viernes, 25 de mayo de 2018

LOHENGRIN



LOHENGRIN


Atrás dejaba los campos áridos que empezaban a despertarse. Anchas planicies de tierra parda, casi amarilla, premonición de la paja calcinada que anunciaría el verano. Como manchas desiertas, aquí, allá, islotes de árboles como pinceladas consumidas por la luz; tal los papeles de periódico olvidados en la calle, amarilleados, resecos, calcinados por la vida, sin color. Luego el coche se adentró en el jardín umbrío, allá por Peñalabra; se poblaba el campo, sobre San Juan y Peñalviento, abriéndoles a los ojos otro paisaje; unos campos húmedos, unos pinares que se extendían a ambos lados de la carretera, hasta perderse de vista; la tierra se vestía de troncos rojos y abigarrados y eran palos cruzados en el horizonte; duros hilos tejidos entre las hojas, bajo las hojas afiladas, sobre el humus blando de la tierra, húmedo y mullido, como un colchón.
Era un día diáfano pero en su mente latía la niebla. La niebla, como un ser vivo, avanzaba por los troncos y cubría el suelo, al pie de los árboles, invadiendo el espacio sobre las ramas más bajas. Era un vaho espeso que abría sus brazos, rodeando los claros de luz y abrazándolos, cerrándose sobre ellos como se cierra la serpiente sobre su presa. Poco a poco la bruma escondía los árboles. Y aquella respiración de la tierra, inspirada por el río, extendía su humedad por las altas regiones del espacio; las copas de los árboles se vieron sepultadas por su corporeidad hueca, extraña mezcla de luces y sombras, cuerpo sin cuerpo, pero espacio sin vacío; la penumbra de otoño que humedece los corazones.
Así, así era en sus oídos el preludio de Lohengrin. Era un preludio envuelto en silencio, de voces inaudibles, veladas por el aire. Sonaba en la radio de su coche mientras lo conducía, alargando el viaje, retrasando su llegada, deseando no llegar. El viaje, el viaje era la vida. Cuando llegara se caería de sus pensamientos, se olvidaría de la música, del sentir, del corazón encogido, del alma plena; y saldría a la luz inhóspita, a las paredes donde empezaría el trabajo. El destierro se extendería por las aulas hasta abrazarle el corazón, y él estaría aún ausente, atrapado en el otro mundo, cautivado por la música; encerrado en la magia de Lohengrin. El preludio era una música inaudible, hecha de silencio, que avanzaba hacia el oído llenando el sonido; un sonido pálido, lejano, sin color; un sonido se acercaba con una lentitud eterna, viajando como velado por la faz de la niebla; y al llegar a sus oídos rompía el velo, emergía a la luz como una explosión, y brillaba; después de un momento abandonó la luz y volvería a la niebla. Y fue vagar errante otra vez en el abrazo de la bruma, que lo envolvía todo, hasta perderse en el silencio.
Luego se sentó a su mesa y se puso a escribir. Fue aprovechando una hora entre dos clases, abstrayéndose del ruido, cerrando la puerta del despacho, mirando el patio. Y el árbol, como un chopo mecido por el viento, lo arrullaba; envolvía su pensamiento entre las sábanas del sentir. Y entonces, sumido en sus energías más profundas, escribió lo que había sentido aquella mañana. La niebla que trazaban en su mente, cuando iba sentado en su coche, las pinceladas de Lohengrin.



viernes, 18 de mayo de 2018



PLATÓN:
CUATRO FORMAS DE LOCURA


            Para que podamos fiarnos de la inspiración es preciso criticar los pensamientos inspirados. Platón distingue dos procesos independientes y complementarios:
            (1) La inspiración. “Es un don que nos alcanza en tres ocasiones bien definidas: durante el sueño, o en una enfermedad, o debido al entusiasmo; en todas ellas se detiene el poder de la inteligencia. “No es trabajo propio del que está poseído por un frenesí (…) juzgar lo que se apareció (…), sino que (…) conviene (…) al sensato hacer y conocer sus propias cosas y a sí mismo” (T.116).
            (2) La crítica. “Es propio del sensato tratar de entender lo dicho en sueños o en vigilia por (…) el entusiasmo en el momento que se recuerda, y distinguir con la razón todas las visiones (…), si significan algo” (T.116).
            Esto se parece mucho a la técnica conocida como lluvia o tormenta de ideas, que se desarrolla a lo largo de dos fases separadas y consecutivas: la creación y la crítica; durante la creación se dice todo lo que se nos ocurre, por muy absurdo que parezca, para evitar que la autocensura yugule la creatividad; y durante la fase crítica se divide lo que se ha creado, poniendo a un lado las ideas válidas, acertadas, y a otro las inútiles y absurdas.


