viernes, 22 de febrero de 2019

LA LEYENDA DEL PAÑUELO





LA LEYENDA DEL PAÑUELO


                                                                       1.
   Mil ochocientos treinta y uno. Era un teniente,
joven y arrojado, de voluntarios realistas.
Una nube de sol pasó, cruzándole la frente.
Un relámpago le nubló, le cegó la vista.
Un leve temblor subía, un presentimiento,
su caballo relinchó, su fe retrocedía.
“Escoltará a una mujer”, dijo la autoridad
suprema de Sevilla. ¿Su nombre es…? “María”.

                                                                       2.
   Mil ochocientos treinta y uno. Era el teniente
un hombre justo y bueno; se llamaba Juan Pedro.
“María Jerónima Francés”, fue la autoridad
tajante y seca. Es esposa de un bandolero.
“Tiene que entregársela al corregidor de Estepa:
la misión es peligrosa, el camino estrecho”.
Terció la capa el teniente, apretó el retaco,
se acordó de Inés, pensó en el niño, miró al cielo:
cruza entre nubes la cigüeña de patas largas,
pasa la voz de Odín, cruje el sol, siniestro cuervo,
ruge el relámpago torvo de luz, que nos ciega
clavándole en la frente inquietantes pensamientos.
Está embarazada, como Inés; José María
es su esposo, el Tempranillo, el bandolero
más temible; su meta, su huella, su enemigo,
aquel que por buscarla removerá el infierno.

                                                                       3.
   “¡En marcha!”, dijo. Mil ochocientos treinta y uno.
Dispuso un mulo para que la mujer viajara,
y él, escolta fiero como fiel caballero,
no permitió que durmiera entre cárceles y jaulas
como mandara hacer el corregidor de Estepa;
murió el día, se apiadó de ella; una posada
buscó y allí durmió María, en una cama,
mejor que la vida errante de su luz precaria.
El teniente Juan Pedro pasó la noche en vela,
puso voluntarios de centinelas, y el alba
los sorprendió a todos durante cuatro días.
Por fin se le hizo próxima la ciudad lejana
donde pudo encontrar al corregidor de Estepa
y hacerle entrega de su prisionera. “¡En marcha!” 


                                                                       4.
   “¡No!”, dijo ella, y se quitó el pañuelo. “Tomad.
Guárdelo, señor Juan Pedro, os protegerá”.
Era un pañuelo de seda. Y allí su cabeza
quedó desnuda, noble y franca: “os salvará.
Si los muchachos os salen al camino, déselo,
enséñeselo, señor, y os respetarán.
Su persona y cuanto usted lleve serán sagrados,
cuanto usted ha hecho, señor, no lo olvidarán”.

                                                                       5.
   Ha pasado el tiempo y regresaron las cigüeñas,
por el cielo vuelan rápidos los cuervos de Odín,
las nubes del verano descargaron tormentas,
las frentes descargaron sus sueños de marfil.
María es libre. Sucedió la realidad al sueño,
una galera de corsario vino a partir
y en ella el teniente Juan Pedro, tomando asiento,
viajó, por campos y aldeas, queriendo dormir.
Era una fila larga de galeras, de Osuna,
de Estepa, Granada y Málaga, Puente Genil;
era una caravana inmensa, los mayorales
gritaban, restallando el látigo; y el gemir
de cascabeles y campanillas descendió
entre galera y galera. Un viaje feliz.
De repente, salen de un olivar los jinetes
que avanzaban con sus retacos. Día sin fin.
Era la partida del Tempranillo, sus órdenes
detuvieron los carruajes, y aquello fue el fin
de tantas horas lentas sin interés ni historia;
fue saqueo y robo y ver los pájaros ir.


                                                                       6.
   “Tengo que hablar en secreto”, le dijo el teniente
a uno de los bandidos, “con don José María”.
Llamó el caballista a su capitán y le dijo:
“¿Qué se le ofrese, amigo?” Ya declinaba el día.
Entre las nubes volaban los cuervos de Odín.
Por toda respuesta, arañándose una herida
-apenas un rasguño-, el teniente sacó
el pañuelo. El Tempranillo palidecía.
Enmudeció, surcó su frente un sudor frío
y al pronto su voz, transfigurándose, decía:
“¡A ver! El baúl del caballero. Que su manta
y su capa se coloquen aquí, retenidas;
¡y que naiden lo toque!” El caballero miró
a los ojos nobles del sargento: “lo que usté
hiso por mi pobresita mujé”, repetía,
“lo sé too y aonde esté José María, usté
será siempre el amo”. Su cuerpo tenía
el temblor frío de los hombres que están callados.

                                                                       7.
   Miró el pañuelo de María. Entre sus dedos
tenía apretada la seda, de color caña,
con una cenefa de pájaros de colores;
la tarde vencía ya al fulgor de la mañana:
lloviznaba; el leve temblor del sentimiento
eran las voces rudas que hablaban sin palabras.




viernes, 15 de febrero de 2019

LA SOCIEDAD DE LOS DOS INSTINTOS




LA SOCIEDAD DE LOS DOS INSTINTOS    


                                                                       1. 

