viernes, 13 de diciembre de 2019



EL ARTE (3): TRASCENDENCIA
  

1. Definiciones.

            Uno puede preguntarse qué es la esencia de las cosas. Una respuesta frecuente es que es la abstracción de sus apariencias. Un avión no es un bimotor (pues hay aviones que tienen más de dos motores) ni un cuatrimotor (por las mismas razones), ni un planeador, ni un biplano, ni un aparato con hélice (pues puede tener turbinas); las hélices son tanto de los aviones como de los barcos, y lo son tanto como las turbinas, y los biplanos lo son tanto como los monoplanos. Un avión es, en esencia, lo que tienen en común todas sus apariencias: un aparato con motor y alas que sirven para volar. Aparato: por lo tanto un ser artificial, no un animal, no un insecto,  ni un murciélago, ni un pájaro. Con motor, independientemente del número de motores que tenga. Con alas, da igual que sean una o dos; o tres, incluso. La idea de avión no se puede dibujar; sólo se dibuja cualquiera de sus existencias, no su esencia; dibujamos aviones reales, no ideales; aviones existentes, no esencias de avión. La esencia de una cosa es eso que comparten todas sus variedades y que no corresponde en particular a ninguna.
            O sí. Quién sabe. En segunda aproximación veamos en qué contextos usamos la palabra “esencia”. La esencia del café es esa sustancia donde se concentra su olor y su sabor, el grano que mezclamos con el agua, un grano de café torrefacto; en ese sentido la esencia del café, volcada en el exterior, sería su aroma; tendríamos que distinguir entre una esencia contenida (el grano de café) y una esencia derramada (el aroma): y habría que admitir que, al menos en parte, hay esencias que existen en la realidad, no son sólo representaciones ideales captadas por la inteligencia, inaccesibles a los sentidos. La esencia del café se huele; no es sólo una idea, también es una realidad que existe: una manifestación concreta de sus propiedades.
            En tercera aproximación, la esencia de una cosa es lo que conviene a la totalidad de sus individuos. Yo digo que robar es bueno si no me pillan, pues con el dinero robado satisfago mis caprichos y realizo mis proyectos. Pero eso no es bueno para la persona robada, aunque lo sea para mí; por lo tanto no puedo decir que robar sea bueno, así, en general, sino que es bueno para unos y malo para otros. Lo que es bueno para unos y malo para otros no es bueno, así, en sí mismo, bueno a secas. Lo que es bueno sin mayores precisiones es lo que es bueno para todos, tal es la naturaleza del bien. Bueno es lo que conviene a todos los seres humanos de la historia, a los que han vivido, viven y vivirán. La salud es buena para todos. El amor también. Y el dinero. Y el bienestar. Y la belleza. Y la justicia. Y el respeto. Pero lo que es bueno sólo para algunos no es el bien sino el placer, el capricho, la codicia.
            En cuarto lugar, la esencia de las cosas es lo que no entra en contradicción con otras cosas esenciales para ellas: tal es, ahora, la naturaleza del bien. El placer es bueno pero si el tabaco me quita la salud, entonces el placer que me procura es un mal disfrazado de bien; si un placer te quita la posibilidad de disfrutar de otro entonces no es bueno: los momentos agradables que nos proporcionan las drogas, incluido el tabaco, el café o las pasiones en general, nos van destruyendo poco a poco y lo propio del bien es construirnos, no colaborar en nuestro desmoronamiento.


