APUNTES PARA UNA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA
(2) LOS ALBORES DEL PENSAMIENTO
El pensamiento preconceptual consiste en
coordinaciones sensoriomotrices de imágenes, impulsos y movimientos. Consiste
en cierta habilidad psicomotriz (una destreza, un saber hacer) que poseemos
cuando jugamos al fútbol, conducimos un coche o nos afeitamos; este tipo de
habilidades no tiene nada que ver con el lenguaje.
Jesús Mosterín
(a quien debemos esta forma de presentar las cosas) pone como ejemplo el
guepardo cuando está cazando[1]. El
guepardo se da cuenta de que sus crías tienen hambre, y necesita cazar; para
ello busca y encuentra una manada mixta de ñús, cebras y gacelas; las distingue
y las clasifica; busca, entre todas ellas, una que esté débil o que sea lenta:
la encuentra; es una gacela que cojea levemente; la selecciona y decide
atacarla; para esto se ha tenido que colocar, desde el principio, en el lado
contrario a la dirección del viento, para no ser olfateado. Busca, observa, atiende,
clasifica, decide, recuerda y aprende: esto es pensar. Pero no piensa con
palabras, sino con sensaciones y movimientos; y las palabras son como cajas que
contienen conceptos; esta forma de pensar puede ser calificada de perceptual,
preconceptual o prelingüística; así piensa también un futbolista creativo que,
de un vistazo, ve la jugada antes de que se produzca; y la ve porque su
instinto (su instinto, casi más que su inteligencia) calcula las distancias,
distribuye los espacios y localiza las trayectorias; supondremos que el
instinto es algo así como un pensamiento inconsciente; que tiene que ver con
las sensaciones mucho más que con los conceptos.
Las señales recibidas (huellas, marcas,
rastros) desencadenan respuestas inmediatas, más bien impulsivas, que suelen
ser acciones por contacto o, si no
es por contacto, por proximidad (pues
el significado de la señal es su referente y hay poca distancia entre el signo
y el referente; cuando el lobo detecta el olor de los orines, sabe que hay cerca otro lobo metido en su territorio). Las
señales son imágenes concretas,
tienen referentes sensoriales y
desencadenan respuestas rápidas.
El animal prelingüístico se asusta ante
el rayo, pero no articula lingüísticamente su miedo: no hace preguntas. Sufre
por la muerte de su cría pero no articula su dolor: no se pregunta por qué, no
hace reproches, su queja es expresión de lo que siente, no manifestación de lo invisible;
si otro animal ha matado a su cría lo atacará movido por la rabia, no por la
venganza; al animal prelingüístico lo mueven las causas, no las consecuencias;
reacciona ante lo que sucede de forma inmediata, no buscando reparación; y
cuando busca algo no intenta sacar conclusiones de los hechos (como cuando caza
para comer), sino movido por el instinto, y los instintos pueden considerarse
causas naturales que tienen consecuencias; pero consecuencias adosadas al instinto que no están buscadas por la razón.
2. De los perceptos a los conceptos.
A finales del
jurásico[2] la
desaparición de los dinosaurios dejó espacio para el
desarrollo de unos pequeños animales con pelo que convivían con ellos: los mamíferos; algunos (los antepasados de
los lémures) dieron lugar hace 65 millones de años a los primates, que tienen ya forma humana (son los hominoideos). Eran arborícolas y tenían manos prensiles; como
dormían de día y cazaban de noche, tenían una gran agudeza visual que les daba
visión estereoscópica, necesaria para controlar las distancias y no caerse
cuando saltaban de rama en rama (una caída desde las alturas de los árboles
podría suponer la muerte).
Hace
4 millones de años los chimpancés se separaron de los homínidos; ambos era primates que presentaban una reducción de los
caninos, a diferencia de los póngidos
(orangutanes y gorilas): a esos primates de caninos cortos se les conoce como homininos. Tras un cambio climático que
redujo notablemente el número de árboles algunos homininos se separan a su vez
de los australopithecus al presentar,
también, una reducción de los dientes posteriores y poseer una industria lítica que ha sido calificada
de olduvaliense: son los homínidos (esto es, el género homo). Al carecer de árboles en número
suficiente descendieron a la sabana y se vieron obligados a usar las patas
traseras; y como había arbustos muy altos, tuvieron que adoptar la posición
erguida: la bipedestación, a su vez,
desarrolló la columna vertebral, lo que permitió el enrollamiento del cerebro.