            La sociedad es un ser vivo que tiene dos instintos: uno de conservación y otro de destrucción. El primero es su cara amable: alegría, confianza, amistad y generosidad. El segundo es su cara aviesa: desconfianza, pesimismo, hostilidad y odio. Hay algo perverso en una naturaleza hostil: vida contra muerte, ayuda contra daño, paz contra guerra, seguridad frente a orgullo, paciencia contra ira, fuerza contra debilidad. Todas las sociedades tienen estas dos caras. Todas.
            Hay una leyenda india que lo ilustra muy bien: “padre,  siento que hay dos lobos dentro de mí, uno bueno y otro malo; los dos están luchando, ¿cuál de ellos vencerá?” El padre le contesta: “aquél que tú alimentes”. Igual sucede en la sociedad; vencerá, de los dos instintos, el que más cuidemos.
Pero sucede que cada uno alimenta al que siente dentro con más fuerza, como si ya hubiésemos sido conquistados por él; entonces entramos en un círculo vicioso: ¿de qué depende que alimentemos a uno u otro? ¿De que hayamos sido conquistados por uno de ellos? Entonces no somos libres. Somos un instinto, bueno o malo, que nació. La naturaleza no tiene poder para domar los instintos, las fuerzas que nos gobiernan son superiores a la fuerza que pugna desde nuestro pensamiento, desde nuestra libertad.
            Esto significaría que unos nacemos buenos y otros malos. Unos de la mano de dios y otros del diablo. Me cuesta aceptar que sea así. Nuestra vida es más bien un campo de batalla donde luchan estos dos instintos, y nosotros tenemos en esa lucha una ayuda inestimable: esa ayuda es la razón; con la razón construimos bondad, y la ponemos en los ladrillos del sentimiento; y sin ella, esos ladrillos se vuelven maléficos. Sentir, en sí mismo, no es bueno ni malo pero los sentimientos, cuando son filtrados, moldeados e  impregnados por la razón (alegría, amistad, confianza: vida), son buenos, mientras que los que sean inaccesibles a ella, herméticos, impenetrables (pesimismo, inseguridad, odio), son malos o lo que es lo mismo: son impulsos destructivos, son las fuerzas que quieren morir.


            Adviértase que no tenemos por qué decir que los sentimientos malos son oscuros (pues la oscuridad es, cuántas veces nos pasa, refugio donde nos acurrucamos para soñar); tampoco hay que decir que los sentimientos buenos son luminosos (pues la luz, aunque nos hace ver y nos vuelve alegres, también nos puede cegar). La luz y la oscuridad son territorios donde pueden morar tanto el sentimiento bueno como el malo; hay maldades tenebrosas pero también centelleantes; y bondades luminosas, sí, pero también de penumbra y acogedoras; a veces hay que cerrar la ventana para que no nos hiera la luz, o para que no nos agobie el sol cuando el calor aprieta.
            Tampoco hay que confundir la fuerza con el mal. La fuerza es vida, no maldad; la maldad no es más que la destrucción, la perversidad, la muerte. Pretender que los buenos son los débiles es empujar a los niños a que sean malos, porque si la fuerza es maldad, ellos, que se sienten fuertes, acaban creyendo de veras que son malos. ¿No ocurre que en las películas pensamos con los buenos pero sentimos con los malos? No; pensamos y sentimos con los buenos, sólo que la bondad es fuerte y nos han enseñado que la fuerza tiene que ser maldad, y por eso hay algo dentro de nosotros que nos empuja no a la maldad, sino a la fuerza: y es la sociedad la que nos engaña. Donde dice fuerza la gente entiende brutalidad, mientras que para la naturaleza es simplemente salud. Nos gustan los villanos porque en las películas a los buenos los pintan como personas débiles, enclenques, pasivas, sin energía, desvitalizadas; los fuertes, vigorosos, activos, alegres, vitales, muchas veces son los villanos; no es que nos gusten los malos, nos gusta la vida que ponen en los malos; pero como en el cine se han creado una moral que asocia la maldad con la vida (es decir lo perverso con lo fuerte), nos han hecho creer que somos perversos y malos cuando en realidad sólo somos fuertes y vitales.
            Hay que aclarar las confusiones de nuestra moral, porque toda la moral está edificada sobre una gran confusión: la fuerza y la bondad no sólo no se excluyen, sino que se necesitan: la clave está en la razón; una fuerza orientada por la razón es buena, las fuerzas irracionales son malas; la razón que brota de nuestra cabeza es la que nos guía en nuestra vida para manejarnos; pero también hay una razón con la que no pensamos, sino con la que piensa la naturaleza misma: con ella se han hecho los instintos buenos; allí donde la naturaleza no ha podido construir las formas de su razón, las fuerzas que han aparecido eran instintos malos.


2.

            Dos son, pues, las fuerzas que nos construyen: una es la fortaleza y otra la debilidad. La persona fuerte que no quiere emplear la fuerza no es una persona débil, sino sensata; mesurada y paciente. Pero la sociedad admira a quienes emplean la fuerza aunque por dentro no sean robustos: ésos son los débiles. Los coléricos, los brutos, los violentos, los malvados, ésos son los que muestran debilidad; y parecen fuertes. Los pacientes, los sensatos, los pacíficos, los buenos, son, por el contrario, fuertes; y parecen débiles; al definir como fuertes a los hombres, cree que son débiles las mujeres, pero también los homosexuales: cuando el sexo posiblemente no tenga que ver con fortaleza, sino con brutalidad; una mujer es fuerte como un hombre, pero la sociedad quiere que la fuerza del hombre sea visible (y la confunde con violencia) y que la de la mujer no se vea nunca (y entonces parece desánimo, obediencia, falta de carácter y debilidad). No nos engañemos: a quienes la sociedad llama fuertes nosotros los podemos llamar brutos, y quienes pasan por débiles son en realidad fuertes. Consecuencia perversa de esta confusión es que hemos creado una imagen de la bondad que no tiene nada de buena: la obediencia, el abandono, la vida arrastrada, pasan por bondades cuando en realidad no son más que el resultado de confundir la resignación con los brazos caídos y la paciencia con la rendición. Hay que tener siempre la moral bien alta: la moral, que persigue la vida buena, es también la vida fuerte; o de lo contrario confundiremos lo bueno con la impotencia y la esclavitud con la felicidad.