            En quinto lugar, podemos decir que la esencia de una cosa es su utilidad, y su utilización continuada la va destruyendo poco a poco (como la goma que se borra al borrar puesto que borrar consiste en deshacerse para deshacer el lápiz o la tinta que hay escritos en el papel); y como deshacerse es lo mismo que desaparecer, poner a trabajar la esencia de la goma es hacerla desaparecer poco a poco: hasta que se gasta. Existir es hacer que aparezca nuestra esencia y al hacerlo, inevitablemente, empezamos a desaparecer.
            Recapitulando provisionalmente, convendremos en que hemos adelantado cinco definiciones de lo que entendemos por esencia.
            Primero: una esencia es lo que tienen en común todas sus apariencias (un avión es un aparato con alas  que sirve para volar). Al revés que la existencia, la esencia no se puede dibujar. A menos que el cubismo de Picasso, que representa a las cosas de frente y de perfil, sea como esa superposición de fotos de rostros diferentes de la que sale lo que tienen en común todos los rostros: algo así como el fantasma abstracto del rostro que trasciende por encima de todos los rostros en los que se encarna.
            Segundo: una esencia es la concentración de sus cualidades, no ya de sus apariencias (la esencia del café es su aroma). Todos tenemos apariencias no esenciales pero la apariencia esencial es la esencia derramada (el aroma) y se derrama de un punto en el que estaba contenida y concentrada (el grano de café). No es esencial que yo me vista con jersey o con chaqueta, pero sí lo es que mi cuerpo se vista con la piel que la naturaleza le ha dado. Platón pensaba que las apariencias, engañosas, traicionan el espíritu de la esencia; yo defiendo, con Platón (no contra él), que las apariencias de las cosas son más o menos aproximadas según el grado de fidelidad con que participan de, o imitan a, la esencia con la que se comparan.
            Tercero: una esencia es lo que conviene a todos los individuos que la encarnan (es esencial para el ser humano tener salud, bienestar, dinero, belleza y amor, pues sin salud, dinero, bienestar, amor y belleza en ninguna persona puede realizarse –diríamos también: encarnarse- el proyecto de humanidad). El bien no conviene sólo a unos cuantos: o conviene a todos es un mal que se disfraza de bien.
            Cuarto: una esencia es lo que no entra en contradicción con otras cosas esenciales cuando viene a existir (el placer del tabaco me quita el placer de disfrutar de los olores y los sabores, por lo tanto no es un placer esencial). Existir es compartir rasgos compatibles en el trasfondo de nuestras apariencias, por lo tanto para un herbívoro tener dientes caninos no es un rasgo esencial; ni tener ojos para un topo; ni tener alas para una ballena; en el mejor de los casos las alas le estorban a la ballena, y en el peor, no le dejan nadar.
            Quinto: una esencia es lo que nos lleva a la  muerte en el momento mismo de nacer; aquello que, cuando llega a la existencia, inmediatamente empieza a dejar de existir; lo que apenas aparece empieza ya a desaparecer (como la goma que se borra cuando empieza a borrar).
            Abstracción. Concentración. Extensión. Consistencia. Contradicción. El aroma es la esencia del café porque es la abstracción de todas sus apariencias, está concentrado en el grano, lo tienen en común todos los granos de café de todas las variedades, no contiene sustancias parásitas que le quiten su olor y se consume, diluyéndose, desde el instante mismo en que empieza a salir de la taza (de la cafetera, más bien). Es posible que haya otras definiciones de lo que entendemos por esencia, de hecho seguro que las hay; pero como toda investigación debe tener un final demos, por el momento, por zanjado nuestro estudio aunque haya algo de aporía en sus conclusiones; aunque nuestro concepto sea sólo provisional.   


