viernes, 26 de julio de 2019

LAS PARADOJAS PRAGMÁTICAS




LAS PARADOJAS PRAGMÁTICAS


             Hay paradojas sintácticas y semánticas: ahora vamos a centrarnos en las paradojas pragmáticas, una de las cuales nos ha llegado a través de la formulación que le dio Clavius; Clavius, desde luego, no tuvo conciencia de moverse en el terreno de la pragmática, pero nosotros sí; esta paradoja surge cuando se dice algo y el acto de decirlo es la negación de lo que se dice. Por ejemplo: cuando dices libremente que no eres libre es porque eres libre. En la formulación de Clavius quedaría así: cuando al decir que no eres libre te comportas como un ser libre, es porque eres libre de verdad (aunque digas lo contrario); en  símbolos: (¬p → p) → p.
            La sintaxis estudia la relación que hay entre los signos (por ejemplo, “el árbol es alta” contiene un error sintáctico). La semántica estudia la relación de los signos con sus significados (como cuando decimos: “la palabra ‘quijote’ significa ‘persona idealista, justa y generosa’”). Y la pragmática estudia la relación entre los signos y sus usuarios (cuando alguien me pregunta si tengo sal y le digo que sí, la conversación, semánticamente, tiene sentido, pero pragmáticamente no; porque mi interlocutor no me estaba preguntando realmente si yo tenía sal, sino que me estaba pidiendo que se la pasara).
            La pragmática distingue tres tipos de actos: locutivos, que son locuciones (como cuando yo digo: “hoy hace sol”); inlocutivos, que no consisten en decir cosas, sino en hacer cosas con palabras (cuando yo digo “la bolsa o la vida” te estoy amenazando); y actos perlocutivos, que consisten en conseguir algo de nuestro interlocutor a través de nuestras palabras (como cuando, al decir “la bolsa o la vida”, te intimido y te asusto).

La paradoja de la inlocución.

            Pues bien, a veces lo que digo entra en contradicción con la forma en que lo digo; si digo que no soy libre y lo digo en total libertad, estoy diciendo libremente que no soy libre y niego, sólo con decirlo, lo que afirmo; las palabras significan en sí mismas lo contrario de lo que significan al decirlas; su significado semántico entra en contradicción con su significado pragmático. Si la paradoja de Russell era una paradoja de la locución, bien podremos decir que la ley de Clavius es una paradoja de la inlocución.


Paradoja de la perlocución.

            Cuando el efecto  que producimos al decir algo es la negación de lo que decimos al final, se produce la paradoja de la perlocución; en el ejemplo que nos ocupa, aparece cuando al decir que no soy libre le quito a quien me escucha la libertad de contradecirme (decir que no eres libre es entonces una forma de quitarle la libertad a quien te escucha). Hay que dar tres pasos para llegar a ello.
            Primero: no soy libre (semántica).
            Segundo: digo libremente que no soy libre (paradoja de la inlocución).
            Tercero: al decir libremente que no soy libre le quito a quien me escucha la libertad de contradecirme (paradoja de la perlocución).
            Quienes me escuchan ponen la televisión y ven lazos amarillos; van por la calle y ven lazos amarillos; pasan delante del ayuntamiento y en su fachada veo un lazo amarillo; también lo hay en el edificio de la generalitat; en la playa veo lazos amarillos; en las solapas de la chaqueta de la gente; en las de los políticos; en las de los asientos de los diputados autonómicos; veo lazos amarillos por todas partes. Los independentistas han conseguido que el medio en el que se mueven los que no son independentistas sea sólo el de la independencia, para que nadie respire fuera de su casa otra cosa que no sea independencia, hostilidad y autodeterminación; es como si obligáramos a una célula a vivir en un medio que no es el suyo para forzarla a adaptarse a ese medio como única posibilidad de supervivencia (o, de lo contrario, morir). Lo que los independentistas llaman libertad de expresión es en realidad libertad de opresión; libertad de emborrachar los sentidos de la gente hasta que nadie sea libre de pensar otra cosa que no sea lo que piensan ellos; si alguien (porque un juez se lo ordena a la policía) retira un lazo amarillo, no está despejando el horizonte para que todas las ideas tengan la libertad de expresarse, sino que, en la mente enferma de los independentistas, les están quitando a ellos la libertad de imponer a todo el mundo el pensamiento único (la independencia); porque su libertad de expresión se alimenta de quitarles a los demás la libertad de expresión.
            Eso es así porque imponer pensamientos absurdos es quitarles a los demás la posibilidad de pensar: ya que pensar es manejar ideas con una coherencia lógica, y esa coherencia se ve impedida de expresarse cuando quien nos escucha no admite otro discurso que el del absurdo; si nos obligan, por ejemplo, a admitir que 2 y 2 son 5, están violando nuestra capacidad de pensar.
            El mecanismo de la paradoja es el siguiente: digo una cosa; la desmiento en el acto mismo de decirla; y al final impongo lo que digo quitándole al acto de decirlo la realidad que tiene por encima de las palabras.  Entonces se produce una subversión del lenguaje y se imponen las palabras a la realidad. Como cuando Bellarmino le decía a Galileo que tenía que fiarse de lo que decía Aristóteles y no de lo que él mismo veía por el telescopio; si Galileo veía montañas donde Aristóteles había dicho que no las había, tenía que creer esas palabras aunque la realidad las desmintiera. La paradoja de la perlocución desemboca en la falacia de la autoridad: eso es así porque lo digo yo; como le decía Humpty Dumpty a Alicia desde el otro lado del espejo: la cuestión no es quién tiene razón, la cuestión es quién manda aquí. Aplicado a los independentistas catalanes, la cuestión no es que ellos tengan razón en lo que piensan, sino que quieren obligar a los demás a que piensen lo mismo, ajustándose a la lógica de su sinrazón. De manera similar, definimos la paranoia como un discurso perfectamente lúcido y lógico cuyo punto de partida es un pensamiento delirante. El celoso patológico busca y encuentra pruebas absolutamente coherentes para demostrar que su mujer lo engaña: cuando lo único que está haciendo su mujer, a media mañana, es tomarse un café (o una cerveza) con sus compañeros de trabajo y, a la salida, caminar juntos un rato cuando comparten un trozo del trayecto que conduce a casa.






1 comentario:

  1. Gracias Lechuza, me has dado luces para entender mejor la paradoja y conocer más sobre la pragmática, claro artículo que rescato en su totalidad.

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