Con la escasez de alimentos vegetales, como veremos después, se vieron
obligados a comer carne y esto desarrolló el cerebro. El proceso fue el
siguiente:
a)
La escasez de vegetales (tales como las hojas y raíces, muy duras de masticar)
hizo innecesarios los potentes dientes que tenían los australopithecus; y por
lo tanto también las crestas sagitales, en las que se insertaban los fuertes
músculos masticadores.
b)
Esto liberó presión sobre el cráneo, que pudo desarrollarse sin el corsé de
esos músculos, aumentando de tamaño.
c)
La dieta carnívora permitió el desarrollo del cerebro.
d)
Y el cerebro creció enrollándose sobre sí mismo, lo que permitió que hubiera
más conexiones neuronales en menos espacio: esto se llama encefalización.
Al
liberarse la mano gracias a la bipedestación, ésta se acortó al tiempo que se
alargó el pulgar: y las manos prensiles de
los primeros primates dieron lugar a la pinza
de precisión, que permitía un agarre fuerte pero al mismo tiempo delicado,
dando origen a la técnica: de la
mano del homo habilis vemos surgir
las primeras herramientas, que se diferencian de los objetos utilizados por los
australopithecus, (objetos cogidos de la naturaleza pero no fabricados por
ellos); estamos hablando de la industria
lítica del modo 1, que ya hemos
identificado como olduvaliense.
Como
se ve, hay una dependencia recíproca entre la mano y el cerebro. El
género homo aparece cuando la capacidad craneal es superior a 600 c.c., y esto
sucede con el homo habilis; el tamaño del cerebro experimenta dos aumentos
espectaculares:
1º.
Del australopithecus afarensis (450
c.c., hace 3’9 millones de años) al homo
ergaster (una variante del homo
erectus: 900 c.c., hace 1’8 millones de años).
2º.
Del homo ergaster al homo sapiens (1 300 c.c., hace 30 000 años). Algunos
autores consideran a neandertales y sapiens como dos subespecies
(respectivamente homo sapiens
neanderthalensis y homo sapiens
sapiens); para otros, sin embargo, se trata de dos especies diferentes (homo neanderthalensis y homo sapiens).
Veamos
el proceso más de cerca.
2.1. El homo habilis.
Hace
2’5 millones de años aparece el homo habilis. Su capacidad para la manipulación
de objetos y posterior fabricación de herramientas hacen de él el punto de
partida de la inteligencia instrumental:
esa forma de pensamiento que dio origen a la técnica; sin la técnica el ser humano no hubiera sido posible;
frente al australopithecus, el homo habilis es el primer homínido que aparece
(la primera especie del género homo).
2.2. El homo erectus y el homo ergaster.
Hace
1’8 millones de años surge el homo
erectus. Hasta entonces sólo podríamos hablar de lenguaje animal. El lenguaje animal es natural, y por lo
tanto innato: se nace con él, no se aprende. Previamente había existido la comunicación química (que transmitía
por el olfato informaciones sobre la demarcación del territorio y sobre la
disponibilidad sexual); la comunicación gestual
(donde la codificación de indicadores visuales puede alcanzar gran complejidad,
como es el caso de las abejas); y la comunicación oral (inarticulada, muy limitada en su repertorio de voces). El lenguaje humano es otra cosa.
