viernes, 30 de agosto de 2019

LA CURIOSIDAD



LA CURIOSIDAD


             ¿Cuáles son las cosas que está prohibido conocer? De momento hemos encontrado tres: las intimidades, es decir las cosas que, por definición, deben permanecer secretas (no deben salir de dentro), y por tanto no deben ser conocidas por los demás; las cosas cuyo conocimiento nos da poder para gobernar a los otros, quitándoles su libertad; y las cosas que nos quitan el control sobre nosotros mismos; en todos esos casos la curiosidad se convierte en fisgoneo.
            Las intimidades ajenas nos dan poder sobre los otros, y la desvergüenza se lo da a ellos sobre nosotros (en el primer caso hablamos de indiscreción). Tanto la indiscreción como la desvergüenza violan el secreto, y  eso puede deberse a que faltamos a nuestra palabra, que es un compromiso que hemos adquirido; pero también es secreto lo que no puede desvelarse, aunque no faltemos a nuestra palabra. El amor carnal es secreto porque, si lo hacemos a la luz pública, perdemos la capacidad de sentir placer; el placer sexual reposa sobre la concentración y, con testigos, nos distraemos y no podemos concentrarnos; es como esas sesiones de relajación donde cualquier comentario jocoso en plena concentración rompe, con la fragilidad de una pompa de jabón, todo el embrujo de la magia.
            De modo que algunos conocimientos están prohibidos porque se refieren a cosas de las que podemos decir que conocerlas es cambiarlas (y entonces ya no podemos conservar su esencia).
            Otros lo están cuando hemos prometido callarlos y, cuando los decimos, faltamos a nuestra palabra.
            Otros, porque nos avergüenza que se sepan y quienes los conocen tienen poder sobre nosotros, ya sea por desvergüenza propia o por indiscreción ajena; y nos arrebatan la libertad y el control de los asuntos propios.
            Entre todos los deseos que sentimos está el de saber: lo llaman curiosidad; cuando la curiosidad es generosa la llamamos deseo de aprender, y cuando la gobierna la envidia la llamamos cotilleo; también la curiosidad puede gobernarnos o ser nosotros quienes la controlamos; no es lo mismo apasionarse por vicio (que es meterse donde no nos llaman) que sentir pasión por el estudio (y ésta nos lleva a los lugares que no están prohibidos). ¿Qué es lo prohibido? Prohibido es soltar las riendas de nuestra vida para agarrar las de los demás; lo primero porque renunciamos a ser libres, y lo segundo porque amenazamos las libertades ajenas. 


            Ser cotilla no es sólo violar intimidades de los otros (y la intimidad es lo que la decencia nos prohíbe hacer público, mucho menos que lo hagan público los demás); pero también es levantar bulos sobre las personas, dando sobre ellas noticias falsas que las pueden perjudicar: a este tipo de rumorología lo llamamos calumnia; y a la violación de los secretos de la decencia la llamamos fisgoneo. El fisgoneo nos lleva a husmear y fisgar, y la calumnia conduce a la murmuración, los chismes, las habladurías.
            La pesquisa es otra cosa. Una pesquisa es una investigación que, cuando está al servicio de la curiosidad intelectual, es legítima, pero cuando está al servicio de la delación y la calumnia nos repugna. “La curiosidad mató al gato”, dice el refrán: al gato que se mete donde no lo llaman, no al que se siente atraído por sus asuntos. ¿Cuántas clases de curiosidad existen? ¿Cuántas son legítimas y cuáles indignas? Para saberlo no hay más remedio que hacer una lista de variantes de la curiosidad. En una primera aproximación encontramos las siguientes:
            Curiosidad teórica. Es el deseo de analizar, acercar, integrar, el ansia de conocer el porqué de las cosas, desentrañar los secretos del universo, sin ningún interés en especial: simplemente porque nos da placer. Nos apetece conocer los secretos de la mente humana, los secretos, también, del corazón; disfrutamos escudriñando los misterios de la lógica, la magia de las paradojas, viendo, como en una película, los acontecimientos de la historia y explicando por qué sucedieron, y estudiamos con hambre y sed de conocimiento la superficie y las entrañas de la sociedad.
            Curiosidad técnica. A veces es, como la ciencia, un deseo gratuito de saber cómo funcionan las cosas, y un placer por construir artilugios que venzan las resistencias de la naturaleza; aunque se trata también de superar nuestras limitaciones frente a los retos del mundo, en un afán de desarrollo y de supervivencia, un placer meramente utilitario por tener una vida mejor: aumentando nuestras comodidades y dotándolas de recursos para explorar el mundo hasta extremos que antes parecían impensables.
            A veces se ha confundido la curiosidad con la soberbia; sobre todo desde la censura de quienes veían en el saber una amenaza a su poder; Prometeo fue castigado por Zeus por habernos enseñado los secretos del fuego, Dios confundió a la humanidad por querer llegar hasta sus dominios construyendo una torre de Babel,  y el rey Juan II interpretó que cuando un rayo mató a su criado en plena observación astronómica, fue porque dios no había querido que indagaran en los secretos del cielo, que eran, finalmente, los dominios de dios.
            Existe, también, una forma de soberbia: la pedantería; la soberbia de saber más que nadie, como si se tratara de un concurso en el que se lleva el premio quien más sabe de todos; se trata de gente que utiliza el saber como forma de dominación, que presume de conocer, antes que nadie, las últimas novedades, y si se entera de que otros las han descubierto primero recurren al sabotaje; y gente que es capaz de falsear las pruebas con tal de aparentar ser sabia. Pero esto ya no es un problema de curiosidad, sino de soberbia; la curiosidad es otra cosa; no ansía dominar mediante el saber, sino disfrutar sabiendo: que no es lo mismo imperar que disfrutar. El imperio es el goce del poder; la erudición y la sabiduría son el goce del saber; la pedantería es una de las formas del imperio. Es la presunción: la pretensión de ser más porque se sabe más, frente a la pretensión de la fuerza bruta. Quien presume de saber no se contenta con presumir de ser, o de tener: el conocimiento, y no la fuerza o el oro, es para él la auténtica fuente del poder. 