1. Adivinación.

            La inspiración profética se somete a las dos fases que hemos descrito al hablar de la inspiración a secas; pero, en lugar de dos momentos protagonizados por una misma persona, dan lugar a dos personas con oficios diferentes: el adivino, que sufre un rapto de inspiración, poseído por un frenesí incontenible e incontrolable; y el intérprete, que, en su calidad de juez de los adivinos inspirados, descubre el sentido “de las palabras dichas mediante enigmas y visiones” (T.116). En el oráculo de Delfos, es la diferencia que hay entre la sibila y el sacerdote.
            Insiste Platón en que la inspiración profética es otra forma de locura (“manía”, en griego): por eso la llamaron “mánica”, aunque alguien introdujo una “t” para convertirla en “mántica” (F’.210). Es, más que investigación del futuro (propia de quienes están en posesión de sus facultades mentales), la predicción del futuro (fruto de un rapto de investigación); y en la primera sugiere Platón que hay dos especies: la de quienes ven el futuro en las aves y otros indicios y señales (augurios), y la de quienes lo ven en la reflexión (predicciones científicas): a ambas se les ha dado, por oposición a mántica, el nombre de oionística (F’.211).
            Por eso el alma, además de ser “lo que se nueve a sí mismo” (F’.214), es también “algo con cierta capacidad de adivinación”; Platón aduce como ejemplo el demonio de Sócrates: “me vino”, dice, “esa señal divina que (…) siempre me detiene cuando estoy a punto de hacer algo (…) y me pareció oír de ella una voz que me prohibía marcharme” (F’.206). Es lo que podríamos llamar corazonada, presentimiento y, en cierto modo, intuición. Junto a la inteligencia puede alcanzar el doble ideal de Platón:
a)      Ser sabio en mi interior”.
b)      Y que lo que me rodea “sea amigo de lo que hay dentro de mi” (F’.274). Una particular versión del yo y la circunstancia de Ortega.


2. Mística.

            La inspiración hace que algunas personas estén sometidas a una fuerza misteriosa que escapa a su voluntad. “Los que están afectados por el frenesí de los coribantes bailan sin estar en su sano juicio” (I.36), dice Platón. Los coribantes, esos sacerdotes de la diosa Cibeles, “danzaban (…) y entraban en un trance místico (…) en el que creían oír la voz de la diosa”. Hay dos cosas que se excluyen:
a)      El furor báquico.
b)      El sano juicio.
Dominadas y poseídas por el furor báquico, las bacantes pierden el juicio. Para llegar a él utilizan la armonía y el ritmo, que es la parte racional, o controlada, del método; al revés que la adivinación (donde la crítica racional viene después del frenesí), aquí la técnica racional de la danza lo precede como instrumento idóneo para provocarlo.             
                                                                