Para
empezar, ahora es más que comunicación: es lenguaje. No existe el lenguaje
animal, sólo podemos hablar de comunicación entre animales. Para que la
comunicación empiece a ser lingüística hace falta que los llamados lenguajes
animales empiecen a ser simbólicos; y un símbolo (un signo), como sabemos, a
diferencia de las señales, ya no se limita a provocar respuestas inmediatas frente a los estímulos: ahora no responde
solamente a lo que tiene presente, sino a lo que está lejos, no solo en el
espacio, sino también en el tiempo; y las llamamos, entonces, respuestas diferidas; la palabra “pan” puede
despertar hambre aunque ya haya comido, mientras que en la comunicación animal
sólo se despierta con las imágenes presentes o recordadas (la presencia de pan
o el recuerdo del pan que comí ayer):
Parece
que la inteligencia simbólica, o
capacidad de comunicarse mediante el lenguaje, apareció con el homo erectus (que, como ya dominaba
bastante la técnica lítica, una de sus variantes ha permitido caracterizarlo
como hombre artesano: homo ergaster,
en lenguaje técnico). El lenguaje humano requiere un gran aumento de la masa encefálica (los 450 c.c. del australopithecus
afarensis se convierten en 900 c.c. en el homo ergaster); y requiere, además,
un aparato fonador capacitado para
emitir sonidos articulados. Sólo el homo sapiens podría pronunciar la a, la i y
la u, que se encuentran en todas las lenguas del mundo; en las anteriores especies
humanas la laringe estaba alta y la lengua, larga y baja, no podía crear una
cavidad de tamaño variable en la boca; hasta los neandertales tendrían
problemas con los cambios rápidos de pronunciación; frente a ese hablar lento,
sólo el homo sapiens tendría una cavidad bucofaríngea perfectamente adaptada
para hablar[3].
El
australpithecus afarensis tendría ya un mayor desarrollo proporcional de lso
lóbulso temporal y parietal (que albergan centros de coordinación); y un
pequeño abombamiento correspondiente al área de Broca [4]; como
veremos después, esta área es decisiva en el desarrollo del lenguaje.
2.3. El homo sapiens.
Los
signos propios de los lenguajes humanos sirven para nombrar realidades que no están presentes, pero también para describir seres que no conoce nuestro
interlocutor o, si los conoce, para atraer su atención sobre ellos; y, si en
lugar de referirse a términos singulares se refieren a términos generales,
sirven también para definir ideas o
cosas; definimos lo abstracto pero describimos lo concreto.
Parece
que el homo ergaster utilizaba el
lenguaje para describir cosas. Quizá
podamos atribuirle manifestaciones rituales como enterrar los cadáveres boca
arriba: ¿quizá con un sentido religioso?
¿Estético, tal vez? Hace 1’8
millones de años el homo ergaster ya tenía una capacidad craneana de 900 c.c. Y
con él apareció la lógica como
capacidad de pensar sobre imágenes
de objetos representados tanto icónica
como simbólicamente; la capacidad de
hacer descripciones es una lógica
concreta que muy bien pudiera parecerse a los estadios preoperacional y de las operaciones
concretas de Piaget.
Hace
230 000 años los neandertales avanzaron
mucho en sus rituales funerarios; ya tenían preocupaciones espirituales de
carácter religioso, mágico y, seguramente, artístico. El hombre de neanderthal tenía una capacidad
craneana de 1600 c.c., algo mayor que el homo sapiens.
Hace
un millón de años se inició el paleolítico
inferior, que duraría hasta la aparición del hombre de cromagnon (hace 40
000 años). El paleolítico inferior cubre la mitad del tiempo en que vivió el
homo erectus (como homo ergaster) y buena parte del tiempo de los neandertales;
entre ellos, en la península ibérica, convivió con el homo ergaster el homo antecessor. Los neandertales se
extienden sobre el paleolítico medio y abarcan, viviendo ya con los sapiens, la
primera mitad del paleolítico superior.
Con
el homo sapiens, en sus fases iniciales
de cromagnon, las incipientes
preocupaciones espirituales se concretan en el origen del saber; que en sus
estadios iniciales (hasta el siglo –VII) abarcan el mito, la magia, la técnica,
la religión y el arte; después, en sus etapas avanzadas, se manifiestan
sucesivamente como filosofía, ciencia y tecnociencia. Característico del homo
sapiens es un pensar abstracto que
debió estar presente quizá en el neandertal; la capacidad de hacer definiciones catapultaría a nuestra
especie hasta la gran revolución del conocimiento; las intuiciones iniciales de fuerza (sentida más que pensada)
desembocarían al final del proceso de abstracción creciente en la formación de conceptos.