3.

            Las dos fuerzas que luchan parece que se escaparon de la naturaleza y ahora están gobernadas por la sociedad. Una sociedad sana cultiva en sus miembros la alegría, la fuerza, la amistad, la confianza, y procura atar las fuerzas de los deprimidos, de los asesinos y ladrones, de los enemigos de la vida, de los envidiosos de la felicidad; no los mete en la cárcel para que sufran, sino para que no puedan hacer daño; hospitales, sanatorios, psiquiátricos, lugares donde los seres agitados por las fuerzas perversas puedan vivir y buscar, en la medida en que eso sea posible, los dulces caminos de la felicidad.
            Pero hay sociedades perversas que liberan las fuerzas destructivas y encadenan a las que son sanas. Los asesinos, los ladrones, los psicópatas, los frustrados; los envidiosos, los vagos, los que nunca han luchado contra la pereza, los que han sucumbido a ella; los rencorosos, los inmaduros, los envidiosos y codiciosos, los coléricos, los que sembraron resentimientos en su vida: ésos son liberados por la fuerzas enfermas que les ponen uniformes y trajes y los convierten en policías y soldados, funcionarios y políticos, mientras los generosos y los fuertes dan con sus huesos en la cárcel. Allí donde los buenos están libres (y los buenos son felices) la sociedad es más feliz. Y donde se libera a los malos (infelices y desgraciados, que ser bruto es a la vez ser tonto porque la fuerza en ellos no viene acompañada de inteligencia), allí, desgraciadamente, la sociedad no es feliz. Las sociedades desgraciadas tienen prisa y persiguen sus objetivos por medios rápidos, confundiendo rapidez con eficacia: es la guerra. La paciencia, por el contrario, se confunde fácilmente con ineficacia y debe luchar contra sus detractores, que piensan que el único movimiento que existe es el que vemos; pero la paciencia, aliada de la fuerza (y de la confianza feliz) es el único camino para la paz.
            El guepardo corre rápido, pero si no alcanza a su presa en cien metros se agota y se para, y se queda sin comer. Pero el águila, que es fuerte en las alas y aguda en la vista, es capaz de volar sin moverse dejando que lo lleve el aire; ella misma ha buscado esas corrientes para surcar el cielo sin agotarse, volando con alegría, empeñada en la tarea de planear. Que es una tarea dulce y sana.





viernes, 8 de febrero de 2019

APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA (2)





APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
(2) LOS ALBORES DEL PENSAMIENTO


 1. El pensamiento preconceptual.

El pensamiento preconceptual consiste en coordinaciones sensoriomotrices de imágenes, impulsos y movimientos. Consiste en cierta habilidad psicomotriz (una destreza, un saber hacer) que poseemos cuando jugamos al fútbol, conducimos un coche o nos afeitamos; este tipo de habilidades no tiene nada que ver con el lenguaje.
Jesús Mosterín (a quien debemos esta forma de presentar las cosas) pone como ejemplo el guepardo cuando está cazando[1]. El guepardo se da cuenta de que sus crías tienen hambre, y necesita cazar; para ello busca y encuentra una manada mixta de ñús, cebras y gacelas; las distingue y las clasifica; busca, entre todas ellas, una que esté débil o que sea lenta: la encuentra; es una gacela que cojea levemente; la selecciona y decide atacarla; para esto se ha tenido que colocar, desde el principio, en el lado contrario a la dirección del viento, para no ser olfateado. Busca, observa, atiende, clasifica, decide, recuerda y aprende: esto es pensar. Pero no piensa con palabras, sino con sensaciones y movimientos; y las palabras son como cajas que contienen conceptos; esta forma de pensar puede ser calificada de perceptual, preconceptual o prelingüística; así piensa también un futbolista creativo que, de un vistazo, ve la jugada antes de que se produzca; y la ve porque su instinto (su instinto, casi más que su inteligencia) calcula las distancias, distribuye los espacios y localiza las trayectorias; supondremos que el instinto es algo así como un pensamiento inconsciente; que tiene que ver con las sensaciones mucho más que con los conceptos.
Las señales recibidas (huellas, marcas, rastros) desencadenan respuestas inmediatas, más bien impulsivas, que suelen ser acciones por contacto o, si no es por contacto, por proximidad (pues el significado de la señal es su referente y hay poca distancia entre el signo y el referente; cuando el lobo detecta el olor de los orines, sabe que hay  cerca otro lobo metido en su territorio). Las señales son imágenes concretas, tienen referentes sensoriales y desencadenan respuestas rápidas.
El animal prelingüístico se asusta ante el rayo, pero no articula lingüísticamente su miedo: no hace preguntas. Sufre por la muerte de su cría pero no articula su dolor: no se pregunta por qué, no hace reproches, su queja es expresión de lo que siente, no manifestación de lo invisible; si otro animal ha matado a su cría lo atacará movido por la rabia, no por la venganza; al animal prelingüístico lo mueven las causas, no las consecuencias; reacciona ante lo que sucede de forma inmediata, no buscando reparación; y cuando busca algo no intenta sacar conclusiones de los hechos (como cuando caza para comer), sino movido por el instinto, y los instintos pueden considerarse causas naturales que tienen consecuencias; pero consecuencias adosadas al instinto que no están buscadas por la razón.


