LAS PARADOJAS
PRAGMÁTICAS
La
sintaxis estudia la relación que hay
entre los signos (por ejemplo, “el árbol es alta” contiene un error
sintáctico). La semántica estudia la
relación de los signos con sus significados (como cuando decimos: “la palabra
‘quijote’ significa ‘persona idealista, justa y generosa’”). Y la pragmática estudia la relación entre
los signos y sus usuarios (cuando alguien me pregunta si tengo sal y le digo
que sí, la conversación, semánticamente, tiene sentido, pero pragmáticamente
no; porque mi interlocutor no me estaba preguntando realmente si yo tenía sal,
sino que me estaba pidiendo que se la pasara).
La
pragmática distingue tres tipos de actos: locutivos,
que son locuciones (como cuando yo digo: “hoy hace sol”); inlocutivos, que no consisten en decir cosas, sino en hacer cosas
con palabras (cuando yo digo “la bolsa o la vida” te estoy amenazando); y actos
perlocutivos, que consisten en
conseguir algo de nuestro interlocutor a través de nuestras palabras (como
cuando, al decir “la bolsa o la vida”, te intimido y te asusto).
La paradoja de la inlocución.
Pues
bien, a veces lo que digo entra en contradicción con la forma en que lo digo;
si digo que no soy libre y lo digo en total libertad, estoy diciendo libremente
que no soy libre y niego, sólo con decirlo, lo que afirmo; las palabras
significan en sí mismas lo contrario de lo que significan al decirlas; su
significado semántico entra en contradicción con su significado pragmático. Si
la paradoja de Russell era una paradoja de la locución, bien podremos decir que
la ley de Clavius es una paradoja de la inlocución.
Paradoja de la perlocución.
Cuando
el efecto que producimos al decir algo
es la negación de lo que decimos al final, se produce la paradoja de la
perlocución; en el ejemplo que nos ocupa, aparece cuando al decir que no soy
libre le quito a quien me escucha la libertad de contradecirme (decir que no
eres libre es entonces una forma de quitarle la libertad a quien te escucha).
Hay que dar tres pasos para llegar a ello.
Primero:
no soy libre (semántica).
Segundo:
digo libremente que no soy libre (paradoja de la inlocución).
Tercero:
al decir libremente que no soy libre le quito a quien me escucha la libertad de
contradecirme (paradoja de la perlocución).
Quienes
me escuchan ponen la televisión y ven lazos amarillos; van por la calle y ven
lazos amarillos; pasan delante del ayuntamiento y en su fachada veo un lazo
amarillo; también lo hay en el edificio de la generalitat; en la playa veo
lazos amarillos; en las solapas de la chaqueta de la gente; en las de los
políticos; en las de los asientos de los diputados autonómicos; veo lazos
amarillos por todas partes. Los independentistas han conseguido que el medio en
el que se mueven los que no son independentistas sea sólo el de la
independencia, para que nadie respire fuera de su casa otra cosa que no sea
independencia, hostilidad y autodeterminación; es como si obligáramos a una
célula a vivir en un medio que no es el suyo para forzarla a adaptarse a ese
medio como única posibilidad de supervivencia (o, de lo contrario, morir). Lo
que los independentistas llaman libertad de expresión es en realidad libertad
de opresión; libertad de emborrachar los sentidos de la gente hasta que nadie
sea libre de pensar otra cosa que no sea lo que piensan ellos; si alguien
(porque un juez se lo ordena a la policía) retira un lazo amarillo, no está
despejando el horizonte para que todas las ideas tengan la libertad de
expresarse, sino que, en la mente enferma de los independentistas, les están
quitando a ellos la libertad de imponer a todo el mundo el pensamiento único
(la independencia); porque su libertad de expresión se alimenta de quitarles a
los demás la libertad de expresión.
Eso
es así porque imponer pensamientos absurdos es quitarles a los demás la
posibilidad de pensar: ya que pensar es manejar ideas con una coherencia
lógica, y esa coherencia se ve impedida de expresarse cuando quien nos escucha
no admite otro discurso que el del absurdo; si nos obligan, por ejemplo, a
admitir que 2 y 2 son 5, están violando nuestra capacidad de pensar.
El
mecanismo de la paradoja es el siguiente: digo una cosa; la desmiento en el
acto mismo de decirla; y al final impongo lo que digo quitándole al acto de
decirlo la realidad que tiene por encima de las palabras. Entonces se produce una subversión del
lenguaje y se imponen las palabras a la realidad. Como cuando Bellarmino le
decía a Galileo que tenía que fiarse de lo que decía Aristóteles y no de lo que
él mismo veía por el telescopio; si Galileo veía montañas donde Aristóteles
había dicho que no las había, tenía que creer esas palabras aunque la realidad
las desmintiera. La paradoja de la perlocución desemboca en la falacia de la
autoridad: eso es así porque lo digo yo; como le decía Humpty Dumpty a Alicia
desde el otro lado del espejo: la cuestión no es quién tiene razón, la cuestión
es quién manda aquí. Aplicado a los independentistas catalanes, la cuestión no
es que ellos tengan razón en lo que piensan, sino que quieren obligar a los
demás a que piensen lo mismo, ajustándose a la lógica de su sinrazón. De manera
similar, definimos la paranoia como un discurso perfectamente lúcido y lógico
cuyo punto de partida es un pensamiento delirante. El celoso patológico busca y
encuentra pruebas absolutamente coherentes para demostrar que su mujer lo
engaña: cuando lo único que está haciendo su mujer, a media mañana, es tomarse
un café (o una cerveza) con sus compañeros de trabajo y, a la salida, caminar
juntos un rato cuando comparten un trozo del trayecto que conduce a casa.
Gracias Lechuza, me has dado luces para entender mejor la paradoja y conocer más sobre la pragmática, claro artículo que rescato en su totalidad.
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