3. La cultura.
3.1. Naturaleza.
Los
australopithecus percibían el mundo
y lo alojaban en su memoria; no sabían fabricar herramientas y su inteligencia
no llegaba ni siquiera al estadio de inteligencia instrumental; sin embargo, el
abombamiento que presentaba en la parte del cerebro correspondiente al área de
Broca indica que su forma de comunicación apuntaba ya a un pequeño desarrollo
de la comunicación oral, muy lejos
todavía del lenguaje articulado.
Con
el homo habilis aparece esa forma de
pensamiento que piensa sin palabras: razona, de alguna manera, sin tener
conciencia de que razona. Todavía utiliza las formas animales de comunicación
(oral, gestual, química) y es posible que produjera formas elementales de
cultura parecidas a la cultura animal; más elaboradas, por supuesto, desde la
inteligencia instrumental que le permitía fabricar herramientas. Las culturas
animales producen rasgos excepcionales y poco relevantes para el programa vital
de la especie (como cuando ciertos tipos de pájaros hacen innovaciones con sus cantos).
Con
los chimpancés podemos observar ya
un progreso: en ellos se advierte la presencia de pautas alimenticias
aprendidas por observación; pero su alcance es muy limitado, porque no disponen
de lenguaje articulado y sólo pueden transmitirse por imitación: lo mismo pasa
con los macacos del Japón.
Durante
algunos años, los científicos[5]
observaron el comportamiento de diversas poblaciones de macacos. En una de
ellas unos macacos descubrieron aguas termales y empezaron a bañarse; cuando
esta costumbre se generalizó se convirtió en un rasgo cultural para aquel
grupo. En otra población los científicos, para ganarse su confianza, les
arrojaron batatas; ellos se las comieron sucias de tierra, pero un día a uno se
le ocurrió lavarlas en un estanque, frotándolas hasta dejarlas limpias: y como
así tenían mejor sabor, otros lo imitaron y empezó a generalizarse la
costumbre. Otro día (fue en el año 1953) algunos las lavaron en el agua del
mar, y el sabor salado les parecía más rico; al cabo de un tiempo todos, salvo
los más viejos, adoptaron la nueva costumbre; se estaban creando y
transmitiendo ciertos rasgos culturales; no es que los macacos estuvieran
genéticamente programados para obrar así, sino que lo habían aprendido.
La naturaleza es programación genética.
La cultura es aprendizaje. Se trata de aprender de otros miembros de la misma
especie, observándolos, imitándolos y dejándose corregir por ellos.
El
homo erectus adquirió bastante
capacidad mental (bastante imaginación) para visualizar una forma y realizarla
sobre el pedernal una y otra vez.
La
naturaleza es instinto; la cultura, inteligencia. El instinto es conducta
programada, pautas fijas de acción; por instinto hay animales que construyen
garras y colmillos artificiales con materiales naturales; luego empezaron a
modificarlos, sacando punta a los palos, partiendo las piedras… El alimoche
coge piedras con el pico para partir los huevos que se va a comer; el pinzón de
las Galápagos utiliza espinas para sacar insectos de los huecos de los árboles;
el chimpancé, ramas para sacar termitas del termitero: ¿en qué momento empezó
el instinto a convertirse en inteligencia?
3.2. Naturaleza y cultura.
Ahora
bien, la transmisión de la cultura sigue
el mecanismo de Lamarck. Este
mecanismo reposa sobre los siguientes postulados.
(L.1)
Finalismo. La naturaleza tiende
hacia la perfección a través de mecanismos cada vez más complejos; habría,
pues, una evolución filogenética lineal.
(L.2)
Adaptación. La función crea el
órgano, y ésta sería la forma en que los organismos se adaptan al medio.
(L.3)
Herencia. Los caracteres adquiridos
se heredan: el topo pierde la vista que no necesita, la jirafa alarga el
cuello, al pato le salen patas palmípedas para nadar.