3. Poética.

            Igual que “los que están afectados por el frenesí de los coribantes bailan sin estar en su sano juicio”, así también “los poetas líricos componen esos bellos cantos cuando no están en su sano juicio, es decir, cuando se adentran en la armonía y el ritmo, y están dominados y poseídos por el furor báquico, igual que las bacantes” (I.36). Por eso “los poetas buenos (…) cantan los grandes poemas (…) no gracias a una técnica, sino porque están inspirados y sometidos”; sometidos a una fuerza divina que se mete en ellos y los posee desde dentro. “No son ellos (…) quienes dicen cosas excelentes, sino que es la divinidad misma quien habla (…) a través de ellos” (I.36); y para eso necesita quitarles, durante un momento, la inteligencia.
            Las musas son las diosas que inspiran el delirio báquico en el poeta (Platón habla aquí de la tragedia, pero lo que dice vale también para la poesía lírica). Cada poeta está unido con su musa: a esto lo llamamos estar poseído, estar dominado (I.39). Terpsícore es la musa de la danza y Erato la del amor; pero Calíope, que es la de mayor edad, y Urania, que la sigue, se ocupan del cielo, y en particular de la filosofía y la música (F’.237).
            Y si los poetas, “poseídos cada uno por una divinidad que los gobierna”, son los “intérpretes de los dioses”, los rapsodas, que interpretan a los poetas, son “intérpretes de los intérpretes”; por eso pregunta Platón: “cuando recitas bien los poemas épicos (…) ¿estás (…) en tu juicio o te encuentras fuera de ti y tu alma, entusiasmada, cree que está en los asuntos que canta, en Ítaca, en Troya (…)?” (I.38). La poesía, en efecto, no consiste en decir, sino en mostrar lo que dice, y mostrarlo a través de la palabra. Por eso señala Platón que la expresión mediante imágenes creadas por palabras es, junto a la expresión sentenciosa y la expresión reiterativa, uno de los “modos de expresión” de las Musas (F’.252).
            Y lo mismo que hay una fuerza oculta en la piedra que Eurípides llamó “magnética”, así también hay una fuerza divina en nosotros; y lo mismo que esa fuerza magnética “no sólo une (…) las propias cadenas de hierro”, sino que se introduce en ellas “de tal modo que puedan (…) unir otras cadenas (…) así también la propia Musa hace inspirados, y por (…) ellos forma una gran fila con otros que están inspirados” (I.36).
            Podríamos decir, siguiendo el hilo de Platón, que la creación poética tiene un momento inspirado seguido de un momento crítico; y a veces precede a la inspiración un momento técnico cuando el poeta busca en la armonía, y en el ritmo, el trampolín para saltar hacia la inspiración; sólo que cuando ese salto no se da, el poeta no pasa de poetastro y la rima se queda en ripio. En algún momento lo vislumbra Platón: “aquel que sin la locura de las Musas llegue a las puertas de la poesía (…) será [un poeta] imperfecto, y su creación poética, la de un hombre cuerdo”, dice Platón, “quedará oscurecida por la de los enloquecidos” (F’.212). Este “estado de posesión y de locura” procede “de las Musas que, al apoderarse de un alma (…) la llenan de un báquico transporte” (F’.212). En el Ión 534b, 536c, en el Menón 98b y en la Apología 22b-c Platón deja muy claro que la nota distintiva del verdadero poeta (es) el estar fuera de sí, es decir “el no estar en dominio de su mente, el estar poseído.


4. Amor.

            Es otra forma de locura. “Se produce cuando alguien, contemplando la belleza de este mundo, y acordándose de la verdadera, adquiere alas y (…) anhela remontar el vuelo” (F’.220). En ella las almas “quedan fuera de sí, y ya no son dueñas de sí mismas (…) Pues en las réplicas terrenales tanto de la justicia como de la templanza (…) no hay ningún resplandor” (F’.221).










viernes, 11 de mayo de 2018

PENSAMIENTOS SOBRE LA EDUCACIÓN: EL CUERPO



PENSAMIENTOS SOBRE LA EDUCACIÓN:  
EL CUERPO
  


1.

            No se cura el enfermo por la fe, pero la fe es el primer paso para curarse.


2.

            Piensa mejor quien mueve mejor el cuerpo.
            Vive la libertad quien vive en un cuerpo libre.
            Siente alegría quien vida en el cuerpo siente.
            Si sientes la espalda cargada, es que el mundo es una carga.
El banderillero.


            Gritas con fuerza si crees en ti mismo.
            Cuando estás hundido, el cuerpo es una vocecilla.
            Una voz sin voz que se pierde en el aire como un lamento.
            Como una queja que se avergüenza de sí misma.
            Gritar, cuando no es dominio de prepotencia, es dominar el mundo que te domina, borrando el instinto.

            Pensar, sentir, volcar pasiones de vida.
            Domar el sentir los pensamientos de muerte.
            Furor de vida. Rugir de viento.
            Bramar al mundo con la pasión del cuerpo.
            Respeto bramando en los furores vivos. 

            El alma guía al cuerpo. Y el cuerpo es camino del alma.
            Todo camino es guía.
            Y al andar se hace camino.
            Caminandar.


3.

            Pensar desde el cuerpo. Que no es pensar con el pie, la mano o la barriga, sino con la cabeza. Pero la cabeza siente cuando está pensando, y siente con el pie, con la mano, con la barriga; se siente con el cuerpo. La cabeza siente cuando está pensando. Y sus pensamientos son dulces o grises dependiendo en parte de cómo se siente. Una idea feliz no puede surgir en un cuerpo triste.