2. De los perceptos a los conceptos.

            A finales del jurásico[2] la desaparición de los dinosaurios dejó espacio para el desarrollo de unos pequeños animales con pelo que convivían con ellos: los mamíferos; algunos (los antepasados de los lémures) dieron lugar hace 65 millones de años a los primates, que tienen ya forma humana (son los hominoideos). Eran arborícolas y tenían manos prensiles; como dormían de día y cazaban de noche, tenían una gran agudeza visual que les daba visión estereoscópica, necesaria para controlar las distancias y no caerse cuando saltaban de rama en rama (una caída desde las alturas de los árboles podría suponer la muerte).
            Hace 4 millones de años los chimpancés se separaron de los homínidos; ambos era primates que presentaban una reducción de los caninos, a diferencia de los póngidos (orangutanes y gorilas): a esos primates de caninos cortos se les conoce como homininos. Tras un cambio climático que redujo notablemente el número de árboles algunos homininos se separan a su vez de los australopithecus al presentar, también, una reducción de los dientes posteriores y poseer una industria lítica que ha sido calificada de olduvaliense: son los homínidos (esto es, el género homo). Al carecer de árboles en número suficiente descendieron a la sabana y se vieron obligados a usar las patas traseras; y como había arbustos muy altos, tuvieron que adoptar la posición erguida: la bipedestación, a su vez, desarrolló la columna vertebral, lo que permitió el enrollamiento del cerebro. Con la escasez de alimentos vegetales, como veremos después, se vieron obligados a comer carne y esto desarrolló el cerebro. El proceso fue el siguiente:
            a) La escasez de vegetales (tales como las hojas y raíces, muy duras de masticar) hizo innecesarios los potentes dientes que tenían los australopithecus; y por lo tanto también las crestas sagitales, en las que se insertaban los fuertes músculos masticadores.
            b) Esto liberó presión sobre el cráneo, que pudo desarrollarse sin el corsé de esos músculos, aumentando de tamaño.
            c) La dieta carnívora permitió el desarrollo del cerebro.
            d) Y el cerebro creció enrollándose sobre sí mismo, lo que permitió que hubiera más conexiones neuronales en menos espacio: esto se llama encefalización.
            Al liberarse la mano gracias a la bipedestación, ésta se acortó al tiempo que se alargó el pulgar: y las manos prensiles de los primeros primates dieron lugar a la pinza de precisión, que permitía un agarre fuerte pero al mismo tiempo delicado, dando origen a la técnica: de la mano del homo habilis vemos surgir las primeras herramientas, que se diferencian de los objetos utilizados por los australopithecus, (objetos cogidos de la naturaleza pero no fabricados por ellos); estamos hablando de la industria lítica del modo 1, que ya hemos identificado como olduvaliense.
            Como se ve, hay una dependencia recíproca entre la mano y el cerebro. El género homo aparece cuando la capacidad craneal es superior a 600 c.c., y esto sucede con el homo habilis; el tamaño del cerebro experimenta dos aumentos espectaculares:
            1º. Del australopithecus afarensis (450 c.c., hace 3’9 millones de años) al homo ergaster (una variante del homo erectus: 900 c.c., hace 1’8 millones de años).
            2º. Del homo ergaster al homo sapiens (1 300 c.c., hace 30 000 años). Algunos autores consideran a neandertales y sapiens como dos subespecies (respectivamente homo sapiens neanderthalensis y homo sapiens sapiens); para otros, sin embargo, se trata de dos especies diferentes (homo neanderthalensis y homo sapiens).
            Veamos el proceso más de cerca.


2.1. El homo habilis.

            Hace 2’5 millones de años aparece el homo habilis. Su capacidad para la manipulación de objetos y posterior fabricación de herramientas hacen de él el punto de partida de la inteligencia instrumental: esa forma de pensamiento que dio origen a la técnica; sin la técnica el ser humano no hubiera sido posible; frente al australopithecus, el homo habilis es el primer homínido que aparece (la primera especie del género homo).

2.2. El homo erectus y el homo ergaster.

            Hace 1’8 millones de años surge el homo erectus. Hasta entonces sólo podríamos hablar de lenguaje animal. El lenguaje animal es natural, y por lo tanto innato: se nace con él, no se aprende. Previamente había existido la comunicación química (que transmitía por el olfato informaciones sobre la demarcación del territorio y sobre la disponibilidad sexual); la comunicación gestual (donde la codificación de indicadores visuales puede alcanzar gran complejidad, como es el caso de las abejas); y la comunicación oral (inarticulada, muy limitada en su repertorio de voces). El lenguaje humano es otra cosa.   
            Para empezar, ahora es más que comunicación: es lenguaje. No existe el lenguaje animal, sólo podemos hablar de comunicación entre animales. Para que la comunicación empiece a ser lingüística hace falta que los llamados lenguajes animales empiecen a ser simbólicos; y un símbolo (un signo), como sabemos, a diferencia de las señales, ya no se limita a provocar respuestas inmediatas frente a los estímulos: ahora no responde solamente a lo que tiene presente, sino a lo que está lejos, no solo en el espacio, sino también en el tiempo; y las llamamos, entonces, respuestas diferidas; la palabra “pan” puede despertar hambre aunque ya haya comido, mientras que en la comunicación animal sólo se despierta con las imágenes presentes o recordadas (la presencia de pan o el recuerdo del pan que comí ayer):
            Parece que la inteligencia simbólica, o capacidad de comunicarse mediante el lenguaje, apareció con el homo erectus (que, como ya dominaba bastante la técnica lítica, una de sus variantes ha permitido caracterizarlo como hombre artesano: homo ergaster, en lenguaje técnico). El lenguaje humano requiere un gran aumento de la masa encefálica (los 450 c.c. del australopithecus afarensis se convierten en 900 c.c. en el homo ergaster); y requiere, además, un aparato fonador capacitado para emitir sonidos articulados. Sólo el homo sapiens podría pronunciar la a, la i y la u, que se encuentran en todas las lenguas del mundo; en las anteriores especies humanas la laringe estaba alta y la lengua, larga y baja, no podía crear una cavidad de tamaño variable en la boca; hasta los neandertales tendrían problemas con los cambios rápidos de pronunciación; frente a ese hablar lento, sólo el homo sapiens tendría una cavidad bucofaríngea perfectamente adaptada para hablar[3].
            El australpithecus afarensis tendría ya un mayor desarrollo proporcional de lso lóbulso temporal y parietal (que albergan centros de coordinación); y un pequeño abombamiento correspondiente al área de Broca [4]; como veremos después, esta área es decisiva en el desarrollo del lenguaje.