Un
cuadro, una película, una novela, una sinfonía (en suma, cualquier producto
cultural) se corrigen constantemente hasta ser lo más perfectos posible; tal es
el propósito del artista, del autor. A través de la oferta y la demanda el
autor trata de adaptar su obra a los gustos del público; y, después de su
muerte, sus obras pueden servir a quien lo desee, conservándose en los museos,
en los conservatorios, en las bibliotecas…
Por
el contrario, la naturaleza sigue el
mecanismo de Darwin. Este mecanismo
reposa sobre estos otros postulados:
(D.1)
Maltusianismo. Nacen más individuos
de los que pueden sobrevivir.
(D.2)
Lucha por la existencia. Al
principio crecen más los recursos que los individuos; luego hay un punto en que
los individuos son más numerosos y empiezan a escasear los recursos: este
punto, el límite del crecimiento, es la lucha por la existencia.
(D.3)
Supervivencia de los más aptos. Este
proceso se desarrolla en dos pasos sucesivos:
1º.
Se producen de forma permanente diferencias morfológicas mínimas: son las variaciones continuas. Por ejemplo, en
una especie de mariposas surgen, espontáneamente y de manera azarosa, dos
variedades distintas: una blanca y otra negra. Ante un problema (y la vida es
un conjunto de problemas) Ilya
Prigogine habla de bifurcación: la
realidad se abre en abanico ofreciendo simultáneamente varias posibilidades de
solución. Veámoslo con un ejemplo. Hace 2’6 millones de años se produjo un
cambio climático en África: hubo un enfriamiento y el bosque se redujo
haciéndose más seco, transformándose en sabana. La escasez de árboles obligó a
los homininos a bajar a tierra y
surgieron tres soluciones, tres organismos dotados de distintos órganos (Popper
sugiere que un órgano, como una hipótesis, es un intento de solucionar
problemas); o sea, tres especies nuevas que ocupaban nichos ecológicos
distintos. Recordemos que una mutación es
una solución posible.
a)
Primera mutación: los
australopitecos. Agotaban los restos de selva.
b)
Segunda mutación: los
parántropos. Comían vegetales muy duros.
c)
Tercera mutación: los
homínidos (el género homo): lo aprovechaban todo, incorporando a la dieta
entre un 20 y un 30 % de carne.
2º. Selección natural. La naturaleza
selecciona las más adaptativas; si la corteza de los árboles es oscura se verán
mejor las mariposas blancas que se posan en ellas, y entonces se las comerán
los depredadores y sobrevivirán las mariposas negras. La variación seleccionada
se hereda y pasa a la descendencia. Volviendo al ejemplo del cambio climático,
australopitecos y parántropos se extinguieron (pues dependían sólo de los
vegetales, que escaseaban); sólo los homínidos (puesto que la carne era
abundante) tuvieron éxito evolutivo.
Veamos cómo pudo producirse la
interacción evolutiva entre cultura y naturaleza:
1. Hace 2’5
millones se años el paranthropus boisei desarrolla
la pinza de precisión; esta
modificación anatómica estimulará el desarrollo de la mente. La reducción del
bosque desarrolló también el bipedismo.
2. Ante la
escasez de vegetales los herbívoros (en este caso los homínidos) tuvieron que comer carne.
Las proteínas de la carne son nutrientes procesados que hicieron innecesario un
tubo digestivo tan largo: al acortarse se liberó parte de la energía destinada
a alimentar el intestino; los dos órganos costosos, en términos energéticos,
que hay en el ser vivo son el intestino y el cerebro (pues el cerebro, para crecer, necesita una gran cantidad
de glucosa); esta energía sobrante se destinó a alimentar el cerebro, que,
lógicamente, empezó a desarrollarse.
3. El
desarrollo del cerebro produjo la inteligencia
instrumental y, con ella, la construcción de las primeras herramientas: ha aparecido el homo habilis. Que las herramientas
surgieran del cerebro es lo mismo que decir que la cultura surgió de la
naturaleza: al hacerlo, el mecanismo darwiniano
creó un nuevo mecanismo, el de Lamarck; y el mecanismo lamarckiano permitió que las herramientas (a las que
podemos llamar productos lamarckianos) fueran seleccionadas por la naturaleza…
para modificarla a su vez.
