamente hablado la intensidad del sentimiento, en
el clímax, surge de la intensificación gradual del desarrollo de la acción
hasta que se produce un estallido: en él la progresión continua se rompe
bruscamente en una explosión. Y junto a la intensificación de la acción se
produce la intensificación de la palabra, para conseguir, en esa convergencia,
la máxima intensidad posible en el estallido climático: la tensión dramática en
su punto álgido.
A
menos que estemos hablando de comedia: y entonces lo que estalla no es el
dramatismo, sino la hilaridad.
B) Palabra escrita. La palabra escrita se
escinde en poesía y novela. En la primera se busca la intensidad del
sentimiento y es, hundiéndose en las profundidades del alma, búsqueda de las
raíces metafísicas de nuestro ser; por eso es la poesía tan parecida a la
música y, para muchos, tan árida y tan difícil de leer; en poesía, como en
música, se buscan la sensación y el sentimiento más allá del significado, o más
acá de él; y por eso las palabras son sensorialidad pura, emoción pura,
portadoras de significado despojándose de significación, en su presencia sonora
(aliteración, onomatopeya…), o sentida (metáfora: donde el significante no
busca su referente en lo representado, sino en la presencia de las emociones
íntimas que quiere evocar, despertar, derribar o crear). Originariamente la
poesía fue palabra cantada, tanto en su significado afectivo (lírica) como
referencial (épica); pero cabe suponer que, más que la lírica, fue la épica la
primera poesía cantada.
La
novela, o cualquiera de las formas del relato, no muestra a los personajes y
decorados, sino que habla de ellos; y lo hace convirtiendo las palabras en
presencias que contaminan a lo representado, y entonces las cosas se muestran a
través de ellas escapándose de la representación que dice en lugar de mostrar;
lo que se dice es la objetividad que contemplamos; lo que se muestra es la
subjetividad que se vuelca en ello; se dice el significado de las palabras, se
muestrea su significante, que se impregna en su significado: ésa es la palabra
poética; en el tratado las palabras se borran para mostrar sólo su significado,
que consiste en decir leyes y fórmulas mientras lo que se muestra no es la
palabra, sino la imagen: fotografías, dibujos, esquemas y gráficos.
2.2. Artes del espacio. El sonido, el músculo
y la palabra representaban el mundo a través del movimiento; la pintura, la
escultura y la arquitectura lo representan a través de la quietud. Nuevamente
se desliga el arte en un doble placer: el de las formas que contemplamos, que
es armonía en la representación, y el de la materia moldeada, que es
experiencia estética. El primero es un placer externo al arte y el segundo
placer inherente al mismo. Hay fotos que parecen bellas por la belleza de lo
fotografiado, y fotos que lo parecen por la belleza de su composición, por las
transiciones o el contraste, por su estudio del color; las primeras son bellos
cromos o imágenes sagradas y las segundas auténticas obras de arte: es la
diferencia que hay entre lo bonito y lo bello. Lo bonito utiliza los recursos
técnicos con eficacia expresiva, pero sin vida en la expresión; y lo bello es
producto de una técnica inspirada; lo primero, simplemente, es técnica; lo
segundo además de técnica es arte.
Las
artes visuales son reproducciones del mundo; las artes auditivas, producciones
del autor. Toda reproducción es significado al servicio del mundo observado,
pero la producción es significante al servicio del autor y del espectador; las
reproducciones, para ser artísticas, tienen que ser producciones, es decir
creaciones, con los materiales expresivos; de lo contrario es ciencia,
tecnología, didáctica, pero no es arte. El carácter de la pintura con respecto
a la arquitectura y la escultura depende de los materiales usados (su dureza,
maleabilidad o resistencia, cualidades que les dan mayores o menores
capacidades expresivas; y, por supuesto, de las técnicas empleadas: no es lo
mismo, y no se pueden hacer las mismas cosas, con la acuarela que con el óleo,
el granito que el bronce, la piedra que el hierro, el Taj Mahal que la torre
Eiffel.
Conclusión.
La
técnica es un conjunto de instrucciones, un modo de uso. Y el arte es el uso
creativo de la técnica. Hace falta un científico, y hasta un artista, para
crear una técnica pero una vez creada su uso es mecánico. Sin embargo el arte
es creación continua. Hasta cuando copia. Cuando dice Platón que las cosas son
una mala copia de los ideales, si para hacer esa copia tomamos como modelo al
pintor, Platón lo concibe como un mero operario que reproduce mecánicamente la
realidad, como si fuera trabajo en cadena: y sin embargo no es así; no es la
suma de similitudes con el modelo lo que hace mejor a la obra de arte, sino al
revés: el espíritu creador es el que hace que la obra se parezca más al modelo.
Platón se equivocaba: el arte no es sólo imitación, copia, mímesis, es ante
todo poiesis; y la mímesis, si no es poética, no es artística, copiar es mucho
más que calcar en la ventana los contornos de un dibujo que se transparenta en
el papel (aquí sí que la copia no es nada creativa). Pero los copistas del
monasterio, cuando copiaban los códices, sí que hacían mucho más que copiar.
El
dominio de las técnicas de copia no hace de nosotros unos artistas; ese dominio
es necesario, pero no suficiente. Ni tampoco la existencia de gestalten que
hacen que nuestra copia sea más atractiva, no: los aprioris también son
necesarios, pero no bastan, se necesita todavía algo más. Ese plus diferenciador
de la obra de arte es la trascendencia. Pero una trascendencia que, lejos de
olvidarnos en la existencia, nos saca de ella; y, como los rasgos que hemos
copiado de ella, nos hace llamar a las puertas de la esencia. El arte nos
arranca de la banalidad que hay en lo cotidiano y la perfora, llegando a lo
profundo: donde lo anodino se vuelve trascendente. El arte, o nos hace tocar la
eternidad con los dedos el tiempo, o no es arte; el resto es técnica sin
ilusiones, trabajo desencantado, aburrimiento y tedio, alienación; vivir sin
arte no es, en definitiva, más que vida sin aliciente: es sólo nostalgia del
ser.
En la memoria no cabe el olvido, por eso Benedetti decía " el olvido está lleno de memoria", entonces rescato: "Luego está la memoria. La memoria convierte en representaciones todas las presencias. El olor de la madalena evoca un tiempo pasado en la vida del autor."
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