2.3. El homo sapiens.

            Los signos propios de los lenguajes humanos sirven para nombrar realidades que no están presentes, pero también para describir seres que no conoce nuestro interlocutor o, si los conoce, para atraer su atención sobre ellos; y, si en lugar de referirse a términos singulares se refieren a términos generales, sirven también para definir ideas o cosas; definimos lo abstracto pero describimos lo concreto.
            Parece que el homo ergaster utilizaba el lenguaje para describir cosas. Quizá podamos atribuirle manifestaciones rituales como enterrar los cadáveres boca arriba: ¿quizá con un sentido religioso? ¿Estético, tal vez? Hace 1’8 millones de años el homo ergaster ya tenía una capacidad craneana de 900 c.c. Y con él apareció la lógica como capacidad de pensar sobre imágenes de objetos representados tanto icónica como simbólicamente; la capacidad de hacer descripciones es una lógica concreta que muy bien pudiera parecerse a los estadios preoperacional y de las operaciones concretas de Piaget.
            Hace 230 000 años los neandertales avanzaron mucho en sus rituales funerarios; ya tenían preocupaciones espirituales de carácter religioso, mágico y, seguramente, artístico. El hombre de neanderthal tenía una capacidad craneana de 1600 c.c., algo mayor que el homo sapiens.
            Hace un millón de años se inició el paleolítico inferior, que duraría hasta la aparición del hombre de cromagnon (hace 40 000 años). El paleolítico inferior cubre la mitad del tiempo en que vivió el homo erectus (como homo ergaster) y buena parte del tiempo de los neandertales; entre ellos, en la península ibérica, convivió con el homo ergaster el homo antecessor. Los neandertales se extienden sobre el paleolítico medio y abarcan, viviendo ya con los sapiens, la primera mitad del paleolítico superior.
            Con el homo sapiens, en sus fases iniciales de cromagnon, las incipientes preocupaciones espirituales se concretan en el origen del saber; que en sus estadios iniciales (hasta el siglo –VII) abarcan el mito, la magia, la técnica, la religión y el arte; después, en sus etapas avanzadas, se manifiestan sucesivamente como filosofía, ciencia y tecnociencia. Característico del homo sapiens es un pensar abstracto que debió estar presente quizá en el neandertal; la capacidad de hacer definiciones catapultaría a nuestra especie hasta la gran revolución del conocimiento; las intuiciones iniciales de fuerza (sentida más que pensada) desembocarían al final del proceso de abstracción creciente en la formación de conceptos.


3. La cultura.

3.1. Naturaleza.

            Los australopithecus percibían el mundo y lo alojaban en su memoria; no sabían fabricar herramientas y su inteligencia no llegaba ni siquiera al estadio de inteligencia instrumental; sin embargo, el abombamiento que presentaba en la parte del cerebro correspondiente al área de Broca indica que su forma de comunicación apuntaba ya a un pequeño desarrollo de la comunicación oral, muy lejos todavía del lenguaje articulado.
            Con el homo habilis aparece esa forma de pensamiento que piensa sin palabras: razona, de alguna manera, sin tener conciencia de que razona. Todavía utiliza las formas animales de comunicación (oral, gestual, química) y es posible que produjera formas elementales de cultura parecidas a la cultura animal; más elaboradas, por supuesto, desde la inteligencia instrumental que le permitía fabricar herramientas. Las culturas animales producen rasgos excepcionales y poco relevantes para el programa vital de la especie (como cuando ciertos tipos de pájaros hacen innovaciones con sus cantos).
            Con los chimpancés podemos observar ya un progreso: en ellos se advierte la presencia de pautas alimenticias aprendidas por observación; pero su alcance es muy limitado, porque no disponen de lenguaje articulado y sólo pueden transmitirse por imitación: lo mismo pasa con los macacos del Japón.
            Durante algunos años, los científicos[5] observaron el comportamiento de diversas poblaciones de macacos. En una de ellas unos macacos descubrieron aguas termales y empezaron a bañarse; cuando esta costumbre se generalizó se convirtió en un rasgo cultural para aquel grupo. En otra población los científicos, para ganarse su confianza, les arrojaron batatas; ellos se las comieron sucias de tierra, pero un día a uno se le ocurrió lavarlas en un estanque, frotándolas hasta dejarlas limpias: y como así tenían mejor sabor, otros lo imitaron y empezó a generalizarse la costumbre. Otro día (fue en el año 1953) algunos las lavaron en el agua del mar, y el sabor salado les parecía más rico; al cabo de un tiempo todos, salvo los más viejos, adoptaron la nueva costumbre; se estaban creando y transmitiendo ciertos rasgos culturales; no es que los macacos estuvieran genéticamente programados para obrar así, sino que lo habían aprendido.
            La naturaleza es programación genética.
            La cultura es aprendizaje. Se trata de aprender de otros miembros de la misma especie, observándolos, imitándolos y dejándose corregir por ellos.
            El homo erectus adquirió bastante capacidad mental (bastante imaginación) para visualizar una forma y realizarla sobre el pedernal una y otra vez.
            La naturaleza es instinto; la cultura, inteligencia. El instinto es conducta programada, pautas fijas de acción; por instinto hay animales que construyen garras y colmillos artificiales con materiales naturales; luego empezaron a modificarlos, sacando punta a los palos, partiendo las piedras… El alimoche coge piedras con el pico para partir los huevos que se va a comer; el pinzón de las Galápagos utiliza espinas para sacar insectos de los huecos de los árboles; el chimpancé, ramas para sacar termitas del termitero: ¿en qué momento empezó el instinto a convertirse en inteligencia?