4. En efecto,
las herramientas construidas del homo habilis se convirtieron en las herramientas modificadas del homo ergaster; y estas nuevas
herramientas, al necesitar mayores habilidades cognitivas, provocaron con su
manejo un nuevo desarrollo del cerebro. Ahora bien, si la técnica lítica (una
técnica adquirida, un carácter aprendido) se hereda, transmitiéndose por vía
oral de padres a hijos, el cerebro no hereda ningún carácter adquirido por aprendizaje,
sino que surgen en él bifurcaciones espontáneas (mutaciones) entre las que la naturaleza selecciona las más
adaptadas a la elaboración de nuevos utensilios. Así, pues, las variaciones
espontáneas en el cerebro (naturaleza:
mecanismo de Darwin) interaccionan
con los caracteres adquiridos por el aprendizaje (cultura lítica: Lamarck).
5. Este
proceso se reproduce sin parar. Con los neandertales
y sapiens la domesticación del
fuego impulsará, a su vez, un nuevo desarrollo del cerebro… La potencia de
nuestra interacción con el medio aumenta de manera exponencial. Corolario de
todo ello es que la selección
tecnológica influye en la selección
natural: y la naturaleza (que sigue los mecanismos darwinianos) influye en
la cultura (que sigue los caminos de Lamarck), y viceversa; también la cultura
influye en la naturaleza, también los caminos de Darwin son modificados por los
mecanismos de Lamarck.
3.3. Cultura.
Con
el homo sapiens debió aparecer el pensamiento abstracto: que conjugaba la
lógica con la generalización; es evidente que quien tiene un pensamiento por
imágenes también es capaz de pensar en abstracto, pero no al revés.
El
lenguaje dispara las posibilidades del pensamiento hasta convertir la cultura
de la especie en un arma novedosamente potente y no sólo eficaz: también
enriquecedora del espíritu. Pasó primero con la lógica concreta del ergaster y luego con la lógica abstracta del sapiens y, posiblemente, del neandertal. La
cultura, lejos de ser irrelevante en términos evolutivos, pasa a ser el centro
de un programa vital; convertida en segunda naturaleza, la cultura, como foco
de desarrollo humano, pasa a ser una continua interacción entre el desarrollo
físico y el social; técnicamente hablando, entre hominización y humanización.
4. El pensamiento conceptual.
El
pensamiento conceptual, y por lo tanto lingüístico, consiste en coordinaciones
abstractas de proposiciones. Una proposición
es un sustituto de la realidad, y sus significados,
transportados por las palabras, permiten pensar no sólo en lo cercano y
presente, sino también en lo remoto, y en lo pasado tanto como en lo futuro. De
aquí se pueden extraer varias conclusiones:
Primera:
si las proposiciones utilizan términos
singulares, pensar es describir,
a la vez como recordar y como imaginar.
Segunda:
si utilizamos términos generales,
sus significados son abstractos y
entonces pensar es definir.
El
razonamiento concreto es poético, tanto lírico como épico, si es
creativo; o expresivo, o denotativo, en general; pero también puede ser aplicado y produce técnica para la
vida. El pensamiento abstracto, por
el contrario, es científico y técnico, y produce, más que técnica,
tecnología; y suele ser denotativo: expresivo, rara vez. Como las denotaciones
no sólo se refieren al aquí y ahora, el pensamiento
hipotético es capaz de explicar
(adivinando lo que se esconde detrás de la apariencia, en el presente como en
el pasado) y predecir (descubriendo
futuros escondidos en el presente).
Las
señales funcionan ahora como signos. Un signo sustituye a su
significado, y éste (o más bien su referente) es fácil que esté lejos, con lo
que desencadena respuestas diferidas que son acciones a distancia. La imagen, lejos de ser concreta, puede ser
idealizada, y podemos pensar en cosas que no percibimos.
