viernes, 1 de febrero de 2019



MOTIVACIÓN


            Decía un día Savater, siguiendo la voz popular, que aburrirse viene de burro. Nosotros también podemos decir que motivarse viene de mover, lo que nos mueve a actuar es, literalmente, nuestro motor interno, la fuerza motriz que nos pone en marcha; si aceptamos esta idea, motivación sería el motor que nos hace arrancar como cuando en un coche giramos la llave de contacto. Lo que llamamos pereza sería que en nuestra forma de ser tenemos encasquillado el motor de arranque; el haragán, el perezoso, el vago, no tienen la culpa de serlo; porque han nacido así; sin energía para arrancar, sin ganas de hacer las cosas, sin fuerza para motivarse.
            Entonces necesitamos que nos motiven. Cuando el motor que tenemos dentro no es capaz de encenderse solo, alguien debe hacer saltar la chispa que prenda en nuestro interior para que empiece a arder el carburante. Entendiéndolo de esta manera, motivar no tiene que ver nada con divertir; al contrario, la diversión puede ser desmotivadora (“desmovilizadora”), como cuando un programa de televisión nos divierte tanto que no tenemos ganas de levantarnos del asiento: nos incita a seguir quietos, mirando, tumbados en el sillón, sin deseos de trabajar; la diversión suele tener más que ver con la pereza que con el trabajo.
            Lo digo porque los alumnos suelen confundir las clases motivadoras con clases divertidas. Le echan la culpa al profesor diciéndole: “es que no nos motivas”, como si motivar fuera lo mismo que divertir y la diversión fuera capaz de llevarnos al trabajo. No: para motivar no hay que ponerse sombrero cordobés, cantar corridos y tocar las palmas. Si me apuras, un castigo bien dosificado (que no tiene nada de divertido) puede ser una buena motivación. Una cosa es que el aprendizaje sea agradable y otra que sea divertido: porque lo agradable da ganas y lo divertido te las quita, como tener gusto por aprender incita al estudio y pasarlo bien nos aleja de él.
Para que la motivación sea eficaz debe mover el deseo de trabajar, no el deseo de abandonar el trabajo. Cuatro latigazos y una torta te ponen en seguida en solfa como cuando los antiguos esclavos recogían caña: pero esa motivación era inhumana. Para darle humanidad al trabajo la motivación tiene que ser emocionante, y la emoción es una palabra que también relacionamos con el movimiento; nos emociona lo que, literalmente, mueve, agita, sacude nuestras capacidades de sentir; ahora bien, el sentimiento debe conectarse con la acción, de lo contrario se convertirá en el sentir inactivo de quien escucha una historia triste que no le incita a ayudar a quien la sufre, sino solamente a pasar el rato; como esos programas lacrimosos que en televisión sirven para llorar a moco tendido, escuchando historias desgraciadas, y olvidarnos de ellas un poco más tarde cuando apretamos el botón y lo apagamos.
      La motivación, pues, no tiene que ver ni con la diversión ni con el sufrimiento. Cuando nos divertimos no trabajamos y cuando sufrimos no trabajamos a gusto. Motivarse debería ser conectar el sentimiento (que nos hace agradables las cosas) para despertar el deseo de trabajar (que nos abre al sacrificio). Dice Goldman que una de las habilidades de la inteligencia emocional tiene que ver con la capacidad de motivarse, de sentir emoción en el movimiento para disfrutar trabajando: eso, cuando uno se motiva solo; cuando nos motivan los demás, como el profesor que motiva al alumno, su misión no es entretenernos (que eso sería cultivar la pereza), sino hacernos la tarea agradable, o lo que es lo mismo: sentir gusto por el esfuerzo; el profesor debe explicar bien las cosas para que el alumno las entienda, y entendiéndolas se anime a estudiarlas más y a trabajarlas; eso nada tiene que ver con ponerse sombrero y tocar las castañuelas. El profesor no está para entretener al alumno sino para despertar su fuerza de voluntad, sus ganas de hacer bien las cosas, su capacidad de sacrificio. Porque quien no se sacrifica se aburre, y ya lo decía Savater: aburrirse viene de burro.




EL CHASQUI


            Era el correo del inca y los indios no sabían escribir. Esto era un problema cuando, durante cientos y miles de kilómetros, había que llevar las noticias al Cuzco. Para que los chasquis no se cansaran, cada cierto tiempo había un relevo; el chasqui corría a su lado y, durante varios kilómetros, le contaba las mismas noticias que a él mismo le habían contado; el relevo, entonces, se las aprendía de memoria; luego le daría el relevo a otro chasqui que también esperaría más lejos.
            El chasqui tenía que memorizar bien lo que el otro chasqui le había dicho. Tenía que esforzarse en transmitirle al inca exactamente lo que le dijo el primer chasqui de la cadena al primer relevo, porque si lo hacía mal… lo llevarían a su pueblo, lo pondrían en la plaza y allí, delante de todos, le aporrearían la cabeza hasta morir; así castigaba el inca a los chasquis desmemoriados.
            Todos los chasquis tenían motivos para recordar, les iba la vida en ello. Seguramente se esmerarían en su trabajo, su eficacia sería legendaria y su memoria no tendría parangón; seguramente estarían motivados para no fallar, pero en cambio… el chasqui no era feliz.
            ¿De qué nos sirve tanto empeño si el trabajo bien hecho se hace a costa de la felicidad? ¿De qué nos sirve motivarnos tanto? ¿Siempre es bueno perder la tierra para ganarse el cielo?




1 comentario:

  1. Para ser hay que buscar la felicidad con motivación, de nada vale enquistar tristezas... el no arribar a un aprendizaje con sacrificio. Una reflexión, al maestro, necesaria, querida Lechuza... Para motivar basta que nuestro alumno se sienta capaz, aprenda y resuelva. La diversión es un aditamento, un plus... Rescato de lo leído: "Motivarse debería ser conectar el sentimiento (que nos hace agradables las cosas) para despertar el deseo de trabajar (que nos abre al sacrificio."

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