RECIPROCIDAD
La moral es una forma de vivir bien;
sus reglas surgen de la vida y las valora la razón, aunque suele ocurrir que
los instintos vitales tienen algo que decir a la hora de valorar las reglas
morales. La reflexión sobre las reglas es lo que llamamos ética.
Tanto la vida social como la
solitaria reposan sobre la reciprocidad.
La reciprocidad es una forma de igualdad,
y en eso consiste la justicia. Si yo
compro harina por valor de cien euros, justo es que me den el equivalente de su
valor; si el vendedor moja la harina para que pese más y, al hacerlo, me da
menos por más, me estará robando: eso es injusto; deberá darme mercancía que
valga lo mismo que el dinero que le doy. Podemos distinguir dos formas de
igualdad:
1. La justicia. El
imperativo de justicia podría expresarse así: “devuelve el bien que te dan”. Si
tú me tratas bien yo a ti también te trataré bien.
2. La venganza. Su
imperativo se expresa así: “devuelve el mal que te hacen”. Si tú me haces daño,
yo te hago daño a ti también: ojo por ojo y diente por diente; es la ley del talión.
Hay un instinto natural hacia la venganza,
pero también hacia la generosidad.
Somos felices devolviendo el mal pero nos dura poco; también lo somos
devolviendo el bien, y parece que esa felicidad nos dura más. La pasión de la venganza es más intensa y
por eso nos arrastra con más fuerza, aunque sea efímera; la de la felicidad
quizá lo sea menos; podemos decir que en nosotros hay instintos, fuerzas que
nos empujan a actuar de un modo o de otro; como la satisfacción de esos
instintos nos libera de tensiones podemos decir que, más que tratarse de
instintos egoístas, la naturaleza del instinto
es el egoísmo.
Lo propio del instinto es ser una fuerza
que nos arrastra desde nuestra naturaleza. También hay una fuerza que arrastra
al instinto y nosotros la llamamos libertad:
capacidad de hacer lo contario de lo que nos apetece. El agente de la libertad
es la razón, mientras que el del
instinto es el automatismo (que es
una forma de espontaneidad); la
espontaneidad de la razón es, por el contrario, autonomía: capacidad de darse a sí mismo leyes distintas de las del
instinto. El instinto es reacción atada
a una forma pasiva de vivir, mientras que la libertad es acción atada a la iniciativa de la razón, que establece prioridades
entre los instintos según lo vaya pudiendo cada ocasión.
También
hay dos formas de desigualdad:
A. La injusticia. Consiste
en devolver el mal por el bien.
B. La generosidad. Consiste
en devolver el bien por el mal, como en la obra de Muñoz Seca: el perdón por la
venganza, o mejor todavía: ayuda a cambio de injusticia, que no es otra cosa
más que el amor a los enemigos que predica el evangelio; es justo amar a tus
amigos pero amar a tus enemigos es mucho más que justo, es generoso. Nos mueve
a la generosidad la compasión, que
hoy llamamos empatía, y es el
sentimiento que nos impulsa a ponernos en lugar de los otros: pensar y sentir
como ellos suponiendo que vivimos como ellos, pero sin perder la visión crítica que emana de la razón; o sea de
la libertad.
El
egoísmo mediado por la empatía nos hace espejos los unos de los otros; en el
padecimiento ajeno nos vemos a nosotros mismos, y también en el nuestro vemos a
los demás: es lo que se llama misericordia,
que no es más que sentir la miseria ajena con el corazón nuestro (eso sí, sin
dejar de pensarla con la razón: sin perder nunca el sentido crítico).
La
formulación más conocida de la empatía se
la debemos a Kant: es el imperativo
categórico; no hagas a nadie lo que no te gustaría que te hicieran a ti, lo
que supone varias cosas:
Primero,
que debemos huir de la venganza (pus a nadie le gustaría recibir el mal que
damos cuando nos vengamos).
Segundo,
que debemos ser justos (pues a todos nos gustaría que nos trataran tan bien
como tratamos nosotros a los demás).
Tercero,
que hay que ser generosos (pues incluso cuando nos hacen daño tenemos el deber
de comprender y perdonar antes que ignorar y condenar; la crítica ha de entenderse como generosidad: no como condena del mal
que nos hacen, sino como redención de los malvados ayudándolos a liberarse de
las cadenas del mal).
Eso
es lo que quiere decir, para la ética, reciprocidad. Y hay que añadir otra
cosa: la generosidad que damos debemos dárnosla también a nosotros (por el
mismo principio de reciprocidad); eso significa no abusar de nadie (empatía),
pero tampoco dejar que abuse nadie de nosotros (asertividad). Asertividad y
empatía son las dos consecuencias de la reciprocidad entendida como justicia, y
justicia crítica; si devolvemos el
mal somos agresivos y, por ende, vengativos; si devolvemos el bien somos
justos; y si devolvemos el bien por el mal seremos generosos; sólo siendo
generosos podremos construir un mundo en el que cada vez haya más semillas del
bien y menos semillas del mal.
Rescato querida Lechuza:"sólo siendo generosos podremos construir un mundo en el que cada vez haya más semillas del bien y menos semillas del mal."
ResponderEliminarClarísimo. Me gusta, ero no sé yo si eso podrá llegar a ser una práctica general, sería estupendo que así fuera.
ResponderEliminar