MOTIVACIÓN
Decía un día Savater, siguiendo la
voz popular, que aburrirse viene de burro. Nosotros también podemos decir que
motivarse viene de mover, lo que nos mueve a actuar es, literalmente, nuestro
motor interno, la fuerza motriz que nos pone en marcha; si aceptamos esta idea,
motivación sería el motor que nos hace arrancar como cuando en un coche giramos
la llave de contacto. Lo que llamamos pereza sería que en nuestra forma de ser
tenemos encasquillado el motor de arranque; el haragán, el perezoso, el vago,
no tienen la culpa de serlo; porque han nacido así; sin energía para arrancar,
sin ganas de hacer las cosas, sin fuerza para motivarse.
Entonces necesitamos que nos
motiven. Cuando el motor que tenemos dentro no es capaz de encenderse solo,
alguien debe hacer saltar la chispa que prenda en nuestro interior para que
empiece a arder el carburante. Entendiéndolo de esta manera, motivar no tiene
que ver nada con divertir; al contrario, la diversión puede ser desmotivadora
(“desmovilizadora”), como cuando un programa de televisión nos divierte tanto
que no tenemos ganas de levantarnos del asiento: nos incita a seguir quietos,
mirando, tumbados en el sillón, sin deseos de trabajar; la diversión suele
tener más que ver con la pereza que con el trabajo.
Lo digo porque los alumnos suelen
confundir las clases motivadoras con clases divertidas. Le echan la culpa al
profesor diciéndole: “es que no nos motivas”, como si motivar fuera lo mismo
que divertir y la diversión fuera capaz de llevarnos al trabajo. No: para
motivar no hay que ponerse sombrero cordobés, cantar corridos y tocar las
palmas. Si me apuras, un castigo bien dosificado (que no tiene nada de
divertido) puede ser una buena motivación. Una cosa es que el aprendizaje sea
agradable y otra que sea divertido: porque lo agradable da ganas y lo divertido
te las quita, como tener gusto por aprender incita al estudio y pasarlo bien
nos aleja de él.
Para
que la motivación sea eficaz debe mover el deseo de trabajar, no el deseo de
abandonar el trabajo. Cuatro latigazos y una torta te ponen en seguida en solfa
como cuando los antiguos esclavos recogían caña: pero esa motivación era
inhumana. Para darle humanidad al trabajo la motivación tiene que ser
emocionante, y la emoción es una palabra que también relacionamos con el
movimiento; nos emociona lo que, literalmente, mueve, agita, sacude nuestras
capacidades de sentir; ahora bien, el sentimiento debe conectarse con la
acción, de lo contrario se convertirá en el sentir inactivo de quien escucha una
historia triste que no le incita a ayudar a quien la sufre, sino solamente a
pasar el rato; como esos programas lacrimosos que en televisión sirven para
llorar a moco tendido, escuchando historias desgraciadas, y olvidarnos de ellas
un poco más tarde cuando apretamos el botón y lo apagamos.
La motivación, pues, no tiene que ver ni
con la diversión ni con el sufrimiento. Cuando nos divertimos no trabajamos y
cuando sufrimos no trabajamos a gusto. Motivarse debería ser conectar el
sentimiento (que nos hace agradables las cosas) para despertar el deseo de
trabajar (que nos abre al sacrificio). Dice Goldman que una de las habilidades
de la inteligencia emocional tiene que ver con la capacidad de motivarse, de
sentir emoción en el movimiento para disfrutar trabajando: eso, cuando uno se
motiva solo; cuando nos motivan los demás, como el profesor que motiva al
alumno, su misión no es entretenernos (que eso sería cultivar la pereza), sino
hacernos la tarea agradable, o lo que es lo mismo: sentir gusto por el esfuerzo;
el profesor debe explicar bien las cosas para que el alumno las entienda, y
entendiéndolas se anime a estudiarlas más y a trabajarlas; eso nada tiene que
ver con ponerse sombrero y tocar las castañuelas. El profesor no está para
entretener al alumno sino para despertar su fuerza de voluntad, sus ganas de
hacer bien las cosas, su capacidad de sacrificio. Porque quien no se sacrifica
se aburre, y ya lo decía Savater: aburrirse viene de burro.
EL CHASQUI
Era el correo del inca y los indios
no sabían escribir. Esto era un problema cuando, durante cientos y miles de
kilómetros, había que llevar las noticias al Cuzco. Para que los chasquis no se
cansaran, cada cierto tiempo había un relevo; el chasqui corría a su lado y,
durante varios kilómetros, le contaba las mismas noticias que a él mismo le
habían contado; el relevo, entonces, se las aprendía de memoria; luego le daría
el relevo a otro chasqui que también esperaría más lejos.
El chasqui tenía que memorizar bien
lo que el otro chasqui le había dicho. Tenía que esforzarse en transmitirle al
inca exactamente lo que le dijo el primer chasqui de la cadena al primer
relevo, porque si lo hacía mal… lo llevarían a su pueblo, lo pondrían en la
plaza y allí, delante de todos, le aporrearían la cabeza hasta morir; así
castigaba el inca a los chasquis desmemoriados.
Todos los chasquis tenían motivos
para recordar, les iba la vida en ello. Seguramente se esmerarían en su
trabajo, su eficacia sería legendaria y su memoria no tendría parangón;
seguramente estarían motivados para no fallar, pero en cambio… el chasqui no
era feliz.
¿De qué nos sirve tanto empeño si el
trabajo bien hecho se hace a costa de la felicidad? ¿De qué nos sirve
motivarnos tanto? ¿Siempre es bueno perder la tierra para ganarse el cielo?
Para ser hay que buscar la felicidad con motivación, de nada vale enquistar tristezas... el no arribar a un aprendizaje con sacrificio. Una reflexión, al maestro, necesaria, querida Lechuza... Para motivar basta que nuestro alumno se sienta capaz, aprenda y resuelva. La diversión es un aditamento, un plus... Rescato de lo leído: "Motivarse debería ser conectar el sentimiento (que nos hace agradables las cosas) para despertar el deseo de trabajar (que nos abre al sacrificio."
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