            Volvamos a lo que nos ocupaba; estábamos exponiendo las distintas formas de curiosidad, y hasta ahora habíamos hablado de curiosidad teórica y técnica; nos faltan la curiosidad agónica, estética, ética, indiscreta y rebelde.
            Curiosidad agónica. Es la que nos lleva a identificar los peligros que nos amenazan para así poderlos vencer. En la película Alien la nave está poblada por un monstruo que mata y los tripulantes quieren saber dónde está para salvar sus vidas; los soldados norteamericanos que andaban por el Mekong estaban al acecho porque el enemigo podía estar en cualquier parte; el bombero que intenta salvar vidas está atento a todos los signos, todas las amenazas, todas las señales que avisan de que el suelo se puede hundir o se le puede venir el techo encima. La curiosidad trágica es el deseo de conocer el destino, para derrotarlo (o también, tal vez, para controlarlo).
            Curiosidad práctica. Lo que los griegos llamaban producción (poiesis) venía adosado a la técnica (techné); sólo que la techné se interesa por los medios para conseguir algo y la poiesis se interesa por los fines, es decir por lo que queremos construir; si esos fines son utilitarios hoy los solemos englobar en lo que llamamos técnica, pero si son espirituales hablaremos más bien de la estética. La curiosidad estética es, ante todo, un deseo espiritual, deseo de plenitud, de trascendencia; pero es también una búsqueda de las formas bellas, de la vitalidad trascendente, de las sensaciones espirituales. Cuando la curiosidad espiritual no trasciende lo que somos, sino los límites de la vida (la muerte), recibe el nombre de mística. Y cuando queremos saber cómo comportarnos para enriquecer nuestra esencia dentro de los límites de nuestro existir, entonces hablamos de curiosidad ética.
            Curiosidad rebelde. Es la que os incita a investigar las cosas prohibidas, porque la naturaleza humana está hecha de tal manera que basta con que nos prohíban algo para que queramos hacerlo o conocerlo; Dios prohibió comer la manzana y Adán y Eva quisieron comerla; y basta con que nos prohíban mirar en un cajón para que instantáneamente empecemos a buscar la llave para abrirlo. La curiosidad rebelde no tiene finalidad, sino causa; la causa que la despierta es la propia prohibición, aunque nos dirija a misterios cuyo desvelamiento no nos aporta nada. ´
            Curiosidad indiscreta. Ya hemos hablado de ella. Nos arrastra a conocer intimidades y la llamamos indiscreción. A veces alimentamos la indiscreción ajena mostrando nuestras intimidades y la llamamos desvergüenza. Y otras veces codiciamos el saber ajeno cuando sabemos que los otros no lo pueden desvelar, porque están sujetos por una promesa; es otra forma de curiosidad, rebelde y transgresora: sólo que la prohibición no nos afecta a nosotros sino a quien nos tiene que informar. La indiscreción (o cotilleo) es el deseo enfermizo de conocer lo que no debemos y muchos periodistas lo tienen: pues, cuando nos informan de la actualidad, mezclan las noticas saludables con las que infectan nuestro conocimiento, porque no se pueden decir. El espionaje, por el contrario, no es indiscreción pura porque no investiga por placer, sino por necesidad; quiere conocer los planes del enemigo, ya sea político, bélico o comercial; el espionaje, por lo tanto, forma parte más bien de la curiosidad agónica.
            La curiosidad, en suma, es el ansia de saber. El conocimiento es una ambición que nos enriquece y pocas pasiones hay tan hermosas como la curiosidad; a menos que nos metamos donde no nos llaman y entonces la curiosidad nos hará  más pobres, desalmados y vacíos; y en lugar de alimentar las fuerzas de la vida, las infectará.

ORFEO Y EURÍDICE

            Lot y su mujer se libraron de la destrucción con la condición de no mirar atrás; pero Edith se volvió, picada por la curiosidad, y quedó convertida en estatua de sal para siempre.
            Orfeo fue a los infiernos a rescatar a Euridice, que había muerto picada por una serpiente venenosa; el canto de Orfeo conmovió a Hades, dios de los infiernos, y Hades accedió a liberarla; pero puso como condición que Eurídice no mirara hacia atrás mientras atravesaban la laguna Estigia. Eurídice sin embargo, picada por la curiosidad, se volvió hacia Orfeo y en ese mismo instante quedó condenada a no salir, convirtiéndose para siempre en una sombra.
            Adán y Eva vivieron en el paraíso terrenal con la sola condición de no comer la manzana prohibida; pero un día desobedecieron y eso fue para ellos la expulsión del paraíso.





1 comentario:

  1. Un grato artículo querida Lechuza, ahora sé,con claridad, cuánto se puede ganar y perder con la curiosidad, rescato un fragmento que voy haciendo mío en mi día a día: "La curiosidad, en suma, es el ansia de saber. El conocimiento es una ambición que nos enriquece y pocas pasiones hay tan hermosas como la curiosidad; a menos que nos metamos donde no nos llaman y entonces la curiosidad nos hará más pobres, desalmados y vacíos; y en lugar de alimentar las fuerzas de la vida, las infectará."

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