2. La esencia en el arte.

            El arte es un juego que se preocupa por la esencia, como la ciencia: sólo que para un científico las apariencias, importantes al principio, acaban siendo accesorias (y para el artista las apariencias son el vehículo en el que se muestra la esencia transportada). Una vez que sabemos que la esencia de la vida es nutrición, relación y reproducción, el estudio de la morfología, la anatomía, la fisiología y otros aspectos de los seres vivos sirve para definir categorías distintas de seres, con independencia de su aspecto; mas para el arte el aspecto es fundamental a la hora de plasmar lo que es esencial en las cosas.
            Hay apariencias que se contentan con existir: otras trascienden más allá de la existencia; las primeras conforman relatos episódicos, anecdóticos, intrascendentes, y las segundas los iluminan con la luz de su argumento; las primeras permiten construir lienzos, seguramente armoniosos y bonitos, pero sin alma, sin vida, se quedan en cromos, mientras que las segundas construyen auténticas cascadas de sentido que se tapan unas a otras; el arte superficial se comenta en un momento: la profundidad en el arte no ha terminado de admitir una interpretación cuando detrás de ella, oculta, aparece otra, y luego otra, y otra, y otra.
            Hubo en su momento folletines para el consumo de masas; historietas que convivieron con la tradición de la gran novela; Eugène Sue, por ejemplo, convivió con Balzac, Flaubert, Víctor Hugo, Los miserables fueron contemporáneos de Los misterios de París. En San Manuel Bueno, mártir vemos que convive Unamuno con el Bertoldo. Vinieron los pliegos de cordel. Luego fueron los tebeos, las fotonovelas, las telenovelas, finalmente los culebrones. La literatura de masas se consume mucho más que la literatura para las gentes cultas, para las élites, ¿cuál es la razón de su éxito? Al principio o al final de cada episodio de ese primer culebrón que vino a España (o, por lo menos, uno de los primeros: se llamaba Cristal) aparecía hablando Antonio Gala. Yo me preguntaba cada vez que lo veía: ¿qué pinta Antonio Gala aquí? Tuve que ver varios episodios para darme cuenta de que, por detrás del tedio de las repeticiones interminables y, desde luego, prescindibles, había momentos en la evolución de las tramas verdaderamente apasionantes; capítulos antológicos y magnéticos, episodios en los que te quedabas clavado y no eras capaz de apartar los ojos del televisor. Uno comprende entonces que los culebrones, por lo menos en momentos concretos de la trama, tienen gancho. La pregunta es por qué. Uno comprende entonces por qué Antonio Gala, con su bisturí de disecciones, se interesa denodadamente por la anatomía de los culebrones.  
            En el culebrón uno siente a los personajes como si fueran su familia. A fuerza de compartir tantas cosas con ellos acaba uno viéndolos como si vivieran en su casa, el televidente apaga la televisión y al salir al pasillo podría encontrárselos, podría toparse con ellos, en el dormitorio, en el salón, en la cocina. El culebrón, entonces, le alegra la existencia, le pone a uno delante la existencia de otras personas para fundirse con la suya propia; uno apaga el televisor y parece que fuera de la pantalla prosiguen las mismas cosas que veía dentro. El culebrón parece verdad como la vida misma, pero eso es sólo una ficción: en la realidad no se grita y gesticula como gesticulan los actores, y sin embargo hay algo en ellos que parece auténtico, algo con lo que se identifica uno: los temas; en la vida diaria también se utiliza a los niños como moneda de cambio para resolver los problemas de los matrimonios, también le hacemos un hijo al otro para evitar que nos abandone, imaginando que con el niño la pareja superará sus crisis; también se mira por la rendija de las puertas, se escucha por las paredes, se entera uno de las cosas por boca de cotillas, y las prácticas más abyectas de la gente sencilla y corriente se refleja en la pantalla, retratándola: pero el retrato nos hace buenos. Y nos enfurecemos con los malos imaginando que en la vida misma los malos son los otros, ya que en la pantalla nosotros nos identificamos con los buenos.


            En una palabra: el culebrón es una existencia que prolonga en sus personajes los avatares de nuestra existencia cotidiana. Por eso no nos aburre que se repitan tantas veces las mismas cosas, porque en el mundo nosotros también les contamos los mismos cotilleos a la familia, los contamos en el trabajo, a los vecinos, en la tienda, en la calle, en la pescadería; tampoco nos aburre que aparezcan tantas veces los mismos personajes en situaciones intrascendentes, porque también en la vida diaria vemos un día tras otro a la misma gente en situaciones sin trascendencia. Si además a eso le añadimos que el culebrón no nos hace pensar, sino sorber lugares comunes y prejuicios, el cóctel está servido; luego le añadimos algunas pinceladas de cultureta, o ponemos a los personajes en un mundo exótico del que nos van enseñando cosas, y tenemos la sensación de aprender. Eso, unido a una inteligente distribución de las tensiones y los dramas, de los momentos flojos y los momentos fuertes, y tendremos el éxito asegurado.
            Pero no es arte lo que estamos viendo. El arte no es apariencia sin fondo, existencia sin sustancia, existencia prolongándose en la vida (sin dejar de ser espectáculo), episodio sin argumento. Hay claramente definida una línea de separación entre buenos y malos, tramas que se superponen sin superponerse las interpretaciones, para vencer el aburrimiento, y esquemas que simplifican la historia reduciéndola a simpleza (la simpleza es lo contrario de la sencillez, de la simplicidad). El culebrón está construido sobre aprioris de la sensibilidad, pero no tiene trascendencia, y la elaboración, esquemática y hueca, es mínima. No es arte, no, el culebrón es otra cosa. Es un juego de entretenimiento. Una historia que nos sirve para jugar, para evadirnos de la realidad mediante la identificación con fantasías irreales, pero llena de banalidades, simplona, intrascendente; uno diría que es una historia hueca, y es verdad; la existencia que se vacía de lo esencial pierde contenido, se queda en nada, y esa nada, para despojarla del tedio, se viste con oropeles artísticos, pero falsos, y la llenamos con tintes de realidad, pero su realidad es falsa también. Ni lo artístico es arte ni la realidad es real. Y no nos hace pensar.
            El arte empieza cuando la existencia que se nos muestra empieza a destilar sentidos que se ocultan unos a otros, interpretaciones diversas y complementarias, situaciones que trascienden fuera de la apariencia estrecha de su propio existir y, en el mismo instante en que aparece un significado profundo entre metonimias, metáforas y sinécdoques, se llena de profundidad la propia apariencia, y la superficie se vuelve tridimensional, el diagrama plano y las historias huecas se vuelven densas y en todos los episodios se teje, sobre el trasfondo de lo que importa, una línea argumental; si la superficie del relato no se rompe hundiéndose en el vacío, en la nada de un relato hueco, sino que se abomba en el ser llenándose cada vez más en el ser y a medida que se llena va trasmitiendo cada vez más plenitud, no sólo placer; y a veces felicidad sin placer; mientras que el arte malo, centrándose en el mal gusto, te deja un vacío después de haberte reído, y la alegría de lo aparente deja paso a la tristeza de la falta de profundidad. Lo mal hecho te empobrece, y no se compara con la riqueza que nos llena cuando absorbemos arte de verdad.


