HELA
En tiempo de coronavirus mucha
gente se ha acostumbrado a querer a los médicos, hombres y mujeres; a las
enfermeras, mujeres y hombres; a los encargados de la limpieza, a los
celadores, a quienes están en las oficinas, a quienes trabajan en los laboratorios,
a todos. Todos trabajan en los hospitales Y todos, en la difícil tarea de
curarnos, se exponen a quedar infectados. Ya han muerto varias mujeres que
abrazaron la medicina; varios hombres; enfermeras, muchas; como si de una
guerra se tratara, ellos están en primera línea; cubiertos de disfraces,
máscaras, guantes, y por más aislantes que se pongan, el virus se cuela por las
rendijas; por las rendijas más inverosímiles. Por eso todas las tardes, cuando
llegan las ocho, la gente sale por las ventanas y comienza a aplaudir; en señal
de agradecimiento; para quererlos.
Suena también la canción del
Dúo Dinámico, ésa que se ha convertido en símbolo de resistencia; “Resistiré”.
Son unas palmas que se oyen al principio. A esas palmas se unen otras. El aplauso
se va volviendo más intenso y es un clamor que hace temblar las calles con sus
golpes cantarines. Después de un buen rato, suena una sirena. Todas las tardes
se oye la ambulancia y entonces los aplausos redoblan en intensidad. Antes de
que el aplauso se extinga suena, a veces, el himno de la legión. El novio de la
muerte. Muchas veces me he preguntado qué pinta el canto a la muerte en una
explosión de vida.
Pero los médicos tienen casas.
Los hombres y mujeres que se han dedicado a la medicina. Los enfermeros y
enfermeras. En sus casas, manos anónimas deslizan papeles por debajo de las
puertas Y de los dependientes y cajeros que trabajan todos los días en las
tiendas. “Estás infectado. Estás haciendo una buena labor, pero a tu lado todos
los vecinos corren peligro. Por favor, vete de casa. No vuelvas. Hay
dormitorios que pone el ayuntamiento para la gente, vete allí, duerme allí
fuera, déjanos vivir tranquilos. Luego, cuando todo haya pasado, puedes volver
pero ahora no, por favor, que no queremos morir por tu culpa”. Algunos papeles
están subidos de tono, con el miedo convertido en desconfianza, la desconfianza
en recelo, y el recelo en odio. Aquella médica que bajó al garaje se encontró
escrito en su coche, con letras bien grandes, unas palabras infamantes: “rata
infectada”.
Muchas veces me pregunto si
quienes escriben eso son los mismos que aplauden. Creo que no. O puede que sí.
La sociedad se parece a Hela, la diosa escandinava de los infiernos, que tenía
la cara partida en dos mitades: en una tenía pintada la noche; en otra, el
resplandor del sol; como si los mismos corazones estuvieran bañados por el bien
y por el mal; o dos caras, como Hermes; los dos lobos. “Siento que hay dos
lobos dentro de mí”, decía el joven indio, “uno bueno y otro malo: ¿cuál de ellos
vencerá?”; el viejo le contestó: “el que tú alimentes”. Dos lobos yacen en el
fondo de la sociedad. En el corazón de cada uno. Uno aúlla y está dispuesto
para las dentelladas. Otro se conmueve con la ternura de los lobeznos. ¿Cuál de
ellos somos nosotros? Nosotros somos los dos.
Hay gente que destila
desconfianza y mira con recelo. Y gente llena de fe: rezuma generosidad. La gente
que cree se llena de esperanza, la que no, se baña en la desesperación. Muy
pocos quieren mal, muy pocos tienen odio; pero hay muchos que, por miedo, son
capaces de odiar y son crueles; la violencia es un arrebato de amor a la propia
vida que, asustada, es capaz de anular a quienes supongan peligro; aunque sea
para querernos. El amor, como el odio, también tiene dos caras, y en una se
presta a salvarnos; mas para salvar al enfermo tiene que ponerse cerca de él y
puede que se contagie; el médico infectado se pone en peligro para curar a
quien está en peligro y, para que no suponga una amenaza (ni para sí ni para el
otro) se pone máscara y coraza, se protege con las ropas, se aísla; y no toca a
quien necesita que lo abracen porque el peligro acecha.
