ALMA DE ACERO (1)
La
historia de Juana la Loca desfilará por entregas en esta sección de literatura.
Una reina a la que trataron de loca porque solía estar cuerda, como don Quijote.
Y como en un cantar de ciegos, como si fueran pliegos de cordel, las escenas de
su vida desfilarán por estas páginas para mostrar que a veces, donde tenemos
los sueños, sólo quedan realidades. Realidades que son delirios de los locos.
O pesadillas.
1.
PRELUDIO
1. El sueño de la reina.
Presa estuvo
en Tordesillas
bajo las
garras de Carlos,
en las
ventanas, barrotes,
en los
jardines, barrancos,
sobre las
aguas, cañones,
bajo las
aguas, palacios:
y hundidos
por las bombardas
estaban sus
ojos blancos;
aterrorizados,
ciegos,
perdidos y
recobrados,
perdidos por
la razón,
por la locura,
ganados,
rotos de
tanto sufrir,
rotos y desgarrados,
quedando,
bajo las balas,
por fuera
desvencijados.
El río Duero
quemaba
su rostro
atormentado.
Mostrábale el
resplandor
horrores del
rey don Carlos,
el hijo de sus
entrañas,
el vástago
despiadado,
cómo gozaba
quemando
las ciudades
y los campos.
Miró. Sus ojos
ardieron con las llamas
que ardían
cuando Medina fue quemada
y una garra le
arrancaba, sin piedad,
los tiernos
sentimientos, las entrañas;
entre ellos,
su hijo, ahogado en la maldad,
ardía en el
infierno de la infamia.
-Hijo mío –le decía-, quieres ser,
pues te han
nombrado emperador de Alemania,
cueste lo que
cueste y caiga quien caiga,
quieres ser
emperador de las Españas;
y no te
detienes en quemar, matar,
hundir, robar,
romper, violar si hace falta.
Tú no eres mi
hijo: ya no hay corazón
en la piedra
que en tu pecho palpitaba.
La Santa
Junta llegó
a hablar con
la reina Juana
de justicia y
de razón,
y del corazón,
del alma;
y vino el
Consejo Real,
la sombra del
rey de España,
la injusticia
de don Carlos,
la sinrazón
disfrazada;
y puso amor
con engaños
donde hubo
odio, donde hubo armas.
Ardió Medina
en las teas
sobre sus
propios tejados,
de sus
propios habitantes
los cañones
dispararon
sobre las
calles y casas,
la ciudad que
amaban tanto;
y fueron,
como Nerón,
corazones
despiadados,
romanos
quemando Roma,
en honor del
rey don Carlos.
Los imperiales
tomaron Tordesillas.
Y los comuneros perdieron el alma.
La reina, contemplando
todo el horror
en el corazón
del niño al que engendrara
no pudo, no
quiso justificar nunca
la vileza de
su hijo; pero estaba
atada por el
corazón
y una madre nunca puede decir
nada
contra el
tirano, si es su hijo, por mucho
que siembre injusticias,
que derrame infamias.
Mas perdieron
Tordesillas,
¡ay!, las
tropas imperiales;
el ejército
de Carlos,
su hijo,
¡ay!, los desastres
conocía, la
derrota,
el exilio por
delante.
Y llovía en
Villalar.
El ejército
se parte.
Y la pólvora
mojada
bajo aquellos
vendavales
de agua no
prendió y las tropas
comuneras lo
apresaron;
y volaba por
los aires,
¡ay!, con sus
esperanzas,
la vida de
aquel rey infame
nacido de sus
entrañas;
condenó como
mujer
y salvaba
como madre.
He aquí el
emperador decapitado.
El verdugo,
mostrándolo a la multitud
-cuerpo en el
suelo y cabeza agarrada
por el pelo,
bajo un cielo triste y azul-,
con un hacha en la mano, el corazón
de su madre rompe mientras rompe el tul
que velaba sus ojos locos de amor;
y el clamor de
la justicia se oye al sur
de los Pirineos, y al norte, en
Flandes,
un fundido en
negro se extiende por las calles.
He aquí a una
mujer desconcertada.
He aquí ciegas
visiones de mi encierro.
En la niebla
que cubre mis ojos no hay
más que lumbre
y desesperación y miedo;
lumbre que me
quema el alma, me deslumbra
y borra los
perfiles de lo que veo;
desesperación
que me nubla los ojos
poniéndome
imágenes que yo no quiero;
y miedo de ver
morir descabezado
al hijo al que
crié no hace tanto tiempo.
¡Aparta de mí
este cáliz, estas sombras
que me llenan
de dolor y desconcierto!
¡Aparta estas
visiones del alma, llévate,
dios mío,
estas sombras, estos tormentos!
¡Cómo lloraba
María, cómo era
su dolor nunca
soñado, siempre cierto!
Creedme, que me parece
que todo
cuanto veo, cuanto me dicen,
es sueño.
2. El sueño de vivir.
Quince años
llevaba cautiva la reina.
Quince años,
quince vidas contando el tiempo
-pues cada año
es una vida y ya no sabe
cuál es
mentira y cuál vive en los sueños.
