viernes, 18 de mayo de 2018



PLATÓN:
CUATRO FORMAS DE LOCURA


            Para que podamos fiarnos de la inspiración es preciso criticar los pensamientos inspirados. Platón distingue dos procesos independientes y complementarios:
            (1) La inspiración. “Es un don que nos alcanza en tres ocasiones bien definidas: durante el sueño, o en una enfermedad, o debido al entusiasmo; en todas ellas se detiene el poder de la inteligencia. “No es trabajo propio del que está poseído por un frenesí (…) juzgar lo que se apareció (…), sino que (…) conviene (…) al sensato hacer y conocer sus propias cosas y a sí mismo” (T.116).
            (2) La crítica. “Es propio del sensato tratar de entender lo dicho en sueños o en vigilia por (…) el entusiasmo en el momento que se recuerda, y distinguir con la razón todas las visiones (…), si significan algo” (T.116).
            Esto se parece mucho a la técnica conocida como lluvia o tormenta de ideas, que se desarrolla a lo largo de dos fases separadas y consecutivas: la creación y la crítica; durante la creación se dice todo lo que se nos ocurre, por muy absurdo que parezca, para evitar que la autocensura yugule la creatividad; y durante la fase crítica se divide lo que se ha creado, poniendo a un lado las ideas válidas, acertadas, y a otro las inútiles y absurdas.


1. Adivinación.

            La inspiración profética se somete a las dos fases que hemos descrito al hablar de la inspiración a secas; pero, en lugar de dos momentos protagonizados por una misma persona, dan lugar a dos personas con oficios diferentes: el adivino, que sufre un rapto de inspiración, poseído por un frenesí incontenible e incontrolable; y el intérprete, que, en su calidad de juez de los adivinos inspirados, descubre el sentido “de las palabras dichas mediante enigmas y visiones” (T.116). En el oráculo de Delfos, es la diferencia que hay entre la sibila y el sacerdote.
            Insiste Platón en que la inspiración profética es otra forma de locura (“manía”, en griego): por eso la llamaron “mánica”, aunque alguien introdujo una “t” para convertirla en “mántica” (F’.210). Es, más que investigación del futuro (propia de quienes están en posesión de sus facultades mentales), la predicción del futuro (fruto de un rapto de investigación); y en la primera sugiere Platón que hay dos especies: la de quienes ven el futuro en las aves y otros indicios y señales (augurios), y la de quienes lo ven en la reflexión (predicciones científicas): a ambas se les ha dado, por oposición a mántica, el nombre de oionística (F’.211).
            Por eso el alma, además de ser “lo que se nueve a sí mismo” (F’.214), es también “algo con cierta capacidad de adivinación”; Platón aduce como ejemplo el demonio de Sócrates: “me vino”, dice, “esa señal divina que (…) siempre me detiene cuando estoy a punto de hacer algo (…) y me pareció oír de ella una voz que me prohibía marcharme” (F’.206). Es lo que podríamos llamar corazonada, presentimiento y, en cierto modo, intuición. Junto a la inteligencia puede alcanzar el doble ideal de Platón:
a)      Ser sabio en mi interior”.
b)      Y que lo que me rodea “sea amigo de lo que hay dentro de mi” (F’.274). Una particular versión del yo y la circunstancia de Ortega.


2. Mística.

            La inspiración hace que algunas personas estén sometidas a una fuerza misteriosa que escapa a su voluntad. “Los que están afectados por el frenesí de los coribantes bailan sin estar en su sano juicio” (I.36), dice Platón. Los coribantes, esos sacerdotes de la diosa Cibeles, “danzaban (…) y entraban en un trance místico (…) en el que creían oír la voz de la diosa”. Hay dos cosas que se excluyen:
a)      El furor báquico.
b)      El sano juicio.
Dominadas y poseídas por el furor báquico, las bacantes pierden el juicio. Para llegar a él utilizan la armonía y el ritmo, que es la parte racional, o controlada, del método; al revés que la adivinación (donde la crítica racional viene después del frenesí), aquí la técnica racional de la danza lo precede como instrumento idóneo para provocarlo.             
                                                                