El animal lingüístico sabe preguntar quién
ha lanzado una piedra, quién ha lanzado el rayo; supondrá que, si la piedra la
ha lanzado alguien que está enfadado, también el rayo lo habrá lanzado alguien
muy poderoso, y se preguntará cómo aplacar su enfado; e imaginará que, si su
cría está muerta porque se ha ido lejos, y si necesitamos provisiones para
caminar lejos, también tendrá que poner provisiones en su tumba. El animal
lingüístico no se limita a sufrir: también articula lingüísticamente su dolor y
se hace preguntas y luego busca respuestas.
Para
cazar, los animales se comunican con el gesto; por eso el desarrollo del rostro,
que aumenta sus posibilidades expresivas, aumenta la eficacia en la caza; pero
la comunicación oral tiene mayores
posibilidades expresivas que la comunicación visual, y por eso neandertales y
sapiens utilizaron un número cada vea mayor de señales, cada vez más concretas,
de tal manera que cada señal provoca un tipo distinto de reacción; ya los
cercopitecos eran capaces de transmitir al menos 22 mensajes distintos con
sonidos diferentes.
5. Aspectos teóricos, criterios de mentalidad y cuestiones de método.
El
ser humano actual es capaz de pensar sin lenguaje, como los leones y los
guepardos. Puede buscar, observar, atender, clasificar, decidir, recordar y
aprender, pero no lo hace con palabras sino con sensaciones y movimientos; con
coordinaciones sensoriomotrices de impulsos e imágenes. Impulsos: instintos.
Puede manejar señales (huellas, marcas, rastros), que son imágenes concretas
que desencadenan respuestas rápidas, las podríamos llamar acciones por
contacto. Como el guepardo, los deportistas saben calcular las distancias,
distribuir los espacios y localizar las trayectorias; es, al hacerlo, un animal
prelingüístico; reacciona ante las presencias, no ante las realidades ausentes;
y lo mueven las causas que le rodean, no las consecuencias que él no puede
sacar de los hechos. Como los guepardos y los lobos, el actual ser humano puede
comunicarse mediantes olores y gestos.
Como el homo
habilis, el ser humano actual tiene también una inteligencia instrumental: tiene visión estereoscópica, anda
erguido mirando al frente, poseedor de un cerebro enrollado de gran capacidad
craneana; maneja la pinza de precisión y por eso puede fabricar herramientas.
Como el homo
ergaster, el ser humano actual maneja además de señales, signos. Los símbolos o
signos ya no responden sólo de manera inmediata a lo que tienen presente, sino
que pueden referirse a lo que está lejos (en el espacio y el tiempo) y son
capaces de provocar respuestas diferidas; se ha convertido, aquí, en un animal simbólico (o lingüístico). Para eso ha sido
necesaria la aparición en el cerebro de las áreas de Broca y Wernicke, así como
el descenso de la laringe (a fin de crear un espacio mayor para que pueda
moverse en él, con mayor libertad, la lengua). Se supone que existe ya alguna
forma, por rudimentaria que sea, de inteligencia
lógica.
Como el homo
sapiens, el ser humano actual no sólo puede describir las realidades concretas
que nombra; también es capaz de definir conceptos que se manifiestan, ya, como
realidades abstractas; y de hacer operaciones lógicas sobre imágenes (que
corresponden a nombres individuales y concretos), pero también sobre conceptos
(que corresponden a nombres universales). Estamos aquí en presencia de una inteligencia abstracta al tiempo que de
una lógica desarrollada. La lógica concreta del ergaster convive aquí con la
lógica abstracta del sapiens. Y surge, en consecuencia, una inteligencia cultural. La cultura ya no
contiene aprendizajes por observación, poco relevantes para el programa vital de
la especie (como sucede con las culturas animales); ahora se impone, como aprendizaje
realizado mediante el lenguaje, a la
naturaleza, que es solamente programación genética; se puede enseñar a cazar
solamente con gestos, pero no se puede enseñar geografía, historia y
matemáticas sin utilizar las palabras.
