viernes, 22 de febrero de 2019

LA LEYENDA DEL PAÑUELO





LA LEYENDA DEL PAÑUELO


                                                                       1.
   Mil ochocientos treinta y uno. Era un teniente,
joven y arrojado, de voluntarios realistas.
Una nube de sol pasó, cruzándole la frente.
Un relámpago le nubló, le cegó la vista.
Un leve temblor subía, un presentimiento,
su caballo relinchó, su fe retrocedía.
“Escoltará a una mujer”, dijo la autoridad
suprema de Sevilla. ¿Su nombre es…? “María”.

                                                                       2.
   Mil ochocientos treinta y uno. Era el teniente
un hombre justo y bueno; se llamaba Juan Pedro.
“María Jerónima Francés”, fue la autoridad
tajante y seca. Es esposa de un bandolero.
“Tiene que entregársela al corregidor de Estepa:
la misión es peligrosa, el camino estrecho”.
Terció la capa el teniente, apretó el retaco,
se acordó de Inés, pensó en el niño, miró al cielo:
cruza entre nubes la cigüeña de patas largas,
pasa la voz de Odín, cruje el sol, siniestro cuervo,
ruge el relámpago torvo de luz, que nos ciega
clavándole en la frente inquietantes pensamientos.
Está embarazada, como Inés; José María
es su esposo, el Tempranillo, el bandolero
más temible; su meta, su huella, su enemigo,
aquel que por buscarla removerá el infierno.

                                                                       3.
   “¡En marcha!”, dijo. Mil ochocientos treinta y uno.
Dispuso un mulo para que la mujer viajara,
y él, escolta fiero como fiel caballero,
no permitió que durmiera entre cárceles y jaulas
como mandara hacer el corregidor de Estepa;
murió el día, se apiadó de ella; una posada
buscó y allí durmió María, en una cama,
mejor que la vida errante de su luz precaria.
El teniente Juan Pedro pasó la noche en vela,
puso voluntarios de centinelas, y el alba
los sorprendió a todos durante cuatro días.
Por fin se le hizo próxima la ciudad lejana
donde pudo encontrar al corregidor de Estepa
y hacerle entrega de su prisionera. “¡En marcha!” 


                                                                       4.
   “¡No!”, dijo ella, y se quitó el pañuelo. “Tomad.
Guárdelo, señor Juan Pedro, os protegerá”.
Era un pañuelo de seda. Y allí su cabeza
quedó desnuda, noble y franca: “os salvará.
Si los muchachos os salen al camino, déselo,
enséñeselo, señor, y os respetarán.
Su persona y cuanto usted lleve serán sagrados,
cuanto usted ha hecho, señor, no lo olvidarán”.

                                                                       5.
   Ha pasado el tiempo y regresaron las cigüeñas,
por el cielo vuelan rápidos los cuervos de Odín,
las nubes del verano descargaron tormentas,
las frentes descargaron sus sueños de marfil.
María es libre. Sucedió la realidad al sueño,
una galera de corsario vino a partir
y en ella el teniente Juan Pedro, tomando asiento,
viajó, por campos y aldeas, queriendo dormir.
Era una fila larga de galeras, de Osuna,
de Estepa, Granada y Málaga, Puente Genil;
era una caravana inmensa, los mayorales
gritaban, restallando el látigo; y el gemir
de cascabeles y campanillas descendió
entre galera y galera. Un viaje feliz.
De repente, salen de un olivar los jinetes
que avanzaban con sus retacos. Día sin fin.
Era la partida del Tempranillo, sus órdenes
detuvieron los carruajes, y aquello fue el fin
de tantas horas lentas sin interés ni historia;
fue saqueo y robo y ver los pájaros ir.


                                                                       6.
   “Tengo que hablar en secreto”, le dijo el teniente
a uno de los bandidos, “con don José María”.
Llamó el caballista a su capitán y le dijo:
“¿Qué se le ofrese, amigo?” Ya declinaba el día.
Entre las nubes volaban los cuervos de Odín.
Por toda respuesta, arañándose una herida
-apenas un rasguño-, el teniente sacó
el pañuelo. El Tempranillo palidecía.
Enmudeció, surcó su frente un sudor frío
y al pronto su voz, transfigurándose, decía:
“¡A ver! El baúl del caballero. Que su manta
y su capa se coloquen aquí, retenidas;
¡y que naiden lo toque!” El caballero miró
a los ojos nobles del sargento: “lo que usté
hiso por mi pobresita mujé”, repetía,
“lo sé too y aonde esté José María, usté
será siempre el amo”. Su cuerpo tenía
el temblor frío de los hombres que están callados.

                                                                       7.
   Miró el pañuelo de María. Entre sus dedos
tenía apretada la seda, de color caña,
con una cenefa de pájaros de colores;
la tarde vencía ya al fulgor de la mañana:
lloviznaba; el leve temblor del sentimiento
eran las voces rudas que hablaban sin palabras.




7 comentarios:

  1. Querido Mariano, me ha encantado este poema.Es tuyo?? Muchos cariños desde Lima.

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  2. Sí, yo soy el autor; relato sucesos reales de la vida del Tempranillo; o quién sabe, tal vez creemos que son históricos y en realidad sólo son legendarios.

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  3. Tempranillo es para tenerlo en la mirada, en la sensación y en este pañuelo que tanto ha sido el salvoconducto en dramas de Lope, de Tirso, en fin, ahora en mi bolsillo con estos versos que arropo entre sus pliegues:"la tarde vencía ya al fulgor de la mañana:
    lloviznaba; el leve temblor del sentimiento
    eran las voces rudas que hablaban sin palabras."

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. El código de los bandoleros. El respeto al código que, no es otro que el respeto al ser humano.
    Muy bonito Marianito.
    Elvirita

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  7. Gracias. He querido introducir un poco de humanidad.

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