3. Poética.

            Igual que “los que están afectados por el frenesí de los coribantes bailan sin estar en su sano juicio”, así también “los poetas líricos componen esos bellos cantos cuando no están en su sano juicio, es decir, cuando se adentran en la armonía y el ritmo, y están dominados y poseídos por el furor báquico, igual que las bacantes” (I.36). Por eso “los poetas buenos (…) cantan los grandes poemas (…) no gracias a una técnica, sino porque están inspirados y sometidos”; sometidos a una fuerza divina que se mete en ellos y los posee desde dentro. “No son ellos (…) quienes dicen cosas excelentes, sino que es la divinidad misma quien habla (…) a través de ellos” (I.36); y para eso necesita quitarles, durante un momento, la inteligencia.
            Las musas son las diosas que inspiran el delirio báquico en el poeta (Platón habla aquí de la tragedia, pero lo que dice vale también para la poesía lírica). Cada poeta está unido con su musa: a esto lo llamamos estar poseído, estar dominado (I.39). Terpsícore es la musa de la danza y Erato la del amor; pero Calíope, que es la de mayor edad, y Urania, que la sigue, se ocupan del cielo, y en particular de la filosofía y la música (F’.237).
            Y si los poetas, “poseídos cada uno por una divinidad que los gobierna”, son los “intérpretes de los dioses”, los rapsodas, que interpretan a los poetas, son “intérpretes de los intérpretes”; por eso pregunta Platón: “cuando recitas bien los poemas épicos (…) ¿estás (…) en tu juicio o te encuentras fuera de ti y tu alma, entusiasmada, cree que está en los asuntos que canta, en Ítaca, en Troya (…)?” (I.38). La poesía, en efecto, no consiste en decir, sino en mostrar lo que dice, y mostrarlo a través de la palabra. Por eso señala Platón que la expresión mediante imágenes creadas por palabras es, junto a la expresión sentenciosa y la expresión reiterativa, uno de los “modos de expresión” de las Musas (F’.252).
            Y lo mismo que hay una fuerza oculta en la piedra que Eurípides llamó “magnética”, así también hay una fuerza divina en nosotros; y lo mismo que esa fuerza magnética “no sólo une (…) las propias cadenas de hierro”, sino que se introduce en ellas “de tal modo que puedan (…) unir otras cadenas (…) así también la propia Musa hace inspirados, y por (…) ellos forma una gran fila con otros que están inspirados” (I.36).
            Podríamos decir, siguiendo el hilo de Platón, que la creación poética tiene un momento inspirado seguido de un momento crítico; y a veces precede a la inspiración un momento técnico cuando el poeta busca en la armonía, y en el ritmo, el trampolín para saltar hacia la inspiración; sólo que cuando ese salto no se da, el poeta no pasa de poetastro y la rima se queda en ripio. En algún momento lo vislumbra Platón: “aquel que sin la locura de las Musas llegue a las puertas de la poesía (…) será [un poeta] imperfecto, y su creación poética, la de un hombre cuerdo”, dice Platón, “quedará oscurecida por la de los enloquecidos” (F’.212). Este “estado de posesión y de locura” procede “de las Musas que, al apoderarse de un alma (…) la llenan de un báquico transporte” (F’.212). En el Ión 534b, 536c, en el Menón 98b y en la Apología 22b-c Platón deja muy claro que la nota distintiva del verdadero poeta (es) el estar fuera de sí, es decir “el no estar en dominio de su mente, el estar poseído.


4. Amor.

            Es otra forma de locura. “Se produce cuando alguien, contemplando la belleza de este mundo, y acordándose de la verdadera, adquiere alas y (…) anhela remontar el vuelo” (F’.220). En ella las almas “quedan fuera de sí, y ya no son dueñas de sí mismas (…) Pues en las réplicas terrenales tanto de la justicia como de la templanza (…) no hay ningún resplandor” (F’.221).










1 comentario:

  1. Qué grande Platón, siempre tuve cerca a Erato y a su inspiración; un momento, querida Lechuza Literaria, para recordar que tenemos sentimientos y fibra poética.

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