PLATÓN:
CUATRO FORMAS DE LOCURA
Para
que podamos fiarnos de la inspiración es preciso criticar los pensamientos
inspirados. Platón distingue dos procesos independientes y complementarios:
(1)
La inspiración. “Es un don que nos
alcanza en tres ocasiones bien definidas: durante el sueño, o en una enfermedad,
o debido al entusiasmo; en todas
ellas se detiene el poder de la inteligencia. “No es trabajo propio del que
está poseído por un frenesí (…) juzgar lo que se apareció (…), sino que (…) conviene (…) al sensato hacer y conocer sus propias
cosas y a sí mismo” (T.116).
(2)
La crítica. “Es propio del sensato tratar de entender lo dicho en
sueños o en vigilia por (…) el entusiasmo
en el momento que se recuerda, y distinguir
con la razón todas las visiones (…), si significan algo” (T.116).
Esto
se parece mucho a la técnica conocida como lluvia o tormenta de ideas, que se desarrolla a lo largo de dos fases
separadas y consecutivas: la creación y
la crítica; durante la creación se dice todo lo que se nos ocurre,
por muy absurdo que parezca, para evitar que la autocensura yugule la
creatividad; y durante la fase crítica se
divide lo que se ha creado, poniendo a un lado las ideas válidas, acertadas, y
a otro las inútiles y absurdas.
1. Adivinación.
La
inspiración profética se somete a las dos fases que hemos descrito al hablar de
la inspiración a secas; pero, en lugar de dos momentos protagonizados por una
misma persona, dan lugar a dos personas con oficios diferentes: el adivino, que sufre un rapto de inspiración,
poseído por un frenesí incontenible e incontrolable; y el intérprete, que, en su calidad de juez de los adivinos inspirados,
descubre el sentido “de las palabras dichas
mediante enigmas y visiones” (T.116). En el oráculo de
Delfos, es la diferencia que hay entre la
sibila y el sacerdote.
Insiste
Platón en que la inspiración profética es
otra forma de locura (“manía”, en griego): por eso la llamaron “mánica”, aunque alguien introdujo una “t”
para convertirla en “mántica”
(F’.210). Es, más que investigación del
futuro (propia de quienes están en posesión de sus facultades mentales), la
predicción del futuro (fruto de un
rapto de investigación); y en la primera sugiere Platón que hay dos especies:
la de quienes ven el futuro en las aves y otros indicios y señales (augurios), y la de quienes lo ven en la
reflexión (predicciones científicas):
a ambas se les ha dado, por oposición a mántica, el nombre de oionística (F’.211).
Por
eso el alma, además de ser “lo que se nueve a sí mismo” (F’.214), es también
“algo con cierta capacidad de adivinación”; Platón aduce como ejemplo el
demonio de Sócrates: “me vino”, dice, “esa señal
divina que (…) siempre me detiene cuando estoy a punto de hacer algo (…) y
me pareció oír de ella una voz que
me prohibía marcharme” (F’.206). Es lo que podríamos llamar corazonada, presentimiento y, en cierto modo, intuición. Junto a la inteligencia
puede alcanzar el doble ideal de Platón:
a)
“Ser sabio en mi
interior”.
b)
Y que lo que me
rodea “sea amigo de lo que hay dentro de mi” (F’.274). Una particular
versión del yo y la circunstancia de
Ortega.
2. Mística.
La
inspiración hace que algunas
personas estén sometidas a una fuerza misteriosa que escapa a su voluntad. “Los que están afectados por
el frenesí de los coribantes bailan sin estar en su sano juicio” (I.36), dice Platón. Los
coribantes, esos sacerdotes de la diosa Cibeles, “danzaban (…) y entraban en un trance
místico (…) en el que creían oír la
voz de la diosa”. Hay dos cosas que se excluyen:
a)
El furor báquico.
b)
El sano juicio.
Dominadas y
poseídas por el furor báquico, las
bacantes pierden el juicio. Para llegar a él utilizan la armonía y el ritmo, que es la parte racional, o controlada, del método; al revés
que la adivinación (donde la crítica racional viene después del frenesí), aquí
la técnica racional de la danza lo precede como instrumento idóneo para
provocarlo.