3.2. Naturaleza y cultura.

            Ahora bien, la transmisión de la cultura sigue el mecanismo de Lamarck. Este mecanismo reposa sobre los siguientes postulados.
            (L.1) Finalismo. La naturaleza tiende hacia la perfección a través de mecanismos cada vez más complejos; habría, pues, una evolución filogenética lineal.
            (L.2) Adaptación. La función crea el órgano, y ésta sería la forma en que los organismos se adaptan al medio.
            (L.3) Herencia. Los caracteres adquiridos se heredan: el topo pierde la vista que no necesita, la jirafa alarga el cuello, al pato le salen patas palmípedas para nadar.
            Un cuadro, una película, una novela, una sinfonía (en suma, cualquier producto cultural) se corrigen constantemente hasta ser lo más perfectos posible; tal es el propósito del artista, del autor. A través de la oferta y la demanda el autor trata de adaptar su obra a los gustos del público; y, después de su muerte, sus obras pueden servir a quien lo desee, conservándose en los museos, en los conservatorios, en las bibliotecas…


            Por el contrario, la naturaleza sigue el mecanismo de Darwin. Este mecanismo reposa sobre estos otros postulados:
            (D.1) Maltusianismo. Nacen más individuos de los que pueden sobrevivir.
            (D.2) Lucha por la existencia. Al principio crecen más los recursos que los individuos; luego hay un punto en que los individuos son más numerosos y empiezan a escasear los recursos: este punto, el límite del crecimiento, es la lucha por la existencia.
            (D.3) Supervivencia de los más aptos. Este proceso se desarrolla en dos pasos sucesivos:
            1º. Se producen de forma permanente diferencias morfológicas mínimas: son las variaciones continuas. Por ejemplo, en una especie de mariposas surgen, espontáneamente y de manera azarosa, dos variedades distintas: una blanca y otra negra. Ante un problema (y la vida es un conjunto de problemas) Ilya Prigogine habla de bifurcación: la realidad se abre en abanico ofreciendo simultáneamente varias posibilidades de solución. Veámoslo con un ejemplo. Hace 2’6 millones de años se produjo un cambio climático en África: hubo un enfriamiento y el bosque se redujo haciéndose más seco, transformándose en sabana. La escasez de árboles obligó a los homininos a bajar a tierra y surgieron tres soluciones, tres organismos dotados de distintos órganos (Popper sugiere que un órgano, como una hipótesis, es un intento de solucionar problemas); o sea, tres especies nuevas que ocupaban nichos ecológicos distintos. Recordemos que una mutación es una solución posible.
a)      Primera mutación: los australopitecos. Agotaban los restos de selva.
b)      Segunda mutación: los parántropos. Comían vegetales muy duros.
c)      Tercera mutación: los homínidos (el género homo): lo aprovechaban todo, incorporando a la dieta entre un 20 y un 30 % de carne.
2º. Selección natural. La naturaleza selecciona las más adaptativas; si la corteza de los árboles es oscura se verán mejor las mariposas blancas que se posan en ellas, y entonces se las comerán los depredadores y sobrevivirán las mariposas negras. La variación seleccionada se hereda y pasa a la descendencia. Volviendo al ejemplo del cambio climático, australopitecos y parántropos se extinguieron (pues dependían sólo de los vegetales, que escaseaban); sólo los homínidos (puesto que la carne era abundante) tuvieron éxito evolutivo.
            Veamos cómo pudo producirse la interacción evolutiva entre cultura y naturaleza:
1. Hace 2’5 millones se años el paranthropus boisei desarrolla la pinza de precisión; esta modificación anatómica estimulará el desarrollo de la mente. La reducción del bosque desarrolló también el bipedismo.
2. Ante la escasez de vegetales los herbívoros (en este caso los homínidos) tuvieron que comer carne. Las proteínas de la carne son nutrientes procesados que hicieron innecesario un tubo digestivo tan largo: al acortarse se liberó parte de la energía destinada a alimentar el intestino; los dos órganos costosos, en términos energéticos, que hay en el ser vivo son el intestino y el cerebro (pues el cerebro, para crecer, necesita una gran cantidad de glucosa); esta energía sobrante se destinó a alimentar el cerebro, que, lógicamente, empezó a desarrollarse.
3. El desarrollo del cerebro produjo la inteligencia instrumental y, con ella, la construcción de las primeras herramientas: ha aparecido el homo habilis. Que las herramientas surgieran del cerebro es lo mismo que decir que la cultura surgió de la naturaleza: al hacerlo, el mecanismo darwiniano creó un nuevo mecanismo, el de Lamarck; y el mecanismo lamarckiano permitió que las herramientas (a las que podemos llamar productos lamarckianos) fueran seleccionadas por la naturaleza… para modificarla a su vez.
4. En efecto, las herramientas construidas del homo habilis se convirtieron en las herramientas modificadas del homo ergaster; y estas nuevas herramientas, al necesitar mayores habilidades cognitivas, provocaron con su manejo un nuevo desarrollo del cerebro. Ahora bien, si la técnica lítica (una técnica adquirida, un carácter aprendido) se hereda, transmitiéndose por vía oral de padres a hijos, el cerebro no hereda ningún carácter adquirido por aprendizaje, sino que surgen en él bifurcaciones espontáneas (mutaciones) entre las que la naturaleza selecciona las más adaptadas a la elaboración de nuevos utensilios. Así, pues, las variaciones espontáneas en el cerebro (naturaleza: mecanismo de Darwin) interaccionan con los caracteres adquiridos por el aprendizaje (cultura lítica: Lamarck).
5. Este proceso se reproduce sin parar. Con los neandertales y sapiens la domesticación del fuego impulsará, a su vez, un nuevo desarrollo del cerebro… La potencia de nuestra interacción con el medio aumenta de manera exponencial. Corolario de todo ello es que la selección tecnológica influye en la selección natural: y la naturaleza (que sigue los mecanismos darwinianos) influye en la cultura (que sigue los caminos de Lamarck), y viceversa; también la cultura influye en la naturaleza, también los caminos de Darwin son modificados por los mecanismos de Lamarck.