El sueño de
vivir…- Los muros de piedra
sujetan la
mentira y sólo ve muertos;
pues le parece que los sueños
terribles
que la están
llenando de fiebre en su encierro
son la
realidad vestida de visiones
y no quiere contemplar al hijo muerto.
Ni siquiera en sueños. No quiere encontrar
realidades escondidas,
cuando se despierte en una de esas vidas
y tenga que llorar por el hijo muerto.
¡No quiero soñar! ¡Acaso
sea verdad lo que sueño!
¡Ni despertar, puede ser
realidad estar despierto!
Hace quince
años que la reina Juana
vive encerrada
en las paredes del tiempo,
temiendo abrir
los ojos a realidades
turbias,
temiendo cerrarlos por si el viento
acaso pone
verdad en sus recuerdos.
El sueño de vivir.
La vida entre los sueños.
Hace quince años que la reina
Juana
fue encerrada
entre paredes, ¡oh, qué lejos
parece ya! Ha
venido a visitarla
Rojas: es el
presidente del Consejo
de Castilla;
quiere que la reina firme
unas
provisiones contra los comuneros.
Y de los
comuneros no sabe nada
que no vea
entre los muros de su encierro.
-Quince años
ha –contestó la reina Juana-
que no dicen
la verdad en lo que veo,
que no me
tratan bien; y por mi ventana
sólo veo las
aguas del río Duero.
Me habéis
mentido, marqués, ya no os creo.
-Verdad es,
señora, que os he mentido,
por quitaros
de pasiones lo he hecho,
por ahorraros
dolorosa realidad
en tantas
cosas que pasan, en los hechos.
Yo enterré a
vuestro padre, verdad os digo,
hágoos saber
que vuestro padre es muerto,
y ahora debéis
saber que, como reina,
habréis de
hacerles frente a los comuneros.
-Yo no sé si
existen, en verdad os digo,
si esos
comuneros también son sueños;
todo esto es
confuso para mí: las piedras
de mi palacio
son lo único que es cierto-
díjole la
reina a Rojas, añadiendo:
-Obispo, creed
que todo me parece,
así lo oiga,
así lo vea, sólo un sueño.
Calcina el sol
las piedras de Tordesillas.
En las piedras
de Medina hay un templo
-para entonces
estará muerta la reina-
que fundara
otra mujer, Santa Teresa,
distinta de su
madre, distinta de ella,
que también
tuvo visiones, sin saber
si del
espíritu de dios o del demonio;
fueran locura
de amor si eran divinas,
o fueran
locura mala si eran de odio.
Por las
tierras de Castilla más al sur
iba cabalgando
un caballero loco
y un hombre
recio también iba a escribir
cosas extrañas
de que la vida es sueño.
Noche oscura
del alma, diría San Juan,
castillos
interiores, que estaban lejos,
pero el de La
Mota, lleno de troneras,
al cuerpo apuntaba
derramando fuego.
Noche
fascinante aquella edad
de luces
oscuras, el Renacimiento:
¡ay, doña
Juana, ya deja de soñar,
deja ya de
servir a los tiempos viejos,
ponte a buscar
las huellas de la verdad
en las
visiones verdaderas del viento!:
no murió el
emperador, porque ganó
la guerra que
libraron los comuneros
contra el
gobierno que venía de Flandes;
Castilla
contra los castellanos: veo
que empieza el
emperador un tiempo nuevo
y no será
Castilla, leyes serán
que desborden
de Castilla al mundo entero.
Como se desborda el Duero.
¿Dónde está la
verdad? ¿Castilla soñada
y vieja, la
que sueñan los comuneros?
¿O una
Castilla universal, no del Cid,
sino
Cervantes, Velázquez y Quevedo?
¿Cuál es la
Castilla verdadera, dónde
luce la verdad enterrada en un
velo?
¿Está en la
bruma de la noche? ¿El cielo
ha de ser luz
para poder ser cierto?
No hay luz sin
sombra. La luz entre la niebla
también inunda
la realidad, pero
de otro modo.
¿Es auténtico, es cierto,
qué pasa con
las verdades que son falsas?
Fue falsa una
gran verdad: el imperio.
Y fue
auténtica una gran mentira, fue…
la justicia:
escondida entre las nubes
del tiempo
y esperando a
don Quijote a que vinieran
tiempos nuevos.
Que es un sueño la verdad,
una luz, una
utopía, una niebla
que tendrá que
renacer en otro tiempo.
Pero ahora la
tempestad agita el Duero.
Doña Juana, doña Juana,
alejada de la mar,
la meseta de
Castilla
¿no tendría que cambiar?
Doña Juana, doña Juana,
tus manos
saben hilar,
hilando el
aburrimiento,
¿dónde vienes
a buscar?
Doña Juana,
doña Juana,
¿dónde
encuentras la verdad?
Encerrada en
Tordesillas
¿dónde tienes
que mirar?
-En el tiempo.
Sólo miro en
el recuerdo
y el futuro
no se ve,
mas la rueca,
hilando dentro,
poco a poco
surgirá.
Creedme.
Que me parece
que todo
son ficciones
de mis sueños,
y entre sueño
y sueño, miro
el único
sueño que es verdad.