3. Poética.
Igual
que “los que están afectados por el frenesí de los coribantes bailan sin estar
en su sano juicio”, así también “los poetas líricos componen esos bellos cantos
cuando no están en su sano juicio, es decir, cuando se adentran en la armonía y el ritmo, y están dominados y poseídos por el furor báquico, igual que las bacantes” (I.36). Por eso “los poetas buenos (…) cantan los grandes
poemas (…) no gracias a una técnica,
sino porque están inspirados y
sometidos”; sometidos a una fuerza
divina que se mete en ellos y los posee desde dentro. “No son ellos (…)
quienes dicen cosas excelentes, sino que es la divinidad misma quien habla (…) a través de ellos” (I.36); y para eso necesita quitarles, durante
un momento, la inteligencia.
Las musas son las diosas que inspiran
el delirio báquico en el poeta (Platón habla aquí de la tragedia, pero lo que
dice vale también para la poesía lírica). Cada poeta está unido con su musa: a
esto lo llamamos estar poseído,
estar dominado (I.39). Terpsícore es
la musa de la danza y Erato la del
amor; pero Calíope, que es la de
mayor edad, y Urania, que la sigue,
se ocupan del cielo, y en particular de la filosofía y la música (F’.237).
Y
si los poetas, “poseídos cada uno
por una divinidad que los gobierna”, son los “intérpretes de los dioses”, los rapsodas, que interpretan a los
poetas, son “intérpretes de los
intérpretes”; por eso pregunta Platón: “cuando recitas bien los poemas
épicos (…) ¿estás (…) en tu juicio o te encuentras fuera de ti y tu alma,
entusiasmada, cree que está en los asuntos que canta, en Ítaca, en Troya (…)?”
(I.38). La poesía, en efecto, no consiste en decir, sino en mostrar lo
que dice, y mostrarlo a través de la palabra. Por eso señala Platón que la
expresión mediante imágenes creadas
por palabras es, junto a la expresión sentenciosa
y la expresión reiterativa, uno
de los “modos de expresión” de las Musas (F’.252).
Y
lo mismo que hay una fuerza oculta en
la piedra que Eurípides llamó “magnética”, así también hay una fuerza divina en nosotros; y lo mismo
que esa fuerza magnética “no sólo
une (…) las propias cadenas de hierro”, sino que se introduce en ellas “de tal
modo que puedan (…) unir otras cadenas (…) así también la propia Musa hace inspirados, y por (…) ellos forma una gran fila con otros que están
inspirados” (I.36).
Podríamos
decir, siguiendo el hilo de Platón, que la creación poética tiene un momento inspirado seguido de un momento crítico; y a veces precede a la
inspiración un momento técnico cuando
el poeta busca en la armonía, y en el ritmo, el trampolín para saltar hacia la
inspiración; sólo que cuando ese salto no se da, el poeta no pasa de poetastro
y la rima se queda en ripio. En algún momento lo vislumbra Platón: “aquel que sin la locura de las Musas llegue a las
puertas de la poesía (…) será [un poeta]
imperfecto, y su creación poética, la de un hombre cuerdo”, dice Platón, “quedará
oscurecida por la de los enloquecidos”
(F’.212). Este “estado de posesión y de locura” procede “de las Musas que, al apoderarse de un alma (…) la llenan de un báquico transporte” (F’.212). En el Ión 534b, 536c, en el Menón 98b
y en la Apología 22b-c Platón deja
muy claro que la nota distintiva del
verdadero poeta (es) el estar fuera de sí, es decir “el no estar en dominio de su mente, el
estar poseído.
4. Amor.
Es
otra forma de locura. “Se produce cuando alguien, contemplando la belleza de este mundo, y acordándose
de la verdadera, adquiere alas y (…) anhela remontar el vuelo”
(F’.220). En ella las almas “quedan fuera
de sí, y ya no son dueñas de sí
mismas (…) Pues en las réplicas
terrenales tanto de la justicia como
de la templanza (…) no hay ningún
resplandor” (F’.221).