            Una de las formas en que se muestra la trascendencia es que el significado aparente cambia cuando lo leemos en profundidad. Esos personajes buenos, inocentes, puros, que son víctimas de los pérfidos y malvados, son malvados en realidad: y lo peor es que ese descubrimiento no procede de la obra de arte (suponiendo que lo fuera), sino de la crítica del espectador; en la novela de verdad, en el verdadero cine, en el arte de calidad, el descubrimiento de la maldad detrás de la bondad aparente viene del espesor de la historia, de la densidad de los personajes, de las cascadas de significados que se entrelazan unos con otros; y en esa polifonía de voces está la esencia que brota detrás de lo aparente, como en el fondo del vaso está el café, como en el fondo en el que se proyecta la superficie, como trascendencia que va destilando la existencia; y hay tantas interpretaciones trabadas, tantas lecturas que hay que hacer, que uno no acaba de comentarla nunca; por eso suscita tantos debates, y tan largos, el arte con mayúsculas; todos esos significados están en la obra, no los tiene que poner el crítico, sacándolos de la lógica y del buen gusto, para señalar que le faltan. A título de ejemplo: ese personaje dulce, cándido y bueno que aparece en la pantalla no puede ser bueno cuando lo presentan a todas horas cotilleando y quejándose, demasiado puro para ser verdadero, demasiado bueno para estar ocioso: porque si se pasa todos los capítulos de la serie hablando, ¿cuándo trabaja? ¿Se puede ser bueno y vago al mismo tiempo? ¿No se manchan las manos cuando uno trabaja, no huele uno a cocina y a fábrica, no se mancha la ropa cuando uno tiene cosas que hacer? ¿Se puede ser buena y al mismo tiempo estar maquillada, vestida de punta en blanco, las uñas largas y pintadas? ¿Es coherente ser cocinera y modelo al mismo tiempo? ¿Abnegada madre y no salir nunca con el niño, o salir para tenerlo sólo de adorno? Si la esencia, como hemos visto, es consistente, la forma en que aparecen los personajes no es la forma de lo que tienen que ser: en esa falta de consistencia los personajes se deshacen por sí solos, la historia se desmorona, las tramas se diluyen, y no queda nada trascendente más que relatos huecos y realidades sin retratar. Porque el retrato de las apariencias está en la esencia que tienen dentro en su existencia densa, nada plana, que hace de cada imagen una de las perspectivas en las que se expande su profundidad.







1 comentario:

  1. Busco mi esencia cada día en la huella que me toca recorrer, pero ya sintiéndome humano y al desaparecer estoy volviendo al inicio con mayor esencia de ser, por eso rescato: "Existir es hacer que aparezca nuestra esencia y al hacerlo, inevitablemente, empezamos a desaparecer."

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