4.

            La alegría y la tristeza están en la cabeza, pero nacen del cuerpo. La cabeza, como las hojas, hace azúcar en el sol y endulza el cuerpo. Pero el cuerpo le lleva, como la planta, agua y sales para hacer azúcar. Una piedra no puede estar alegre porque no tiene cabeza, pero una cabeza tampoco puede si no tiene cuerpo. Preguntad a los tetrapléjicos: su alegría no es más que esperanza de recobrarlo: para pensar, para sentir, para tener la vida. Los pensamientos vivos no son pensamiento sin cuerpo.


5.
           
            El cuerpo es cuerpo en la anatomía; alma en la fisiología. El alma es principio de movimiento. El cuerpo que se mueve no es desalmado.


6.
           
            No puedes pensar cuando tienes hambre. Tus ideas se mueren si tienen sed, tu pensamiento enferma si no estás satisfecho. Hambre, sed, ocio, sexo. Tus ideas son negras cuando no te mueves, tendido en un sofá, agarrado a la tele o la cerveza. La vida es movimiento. Y aunque muchas veces cueste, es preciso el sacrificio para sentirse vivo. Cuesta más hacer abdominales que entregarse a la pereza.
  


7.
           
            El dinamismo es el alma del cuerpo. El cerebro es cuerpo. El alma es el movimiento del cerebro. Y el cerebro que no se mueve está muerto: tal un alma sin ideas, un sentimiento desalmado, una voluntad parada y triste. El alma es el movimiento de cada parte del cuerpo. Y las ideas, sentidas como abstractas, son el alma del cerebro. Y el obrar. El sentimiento.


8.

            Cuerpo no es sólo la mano que se mueve, sino también la cabeza que le manda moverse.


9.

            ¿Qué es, entonces, el cuerpo? Sustancia en la que crece el alma. La sede del pensamiento.


10.

            El pensamiento vive en la cabeza, que lo crea; pero también en el resto del cuerpo, que lo alimenta. Una casa no se hace sólo con arquitectos, también con albañiles; y con ladrillos; y con cemento. El cuerpo es la sustancia del pensamiento, la masa del pastel, los ladrillos del sentimiento. La voluntad, luego, son las ideas que se imponen al cuerpo. Si las ideas vienen de él, la voluntad es sana; si nacen contra él, es una voluntad enferma. La salud del alma se encuentra, al final, con lo que ella misma ha puesto. Puro kantismo de la vida.


11.

            La razón es lo que da forma a las cosas. El instinto es lo que les da fuerza. Y vida es la fuerza de las formas.


12.

            Lo que hay no es un concurso de razones, sino una relación de ideas; un pulso donde no gana el mejor, sino el más fuerte. El más fuerte es el mejor en cuestiones de músculo, pero el músculo no es lo que más vale; el ímpetu, la fuerza, el músculo, valen sólo cuando los lleva el corazón; y el corazón, que siente, si es músculo es fuerza sensible; pero si no lo es es sentimiento sin fuerza; y el músculo sin corazón es tan sólo fuerza bruta; sin alma; sin vibración en el cuerpo; es cuerpo muerto sin fuerza, sin pulso; es pura inercia; fuerza inerte, cosa que pesa, sin poder moverse, porque le pesa el culo. Sólo es fuerte la fuerza que siente. La energía, no el peso. La vis viva. No es Descartes: es Leibniz.


13.

                                                                        Eso no es fuerza.
                                                               Es peso.
                                                               No es alma corpórea.
                                                               Es cuerpo sin alma.
                                                               No es cuerpo.


14.