3.3. Cultura.

            Con el homo sapiens debió aparecer el pensamiento abstracto: que conjugaba la lógica con la generalización; es evidente que quien tiene un pensamiento por imágenes también es capaz de pensar en abstracto, pero no al revés.
            El lenguaje dispara las posibilidades del pensamiento hasta convertir la cultura de la especie en un arma novedosamente potente y no sólo eficaz: también enriquecedora del espíritu. Pasó primero con la lógica concreta del ergaster y luego con la lógica abstracta del sapiens y, posiblemente, del neandertal. La cultura, lejos de ser irrelevante en términos evolutivos, pasa a ser el centro de un programa vital; convertida en segunda naturaleza, la cultura, como foco de desarrollo humano, pasa a ser una continua interacción entre el desarrollo físico y el social; técnicamente hablando, entre hominización y humanización.


4. El pensamiento conceptual. 

            El pensamiento conceptual, y por lo tanto lingüístico, consiste en coordinaciones abstractas de proposiciones. Una proposición es un sustituto de la realidad, y sus significados, transportados por las palabras, permiten pensar no sólo en lo cercano y presente, sino también en lo remoto, y en lo pasado tanto como en lo futuro. De aquí se pueden extraer varias conclusiones:
            Primera: si las proposiciones utilizan términos singulares, pensar es describir, a la vez como recordar y como imaginar.
            Segunda: si utilizamos términos generales, sus significados son abstractos y entonces pensar es definir.
            El razonamiento concreto es poético, tanto lírico como épico, si es creativo; o expresivo, o denotativo, en general; pero también puede ser aplicado y produce técnica para la vida. El pensamiento abstracto, por el contrario, es científico y técnico, y produce, más que técnica, tecnología; y suele ser denotativo: expresivo, rara vez. Como las denotaciones no sólo se refieren al aquí y ahora, el pensamiento hipotético es capaz de explicar (adivinando lo que se esconde detrás de la apariencia, en el presente como en el pasado) y predecir (descubriendo futuros escondidos en el presente).
            Las señales funcionan ahora como signos. Un signo sustituye a su significado, y éste (o más bien su referente) es fácil que esté lejos, con lo que desencadena respuestas diferidas que son acciones a distancia. La imagen, lejos de ser concreta, puede ser idealizada, y podemos pensar en cosas que no percibimos.
            El animal lingüístico sabe preguntar quién ha lanzado una piedra, quién ha lanzado el rayo; supondrá que, si la piedra la ha lanzado alguien que está enfadado, también el rayo lo habrá lanzado alguien muy poderoso, y se preguntará cómo aplacar su enfado; e imaginará que, si su cría está muerta porque se ha ido lejos, y si necesitamos provisiones para caminar lejos, también tendrá que poner provisiones en su tumba. El animal lingüístico no se limita a sufrir: también articula lingüísticamente su dolor y se hace preguntas y luego busca respuestas.
            Para cazar, los animales se comunican con el gesto; por eso el desarrollo del rostro, que aumenta sus posibilidades expresivas, aumenta la eficacia en la caza; pero la comunicación oral tiene mayores posibilidades expresivas que la comunicación visual, y por eso neandertales y sapiens utilizaron un número cada vea mayor de señales, cada vez más concretas, de tal manera que cada señal provoca un tipo distinto de reacción; ya los cercopitecos eran capaces de transmitir al menos 22 mensajes distintos con sonidos diferentes.


