jueves, 17 de marzo de 2022

DE FAKE NEWS, DE EMBUSTES Y DE BULOS

 

 

DE FAKE NEWS, DE EMBUSTES Y DE BULOS

 


            Andrés Laguna se sumó a los médicos humanistas que querían conocer las cosas de visu (de vista) y no ex auditu (de oídas); no se trataba de saber lo que nos habían dicho sino lo que podíamos ver con nuestros propios ojos; y si se trataba de personas, había que saber (y oír) lo que esas personas habían dicho,  no lo que nos habían dicho sobre ellas.

            Se trata, en realidad, de conocer las cosas en directo. En diferido podemos alterar las voces y cambiar las imágenes, y poner en boca de la gente cosas que la gente nunca ha dicho. Porque todo lo que se ve y oye en diferido necesita un intermediario, que es la cámara tomavistas; y todo lo que se graba se selecciona después mediante las técnicas del montaje; y el montaje depende siempre de la gente que lo monta, de sus intenciones, inteligencia y sensibilidades. Parece entonces que para poder creernos las cosas tenemos que contemplarlas en directo.

            Ahora bien, el directo también puede ser manipulado. Trucado, falseado, deformado. Yo veo a un ilusionista en directo y estoy viendo palomas que salen de los sombreros, cintas sin fin que salen de la manga, personas cortadas con un cuchillo que luego vuelven a salir enteras; y hasta, si apuramos, podemos ver fantasmas y monstruos que no surgen de la verdad sino de holografías astutamente presentadas. Cuando vemos esas monstruosidades en el cine sabemos que son producto del montaje; cuando las vemos en directo nos las creemos, a menos que estemos acostumbrados a ver espectáculos de ilusionismo (nosotros decimos: “de magia”) y sepamos que hay truco aunque no sepamos qué trucos son y cómo hace el prestidigitador para que las cosas, sin serlo, parezcan reales.

            De modo que aunque estemos viendo las cosas en vivo y en directo no tenemos por qué fiarnos de ellas. Estamos acostumbrados a distinguir los números de prestidigitación de los otros espectáculos. Sabemos que en un número de magia hay truco; pero en un mitin político o un debate estamos dispuestos a creer que lo que oímos y vemos es verdad. Supongamos que sospechamos que los actos políticos también sean ilusionismo: no nos fiaríamos de lo que vemos, oímos ni respiramos; creemos que estamos viendo a un líder cuando vemos en realidad a otra persona maquillada, disfrazada como él; Saddam Huseín tenía varios dobles que se paseaban por Bagdad como si fuera él, para que los atentados se los hicieran a ellos y no al Huseín verdadero.

            De modo que no sabemos distinguir la copia del original. Ni siquiera nos podemos fiar de lo que vemos, todo lo que nos rodea con apariencias de realidad puede ser engañoso. No sabemos si es un mundo virtual creado por ordenador (como en Abre los ojos, Matrix o El show de Truman, por citar algunas películas famosas). No nos podemos fiar de lo que oímos decir a otros, porque puede ser mentira; ni de lo que vemos y oímos en vivo, porque puede ser ilusionismo y realidad trucada. La experiencia directa de las cosas hoy es imposible. Pudo no serlo en el paleolítico, donde las técnicas audiovisuales de reproducción casi eran inexistentes. Pero hoy sí. Hoy día ya no podemos fiarnos ni de lo que vemos ni tocamos. Se adulteran los sabores con saborizantes y potenciadores del sabor, y lo mismo podemos decir del olfato; en cuanto al tacto, sólo los ciegos conocen las cosas tocándolas; y no todos; los demás, aunque toquemos la mano de un político, no sabemos decir quién es. 



            Se ha dicho que es verdad lo que vemos, oímos y tocamos. Pero no es así. También se ha dicho que la verdad está en la coherencia de las palabras, no ya en la correspondencia de las palabras con los hechos. Si sé que tal político está en Nueva York y yo lo estoy viendo en mi pueblo, una de las dos cosas es mentira. Si me dicen que Ucrania ha cometido un atentado contra Rusia teniendo Rusia cien mil soldados a las puertas de Ucrania, yo sé que esa información no es verídica; porque cometer ese atentado sería un suicidio y Ucrania está intentando defenderse, no suicidarse.