Es muy fácil ser bueno desde
lejos. Escribir en las cartulinas palabras como “solidaridad”, “paz”, “amor”,
poner citas de gente famosa y cantar himnos contra la guerra. Todo eso queda
bien, pero es muy fácil; demasiado fácil. Lo difícil es meterse en la realidad,
mezclarse con la gente, tomar riesgos y, en medio del peligro, seguir siendo
buenos. Alguien dijo que mezclarse con las cosas se dice, en latín, “inter
esse”: de ahí viene la palabra “interés”, pero también “interesante”; uno puede
hacer campaña contra el tabaco siempre que su padre no trabaje en una fábrica
de tabaco, porque ahí lo interesante choca con nuestros intereses; porque si
conseguimos que prohíban el tabaco y que cierren la fábrica, mi padre puede
perder el empleo. Es muy fácil ser bueno desde la distancia; pero cuando las
cosas buenas tienen consecuencias malas, entonces nos pensamos dos veces si nos
conviene ser buenos; ahí se encierra todo el meollo de la educación moral.
Es muy fácil defender a los
judíos cuando no se vive en la Alemania nazi. Preocuparse por los negros cuando
no tienes cerca al Ku-Kux-Klan. Proteger a los armenios cuando no vives en la Turquía
de la persecución. Mirar por los que señalan como brujos cuando no sientes en
tu aliento la amenaza de la Inquisición. Preocuparse por los perseguidos desde
lejos es bien fácil, no cuesta asentir en la iglesia cuando se dicen las
bienaventuranzas de quienes padecen persecución por la justicia. Hacer el bien
es cosa fácil desde lejos: lo difícil es mojarse; entonces queremos lavarnos
las manos, como Pilatos.
Lavarse las manos. Dejar que
triunfe el mal, pero desentenderse de él. No hacer nada por evitarlo porque
tenemos miedo. Yo lo entiendo. Hay que ser valiente para enfrentarse con el
peligro, no es fácil arriesgarse. Pero si hemos de vivir y la vida es estar
mezclados entre las cosas, y si no basta con escribir palabras fáciles en los
murales y regarlas con canciones, si vivir es estar entre las cosas, entonces
no tenemos más remedio que comprometernos. Pero hay que ser comprensivos y
aceptar que se puede comprometer uno de varias maneras, y no tenemos derecho a
imponerle a nadie su grado de compromiso. Unos se atreverán a arriesgar su vida
para proteger a los demás, para luchar contra la injusticia: no todos pueden.
Otros podrán, en cambio, acompañar las buenas acciones sin hacer nada para
fomentarlas, pero sin impedirlas tampoco: ésas también son personas buenas
aunque los domine el miedo. Hacer proclamas en el vacío es muy fácil; bueno,
tampoco hace daño. Pero lo que no se puede hacer es hacerlas por el día y
desmentirlas con el gesto por la noche.
Y aquí es donde vuelven las gentes que trabajan en el hospital.
Está bien aplaudir a los
médicos por el día y demostrarles nuestro cariño; pero no está bien deslizar
papeles bajo sus puertas cuando nadie nos ve. Hacer a solas lo contrario de lo
que hacemos a la luz pública es hipocresía, y permitir que unos discriminen a
los médicos mientras otros les aplauden es vivir en una sociedad hipócrita. Ni
las personas ni la sociedad deberían tener dos caras. La que se muestra es
alegre, bondadosa, radiante y a menudo valiente. La que se esconde no sólo es
cobarde sino también triste, y la domina el miedo. Las dos caras de Hela, la
diosa de los infiernos. Las dos caras de Hermes. Los dos lobos. Es muy fácil
aplaudir a los médicos cuando eso está bien visto; lo difícil es enfrentarse a
los desaprensivos y seguir haciéndolo. Lo difícil es nadar contra la corriente.
Y hay que sentir que nuestro mundo no debería ser un infierno.
Una reflexiva manera de ver la cuarentena y sí tenemos dos partes en nuestra existencia y luchamos porque sobresalga el lobo que ama a sus lobeznos en pos de la luz. Rescato: ”En el corazón de cada uno. Uno aúlla y está dispuesto para las dentelladas. Otro se conmueve con la ternura de los lobeznos. ¿Cuál de ellos somos nosotros? Nosotros somos los dos."
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