5. Aspectos teóricos, criterios de mentalidad y cuestiones de método.

            El ser humano actual es capaz de pensar sin lenguaje, como los leones y los guepardos. Puede buscar, observar, atender, clasificar, decidir, recordar y aprender, pero no lo hace con palabras sino con sensaciones y movimientos; con coordinaciones sensoriomotrices de impulsos e imágenes. Impulsos: instintos. Puede manejar señales (huellas, marcas, rastros), que son imágenes concretas que desencadenan respuestas rápidas, las podríamos llamar acciones por contacto. Como el guepardo, los deportistas saben calcular las distancias, distribuir los espacios y localizar las trayectorias; es, al hacerlo, un animal prelingüístico; reacciona ante las presencias, no ante las realidades ausentes; y lo mueven las causas que le rodean, no las consecuencias que él no puede sacar de los hechos. Como los guepardos y los lobos, el actual ser humano puede comunicarse mediantes olores y gestos.
Como el homo habilis, el ser humano actual tiene también una inteligencia instrumental: tiene visión estereoscópica, anda erguido mirando al frente, poseedor de un cerebro enrollado de gran capacidad craneana; maneja la pinza de precisión y por eso puede fabricar herramientas.
Como el homo ergaster, el ser humano actual maneja además de señales, signos. Los símbolos o signos ya no responden sólo de manera inmediata a lo que tienen presente, sino que pueden referirse a lo que está lejos (en el espacio y el tiempo) y son capaces de provocar respuestas diferidas; se ha convertido, aquí, en un animal simbólico (o lingüístico). Para eso ha sido necesaria la aparición en el cerebro de las áreas de Broca y Wernicke, así como el descenso de la laringe (a fin de crear un espacio mayor para que pueda moverse en él, con mayor libertad, la lengua). Se supone que existe ya alguna forma, por rudimentaria que sea, de inteligencia lógica.
Como el homo sapiens, el ser humano actual no sólo puede describir las realidades concretas que nombra; también es capaz de definir conceptos que se manifiestan, ya, como realidades abstractas; y de hacer operaciones lógicas sobre imágenes (que corresponden a nombres individuales y concretos), pero también sobre conceptos (que corresponden a nombres universales). Estamos aquí en presencia de una inteligencia abstracta al tiempo que de una lógica desarrollada. La lógica concreta del ergaster convive aquí con la lógica abstracta del sapiens. Y surge, en consecuencia, una inteligencia cultural. La cultura ya no contiene aprendizajes por observación, poco relevantes para el programa vital de la especie (como sucede con las culturas animales); ahora se impone, como aprendizaje realizado  mediante el lenguaje, a la naturaleza, que es solamente programación genética; se puede enseñar a cazar solamente con gestos, pero no se puede enseñar geografía, historia y matemáticas sin utilizar las palabras.
El animal lingüístico no sólo maneja nombres (y sobre todo nombres abstractos), sino también proposiciones; entre ellas destacan las condicionales, que le permiten formular hipótesis; el pensamiento hipotético, con abstracciones, se vuelve científico y técnico y utiliza denotaciones y prescripciones; pero cuando es connotativo prefiere las imágenes y se vuelve expresivo y poético; en ambos casos es capaz de dar explicaciones, hacer deducciones y predecir consecuencias en el futuro. Para entonces la comunicación, que fue olfativa con los primeros mamíferos y visual con los más desarrollados, hace tiempo que se volvió oral con el animal lingüístico.
Las consecuencias para el estudio del pensamiento son importantes: comprobaremos que hay en la historia personas reducidas a la condición de animales prelingüisticos (y trabajan haciendo cosas tediosas y rutinarias, como los campesinos; o cosas lúdicas y creativas, como los deportistas; y apenas se pueden manejar más que siguiendo las señales que les ponen tanto la naturaleza como igualmente otros seres humanos); también hay seres que sólo han podido desarrollar una inteligencia instrumental, como los inventores que se limitan a cuestiones prácticas ligadas a las necesidades vitales; e inteligencias lingüísticas volcadas en el saber empírico, más descriptivo que conceptual, pegadas a lo concreto e incapaces de extraer consecuencias de más hondo calado (el llamado saber popular, ordinario o folklórico, muy pegado a casos concretos y poco sistemático); y hay, por último, en la historia, seres humanos que ya se comportan plenamente como animales lingüísticos, capaces de dominar el pensamiento hipotético y de desarrollar una cultura científica y literaria.
También podemos concebir, en el estudio del pensamiento, no ya clases de personas (ligadas, seguramente, a las posibilidades de cada una de las clases sociales), sino periodos históricos que se suceden unos a otros; y las formas de pensar ahora se extienden en el tiempo, no sólo en el espacio. Cabría imaginar, a lo largo de los siglos, secuencias donde se suceden el pensamiento prelingüístico, el técnico, el descriptivo y el teórico; se han categorizado estadios iniciales del saber, como el mito, la magia, la técnica, la religión y el arte (que se hacen durar hasta el siglo –VII); y, desde entonces (sucesivamente filosofía, ciencia y tecnociencia), presencias del saber en sus formas más avanzadas.
Seguramente este criterio positivista no es satisfactorio. Hay que hilar más fino a la hora de estudiar la historia de la filosofía y para hacerlo habrá que estudiar, con detenimiento, lo que hay de cierto y de falso en ese supuesto salto que se ha producido en el paso del mythos al logos. Empezaremos por las épocas arcaicas.






[1] Mosterín, J. Historia de la filosofía.1. Madrid, Alianza, 1985; p. 16.
[2] VVAA. Filosofía de 1ºde bachillerato. Madrid, McGraw Hill, 2015, p. 81.
[3] Mosterín, ibídem, pp. 25-26.
[4] Ibídem, p. 25.
[5] Mosterín, ibídem, pp. 19-20.