            Unos dicen que Trump ha perdido las elecciones en el año 2021. Trump lo niega, dice que han montado una gran mentira. ¿Cómo saber quién dice la verdad? No escuchando la radio, porque los locutores pueden tener identidades falsas. Ni la televisión, porque puede ser un montaje. Ni viéndolo en vivo y en directo, porque las papeletas que me muestran pueden ser falsas. Tampoco puedo fiarme de lo que me dicen, porque lo que me dicen puede ser mentira (aunque quien me lo diga sea una persona de carne y hueso). Una mentira de Trump puede tener la misma fiabilidad que una verdad de su adversario; o viceversa. No hay en democracia pruebas exactas de la veracidad de lo que dicen los políticos.

            ¿Entonces por qué creer a unos antes que a otros? Se trata de actos de fe, no de cosas probadas. La gente de la calle no está acostumbrada a razonar, por eso no utiliza la lógica para distinguir la verdad de la mentira: lo que sería una auténtica demostración; y aun así podríamos también dudar de ella, porque hay juegos matemáticos donde la razón y el cálculo incurren en paradojas y parecen trucados. Si no se puede saber dónde está la verdad, sí se puede creer en ella; y la verdad está donde nosotros queremos.

            Dos personas están viendo un partido de fútbol. Han metido un gol. El partidario del equipo goleado dice que ha sido fuera de juego, el otro dice lo contrario; y aunque repiten la jugada a cámara lenta los dos siguen en sus trece, porque los dos ven lo que quieren ver, no lo que sucede realmente. Volvamos al ejemplo de Trump. Si sus partidarios aceptan, con él, que hay millones de votantes que no tenían derecho a votar, no están negando que esos votos sean contrarios a ellos, sino que sean legítimos, porque no emanan de verdaderos norteamericanos. ¿Y quiénes son ciudadanos verdaderos? ¿Los que se han nacionalizado no lo son? ¿Lo son solamente quienes han nacido allí? No, dicen algunos, solamente quienes han nacido de padres que ya eran ciudadanos. ¿Entonces Trump no lo es? Porque sus padres eran suecos. Pero sus partidarios están dispuestos a no contar los votos de muchos latinos aunque sí los de Trump. ¿Por qué?

            Porque el problema no es la verdad. Es verdad que Trump es de origen extranjero, al igual que los latinos, eso lo saben los partidarios de Trump. Pero la cuestión no es la verdad, ni tampoco quién tiene razón, ni siquiera quién tiene derecho y quién no: la cuestión es votar a quien dice las cosas que nosotros pensamos; el resto no importa. El problema no es la verdad sino la solidaridad; la fraternidad, que dicen los franceses, o, como dice el cristianismo, que todos somos hijos de dios y por tanto que todos somos hermanos. ¿Ah, que los republicanos son cristianos? ¿Que el cristianismo predica la fraternidad? ¿Y que ellos no la predican? ¿Y siguen siendo cristianos? ¿Y con ello se contradicen? No importa. Lo que importa no es la  coherencia, sino el egoísmo. América primero. Aunque de América excluyamos a la mitad de los americanos. Quién sea americano y quién no, eso lo dicen nuestros intereses, no la realidad, no la verdad, porque estamos dispuestos a defender una mentira a pesar de que la verdad de las verdades la conozcamos.

            Entonces el mundo no está dominado por las noticias falsas, por los bulos. Son los bulos los que están dominados por el interés. Somos nosotros quienes decidimos elegir qué cosas queremos creer, al margen de la verdad, si hace falta. El problema no es la verdad, es el corazón. Cuando la gente no tiene corazón se pone un velo delante de los ojos porque sabe que la verdad la tiene delante, pero no quiere mirarla; prefiere creer las mentiras que defienden sus intereses y al principio lo hace por egoísmo, pero se lo acaba creyendo.

            La pregunta es: ¿por qué antes creíamos a los políticos moderados y ahora preferimos creer a los extremistas? La respuesta podría ser: porque antes la verdad era favorable a nuestros intereses y ahora ya no. Antes no nos molestaban los extranjeros porque nosotros teníamos trabajo. Ahora ya no lo tenemos y por eso nos molestan; aunque hayan venido, llamados por nosotros, cuando nosotros los necesitábamos. Y en vez de intentar que todos tengan trabajo preferimos quitárselo a ellos aunque sufran como perros y los tratemos como animales; y aunque pocos de nosotros estén dispuestos a trabajar en las condiciones degradantes que a ellos les imponen; aunque pocos quieran trabajar por los bajos sueldos que les están dando.

 


 

No hay comentarios:

Publicar un comentario