                              Al peso la fuerza le viene de fuera:
de la gravedad.
De la atracción de otro cuerpo.
El bulto inerte atraído por una fuerza.
Ese bulto no es fuerza: es peso.
Bulto que no se mueve, porque pesa.




viernes, 4 de mayo de 2018

EL GENARES EN RUSIA





EL GENARES EN RUSIA  
  

            Uno de aquellos jóvenes idealistas deseaba conocer en directo la revolución que estaba en marcha. Y se fue de viaje a Rusia (por aquellos tiempos, la Unión Soviética). Creyó que volvería contando las bondades del socialismo y volvió contando… que no le quisieron vender helados. Fue el caso que todos los españoles que estaba alojados en el hotel quisieron comprar helados por el mucho calor que hacía, y el camarada vendedor no quiso porque ya eran las ocho de la tarde: justo la hora a la que él cerraba su tienda. (En el viejo mundo capitalista el chiringuito habría seguido abierto media hora más, y hasta dos si hacía falta, para vender de golpe sesenta helados a sesenta turistas). Contó también que había visto regar los campos un día de lluvias torrenciales porque lo habían planificado desde hacía tiempo. Y que no pudieron visitar el país libremente porque las autoridades se encargaban de que sólo se visitase lo que ellas querían. Aun así, al volver se compraron un buen coche soviético; y como las soldaduras del Lada se caían a pedazos, acabaron comprándose un buen coche capitalista.
            También recuerdo cuando, siendo estudiante, trabajaba durante el verano para hacerme con algún dinerillo. Trabajé en los montajes, en una gran fábrica de productos químicos. Me tocó con un viejo comunista que había decidido ir aquel año de vacaciones a Yugoslavia: y ante el aburrimiento soberbio de un turismo espartano decidió, desde entonces, que pasaría siempre sus vacaciones en una buena playa capitalista. Tal otro había comprobado que en una fábrica soviética el obrero se escaqueaba de la tarea todo lo que podía (no le iban a pagar más: total, a él le daba lo mismo); y no sólo perdía el tiempo con un aburrimiento descomunal, sino que el desinterés y la desidia generaban productos de una calidad ínfima; luego pasaban al consumidor para no alegrarle la vida más de lo que un lingote de oro se la alegra a un perro. Recuerdo también que, estando trabajando en las carreteras, terminamos de asfaltar el camino que conectaba una casa con la carretera vecinal; y, como nos sobrase todavía medio camión de asfalto bien caliente, le preguntamos al dueño: ¿lo aprovechamos para asfaltar el pueblo? Total, el asfalto y la mano de obra ya estaban pagados, al pueblo le iban a salir gratis. A lo que el buen señor nos dijo: “que el ayuntamiento se lo pague si quiere, que esto es mío; así que lo vais a tirar ahí, en la cuneta”. Entre la falta de solidaridad de este campesino capitalista y la falta de implicación de aquel obrero soviético, o del camarada que vendía helados, ¿no había más semejanzas que diferencias? Al campesino le faltaba solidaridad, al camarada le faltaba motivación: el incentivo. El primero pensaba que, si él había asfaltado su casa con su trabajo, el ayuntamiento tendría que trabajar también para asfaltar el suyo; y el camarada pensaba que, trabajara más o trabajara menos, a él le iban a pagar lo mismo. El campesino, obsesionado con su trabajo, no podía concebir, aunque lo entendiera, que el trabajo no era un arte individual, sino un esfuerzo colectivo; y el camarada no sentía que en su trabajo estaba el bienestar de sus conciudadanos además del suyo. Los dos comprendían lo que era mejor para todos pero ninguno lo aceptaba: el uno porque creía que ayudar a los demás era sostener vagos, y el otro porque no sentía que su trabajo repercutiese en el bienestar de los demás y por lo tanto tampoco en el suyo; el primero creía sólo en él, y el segundo no creía en la sociedad: tampoco en sí mismo. El primero adoraba al dinero en el mismo altar en que le rendía culto al individualismo; y el segundo, en el altar del socialismo, no podía rendirle culto a la propiedad, y por lo tanto se desentendía de lo que no era suyo: igual que el campesino que no había querido regalarle al ayuntamiento el asfalto que le sobraba. Desde dos horizontes opuestos, capitalismo y socialismo, los dos acababan adorando al individuo: el primero estaba vacío porque era tan pobre que no tenía más que dinero; y el segundo vacío también, porque era tan pobre que no sabía aspirar más que al dinero: y no podía. Capitalismo y socialismo habían desembocado en la misma suerte de nihilismo: no creer en nada, no confiar en nada, nacer y vegetar sin esperar nada, consumidos en su riqueza el uno, el otro en su pobreza, y ambos en la misma miseria moral: la de vivir sin ilusión, el horizonte ciego, la pasión seca, la mirada vacía, la razón sin esperanza; vivir sobreviviendo, sin ninguna motivación; y la fe en un mundo mejor, desguarnecida.