El animal lingüístico no sólo maneja nombres
(y sobre todo nombres abstractos), sino también proposiciones; entre ellas
destacan las condicionales, que le permiten formular hipótesis; el pensamiento hipotético,
con abstracciones, se vuelve científico y técnico y utiliza denotaciones y
prescripciones; pero cuando es connotativo prefiere las imágenes y se vuelve
expresivo y poético; en ambos casos es capaz de dar explicaciones, hacer
deducciones y predecir consecuencias en el futuro. Para entonces la
comunicación, que fue olfativa con los primeros mamíferos y visual con los más
desarrollados, hace tiempo que se volvió oral con el animal lingüístico.
Las
consecuencias para el estudio del pensamiento son importantes: comprobaremos que
hay en la historia personas reducidas a la condición de animales
prelingüisticos (y trabajan haciendo cosas tediosas y rutinarias, como los
campesinos; o cosas lúdicas y creativas, como los deportistas; y apenas se
pueden manejar más que siguiendo las señales que les ponen tanto la naturaleza
como igualmente otros seres humanos); también hay seres que sólo han podido
desarrollar una inteligencia instrumental, como los inventores que se limitan a
cuestiones prácticas ligadas a las necesidades vitales; e inteligencias
lingüísticas volcadas en el saber empírico, más descriptivo que conceptual,
pegadas a lo concreto e incapaces de extraer consecuencias de más hondo calado
(el llamado saber popular, ordinario o folklórico, muy pegado a casos concretos
y poco sistemático); y hay, por último, en la historia, seres humanos que ya se
comportan plenamente como animales lingüísticos, capaces de dominar el
pensamiento hipotético y de desarrollar una cultura científica y literaria.
También podemos
concebir, en el estudio del pensamiento, no ya clases de personas (ligadas,
seguramente, a las posibilidades de cada una de las clases sociales), sino
periodos históricos que se suceden unos a otros; y las formas de pensar ahora
se extienden en el tiempo, no sólo en el espacio. Cabría imaginar, a lo largo
de los siglos, secuencias donde se suceden el pensamiento prelingüístico, el
técnico, el descriptivo y el teórico; se han categorizado estadios iniciales
del saber, como el mito, la magia, la técnica, la religión y el arte (que se
hacen durar hasta el siglo –VII); y, desde entonces (sucesivamente filosofía,
ciencia y tecnociencia), presencias del saber en sus formas más avanzadas.
Seguramente
este criterio positivista no es satisfactorio. Hay que hilar más fino a la hora
de estudiar la historia de la filosofía y para hacerlo habrá que estudiar, con
detenimiento, lo que hay de cierto y de falso en ese supuesto salto que se ha
producido en el paso del mythos al logos. Empezaremos por las épocas arcaicas.
[1] Mosterín, J. Historia de la filosofía.1. Madrid,
Alianza, 1985; p. 16.
[2] VVAA. Filosofía de 1ºde bachillerato. Madrid, McGraw Hill, 2015, p. 81.
[3] Mosterín, ibídem, pp.
25-26.
[4] Ibídem, p. 25.
[5] Mosterín, ibídem, pp.
19-20.
Un artículo rico, instructivo y constructivo para ser releído e ir rescatando ideas y reflexionar. Rescato esta de grato meditar y de auténtica verdad: "El lenguaje dispara las posibilidades del pensamiento hasta convertir la cultura de la especie en un arma novedosamente potente y no sólo eficaz: también enriquecedora del espíritu."
ResponderEliminarAsí es. Ese lenguaje humano que hace algunos años se les negaba a los neandertales, hasta que Ignacio Martínez, mediante un truco muy ingenioso, demostró que los neandertales también hablaban. También se negaba que los neandertales se hubieran cruzado con los sapiens, y sin embargo así ha sido, desde que un diente hallado en Siberia resultó tener ADN de sapiens, neandertales y denisovanos.
ResponderEliminarNinguna especie ha sido capaz de alcanzar la altura espiritual que ha alcanzado la nuestra, y eso gracias al lenguaje. Literatura, pintura, ciencia, música... En una palabra: una cultura trascendente.
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